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17 mar 2018

Reseña: Walking to Hollywood, de Will Self

Will Self, Walking to Hollywood (Londres: Bloomsbury, 2010). 432 páginas.

Tres narraciones están agrupadas en este volumen, y las tres comparten un tema de índole psicológica. En la primera, ‘Very Little’ [Muy pequeño] se trata la monomanía compulsiva como enfermedad mental; en la segunda, que le da título al libro, es la psicosis, que viene acompañada de alucinaciones. La tercera parte, ‘Spurn Head’, se centra en la demencia senil y el mal de Alzheimer. En ellas Self vuelve a hacer mención de los dos personajes ya familiares en su ouvre: Dr. Shiva Mukti y Dr. Zack Busner.

Como es costumbre en Self, el humor ácido se erige como nota dominante. En la primera nouvelle, Self ficcionaliza primero los primeros años de su juventud en la compañía de un inquietante individuo que devendrá gran artista, aunque sea de diminuta estatura.

Es Sherman Oaks, ese amigo desde la adolescencia, quien años más tarde se convierte en ese renombrado artista que crea monumentales, gigantescas esculturas de sí mismo o conjuntos escultóricos compuestos de múltiples réplicas de su molde en metal. El narrador, Self, está obsesionado con las proporciones y las magnitudes, tanto en sentido creciente como decreciente.

En la segunda parte del libro, Self decide ir caminando hasta Hollywood desde el aeropuerto de Los Ángeles. Su misión es descubrir quién o quiénes son los responsables del asesinato del cine. La psicosis comienza a elucidarse cuando comprueba que todas las personas con las que se encuentra son en realidad actores. Las alucinaciones se suceden (especialmente cada vez que toma una botella de Powerade) y la narración de estas es sin duda uno de los más llevaderos componentes de este inusual y, en cierta manera, bastante antipático libro.
Búsquese usted otro camino para llegar a su destino... Sands Lane, Barmston, Inglaterra. Fotografía de Paul Glazzard
En ‘Spurn Head’ Self emprende otro largo paseo, esta vez por la costa este de Yorkshire, donde los acantilados han estado desapareciendo a un ritmo vertiginoso en las últimas décadas. El mal que le afecta es el Alzheimer. Los recuerdos se diluyen en la nada igual que carreteras, jardines y hasta casas se hunden ante los embates del mar del Norte.

A diferencia de la mayoría de los libros de Self que he leído hasta ahora, Walking to Hollywood me ha resultado en su mayoría fastidioso, pese a las enormes dosis del humor procaz marca Self que contiene. No pude sentirme conectado en ningún momento con la narrativa, y sus caminatas se me han hecho interminables. Rebosante de charlatanería y enrevesamiento, peca de autorreferencias hasta el hartazgo. Como elemento de interés, cabe mencionar que el libro incluye muchísimas fotos en blanco y negro tomadas por el mismo Self en el curso de sus andares. Pero tiene otros libros mucho mejores, sin duda.

Withernsea, lugar condenado a desaparecer. Fotografía de Tom Corser.

1 dic 2017

Reseña: The Butt, de Will Self

Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.

El estadounidense Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin importancia.

Aparentemente solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de aplicación.

Tom organiza el regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh; por si acaso, que quede claro.

En su viaje Tom habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un ¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso: quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más que entretenga al lector.

La cuestión, a fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp.
Self vuelve a demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la novela, y ninguno sale bien parado.

Con personajes tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie, o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y profesional, The Butt tiene todos los elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.

1 oct 2017

Reseña: Liver, de Will Self

Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer. Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no resultaba desagradable.

El hígado es el órgano que da título a este cuarteto de nouvelles de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con la misma palabra: ‘cunt’.

Los personajes son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.

La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida. Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.

En el tercer relato, Prometheus, Self retorna a Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.

Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un papel secundario en The Book of Dave. Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.

"Birdy Num Num"

En busca de la sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso de Liver, solamente la historia de Joyce Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.

5 sept 2017

Reseña: The Book of Dave, de Will Self

Will Self, The Book of Dave (Londres: Penguin, 2006). 496 páginas.
Si el libro reseñado inmediatamente antes de éste en el blog era una novela sobre un escenario postapocalíptico en la italiana isla de Sicilia, el que ahora nos ocupa comparte con Anna un futuro también desolador y sombrío, pero en este caso en esa isla al oeste de Europa que ha decidido salirse de la UE, y cuya capital es el escenario de una novela inteligente e ingeniosa, aunque a ratos de difícil lectura.

El Londres del ‘Libro de Dave’ está anegado por las aguas oceánicas, y Gran Bretaña se ha convertido en un archipiélago (Ing), de poblaciones dispersas bastante embrutecidas y mantenidas en la más estricta ignorancia por una jerarquía religiosa. ¿Te suena? La religión es el Davismo, que sigue las enseñanzas (es un decir) del profeta-dios Dave, halladas en unas chapas metálicas impresas hace cerca de quinientos años, y que reúnen por un lado el ‘Conocimiento’ (las rutas que todo buen taxista londinense debiera conocer para poder ejercer su oficio) y las diatribas y aforismos que mandó grabar en ellas el taxista Dave a finales del siglo XX o principios del XXI.

