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27 dic 2019

Reseña: Australia Day, de Melanie Cheng

Melanie Cheng, Australia Day (Melbourne: Text, 2018). 252 páginas.
La fecha del 26 de enero es la que más divisiones provoca en la sociedad australiana. En el ámbito gubernamental es el día nacional porque celebra la llegada de la Primera Flota de soldados y convictos al mando de Phillip en 1788. Para los verdaderamente nativos de estas tierras es un día que conmemora la invasión y ha sido denominado Día del Duelo, reconociendo las masacres recurrentes que sufrieron los habitantes de los Primeros Pueblos de esta isla-continente.

Que Cheng haya elegido ese día para dar título a esta colección de cuentos es significativo. Aparte del hecho de que ‘Australia Day’ sea el primer relato, la fecha remite a una concepción muy particular de lo que es Australia, incluso ahora, casi en la segunda década del siglo XXI, cuando cabría suponer una visión más moderna, postcolonial del país. Sin embargo, la renuencia al cambio es uno de los aspectos que, tras mis casi veinticuatro años aquí, sigue siendo de los más intrigantes de la sociedad australiana.

En su debut literario Cheng nos regala una muy buena compilación de experiencias que abarcan tanto el punto de vista del emigrante como el del “underdog”, el que lleva siempre las de perder en el juego de la vida. Son en su mayoría relatos bien estructurados, con personajes sutilmente delineados sobre la base de unos pocos trazos. Todos los cuentos en Australia Day se sustentan en la noción del realismo: incluso en los diálogos uno puede reconocer a personas con quienes quizás podrías haber cruzado alguna palabra en alguna circunstancia profesional, quizás.

Quizás donde más claramente se percibe ese realismo es en su tratamiento del racismo ‘accidental’ que tanto aflora en la vida diaria en Australia. En ‘Australia Day’, Stanley Chu, nacido en Hong Kong, acompaña a su amiga Jessica Cook a la granja de la familia, en el interior de Australia, donde la transformación social lleva décadas demorando su llegada. 

Es el 25 de enero, y Stanley será el blanco de los dardos de tipo racial, unos sutiles, otros más palpables, que le caerán durante la cena con los padres de Jessica y al día siguiente, durante la barbacoa a la que acuden todos los amigos (blancos anglosajones) de la infancia y adolescencia de Jessica. Es un tipo de brusquedad que personalmente he escuchado unas cuantas veces, expresado en frases en las que se mezclan un tono agresivo y palabras de doble sentido. Una provocación latente cuya única razón de ser es el racismo, azuzado por una fuerte inseguridad económica e identitaria.

La M31, Hume Highway, en la entrada a Melbourne. Un auténtico tostón de carretera. Fotografía de malinhett.
Al día siguiente, Stanley y Jessica regresan a Melbourne, a sus trabajos en hospitales y rutinas urbanas. Las palabras del día anterior son la causa de que ninguno de los dos hable durante el viaje: “Cuando regresan a Melbourne al día siguiente, Stanley insiste en que quiere conducir él. Se siente bien cogiendo el volante entre sus manos y conduciendo el coche por el camino de grava. Ya no le duele la cabeza, pero la luz del sol es insoportable. Jessica le presta sus gafas de sol. A mitad de camino paran a llenar el depósito y se compran una Big Mac Meal en el McDonald’s. Jess le va dando patatas fritas a Stanley mientras avanzan a toda velocidad por la autovía en dirección a la gran ciudad. No hablan. Solamente miran la banda negra del asfalto y el cielo azul despejado a través del parabrisas, y de vez en cuando las señales de precaución en un rutilante amarillo.” (p. 20, mi traducción)

Esa brecha que comienza a abrirse en el camino de regreso es la misma que dos jóvenes madres, una de origen árabe y otra blanca, decidirán que es mejor mantener después de pasar unos minutos juntas en ‘Toytown’ mientras sus niñas juegan juntas.

