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14 dic 2013

Reseña: Journey to the End of the Night, de Louis-Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline, Journey to the End of the Night (Richmond, Surrey: Alma Classics, 2010 [1932]. 415 páginas. Traducido al inglés por Ralph Manheim.

Quizás por fortuna, quizás porque el ejercicio creativo literario suele crear una aureola de bondad entorno a los autores, la historia de la literatura no abunda en casos como el de Louis-Ferdinand Destouches, más conocido por el apellido de su abuela materna, Céline. Nacido en 1894, Céline tomó parte en la I Guerra Mundial y resultó herido de gravedad y fue condecorado por ello. Tras la guerra completó su educación y estudió medicina. Viajó a África y a Estados Unidos antes de regresar a Francia, donde siguió ejerciendo como médico, tratando a los ciudadanos más pobres de las barriadas de París. En teoría, teniendo en cuenta estos datos, parecería que tenemos delante un buen hombre.

Y sin embargo, Céline ha quedado señalado por la historia por sus panfletos antisemitas, por ser alguien que no dudó en apoyar públicamente el execrable régimen hitleriano. Sea como fuere, Voyage au bout de la nuit, su primera novela, publicada en 1932, se ha convertido en obligada referencia de la literatura universal del siglo XX. Durante años había leído muchos comentarios elogiosos, todos ellos por parte de una variadísima gama de literatos de cierto renombre, y por fin he podido hincarle el diente a esta novela, en una pulcra traducción al inglés de Ralph Manheim hecha inicialmente en 1966, y revisada hace apenas tres años.
Céline, tras recibir un premio por su novela, en 1932. ¿Un hombre de pocos amigos?
Este viaje al lado más oscuro del ser humano, el viaje al fin de la noche como lo llama el autor, cuenta en primera persona la vida de Ferdinand Bardamu, antihéroe moderno cuya narrativa calca en buena parte la vida real de Céline. El otro personaje central es Léon Robinson, a quien Bardamu conoce por primera vez en la guerra y quien una y otra vez vuelve a aparecer en su vida en los lugares menos esperados.

Bardamu es un narrador obsceno, provocador y despiadado, inicuo en su cortante misantropía y misoginia, pero al mismo tiempo con una fuerte apariencia de veracidad, por su sinceridad y falta de vanidad. Céline no tiene apenas palabras amables para nadie, excepto quizás para los niños, que como nos recuerda, son ‘el futuro’. Hay un único episodio en el que Céline le permite a su alter ego, Bardamu, una brizna de simpatía por la humanidad: la impotencia que confiesa cuando se ve incapaz de salvarle la vida al pequeño Bébert: “You never mind very much when an adult passes on. If nothing else, you say to yourself, it’s one less stinker on earth, but with a child you can never be so sure. There’s always the future.” [Que la palme un adulto, nunca importa demasiado. Uno se dice a sí mismo que, en todo caso, ya hay un mal bicho menos en la tierra, pero con un niño uno nunca puede estar tan seguro. Siempre nos quedará el futuro]
Paris, años 30. Céline resalta una y otra vez la mala calidad del aire.
La narrativa de Voyage au bout de la nuit es algo menos caótica de lo que algunas opiniones que he leído sobre la novela parecen indicar. Para ser una novela de entreguerras, el frecuente uso de la elipsis, las constantes insinuaciones antes que la referencia o mención directa debieron sorprender a los lectores de su época. Voyage au bout de la nuit logró ser un gran éxito cuando apareció en 1932, lo cual indica que ya en su momento despertó pasiones. Puede que ochenta años después, lo que más llame la atención del lector actual sean las demoledoras máximas con que Céline salpica la narración de las desventuras de Bardamu. Personalmente, me he quedado con dos, que apunté mientras leía el libro.

La primera es un ataque visceral contra el homo militaris: “As long as a soldier isn’t killing, he’s a child and easily amused. Since he is not in the habit of thinking, it costs him a crushing effort to understand when spoken to.” [Siempre y cuando no esté matando, el soldado no es más que un niño, y es fácil mantenerlo entretenido. Dado que no tiene la costumbre de pensar, entender cuando se le habla requiere de él un esfuerzo apabullante.]

La segunda es una sombría reflexión sobre la juventud:
In the whole of your absurd past you discover so much that’s absurd, so much deceit and credulity, that it might be a good idea to stop being young this minute, to wait for youth to break away from you and pass you by, to watch it going away, receding in the distance, to see all its vanity, run your hand through the empty space it has left behind, take a last look at it, and then start moving, make sure your youth has really gone, and then calmly, all by yourself, cross to the other side of time to see what people and things really look like.” [En el conjunto del absurdo pasado, uno descubre tantas cosas que son absurdas, tanto engaño y credulidad, que pudiera ser una buena idea dejar de ser joven en ese mismo instante, esperar a que se desprenda la juventud y pase de largo, observar cómo se aleja de uno, cómo se desvanece en la distancia, ver toda su vanidad, pasar la mano por el hueco que ha dejado, echarle un último vistazo y luego emprender el camino, asegurándose de que uno ha dejado de verdad la juventud atrás, y entonces, con calma, y en soledad, cruzar a la otra orilla del tiempo para ver qué aspecto tienen de verdad las personas, las cosas.]
Voyage au bout de la nuit es más que una crítica demoledora de la Europa de entreguerras: todos los sistemas políticos y económicos (que siguen vigentes, no debemos olvidarlo) salen malparados en las feroces observaciones que hace Bardamu. El Detroit de las factorías de Ford (esa ciudad que apenas hace unos meses vio cómo su ayuntamiento se declaraba en quiebra) queda retratado como un lugar horrendo; colonialismo, imperialismo, capitalismo, socialismo, consumismo, religiones – todas las ideologías occidentales reciben el garrotazo inmisericorde de Céline.
Calles de Detroit, en la década de 1920.
Por muy deleznables que fueran sus opiniones y actitudes posteriores, su aportación a la historia de la literatura no es nada desdeñable. Por último, para quien quiera leer el libro en castellano, recomiendo leer antes este artículo de Guillermo Piro sobre las traducciones disponibles. Para quien, como yo, el original en francés suponga una montaña infranqueable, Viaje al fin de la noche merece una traducción decente, que al parecer todavía no existe en lengua castellana. ¿Se anima alguien?

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