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25 jun 2021

Reseña: Providence, de Max Barry

Max Barry, Providence (Sydney: Hachette Australia, 2020). 306 páginas.

A quien esté un poco familiarizado con la trayectoria de Max Barry no debería extrañarle para nada que la novela más reciente (hay una más nueva, The 22 Murders of Madison May, que está a pocos días de ver la luz de las librerías y el universo digital) es un paso adelante hacia el vacío del universo. ¿Un thriller ambientado en una galaxia lejana? ¿Qué clase de locura es esa?

Pero decir que Providence es una novela de misterio situada en el espacio, en un futuro en el que la humanidad ya ha descubierto la presencia de otra especie extraterrestre, que no solamente es inteligente sino que además es hostil, agresiva y destructiva, sería simplificar y minusvalorar a este autor de Melbourne.

Desde su primera novela, Syrup, Barry se ha distinguido por realizar una sátira feroz en torno a temas muy señalados: sean el capitalismo y sus numerosas faltas (la ya mencionada Syrup o Company), sea la humillación de los valores humanistas a la maquinaria de la guerra o la industria armamentística (Jennifer Government o Lexicon), sea la intrusión desmedida de la tecnología en la vida humana (Machine Man), Barry nos muestra lo muy vulnerables y débiles que somos todos, en tanto que piezas de una mecánica sobre la que no ejercemos ningún poder.

Gilly, Talia, Anders y Jackson son los cuatro tripulantes de la Providence 5, una nueva nave espacial supuestamente invencible. El año podría ser 2100, 2200 o incluso 2300, pero realmente ese dato no importa. Es una nave se puede desplazar a velocidades impensables con la tecnología de la que disponemos hoy en día. Los rincones más distantes y desconocidos del universo están a nuestro alcance.

Una simpática y básicamente inofensiva salamandra. Estas no te arrojan pequeños agujeros negros que te trituran. Fotografía de Petar Milošević.

Siete años antes de la partida de la Providence 5 hubo un encuentro con los salamandras. El relato de ese encuentro es el prólogo de la novela. Fue la nave Coral Beach la que se acercó demasiado a esos seres desconocidos: “los salamandras pueden escupir pequeños balines de plasma de quarks-gluones, que esencialmente son unos diminutos agujeros negros, los cuales a su paso dejan un rastro de materia triturada, porque lo que ocurre cuando tanta gravedad te pasa a centímetros del corazón o a metro y medio de los pies es que las diferentes partes de tu cuerpo experimentan unas fuerzas que son colosalmente diferentes. La tripulación del Coral Beach no lo sabe.” (p. 6, mi traducción)

Lo que no todos los cuatro tripulantes de la Providence 5 saben es que la nave se dirige, se gestiona e incluso se repara ella solita, gracias a un sistema de inteligencia artificial que lo controla absolutamente todo, incluso la decisión de perseguir y atacar al enemigo, analizar los resultados de las batallas y configurar nuevas estrategias de cara a la próxima. ¿Qué hacen entonces esos cuatro humanos a millones de kilómetros de distancia? Figurar: son simplemente actores en lo que es un estratagema mediática planificada para justificar la descomunal inversión de dineros públicos en la maquinaria de guerra más costosa y sofisticada que jamás se haya visto. ¿Te suena de algo?

Tras los primeros meses, se imponen la claustrofobia y el hastío en la odisea de los cuatro escogidos. Pero poco a poco las cosas cambian. A Anders le da por jugar a cosas cada vez más arriesgadas y a desaparecer durante días en el interior de la nave. Ciertos errores en el sistema no tienen sentido y Gilly descubre que la Inteligencia Artificial no es tan infalible. Y para colmo de males, los salamandras demuestran haberse aprendido la lección de la múltiples derrotas y masacres sufridas.

Hay quien está dispuesto a gastarse millonadas para irse de aquí en lugar de tratar de solucionar los numerosos problemas que tenemos.
La campaña de destrucción es narrada de manera desapasionada. El número de enemigos abatidos va a permitirles entrar en el Salón de la Fama, sin duda. Hay ecos transparentes a las ejecuciones que drones y otros medios militares llevan a cabo en nuestro planeta en nombre de la democracia, la justicia, la libertad y otras palabras vacías de significado. No hace falta irse a otra galaxia para sentir la misma náusea.

El punto de vista narrativo alterna de capítulo en capítulo. Eso ayuda a que la novela avance rápido aunque los protagonistas no estén realmente haciendo gran cosa. La atmósfera de suspense se mantiene: el lector sabe que algo va a salir mal. Y naturalmente, algo sale muy mal.

De los cuatro personajes, es Gilly quien más simpatías despierta. Al menos en mi opinión: habrá quien se identifique más con Talia, o incluso (¿Por qué no? Tiene una pizca de psicópata y ha de haber para todos los gustos…) Anders. Sobre Gilligan: “Quería saber por qué estaban en guerra. No en términos generales. Esos ya le habían bastado anteriormente, pero ya no le valían. Quería hallarse en una habitación con la persona que había tomado la decisión, que había dicho «Adelante», e indagar si había habido otras opciones. Porque sí había discrepancias. Había protestas. Había gente que decía que las contratistas como Surplex tenían sus tentáculos metidos en todo Servicios, y manipulaban la percepción del público a favor de la guerra, cuyo propósito había en cierto modo cambiado: de obligar a los salamandras a replegarse del territorio de los humanos a su exterminación como especie; ¿era eso estrictamente necesario? ¿Era adentrarse en la Zona Violeta de hecho la misma guerra que todo el mundo había suscrito tras el desastre de la Coral Beach? Porque en aquel tiempo no había esa Inteligencia Artificial corporativa que se volcara en la construcción de naves espaciales acorazadas, además con el 22% del PIB mundial, y que tomara decisiones que resultaban literalmente excesivamente sofisticadas como para cuestionarlas. Esa parte le parecía sospechosa ahora. Verdaderamente sospechosa.

