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28 ago 2020

Reseña: La pasión de Brahms, de Elizabeth Subercaseaux

Elizabeth Subercaseaux, La pasión de Brahms (Santiago: Sudamericana, 2016). 342 páginas.
La pasión de Brahms ficcionaliza los últimos días de la vida del compositor alemán en Viena, y mediante el uso de dos narraciones complementarias: una en forma de diario confesional en primera persona, en la que Brahms rememora su vida al tiempo que se enzarza con su ama de llaves en banales discusiones. La otra está elaborada a base de episodios históricos narrados en tercera persona, desde el nacimiento de Brahms en Hamburgo hasta la despedida del compositor del público en marzo de 1897. Un mes después moría a los 63 años.
Johannes Brahms. Fritz Luckhardt - Friedrich Nicolas Manskopf Portrait Collection, Biblioteca de la Johann Wolfgang Goethe University (Frankfurt am Main)
No me cabe duda de que la autora ha realizado una exhaustiva investigación sobre la vida de Brahms. De hecho, la narración está salpicada de cartas y misivas, tanto de Brahms como de otras personas que jugaron un papel decisivo en su vida. Son evidentemente ficciones creadas a partir de los datos existentes sobre la vida del músico, pero en los diálogos los personajes rara vez cobran vida en la imaginación del lector.

La vida de Brahms pica ciertamente nuestro interés y curiosidad. Subercaseaux opta por situar a la familia en un barrio muy humilde de Hamburgo, e insiste repetidamente en describir su infancia como la de un niño necesitado, que se veía obligado a acompañar a su padre a tabernas, donde tocaba para ganarse unas monedas. Algunos historiadores, sin embargo, disputan el dato de que los Brahms pasaran por tan graves carencias económicas.

La novela sí aborda la controversia entre las dos tendencias musicales de la época, y la pericia que era necesaria para no crearse enemigos. Destaca la anécdota (no está probado que sea cierta) del desaire que el joven Brahms le hizo a Franz Liszt, dormitando en medio de una interpretación del maestro húngaro.

Subercaseaux, no obstante, centra mucho más su atención como autora en la vida emocional de Brahms, y su gran pasión por Clara, la mujer de Robert Schumann, gran intérprete de piano. Uno de los momentos más genuinos se da en el entierro de Clara, justo al comienzo de la novela, y en él se manifiesta el dolor de Brahms ante la pérdida de la mujer a la que más amó en su vida: “El temor a perderte y que el mundo siguiera existiendo sin ti me ha perseguido toda la vida. ¿Cuántas veces me habré preguntado qué haría el día en que no estuvieras en ninguna parte y yo no pudiera verte ni hablarte ni escribirte una carta? La respuesta fue siempre «mejor morir».” (p. 10) Lo decepcionante es que el nivel de esas primeras páginas no se mantiene en el resto de la obra.

La pasión de Brahms, Clara Schumann. Imagen de Elliott & Fry. 
Sin duda es a través de la música como mejor se expresaba el compositor, y es por suerte algo que los que seguimos vivos podemos reconocer y disfrutar. En un artículo para The New Yorker, ‘Grieving with Brahms’, el crítico musical Alex Ross decía en abril de este año de la música de Brahms: “Hay en su obra una enorme tristeza, y sin embargo es una tristeza que resplandece en su comprensión, que alivia la pesadumbre al compartir la suya propia. Es como si su música, en una extraña manera, te escuchase a ti, incluso cuando tú la escuchas. En un tiempo en el que un número anormalmente grande de gente está sintiendo lo que es estar de duelo, yo recomiendo a Brahms, como guía y confidente.” (mi traducción)

La primera novela de Subercaseaux que leo me ha dejado un tanto frío. Cuando uno se acostumbra a leer novela histórica con magníficos ejemplares como Wolf Hall de HilaryMantel, por poner un ejemplo, de verdad que esto te defrauda una pizca. Hay asimismo frecuentes faltas ortográficas en esta edición, incluso gazapos sintácticos de bulto, como este: “Yo había empezado a escribir Un réquiem alemán un par de años antes de la muerte de mi madre. En esa hora que estuve a solas junto a su cuerpo disminuido entendí que sería mi obra para ella y para el maestro Schumann. Se los dije en silencio.” (pág. 306)

Adagio, segundo movimiento del Quinteto para clarinete de Brahms, Opus 115.
Jerusalem String Quartet
Sharon Kam, clarinete.
Conciertpo en la Schubertiade del 27 de abril de 2013.

Me quedo con la música. Sublime.

31 ago 2019

Reseña: Yo mi hermano, de Juan Mihovilovich

Juan Mihovilovich, Yo mi hermano (Santiago: LOM ediciones, 2015). 129 páginas.
Son pocas las obras literarias que hacen de la esquizofrenia una propuesta narrativa o incluso estética. En el caso de este libro del chileno Mihovilovich, Yo mi hermano, al lector la escritura se le aparece como un doble monólogo, dos voces de un mismo narrador que a ratos interroga, a ratos apela y a ratos maldice a su otro yo, representado por "su hermano".

Ya desde el principio el narrador avisa de que la voz de ese hermano va a tratar de suplantarlo. Tanto es así que hacia el final de la novela pareciera que esa voz impostora se haya adueñado del relato, y puede que Mihovilovich (juez nacido en Punta Arenas) se deleite en la confusión del lector.
Punta Arenas, Chile. Fotografía de Penarc.
El hermano protagonista, aparentemente recluido en una casa a la que casi nadie viene, rememora su niñez y las muchas desdichas que su hermano mayor le infligió. Por ejemplo, el recuerdo de cómo el hermano mayor lo empujó al río helado cerca de la casa con una sonrisa cruel y desalmada. En otro episodio el narrador relata el día en que el hermano le saca el ojo al hijo de unos vecinos. Con la narración de muchos otros incidentes familiares y alguna que otra colorida descripción de la larguísima convivencia fraterna, el hermano menor va construyendo la leyenda negra del hermano mayor, ribeteada de un odio extremo.

