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7 oct 2022

Reseña: The Coconut Children, de Vivian Pham

Vivian Pham, The Coconut Children (Vintage Australia, 2020). 282 páginas.

La década de los 70 vio la llegada de miles de refugiados vietnamitas, mayoritariamente del sur de Vietnam, a Australia. En Sydney muchos de ellos se establecieron en el barrio del suroeste de la metrópolis que se conoce como Cabramatta. Adaptarse a un nuevo país y una nueva cultura nunca es fácil, algo que esta novela (que representa el debut de esta autora australiana de origen vietnamita) explicita en la narración que hace Sonny Vuong de su adolescencia en la década de los 90.

Ya en los años finales de la secundaria, Sonny vive con sus padres, su abuela y su hermano pequeño en una casa de Cabramatta. Desde muy joven se ha sentido atraída por su vecino Vince Tran, quien al comienzo de la novela está celebrando su salida de un centro de detención para menores. Significativamente, una de sus primeras acciones es la quema de la bandera australiana que ondea en el patio del instituto. A Vincent Tran los jóvenes vietnamitas de Cabramatta lo reciben como a un héroe. Todo lo contrario que su propia familia. Su padre lo desprecia. El sentimiento es recíproco porque el padre de Vince tiende a la violencia cuando bebe en exceso.

El centro comercial de Cabramatta (Sydney). Fotografía de Maksym Kozlenko. 
La imagen que quiere transmitir el título es ciertamente hermosa: las palmeras cocoteras dejan caer sus frutos, que con frecuencia cruzan el mar y llegan a lugares lejanos donde echan raíces y crecen. The Coconut Children es por lo tanto la idea de los jóvenes vietnamitas en Australia como el fruto de una importante y enriquecedora diáspora.

La novela tiene muchos altibajos en términos de fluidez narrativa. La forma en que presenta Pham el proceso del paso a la adultez y el despertar sexual de Sonny es más bien melindrosa. La historia habría ganado mucho más interés y valor si hubiera profundizado en las terribles consecuencias que la distribución de heroína tuvo en la zona en esa época. Pham pasa apenas de puntillas por el tema, blanqueando la realidad de la utilización de menores de origen vietnamita por parte de capos sin escrúpulos.

Go, Coconut, float across the waves and take roots elsewhere!
Fotografía de Sarathkumaran Ranganathan.

Sonny sueña con poder salir de Cabramatta algún día e imagina que será Vince quien lo haga. Pham revela un terrible episodio de niñez de la joven Sonny. Tanto ella como Vince han tenido que superar momentos muy duros en sus cortas vidas. Pero ello se debe a motivos diferentes de los que afectaron a las generaciones que huyeron de Vietnam: la madre de Sonny todavía recuerda la peligrosa travesía en barcos atiborrados de gente, que con frecuencia eran atacados por piratas en medio del océano.

La idea que genera The Coconut Children dista en principio de ser ordinaria. El principal problema que tiene la novela, en mi opinión, es el hecho de que Pham escoge adoptar el punto de vista narrativo de una Sonny adolescente, pero es en realidad una mujer adulta la que está contando su historia. El contraste entre los dos puntos de vista es evidente y estridente.

Pudiera ser una historia universal de migración y adaptación a un nuevo entorno sociocultural, pero el sentimentalismo dominante de la Sonny adolescente empaña bastante el efecto total. Pham podría haber invertido más esfuerzos en intentar acercarnos al laberinto identitario en el que vive la segunda generación emigrante y menos en las sensibleras divagaciones e ingenuidades de la niña que se está haciendo mujer. La novela funciona mucho mejor cuando Pham renuncia a esa voz inmadura y trabaja con sus bazas de buena escritora, que sin duda las tiene.

Te dejo la traducción del prólogo de The Coconut Children.

Prólogo: Le dijo la pequeña ola al tsunami...

La luna llena flota en el firmamento nocturno como una catarata. El cielo ha hecho la vista gorda e ignora a la gente de la patera. Pero vosotros lo veis todo, ¿no? Ahí va, una diminuta barca pesquera que lleva a doscientas almas, un exceso de cuerpos suspendidos por encima de apenas una brizna de agua. Es aquí donde se reúnen el mito y la memoria. Donde la Historia viene a soñar despierta, inmortalizada en tinta, pero con la muerte en las mentes.

Él os está llamando: Ông bà tổ tiên. Los ancestros. Aquí está él, sentado bajo una maraña de piernas, brazos y destinos. Mi padre. Vuestro hijo. Le habéis visto crecer, desde que era un chiquillo que se chupaba el dedo pulgar hasta que se volvió un muchacho retador. Lo conocéis muy bien: No os molesta en tu lugar de descanso sin tener sobradas razones. Ha pronunciado vuestros nombres únicamente en sus oraciones, para ofrendar las primeras frutas de la nueva cosecha, pero ahora os convoca porque anoche murió un bebé, demasiado joven para poder entender a qué sabe la leche materna. Suavemente lo dejaron reposar en el mar desde el lado de la embarcación, mientras todos miraban en un aciago silencio, medio esperando que el océano envolviese al muerto recién nacido como si fuese una manta, o que el chiquillo aprendiese a nadar en el último instante.

El silencio es otra suerte de ahogamiento. También hubo piratas, con taimadas sonrisas que abarcan el horizonte entero y unos machetes oxidados por el agua del mar, que os robaron generaciones de oro y a todas las mujeres bonitas. Mirad a vuestro hijo, el heredero de vuestra piel bañada por el sol. Puede que el resto del mundo olvide vuestra muerte, pero él es la única prueba de que alguna vez vivierais.

Ancestros, he oído historias sobre vosotros. Vosotros y yo somos dos clases de espíritus. Mi padre ni siquiera ha imaginado mi llegada. Aún estoy a dos décadas de distancia. Soy una bruma por nacer, una concentración de gotitas de rocío, mil efectos ópticos que todavía no ha punzado la sangre. El vuestro es un cuerpo ligado a la tierra que desobedece a las lápidas. Vuestros desordenados huesos tienen sus propias ideas. Extrañáis los brazos y piernas que os faltan. Vuestra mano os escribe cartas de amor. Vuestro espíritu está impregnado de sufrimiento, bastante como para que os dure hasta la eternidad. Conocéis suficiente a la muerte como para ponerla a hacer otros recados.

¿Le daréis pues una bendición? Lo justo para hacer que la barca se mueva un poco más deprisa. Y quizás un poco de sobra, para que se lo guarde en el bolsillo para su próximo viaje.

Mi padre piensa en las bombas y en las florecillas que están cayendo en todo el mundo. Aquel viejo poema le viene a la cabeza. El que escribió un desgraciado leproso que quería amar a alguien, pero no soportaba que nadie lo mirase.

¿Quién quiere comprar la luna? Yo os la venderé.

Oh, quién fuera joven y muy pobre, y pensar que el mundo te pertenece. Y eso resulta ser casi verdad. 

14 sept 2022

Reseña: Act of Grace, de Anna Krien

 
Anna Krien, Act of Grace (Carlton: Black Inc., 2019) 318 páginas.