Sabía lo que estaba sucediendo. Se estaba inventando una ficción reconfortante en la cual era aceptable hablarle al salamandra, porque él, Gilly, no le debía nada a la Humanidad. Aun así, los razonamientos siguieron incrementándose en su cabeza hasta que se sintió furioso. Estaban todos en casa, sanos y salvos y felices, excepto él.” (p. 243, mi traducción)

3 jun 2014

Reseña: Lexicon, de Max Barry

Max Barry, Lexicon (Londres: Mulholland Books, 2013). 387 páginas.


Las cuatro novelas de Max Barry que han precedido a la que nos ocupa, Lexicon, tenían en común el fuerte carácter satírico con que el autor manejaba la intromisión de las grandes corporaciones en la vida del individuo. En Syrup, el blanco del mordaz humor del escritor de Melbourne era el mundo del marketing, concretado en una bebida de cola; en Jennifer Government Barry nos regalaba una sátira brutal en un mundo controlado por las grandes multinacionales, que venden o patrocinan todos los servicios que hasta no hace mucho tiempo formaban parte de las responsabilidades del estado (incluida la seguridad ciudadana); en su tercera entrega, Company, Barry volvía a la carga contra el mundo corporativo. En la cuarta novela, Machine Man, un ingeniero lleva hasta sus últimas consecuencias la idea de que la tecnología puede mejorar al ser humano.

Hay asimismo otra característica que conecta las tres últimas con Lexicon: Barry crea en todas ellas un escenario de tintes distópicos. En el mundo que Barry crea en Lexicon hay una organización compuesta de Poetas. La organización la forman un grupo secreto que rige los destinos de mucha gente mediante avanzadísimas técnicas de programación neurolingüística, y refinados conocimientos de psicología aplicados a la segmentación del mercado. Los Poetas cuentan con su propia (y altamente sofisticada) academia a la que envían a candidatos a los que reclutan en las calles.

Una de esas víctimas propiciatorias es Emily Ruff, quien a los 16 años sobrevive en las calles de San Francisco engañando a la gente con trucos de cartas y argucias similares. Una vez que Emily sucumbe y queda ‘comprometida’ (en la jerga que utilizan los poetas – es decir, su voluntad queda sometida a las palabras del poeta que le habla), la reclutan para acudir a la academia. Tramposa por instinto y naturaleza, allí aprenderá a utilizar las palabras para controlar a las personas. Mas Emily es vulnerable porque conserva una característica muy humana: es capaz de enamorarse.
Vista panorámica de Broken Hill
Ese error le cuesta caro. Expulsada de la academia, debe cumplir su castigo en… Broken Hill, la ciudad minera en mitad de ninguna parte, el centro urbano más grande del outback australiano.
Emús despistados en las afueras de Broken Hill
El acierto de Barry al situar gran parte de la trama de Lexicon en un lugar como Broken Hill es, en una palabra, enorme. Sólo quien haya viajado a Broken Hill sabrá apreciar las muy especiales circunstancias que rodean a este raro enclave urbano en el desierto. El centro urbano más cercano es Mildura, a unas tres horas de distancia en dirección sur. Hacia el este, Cobar, un pueblito a casi 500 km de distancia. Hacia el norte, pasado el antiguo poblado minero de Silverton (famoso por la filmación de Mad Max y Priscilla, Queen of the Desert) no hay absolutamente nada: las inmensas planicies vacías de Mundi Mundi. La gran urbe más próxima, Adelaida, se halla a unas seis horas de carretera en dirección sudoeste.
Mundi Mundi Plains: On a road to nowhere...
La trama de Lexicon engarza dos historias desde un principio: la ya referida de Emily, y la de Wil Parke. Es su secuestro por parte de dos agentes que lo meten a la fuerza en los baños de un aeropuerto el episodio que abre la novela. Si bien los dos hilos de la trama no son coetáneos en el tiempo, es innegable que Barry maneja el tempo de la narración con absoluta maestría. Es más, en Lexicon, la manera en que el lector va conociendo los detalles que unen las dos historias, que conectan el pasado del héroe con la heroína es otro de los elementos del libro que deleitan. Barry mezcla el thriller con la ciencia ficción, en una crítica a un terrible mundo futuro que, sin embargo, es cada vez más factible o posible, más cercano al contemporáneo, en el que la manipulación de la opinión pública por medio del lenguaje (me vienen a la mente los eslóganes de tres palabras con que el actual gobierno australiano convenció a cerca del 50% de los votantes para que les entregaran el poder) es una realidad diaria.

Una de las principales premisas de una reseña debería ser decir lo máximo posible de un libro sin dar a conocer pistas que revelarán el desenlace para quien no lo haya leído. Solo añadiré que, en Lexicon, Broken Hill es completamente aniquilada por una ‘palabra desnuda’ (en el original, ‘bareword’). La influencia del cine en Barry (quien ya ha colaborado en la elaboración de guiones cinematográficos) es más que evidente en algunos de los episodios de Lexicon: acción, violencia, ternura, romance y sexo, todo ello situado en un contexto de desconfianza y sospecha muy post-11/Septiembre. Barry salpica la narración con breves artículos de noticias sobre los eventos de la novela, plagados todos ellos de falsedades, y con comentarios de foreros en internet que alimentan las más descabelladas teorías conspirativas.
Aquí bebió, entre otros muchos, Mel Gibson.
Sea como sea, creo que nunca volveré a leer los nombres de T.S. Eliot, Sylvia Plath o Charlotte Brontë y quedarme indiferente. Algo que quizá nos demuestra que las palabras pueden llegar a albergar mucho poder e infundir temor. Absolutamente recomendable para pasar un gran rato.

16 jul 2013

¿Libros gratis? Sí, pero solo para los elegidos...