Yo mi hermano es un libro atípico, no solamente por su estructura narrativa. Cada capítulo cuenta con dos partes, en la que la segunda es un paréntesis contrapuesto a la primera. No hay nombre alguno, y cuando hay que nombrar a algún personaje, Mihovilovich opta por utilizar la inicial: “¿Cómo supe que habías embarazado a C.? Te preocupa, ¿no es cierto? […] Es claro, tus problemas no son de peso, sino de conciencia. Haber preñado a C. no tendría mayor significación a menos que hubieras querido desembarazarte – qué término tan apropiado – del ser que ayudaste a gestar.” (p. 29)

La locura, parece querer decirnos Yo mi hermano, nace del dolor, de la crueldad del abandono, de la rivalidad ilimitada, de la vileza y la bajeza con que los monstruos justifican sus acciones y la indiferencia con que culminan aquellas. La contraposición de las dos voces narrativas crea un eco rico en matices, pero que no termina de tener una posibilidad de resolución final. A fin de cuentas, la realidad nunca es una, sino la suma de las percepciones de muchos de eso que creemos realidad.

Un libro que podría resultar perturbador para muchos por lo que tiene de feroz disputa de la identidad propia, con ecos bíblicos. Si Kafka sugería que “El escritor que no escribe no deja de ser un monstruo que coquetea con la locura”, también hay escritores que, al escribir, pareciera que coquetean con una especie de enajenación.

14 may 2018

Reseña: No hay que mirar a los muertos, de Mauricio Electorat

Mauricio Electorat, No hay que mirar a los muertos (Santiago: Tajamar, 2015). 151 páginas.

Milan Petrovic, escritor de origen chileno de novela negra en francés, ha de regresar a Santiago debido a que su padre sufre un proceso canceroso terminal. La relación del escritor con su país de origen es inestable en el mejor de los casos: “Todos pobres, mucho mejor, todos cagados…pero felices, guiados por Dios… ¿Y cuando se acabe? Nos vamos también. Nos asilamos en Argentina, en el Perú, en Nueva Zelandia y le regalamos esta cagada de país a los bolivianos… La Chili: le nouveau radeau de la Méduse, la balsa de la Medusa, un país todo tirillento, flotando, pide asilo, chilean [sic] boat people… (p. 28).

"Estoy sentado en un sillón de escay o cuerina o cómo [sic] se llame, un sillón muy ancho y bajo, junto a una ventana. Afuera, lo primero que veo: la cordillera de Los Andes, imponente masa gris jaspeada de blanco en las cumbres. Se me había olvidado lo majestuosa que es. Mi madre decía: es lo único que vale la pena en este país." (p. 16)
Su retorno a Chile también le lleva a reencontrarse con su hermano Vladimir, que vive con cierta opulencia, y la hermana gemela de éste, María. Dos polos opuestos del Chile post-Pinochet. A los 18 años, María regresó desde el exilio en Francia junto con su novio para unirse a la lucha contra el dictador. El novio, Fernando, fue eliminado por el régimen y María se vio reducida a la pobreza y desde entonces vive ejerciendo la prostitución.

Pero para Milan lo más difícil de reconciliar en su regreso a Chile son sus propios demonios. Los recuerdos de su detención por los carabineros y los malos tratos y torturas a que es sometido. El recuerdo imborrable de cómo un tío suyo, Waldo, hombre del régimen pinochetista, le salva la vida, pero ¿a cambio de algo inconfesable?

Narrada completamente en presente y en primera persona, Electorat alterna capítulos de mera narración con otros en los que introduce diálogos que reproducen el habla chilena. Y en el comienzo del libro esto funciona, e incluso engancha al lector, como cuando Milan llama por teléfono para contratar la visita de una chica de alterne llamada Ornella a su habitación del aparta-hotel; Ornella resulta ser su hermana María.

"Santiago es eterno, la vida es demasiado larga y uno, un pobre macaco repetitivo. En la Alameda tomo otro taxi. Me deja frente a las oficinas de Hertz, en la Costanera. Alquilo un Opel Corsa por una semana, renovable. Santiago es una ciudad imposible sin auto." (p. 29)
Sin embargo, y esto es algo muy de lamentar, todo el conjunto se desmorona hacia el final del libro. La técnica narrativa del presente no funciona para el Milan desquiciado y alucinado que regresa a París, acompañado de sus fantasmas, demonios interiores y visiones que le obsesionan. Electorat tenía muchas otras opciones para crear un relato más verosímil y efectivo, manteniendo el mismo desenlace. El resultado es una novela un tanto fallida, demasiado breve para lo que podía haber sido y que no cuaja el potencial que la historia de Milan Petrovic le ofrecía.

En mi opinión, lo mejor de No hay que mirar a los muertos es el inteligente juego que se establece entre poesía y narración. Así, mientras Milan acompaña a su padre moribundo con vasitos de pisco, le va leyendo sus poemas favoritos. Figura por supuesto Neruda, pero también Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Armando Rubio. No habría estado de más incluir un apéndice o un listado de los poemas citados y sus autores. Por lo demás, la edición de Tajamar contiene algunas erratas de bulto (“Nos sabíamos todos la fracesita de memoria” (p. 12).

Pucha, qué pena, con lo buena que podría haber sido…

24 jul 2017

Reseña: El cuarto mundo, de Diamela Eltit

Diamela Eltit, El cuarto mundo (Santiago: Seix Barral, 2011 [1988]. 152 páginas.
Pocas veces me he enfrentado a un texto que, de entrada, me haya parecido tan deliberadamente opaco para su interpretación como esta breve novela de la chilena Diamela Eltit, publicada por primera vez en 1988. Digo de entrada, porque conforme uno avanza en su lectura, los elementos que conforman el significado, las metáforas escondidas tras las palabras, se vuelven más evidentes, y dada su brevedad el lector progresa rápidamente hasta la conclusión (quizás un término más apto que desenlace).

Lo que no debería extrañarnos es que, dada la fecha en que la escribió, Eltit tratase de imbuir de simbolismo el lenguaje de una novela que le habría granjeado más de un problema con el régimen de Pinochet. Tras la extrañeza inicial que produce, uno no deja de admirarse de los portentosos amagos, fintas y subterfugios que emplea la autora para decir lo que dice, sin hacerlo explícitamente. Tiene su mérito.