El futuro es por lo tanto un retorno al pasado: una nueva edad media se ha apoderado de la humanidad, y las reglas respecto a la cohabitación entre hombres y mujeres son muy estrictas. De hecho, la separación de sexos es rigurosa, y quien osa ir contra las reglas sufre muy severas consecuencias. No hace falta decir que las mujeres son, en este mundo tan incivilizado, ciudadanas de segunda categoría – para nada diferente en buena parte del mundo actual, por cierto.

La crianza de los niños la llevan a cabo las Mamás y los Papás por separado – la religión estipula un estricto calendario de intercambio. Las chicas jóvenes son las ‘opares’ (es decir, au pairs) y a los hombres que no han tenido descendencia se les llama ‘queers’.

The Book of Dave cuenta no obstante dos historias paralelas pero muy estrechamente relacionadas – por un lado, la del joven Carl, hijo de un hereje al que las autoridades han torturado y castigado con el exilio. Por otro lado, la narración de la vida de Dave Rudman, el taxista que, con su diatriba misógina, racista y violenta (invectiva que es fruto de una depresión de caballo, y que está dirigida a su hijo, a quien por una orden de alejamiento no le es posible ver), dará lugar a la aparición de la religión dävina, el Davismo.

Carl vive en 523 AD (Año de Dave) en Ham, la parte de Ing donde se encontró el Libro Sagrado de Dave. Se trata del actual Hampstead, y en ese futuro distópico, cerca del lugar donde estuvo la casa de la exesposa de Dave Rudman, allí estará la Zona Prohibida.

Carl escapa de Ham con el ‘queer’ Böm, y tras muchas peripecias y aventuras alcanzan Nuevo Londres. Su propósito es descubrir qué le pasó a su padre. Cuando son descubiertos por las autoridades, parece que su destino está sellado y morirán ejecutados. Pero gracias a un pintoresco personaje (lo más parecido a un contrabandista moderno) logran escapar y regresar a Ham, donde Carl descubrirá la verdad sobre su padre.

Si la historia del futuro despierta interés y curiosidad, la del taxista en el Londres de finales del siglo XX no desmerece en absolutamente nada. Como alguien que acompañó durante algunas noches a un taxista (mi tío) en la Valencia de la década de los 90, puedo dar fe de lo variopinto y chocante que pueden ser los pasajeros. Desde la concepción de su hijo, también llamado Carl, a la ruptura de su matrimonio con Michelle, pasando por las veladas en el grupo de ‘Fighting Fathers’, sus divertidos desvaríos, embrollos y tejemanejes con psicólogos, psiquiatras, detectives y extraños personajes de los bajos fondos, todo imprime a esta parte de la novela un inconfundible sello Self.

Quizás la mejor manera de elaborar una sátira del mundo actual es ponerle un espejo desde el futuro. Esa parece ser la premisa de la técnica de Self: sus blancos son contemporáneos, su sentido del humor es ácido, vehemente y brutal, pero nadie puede negar que trata a sus personajes con realismo y generosidad. De hecho, uno de los importantes logros de esta novela lo constituyen las voces de los personajes, tanto los del futuro (que se expresan en Mokney, una laboriosa mescolanza de Cockney y el lenguaje del SMS que hay que leer en voz alta para poder comprenderla) como los del presente.

Es decir: "You're going to go on like this all fucking day!...How many times have I heard this bollocks about Chil - it's got to be about a thousand or more. I've heard about their cloth, I've heard about their trainers and their barnets, and their [Eliza]bethan semis and their fucking au pairs. What I want to know is, why didn't you ask them about fishing or farming, or something - anything that might be an earner here on Ham!" Una vez le pillas el truco, no es tan abrumador. (De la página 67)

Con este ya son ocho los libros de Will Self que he leído y reseñado (quien quiera saber más puede cliquear en el nombre del autor en la lista de la izquierda). Confieso que no me aburre, y que voy a seguir descubriendo a este autor tan peculiar, que escribe unas historias completamente idiosincráticas y brillantes. The Book of Dave incluye un glosario de Mokney y mapas para orientarse por los prados y valles de Ham, y reírse más aún si cabe de los juegos de palabras que inventa el autor.

14 may 2017

Reseña: Dr Mukti and other tales of woe, de Will Self

Will Self, Dr Mukti and other tales of woe (Londres: Bloomsbury, 2004). 257 páginas.
Nadie podría haber previsto que, cuando el Dr. Shiva Mukti conoció al Dr. Zack Busner en un congreso de profesionales de la psiquiatría, nacería entre ambos una competencia tan encarnizada y brutal que a la postre devendría en un duelo a muerte sin límites, en el que los pacientes serian manipulados y utilizados como bombas de relojería que, de no ser debidamente desactivadas, podrían hacer pedazos a los doctores.