Pues resulta que el otro día Max Barry decía en su blog que regalaba cinco copias de su nuevo libro, Lexicon, pero solamente para residentes en Oz, no vayan ustedes a pensarse que la vida es una feria, que no lo es, y se me ocurrió hacer un comentario más o menos gracioso en su blog, y va y al día siguiente me escribe el mismo Max un email, en el que me pregunta si soy de verdad un ser humano y si vivo en Australia, y que si digo que sí a ambas preguntas entonces me he ganado una copia de su nuevo libro, y yo me alegro pues, y le respondo que sí y que sí, y además le cuento en mi respuesta que traduje su cuento 'Springtide' para la revista Hermano Cerdo, y Max me responde: "that's awesome!", y pues tiene razón, pienso, y mientras espero a que llegue el ejemplar firmado personalmente de puño y letra por Max, aquí estoy, y no exagero nada, eh, retorciéndome, comiéndome las uñas de los pies, de tantos nervios que tengo, y pienso que pues igual es una especie de recompensa por haber traducido su cuento o por haber reseñado sus cuatro libros anteriores, Syrup, Jennifer Government, Company y Machine Man, y es que el Max es un tío muy cachondo y enrollado, con un buenísimo sentido del humor...

Coming soon into my hands... Yeah!!!




16 oct 2012

Reseña: Machine Man, de Max Barry


Max Barry, Machine Man (Nueva York: Vintage, 2011). 277 páginas.


Una de las ideas más inquietantes (y también atractivas) del filme ya clásico Blade Runner era la posibilidad de que los replicantes (casi a todos los efectos, robots) se aproximaran tanto a la perfección que resultaran humanos. A lo largo de la historia han sido muchos los seres humanos (especialmente en el campo científico) que han buscado mejorar el cuerpo humano, de una manera u otra. En el género de la ciencia ficción hemos asistido al nacimiento de robots, androides, cyborgs, replicantes, etc.

No debemos tampoco olvidar que etimológicamente ‘robot’ tiene como origen la palabra checa que designa ‘esclavo’. La cuarta novela de Max Barry, Machine Man, navega entre la sátira despiadada y la comedia negra. Cuenta en primera persona la historia de un ingeniero, Charles Neumann (el apellido no es una coincidencia).

Neumann, que trabaja para una gran empresa llamada Better Future (los ecos del mundo deshumanizado de dos de sus anteriores novelas, Company, y Jennifer Government, ya empiezan a sonar) pierde una pierna en un accidente de laboratorio. Tras la cirugía, comienza la rehabilitación, pero Neumann solamente ve en las prótesis que le ofrecen soluciones inadecuadas a su problema. La biología humana no es mejorable: la tecnología, en cambio, sí puede perfeccionarnos. ¿A qué precio?

Decidido a sacar el mayor partido de su nueva situación, Neumann acepta la propuesta de Cassandra Cautery de desarrollar toda una gama de prótesis y productos que mejoran el cuerpo humano. Obsesionado con crear una pierna que mejore la biología humana (tan falible), Neumann decide utilizarse a sí mismo como cobaya, y provoca un segundo accidente para perder su otra pierna.

Video del trailer de Machine Man, un trabajo del propio Max Barry

¿Objetivo logrado? ¡Quia! ¿Para qué pararse en un par de piernas cuando todo el cuerpo es, sencillamente, mejorable? Neumann se justifica así:

“Tener una sola pierna es poco práctico,” expliqué. “O uno usa un sustituto artificial que intenta imitar la pierna real, lo cual es esencialmente imposible, y le limita a uno a las capacidades de la prótesis. O bien, uno se construye una pierna prostética realmente buena; pero entonces uno se queda clavado con un miembro biológico, que no puede estar al mismo nivel. Imagínate un coche que usase la pierna del conductor en lugar de una rueda. Llega un momento que la biología se vuelve ridícula.”

Otro de los aciertos de Machine Man es, en mi opinión, el estilo: Barry escribe sin adornos, con los tecnicismos necesarios dada la temática de la novela, pero sin hacer un uso excesivo en ellos. Una farsa moderna, absurda, original y sobre todo, muy actual, con divertidísimas incursiones en lo grotesco y en el subgénero de los superhéroes, en la que el blanco de la (no tan) velada crítica es la avaricia empresarial que antepone los beneficios a la vida del ser humano.

Una de las cosas curiosas respecto a Machine Man es que Barry desarrolló la novela como una serie en línea de la cual publicaba unas pocas páginas de borrador cada día, y en un constante diálogo con los muchos seguidores de su blog (maxbarry.com). Es muy posible que esa modalidad de gestación literaria haya influido en la estructura narrativa, con elementos un tanto dispersos y no tan acabados como en sus novelas anteriores. La sátira en Machine Man resulta más sórdida, menos desenfadada e iluminativa que en Jennifer Government, por ejemplo, y la  al parecer inevitable  inclusión de una trama secundaria con tintes de romance (la relación de Neumann con la técnica protésica que le atiende tras el accidente inicial, Lola Shanks – shank, en inglés, significa ‘pata, pierna’) aporta momentos de melodrama, con contrastes muy bien logrados.

Con frecuencia observo a muchas personas que se comportan como si sus teléfonos ‘inteligentes’ fueran un apéndice más de su cuerpo, y que exhiben terribles síntomas de dependencia de esa tecnología. ¿Serían capaces de injertar uno de esos dispositivos en su cuerpo, para no tener que separarse nunca de ellos? Me temo que, en más de un caso, tendríamos voluntarios dispuestos a someterse a la prueba: como el propio Charles Neumann.

Te dejo ahora con mi traducción de las primeras dos páginas de Machine Man:

Cuando era niño quería ser un tren. No me daba cuenta de que eso era algo inusual —que otros niños jugaban con trenes, no a serlos. Les gustaba construir vías y lograr que los trenes no descarrilaran. Ver cómo cruzaban túneles. No lo entendía. Lo que a mí me gustaba era fingir que mi cuerpo eran doscientas toneladas de acero, imparables. Imaginar que yo era pistones y válvulas y compresores hidráulicos.“Tú lo que quieres decir es robots,” me dijo mi mejor amigo, Jeremy. “Lo que quieres es jugar a robots.” Nunca lo había visto de esa manera. Los robots tenían ojos cuadrados y movían sus brazos y piernas espasmódicamente, y normalmente querían destruir la Tierra. En vez de hacer una cosa bien, lo hacían todo mal. Tenían un fin general. Yo no era aficionado a los robots. Eran máquinas malas.


