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18 may 2014

Reseña: Manteca colorá, de Montero Glez

Montero Glez, Manteca colorá (Madrid: El Taller de Mario Muchnik, 2005). 183 páginas.

A Montero Glez lo descubrí hace ya muchos años, cuando publicó su Sed de champán en Edhasa, una editorial de la que el autor echó pestes posteriormente, según me manifestó en correspondencia privada por aquellos años de final del anterior milenio, cuando el mundo (decían) se iba a acabar. Tanto le disgustaba aquella edición que me envió una nueva, publicada por el Taller de Mario Muchnik. De hecho, Roberto Montero González es mi amigo en una red social, en la que – sospecho – ninguno de los dos participamos, pero a través de la cual me envió hace muchos años una copita de cava. ¡Salud, Montero!

Manteca colorá está muy en la línea de Sed de champán, pero sin que Montero llegue a impresionar como lo hizo con su debut literario, o con Pólvora negra, novela histórica que ya reseñé hace casi cuatro años. Es una novelita, una narración mucho más breve y, a mi juicio, mucho menos lograda que la que tenía por protagonista al Charolito. Y en realidad, si le quitáramos unos cuantos párrafos superfluos, y si además un editor severo le hubiera tirado de las orejas al autor, tendríamos un probablemente excelente cuento, de una extensión razonable, dotado de personalidad y exhibiendo el estilo característico del autor.

El antihéroe protagonista de Manteca colorá, el Roque, ha salido hace muy poco del talego. De profesión pescador, vive en la costa gaditana, en Conil de la Frontera; logra, como muchos otros en esa parte del mundo, más dinero con el contrabando de hachís que con la pesca de las sardinas que tanto abundan en el océano y tan ricas están cuando las asas. En todo caso, resulta que el Roque tiene ciertas cuentas pendientes con el Lunarejo, quien se la jugó en una chamba pasada. Ambos han trabajado anteriormente para el Coronel, excoronel de la Benemérita que controla el tráfico de drogas en el Estrecho además de muchas otras cosas. Cuando el Coronel le ofrece otro trabajito al Roque, éste no cae en la cuenta de que se trata de una trampa. Tras salvar el pellejo en un episodio de narración trepidante y humorística, el Roque se venga del Coronel mientras una jovencita le estaba prestando a éste sus esmeradas atenciones y cuidados en un burdel del pueblo. La persecución de los esbirros del exmilitar es implacable, y aunque Roque se deshace de algunos de ellos, es al final capturado en el cementerio. De allí lo llevan al yate del difunto Coronel, donde los sicarios, en compañía de un par de ‘madalenos’ le ponen unos zapatitos de cemento después de darle una somanta histórica.

Montero ya publicó un relato breve titulado Zapatitos de cemento, guardado ahora en las mazmorras de mi biblioteca, de donde saldrá quizás algún día, tal como le sucedió al Roque. Manteca colorá reproduce por tanto las líneas argumentales principales de Sed de champán. Al igual que el Charolito, el Roque va dejando un reguero de sangre y fiambres en su huida. El relato avanza y retrocede en el tiempo; la presencia del narrador es permanente, parando el progreso del relato a su antojo y retomando los hilos cuando le parece oportuno.

Con un relato que rebosa violencia, sexo y humor negro, Montero Glez tiene cierto gusto para retratar a diversos representantes del macho ibérico que posiblemente, si es que decidiesen ejercer su derecho democrático, votarían por lo rancio y casposo que sigue ostentando el poder en España. Puede que el tratamiento de los personajes femeninos en Manteca colorá sea un más o menos fiel reflejo de la realidad social hispana. Montero construye retratos exagerados de sicarios y maleantes hasta convertirlos en esperpentos deformados.

Hay una cualidad oral que refuerza el control total del autor/narrador: pese a que su excesiva repetición les reste algo de valor, se aprecian esos toques lingüísticos con que Montero Glez jalona el relato (los vulgarismos, la jerga de los hampones, la reproducción del habla andaluza – “mirusté”, “la vía ha subío mucho, sabusté” – el uso de mayúsculas para indicar gritos). Lo cual me hace pensar que quizás el audiolibro sea un formato que debiera explorar Montero en un futuro, al menos para relatos como el de este libro. Un desenlace tan sorprendente como el de Manteca colorá supondría posiblemente un aliciente añadido en audio.

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