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17 nov 2012

Reseña: Sangre en el ojo, de Lina Meruane


Lina Meruane, Sangre en el ojo (Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2012). 157 páginas. (Un regalo de Silvia, traído desde Córdoba. Thanks, mate!).


De todos los sentidos, puede que sea la vista el que mejor nos defina. El viejo aforismo de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ apunta hacia la necesidad humana de ver. Y sin embargo, algunos de los grandes autores de la literatura universal fueron hombres que perdieron la vista, y posiblemente a causa de esa pérdida supieron ahondar en la visión de la condición humana en modos que a otros les fueron negados, pese a conservar estos plenamente todos sus sentidos.

Mientras leía esta extraña y fascinante novela de Meruane, me vino a la cabeza el recuerdo de un pequeño accidente que sufrí en mi adolescencia. Iba subido con otros seis amigos en una sola bicicleta, cuesta abajo, y naturalmente perdimos el equilibrio. El cuerno del manillar me impactó directamente en el ojo, que quedó a la funerala. Durante una hora apenas podía ver nada con ese ojo, pero por fortuna todo quedó en un susto.

A la protagonista de Sangre en el ojo, también llamada Lina Meruane (la autora sufrió una ceguera temporal, por lo que el relato bebe de fuentes autobiográficas que no esconde la autora chilena), la ceguera le llega de pronto en mitad de una fiesta. Para complicar más las cosas, su pareja, Ignacio, y ella tienen mudanza a los pocos días del infortunio. Lina es una mujer muy decidida, de una voluntad férrea, y no va a dejarse vencer fácilmente.

A partir de ahí se inicia el periplo que conforma el eje cronológico de Sangre en el ojo. Lina acude al oculista, se hace pruebas y análisis y el cirujano oculista ruso Lekz le da hora para una consulta decisiva para realizar una operación en unos treinta días. Váyase a casa, a Chile de vacaciones, le dice, mientras espera la fecha. Lina lo hace – el relato del vuelo a Santiago tiene momentos desternillantes – y vuelve al escenario familiar de su casa santiaguina, al fondo el aire sucio de la ciudad, en primer plano el pesado entorno doméstico; todo le resulta asfixiante, y por partida doble.

Privada de la vista, Lina se ve en la nada envidiable circunstancia de tener que aguzar sus otros sentidos para poder dotar de significado su vida diaria, y sus palabras: sus manos piensan por ella, lee, escuchándolos, los gestos de los que le rodean, huele temores y sorpresas. Pero son muchas las palabras que van a carecer de sentido para quien sufre una ceguera: “La palabra amanecer no evocó nada. Nada que semejara un amanecer”, o “Lo veo todo sin verlo, viéndolo desde el recuerdo de haberlo visto”.

Narrada en primera persona, Sangre en el ojo combina el relato de la ceguera de la protagonista con el de la relación de Lina con Ignacio, el novio español que le hace de lazarillo y al que en ocasiones parece avasallar. Las palabras (en algunos casos capítulos enteros) que la narradora dedica directamente a Ignacio figuran entre paréntesis, en un recurso técnico más efectista que efectivo.

A mi parecer, sin embargo, es la prosa de calidad de Meruane lo que caracteriza a esta novela, lo que da un punto singular y atractivo que engancha y hace disfrutar al lector. Una prosa cortante y cortada, sin diálogos, con azarosos saltos en el aire sin colchoneta, agresividad y recelo ante las palabras, puntuados por metáforas deslumbrantes. Es un lenguaje fresco, muy actual, excelentemente colocado por la narradora en la boca de cada uno de los personajes. Abundan lógicamente los chilenismos, pero también hacen acto de aparición en Nueva York muchos términos de los latinos, palabras que muy pronto serán parte de la lengua castellana global. En ese sentido, podría decirse que Sangre en el ojo podría ser perfectamente una avanzadilla de la literatura globalizada en castellano que a mediados del siglo XXI será probablemente el estándar.

Con un ritmo narrativo endiablado, Sangre en el ojo hurga en la herida de la vulnerabilidad del cuerpo humano, en nuestras reacciones biliosas, en el resentimiento que crece con la impotencia. Meruane nos recuerda (y se recuerda a sí misma) que el ficticio equilibrio en el que cada uno de nosotros vive es condenadamente frágil, que todo en nuestras vidas es, al fin y al cabo, fugaz, como un destello de luz. Disfrutemos de poder verlo.

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