***

Me desperté y busqué el teléfono, pero no estaba allí. Palpé la mesilla de noche, metiendo los dedos entre novelas que ya no leía porque una empiezas a leer libros electrónicos ya no puedes volver a los de papel. Pero el teléfono no estaba. Me enderecé y encendí la lámpara. Me metí debajo de la cama, por si el teléfono se había caído durante la noche y había rebotado de un modo raro. Tenía la vista borrosa tras dormir, así que barrí el suelo con los brazos trazando arcos llenos de esperanza. Levanté el polvo y empecé a toser. Pero no dejé de peinar la superficie. Pensé: ¿han entrado a robar? Supuse que me habría despertado si alguien hubiera intentado birlarme el teléfono. Algo en mí se habría dado cuenta.Entré en la cocina. La minicocina. No era un apartamento grande. Pero estaba limpio, porque no cocinaba. Habría visto el teléfono, pero no lo vi. Miré en la sala de estar. A veces me sentaba en el sofá y veía la tele mientras jugaba con el teléfono. Puede que se hubiera deslizado entre los cojines. Puede que estuviera allí, sin que pudiera yo verlo. Temblé. Estaba desnudo. Las cortinas de la sala de estar estaban abiertas, la ventana daba a la calle. A veces pasaba gente con su perro, o niños que iban al cole. Volví a estremecerme de frío. Debería ponerme algo de ropa. El dormitorio estaba a un metro y medio de distancia. Pero era posible que mi teléfono estuviera más cerca. Incluso que estuviera allí mismo. Me cubrí los genitales con las manos, crucé la sala de estar y empecé a levantar los almohadones del sofá. Vi algo de plástico negro, el corazón me dio un salto, pero era solamente el control remoto. Me puse de rodillas y palpé por debajo del sofá. El primer sol de la mañana me hizo cosquillas en el culo. Ojalá que no hubiera nadie junto a la ventana.


12 jul 2012

Reseña: Company, de Max Barry


Max Barry, Company (Nueva York: Vintage Books, 2007). 328 páginas.


La lectura de esta novela, la tercera del australiano Max Barry tras Syrup y Jennifer Government, me dio qué pensar. En Company, Barry lleva la creación (la ficción) de una empresa hasta las consecuencias finales, y por ello más absurdas. Me pregunto cómo sería una ficción construida en torno a premisas narrativas semejantes a las de Company en la que el escenario no es una empresa sino un país completo. Y me pregunto si en cierto modo eso no está ya sucediendo, salvando las debidas distancias, en ciertos lugares de Europa donde los niveles o estratos superiores de la gestión administrativa (el Gobierno, para entendernos) obedecen órdenes y directivas que emanan de otros estratos o grupos que parecen tener altas dosis de secreto hermetismo.

En las anteriores novelas de Barry había un héroe, un chico joven, ingenioso, inteligente, atractivo y emprendedor. El de Company es un chico recién graduado y lleva por nombre Steve Jones, y en su primer día de trabajo, en una gran corporación estadounidense denominada Zephyr, le encomiendan la comprometida y delicada misión de averiguar quién de sus nuevos colegas se ha comido dos donuts, uno de ellos el que le correspondía a uno de los cargos superiores del Departamento de Ventas de programas de formación de la empresa. Por cierto, al cabo de unas páginas descubrimos que las ventas se realizan a otros departamentos de la empresa. Zephyr, en realidad, no tiene clientes externos.

Zephyr es por supuesto la arquetípica corporación capitalista: cuenta con una rígida jerarquía de parcelas de poder, en la cual florecen feroces rivalidades personales por minucias, y una estructura burocrática ilógica: las estrategias de crecimiento económico que aplican sus gestores parecen ser contraproducentes (todo parecido con Bankia o la CAM es pura coincidencia).

Pero Jones es también muy curioso, y esa curiosidad le lleva a descubrir el secreto de Zephyr. Si revelase ese secreto, buena parte del desenlace de Company quedaría descubierto, de modo que no lo voy a explicitar.

La trama de Company es a ratos un tanto alocada: se contorsiona y atraviesa ciertos meandros que pueden no resultarles demasiado entretenidos al lector, pero lo que importa es que Barry nos conduce al interior esperpéntico del absurdo mundo corporativo, y lo hace apuntando hacia los extremos más impensables e irracionales.

Como en Syrup y, sobre todo, en Jennifer Government, hay mucho humor, pero quizás no tanto ni tan logrado como en las dos obras anteriores de Barry. En mi opinión, lo mejor de Company puede ser la reflexión que debiera producir en el lector. Quien más quien menos habrá trabajado alguna vez en una gran empresa (u otro tipo de organización) y habrá sido testigo de bizantinas discusiones burocráticas o ridículas decisiones directivas. ¿Por qué permitimos que existan departamentos de ‘Recursos Humanos’? ¿Por qué cosificamos a las personas y las convertimos en recursos prescindibles?

Hay, por lo demás, toda una colección de personajes bien trazados y que son fáciles de reconocer en cualquier empresa: Roger, el ejecutivo ambicioso, un trepa de mucho cuidado; Freddy, un oficinista holgazán y tímido; Sydney, la directiva de nivel intermedio con aires de femme fatale. Toda una caterva de caricaturas que dotan a Company de divertidas situaciones y que Barry trata siempre con una buena dosis de humor. El único personaje que en mi opinión queda algo plano es el de la heroína (con ribetes de antagonista), Eve, que Barry no desarrolla en todo su potencial como ‘cerebro’ de la malvada superestructura que domina la empresa y a todos los personajes.

Si has llegado hasta aquí, te has ganado una bola extra: el primer capítulo de Company. Aunque si lo prefieres en inglés, lo encontrarás aquí.

Agosto
Lunes por la mañana y hay un donut menos de los que debiera haber.