El concepto ‘act of grace’ se recoge en la legislación australiana como un pago efectuado a la persona que ha sufrido una pérdida. Incluso en el caso de que no exista obligación legal alguna de que el Estado haga tal pago, se reconoce la responsabilidad (¿moral?) por dicha pérdida. Por ejemplo, por la muerte de civiles en la invasión militar de Iraq, en la que Australia participó tan alegremente.

Act of Grace reúne las historias interconectadas de varios personajes cuyas vidas se entrecruzan muy brevemente de forma fortuita. Tiene un formato ambicioso, en tanto que su estructura no es estrictamente lineal ni novelística.

Por un lado tenemos a Toohey, veterano de la Guerra de Iraq, un hombre violento y brutal, traumatizado por sus experiencias bélicas, y que tiene aterrorizados tanto a su hijo Gerry como a su mujer. Tras un salto en el tiempo, vemos cómo Gerry escapa de la tóxica influencia de su padre y de la negatividad que rodea su vida en Melbourne y durante un viaje por Estados Unidos se alista en un movimiento de protesta contra un oleoducto en Dakota.

Por otro lado está Robbie, una joven indígena australiana cuyo padre, Danny, fue víctima de la llamada Generación Robada. Tras haber sido boxeador en su juventud, Danny está ahora entrando en una fase de grave deterioro por culpa de la demencia. Robbie también enfrenta sus propios problemas de identidad y se debate entre la vida en la gran ciudad y la llamada del desierto, del corazón de Australia.

“La algarabía en el estacionamiento era ensordecedora. Un grupo de sudorosos turistas japoneses descansaban a la sombra de un árbol; otros, en cambio, desfilaban en sus Segways, que runruneaban por el sendero, balanceándose sobre los estrafalarios vehículos. Delante de ella, en la base de Ulurú, había una pequeña puerta de madera. La entrada para el ascenso a la roca. Robbie vio una fila de personas que trepaban por la ladera de la magnífica piedra rojiza, una hilera de hormiguitas portadoras de resplandecientes antenas (cámaras, gafas de sol, teléfonos móviles). Robbie los miró con desagrado y luego desvió su rumbo, tomando el sendero en dirección sur.
A medida que se iba alejando del aparcamiento se permitió ir levantando la vista: la roca le resultaba imponente. Era hermosa, con sus colosales curvas anaranjadas esculpidas como piernas o brazos humanos; el interior de unos muslos tallados por miles de años de viento y lluvia. Bandas de algas negruzcas cubrían los lugares donde corrían los pequeños riachuelos en la roca, las marcas de que habían quedado tras la estación lluviosa. Tenía labios que sobresalían y había lugares arenosos para cobijarse; y los carteles que explicaban dónde se había preparado la comida y dónde se trataban los asuntos del clan, y otras cosas.” (p. 194, mi traducción)

La tercera hebra de esta intrigante madeja es la de Nasim, una mujer iraquí crecida en el seno de una familia artística y acomodada de Bagdad. Su vida parecía estar perfectamente encaminada para convertirse en una talentosa pianista, pero todo se va al traste cuando las cosas empiezan a torcérsele a Saddam. No contentos con el asesinato de sus dos padres, uno de los vástagos de Hussein la viola, la tortura y luego la deja tirada en la calle como si fuera mera basura. Nasim logra sobrevivir gracias a la misericordia de una mujer que la encuentra y la recluta para su negocio: un burdel. Pero la fortuna o el destino le pondrán en las manos la posibilidad (en realidad, ilegítima) de solicitar asilo en Australia.

En Act of Grace Krien aborda con destreza temas importantes y muy candentes en nuestra época. La guerra y los traumas que causa (tanto a quienes son damnificados civiles como a quienes, como actores en la contienda militar, sufren las terribles consecuencias de la violencia que infligen o les infligen; véase, por ejemplo, el caso de The Yellow Birds, de Kevin Powers); la búsqueda de la identidad en una sociedad multicultural no exenta de fuertes fricciones; la masculinidad tóxica y el conflicto generacional que suele darse como resultado de ella. 

Los tres personajes podrían reclamar esa indemnización a la que el título hace referencia. Pero también es el caso que los tres podrían hacerse responsables de actos que merecerían una suerte de resarcimiento hacia otras personas. Toohey respecto a su hijo Gerry; Nasim por el engaño cometido para poder ingresar a una sociedad que no la habría aceptado de saber la verdad sobre ella. Y Robbie por no saber posicionarse dentro la dualidad indígena versus no indígena, pese a ser consciente de las horrorosas circunstancias que cambiaron la vida de su padre para siempre.

Es un libro provocativo, también valiente y ambicioso. Se trata de la primera obra de ficción de Anna Krien, quien ha escrito varios libros de reportaje en torno a cuestiones muy candentes en Australia, tanto medioambientales como sociales.

3 jul 2022

Reseña: Cold Enough for Snow, de Jessica Au

Jessica Au, Cold Enough for Snow (Artarmon: Giramondo, 2022). 98 páginas.

Hay algunos viajes que se hacen para descubrir nada; otros se hacen para redescubrirse a uno mismo. Podría decirse que esa es la premisa principal de Cold enough for snow. En apenas cien páginas, Au construye un relato que utiliza la memoria para avanzar en la narración del momento presente a base de saltos mayoritariamente inconexos. La trama (si se puede utilizar esa palabra) es escasa: Una joven mujer asiática (residente en una ciudad de un país no especificado, aunque sepamos que es Australia) y su madre (de origen hongkonés) viajan a Japón para reconectar mediante unas breves vacaciones otoñales.

El viaje en sí no da mucho de sí: comparten almuerzos y cenas en pequeños restaurantes, acuden a galerías de arte y museos mientras tratan de evitar las lluvias de la temporada. De sus conversaciones, la narradora (la hija) le entrega al lector fragmentos muy cortos; es más llamativo que se expliciten los largos y significativos silencios entre ellas. Si la conversación entre madre e hija gira más en torno a lo cotidiano y es comedida en extremo, de la narración que la hija hace del viaje nos queda su acuciante demanda por conectar con su pasado y sus orígenes.

En todo ello, Au emplea una prosa delicadamente poética, que explota al máximo la observación meticulosa de todo lo que les rodea. En tanto que se sirve de la memoria como recurso narrativo, Au interroga el pasado, tanto el suyo como el de su familia. El lector se familiariza con su educación estrictamente católica y su ingenua torpeza al acceder a la vida universitaria. Si la narradora presenta a la madre como envejecida, insegura y vacilante, ella misma no lo es menos: declara sus dudas respecto a la vida futura con su compañero Laurie, la decisión de ser madre o una salida profesional que le solucione los problemas económicos más acuciantes que afectan a todos.

Cold enough for snow fue galardonada en la edición inaugural del Premio Novel, que convocan y gestionan tres casas editoriales de lengua inglesa en tres continentes. Su función es reconocer una obra literaria que, al tiempo que puede catalogarse como novela, explora y amplía las posibles acepciones del término a través de su forma y sustancia. Es decir, fomenta la innovación y la creatividad novelística.