El cuarto mundo comienza con la gestación del narrador, y la gestación de su hermana melliza al día siguiente. Desde ese momento los dos cohabitan y a un tiempo compiten por el espacio vital. Su vida, no obstante, es descrita como algo caótico, siempre enfrentada a peligros exteriores. El narrador habla de la casa como refugio, aunque también los enfrentamientos y preferencias de la figura del padre y la de la madre pueden suponerles riesgos o situaciones de velada amenaza.

Pronto los mellizos empiezan a intercambiar roles, y para confundirlos todavía más, la madre menciona durante el bautizo que el varón se asemeja a la hembra: “Mi madre, solapadamente, me miró y dijo que yo era igual a María Chipia, que yo era ella” (p. 32). Poco después, la paz llega al domicilio familiar: “Su encuentro con el amor materno fue la primera experiencia real que tuvo, y la encandiló como a una adolescente alucinada por el poder de los sentidos. Plena en su estado, se volcó a nosotros, amparándonos del peligroso afuera.” (p. 32)

La cosa cambia radicalmente cuando nace la hermana pequeña, a la que los padres bautizan como María de Alava. Ella pasa a ser la favorita: “Sin dolor fuimos testigos de su preferencia por ella y asistimos a su constante proteccionismo.” (p. 55)

En sus andanzas por la ciudad, el joven tiene contactos con “jóvenes sudacas”, que son sin embargo personajes extraños y hostiles cuyo idioma no entiende; el narrador cuenta su primera experiencia “genital” en las callejas, aunque unos meses después es “atacado brutalmente por una horda de jóvenes sudacas furibundos” (p. 90). La vida en la casa sigue confusamente amenazada, la relación entre el padre y la madre se deteriora, pero la mayor amenaza la constituye “la nación más famosa y poderosa del mundo”.

El cuarto mundo está dividida en dos partes. La primera, ‘Será irrevocable la derrota’ es la que narra en primera persona el hermano, y concluye con su aceptación de “depositar la confesión en [su] hermana melliza”. Es en la segunda parte, ‘Tengo la mano terriblemente agarrotada’, donde la hermana melliza relata que su hermano ha adoptado oficialmente el nombre de María Chipia y se ha travestido. El tono y el estilo de esta segunda parte son muy diferentes: es ahora un texto mucho más mordaz, y el blanco de la parodia es la pervivencia de formulaciones patriarcales, machistas y ultraconservadoras de los sexos y de la noción de familia.

Mural "Los Prisioneros", en el Museo a cielo abierto (San Miguel, Santiago) Fotografía: Josedm.
Esta es, a grandes rasgos, mi lectura de este libro, el cual me ha resultado ser intencionadamente indeterminado en sus objetivos. Un libro difícil, no por su lenguaje sino por la falta de pistas. Eltit no dota el texto de demasiados indicios o insinuaciones interpretativas, por lo que el lector queda en un limbo en el que no es fácil progresar. En la lectura han quedado remarcados temas importantes, como el incesto, la violencia sexual, la marginación social de las clases populares chilenas… Todo está (o parece estarlo) sugerido, pero a El cuarto mundo hay que sacarle el sentido con mucho esfuerzo, y quizás una profunda relectura.

25 mar 2017

Reseña: No ficción, de Alberto Fuguet

Alberto Fuguet, No ficción (Santiago de Chile: Penguin Random House, 2015). 174 páginas.
La carne es débil, dice el viejo dicho tan popular. Pero más débil puede llegar a ser la calidad de una obra literaria construida sobre una premisa enormemente forzada, poco madurada y pobremente ejecutada. El resultado, como en el caso de No ficción, será inevitablemente decepcionante.

Dos amigos chilenos, dos hueones: Alex y Renzo. Alex es escritor y cineasta, y ha llegado a saborear las mieles del éxito. Renzo es el perdedor, el dañado, el que ha vivido a la sombra (y de los favores) de su amigo. Después de muchos años, Alex visita a Renzo en su departamento “monoambiental” del centro de Santiago de Chile una tarde de estío.

Quienes eran muy buenos amigos están ahora enfrentados. Alex quiere tratar de entender qué demonios pasó para que una amistad tan buena se fuera al garete. Alex quería consumar la amistad con Renzo con algo más que abrazos, pero Renzo se negó y de ahí surgió el conflicto y la ruptura. Pero de la lectura de esta ¿novela? (174 páginas de diálogo con muchas líneas ocupadas por los consabidos puntos suspensivos del silencio no le otorgan realmente la talla) deja en claro que ninguno de los dos personajes (no hay otros) sabe a ciencia cierta en qué consistía su relación. Escribir un libro sobre la base de ese desconocimiento entraña muchos riesgos.

Me apuesto un brazo que Renzo y Alex no pusieron un candado en el famoso puente de los candados en Providencia...
El diálogo es reiterativo y circular. Y el hecho de que Alex y Renzo se mamen una botella (¿o son dos? Caray, perdí la cuenta) de whiskey no podría justificar tanta repetición y circularidad en una obra literaria que se precie. Para realities, la TV, gracias. ¡Es tan fácil desconectarla!

Quizás lo único que pudiera salvarse de este librito de Fuguet es el habla de un cierto sector de la población santiaguina, que recoge el escritor con bastante fidelidad. Dentro de unos cincuenta años, imagino, capaz que constituya un legado lingüístico que se estudie con lupa. O no.

Lo dicho. Una idea no sirve para construir una novela si los otros recursos narrativos son tan escasos (dos personajes sin enjundia y frases y silencios repetidos hasta el aburrimiento). Aunque ya se la compré, señor Fuguet, no se la compro. ¿Cachai?

22 jun 2014

Reseña: Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes (Barcelona: Anagrama, 1998). 609 páginas.

He olvidado la primera vez que oí o leí el nombre de Roberto Bolaño. Probablemente no sea un detalle importante, pero sí puede ser de alguna manera significativo el hecho de que fuera 2666, su gran obra póstuma (la cual no está nada claro que Bolaño tuviera en mente publicarla como un solo volumen), la primera de sus obras que leí. Es ahora, en 2014, que he concluido la lectura de Los detectives salvajes, prácticamente 17 años después de su aparición. Entre 2666 y Los detectives salvajes han pasado por mis manos (quizá uno debiera ya empezar a subrayar ese nimio dato de las manos, en tanto que denota la presencia física de un libro de papel) unos cuantos títulos más – pero no he agotado todavía mi filón bolañesco o bolañiano (que yo sepa, ninguno de los adjetivos ha cobrado estatus oficial).

