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30 nov 2016

Reseña: Inexperience and Other Stories, de Anthony Macris

Anthony Macris, Inexperience and Other Stories (Crawley: UWA, 2016). 195 páginas.
Pienso que no debiera ser nada ilógico pensar que un libro titulado Inexperiencia debería dar mucho juego. Pero las apariencias, ya se sabe, engañan las más de las veces.

Inexperience and Other Stories es un breve compendio de experimentos narrativos del australiano Anthony Macris, de cuya obra no había leído nada hasta el momento. El libro lo componen una nouvelle, Inexperience, y tres breves relatos de factura y temática bastante similar.

En ‘Inexperience’ un narrador anónimo cuenta en primera persona el primer viaje de una pareja de jóvenes australianos a Europa. Tras ahorrar el dinero suficiente el narrador y su novia Carol viajan primero a Madrid hacia finales de la década de los 80. Les interesa el arte, la arquitectura y la cultura en general. Visitan Toledo, donde se dejan influir por una guía turística repleta de clichés y lugares comunes. Bien pronto surgen las diferencias entre los dos, escenificadas en una de las sucursales del madrileño Museo del Jamón. Las observaciones del narrador ciertamente rayan en lo ridículo, y supongo que la inexperiencia del título se refiere en parte a esto. Para tratar de reanimar la relación los dos jóvenes australianos deciden irse a París e imbuirse de más arte y grandiosidad. Una mañana el narrador se despierta solo en la habitación del hotel: Carol se ha largado (francamente, ¡quién podría reprochárselo! El tipo es un tostón insoportable). El narrador tendrá una breve aventura con una chica inglesa a la que conoce delante del tablón de anuncios del British Council de París, y finalmente concluirá su ‘experiencia’ europea regresando a Australia vía Bangkok. No me preguntes por qué le dejaron entrar otra vez en Australia: quizás hubiera muchos otros solicitantes de visado mucho más merecedores que él.

El entierro del Conde de Orgaz se halla en la Iglesia de Santo Tomé de Toledo. Es un santo varón, señores, no Santa Tomé.
De las tres restantes historias que componen el volumen, quizás se salve únicamente la última, ‘The Quiet Achiever’, en la que el narrador (otra vez en primera persona) visita a su primo en una clínica psiquiátrica, en la que le han internado tras una fuerte crisis nerviosa. La situación es sumamente embarazosa para el narrador, que no sabe qué preguntar ni qué responder, hasta que su primo le enseña una vela que ha creado en el taller de la clínica, un regalo para su madre.

La madre del protagonista de ‘The Quiet Achiever’ se convierte en secundario personaje antagonista en el segundo relato, ‘Triumph of the Will’. En este, el primo de la clínica se pasa la noche en vela, desquiciado por los pobres resultados de su negocio y la asiduidad con que su madre le daba de comer.

No soy muy dado a abandonar la lectura de un libro, pero en el caso del primer relato complementario, ‘The Nest Egg’, hice una excepción: lo dejé de leer después de unas cinco o seis páginas. Es el relato obsesivo de alguien que quiere ahorrar dinero, llevado hasta sus últimas consecuencias y detalles. Quizás lo que Macris debiera considerar es que sus lectores pueden escoger no seguir el camino ni la técnica que él propone. Infumable.

Lo más curioso de este libro es que, en realidad, se trata en buena medida de material ya publicado en diversas revistas y antologías, entre 1988 y 1994. ¿Por qué aparece ahora en 2016 en forma de libro?

Señala Andrew Riemer en su reseña para el SMH que “all of it [el material] seems to have been thoroughly revised.” Puede que el material haya sido revisado concienzudamente, pero las abundantes erratas que contiene no han sido corregidas. Una pena.

26 nov 2016

Reseña: The Sweet Smell of Psychosis, de Will Self

Will Self, The Sweet Smell of Psychosis (Londres: Bloomsbury, 1996). 89 páginas.

Las primeras páginas de este libro de Will Self de 1996 nos muestran a un par de jóvenes que escudriñan desde la ventana de la cuarta planta del edificio de un club, el Sealink, las idas y venidas de un hombre a las puertas de un prostíbulo. Los jóvenes son periodistas, y hacen una apuesta sobre si el hombre se decidirá a entrar en el burdel o no. Uno de ellos es Richard Hermes, que se ha venido desde el norte de Inglaterra a Londres para ganarse la vida en una mediocre publicación de eventos, Rendezvous.