Los observadores más perspicaces notan el volumen reducido inmediatamente, pero guardan silencio, porque si uno dice, “Oye, ¿ahí hay solamente siete donuts?”, deja entrever su experiencia con los donuts, y eso no sería bueno para su carrera, que le conozcan a uno como la persona que puede advertir la diferencia entre siete y ocho donuts de un vistazo. Todos evitan de forma consciente mencionar el donut que falta hasta que aparece Roger y ve que el plato está vacío.
Roger dice, “¿Dónde está mi donut?”
Elizabeth se limpia la boca con una toallita de papel. “Yo solamente he cogido uno.” Roger la mira. “¿Qué pasa?”
“Esa es una respuesta defensiva. Yo he preguntado dónde estaba mi donut. Tú me dices cuántos has cogido. ¿Qué te dice eso?”
“Me dice que he cogido un donut,” dice Elizabeth, nerviosa.
“Pero yo no he preguntado cuántos donuts has cogido. Naturalmente, yo asumo que has cogido uno. Pero al tomarte la molestia de articular dicha asunción, implicas que, sea de forma deliberada o no, es algo debatible.”
Elizabeth se lleva las manos a las caderas. Elizabeth tiene el pelo castaño, que le llega a la altura de los hombros, y que parece que lo hayan cortado con una navaja, y su boca bien podría haber hecho el corte. Elizabeth es inteligente, implacable, y ha sufrido un daño emocional; es decir, es representante de ventas. Si el cerebro de Elizabeth fuese una persona, tendría cicatrices y tatuajes, y le faltaría un ojo. Si lo vieras venir de frente, te pasarías al otro lado de la calle. “¿Quieres hacerme una pregunta, Roger? ¿Quieres preguntar si yo he cogido tu donut?”
Roger se encoge de hombros y empieza a llenarse una taza de café. “No me importa nada que falte un donut. Solamente me pregunto por qué alguien sintió la necesidad de coger dos.”
“No creo que nada cogiera dos. Holly y yo fuimos las primeras en llegar. Los del Departamento de catering deben habernos servido de menos.”
“Es verdad,” dice Holly.
Roger la mira. Holly es asistente de ventas, de modo que no tiene derecho a hablar todavía. Freddy, también asistente de ventas, mantiene sagaz la boca cerrada. Pero la cuestión es que Freddy está a mitad de camino de comerse su donut, y en ese momento le ha dado un bocado. Está posponiendo el tragarlo porque tiene miedo de hacer algún ruido embarazoso al engullirlo.
Holly se marchita bajo la mirada fija de Roger. Elizabeth dice, “Roger, nosotras vimos a los de Catering cuando los sirvieron. Estábamos aquí mismito.”
“Oh,” dice Roger. “Oh, perdona. No me di cuenta de que estabais controlando los donuts.”
“No estábamos controlándolos. Lo que pasa es que, simplemente estábamos aquí.”
“Mira, no me importa, sea lo que sea.” Roger coge una bolsita de azúcar y lo agita como si le hiciera falta una buena dosis de disciplina: wap-wap-wap-wap. “Es que me resulta curioso que los donuts sean tan importantes para alguna gente, tanto que se preparen a esperarlos. No sabía que los donuts fueran la razón por la que venimos aquí día tras día. Perdona, pero yo pensaba que la idea era mejorar el valor de las acciones.”
Elizabeth le dice, “Roger, ¿y si hablases con los de Catering antes de ponerte a acusar a los demás? ¿Vale?” Se aleja. Holly la sigue como si fuera un pez rémora.
Roger la observa alejarse, divertido. “Puedes estar seguro de que Elizabeth es capaz de molestarse por un donut.”
Por fin, Freddy traga. “Sí,” dice.

9 ene 2012

Reseña: Jennifer Government, de Max Barry



Max Barry, Jennifer Government (Londres: Abacus, 2004). 335 páginas.

Tras la rocambolesca sátira Syrup (reseñada hace unos meses aquí) sobre el marketing en el mundo corporativo, el australiano Max Barry publicó en 2003 Jennifer Government, en la que nos sitúa en un mundo futuro no muy lejano, en el cual las corporaciones capitalistas globales han logrado tales cotas de poder que los empleados tienen por apellido el nombre de la compañía. (¿Cotas de poder no tan lejanas de la actual coyuntura?)

Australia se ha convertido en un territorio más de los Estados Unidos de América; el gobierno ha quedado reducido a la mínima expresión porque nadie paga impuestos, las escuelas reciben fondos de multinacionales como McDonald’s y Pepsi, pero en ellas se enseña a defender la doctrina del ‘capitalizm’. Todos los valores humanos son evaluados en términos de beneficio o pérdida económica: así, cuando el corredor de bolsa Buy Mitsui pide una ambulancia, la operadora le pide los datos de su tarjeta de crédito antes de averiguar su ubicación.

Es en este contexto que dos grandes grupos corporativos, Team Advantage y US Alliance, se enfrascan en una batalla sin cuartel por el control del mercado. El inicio de la novela resulta muy sugestivo: un empleado de poca monta de Nike firma un contrato que le ofrecen los ejecutivos de marketing, por el cual tiene que matar a diez clientes que compren el nuevo modelo de zapatillas: forma parte de una campaña que incorpora un novedoso concepto de marketing: la negativa a vender el producto, que “vuelve loco al mercado”.

Son muchos los personajes que pueblan Jennifer Government, pero Barry no desarrolla ninguno de ellos en profundidad. No es eso lo que le interesa al autor. Lo que quiere ofrecernos es una narración de ritmo vertiginoso en ocasiones, un argumento que le sirve a Barry para poner el acento en la sátira, para hacer hincapié en el humor y la ironía.

Y por supuesto, una heroína: Jennifer Government. Jennifer, exdirectiva de marketing, es ahora una agente que persigue incansablemente a John Nike, quien en cierto modo encarna una suerte de mezcla del prototipo de político neocon y de ejecutivo multinacional sin escrúpulos.