‘Dr Mukti’ es el primero de los relatos de este volumen, publicado en 2004, y con su longitud, superior a las 100 páginas, encaja perfectamente en la categoría de nouvelle, que tan bien se le da al autor. Por el relato desfilan un sinnúmero de personajes a cada cual más desequilibrado desde el punto de vista de la salud mental. Obviamente, tanto el Dr. Mukti como su rival, Busner, entran cabalmente en el grupo antes descrito. ¿Hay alguien cuerdo en este relato? Posiblemente, alguno de los enfermeros del hospital donde trabaja Mukti o alguno de sus numerosos familiares, pero no adquiere en momento alguno protagonismo.

El caso es que Mukti es un hombre sumamente frustrado. Hijo de un emigrante brahmán de la India, a este pobre psiquiatra le persigue la falta de prestigio profesional, y en casa le atormenta la falta de carnalidad que define su matrimonio asexual. No es de extrañar que se obsesione con Busner, en quien encuentra un blanco psico-sionista ideal.

El volumen lo completan otros cuatro relatos, mucho más cortos y, para mi gusto, desiguales. ‘161’ narra las peripecias de un pandillero que huye de sus enemigos y se cuela en la casa de un anciano en una decrépita torre de apartamentos de un barrio de mala muerte de una ciudad que pudiera ser Birmingham, Londres o Liverpool. El chico logra pasar varios días en el interior del apartamento sin que su presencia sea advertida (o al menos, eso piensa él). El desenlace añade una nota de sorpresa y dosis extra de ingenio.

En ‘The Five-Swing Walk’, un padre separado despierta de una pesadilla para enfrentarse a la realidad de tener que llevar a cuatro niños (tres de ellos suyos) de paseo en un itinerario que comprende, como dice el título, cinco columpios en diversos parques de la ciudad de Londres. En el paseo les acompaña el Infortunio, en forma de presencia alegórica. Es un relato lóbrego, sombrío, en el que la sátira presente en el primero que da título al libro se torna más agria.

"¿Qué piensas del globo?" me preguntó Keith un día a finales del verano cuando estábamos de camino a otra barbacoa cerca de MI6. El globo llevaba algunas semanas en el aire, amarrado a unos cuatrocientos pies de altura por encima de Vauxhall Cross. Pero aunque formaba parte de nuestra ronda, todavía no habíamos visitado el lugar de amarre. Desde nos encontrábamos en ese instante, cruzando Battersea Park en dirección sudeste, podíamos ver su panza de marquesina a rayas, acercándose a las difuntas torres de refrigeración de la Central Eléctrica. Un escorzo de Londres. (p. 221, mi traducción). Balloon over Vauxhall Station, fotografía de Keith Edkins.
El que le sigue, ‘Conversations With Ord’, se sitúa también en las calles de Londres. Dos amigos simulan alternativamente ser, en una diversión dialéctica que le sirve a Self para demostrar sus dotes literarias y de dominio del léxico inglés, Ord, un carismático personaje, y su biógrafo, Flambard. Es una narración a ratos desternillante, a ratos algo desdibujada. El volumen lo cierra  ‘Return to the Planet of the Humans’, una efectiva sátira en la que un simio inteligente trata de adaptarse a la vida dentro de una intolerable sociedad humana.

Tal como anuncia el título, estas son historias de desdicha. Self ejerce su posición de narrador cínico con absoluta potestad. Esperar que el autor muestre una pizca de empatía o comprensión hacia sus personajes es una vana empresa, que no conduce a ninguna parte. En la mejor tradición de Swift, Self sigue en la línea de Grey Area y Tough Tough Toys for Tough Tough Boys.

24 abr 2017

Reseña: Dorian: An Imitation, de Will Self

Will Self, Dorian: An Imitation (Londres: Penguin, 2002). 278 páginas.
Hace falta tener muchas agallas literarias para tomar un distinguido clásico de la literatura inglesa como es The Picture of Dorian Gray de Oscar Wilde (1891) y recrearlo para el público lector de principios del siglo XXI, y hacerlo no solo con lucimiento sino también con humor, y al mismo tiempo endosarle a esa ‘nueva obra’ unas significativas dosis de reflexión sobre la creación literaria o artística en general. Es el caso de Will Self. Puedes adorarlo o despreciarlo, pero nunca te va a dejar indiferente.
Siempre mordaz: Will Self. Fotografía de Taras.
Self reutiliza el grueso de los materiales para su ‘imitación’ (no es meramente un homenaje, que también lo es) de la obra de Wilde, pero los traslada a las dos últimas décadas del siglo XX. El escenario es inicialmente Londres, pero en este mundo nuestro ya globalizado, la trama también se desplaza a Nueva York y a Hollywood.