Mientras conducíamos, Laurie me fue señalando el que fue su instituto de secundaria, la casa de un amigo suyo de la infancia, la desolada pista de atletismo en la que, de niño, había entrenado y competido. Hicimos parada junto a un gran lago, que parecía ser un círculo casi perfecto. Laurie me explicó que el lago lo había formado un cráter, y que nadie sabía lo profundo que era realmente. Lo había cruzado a nado muchas veces cuando era más joven, y una vez él y su primera novia habían tomado prestada la canoa de un amigo y se habían llevado una tienda de campaña para acampar en la otra orilla. (p. 75, mi traducción)
Vista de Lago Eacham. Fotografía de Glpww.

11/02/2023: El llibre acaba d'ésser publicat amb el títol de Prou fred perquè nevi per Més Llibres, amb traducció d'Albert Nolla.

24 feb 2022

Reseña: When One Person Dies the Whole World is Over, de Mandy Ord

Mandy Ord, When One Person Dies The Whole World Is Over (Brow Books, 2019). 376 páginas.
Más que una novela gráfica, When One Person dies the Whole World is Over es un diario gráfico. La autora documenta un año entero desde el 6 de julio de 2018 hasta el 7 de julio de 2019, fecha en la que un mundo entero concluye. Y pese a lo emotivo del deceso al que se refiere el título, la fórmula es excesivamente repetitiva: cada día se le entrega al lector en cuatro viñetas que siguen casi invariablemente la cronología diaria: despertar, trabajar, regresar a casa y relajarse antes de dormir.
Los zombis más peligrosos no son los que vemos en la pequeña pantalla, sino los que pueden arruinarnos la vida a todos con sus votos.

Incluso si uno, en tanto que lector, decide aceptar la parte artística de los dibujos, todo en blanco y negro, la carga prosaica y trivial de una existencia mundana durante un año no termina de enganchar. Si lo que se busca es inducir a la reflexión sobre lo insoportablemente cotidiano de nuestras vidas, el libro ciertamente no lo consigue.

Como cantaba Serrat, Hoy puede ser un gran día.

Conocemos a su pareja, Johdi, al perrito que comparten en su casa en uno de los barrios periféricos del gran Melbourne. Nos acostumbramos a los embotellamientos diarios camino del trabajo, los paseos en los parques cercanos, las series de televisión que se ven en la casa y las reacciones que les producen. El problema es que, con el paso de los meses, lo que vas a encontrarte al pasar la página ya es monótonamente predecible.

Quizás la historia que nos cuenta Ord podría haber incidido mucho más en el oneroso proceso de creación o las enormes dificultades que enfrentan los autores de comics para acceder al mercado y hacer llegar sus producciones al lector.

Hay ocasiones en que una lectura nos toca las fibras. Por ejemplo, Merciless Gods, de Tsiolkas.

El título, por desgracia, es sumamente engañoso. Ni el mundo se acaba, ni se transforma. La vida siguió igual. Mucho más tentadora y atractiva para el lector habría sido una historia que incluyera el infernal verano tóxico que padecimos los australianos a finales de 2019 y principios de 2020, una experiencia vital brutal que nos remató el destino con un cierto virus del que todavía no nos hemos librado.

28 dic 2021

Reseña: My Hundred Lovers, de Susan Johnson

Susan Johnson, My Hundred Lovers (Crows Nest: Allen & Unwin, 2012). 266 páginas.

Si tuvieras que componer una lista de las cien personas, objetos, lugares, comidas, bebidas, entretenimientos (o cualquier otra cosa que quieras incluir) que o bien has amado o te han encantado a lo largo de tu vida, ¿Qué o quiénes entrarían en esa lista? ¿Y a qué edad deberíamos comenzar a recopilar tales inventarios?

Con My Hundred Lovers, la australiana Susan Johnson produce un relato basado en cien adorables aspectos vitales. Con una voz narrativa que varía a lo largo del libro entre la primera y la tercera persona (e incluso en algunos capítulos, la segunda persona en un tono medio acusatorio). No se trata de una autobiografía, aunque haya en el libro muchos puntos que referencien a la vida de esta singular autora.

La protagonista es Deborah, quien está a punto de cumplir los (injustificadamente) temidos cincuenta. La memoria es la herramienta que Deborah emplea para realizar una evocación de sus experiencias sensuales, sexuales desde la adolescencia hasta la más reciente etapa de su vida. No es un relato cronológico: de hecho, ese es un gran acierto antes que una falta.

Al tiempo que transmite elegantemente el temor al inevitable declive físico y mental que acompaña al envejecimiento, Johnson examina no solamente los placeres sexuales de la vida de Deborah, sino también las sensaciones más mundanas de carácter sensual y físico: sabores, sonidos, vistas, o incluso el contacto de nuestro cuerpo con el viento, la lluvia, el barro. Es, en definitiva, la invitación que realiza Deborah/Johnson a celebrar la vida pese a que y/o conforme ésta va enfilándose hacia el día en que dejemos de poder disfrutarlas.

Escrita en cortos capítulos, Johnson escribe con sutileza, alternando entre la franqueza, el erotismo o el lirismo. El efecto es sorprendente, sobre todo porque el punto de vista narrativo cambia de un capítulo al siguiente y cada capítulo renueva la manera en la que Johnson cuenta la historia.

Dejando de lado los elementos menos placenteros de la historia de Deborah (los hay – los años vividos con la madre alcohólica, la ausencia constante del padre, la traición de la hermana, el truncamiento de la relación con su esposo) My Hundred Lovers es un libro que, sin llegar a entusiasmar, encanta por su naturalidad.

Te invito a leer un fragmento de los capítulos 10, 11 y 12, que Susan Johnson decidió juntar en uno solo.

El queso El chocolate ꟷ El croissant

[…]

Nunca podría casarme con algo que no tuviese una boca.

[…]

Desde muy al principio de mis días he tenido affaires con la comida que le da vida a mi cuerpo. Puede que la comida no tenga boca, pero de todos modos es algo animado, creado por la danza del agua, el calor y la luz.

He tenido affaires interminables con los quesos franceses, cremosos y pegajosos, hechos de leche fresca de vaca, que adquieren una vida plena y madura mediante la confluencia del tiempo y el aire. El rico y distintivo olor de un brie de Melun curado se me ha derramado en el interior de la nariz y la boca, haciendo que se inundase de agua y deseo.

Fotografía de Thesupermat
He amado siempre cómo el chocolate con leche se disuelve sobre la lengua, de ese brote de ensueño de una fragancia espesa y sensual que se extiende desde la lengua hasta el paladar hasta encender todos los receptores de placer que hay en el cerebro.

Fotografía de David Wilmot de Wimbledon
Y luego está el croissant. ¡Un objeto tan breve, tan perecedero! Tan lleno de vida y, sin embargo, tan efímero como la más frágil de las mariposas, muerto al final del día, su lozanía acabada a las pocas horas. Le feuilletage, capa sobre capa de hojaldre espoleada por la levadura, fogosa con la mantequilla, estirada y doblada tan cuidadosamente como si se tratase de una carta escrita a mano.