Añadámosle a esto la irrupción de la National Rifle Association (sí, la NRA que presidió durante algunos años el siniestro Charlton Heston) como corporación militarizada prestadora de ciertos “servicios” (le dejo al lector el gustazo de imaginarse qué tipo de servicios) y tenemos un estupendo cóctel repleto de acción, gags y guiños al lector, todo ello aderezado por la sensación de que estamos ante un escenario distópico que en ocasiones recuerda tangencialmente a 1984 y que se cierne, amenazador, sobre los personajes.

El lector podría en algún momento llegar a pensar que la aparente estructura caótica no va a dar resultados: pero el lector se equivoca. Barry integra con desenvoltura los diferentes hilos argumentales y los numerosos personajes para darle un final, si no apoteósico, al menos admirable.

Con todo, lo mejor es el humor, la sátira corrosiva que el autor insufla en la novela. Una muestra: cuando el malvado John Nike convence a los mandos de la empresa para que aviones militares de la NRA derriben el aparato del Presidente del Gobierno, lo hace abogando por la eliminación del gobierno por todos los medios que sean necesarios. “Just do it”, les dice John Nike. ¿Algo más que un eslogan?

A continuación, te invito a leer el primer capítulo de Jennifer Government. Puedes también leer el primer capítulo en inglés en el web de Max Barry.


1. Nike

La primera vez que Hack oyó hablar de Jennifer Government fue junto al dispensador de agua en el trabajo. Se encontraba en ese sitio solamente porque el de su piso se había estropeado; seguro que el Departamento Legal iba a caerle encima a la empresa distribuidora, Manantiales Naturales, como una auténtica tonelada de mierda, sin duda alguna. Hack trabajaba de Oficial de Distribución de Productos. Lo cual quería decir que cuando Nike confeccionaba un montón de posters, gorras o toallas playeras, lo que Hack tenía que hacer era enviarlas al sitio correcto. Igualmente, si alguien llamaba para quejarse de que no le habían llegado los posters, o las gorras, o las toallas playeras, era Hack quien tomaba la llamada. El trabajo ya no era tan emocionante como antes.

—Es una calamidad— estaba diciendo un hombre que estaba junto cerca del dispensador de agua. —Quedan cuatro días para comenzar el lanzamiento, y tengo a Jennifer Government husmeándome el culo.

—Jo-Der, —le respondió su compañero. —Menudo coñazo.
—Quiere decir que tenemos que movernos, y rápido. — Miró a Hack, que estaba llenando el vaso. — Holaquetal.
Hack levantó la vista. Le estaban sonriendo como si se tratara de uno de sus iguales – pero, por supuesto, Hack estaba en la planta equivocada. No sabían que no era nada más que un Oficial de Producto. —Hola.
—No te había visto nunca por aquí— dijo el tipo de la calamidad. — ¿Eres nuevo?
—No, trabajo en Producto.
—Oh— Y arrugó la nariz.
—Se nos ha estropeado el dispensador de agua— le dijo Hack, y dio rápidamente media vuelta.
—Eh, espera, espera— dijo el tipo del traje. — ¿Tú has trabajado alguna vez en marketing?
—Ah… —dijo Hack, quien sospechaba que era una broma. —No.
Los tipos de los trajes se miraron el uno al otro. El tipo de la calamidad se encogió de hombros. Entonces le ofrecieron la mano. —Soy John Nike, Miembro de la Falange de Marketing, Sección Productos Nuevos.
—Y yo soy John Nike, Vicepresidente de la Falange de Marketing, Sección Productos Nuevos— dijo el otro tipo trajeado.
—Hack Nike— dijo Hack todo tembloroso.
—Hack, estoy facultado para tomar decisiones de contratación de trabajo de gama media— le dijo el John Vicepresidente. — ¿Te interesaría un trabajo?
—Un trab... — Se le trababa la garganta. — ¿En marketing?
—Para casos especiales, está claro — añadió el otro John.
Hack se puso a llorar.
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
—Toma, toma— dijo uno de los Johns, mientras le pasaba un pañuelito. — ¿Ya te sientes mejor?
Hack asintió, avergonzado. —Lo siento.
—No te preocupes, hombre— le dijo el John Vicepresidente. —Un cambio de puesto profesional puede ser causa de mucho estrés. Lo he leído en alguna parte.
—Aquí está todo el papeleo— El otro John le pasó un bolígrafo y un montón de papeles. La primera página decía: CONTRATO DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS, y las demás estaban en una letra tan pequeña que no apenas se podía leer.
Hack vacilaba. — ¿Queréis que firme esto ahora?
—No hay nada de qué preocuparse. Son solamente las cláusulas habituales sobre no competencia y confidencialidad.
—Sí, pero... —Las empresas habían endurecido muchísimo los contratos de empleo últimamente; Hack había oído algunas historias. En Adidas, si uno dejaba el trabajo y el que te sustituía no era tan competente, te demandaban por pérdida de beneficios.
—Hack, nos hace falta alguien que sepa tomar decisiones impensadas. Una persona de acción.
—Alguien que consiga terminar el trabajo. Pero sin hacer el capullo.
—Si no es ese tu estilo, pues bueno... olvidémoslo. No hemos hablado. No pasa nada. Te quedas en Distribución y ya está. —El John Vicepresidente hizo ademán de cogerle el contrato.
—Puedo firmarlo ahora mismo— les dijo Hack, apretándolo con fuerza.
—Eres tú el que decide— dijo el otro John, al tiempo que tomaba la silla que estaba al lado de Hack. Cruzó las rodillas y posó las manos en la intersección, sonriente. Hack observó que ambos Johns contaban con una buena sonrisa. Supuso que en marketing todo el mundo tenía una. Tenían caras muy parecidas, también. —Justo al final de la página, ahí.
Hack firmó.
—También ahí— dijo John. —Y en la página siguiente... y una firmita aquí también. Y ahí.
—Me alegra mucho contar contigo, Hack. —El John Vicepresidente cogió el contrato, abrió un cajón y lo dejó caer dentro. —Bueno. ¿Qué sabes tú de las Mercurys de Nike?
Hack bizqueó. —Son nuestro último producto. Todavía no las he visto, pero... dicen que son fenomenales.
Los Johns sonrieron. —Hace seis meses que empezamos a vender las Mercurys. ¿Sabes cuántos pares de zapatillas hemos vendido desde entonces?
Hack negó con la cabeza. Cada par costaba miles de dólares, pero eso no impedía que la gente las comprara. Eran las zapatillas más de moda en el mundo. — ¿Un millón?
—Doscientos.
— ¿Doscientos millones?
—No, doscientos pares.
—John, aquí presente— dijo el otro John— fue el pionero en el desarrollo del concepto de marketing mediante la negativa a vender un producto. Vuelve loco al mercado.
—Y ahora ha llegado el momento de hacer caja. El viernes tenemos pensado soltar cuatrocientos mil pares de zapatillas en el mercado, a dos mil quinientos mangos cada uno.
—Lo cual, puesto que nos cuestan – ¿cuánto era?
—Ochenta y cinco.
—Puesto que nos cuesta ochenta y cinco centavos fabricarlas, nos da un margen bruto de cerca de un billón de dólares. — Miró al John Vicepresidente. —Es una campaña genial.
—Es, en realidad, cuestión de sentido común— apuntó John. —Pero he aquí el meollo de la cuestión, Hack: si la gente se da cuenta de que hay Mercurys en todos los grandes almacenes del país, perderemos toda la demanda que nos ha costado tantísimo trabajo cimentar. ¿Tengo razón?
—Claro. — Hack esperaba parecer confiado. En realidad, no entendía nada de marketing.
— ¿Y sabes qué es lo que vamos a hacer?
Hack negó con la cabeza.
—Vamos a matarlos— dijo John Vicepresidente. —Vamos a matar a los que compren un par de zapatillas.
Silencio. — ¿Qué?— dijo Hack.
El otro John añadió —Bueno, obviamente a todos no. Nos figuramos que solamente tenemos que cargarnos a... ¿cuántos eran? ¿Cinco?
—Diez— dijo John Vicepresidente. —Para estar seguros.
—Correcto. Eliminamos a diez clientes, hacemos que parezca que han sido chicos de los guetos, y conseguimos que nos salga del culo credibilidad a nivel de calle. Apuesto a vendemos el inventario  en menos de 24 horas.
—Me acuerdo de cuando uno podía confiarles a los sicarios callejeros el trabajo de despachar a unos cuantos por los últimos modelos de Nike— dijo John Vicepresidente. —Ahora atracan a la gente para quitarles unas Reebok o unas Adidas – incluso productos que no son de marca, hay que joderse.
—Ya no hay sentido de la moda en los guetos— puntualizó el otro John. —Te lo juro, son capaces de ponerse cualquier cosa.
—Es una vergüenza. En todo caso, Hack, creo que me entiendes. Esta es una campaña rompedora.
—Quién dijo puntera— indicó el otro John. —Esta es la definición de puntero.
—Em... — musitó Hack. Tragó saliva. — ¿Esto no es, cómo decirlo... ilegal?
—Quiere saber si es ilegal— dijo el otro John, divertido. —Qué tío tan ocurrente eres, Hack. Claro, sí es ilegal, matar a gente sin su consentimiento, eso es altamente ilegal.
John Vicepresidente dijo: —Pero la cuestión es: ¿Cuánto nos cuesta? Incluso si nos descubren, quemamos unos cuantos millones en costes legales, nos multan con unos cuantos millones más... pero a fin de cuentas, todavía salimos ganando, y mucho.
Hack tenía una pregunta que no tenía ganas de preguntar. —De modo que... este contrato... ¿qué dice que tengo que hacer?
El otro John, que estaba a su lado,  juntó las manos. —Muy bien, Hack, ya te hemos explicado nuestro proyecto. Lo que queremos que hagas es...
—Que lo ejecutes— concluyó John Vicepresidente.