De hecho, cuando me sobre tiempo (si es que alguna vez me sobra eso que hemos dado en llamar tiempo) y haya completado mis lecturas de Bolaño, tengo la esperanza (¿o la absurda ambición del lector empedernido o empecinado en hacer algo que pudiera considerarse, de alguna manera, casi heroico?) de releer su ouvre, pero tal y como la han vertido al inglés sus diversos traductores: Chris Andrews, Natasha Wimmer y Laura Healy.

Estoy seguro de que no soy el primero en observar la coincidencia de que Bolaño y DF Wallace estuvieran a fines del siglo XX escribiendo novelas que se proponían demoler la noción convencional de la novela. Lo que no me creo es que hubiera vasos comunicantes entre ellos. Ni el inglés de Bolaño podía ser tan bueno como para leer y comprender Infinite Jest (1996) en su versión original, ni el chileno se había hecho todavía un nombre en los Estados Unidos. De hecho, la fama en las tierras del sueño americano le llegó (por decirlo de alguna manera) cuando ya estaba criando malvas.

De Los detectives salvajes un lector podría aseverar que es una novela detectivesca cuya trama sigue a un par de extravagantes y desquiciados poetas por medio mundo, y no estaría tan desencaminado. Sin embargo, otro podría muy bien responderle al anterior que es una (gran, estupenda, novedosa) novela sobre el final de la poesía, novela a la que Bolaño impone una estructura que en cierto modo (y solo en cierto modo) recuerda a las novelas de detectives. Lo más llamativo de la búsqueda que emprenden una Nochevieja de 1975 los poetas viscerrealistas Belano y Lima en el norte de México es que la poesía real visceralista brilla por su ausencia en Los detectives salvajes. Se habla mucho de poesía, pero ésta no aparece por ninguna parte. Cesárea Tinajero pudiera muy bien ser una excusa para que dos locos tomen prestado el auto de un catalán chiflado radicado en el DF y se pierdan en compañía de una joven prostituta que huye de su padrote y un joven ingenuo muy enamoradizo y algo de aventurero.

Habrán de pasar todavía muchos años para que, con la suficiente distancia académica y emocional, se pueda proceder a evaluar el innegable valor de la aportación de Bolaño a la literatura universal (no solamente a la de lengua española, como se ha visto en los últimos cinco años – aparecen ya reconocimientos públicos de la poderosísima influencia de sus novelas en nuevos autores, como el caso de Rachel Kushner y su novela The Flamethrowers).

He disfrutado mucho de la lectura de Los detectives salvajes, aunque puede que no me haya sentido tan deslumbrado como me ocurrió con la lectura de 2666, allá por 2007, mucho antes de que me decidiera a crear un blog sobre literatura. Como en el caso de La pista de hielo, es impresionante el juego de voces que aparecen en la segunda parte de la novela, la cual constituye el grueso del libro, recogiendo además del testimonio de numerosísimos testigos de las vicisitudes de los dos poetas protagonistas, Ulises Lima y Arturo Belano, innumerables disquisiciones sobre literatura y poesía. Al igual que David Foster Wallace, Bolaño era un soberbio lector: quien quiera dedicar tiempo a buscar el significado de muchos vocablos que aparecen en algunas de esas conversaciones, o más datos sobre los cientos de autores que aparecen nombrados, tenga por seguro que va a necesitar muchas horas.


Son naturalmente interesantes los guiños al lector que crea ese vasto juego de muchas voces narrativas: las contradicciones que se le presentan al lector entre unos y otros testimonios, por ejemplo, o el mismo contraste de sus registros. Una verdadera proeza literaria en una novela que nos recuerda que, a fin de cuentas, todo lo que importa en literatura no es otra cosa que la propia literatura, si bien Bolaño lo hace en Los detectives salvajes de una manera harto alejada de lo convencionalmente literario. Y aunque solo fuera por eso, le quedaremos por siempre agradecidos sus lectores.

5 abr 2013

Reseña: La vida doble, de Arturo Fontaine


Arturo Fontaine, La vida doble (Barcelona: Tusquets, 2010). 302 páginas.

Uno de los recuerdos imborrables que conservo de mi breve estancia en Santiago de Chile, ahora hace veinte años (dato que revela que uno ya no es joven), es el del estruendo de una explosión. Corría el año 1993 y en Chile había democracia (como suele decirse, vigilada). Pero la lucha armada de grupos o grupúsculos revolucionarios persistía – los apagones en la capital santiaguina, según me relataban muchos chilenos, eran habituales, y muchos de ellos los provocaban los atentados de facciones que no aceptaban la entente cordial de la transición desde el régimen militar que había transado la clase política chilena.

La vida doble cuenta en primera persona la vida de Irene/Lorena, una joven chilena de clase media, que tras ser madre soltera muy pronto se convierte en activista o guerrillera urbana del grupo Hacha Roja. Irene/Lorena le cuenta su historia a una persona venida de Chile, de quien no sabemos ni nombre ni nada, solamente su interés por escribir un libro con lo que le cuenta ella, que está muriéndose de cáncer en su exilio de Estocolmo.

En una operación de captación de fondos para Hacha Roja que sale mal, a Irene la detienen y la trasladan a una celda donde será violada, salvajemente torturada y humillada, y finalmente reducida a una piltrafa humana. Firme en su convicción de no delatar a sus “hermanos” de lucha, Irene/Lorena resiste. Estas escenas, muchas de ellas narradas en un angustiante presente, transmiten todo el terror y la claustrofobia del encierro, de la oscuridad en la que solamente los olores y los sonidos le permiten adivinar lo que está sucediendo alrededor de ella, y no siempre: “Una pausa. Ajetreo. Olor a alcohol, un apretón en el brazo derecho, un elástico, el pinchazo, el dolor del líquido espeso penetrando. Yo sé qué es, qué debiera ser, qué nos han enseñado que debiera ser: Pentotal. Me dejo ir. Sobreviene una calma. Me siento mareada, me estoy yendo, quizá me esté muriendo y es mejor.” (p. 26)

Pero para su sorpresa, apenas un mes después la liberan sin cargos. ¿Se ha terminado la pesadilla? Poco a poco toma conciencia de que en la organización clandestina no quieren saber de ella: puede que la estén sometiendo a vigilancia intensiva, o puede que esté dispuesta a traicionarlos por defender a su hija, a su familia… ¿A quién debe ser leal?