Imagen de SKopp
En el hemisferio norte los croissants tienen una temporada, igual que los espárragos o las cerezas, y la temporada del croissant es breve, desde fines de octubre a principios de noviembre. Después, las cosechas de trigo del verano se mezclan con cosechas más antiguas, y el hojaldre elaborado a partir de trigos mezclados es inferior.

La particular fragancia cálida y gratificante de un buen croissant au berre en plena temporada, preferiblemente si lo comes en una cafetería parisina en un pálido día de otoño, recién salido del horno, caliente y vivo.

[…] El afamado pátissier parisino Pierre Hermé dice que el indicio de un croissant es bueno es que deberías poder oír cómo sufre mientras lo comes. (p. 26-28, mi traducción)

26 dic 2021

Reseña: Benang, de Kim Scott

Kim Scott, Benang: from the Heart (North Fremantle: Fremantle Arts Centre Press, 2009 [1999]. 500 páginas.

Hace nueve años que, en respuesta al comentario de una lectora del blog, dije que tenía este libro en la estantería y que esperaba que llegase el momento de poder leerlo. El momento le llegó a Benang. Por fin.

Publicado por vez primera en 1999, Benang continúa siendo un libro complejo, que supone un reto para sus lectores. Scott lo escribió cuando todavía era un hombre joven (nació en 1957) en una época en la que la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios en Australia progresaba pese a las trabas que los conservadores ponían una y otra vez.

El narrador de Benang avisa al lector desde la primera oración: “Sé que incomodo a la gente y que hago pasar vergüenza incluso a quienes vienen a oírme cantar. Eso, lo lamento, pero no cómo toda la cháchara y las risitas nerviosas se desvanecen cuando me levanto del suelo y, mientras revoloteo en medio del humo de la hoguera, me giro lentamente a examinar ese pequeño círculo del que soy el centro.

Entonces lo sentimos, compartimos el silencio.“ (p. 7, mi traducción)

Es la historia que cuenta Harley, el joven al que trataron de criar como hombre de raza blanca. Con suma destreza, Scott introduce en la narración las narrativas familiares que contradicen el intento de borrado o eliminación de un pasado indígena, de sus orígenes Nyoongar. La novela incluye múltiples fragmentos y extractos de documentos auténticos extraídos de los archivos oficiales, entre ellos los escritos por llamado (la cruel ironía no debe escaparnos a ninguno) el Protector Principal de los Aborígenes, Auber Octavius Neville, arquitecto de la histórica política de asimilación (rayana en la destrucción) cultural, cuya significación palmaria hizo patente Kenneth Branagh en la película Rabbit Proof Fence.

Al yuxtaponer la transcripción literal de los textos históricos con la narración que hace Harley, Scott pone el acento en el racismo institucional de los colonizadores de Australia Occidental. El contraste es descarnado y brutal. En un cuadro impasible en el que entra toda clase de crímenes, atrocidades, humillaciones e indignidades infligidas en los antecesores de Harley, las palabras de los funcionarios gubernamentales hacen incluso más grande esa herida.

Benang se sitúa en la vasta región entre Albany y Esperance, en Australia Occidental. En la fotografía, East Mount Barren y las blanquísimas arenas de Four Mile Beach, en las afueras de Hopetoun.

En una narrativa fragmentada, deliberadamente desorganizada y dispersa, son las experiencias de los ancestros las que cuentan y se cuentan, hasta cerrar el círculo de la historia de la familia que se inicia con la llegada de Sandy, náufrago de un buque dedicado a la caza de focas. Con Fanny tiene tres hijos (Sandy el segundo, Harriette y Dinah) sobre cuyos destinos e historias vitales se construye esta historia de oprobio y supresión.

En la novela, Scott expone la manera en la que el discurso racializado del poder colonial construye estratos de poder y represión cultural, lingüística y económica. A medida que avanza en su narración, Harley va dejando detrás la ira, la confusión y la sensación de pérdida absoluta de identidad para acercarse a un momento de sanación y el reconocimiento de que puede haber un futuro. Después de todo, nos dice Scott, “hay una palabra Nyoongar, que a veces se escribe «benang», que significa mañana. Benang es el mañana.” (p. 464, mi traducción).

Una excelente novela que en su día recibió el Premio Miles Franklin. Muy merecidamente.

30 nov 2021

Reseña: The Tribute, de John Byron

John Byron, The Tribute (South Melbourne: Affirm Press, 2021). 414 páginas.

Andries van Wesel, más conocido por su nombre latinizado, Andreas Vesalius, fue un médico flamenco del siglo XVI. Su más distinguida contribución a la ciencia fue la exhaustiva y completa descripción de la anatomía del ser humano, que condensó en un libro, titulado De humani corporis fabrica libri septem.

'El Maestro', según Porter. Estatua de Vesalius. Fotografía de Manuela Gößnitzer. 
En su excelente debut en el siempre dificil envite de la ficción, el australiano John Byron crea un espeluznante personaje obsesionado con rendir tributo a Vesalius. ¿Cómo? Con sacrificios humanos, utilizando víctimas propicias residentes en la gran conurbación de Sydney. Con cada una de sus víctimas, el cirujano asesino, Stephen Porter, reproduce uno de los capítulos del libro de Vesalius.

Sin embargo, Stephen no es el único criminal de esta novela. No se trata de un thriller al uso: prácticamente desde el principio la identidad del asesino nos es revelada. Cuando la dirección de la investigación va a parar a las manos del detective David Murphy, comienza el desarrollo de una trama excelentemente ideada y construida. Desde su puesto en el centro de asistencia al cliente del banco para el que trabaja, el asesino selecciona a sus víctimas. La policía no logra encontrar hilo alguno que conduzca hacia Porter. Hasta que el propio asesino cometa un error, naturalmente.

Y ese error se produce en unos grandes almacenes cuando una mujer engreída y egoísta se salta la cola de la caja para pagar sus compras. Porter la elige y la mata: ese será su error, porque en los centros comerciales siempre hay cámaras de circuito cerrado.

Para tratar de encontrar pistas que ayuden a la Policía de Nueva Gales del Sur a encontrar y detener al asesino en serie, Murphy recluta a su hermana Jo, académica experta en historia del arte. De hecho, en los primeros compases Jo ha dado una conferencia pública en la Universidad de Sydney, en la que ensalza los méritos de la Fabrica de Vesalius.

La portada de De humani corporis fabrica libri septem
Por medios nada lícitos Murphy identifica al blanco de la investigación policial. Porter logra escapar al cerco. Y es entonces cuando Murphy idea la trampa con la que quiere atraparlo. Y esa trampa implica el sacrificio de su esposa: Sylvia.

La novela despliega una estructura sumamente acertada. Pese a las subtramas que pueblan la narración, el ritmo es ágil. Los saltos en el punto de vista narrativo permiten que cambie constantemente la perspectiva entre el detective Murphy, Jo, Sylvia y el mismo Stephen Porter.