12 oct 2011

Reseña: Syrup, de Max Barry



Max Barry, Syrup (Carlton North: Scribe, 2008) 294 páginas.
La primera novela de Max Barry, Syrup, se publicó en 1999 en los Estados Unidos. Resulta un tanto extraño que tuviera que transcurrir prácticamente una década antes de que una editorial australiana se animara a publicarla en Australia. Syrup (palabra etimológicamente relacionada con sirope en castellano, y en última instancia del árabe sarap, nos dice el DRAE) es una divertidísima sátira del mundo del marketing. Barry escoge la mayor compañía del mundo, Coca-Cola (o para abreviar, Coke) para situar su a ratos rocambolesca historia.
El protagonista de Syrup es un joven licenciado en marketing, quien para triunfar decide cambiarse el nombre y llamarse Scat; su único objetivo declarado en esta vida es hacerse famoso. Y puesto que no sirve para actuar, ni sabe cantar ni tocar instrumento musical alguno, para alcanzar su objetivo (la fama) tiene que hacerse rico.
Lo suyo son las ideas, nos dice. Dicho y hecho: una mañana tiene una brillante idea de marketing que decide venderle a Coca-Cola. Una bebida gaseosa para gente joven y muy cool, que llevará por nombre Fukk. A los ejecutivos de Coca-Cola les entusiasma la idea, y le ofrecen tres millones de dólares. Scat no da crédito a sus oídos: parece haber logrado su sueño. Nada más salir de la presentación de su proyecto, se dirige al Registro de Patentes y Marcas Comerciales. Pero allí descubre que su compañero de piso, Sneaky Pete (es decir, Pete el taimado), ha registrado la marca a su nombre unas horas antes.
Syrup es una narración de un ritmo a veces vertiginoso, que incluye numerosos giros inesperados en la trama. El lector sigue las desventuras de Scat y de su compañera de lucha, 6 (sí, has leído bien: el número 6 – prefiero no desvelar el porqué de su inusual nombre) en el mundo feroz e inmisericorde de la publicidad y el marketing, en el que la competencia corporativa interna alcanza cotas inusitadas.
La narración, estructurada en episodios precedidos de un subtítulo y que pueden ser tan breves como una sola palabra, es a veces atropellada; Barry no le da respiro al lector. Cuando la novela se adentra en la parte más enrevesada del argumento (Scat y 6 consiguen que Coca-Cola les confíe la producción del anuncio más caro de la historia: un largometraje, que cuenta con Tom Cruise, Gwyneth Paltrow y Winona Ryder. ¿Conseguirán superar los obstáculos y sortear las trampas que les tiende Sneaky Pete?
Barry presenta una visión cruda del mundo del marketing, a base de pinceladas algo bastas pero llenas de sarcasmo. Syrup nunca deja de arrancarte una sonrisa, cuando no una carcajada.
Puedes leer el primer capítulo de Syrup (en inglés) en el web de Max Barry (un sitio más que interesante, por cierto). Lo que sigue son un par de páginas de ese primer capítulo traducidas al castellano.



