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14 nov 2013

Reseña: The Luminaries, de Eleanor Catton

Eleanor Catton, The Luminaries (Londres: Granta, 2013). 832 páginas.

Un meritorio editor y traductor español lamentaba no hace mucho la desafortunada tendencia que predomina en la industria del libro de traducir ficción contemporánea en lengua inglesa a un castellano con una “sintaxis decimonónica”. Se trataría de una especie de traición, muy acomodaticia con las posiciones un tanto amilanadas de la inmensa mayoría de los editores españoles, los cuales, no nos engañemos, copan el mercado del libro en lengua española y en cierto modo deciden no solamente qué es lo que leen sino cómo lo leen, los lectores que no pueden acceder a los textos en la lengua original. Y no es noticia que hoy en día se traduce muchísima ficción en lengua inglesa solamente por el hecho de que fue escrita en lengua inglesa, no necesariamente porque sea de mayor calidad que otras literaturas. Ese flagrante desequilibrio obedece a imperativos económicos.

A este respecto, no sé qué diría el editor al que me refería más arriba sobre el caso de The Luminaries. Hace apenas un mes una joven neozelandesa que hasta ahora solamente había publicado un título en 2008 (The Rehearsal, traducido como El ensayo general por Tamara Gil Somoza y publicado este año por Siruela) va y gana el Man Booker de 2013 con una novela que desde la primera página destila un sabor innegable a Jane Austen o Wilkie Collins, y muestra una textura sintáctica que recuerda perfectamente a Charles Dickens.
Hokitika en la década de 1870. Fuente: Wikicommons.
Catton sitúa The Luminaries en una pequeña ciudad de la isla Sur de Nueva Zelanda, llamada Hokitika, en los años 1865 y 1866. Hokitika es, por aquel entonces, apenas un poblado, que atrae a miles de buscadores de oro de todo el mundo. A simple vista, The Luminaries es una historia de misterio, o mejor dicho, una historia en torno a varios misterios. Como no puede ser de otro modo, se inicia en una oscura noche de tormenta, con la azarosa llegada de un joven abogado escocés, Walter Moody, quien va huyendo de su pasado y buscando hacerse rico en los yacimientos de oro río arriba. Al entrar en el salón del hotel donde se ha alojado le da la impresión de que ha interrumpido una conspiración entre los doce hombres que a esa hora están allí. Como mandan las leyes de la cortesía y la urbanidad, entabla conversación con uno de ellos, Tom Balfour. Al revelar parte de su historia personal, Moody les ofrece a los doce hombres allí reunidos la posibilidad de contar con un oyente imparcial. La coincidencia (uno de los temas recurrentes en The Luminaries) hace que Moody haya llegado a Hokitika en el barco que forma parte de la intricada trama de misterios y delitos que los doce buscan resolver.
El puerto de Hokitika en 1867. Fuente: Wikicommons
La trama comprende varios hilos que, en principio, no parecen guardar relación entre sí: una prostituta, Anna Wetherell, a la que han encontrado inconsciente bajo los efectos del opio, y de quien se sospecha un intento de suicidio (un delito por aquel entonces), la desaparición de Emery Staines, un rico jovencito a quien la fortuna ha sonreído en los yacimientos de oro, la muerte (aparentemente por causas naturales) de un solitario ermitaño llamado Crosbie Wells en su cabaña del valle de Arahura, a unas cuantas millas de la ciudad, y el posterior hallazgo de una fortuna en pequeños lingotes de oro enterrados en la cabaña, pero procedentes de la explotación minera a nombre de Staines.

Con más de ochocientas páginas, The Luminaries fue sin duda una arriesgada apuesta para una autora que todavía no había establecido su carrera: la trama da vueltas y vueltas para abarcar muchos episodios y su justificación desde el pasado de los personajes. Hay venganzas personales, disparos sin balas, documentos legales con firmas falsificadas, traiciones y revelaciones de secretos, consumo de drogas, corrupción, engaños, naufragios y una sesión de espiritismo con dos chinos disfrazados para crear ‘ambiente’, etc. Y como colofón, un juicio en el que las revelaciones resultan dramáticas e inesperadas, y que termina con el asesinato de uno de los testigos, arrestado en el transcurso del juicio, por un desconocido.

Son muchos los buenos atributos que se le pueden observar a The Luminaries. El lector podrá disfrutar de una narración omnisciente que rinde tributo a la novela de la época victoriana al tiempo que la parodia. El lector podrá también observar, mientras va descubriendo las soluciones a los misterios, la ingeniosa estructura en torno a la cual Catton construye su obra. The Luminaries se compone de doce partes. La primera cuenta con más de 300 páginas – un número más que suficiente para lo que se entiende como novela hoy en día. Cada una de las partes es más o menos la mitad de extensa que la anterior, de modo que la última consta de apenas una página, si llega.