‘Fracture’ es otro de los relatos que indaga en las fracturas sociales de la Australia contemporánea. El protagonista es Deepak, doctor indio-australiano de segunda generación, que conduce un Porsche y mantiene una relación de conveniencia mutua con su jefa, Simone, en el hospital. Las cosas se tuercen cunado un hombre mayor, curiosamente de apellido Ferrari, acude al hospital por una fractura en la pierna, y el tratamiento no tiene el éxito esperado. A sus 60 años, sin opciones de recuperar su trabajo, Tony Ferrari necesita un culpable. ¿Quién mejor que el doctor indio? El título hace referencia a la fractura emocional, personal y profesional que sufre el doctor cuando las quejas de Ferrari llegan hasta las más altas instancias. Aunque cabe decir que ése no será el final del calvario de Deepak.

En ‘Muse’, el relato más largo del volumen, Cheng se zambulle en la vida de un viudo que querrá recuperar la energía vital a través del dibujo. Cuando le propone trabajar como modelo a una joven a la que ha conocido en un taller nocturno, la ilusión se resquebraja junto con su salud. Es un relato muy redondo, muy bien trabajado y concluido.

El cuento que cierra el libro se titula ‘A Good and Pleasant Thing’. La protagonista es la Sra. Chang, emigrada (como Stanley Chu, y como la propia Melanie Cheng) desde Hong Kong a Melbourne. La ocasión es el cumpleaños de su nieto, que, casualmente, es el 26 de enero. Pese a que ha comprado todos los ingredientes para hacer el arroz favorito de su nieto, sus hijas deciden que el almuerzo celebratorio será en un restaurante del centro, en el barrio chino, llamado Jardines Celestiales. La comida es para la viuda Chang una gran decepción: “La comida era mediocre. Los chicharrones de cerdo paraban correosos y difíciles de masticar, el brócoli estaba ya frío y el arroz se les había pasado. Cuando terminaron de comer, la Sra. Chan sacó un palillo de uno de los diminutos jarroncitos que había sobre la bandeja giratoria y tapándose la boca trató de quitarse un trocito de brócoli que se le había quedado entre los dientes. ’ (p. 237, mi traducción) En este relato, la generación mayor de los emigrantes reniega del país de acogida porque no puede producir comidas de la calidad a la que estaba acostumbrada en Hong Kong.

Chinatown, Melbourne. No es Hong Kong, y nunca lo será. Fotografía de brightsea.
Esta es un buena e incisiva colección de relatos sobre la vida contemporánea en Australia, en los que además de la migración y lo foráneo de la existencia de muchos emigrantes en el país, Cheng trata temas como el duelo, la indiferencia hacia los más vulnerables y la familia como estructura social amenazada por cambios imparables. Un excelente debut.

8 dic 2019

Joan-Carles Martí i Casanova's Els països del tallamar: A Review

Joan-Carles Martí i Casanova, Els països del tallamar (Palma: Documenta Balear, 2013). 323 pages.
Pa, as my father-in-law was known to my children, was born in Fairfield, in the western suburbs of Sydney, four years before the second world war started. Fairfield is, coincidentally, the place where Joan-Carles Martí, the author of this book inspired in very real events, ended up in the early 1970s, in the company of his immigrant family. They spent barely five years in Australia, but it was long enough to leave an indelible mark in young Martí.
Fairfield Station in south western Sydney. Many Spanish-speaking migrants lived there and pronounced the name of the suburb as "Far-field". Photograph by J Bar.
Els països del tallamar, which could arguably translate as The countries overseas, is not your average novel about migration, even though one of its main subjects is migration. To begin with, there is no first-person narrator, which would be expected for a narrative on the migration experience. There is of course an omniscient narrator, but the story follows the whims and travels of the character in possession of a black-and-red opal. This is Gabre, whose mission is to render an account of the lives of three generations, between the end of the 19th century and the first decade of the one we’re currently in.

One of the strangest things about this book is the choice of names for all the family members. They’re all birds: there’s the parents, Baldrigot (the Great Shearwater) and Calàndria (the Lark), and Gabre’s siblings, Coloma Alba (the White Dove), Damisela Grua (the Damsel Crane), Aguiló Auri (the Golden Eaglet) and Gavina Vori (the Ivory Seagull). Maybe Martí wished to disguise the names of his relatives, or perhaps it is mere artifice, but the strategy feels a little forced, somewhat contrived. Although the overall effect may have been engineered, it does not harm the narrative at all. As I said, it feels somewhat odd.