Y cuando ya parecía haber alcanzado la normalidad, los servicios secretos vuelven a secuestrarla. Pero esta vez las cosas son diferentes. El Flaco, uno de los torturadores, empieza a agasajarla y ella cede. De ser guerrillera urbana pasa a ser agente de inteligencia y a formar parte de un equipo parapolicial contrarrevolucionario.

El tema principal de La vida doble es por tanto la traición, pero la novela está aderezada de interesantes indagaciones en las huellas psicológicas que marcan a las personas que son sometidas a presiones inenarrables, indecibles. La historia de Irene/Lorena nos enfrenta a la enorme dificultad, ya que no la imposibilidad, de admitir que el pasado de personas enfrentadas a dilemas de vida o muerte  rehúye toda consigna moral.

En esta poderosamente verosímil narración, Fontaine no escatima recursos narrativos y descriptivos. Las escenas de asalto a las casa de seguridad de los revolucionarios abundan en detalles, son casi cinematográficas. Los personajes están caracterizados con pinceladas firmes y convincentes: la reproducción del habla chilena ayuda mucho a ello: “no debís participar tú en estas cosas, Cubanita. Tú andái a la siga de aventuras, ¿no es cierto? La droga del peligro. No te conoceré yo, cabrita…” (p. 211), le dice el Gato a Irene/Lorena. La mayoría de los integrantes de esos grupos de la policía secreta parece un hatajo de salvajes sádicos. Y sospecho que en ese aspecto, Fontaine no dista mucho de la verdad…

Aunque se valga de muchos datos y hechos recientes, indudablemente verídicos, de la historia del país trasandino, La vida doble no es una novela histórica. Sí cuestiona, no obstante, la sangrante impunidad de los máximos responsables del terror y el horror que los cuerpos de seguridad (nótese la cursiva, por favor) infligieron al pueblo. También cuestiona, por boca de Irene/Lorena, la utilidad final que la lucha armada tuvo en el siglo XX, pues a fin de cuentas el modelo de la democracia liberal que triunfó con la caída del Muro y de la URSS sigue instaurado y sigue haciendo a los ricos más ricos, y a los pobres más pobres.


Puede que la mejor lección que Irene/Lorena nos dé a través del relato que Fontaine novela en La vida doble es la enorme desdicha que supone saber que hemos traspasado un umbral, o que hemos cruzado un lóbrego túnel, para reconocernos al otro lado como viles, y aún así tener conciencia de disfrutar de ello. El torturado puede convertirse en torturador con suma facilidad. ¿Con qué argumentos contamos para poder juzgar a un verdugo que primero fue víctima?

17 nov 2012

Reseña: Sangre en el ojo, de Lina Meruane


Lina Meruane, Sangre en el ojo (Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2012). 157 páginas. (Un regalo de Silvia, traído desde Córdoba. Thanks, mate!).


De todos los sentidos, puede que sea la vista el que mejor nos defina. El viejo aforismo de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ apunta hacia la necesidad humana de ver. Y sin embargo, algunos de los grandes autores de la literatura universal fueron hombres que perdieron la vista, y posiblemente a causa de esa pérdida supieron ahondar en la visión de la condición humana en modos que a otros les fueron negados, pese a conservar estos plenamente todos sus sentidos.

Mientras leía esta extraña y fascinante novela de Meruane, me vino a la cabeza el recuerdo de un pequeño accidente que sufrí en mi adolescencia. Iba subido con otros seis amigos en una sola bicicleta, cuesta abajo, y naturalmente perdimos el equilibrio. El cuerno del manillar me impactó directamente en el ojo, que quedó a la funerala. Durante una hora apenas podía ver nada con ese ojo, pero por fortuna todo quedó en un susto.

A la protagonista de Sangre en el ojo, también llamada Lina Meruane (la autora sufrió una ceguera temporal, por lo que el relato bebe de fuentes autobiográficas que no esconde la autora chilena), la ceguera le llega de pronto en mitad de una fiesta. Para complicar más las cosas, su pareja, Ignacio, y ella tienen mudanza a los pocos días del infortunio. Lina es una mujer muy decidida, de una voluntad férrea, y no va a dejarse vencer fácilmente.

A partir de ahí se inicia el periplo que conforma el eje cronológico de Sangre en el ojo. Lina acude al oculista, se hace pruebas y análisis y el cirujano oculista ruso Lekz le da hora para una consulta decisiva para realizar una operación en unos treinta días. Váyase a casa, a Chile de vacaciones, le dice, mientras espera la fecha. Lina lo hace – el relato del vuelo a Santiago tiene momentos desternillantes – y vuelve al escenario familiar de su casa santiaguina, al fondo el aire sucio de la ciudad, en primer plano el pesado entorno doméstico; todo le resulta asfixiante, y por partida doble.

Privada de la vista, Lina se ve en la nada envidiable circunstancia de tener que aguzar sus otros sentidos para poder dotar de significado su vida diaria, y sus palabras: sus manos piensan por ella, lee, escuchándolos, los gestos de los que le rodean, huele temores y sorpresas. Pero son muchas las palabras que van a carecer de sentido para quien sufre una ceguera: “La palabra amanecer no evocó nada. Nada que semejara un amanecer”, o “Lo veo todo sin verlo, viéndolo desde el recuerdo de haberlo visto”.

Narrada en primera persona, Sangre en el ojo combina el relato de la ceguera de la protagonista con el de la relación de Lina con Ignacio, el novio español que le hace de lazarillo y al que en ocasiones parece avasallar. Las palabras (en algunos casos capítulos enteros) que la narradora dedica directamente a Ignacio figuran entre paréntesis, en un recurso técnico más efectista que efectivo.