El autor incluye una breve introducción de cada uno de los tomos del libro de Vesalius: ‘Los huesos y los cartílagos’, ‘Los ligamentos y los músculos’, ‘Las venas y las arterias’, ‘Los nervios’, ‘Los órganos de nutrición y reproducción’, ‘El corazón y los órganos relacionados’ y ‘El cerebro’.

Murphy es sin duda el personaje central de la novela. El retrato que dibuja Byron del detective es absolutamente implacable. Un tipo brutal, alcoholizado y pendenciero, con algunos tintes de racismo y propenso violento, además de manipulador y misógino. De hecho, en la nota que sigue a la novela, escribe el autor acerca del verdadero tema de la novela: “la gente que sigue perpetrando las diversas formas de guerra doméstica asimétrica no captan este mensaje – el cual es, para dejarlo meridianamente claro: Que es inaceptable, qué mierdas, y ya es hora de parar, qué hostias. El control coercitivo, el abuso psicológico, el abuso económico, el aislamiento social, los insultos y humillaciones, la falta de respeto, la intimidación, la violación conyugal y la no conyugal, las palizas, los feminicidios: Todo eso tiene que terminar ya, y ha de ser para siempre. […] Con cada vez menos excepciones, nosotros, los hombres, somos los abusadores, nosotros somos los atacantes, nosotros somos los violadores, nosotros somos los asesinos. Esta epidemia no terminará mientras no la detengan los hombres. Y eso depende de nosotros, no de las víctimas. […]

En un libro en el que no faltan pasajes humorísticos – “… Ser poli ya es malo de por sí, pero trabajar en el comercio aplasta la fe que puedas tener en la naturaleza humana. Este es un sector que podría convertir al Dalai Lama en Vlad Țepeș, el Empalador.” (p. 249, mi traducción) – John Byron demuestra su profundo conocimiento del habla coloquial y las jergas en las calles y bares de Sydney. Detrás de este libro hay muchísima investigación, mucho trabajo de campo y un enorme amor por su ciudad natal. The Tribute fue finalista del Premio Literario del Premier de Victoria a manuscritos no publicados. Nada mal para un debut.

Además, encontrar mi nombre en las páginas dedicadas a los agradecimientos ha significado un hermosísimo detalle para mí. ¡Gracias a ti, John!

Wedding Cake Island, Coogee Beach. Fotografía de T. Wykes.

“Desde los altavoces llegaba la melodía surfera de Midnight Oil, ‘Wedding Cake Island’, en una llamada al orden para los nadadores en el extremo norte de la playa de Coogee. La excitada cháchara cesó al tiempo que el sonido de las guitarras se elevaba con la suave brisa otoñal de Sydney; justo entonces, sonó el pistoletazo de salida y se puso en marcha el Festival Anual de Natación de la Playa de Coogee. Jo entró corriendo en el agua, se zambulló por debajo de la ola que rompía en ese momento, reapareció en la superficie y aceleró con rumbo a Nueva Zelanda.

Tras rebasar Wedding Cake Island, pronto tuvo que enfrentar las sacudidas del oleaje en mar abierta al otro lado de las rocas durante unos cien metros, y luego viró hacia el canal entre el islote y la sólida base del promontorio del Sur de Coogee, dejando detrás la marejada. Tras pasar por delante de la Piscina de Señoras, los competidores nadaron en línea paralela a la playa, por detrás de las olas que rompían cerca de la orilla. Jo pisó el acelerador. Adelantó a la mayoría de los participantes, ya cansados, y entonces viró a la izquierda, se enganchó a la ola que llegaba por detrás de ella y que la impulsó hasta la orilla. Exultante y jadeando, cruzó la línea de meta: le ardían las piernas. Había hecho un tiempo un poco por encima de los cuarenta y seis minutos. Su plusmarca.” (p. 1, mi traducción) 

10 ago 2021

Reseña: Collected Short Fiction, de Gerald Murname

Gerald Murnane, Collected Short Fiction (Artarmon: Giramondo, 2018). 471 páginas.
Como mucha otra gente, suelo leer las opiniones que otros y otras escriben acerca de los libros que he leído. No creo que sea tan mala idea comprobar a posteriori si coincido o no en la valoración de un libro en particular. El hecho es que no me sorprendió para nada descubrir que alguien confesase que había abandonado la lectura en la página 139 de este volumen que recoge una buena parte de los relatos breves de Murnane en un periodo que abarca desde 1979 hasta 2002.

La razón de ese abandono es lo de menos, pues cada lector es libre de decidir si quiere seguir o no leyendo lo que tiene entre sus manos. Murnane escribe lo que escribe, mucho más para sí mismo que para sus potenciales lectores. Ahí estriba lo que resulta, a fin de cuentas, sumamente paradójico en la obra de Murnane: el autor escribe de/desde su mundo interior (insiste hasta la saciedad que el “mundo real” no forma parte de su ficción). Su escritura es siempre una propuesta de puente que brinda una entrada mediante la lectura, pero es siempre el autor quien dicta los términos. Quizás citando un fragmento (de ‘Boy Blue’) se entienda lo que quiero decir:

“Esta es una historia acerca de un hombre y su hijo y la madre del hombre. Al hombre recién mencionado se le llamará en esta historia el hombre o el padre; al hijo recién mencionado se le llamará en esta historia el hijo o el hijo del hombre; a la madre recién mencionada se le llamará en esta historia la madre o la madre del hombre. Se mencionarán otros personajes en esta historia, y cada uno de esos personajes se distinguirá de los demás personajes, pero ninguno de los personajes tendrá lo que pudiera considerarse un nombre por parte de cualquier persona que lea u oiga la historia. A toda persona que lea estas palabras u oiga estas palabras leídas en voz alta y desee que los personajes de la historia tuvieran cada uno un nombre se le invita a considerar la siguiente explicación, pero a recordar al mismo tiempo que las palabras de la explicación forman parte de esta historia.

Estoy escribiendo estas palabras en el lugar que muchas personas llaman el mundo real. Casi todas las personas que viven o han vivido en este lugar tiene o ha tenido un nombre. Cada vez que una persona me dice que él o ella prefiere que los personajes de una historia tengan un nombre, supongo que dicha a persona le gusta fingir, cuando está leyendo una historia, que los personajes de la historia están viviendo o han vivido en el lugar donde esa persona está leyendo. Otras personas pueden fingir sea lo que sea que quieran fingir, mas yo no puedo fingir que algún personaje en una historia que yo u otra persona haya escrito sea una persona que vive o ha vivido en el lugar donde me hallo sentado escribiendo estas palabras. Considero que los personajes de las historias, incluida la historia de la cual es parte esta oración, están en el lugar invisible que con frecuencia denomino mi mente. Me gustaría que el lector o el oyente advierta que he escrito la palabra están y no la palabra viven en la oración previa. (de ‘Boy Blue’, p. 284, mi traducción)

Murnane abre por lo tanto una ventana al lector, pero la construye a su manera y es tan estrecha que quien le lee está siempre constreñido por sus condiciones. Su escritura es mera autoficción, en el sentido de que nunca se evade de su propio mundo interior y recalca su intrínseca naturaleza ficcional.

