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13 may 2010

Reseña: Inherent Vice, de Thomas Pynchon

Thomas Pynchon, Inherent Vice (Londres: Jonathan Cape, 2009). 369 páginas. 

         Una noche a comienzos de la década de los 70, cuando Reagan es gobernador de California, Charles Manson espera juicio y Richard Nixon ejerce de Presidente en plena guerra de Vietnam, el investigador privado y fumador empedernido de marihuana Larry ‘Doc’ Sportello recibe la visita de su exnovia Shasta Fay en su apartamento de la costa californiana. Shasta viene a pedirle ayuda para resolver una compleja situación en la que se está viendo comprometida con su amante, un millonario llamado Mickey Wolfmann. Así se inicia Inherent Vice, del americano Thomas Pynchon, autor de obras como Vineland, V. y la increíblemente compleja Mason and Dixon, entre otras. 

         A partir de esa visita, Pynchon desarrolla la trama de la novela como el seguimiento a Sportello por parte de un narrador anónimo y omnisciente. El detective drogata se sumerge en múltiples subtramas cruzadas y en pesquisas que nos llevan a conocer a personajes siniestros, divertidos, simplemente chocantes o bien entrañables parodias de la variopinta fauna humana que alberga la conurbación metropolitana de Los Ángeles y sus playas de la costa oeste norteamericana.

Shasta le encarga a Doc que evite el secuestro de Mickey Wolfmann, descrito como “técnicamente un judío que aspira a ser un nazi”. Al día siguiente Doc acude a realizar sus primeras indagaciones a un centro comercial en construcción, donde pierde el conocimiento tras un golpe en la cabeza y despierta junto al cadáver de uno de los guardaespaldas de Wolfmann, quien, naturalmente, ha desaparecido.

Pynchon controla perfectamente todo el material de la novela, de modo que el lector – a diferencia de lo que puede llegar a ocurrir con otras de sus obras – no llega a perder el hilo de la trama en ningún momento. A medida que avanza la narración, la sensación de parodia se hace más intensa, si bien el modelo tradicional de novela detectivesca se impone sobre el conjunto.

En algunos raros momentos de absoluta lucidez y ciertas dosis de reflexión (es decir, cuando no está fumado) Doc se pregunta quién, o más bien qué, está detrás de todo este enmarañado complejo de actividades delictivas y asesinatos que van ocurriendo a medida que avanza – es un decir – en sus investigaciones. ¿Es la Mafia? ¿Es el FBI? ¿Es la policía de Los Ángeles? Por la novela pululan inverosímiles grupos y personajes cuya interconexión no queda siempre clara, tales como una especie de Hermandad Aria compuesta por ‘bikies’, una caterva de ‘zombies’ que se hacen pasar por una banda de surf rock, o un cártel de traficantes de heroína que utilizan un buque llamado ‘The Golden Fang’.

Pynchon parece tener una capacidad extraordinaria para inventarse nombres ridículos para los personajes: Ensenada Slim, Flaco the Bad, Dr. Buddy Tubeside, Petunia Leeway, Jason Velveeta, Scott Oof, Sledge Poteet, Leonard Jermaine Loosemeat (alias 'El Drano', anagrama del nombre, Leonard, pero también referencia a sus métodos de eliminación de testigos no deseados), Delwyn Quight y Trillium Fortnight. Los nombres añaden buenas dosis de caricatura a los ya de por sí estrafalarios personajes que se cruzan en el camino investigador de Sportello.

Inherent Vice (se trata de un término del derecho marítimo que, según explica Sauncho, un abogado amigo de Doc, se refiere a lo que no cubre una póliza de seguro por ser naturaleza misma del producto: el seguro no cubre la rotura de huevos porque los huevos se rompen con demasiada facilidad) es una novela en la que la paranoia de los personajes es una abstracción de la realidad más que una consecuencia de su afición al consumo de drogas.

Pynchon deleitará al lector que ya haya probado a descifrar sus tramas en novelas anteriores. Inherent Vice abunda en divertidos pasajes y jocosos diálogos que sin duda satisfacen al lector. Por poner un ejemplo, este hilarante extracto, en el que dos agentes del FBI se enzarzan en una discusión con Doc, quien ha reconocido a Wolfmann en el interior de un casino de Las Vegas:

Doc had stepped back into the shadows, but not fast enough. Agent Flatweed had caught sight of him, and paused. “Little business here, you fellows go ahead, I won’t be long.” While the rest of the detail moved away down the corridor, the federal approached Doc.
“One, at that Mexican place over on West Bonneville, that could have been a coincidence,” he observed pleasantly, pretending to count on his fingers. “All kinds of people come to Las Vegas, don’t they. Two, you show up in this particular casino, and a man begins to wonder. But three, here in a part of the Kismet Lounge even most locals don’t know about, well say now, that puts you somewhat out on the probability curve, and sure merits a closer look.”
[…] “You recognized that subject, didn’t you.”
“Elvis, wasn’t it.” (pág. 243)

Doc había reculado entre las sombras, pero no lo bastante rápido. El agente Flatweed lo había visto, y se había parado. “Es un asuntillo de nada, id vosotros por delante, yo no tardaré.” Mientras que el resto del destacamento se alejaba por el pasillo, el federal se acercó a Doc.
“Uno: ese sitio de comida mexicana en West Bonneville, eso puede que haya sido sido una coincidencia,” dijo con cierta afabilidad, fingiendo contar con los dedos. “A Las Vegas viene toda clase de gente, ¿no es verdad? Dos: va y apareces concretamente en este casino, y uno empieza a hacerse preguntas. Pero, tres: hete aquí, en una parte del Kismet Lounge de la que ni siquiera la mayoría de los parroquianos no saben nada, pues digamos que eso te sitúa de algún modo fuera de la curva de probabilidad, y es algo que merece ser estudiado más de cerca."
[…] “Has reconocido a ese individuo, ¿no es cierto?"
“Era Elvis, a que sí."

No es paranoia: el Rey sigue vivo. En Las Vegas, por supuesto.

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