A mi parecer, sin embargo, es la prosa de calidad de Meruane lo que caracteriza a esta novela, lo que da un punto singular y atractivo que engancha y hace disfrutar al lector. Una prosa cortante y cortada, sin diálogos, con azarosos saltos en el aire sin colchoneta, agresividad y recelo ante las palabras, puntuados por metáforas deslumbrantes. Es un lenguaje fresco, muy actual, excelentemente colocado por la narradora en la boca de cada uno de los personajes. Abundan lógicamente los chilenismos, pero también hacen acto de aparición en Nueva York muchos términos de los latinos, palabras que muy pronto serán parte de la lengua castellana global. En ese sentido, podría decirse que Sangre en el ojo podría ser perfectamente una avanzadilla de la literatura globalizada en castellano que a mediados del siglo XXI será probablemente el estándar.

Con un ritmo narrativo endiablado, Sangre en el ojo hurga en la herida de la vulnerabilidad del cuerpo humano, en nuestras reacciones biliosas, en el resentimiento que crece con la impotencia. Meruane nos recuerda (y se recuerda a sí misma) que el ficticio equilibrio en el que cada uno de nosotros vive es condenadamente frágil, que todo en nuestras vidas es, al fin y al cabo, fugaz, como un destello de luz. Disfrutemos de poder verlo.

2 sept 2012

Reseña: La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño


Roberto Bolaño, La literatura nazi en América (Barcelona: Anagrama, 2010 [1996]). 244 páginas.

Si es de verdad posible definir en qué consiste la originalidad en la literatura, cosa sobre la que albergo numerosas dudas, ¿de qué modo se podría cuantificarla o compararla? ¿Hay algún calibre que nos permita evaluar el ingenio en literatura? Estas son algunas de las preguntas que me venían a la cabeza mientras leía este inmenso libro del chileno Bolaño, un libro difícil de encasillar en un género específico, una suerte de disfraz metaliterario que consigue arrancar la carcajada del lector en más de una ocasión, pero que sobre todo invita al lector a embarcarse en una seria reflexión acerca de los límites de la literatura.

Por otra parte, ahora en 2012, habiendo iniciado mi experiencia lectora de Bolaño con 2666 hace ya algunos años, me asalta una duda: ¿Hice bien en comenzar por el final de su oeuvre? Probablemente no, pues me privó de la oportunidad de observar la evolución de un gran autor. Por otra parte, no obstante, esto también me permite (o más bien me permitirá dentro de unos años) saborear 2666 en una segunda lectura, a la luz – y a las sombras – de los conocimientos adquiridos con la lectura de sus otras obras. Todos los caminos, en definitiva, pueden y deben llevarnos a la Roma que buscamos.

A quien no haya leído todavía La literatura nazi en América, le diré que el título es engañoso. No se trata de un tratado escolástico o enciclopédico sobre autores que simpatizaran en su día con el monstruo del bigotito. El libro lo componen relatos (en una acepción, digamos, algo liberal del término) en su mayoría paródicos, en los que un narrador que parece haberse puesto un disfraz de historiador literario nos proporciona datos biográficos de autores americanos (tanto de Latinoamérica como de Norteamérica) y noticia crítica de sus obras. Ambas cosas, autores y obras, son totalmente ficticios. Hay una notable excepción, y no porque sea una historia real (que no lo es): el último relato – y éste sí es un relato propiamente dicho – titulado ‘Ramírez Hoffman, el infame’, en el que el narrador hace acto de presencia, y dice llamarse Bolaño.

Es evidente el juego borgesiano de crear un espejo literario sobre el que reflejar una mezcla de realidad y ficción, desfigurando los límites que separan a la una de la otra; el resultado es una comedia metaliteraria a ratos oscura, en ocasiones grotesca, siempre con un trasfondo un poco tenso, en tanto que los escritores ficticios que van desfilando ante nosotros son, al fin y al cabo, especímenes de la peor catadura.

Ciertamente, Bolaño cierra el catálogo con tres autores que representan la experiencia literaria como algo abominable. Así, los dos hermanos poetas argentinos de la barra brava de Boca Juniors, ‘Los fabulosos hermanos Schiaffino’, añaden sus buenas dosis de pesadilla en forma de conducta criminal al quehacer literario; el remate lo pone Bolaño por medio del aterrador chileno Hoffman, una auténtica pesadilla viviente: esteta de la tortura, artista del asesinato, poeta de la violencia y el fascismo, con Hoffman parece Bolaño lanzarse a un extraño vacío en el que, al nombrarse como narrador, se persona y se involucra.

Contado en clave de relato detectivesco, este último relato deja abierto una decisiva interrogante: un chileno aparece por Barcelona y le pide al narrador que identifique a Ramírez Hoffman; Bolaño va a una cafetería y lo hace; por ello recibe un dinero, pero le pide al cazarrecompensas que no lo mate. “No le puede hacer daño a nadie, dije. En el fondo no lo creía. Claro que podía hacer daño. Todos podíamos hacer daño.”

Nada es real, dijo Bolaño en relación a este libro. Y aun así, a modo de colofón y burla de sí mismo, Bolaño incluyó un ‘Epílogo para monstruos’, donde en unas veinte y pico páginas compendia un listado de autores, revistas y libros de esta fantástica, original y singular parodia.

8 mar 2012

Reseña: El arte de la resurrección, de Hernán Rivera Letelier


Hernán Rivera Letelier, El arte de la resurrección (Madrid: Alfaguara, 2010). 254 páginas.

A principios de abril de 1993, cargando a mis espaldas con una voluminosa mochila en la que llevaba al menos un par de kilos de madera petrificada de la Patagonia argentina llegué poco después del mediodía a San Pedro de Atacama, un pueblecito que por aquella época comenzaba a ser parada obligatoria para mochileros y otros turistas, y donde a las once de la noche los carabineros (de buenas maneras) cerraban el único bar que abría hasta tarde, en el cual siempre había alguien dispuesto a tocar alguna canción de Serrat para entretener al personal a la luz de unas velas (la luz desaparecía de sopetón a eso de las diez).


El desierto de Atacama, en 1993. (c) Jorge Salavert

Atacama es una región extraña: un desierto donde nunca llueve; el agua que baja de las cumbres nevadas de los Andes lleva altísimas concentraciones de minerales que le dan un sabor terrible. Es asimismo un lugar que ha tenido fuertes altibajos económicos a lo largo de su historia, dependiendo de la explotación de sus muchos recursos mineros.