Yo, Yo, Yo Ω Capítulo 1

tengo un sueño

Quiero ser famoso. Pero famoso de verdad.Quiero ser tan famoso que las estrellas del cine salgan conmigo y me cuenten que sus vidas son un latazo. Quiero darles una paliza a los fotógrafos que me pillen en compañía de Winona Ryder en los vestíbulos de los hoteles. Quiero que me impliquen en rumores malintencionados acerca de las bacanales en casa de Drew Barrymore. Y por último, quiero que digan “ingresó cadáver” en un hospital de mala muerte de Los Ángeles después de haberme metido unos chutes de speedball con Matt Damon.
Lo quiero todo. Quiero el sueño americano. 

fama

Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que el mejor modo de hacerse famoso en este país es convertirse en actor. Por desgracia, como actor soy terrible. Ni siquiera soy mediocre, lo cual excluye otra posible vía atractiva: casarme con una actriz (practican la endogamia: no es posible casarse con una a menos que seas actor). Por un tiempo pensé en convertirme en estrella del rock, pero para eso uno tiene que tener un inmenso talento o echarse un polvo con algún ejecutivo o ejecutiva de algún estudio de grabación, y de algún modo no me era posible vaticinar ninguno de esos curiosos escenarios en mi futuro inmediato.Lo cual me deja, realmente, solamente una opción: ser muy joven, muy cool y muy, muy rico. Lo mejor de esta vía tan particular hacia la fama, hacia el programa de Oprah y hacia el poder saltarse las colas para entrar en las discotecas de moda, es que está abierta a todo el mundo. Dicen que en este país cualquiera puede triunfar, y es cierto: uno puede trepar y llegar hasta la cima y sentarse a un almuerzo desaborido, aunque embriagador, con Madonna. Todo lo que uno tiene que hacer es encontrar algo en lo que uno sea lo bastante bueno como hacerse con un millón de dólares, y encontrarlo antes de cumplir los veinticinco.Cuando pienso en lo sencillo que es todo, la verdad es que no comprendo por qué los jóvenes de mi edad son tan pesimistas. 

razones para ser millonario

He leído en alguna parte que a un adulto normalito le vienen a la cabeza cada año tres ideas que valen un millón de dólares. Tres ideas al año que podrían convertirle a uno en millonario. Supongo que algunos tienen más esas ideas y otros tienen menos, pero debe ser razonablemente seguro asumir que hasta el más idiota de nosotros tiene que tener al menos una gran idea en nuestras vidas.De modo que todo el mundo tiene ideas. Las ideas no cuestan nada. Lo que es inaudito es poseer la convicción para llevarlas a cabo: trabajar en ella hasta que dé resultados. Eso es lo que separa a la persona que piensa ¿me pregunto por qué no fabrican el champú y el acondicionador en un solo producto?, de la que piensa ¿me compro el Mercedes, o me agencio otro BMW?
Tres ideas al año que valen un millón de dólares. Durante mucho tiempo no podía sacarme eso de la cabeza. Y siempre existía la posibilidad de que tuviera una idea por encima de lo normal, porque haberlas, tiene que haberlas. Ideas que valgan diez millones de dólares. Ideas que valgan cincuenta millones de dólares.Esas ideas que valen mil millones de dólares. 

la idea

La parte interesante de mi vida comienza a las dos y diez de la mañana del 7 de enero. A las dos y diez minutos del 7 de enero, yo tengo veintitrés años y seis minutos de edad. Me hallo contemplando lo parecido que es esta sensación a la de tener, por ejemplo, 22 años y seis minutos de edad, cuando va y ocurre. Tengo una idea.“Hostia,” digo. “La hostia.” Me levanto y busco un papel y un bolígrafo por el dormitorio, no encuentro ninguna de las dos cosas, y finalmente hago una incursión en el dormitorio del tipo con el que comparto el apartamento. Hago unos garabatos en el papel y saco una birra de la nevera, y para cuando ya tengo veintitrés años y cuatro horas de edad, ya me he figurado cómo voy a lograr un millón de dólares.

 para el carro, listillo

Vale. ¿Que cómo sé yo que esta idea es tan buena?

30 sept 2011

Aguas vivas, un cuento del australiano Max Barry, en Hermano Cerdo

Una vista de Yakarta; fotografía de Midori.

El miércoles apareció en la revista de los campeones la traducción al castellano de Springtide, un divertido cuento del escritor radicado en Melbourne Max Barry. Aguas vivas es un relato cortísimo (no llega a las 2000 palabras) ambientado en las oficinas de un jovencísimo empresario (de 12 años) en la capital de Indonesia, Yakarta. El chico es dueño de la empresa que fabrica unas muñecas que todas las niñas del mundo desean tener (las ‘Do-me dolls’), y está recibiendo la visita de una periodista muy, muy joven. Gordy, depredador sexual de jovencitas, está a punto de hacerse con otra presa cuando algo sale mal, muy mal. No quiero revelar el desenlace, claro está.

Max Barry es autor de cuatro novelas que con el tiempo iré reseñando en este blog. Sus creaciones se caracterizan por la sátira y el humor descarnado que impregna su escritura. Max Barry tiene un fantástico weblog al que puedes ir desde aquí.

Por cierto, si te apetece también leer el original de Aguas vivas, en inglés, puedes encontrarlo aquí.

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