Richard se une al grupo de habituales del Sealink Club liderado por Bell, un siniestro columnista y presentador de radio y TV que es tremendamente popular (no tengo ni idea de quién pudo servirle de inspiración a Self). Todos los miembros de este club de desalmados son meros "transmisores de trivialidades, locutores de la banalidad y diseminadores de bazofia. Escribían artículos acerca de otros artículos, hacían programas de televisión sobre otros programas de televisión, y comentaban lo que otros habían comentado."

Pero Richard no se siente realmente cómodo con Bell. En realidad, se siente intimidado, detesta sus modos y le tiene miedo. Lo único que le mantiene conectado al grupo es la divina Ursula Bentley, muy aficionada a un polvo blanco de origen andino y a regalarle ciertos innombrables favores a Bell. Su encaprichamiento por la chica es la mayor debilidad de Hermes, quien con suma facilidad se sumerge en la noche londinense y el disipado estilo de vida del grupo, cuya consigna más frecuente es "vámonos a cenar con Pablo [Escobar]", poniendo así su salud en juego y su cuenta corriente en enormes números rojos.

Con sus menos de cien páginas, este relato de Self prometía mucho en sus inicios como sátira del mundo periodístico londinense de finales del siglo XX. Quizás el problema es que la resolución es fácilmente predecible desde el momento que queda claro que las visiones o alucinaciones que experimenta Richard tienen como único sujeto el denostado Bell.

Por fortuna, el libro está brillantemente ilustrado por Martin Rowson. Un divertido entretenimiento en el que Self vuelve a desplegar su ingenio, su gusto por los juegos de palabras y el dardo certero de la sátira más mordaz.

La puerta se abrió de golpe forzando las bisagras, y a la vista quedó una pequeña mesa de alas abatibles colocada en el centro de la sala: alrededor de ella había un grupo de cuatro figuras, jugando a los naipes. Por sus ropas y la posición de sus cuerpos, Richard reconoció a los miembros de la camarilla: Reiser, Slatter, Kelburn y Mearns, el chantajista. Pero cuando sus rostros se giraron hacia quien era la causa de la interrupción, Richard vio cuatro juegos de rasgos faciales casi idénticos. Cada uno de ellos tenía el mismo cuello rechoncho, la misma mandíbula prominente, la misma frente alta y blanca, los mismos labios rojos y la misma nariz de ancho caballete. Eran un grupo de Bells ─ una verdadera Bellaquería. Cuatro pares de ojos tenebrosos examinaron a Richard durante un larga, larguísima fracción de segundo. Lo taladraron, como si se tratara de un hígado enfermo al que estuvieran deseando hacerle una biopsia. (p. 46, mi traducción). Ilustración de Martin Rowson.

16 may 2015

Reseña: Springtime, de Michelle de Kretser

Michelle de Kretser, Springtime (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 85 páginas.

¿Cómo puede adaptarse el cuento de fantasmas de nuestros días a las nuevas tendencias de la literatura en el siglo XXI? ¿Qué características deberá descartar un autor de las que tradicionalmente se han adscrito al género, y cuáles deberán retenerse o transformarse? El tiempo, sin duda alguna, dará las respuestas oportunas, pero por ahora los lectores tendremos que contentarnos con leer nuevas propuestas y decidir qué nos gusta y qué no.

La lectura de la nouvelle más reciente de Michelle de Kretser me recuerda hasta qué punto las narraciones góticas de horror e imaginación de Edgar Allan Poe demostraron poseer un muy alto nivel de innovación para su época, el siglo XIX. Springtime, sin embargo, no tiene nada de gótico; muy al contrario. El sol deslumbra y titila en el Río Cook de Sydney mientras la protagonista, Frances, pasea a su asustadizo perro Rod por los barrios del área occidental de la capital de Nueva Gales del Sur siempre que no está entregada a la escritura de su tesis doctoral, que trata de los objetos retratados en la pintura francesa del siglo XVIII.