El volumen ayuda, por otro lado, a entender mejor la trayectoria literaria de este singular (e inclasificable) autor australiano. Los temas son recurrentes: resurgen en sus relatos de la misma manera que aparecen en sus novelas: las combinaciones de colores de los jinetes en carreras de caballos que tienen lugar en el hipódromo de su imaginación. Libros cuyo contenido se olvida y reaparece en forma de imagen o sensación de haber creado una imagen en el momento de su lectura. Imágenes de paisajes inventados de lugares nunca visitados o solamente vistos en películas o en sellos filatélicos.

No es fácil explicar cómo es la obra de Murnane a quien no lo haya leído. En el relato titulado “In Far Fields” narra cómo se ve a sí mismo realizando una descripción de su mente a una estudiante en su curso de escritura creativa: “Durante los años mencionados en el primer párrafo de esta obra de ficción, a veces les decía a uno u otro de mis estudiantes en mi despacho que cualquier persona a quien le pagasen por enseñar a otras personas cómo escribir obras de ficción debería poder escribir, en presencia de una o varias de esas otras personas, la totalidad de una obra de ficción nunca escrita previamente y explicar al mismo tiempo qué había supuestamente causado que cada una de las oraciones de la obra fuese escrita tal como había sido escrita. Entonces escribiría una oración en una hoja de papel. Luego le leería la oración en voz alta a mi estudiante. Luego le explicaría a mi estudiante que la oración era el relato de un detalle de una imagen en mi mente. Explicaría además que la imagen no era una imagen que yo hubiera visto recientemente en mi mente por vez primera ni una imagen que yo viese en mi mente a largos intervalos, sino una imagen que veía en mi mente con frecuencia. Explicaría que la imagen de la que yo había comenzado a escribir estaba conectada por medio de fuertes sentimientos a otras imágenes en mi mente.

Entonces pasaría a decirle a mi estudiante que mi mente consistía únicamente de imágenes y sentimientos; que había estudiado mi mente durante muchos años y en ella no había encontrado otra cosa que imágenes y sentimientos; que un diagrama de mi mente semejaría un mapa vasto e intricado de imágenes para sus pequeños pueblos y con sentimientos por las carreteras que cruzan la campiña abundante en pastos que hay entre los pueblos. Cada vez que hubiese visto en mi mente la imagen de la que había comenzado a escribir justo en ese momento, le diría a mi estudiante, había sentido esos fuertes sentimientos que conducen de esa imagen lejana hacia la campiña repleta de pasto de mi mente y hacia otras imágenes, incluso si pudiera no haber visto todavía ninguna de esas otras imágenes. No dudaba, le diría a mi estudiante, que uno tras otro detalle de una tras otra de esas otras imágenes aparecería en mi mente mientras seguía escribiendo acerca de la imagen de la que había comenzado a escribir en la hoja de papel que tenía ante mí.” (‘In Far Fields’, pp. 218-9, mi traducción)

Las carreteras que cruzan la campiña abundante en pastos que hay entre los pueblos. Entrada a Warrugul, Victoria. Fotografía de Mattinbgn.
Todos los relatos que se incluyen en este volumen recopilatorio aparecieron en revistas o volúmenes diversos. Pese a su uniformidad y la recurrencia de motivos en la mayoría de ellos, hay uno que resalta porque difiere de todos los demás: ‘Land Deal’. En apenas cinco páginas y (lo que es inusual en Murnane) en primera persona del plural, Murnane adopta la voz del pueblo indígena que poblaba lo que es hoy en día Melbourne (Bunurong Boon Wurrung y Wurundjeri Woi Wurrung, de la nación Kulin) para narrar el tratado por el que vendieron su tierra a John Batman en 1835:

John Batman. Fotografía de Biatch 

“Ciertamente no teníamos motivos para quejarnos en aquel momento. Los hombres venidos de ultramar explicaron amablemente todos los detalles del contrato antes de que lo firmáramos. Por supuesto, había algunos asuntos menores que debiésemos haber cuestionado. Mas hasta los más avezados de nuestros negociadores se distrajeron al ver el pago que se nos ofrecía.

[…] Habíamos reconocido una correspondencia casi milagrosa entre el acero y el vidrio y la lana y la harina de los extranjeros y esos metales, telas y alimentos sobre los que tan frecuentemente postulábamos y especulábamos, o con los que soñábamos.” (‘Land Deal’, p. 45, mi traducción)

El relato se publicó por primera vez en 1980. Es evidente que, en 2021, por el tema en el que incide la técnica utilizada por Murnane no se sostiene. El mundo ha cambiado mucho desde 1980. Quizás no tanto como quisiéramos, pero no podemos dejar de aspirar a algo mejor.

25 jun 2021

Reseña: Providence, de Max Barry

Max Barry, Providence (Sydney: Hachette Australia, 2020). 306 páginas.

A quien esté un poco familiarizado con la trayectoria de Max Barry no debería extrañarle para nada que la novela más reciente (hay una más nueva, The 22 Murders of Madison May, que está a pocos días de ver la luz de las librerías y el universo digital) es un paso adelante hacia el vacío del universo. ¿Un thriller ambientado en una galaxia lejana? ¿Qué clase de locura es esa?

Pero decir que Providence es una novela de misterio situada en el espacio, en un futuro en el que la humanidad ya ha descubierto la presencia de otra especie extraterrestre, que no solamente es inteligente sino que además es hostil, agresiva y destructiva, sería simplificar y minusvalorar a este autor de Melbourne.

Desde su primera novela, Syrup, Barry se ha distinguido por realizar una sátira feroz en torno a temas muy señalados: sean el capitalismo y sus numerosas faltas (la ya mencionada Syrup o Company), sea la humillación de los valores humanistas a la maquinaria de la guerra o la industria armamentística (Jennifer Government o Lexicon), sea la intrusión desmedida de la tecnología en la vida humana (Machine Man), Barry nos muestra lo muy vulnerables y débiles que somos todos, en tanto que piezas de una mecánica sobre la que no ejercemos ningún poder.

Gilly, Talia, Anders y Jackson son los cuatro tripulantes de la Providence 5, una nueva nave espacial supuestamente invencible. El año podría ser 2100, 2200 o incluso 2300, pero realmente ese dato no importa. Es una nave se puede desplazar a velocidades impensables con la tecnología de la que disponemos hoy en día. Los rincones más distantes y desconocidos del universo están a nuestro alcance.

Una simpática y básicamente inofensiva salamandra. Estas no te arrojan pequeños agujeros negros que te trituran. Fotografía de Petar Milošević.