Wilde ha inspirado a muchos artistas. The Picture of Dorian Gray, by Ivan Albright (1943-44)
Self hace los cambios necesarios para adaptar la historia de Dorian Gray a los tiempos que vivimos: en vez de un retrato al óleo, Gray queda inmortalizado en una instalación artística de 9 tomas diferentes en video, presentadas a través de 9 pantallas. La primera víctima mortal de Gray es, en lugar de una joven actriz, un atractivo jovencito prostituto del Soho, Herman, a quien le paga en heroína. Herman muere de sobredosis. Como en la obra de Wilde, está también Lord Henry Wotton, de afilada lengua e ingenio desbordante. Self dota a la novela de unos diálogos verdaderamente impagables. Una muestra, en el transcurso de una fiesta en casa de Lord Henry Wotton, con Fergus y Basil Hallward:

“—Well, Baz, long time no see. I understand from out host that you’ve become quite the clean-liver queen.
—I’m dying, Fergus, just like Henry, and I’ve no time left for being stoned.
—Ah yes, Baz, but you’ve always insisted on calling a spade a spade, so it’s no wonder that you’ve managed to dig your own grave.
—Are you suggesting it’s my literalism that’s killing me rather than AIDS? Even as he did it Baz regretted being drawn into this banter.
—I wouldn’t know, the Ferret [Fergus] snuffled; I haven’t qualifications in either philosophy or medicine. Have you met Gavin?”
 “—Caramba, Basi, cuánto tiempo. Por lo que me ha dicho nuestro anfitrión, te has vuelto la auténtica reina del hígado limpio.
—Me estoy muriendo, Fergus, como Henry, y no me queda tiempo para ponerme ciego.
—Sí, Basi, sí, pero tú siempre has insistido en decir las cosas sin rodeos, así que no es nada de extrañar que te estés yendo a la tumba sin dar rodeo alguno.
—¿Estás insinuando que es mi literalidad lo que me está matando, en lugar del sida? Incluso mientras lo hacía, Basi lamentaba verse arrastrado a este tipo de guasas.
—Qué sabré yo, dijo el Hurón con un sorbido; no tengo titulación en filosofía y mucho menos en medicina. ¿Conoces a Gavin?” (p. 138, mi traducción)
Para enmarcar la historia de Dorian en un contexto histórico contemporáneo, Self esparce datos y episodios reales en la narración, como la visita de Lady Di a un enfermo de sida en un hospital londinense. De hecho, la novela se ciñe a los años de la vida pública de Diana Spencer, incluyendo su muerte en un túnel de París.

Donde Wilde se veía obligado a la autocensura, Self (por fortuna) no contempla límite alguno. Si bajo la férrea moral victoriana el autor de The Importance of Being Earnest recurría a los juegos de palabras y los dobles sentidos para provocar una respuesta en el lector, al autor de The Sweet Smell of Psychosis nadie le pone trabas: Dorian, Wotton y sus compañeros de parranda viven la vida como si el hedonismo fuera un decreto gubernamental y tuvieran que cumplirlo a rajatabla: todas las drogas hacen acto de presencia y su consumo no decae ni siquiera cuando están a punto de irse al otro barrio; el sexo sin protección acompaña la ingesta de sustancias y licores varios.

El desenfreno y la disipación añaden tintes todavía más surrealistas si cabe a lo que es una fastuosa representación del mito fáustico en los estertores del siglo XX. Como con el retrato de Dorian Gray, la imagen de Dorian en los vídeos filmados por Basil Hallward se deteriora, embrutece y envejece, mientras el atractivo y licencioso joven rubio sigue tan lozano, hermoso y fresco como cuando lo filmaron.

Pure evil: el actor Hurd Hatfield en una producción cinematográfica de 1945 de The Picture of Dorian Gray.

Tras cerca de 250 páginas de esta imitativa recreación, una gran sátira no exenta de efluvios homófobos y misóginos en la que el blanco es la cultura postmodernista, Self le añade a la historia un desenlace en forma de epílogo, el cual resulta ser tan sorprendente como enriquecedor. Una vuelta de tuerca más al proceso creativo que viene a ser una auto-parodia, quizás no tan acertada como el resto del libro.

11 ene 2017

Reseña: How the Dead Live, de Will Self


Will Self, How the Dead Live (Londres: Bloomsbury, 2000). 404 páginas.
A sus 65 años, la londinense Lily Bloom (son innegables los ecos de Joyce), una energética mujer judía antisemita nacida en los EE.UU., se está muriendo. Si hay algo de lo que pueda presumir Lily, es una portentosa lengua viperina, y en unas cuatrocientas páginas nos lo va a contar todo, de pe a pa: tanto la historia de su vida como la historia de su muerte y lo que le sigue a esta. La novela comienza – algo sorprendentemente – con el epílogo; en realidad se trata de un pequeño artificio narrativo que le sirve a Self para manejar el resto del material a su antojo.

Desahuciada por los médicos, Lily decide irse a su casa a morir. Sus dos hijas son como el día y la noche – Charlotte, la mayor, es la acaudalada y estirada; la menor, Natasha, es adicta a todas las drogas que se le pongan al alcance de la mano y hará cualquier cosa por conseguir la pasta necesaria. Las horas inmediatamente anteriores al óbito de Lily (que finalmente se produce en el hospital) le permiten a Self confeccionar una narración desternillante por boca de Lily, que no deja títere con cabeza.

Una vez difunta, a Lily la viene a buscar un inverosímil aborigen australiano llamado Phar Lap Jones, quien será su guía en el más allá. Hay un moderno Caronte, un taxista de origen griego llamado Kostas, y muchos requisitos burocráticos que cumplimentar. Vamos, como en la vida misma, ¿no?