Frances se ha mudado recientemente desde Melbourne para vivir con Charlie. El traslado (naturalmente) da lugar a conversaciones del tipo que solamente gente de Melbourne o Sydney pensarían que vale la pena tener:

“Una de las cosas que le habían dicho en Melbourne cuando anunció que se mudaba a Sydney fue, Echarás de menos los parques. Otros comentarios incluían: Allí no hay buenas librerías. Y, ¿qué harás para comer bien?” (p. 1, mi traducción)

Charlie estuvo casado anteriormente, y tiene un hijo, Luke, quien parece disfrutar atormentando a Rod cuando viene de Melbourne a visitar a su padre. De Kretser es una muy hábil narradora (véanse Questions of Travel, ganadora del Premio Miles Franklin y candidata al Man Booker, o The Lost Dog), en la mezcla de detalles visuales y las insinuaciones que deja caer para ayudar al lector de manera gradual a que saque sus propias conclusiones: ‘El niño pataleaba el suelo o chasqueaba la lengua para atraer a Rod, mientras observaba todo el tiempo a Frances con el rabillo del ojo – picaramente, pensaba ella. Al final, resultaba más fácil sacar a Rod al jardín.’ (p. 38, mi traducción)

Es durante uno de esos paseos con el perro por el caprichoso diseño de las calles de Sydney que cuando Frances se asusta por primera vez con lo que ella cree que es una vieja señora que lleva un vestido rosáceo y un sombrero de ala ancha, acompañada de un bull terrier que solamente ella puede ver.

“[Las] visiones parciales, los falsos encuentros, se repitieron a intervalos a lo largo de semanas. Un día, mientras pasaba de largo cerca de la mujer y su perro, Frances se dio cuenta de que cada vez que los veía a los dos, estaba ella sola en el sendero.” (p. 11, mi traducción)

Al igual que en Questions of Travel, la prosa de De Kretser es frugal y avanza a un ritmo relajado: atrapa lo esencial en pocas palabras y las sirve tal si fueran canapés en taquitos en una fiesta o una recepción. De esta manera tan solvente se narra la presentación propia de un personaje secundario en una velada:

“Tim – músculos y loción de afeitado – repartía tarjetas: Tim Prescott, Creador. Organizaba lanzamientos de productos, les explicó, «todo, desde el concepto a los resultados de una comunicación creativa».” (p. 26, mi traducción)

Mas será en otra cena distinta a la que acuden Frances y Charlie donde se situará la escena para que ella revele el episodio del avistamiento de un fantasma. Después Frances tratará de minimizar las consecuencias que su historia tiene no solo sobre Charlie sino también en los otros comensales, pero de Kretser da a entender que el desacuerdo resultante entre ambos pudiera causar mayores problemas en su relación, la cual atraviesa ya por ciertas turbulencias por causa del errático comportamiento en el teléfono de la exesposa de Charlie.

Cabe imaginar que en nuestra avanzada era de la tecnología de la información escribir los más tradicionales cuentos de fantasmas. Springtime no obstante negocia con éxito los límites que caracterizan el género. Aun siendo un episodio significativo en la narración, la visión del fantasma no parece ser en ningún momento el factor más importante en la transformación de Frances. Cuando Charlie le exige que explique por qué no había dicho nada de la visión sobrenatural, ella rápidamente descarta la posibilidad de que fuera un espectro:

Los fantasmas requerían calma y la aplicación de la lógica. «No me digas lo que sientes, dime lo que piensas…» Las investigaciones realizadas en condiciones científicas habían demostrado que los fantasmas son solamente un olor que desataba el miedo en el cerebro. (p. 59, mi traducción)

Lo que apenas un párrafo antes de manera sarcástica (y autorreferencial) se llama “el resultado de una comunicación creativa” se convierte en un tema todavía más acuciante. Una taimada  Frances planeará una visita en solitario a la casa donde cree que ha visto el fantasma, para poder dar validez a sus impresiones iniciales. Lo que le muestran en la casa debería poner punto final a sus discusiones. ¿Pero lo hará de verdad?

Springtime es una curiosa historia sobre una joven que se muda de ciudad, un librito muy breve en el que abundan la ironía y la sutileza, y con un desenlace sorprendente como colofón. Trata, algo de refilón, de la no permanencia de los seres humanos en este mundo tras su muerte, pero el tema fundamental es de qué manera tan aparentemente imperceptible cambian nuestros sentimientos y emociones a lo largo de los años. Aunque esas personas por las que solíamos tener sentimientos tan intensos ya no están – o  nos las sentimos – tan cercanas, no es menos cierto que han dejado su marca imborrable.

Springtime lo ha publicado Allen & Unwin de forma exquisita en tapa dura, e incluye unos cuantos grabados en color, sumamente atractivos, del fotógrafo Torkil Gudnason. Es el tipo de generosidad que se ha vuelto cada vez más rara en el mundo editorial, de modo que quizás debiéramos agradecerlo.

Esta es la versión en castellano de la reseña publicada originalmente en inglés en Transnational Literature. Puedes leer el texto en inglés aquí.

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