The other big issue in Els països del tallamar is, perhaps surprisingly, language. Language defines us inasmuch as it is the result of asking ourselves the eternally existential question, “Who am I?”. There is a twofold insight into language in the novel. On the one hand, the Martí family was the upshot of a migratory mix within Spain in the late 19th century; the  descendants are part of the big post-war migration to Europe. Baldrigot and Calàndria move to Marseille, the Occitanian part of southern France. So we have an unmistakable linguistic connection, as the historical links between Occitan and Catalan are evident.

But on the other hand Martí wants to direct our attention to the fact of language as the tool the migrant needs to truly master in order to survive wherever he/she goes. Unless you communicate, you will not succeed. This, presumably, is the author’s experience: Martí is a reputable translator and interpreter, and has made his living through the ability to use languages, in plural. Like yours truly. Here’s a poignant paragraph on the migrant experience, in his case a fifth generation migrant: “For the migrant, the future takes ages to come. Quite often, it never comes, even though at the end of the day everything comes and goes. Time does not exist because we can fly over a continuous line where there is neither past nor present nor future. Only when it becomes far too late does every generation realise they haven’t achieved everything they could have achieved: that’s their fate. All things considered, the children of migrants are often, at birth, sentenced to becoming migrants again, just like their parents, their grandparents and great-grandparents. That steep road of return to the mythical country they have so often heard about at home begins the moment their parents leave. Going back is a much crueller migration. The children of their parents’ longing never quite knows where they belong. Nowhere do the natives ever quite consider them their own or their equals, and even those who leave for a few years return as hybrids, scarred by the fire of longed for lands.” (p. 46, my translation) The notion that the return to the place of origin can be “a much crueller migration” is at once interesting and troubling, and it should be further explored. Consider the case of the numerous young men and women who have been expelled back to their parents’ countries from the USA, sometimes without any basic knowledge of the language.

“The immigrants were astonished to see a military camp, copied from a photograph taken during a war that had occurred a generation before. No one had in any way imagined anything like this. In fact, many had mixed up ‘Hostel’ with the word ‘Hotel’. Given its semicircular shape, made from corrugated iron sheets, the Nissen Hut had been designed during the First World War so it would divert bursts of shrapnel and bombs, and for that very reason it was the perfect shelter close to the battlefield.” (p. 242, my translation). Un exemple reconvertit de Barraca Nissen a Leeton (NSW). Fotografia de Bidgee.
But back to Marseille. The couple have four children, and after a few years in France the opportunity to go to Australia is there for them to take. From London they fly the kangaroo route (as it was known in those days because of the many refuel stops that were needed before reaching Australia). They are placed in a migrant hostel and face the usual difficulties and hardships migrants faced in those days. How things have changed in the 21st century!

While the years in Marseille make up most of the first two parts of the novel, their five years in Sydney constitute the most remarkable part. In the second, Martí imagines the possible lives the characters may have lived in ancient times across the globe. Personally, I do not believe in reincarnation or previous lives or stuff like that, and so this section is, in my opinion, gratuitous and makes what is a good story needlessly longer.

In Fairfield, the family go through the migrant experience of the 1970s. They are taken to the migrant hostels where the most basic needs are taken care of, but that’s about it. While the parents and the eldest son take jobs wherever they may happen to be offered, the children go to school and have to learn English from scratch. Their lives are shaped by the Great Return Plan to the Promised Land of origin, in their case Elx, the big industrial city south of Alacant.

Torrades amb mantega i Vegemite. L'esmorzar australià més popular. A la majoria dels emigrants no els agrada gens. Fotografia de Tristanb.
There would be an irreparable loss after their return to Elx, the death of Coloma Alba. Those who are free from such grief and sadness can count themselves lucky indeed. Els països del tallamar is an extremely valuable contribution to the account of migration from Franco’s Spain to other lands and places. It would have benefitted from a stricter editor’s hand, in my view. The question remains: will there be any narratives from the current generation of Catalan-language youth who have been forced to migrate? Let’s hope so.