El caso es que, si ya en vida Lily se pasaba el tiempo denigrando, criticando y despotricando contra todo bicho viviente (empezando por sus propias hijas, pasando por los médicos y terminando con la enfermera que va a cuidar de ella en sus últimas horas), ¿qué otra cosa puede hacer en la eternidad de la muerte sino exactamente lo mismo? Esta es verdaderamente la esencia de How the Dead Live: una extensísima invectiva contra todo y contra todos, en la que Self hace uso de su mordaz sentido del humor, de su ingenio y facilidad para el juego de palabras y de sus irrefrenables dotes para confeccionar los exabruptos más ofensivos.

Y no es que consiga sostener ese ritmo frenético inicial ni el nivel de exquisitez literaria durante las cuatrocientas páginas. Ni mucho menos. A ratos uno se pregunta qué demonios busca el autor, aparte de criticar a la clase media británica con un sarcasmo cáustico y brutal y con múltiples referencias sexuales, a veces una pizca gratuitas. Hay episodios que te hacen partirte de risa, es cierto: pero son los menos en una trama que se extravía desde unos barrios ignotos de Londres hasta el outback australiano. Para cuando Self quiere recuperar el hilo (y con este a un lector tan distraído como yo), quizás ya sea tarde. Lily termina su muerte sin pena ni gloria. Eso sí, antes de ello soltará unas cuantas andanadas contra sus hijas, Tony Blair, la familia real inglesa, Saddam, Winnie Mandela, los Bush y todo bicho viviente.

Si no te molestan el exceso, el cinismo, el exabrupto y la rechifla, este es un libro para ti. De lo contrario, abstente. Eso sí, no estaría nada mal que Will Self creara una novela similar alrededor de cierto personajillo mezquino, soez y dado a la mentira que en apenas una semana va a asumir un puesto de poder que nunca debió haber alcanzado. Por desgracia, ya es tarde, y parece que tendremos que lidiar con eso.

How the Dead Live fue publicada en castellano por Mondadori en 2003 (Cómo viven los muertos); la traducción corrió a cargo de Ignacio Infante.

26 nov 2016

Reseña: The Sweet Smell of Psychosis, de Will Self

Will Self, The Sweet Smell of Psychosis (Londres: Bloomsbury, 1996). 89 páginas.

Las primeras páginas de este libro de Will Self de 1996 nos muestran a un par de jóvenes que escudriñan desde la ventana de la cuarta planta del edificio de un club, el Sealink, las idas y venidas de un hombre a las puertas de un prostíbulo. Los jóvenes son periodistas, y hacen una apuesta sobre si el hombre se decidirá a entrar en el burdel o no. Uno de ellos es Richard Hermes, que se ha venido desde el norte de Inglaterra a Londres para ganarse la vida en una mediocre publicación de eventos, Rendezvous.

Richard se une al grupo de habituales del Sealink Club liderado por Bell, un siniestro columnista y presentador de radio y TV que es tremendamente popular (no tengo ni idea de quién pudo servirle de inspiración a Self). Todos los miembros de este club de desalmados son meros "transmisores de trivialidades, locutores de la banalidad y diseminadores de bazofia. Escribían artículos acerca de otros artículos, hacían programas de televisión sobre otros programas de televisión, y comentaban lo que otros habían comentado."

Pero Richard no se siente realmente cómodo con Bell. En realidad, se siente intimidado, detesta sus modos y le tiene miedo. Lo único que le mantiene conectado al grupo es la divina Ursula Bentley, muy aficionada a un polvo blanco de origen andino y a regalarle ciertos innombrables favores a Bell. Su encaprichamiento por la chica es la mayor debilidad de Hermes, quien con suma facilidad se sumerge en la noche londinense y el disipado estilo de vida del grupo, cuya consigna más frecuente es "vámonos a cenar con Pablo [Escobar]", poniendo así su salud en juego y su cuenta corriente en enormes números rojos.

Con sus menos de cien páginas, este relato de Self prometía mucho en sus inicios como sátira del mundo periodístico londinense de finales del siglo XX. Quizás el problema es que la resolución es fácilmente predecible desde el momento que queda claro que las visiones o alucinaciones que experimenta Richard tienen como único sujeto el denostado Bell.

Por fortuna, el libro está brillantemente ilustrado por Martin Rowson. Un divertido entretenimiento en el que Self vuelve a desplegar su ingenio, su gusto por los juegos de palabras y el dardo certero de la sátira más mordaz.

La puerta se abrió de golpe forzando las bisagras, y a la vista quedó una pequeña mesa de alas abatibles colocada en el centro de la sala: alrededor de ella había un grupo de cuatro figuras, jugando a los naipes. Por sus ropas y la posición de sus cuerpos, Richard reconoció a los miembros de la camarilla: Reiser, Slatter, Kelburn y Mearns, el chantajista. Pero cuando sus rostros se giraron hacia quien era la causa de la interrupción, Richard vio cuatro juegos de rasgos faciales casi idénticos. Cada uno de ellos tenía el mismo cuello rechoncho, la misma mandíbula prominente, la misma frente alta y blanca, los mismos labios rojos y la misma nariz de ancho caballete. Eran un grupo de Bells ─ una verdadera Bellaquería. Cuatro pares de ojos tenebrosos examinaron a Richard durante un larga, larguísima fracción de segundo. Lo taladraron, como si se tratara de un hígado enfermo al que estuvieran deseando hacerle una biopsia. (p. 46, mi traducción). Ilustración de Martin Rowson.