Es en esta parte del mundo donde Rivera Letelier sitúa su novela, en la década de los 40 del siglo pasado. El protagonista está basado en un personaje real, un locuelo de nombre Domingo Zárate Vega, que se hizo llamar el Cristo de Elqui, y que recorrió Chile de arriba abajo (la única manera posible de recorrer Chile) predicando y exhortando a sus feligreses al arrepentimiento.

Rivera Letelier toma a este personaje e introduce a la prostituta beata Magalena Mercado, meretriz principal de la oficina salitrera ‘La Piojo’. El Cristo de Elqui acude hasta allí obsesionado con la idea de hacerla su compañera de peregrinaje. Lejos de ser el azote de los pecadores, este Cristo es fornicador compulsivo, defensor de los derechos de los obreros, charlatán profesional y recetador de curas herbales para todo tipo de males y enfermedades.

Rivera Letelier trata al protagonista con una mezcla de socarronería y ternura. En el primer capítulo nos cuenta cómo un grupo de mineros le gastan una cruel broma al hombre santo cuando se presentan ante él con un compañero que, le dicen, ha caído fulminado de un ataque después del almuerzo. Personaje quijotesco y entrañable, el Cristo de Elqui mide la realidad desfavorable que le rodea con destellos de locura, y el autor sabe rodearlo de personajes extravagantes (el viejecito don Anónimo, el de la escoba con la que barre el desierto, es todo un hallazgo).

El punto de vista narrativo en El arte de la resurrección cambia según los capítulos, adoptando ángulos que hacen del relato una experiencia amena, fluida y llena de humor. El empleo de localismos puede suponer algún problema para el lector no familiarizado (recomiendo esta página web para hacer tus consultas, que te verás obligado a hacer si no eres chileno).

En esta exquisita narración siempre está presente el paisaje atacameño: una tierra seca, dura e impracticable, en la que solamente la línea del ferrocarril es un referente fiable. Hoy en día automóviles, camiones y motocicletas recorren el desierto en otro peregrinaje todavía más absurdo que el del Cristo de Elqui, un peregrinaje anual absurdamente llamado Dakar.



Una vivienda imposible en mitad del desierto (c) Jorge Salavert, 1993

No es una novela impecable. No todos los capítulos resultan igual de atractivos, y alguna que otra vez Rivera Letelier le endiña al lector un ripio estilístico tan reseco como las calicheras del desierto que describe: “el sol apareció por el lado de los cerros radiante y redondo, exacto como un Longines de oro” (p. 116). No creo que recibiera pago alguno por el símil anterior, ni que el ínclito Zaplana haya leído el libro.

Una última anotación, un sonoro cachetazo para Alfaguara, por permitir que cosas como ésta se impriman y pasen el control de calidad exigible a una industria que cobra caros sus productos (los libros): “para darle un soplo de aliento a esos seres humanos que, desesperados, al borde del suicidio, no hayan dónde aferrar su poquito de vida.” (pp. 239-40). La cita anterior, señores de Alfaguara, es impresentable. You gotta lift your game.

29 jul 2011

Reseña: La pista de hielo, de Roberto Bolaño


Roberto Bolaño, La pista de hielo (Barcelona: Anagrama, 2009). 200 páginas.

Resulta un tanto peculiar – por no decir increíble – que Roberto Bolaño ganara el premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares en 1993 con La pista de hielo, y que durante varios años más el escritor chileno afincado en Cataluña viera varias de sus obras rechazadas por las editoriales españolas.

La novela reúne algunas de las preocupaciones que Bolaño despliega con una energía imparable y magistral en 2666. No habiendo leído todavía Los detectives salvajes ni muchas de sus novelitas que solamente salieron a la luz tras su muerte y posterior (re)descubrimiento, no puedo establecer paralelismos ni comparaciones. Pero sí puedo decir que se palpa la magnificencia de 2666 en La pista de hielo.

Escrita a tres voces (tres hombres: un chileno, Remo Morán; un mexicano, Gaspar Heredia; y un catalán, Enric Rosquelles), La pista de hielo tiene elementos de novela negra, de reflexión literaria, de enamoramiento no correspondido, de sexo desapasionado, de las vicisitudes de la emigración hispanoamericana en España, de la mendicidad como grave asunto social, del significado de los sueños, y unas cuantas cosas más: una prosa muy cercana a lo natural, muy próxima al registro discursivo de la confesión en la comisaría.

Pero quizás lo más llamativo desde el punto de vista puramente de lector es cómo Bolaño te invita (o conduce, o por qué no, te obliga) a ir armando la trama mediante pistas no inmediatamente reconocibles. La alternancia de esas tres voces narrativas (no tan diferenciables entre sí como cabría esperar de tres hombres de procedencia tan dispar) te descoloca y te lleva a evaluar las diferentes versiones de los hechos. Los tres rememoran los sucesos acaecidos en el verano de la población costera que Bolaño bautiza como Z, mas los tres buscan en todo momento la aquiescencia del lector, no solamente Enric, quien es acusado del asesinato.

La pista de hielo que Enric Rosquelles hace construir en un dilapidado palacio en las afueras de Z es el escenario donde se percibe la característica amenaza indefinida pero inmanente (esa sensación de amenaza, en 2666, se hace omnipresente, obsesiva y sofocante). Cuando por fin se nos revela el crimen, la pista, con sus líneas rojas de la sangre de la víctima (la cantante mendiga Carmen) se convierte en símbolo del locus del género policial: la escena del crimen a la que todos los sospechosos retornan en su relato confesional, sea en primera persona o un discurso indirecto a través de las tres voces narrativas.

