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29 jun 2012

Reseña: On Chesil Beach, de Ian McEwan



Ian McEwan, On Chesil Beach (Londres: Vintage Books, 2008). 166 páginas.

Nací en la mitad de la década de los 60, y crecí en una época en la que en la caduca España franquista se comenzaban a atisbar tímidamente extrañas ideas, que venían desde más allá de los Pirineos. Como con cuentagotas, Europa y la libertad que ésta significaba iban entrando con algo de disimulo en el estado español y en las conciencias de los súbditos del régimen fascista, sencillamente a través del turismo. Esencialmente, en lo que a mí me atañía y afectaba (la educación escolar), sufrí y aun sobreviví al catolicismo rancio y represor que, por increíble que parezca, apenas ha cambiado desde entonces sus preceptos y consignas, reaccionariamente aferrado a sus infalibles (¡qué risa me da esa palabra!) dogmas.

Sería no obstante fácil obviar que prácticamente hasta esa década, la represión sexual había sido algo generalizado en todo el mundo occidental. Esta novela de McEwan, de ejecución magistral, como suele ser habitual en el autor inglés, se inicia en 1962 en la cena que comparten una pareja de recién casados en su luna de miel en la costa de Dorset, en el sur de Inglaterra; de ellos, Edward y Florence, McEwan nos apunta en la primera oración del libro que son ambos vírgenes, bien educados y jóvenes, y que “vivían en una época en la que una conversación sobre dificultades sexuales era simplemente imposible.” McEwan puebla su narración de pequeños e irónicos detalles que nos recuerdan que en 1962 la modernidad no ha comenzado en esa Inglaterra cuyo imperio empequeñece por momentos: “no era un gran momento en la historia culinaria inglesa, pero a nadie le importaba por entonces, excepto a los visitantes extranjeros”.

Por otra parte, la estructuración que McEwan le da a su materia argumental es perfecta: el narrador controla en todo momento el progreso de la historia, incrustando los flashbacks que son necesarios para que el lector vaya complementando lo que está sucediendo en esa suite nupcial con datos sobre el noviazgo y las muy diferentes perspectivas con las que Edward y Florence se han aproximado a esa primera noche juntos.
Las tensiones y los nerviosismos de ambos son evidentes desde el mismo inicio; el narrador se/nos pregunta qué obstáculos tienen los novios para disfrutar de ese momento. La respuesta roza el sarcasmo: “Sus personalidades y pasados, la ignorancia y el miedo, la timidez, los prejuicios, la falta de capacidad o experiencia o de facilidad en el trato, y el remate era la prohibición religiosa, la clase social y su carácter inglés, la historia misma. No mucho en realidad.”

Creo no revelar ningún secreto a nadie si digo que el factor de la clase social, el origen familiar, fue durante mucho tiempo (y sigue siendo, en muchos aspectos) definitorio de la actitud que la otra familia demostraría respecto a un potencial yerno, como ilustra magníficamente Julian Barnes en The Sense of an Ending, por ejemplo. Esa estratificación social, tan obvia e incuestionable para los propios ingleses, resulta más llamativa y chocante para un extranjero.

En todo caso, lo que McEwan parece querer subrayar es que, como en casi cualquier otra esfera de las relaciones humanas, la incapacidad de dar con las palabras adecuadas, o la falta de comunicación, pueden abocar al desastre, como en el caso de Atonement, otra gran novela suya, en la que una mentira provoca una catástrofe irreparable.

Pese a su aparente brevedad – se lee en un suspiro – On Chesil Beach es una novela completa, y a diferencia de Saturday, que leí hace ya unos años y que me decepcionó, tiene una eficaz estructura y está escrita en una prosa limpia y cautivadora.

2 comentarios:

  1. Esta novela tiene, como muy bien dices, una estructura perfecta y una ejecución magistral, propia de un escritor que, con una idea muy sencilla, es capaz de contruir una historia tan profunda y memorable. La verdad es que se agradece que haya escritores como McEwan, que siempre intentan escribir algo diferente y renuncian a ese vicio demasiado perdonado de repetirse constantemente.
    A mí Saturday me gustó, aunque reconozco que en la partida de squash se pasó...
    Un saludo.

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    1. Qué cierto es lo que dices. Hay que dar gracias que haya autores como McEwan, que escriben con oficio y maestría. De Saturday no me convenció la trama. Ahora mismo no recuerdo bien la partida de squash, pero me pareció que le daba demasiadas vueltas de tuerca a lo que de por sí era un argumento complejo. Pero reconozco su buen hacer en esa novela también. Y ahora ya tengo Solar preparada para que le hinque le diente. Todo a su tiempo.
      Un saludo.

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