19 nov 2016

Reseña: Tough, Tough Toys for Tough, Tough Boys, de Will Self

Will Self, Tough, Tough Toys for Tough, Tough Boys (Londres: Bloomsbury, 1998). 244 páginas.
Bienvenido al provocativo mundo narrativo de Will Self. Bienvenido a sus ambientaciones surrealistas, a una perspicaz desproporción que te obliga como lector a enfrentarte a los límites de lo que normalmente considerarías como aceptable o admisible. Porque el éxito de la sátira, no lo olvidemos, depende de los límites que uno mismo de imponga en el ámbito de las normas sociales. Si la sátira de Swift continúa siendo válida y efectiva, es porque los límites que traspasaba estaban basados en pautas medianamente uniformes. Nunca admitiremos la noción de comer niños para combatir la pobreza.

Este volumen de narraciones breves de Self comienza con una historia cuyo título se inspira en una nouvelle de Francis Scott Fitzgerald de 1922 (puedes acceder al texto íntegro en inglés aquí, por ejemplo) titulada ‘The Diamond as Big as the Ritz’. En el caso de Self, en lugar de un diamante lo que tenemos es ‘The Rock of Crack as Big as the Ritz’. Los protagonistas son dos hermanos de origen jamaicano en Londres; uno de ellos, Danny, encuentra una veta de cocaína pura en los cimientos de la casa en la que viven. En lugar de consumirla, Danny pone a su hermano Tembe a trabajar en el negocio de la distribución. Tembe es adicto al crack y a lo que le echen, mientras que Danny prefiere ni tocarla. La codicia y la inmundicia van de la mano. El cuento puede todavía leerse de manera gratuita en internet, tal como lo publicó The New York Times.

De las siete narraciones que integran este libro, ‘Flytopia’, la segunda, es posiblemente la más lograda. Una historia de horror pura y dura, en la que un hombre alcanza una especie de pacto con los insectos que se han adueñado de su casa, con quienes mantiene curiosísimas conversaciones. La llegada de su novia a la casa al día siguiente despierta repentinamente en él unos irrefrenables deseos de deshacerse de ella. ¿Puedes imaginarte el desenlace?

La narración que da título al libro es un relato de viajes, con un divertido guiño al psicoanálisis. Bill Bywater, psicoanalista mujeriego y alcohólico, tan enamorado de su automóvil como de la marihuana que fuma compulsivamente, inicia un viaje desde el norte de Escocia hasta Londres.

"Siguieron en silencio mientras Bill guiaba el coche por las afueras de Aviemore. Seguía siendo un lugar cutre, pese al dineral que habían invertido recientemente. La mayoría de las casas eran estilo chalet, con techos muy altos a dos aguas que prácticamente llegaban al suelo. Pero los materiales eran sintéticos: hormigón y aluminio; amianto y plexiglás. Todas las superficies parecían combadas, y los bordes arrugados. ─ Qué mierda de sitio ─, dijo Bill." (p. 135, mi traducción) Aviemore - fotografía de  Dave Fergusson.

Tras hacerse unos cuantos güisquis (siempre he querido tener la oportunidad de escribir así la palabra, de modo que aprovecho esta ocasión) recoge a un autoestopista, a quien somete a un taimado interrogatorio para arrancarle los detalles más sórdidos de su vida, una existencia más bien desdichada, con una salvedad: al autoestopista le gusta jugar con los camiones y tractores Tonka, una marca que quizás recuerdo vagamente en las tiendas de juguetes de mi niñez. El chico le sirve a Bill como blanco de su aborrecimiento por los demás en general. ¿Es un claro caso de proyección? ¿Terminará bien el viaje, que en el mejor de los casos llevaría un día entero?

Un anuncio de los juguetes Tonka de la década de los 80.

Bill Bywater reaparece en otra historia, situada en Londres, ‘Design Faults in the Volvo 760 Turbo: A Manual’. El título es engañoso, por supuesto: Bill se presenta como psicoanalista adúltero obsesionado con su Volvo 760 Turbo (sí, el mismo que había estado conduciendo desde Thurso en ‘Tough, Tough Toys for Tough, Tough Boys’). La moraleja del cuento quizás pudiera ser que no siempre ha de fiarse uno de su mecánico.

Esta colección de cuentos incluye además ‘Dave Too’, una historia absurda en torno a la identidad en un mundo que habitan únicamente personas llamadas Dave, y ‘A Story for Europe’. Este último son dos historias paralelas: por un lado, la de un banquero teutón que padece una embolia; por otro, la ansiedad de los padres de un niño inglés de dos años que solamente sabe comunicarse en alemán comercial. ‘Caring, Sharing’, en mi opinión el relato que resulta menos atractivo, nos lleva a un Manhattan en un futuro indeterminado en el que las personas se hacen acompañar por ‘emotos’, una suerte de niños gigantes que cuidan de sus necesidades afectivas.