Por lo demás, no faltan algunos interesantes guiños bolañescos de dura pero sagaz crítica. En el episodio del levantamiento del cadáver, observa el narrador (en este caso Remo Morán, el alter ego de Bolaño): ‘Más tarde aparecieron el jefe de policía, que felicitó públicamente a sus hombres, una especie de forense seguido de tres muchachos de la Cruz Roja, y una chica de unos treinta años que dijo ser la juez comarcal. Ésta y Lola se conocían y tuvieron un pequeño altercado acerca de la ficha de la mendiga. La juez quería quedarse con la ficha, a lo que Lola se negó en redondo. Al verlas discutir, las dos jóvenes y enérgicas, pensé que ésa era la España que avanzaba a grandes zancadas hacia el futuro’ (p. 159). Genial: más que una conjetura, un vaticinio en toda regla. La escena, que sin duda Bolaño presenció en otra versión similar innumerables veces,  me recuerda por otra parte a otra similar, en la película de Álex de la Iglesia La comunidad, en las escaleras de la finca por donde un tropel de gente va bajando entre gritos, empujones, porros y amenazas, el cadáver de uno de los vecinos.

Bolaño siempre te deja algunas perlas, aforismos como dulces para que los saborees lentamente. Yo me quedé ayer, mientras terminaba la novela en el autobús, camino del trabajo, con esta: ‘los seres sumisos son traicioneros, y más vale no confiar en ellos’ (p. 176). Cuánta razón tenía.

1 nov 2010

Reseña: El baile de la Victoria, de Antonio Skármeta



Antonio Skármeta, El baile de la Victoria (Barcelona: Planeta, 2004). 376 páginas.



En el Chile post-Pinochet, y como consecuencia de una extraña e inesperada amnistía, dos presos, Ángel Santiago y Nicolás Vergara Grey, salen de la cárcel. Afuera, el desempleo, la soledad, el frío y el pasado son implacables con los recién salidos del presidio. Ángel, joven e idealista, solamente desea llevar a cabo su venganza contra el alcaide de la cárcel. Don Nico, maestro de ladrones, ya mayor, sufre el rechazo de su mujer y la indiferencia de su hijo –quien, cuando lo ve por vez primera tras salir de la cárcel, le confiesa que va a cambiarse de nombre. Vergara sabe que es imposible a su edad vivir al margen del crimen.

Desde dentro, el Enano le ha regalado a Santiago un mapa. Es el croquis del golpe perfecto, del gran robo que les resolverá la vida a los dos para siempre. Vergara se niega una y otra vez a escuchar a Ángel, pero este no ceja en sus intentos.

De pronto, en la vida de Ángel Santiago hace su aparición Victoria Ponce, una estudiante que ha sido expulsada del liceo, y que sueña con llegar a ser gran y afamada bailarina. Victoria es la hija de una de las últimas víctimas de la dictadura pinochetista. Es ella quien completa el trío y quien tras un episodio que raya en lo suicida consigue darle un nuevo sentido a la asociación entre los dos hombres.

Con esta novela, Skármeta ganó el Premio Planeta en el año 2003, el Premio Municipal de Literatura de la capital santiaguina y el Premio Ennio Flaiano en Italia. Recientemente, la novela ha sido llevada al cine por el director español Fernando Trueba, y la presencia del siempre magnífico actor argentino Ricardo Darín.

En su vibrante y dinámica narración, Skármeta invita al lector a acompañar a estos tres personajes en su deambular por las calles de Santiago. El autor sabe asimismo transmitir su amor por la ciudad de Santiago; conoce bien la ciudad y a sus habitantes. Los diálogos son de lejos lo mejor de la novela, ricos en el lenguaje coloquial de la gente de Santiago, lo que en cualquier caso no debería suponer apenas un obstáculo para la comprensión de la historia por parte de un estudiante avanzado de español. Y cuando Skármeta explora otros modos y técnicas narrativas, se desempeña normalmente con soltura, por ejemplo en el capítulo dedicado al delirio febril de Victoria en el hospital.

Skármeta captura la hermosura de la amistad y el amor en sus palabras, en sus descripciones y diálogos. Sabe que sin tener conocimiento del sufrimiento no es posible reconocer el gozo cuando se nos cruza en el camino de la vida, y que el dolor verdadero es parte de nosotros tanto como cualquier otro sentimiento, aunque muchos prefieran no admitirlo.

En definitiva, una lectura altamente recomendable.

30 jun 2010

Reseña: La sombra de lo que fuimos, de Luis Sepúlveda


Luis Sepúlveda, La sombra de lo que fuimos (Barcelona: Espasa, 2009). 176 páginas.

En esta breve novelita de Luis Sepúlveda, tres viejos revolucionarios pasan el tiempo en un garaje rememorando anécdotas mientras una pertinaz lluvia cae sobre Santiago. Están esperando a un hombre, Pedro Nolasco, un viejo compañero de lucha que los ha convocado a realizar un último golpe, un robo temerario.

Treinta y cinco años después de la derrota y subsiguiente represión a manos del sanguinario régimen de Pinochet, los izquierdistas se reencuentran, tentados por el plan de Nolasco. Pero cuando Nolasco resulta accidentalmente muerto al caerle un tocadiscos que lanza una mujer en medio de una grotesca discusión conyugal, el plan parece haberse frustrado, sin comerlo ni beberlo.

Pero el marido de la homicida accidental, Coco Aravena, tras registrar las pertenencias del muerto (una vieja pistola y un número de teléfono), decide hacerse pasar por el difunto, llama al número y acude a la cita.

Cuando la mujer confiesa ante el Inspector Crespo, éste y su ayudante inician las pesquisas para recuperar el arma robada. Mientras, Coco Aravena se presenta en el garaje y tras un poco de cháchara y más recuerdos del pasado, los cuatro deciden seguir adelante con el robo.

Sepúlveda consigue hacernos sonreír en muchas ocasiones. A ello contribuyen sin duda los cuidados diálogos de los aventureros y los del Inspector Crespo con Adelita, su joven ayudante detective.

En el garaje, con unos cuantos pollos asados y bastantes vasos de vino, los aventureros van explicando su triste realidad como perdedores de la historia, y deciden jugársela una última vez. ¿Ganarán esta última partida?

La sombra de lo que fuimos es una novela muy recomendable para estudiantes de castellano que han alcanzado niveles más o menos óptimos de comprensión lectora. Se lee con bastante facilidad y no precisa demasiadas consultas al diccionario, si acaso algún chilenismo que por el contexto puede deducirse con facilidad. Por La sombra de lo que fuimos, Luis Sepúlveda ganó el Premio Primavera de Novela 2009.

¡Que la disfruten!

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