Siete años antes de la partida de la Providence 5 hubo un encuentro con los salamandras. El relato de ese encuentro es el prólogo de la novela. Fue la nave Coral Beach la que se acercó demasiado a esos seres desconocidos: “los salamandras pueden escupir pequeños balines de plasma de quarks-gluones, que esencialmente son unos diminutos agujeros negros, los cuales a su paso dejan un rastro de materia triturada, porque lo que ocurre cuando tanta gravedad te pasa a centímetros del corazón o a metro y medio de los pies es que las diferentes partes de tu cuerpo experimentan unas fuerzas que son colosalmente diferentes. La tripulación del Coral Beach no lo sabe.” (p. 6, mi traducción)

Lo que no todos los cuatro tripulantes de la Providence 5 saben es que la nave se dirige, se gestiona e incluso se repara ella solita, gracias a un sistema de inteligencia artificial que lo controla absolutamente todo, incluso la decisión de perseguir y atacar al enemigo, analizar los resultados de las batallas y configurar nuevas estrategias de cara a la próxima. ¿Qué hacen entonces esos cuatro humanos a millones de kilómetros de distancia? Figurar: son simplemente actores en lo que es un estratagema mediática planificada para justificar la descomunal inversión de dineros públicos en la maquinaria de guerra más costosa y sofisticada que jamás se haya visto. ¿Te suena de algo?

Tras los primeros meses, se imponen la claustrofobia y el hastío en la odisea de los cuatro escogidos. Pero poco a poco las cosas cambian. A Anders le da por jugar a cosas cada vez más arriesgadas y a desaparecer durante días en el interior de la nave. Ciertos errores en el sistema no tienen sentido y Gilly descubre que la Inteligencia Artificial no es tan infalible. Y para colmo de males, los salamandras demuestran haberse aprendido la lección de la múltiples derrotas y masacres sufridas.

Hay quien está dispuesto a gastarse millonadas para irse de aquí en lugar de tratar de solucionar los numerosos problemas que tenemos.
La campaña de destrucción es narrada de manera desapasionada. El número de enemigos abatidos va a permitirles entrar en el Salón de la Fama, sin duda. Hay ecos transparentes a las ejecuciones que drones y otros medios militares llevan a cabo en nuestro planeta en nombre de la democracia, la justicia, la libertad y otras palabras vacías de significado. No hace falta irse a otra galaxia para sentir la misma náusea.

El punto de vista narrativo alterna de capítulo en capítulo. Eso ayuda a que la novela avance rápido aunque los protagonistas no estén realmente haciendo gran cosa. La atmósfera de suspense se mantiene: el lector sabe que algo va a salir mal. Y naturalmente, algo sale muy mal.

De los cuatro personajes, es Gilly quien más simpatías despierta. Al menos en mi opinión: habrá quien se identifique más con Talia, o incluso (¿Por qué no? Tiene una pizca de psicópata y ha de haber para todos los gustos…) Anders. Sobre Gilligan: “Quería saber por qué estaban en guerra. No en términos generales. Esos ya le habían bastado anteriormente, pero ya no le valían. Quería hallarse en una habitación con la persona que había tomado la decisión, que había dicho «Adelante», e indagar si había habido otras opciones. Porque sí había discrepancias. Había protestas. Había gente que decía que las contratistas como Surplex tenían sus tentáculos metidos en todo Servicios, y manipulaban la percepción del público a favor de la guerra, cuyo propósito había en cierto modo cambiado: de obligar a los salamandras a replegarse del territorio de los humanos a su exterminación como especie; ¿era eso estrictamente necesario? ¿Era adentrarse en la Zona Violeta de hecho la misma guerra que todo el mundo había suscrito tras el desastre de la Coral Beach? Porque en aquel tiempo no había esa Inteligencia Artificial corporativa que se volcara en la construcción de naves espaciales acorazadas, además con el 22% del PIB mundial, y que tomara decisiones que resultaban literalmente excesivamente sofisticadas como para cuestionarlas. Esa parte le parecía sospechosa ahora. Verdaderamente sospechosa.

Sabía lo que estaba sucediendo. Se estaba inventando una ficción reconfortante en la cual era aceptable hablarle al salamandra, porque él, Gilly, no le debía nada a la Humanidad. Aun así, los razonamientos siguieron incrementándose en su cabeza hasta que se sintió furioso. Estaban todos en casa, sanos y salvos y felices, excepto él.” (p. 243, mi traducción)

14 may 2021

Reseña: The Making of Christina, de Meredith Jaffé

Meredith Jaffé, The Making of Christina (Sydney: Pan Macmillan Australia, 2017). 367 páginas.

Christina tiene 45 años y vive con su madre, Rosa, en la pequeña granja tasmana donde creció. “Dos mujeres disecadas que enfrentan un futuro incierto, aferrándose la una a la otra. La verdad llegó como un acto de Dios. Arrasó sus vidas llevándose consigo sus posesiones y experiencias, haciendo añicos sus recuerdos, recordándoles que lo temporal e ilusorio que es el control que se tiene sobre la vida. Tras su paso, queda la culpa. La culpa ha grabado a Christina como un tatuaje, ha dejado cicatrices y costras del sarpullido que apareció al saberla por vez primera, y que nunca la ha dejado. Una especie de llaga en braille marcada en la piel que narra su historia. La verdad no fija nada. Para empezar, no le ha devuelto a Bianca.” (p. 1, mi traducción)

Bianca es la hija de Christina. Faltan 4 semanas para la Navidad. Bianca ha pasado el último año en el extranjero, como maestra de inglés, o huyendo quizás de esa historia. El abuelo Massimo murió poco tiempo después de que se supiera la verdad que ha marcado a estas mujeres de tres generaciones de una misma familia de inmigrantes italianos en Australia.

Jaffé nos cuenta esa verdad en capítulos que alternan el pasado con ese presente inmediatamente anterior al posible regreso de Bianca a Tasmania que tanto desea Christina. ¿Cuál es esa verdad?

Unos diez años antes, Christina consigue un suculento contrato para la empresa en la que está empleada: la renovación de la casa de Jackson Plummer, adinerado hombre de negocios de Sydney. Cuando él la invita a almorzar y posteriormente se la lleva a la cama, Christina se cree afortunada. Se divorció del padre de Bianca y siente que la soledad le estaba corroyendo y vaciando el espíritu.

Se inicia pues una intensa relación, aunque Jackson nunca menciona la posibilidad de romper con su esposa. Por eso la sorpresa es mayúscula cuando, tras uno de sus viajes de lujo, Jackson le propone que busque una casa al oeste de Sydney, cerca de las Montañas Azules, donde vivirán los tres como una familia.

Dicho y hecho: hay una enorme casa vacía en mitad de una zona remota al norte de las Montañas Azules. Un lugar aislado y aparentemente seguro, que en su momento perteneció a un artista mediocre que cayó en desgracia. Christina pone todo su empeño (y ahorros) en recuperar la casa y conseguir reconocimiento del lugar como patrimonio histórico-artístico. ¿Quizás todo ese empeño y atención los haya estado prestando en exceso o, peor aún, en detrimento de su hija?

En la composición de esta novela la autora optó por no adoptar la estructura de un thriller: no hay misterio que resolver, sino un crimen que castigar y una culpa que asumir y arrastrar. Ya desde el principio se explicita que Plummer no resultó ser trigo limpio: su crimen es abominable y pagará por ello.

Es Bianca quien decide revelar al mundo lo que ha estado ocurriendo a espaldas de Christina. Que la madre no sea cómplice no quita que dejara de velar por la seguridad de su hija adolescente. Christina será objeto del juicio negativo de todos: de la doctora que examina a Bianca; de la compañera de cuarto de Bianca en el colegio donde estudia internada durante la semana; de la inspectora de policía que llevará el caso.