‘The Nonce Prize’ [El premio al pedófilo] cierra el libro, y reintroduce a los hermanos Danny y Tembe del primer relato. En este, sin embargo, es Danny quien ha caído en la adicción y Tembe quien maneja el negocio. Un capo del narco jamaicano, Skank, llega a Londres para vengarse de Danny. Skank paga para que un par de criminales droguen a Danny y le preparen una trampa brutal. La policía encuentra a Danny en una nave industrial junto al cadáver de un niño asesinado y mutilado, al cual le han inyectado el semen de Danny (los sicarios se lo han sacado por medio de una jeringuilla. Danny no tiene ninguna posibilidad en el juicio, e ingresa en la cárcel, en concreto en el ala dedicada a pedófilos y violadores. Como buen narcotraficante que es, que le encasillen de esa manera le resulta repulsivo. El alcaide le sugiere que se inscriba en cursos, y Danny se apunta a uno de escritura creativa.

Llegado el día de la concesión del premio, Danny está en la lista de candidatos, pero tiene que competir con dos pedófilos. El cuento adquiere entonces un ingenioso aspecto metaliterario. Danny ha escrito un relato ficticio en torno a las actividades del narcotráfico de su hermano (¿quizás algo similar al relato que abre el libro?), mientras que el cuento ganador es el de uno de los más depravados pedófilos en la cárcel, una historia absurda sobre el profundo cariño de un hombre por el gato de su difunta esposa. ‘The Nonce Prize’ ofrece en un principio una visión descarnada del sistema penitenciario, pero Self lo transforma en una inteligente sátira en torno al mundo editorial y los premios literarios.

Tough, Tough Toys for Tough, Tough Boys sigue muy de cerca la línea que Self había creado unos años antes en Grey Area: son espacios ficcionales definidos con precisión y gusto por el detalle útil, con unas tramas que van más allá de lo absurdo. Más que un simple entretenimiento.

27 oct 2016

Reseña: Cock & Bull, de Will Self

Will Self, Cock &; Bull (Nueva York: Grove Press, 1992). 310 páginas.

Mi viejo Collins define cock-and-bull story como ‘an obviously improbable story, esp. a boastful one or one used as an excuse’, esto es, una historia evidentemente imposible, en especial una cuyo narrador sea jactancioso o la utilice como excusa. Google, el sabelotodo del siglo XXI, nos dice que el origen de la expresión bien pudiera remontarse a los rumores y cotilleos que intercambiaban entre sí los viajeros que paraban en dos tabernas cercanas de la localidad inglesa de Stony Stratford, una llamada The Cock y la otra conocida como The Bull. Mas yo sospecho que ésta no deja de ser otra cock-and-bull story más.

Este atípico libro de Will Self se compone en realidad de dos nouvelles, dos relatos fantásticos en los que lo absurdo cobra visos de verosimilitud (ganándose así la probable credulidad del lector) gracias a su posicionamiento dentro de marcos cotidianos y prosaicos. La intención es claramente satírica, pero los resultados no son siempre tan efectivos como uno esperaría.

En el primero, un joven a bordo de un tren rumbo a Londres se ve apabullado por un extraño académico de Oxford, que decide contarle una historia mientras el tren avanza a trompicones por la campiña inglesa. Una de las circunstancias por las que no termina de funcionar Cock es que este nivel supranarrativo no se hace evidente hasta ya entrado el segundo capítulo.

La historia gira en torno a Carol. Ella es la esposa de Dan, un alcohólico diseñador que pasa noche tras noche con sus amiguetes en el pub. Harta de su falta de atención, decide comenzar a investigar su propio cuerpo. De repente un día descubre que le ha salido un pene (el Cock del título). A medida que el nuevo apéndice sexual comienza a cobrar protagonismo en la vida de Carol, ésta se vuelva más agresiva y violenta y urde su pequeña venganza, con un desenlace algo previsible. Y, por cierto, el académico del tren no es quien decía ser, según nos confiesa al final el narrador de la historia.

La segunda nouvelle, Bull, me resultó mucho más entretenida. Un joven reportero deportivo y fornido jugador de rugby, John Bull – no es gratuito: el nombre ‘John Bull’ es la representación estándar del varón británico – se tiene que dedicar a cubrir las reseñas de espectáculos de cabaret y similares. En uno de ellos, el cómico de turno (cuyo repertorio se limita a chistes obscenos y vulgares sobre los órganos sexuales femeninos) le hostiga y parece lanzarle una maldición cuando Bull abandona el espectáculo mucho antes de su conclusión.

A la mañana siguiente, un resacoso Bull descubre que le ha salido una llaga, algo que no tiene claro si es una herida o una quemadura, en la parte posterior de la rodilla. Sin perder tiempo alguno, concierta cita con un médico del centro de salud local.

