Dave Eggers, A Hologram for the King (Londres: Hamish Hamilton, 2012). 312 páginas.
Parece
innegable que el delicado equilibrio del orden político-económico mundial está
desplazándose hacia el este, y que el declive del gran imperio americano es ya
una realidad palpable en muchos aspectos, no solamente los económicos. Uno de
los grandes aliados de los EE.UU. en el Oriente Medio, el reino saudí que
tanto dinero maneja gracias a los pozos de petróleo que esconde su desierto, es
el escenario de esta última novela de Dave Eggers.
De
Eggers solamente había leído hasta hoy la magníficamente narrada, a ratos espeluznante
historia de un joven refugiado sudanés, Valentino Achak Deng, que huye de la
guerra y del horror, What is the What.
Si con A Hologram for the King Eggers
trata de involucrarnos y despertar nuestra simpatía por un mediocre vendedor
cincuentón estadounidense, que trata de conseguir un último éxito comercial
para escapar de la sima en la que se ha ido metiendo a grandes zancadas, no lo
consigue. Alan Clay, tal como lo presenta Eggers, no despierta ninguna
simpatía. Más bien lo contrario.
Clay viaja
a Jeddah como jefe de un equipo de la empresa para la que trabaja, Reliant (la
ironía del nombre no debe escapársele a nadie, supongo). Su misión es tratar de
conseguir del gobierno del rey Abdullah la suculenta contratación de servicios
informáticos y de comunicación para un gran y lujoso centro financiero que los
saudíes están construyendo junto al Mar Rojo. Esto, según parece, es cierto. El
proyecto está en marcha, nos asegura Google.
Clay,
quien está arruinado y divorciado, sufre al llegar a Jeddah un insomnio que
parece más resultado de su propia inseguridad y del hastío que siente por su
propia vida que el consabido jetlag
que nos afecta a todos los que no tenemos otro remedio que viajar en clase
turista de una punta a otra del planeta.
El
joven equipo de técnicos de Reliant tiene que hacer una demostración de lo
avanzada que está la tecnología IT en los EE.UU., haciendo aparecer el
holograma de una persona con la que conversan, y que está en Londres, en el
interior de una enorme carpa (sí, has leído bien), donde los saudíes los han
alojado.
En el
edificio que alberga las oficinas de la empresa promotora de la ciudad en
construcción, Clay conoce a una mujer nórdica, quien le proporciona una botella
de alcohol destilado de alta graduación. Solo y aburrido en su habitación de
hotel, y preocupado por un bultito que tiene en la espalda, a Clay solamente se
le ocurre hacerse un tajo en el bultito, a ver si sale algo. Muchas toallas
ensangrentadas después, y tras un poco más de alcohol, el Sr. Alan Clay
consigue dormirse.
La
trama es tan retorcida e incoherente como el propio Clay. En la tienda,
desprovista de wifi y en la que el aire acondicionado a veces falla, los
técnicos y Alan se pasan los días esperando la visita del rey Abdullah. Agobiado
en la tienda, Alan sale al bochornoso calor del desierto para curiosear en las
intimidades del reino saudí. Una idea poco recomendable.
Hay
también una salida nocturna, en la que acompaña a Hanne, la mujer nórdica, a
una fiesta en una embajada europea, donde invitados en bañadores y bikinis se
lanzan a una piscina a sacar las pastillitas que alguien tira al agua. Otra
noche Clay acude a cenar a la casa de Hanne (con invitación incluida a
compartir un baño muy íntimo con ella); en la cena y tras esta, Clay vuelve a
quedar como un idiota.
Lo poco
que, en mi opinión, puede salvarse de esta novela que, vaticino yo, no pasará a
la historia, es el personaje de Yousef, el chófer privado que lleva en su coche
destartalado a Clay a KAEC (las siglas KAEC corresponden a ‘King Abdullah
Economic City’, lugar que como digo, es real, se está construyendo, y que por
cierto se pronuncia… redoble de tambores… yes! ¡Como CAKE! ¿A que es sumamente divertido
e ingenioso? Vaya un pastel…) cada vez que Clay se despierta a las tantas con
una resaca de espanto y descubre que ha vuelto a perder el autobús. Perdón por
el largo paréntesis…
Entre
Yousef y Alan parece surgir algo que podría haberse convertido en amistad, si
no fuera porque Clay es socialmente tan inepto, además de culturalmente
incompetente; es un idiota fracasado que puede meter la pata varias veces
seguidas y aun así creerse exento del desprecio que se merece de los locales.
Cabe por
supuesto también la posibilidad de que como lector, esté siendo un tanto duro,
casi intransigente. También estoy en mi derecho, puesto que he gastado mi
dinero en un libro que no me convencido en absoluto.
Puede
que uno debiera leer A Hologram for the
King como una moderna fábula alegórica, a la que le faltaría mucha
necesaria carga irónica. Es ahí donde pienso que cojea claramente la novela: vendría
a ser una representación de los profundos desengaños a los que se ha visto
abocada la clase media norteamericana (y por ende, la occidental en general)
desde que las empresas multinacionales que manejan este cotarro que llamamos
economía mundial comenzaron a globalizar el mercado del trabajo aceleradamente,
y la fabricación de productos se trasladó a Asia, a África o a las mismas maquiladoras
a orillas del Río Bravo del Norte. Si es así, puede que haya muchos lectores que
disfruten de esta novela. Evidentemente, a mí no me ha gustado. Después de What is the What, esperaba mucho más de
Eggers, y A Hologram for the King me
ha decepcionado.