El lector podría también paladear un lenguaje ya arcaico de mitad del siglo XIX que utiliza con mucho esmero una novelista de 28 años en 2013, y que añade pequeños detalles de época (la autocensura de palabras prohibidas, o el breve resumen en cursiva que precede a cada capítulo, al estilo decimonónico, como en este ejemplo, el primero:

Mercurio en Sagitario
En el cual arriba un extraño a Hokitika; se interrumpe un secreto conciliábulo; Walter Moody oculta sus más recientes recuerdos; y Thomas Balfour comienza a contar una historia.
En otra de las convenciones novelísticas victorianas, en los inicios de la novela el narrador omnisciente hace acto de presencia en el texto para comentar los hechos o alertar al lector de algún detalle que haya quedado poco claro, o para excusar la omisión de alguna conversación entre personajes que podría aburrir al lector. Es otro de los juegos de Catton, y podrá entretener o no al lector; es innegable, no obstante, que todos estos aspectos que he mencionado son parte de una estrategia deliberada por parte de la autora. Su escrupulosa adhesión al estilo y la lengua de la novela victoriana crea una superestructura totalmente premeditada, la cual, conforme la novela progresa, va cayendo hasta dejarle al lector poco más que lo que son en realidad restos, vestigios de una narración fragmentada, más en consonancia con las tendencias narrativas actuales. En cierto modo, lo que hace Catton es diseñar un escenario que tiene tanto de homenaje como de simulacro: obsérvese la alusión a lo teatral que ello supone.

En este sentido, resulta interesante que cuando Moody (espectador/oyente imparcial al inicio) abandona Hokitika tras haber triunfado como abogado defensor en el juicio, se encuentra en su caminata con un irlandés. Paddy Ryan se ofrece a hacerle compañía en el camino, y le propone que cuente una historia para ‘que nos olvidemos de los pies, y no nos demos cuenta de que estamos andando’. Conforme, Moody le confiesa al irlandés que se halla ante un dilema antes de comenzar su relato: ‘Estoy tratando de decidir entre toda la verdad o nada más que la verdad’…’Me temo que mi historia es tal que no puedo lograr ambas a un tiempo’.

Un último aspecto a mencionar sobre The Luminaries es otra estructura agregada por Catton. En tanto que es cardinal en la novela el tema del destino, Catton introduce cada una de las partes de la novela con una especie de carta astral, en la que los doce signos zodiacales se corresponden con los doce hombres del salón del hotel; hay asimismo una lista de personajes estelares y planetarios, con sus lugares correspondientes los primeros y su área de influencia pertinente en el caso de los segundos; solamente uno está en ‘terra firma’, Crosbie Wells, el difunto. Además, Catton prologa el libro con una nota dirigida al lector, en la que explica que ‘las posiciones estelares y planetarias del libro se han determinado de manera astronómica’. Dada mi indiferencia absoluta por todo lo relacionado con la astrología, confieso que apenas entendí nada de ello, ni puedo arrojar luz alguna sobre cómo se relaciona lo anterior con muchos de los títulos de los capítulos.
Vista del río y la playa de Hokitika. Fuente: Wikicommons

Un osado experimento literario, para el que Catton pasó un año completo leyendo textos de la época, The Luminaries marca una cota de complejidad que será difícil de superar, por no hablar de su traducción a un castellano decimonónico con el que sin duda alguna merecería ser recompensado. Parafraseando el título, es una novela tan brillante como las lumbreras que iluminan el firmamento austral de las noches neozelandesas.

7 comentarios:

  1. Estupenda reseña, desde que leí El ensayo general estoy con ganas de leer la segunda novela de Catton

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    1. Gracias, me alegro de que te haya gustado. Espero también que la traducción al castellano sea aceptable y no le quite ese sabor decimonónico a The Luminaries. De lo contrario será una verdadera pena.

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  2. Se sabe qué editorial la va a publicar ? y cuándo?
    Gracias.

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    1. Sobre ambas cosas sé tanto como sobre tu identidad, querid@ anónim@.
      Saludos.

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    2. Gracias igualmente.
      Un saludo,
      Virginia

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  3. Acabo de terminar de leer el libro, me fascino. En las primeras 200 paginas estuve a punto de dejarlo varias veces, porque el inglés es dificil y hay que ponerle esfuerzo, pero la claridad de las conclusiones sobre como la humanidad se entiende a si misma y los retos de aprender como somos y como todavía tenemos tanto que aprender para vivir juntos es increible. Tu reserña me ayudó a estructurar mejor esta comprensión. Gracias (estare atento a la traducción para compartirlo, ojala puedan respetar la enorme diversidad de estilos de castellano que se pueden usar para hacerla fiel).

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    1. Gracias, Jose. Me alegro de que hayas persistido con su lectura, porque de verdad que el esfuerzo vale la pena. Sobre el tema de la traducción me siento una pizca escéptico. Son tantos los desengaños que se lleva la gente. Un cordial saludo, y bienvenido al blog.

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