Al doctor Alan Margoulies todo el mundo lo tiene por un santo. Pero no lo es, ni por asomo. Al descubrir que lo que Bull tiene en la rodilla es una vagina, el médico se lo calla, y esa misma noche cancela una visita a domicilio con otro paciente para poder visitar a Bull en su propia casa. Margoulies es un mujeriego, y queda fascinado por el extraño fenómeno de la pierna de Bull. Y mucho más. Entre ellos surgirá algo parecido a un idilio.

Así como Cock contiene muchas interrupciones en la narración, no siempre justificadas, ni tampoco necesariamente bienvenidas por el lector, Bull sí es un relato con una construcción sobria, bien manejado por Self. Tanto en una como en otra los personajes principales (Carol, Dan y Dave 2 en Cock, John Bull, Margoulies y Juniper en Bull) están bien dibujados y se prestan a la sátira más incisiva.

Lo que no me queda tan claro es la intención de Self con la creación de estas dos historias de transmutación sexual. Si buscaba algo más que la pulla y la rechifla, se quedó corto. Cock & Bull no es, en cualquier caso, un libro memorable.

Publicado en español por Anagrama en 2006, bajo el título Patrañas: habo, higo, en traducción a cargo de Iris Menéndez.

4 sept 2013

Reseña: Grey Area, de Will Self

Will Self, Grey Area (Londres: Bloomsbury, 1994). 336 páginas.

Mi ya viejo diccionario Collins (de 1984) recoge tres definiciones diferentes de la palabra “grey area”. La primera, empleada preferentemente en Gran Bretaña, se refiere a una región de alto desempleo; el territorio del estado español, por poner un ejemplo que todos entendemos. La segunda definición remite a la zona intermedia entre dos extremos, y que presenta rasgos de ambos. La tercera define “grey area” como una zona o situación que no cuenta con características claramente definidas.

La mayoría de los cuentos en esta colección del londinense Will Self presentan extrañas situaciones en las que la indefinición es la norma. En el que abre el volumen, ‘Between the Conceits’, el narrador nos dice en la primera oración: “Hay únicamente ocho personas en Londres, y por fortuna, yo soy una de ellas”. La megalomanía del narrador queda patente a medida que describe las confrontaciones que tiene con los otros siete “que de verdad cuentan”. La narración es, por supuesto, una feroz crítica al sistema de clases inglés, que tan democrático afirma ser, hasta el momento en que se los conoce a fondo, cuando se quitan la careta y se revelan como son.

En ‘The Indian Mutiny’ el narrador comienza con una chocante confesión: “Yo maté a un hombre cuando estaba en el colegio.” La historia nos lleva a un aula en la que el narrador, Fein, y sus compañeros de clase, torturaron psicológicamente a su maestro de historia (el Sr. Vello), quien tras un ataque de ansiedad y humillado por el adolescente y el resto de la clase, se suicidó. Fein nos dice que sufre pesadillas desde hace muchos años, pero son pocos los indicios textuales que apunten un total arrepentimiento por su parte.

Self crea entornos harto plausibles a simple vista, pero en su narración fuerza los límites de la realidad creada hasta hacer de ella algo disparatado, u opresivo. En ‘A Short History of the English Novel’ dos amigos que están almorzando discuten sobre el estado de la novela inglesa preguntan por curiosidad al camarero si tiene aspiraciones literarias; éste les sorprende al revelarles el argumento de una novela siguiendo el modelo picaresco inglés del siglo XVIII. Conforme avanza la tarde, en cada uno de los locales donde pasan, a tomar café o a saludar a conocidos, los camareros (novelistas principiantes) plantean sus quejas ante el abandono por parte de los editores ingleses. El desenlace de una situación tan absurda es, por supuesto, absurdo.

Para mi gusto, los dos mejores cuentos de este volumen son ‘Inclusion®’ y ‘Chest’. En el segundo, un escenario distópico en el que la atmósfera está tan contaminada de gases irrespirables que los achaques respiratorios confinan a las personas en sus casas; el artista Simon Dykes invita al dependiente del quiosco a una fiesta en la que compartirán codeína y nebulizadores. Al día siguiente sale a dar un paseo sin máscara de gas y se encuentra con su rico vecino y sus amigos, que han organizado una cacería de faisanes entre la tóxica niebla que rodea la casa.

Dykes reaparece en ‘Inclusion®’ como paciente de un tratamiento ilegal masivo de los innumerables casos de depresión en las localidades cercanas a Oxford. La droga, obtenida de la materia fecal y en descomposición de un parásito de una especie de abeja de la región amazónica, tiene la virtud de despertar el interés del paciente por todo, hasta exacerbarlo. Este cuento está muy bien trabajado, en tanto que cuenta con hasta cuatro voces narradoras diferentes, explicitadas mediante diarios de trabajo o informes que el primer narrador (que se dirige al lector en segunda persona) va encontrando en una carpeta.


En general, los cuentos de Self no destacan por su creación de personajes (muchos de ellos planos, algo artificiosos) ni de sus tramas, sino por la riqueza de detalles, tanto visuales como sonoros y olfativos, y la descripción de objetos; con ambos, Self crea espacios ficticios irracionales y hace una más que aceptable exhibición de su gusto por la sátira agria.

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