También Rosa, la abuela emigrada, le confiesa a Christina la verdadera razón por la que ella y Massimo salieron de su pueblo y emigraron a Australia. El mal habita en todas partes y tiene forma de hombre.

Christina no puede seguir sentada. Recorre las sendas de gravilla de la rosaleda dando tumbos de aquí para allá, en un estado de agitación. El Disparate de Rosa, un tributo floral a todo lo que perdieron. La muerte y la destrucción, reemplazadas por un derroche de colores y olores que impregnan el aire. Pero Christina no puede dejar de preguntarse si el dolor de su madre sigue vivo. Si es posible alguna vez alcanzar un punto en el que el pasado cobre sentido. Rosa y Massimo crearon una distancia física respecto a su pasado y el tiempo había hecho el resto, pero ¿había cicatrizado la herida? Christina reflexiona sobre la contundencia de su madre y el pozo profundo de la bondad de su padre. No tiene ni idea de cómo eran antes de que aquellos sucesos cambiasen sus vidas. Dice el proverbio que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero Christina no está tan segura de que sea cierto. (p. 263, mi traducción). Fotografía de kisaragitsuan.

The Making of Christina es una narración muy trabajada: los cabos están bien atados y aporta un desenlace que uno podría caracterizar como lógico, aunque predeciblemente feliz. Falla un poco el ritmo narrativo en el nudo de la novela: no me queda claro que la historia en torno al pintor Rivers y las maldades que pudo o no haber cometido en la casa debiera haber ocupado tanto espacio en la novela.

En realidad, si la autora hubiese optado por transformar la trama en un misterio, la obra habría perdido buena parte de la fuerza que posee. Es un buen relato que muestra hasta qué punto una persona puede no conocer a fondo a alguien con quien ha vivido mucho tiempo y a quien ha confiado la seguridad y el cuidado de sus propios hijos.

2 abr 2021

Reseña: The Plains, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, The Plains (Melbourne: Text, 2017 [1982]). 174 páginas.

Publicada por primera vez en 1982, The Plains está en la línea de los otro cuatro libros de Murnane que he leído hasta la fecha (Tamarisk Row, Barley Patch, Invisible Yet Enduing Lilacs y A Lifetime On Clouds), un autor ciertamente idiosincrático y excepcional.

Un joven con aspiraciones creativas o artísticas llega a un pequeño pueblo de las llanuras del interior de Australia. Después de unos días o semanas (no termina de quedarme muy claro cuánto tiempo, ni si tal plazo es algo relevante) consigue que un terrateniente lo contrate para llevar a cabo su proyecto cinematográfico.

Su propósito es, según dice, estudiar las creencias, los comportamientos, sueños y cultura de las personas que habitan esas llanuras. Pero la narración que produce el cineasta es en realidad una especie de elucubración sobre la posibilidad de que un estudio tal pudiera ser factible, y que sirviera de algo

Los personajes no tienen nombre. El narrador no tiene nombre. Los lugares no tienen nombre. Es una manera de hacerlos incognoscibles y mantener un aura de misterio sobre todos ellos, por supuesto. Pero es también una curiosa estrategia narrativa: el autor logra ocultarse en y de la narración misma.

En The Plains no hay apenas una trama. Además, la falta de referenciación de los personajes que apenas se vislumbran convierte el libro en algo mítico: es una suerte de laberinto del que el lector sale prácticamente tan desconcertado como había entrado, mas le queda la sensación de haber intuido algo singular, poético, muy elaborado. Murnane dijo de sí mismo en una entrevista escrita que “Mis oraciones son las mejor formadas de todas las oraciones escritas por un escritor de ficción en lengua inglesa” hasta ese momento.

Sin embargo, también cabría especular con la posibilidad de otra lectura: que todo en The Plains es un juego, un envite completamente paradójico a costa del narrador protagonista primeramente, y en última instancia, también del lector. La figura del explorador perdido en el estéril interior de Australia ha dado pie a numerosas ficciones (la mejor, en mi opinión, es Voss, de Patrick White). Las llanuras que nos propone explorar Murnane son “una tierra plana a mi alrededor que parecía más y más un lugar que solamente yo podía interpretar.” (p. 3)

Una llanura como cualquier otra de las muchas que hay en Australia. Red Rock. Fotografía de Peterdownunder 
El libro concluye con el cineasta declarando su renuncia a producir la película que había ideado. En cierto modo, es la guinda con que Murnane adorna un texto opaco por su deliberada falta de definición, de referenciación. Las diversiones intertextuales son autorreferenciales: no van a ninguna parte. Si aceptas entrar en este laberinto, parece proponer el autor, los guiños y reflejos no te van a ayudar a encontrar un camino. ¿Para qué quieres una salida de esto, en cualquier caso? Disfruta del caos:

Antes de guardar los libros y los papeles que estaban en el escritorio en la maleta, marqué una carpeta con un rótulo que decía: ÚLTIMOS PENSAMIENTOS ANTES DE COMENZAR EL GUIÓN PROPIAMENTE DICHO. Después, en una hoja limpia dentro de la carpeta, escribí lo siguiente:

“En todas las semanas desde que arribé aquí solamente me he asomado a mirar desde el balcón dos veces. Habría sido algo sencillo explorar esas llanuras que empiezan al final de casi todas las calles de este pueblo. ¿Pero cómo hubiera podido poseerlas del modo que siempre he querido poseer un terreno en las llanuras?

Esta noche me colocaré por fin a la vista de sus llanuras. Empiezan ya por fin a revelárseme las primeras escenas de la película, El interior. Ahora solamente me queda poner mis notas en orden y escribirlo.

Mas vuelve una vieja duda. ¿Hay alguna llanura en alguna parte que pudiera representarse mediante una sencilla imagen? ¿Qué palabras, qué cámara, podría revelar las llanuras dentro de las llanuras de las que tan frecuentemente he oído hablar en estas últimas semanas?

La vista desde el balcón -ahora, igual que un nativo de las llanuras, ya no veo una tierra sólida sino una calima oscilante que oculta una cierta mansión en cuya poco iluminada biblioteca una joven mujer mira fijamente la imagen de otra joven mujer que se sienta leyendo un libro que le hace pensar en alguna llanura que está ahora fuera del campo de visión.

Sospecho que, estando en estados de ánimo así, todos los hombres pueden viajar hacia el corazón de alguna remota llanura privada. ¿Puedo siquiera hacerles una descripción a los demás de los pocos cientos de millas que atravesé para alcanzar este pueblo? Y aun así, ¿Por qué tratar de mostrarlas como tierra y pastos cuando alguien a mucha distancia pudiera verlas ahora como solamente una señal de algo, sea lo que sea que esté a punto de descubrir?

Y a estas horas, su padre le habrá dicho que estoy en camino hacia ella. (pp. 82-83, mi traducción)

The Plains está disponible en castellano (en traducción de Carles Andreu) y en català (amb traducció a càrrec de Marta Hernández i Pibernat), ambas publicadas por Minúscula. 

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