Akhil Sharma, An Obedient Father (Londres: Faber & Faber, 2001). 282 páginas.
¿Cuál
es la diferencia en términos morales entre la corrupción política que se
aprovecha de una posición de poder para beneficio económico propio y condena a
la pobreza a muchos otros miembros de la sociedad y la depravación de un
pederasta que abusa a los menores y obtiene el beneficio sexual propio a costa
de arruinar su vida y su personalidad? Cuando hace muchos años leí por primera
vez la novela que es ahora un clásico de la literatura (Robert McCrum la incluyó entre sus 100 mejores novelas en lengua inglesa en la serie para The Guardian
que en apenas una semana llegará a su conclusión), Lolita, me sorprendió como lector – como estoy seguro que sorprendió
a muchísimos otros lectores – la sensación sentir casi simpatía por Humbert, el
monstruo pederasta.
En
la primera novela del estadounidense de origen indio Akhil Sharma, An Obedient Father, el protagonista
dista mucho de ser el personaje cultivado y afable tras el que se esconde el
monstruoso Humbert. Muy al contrario: Ram Karan es un viudo de 57 años, ha
sobrevivido a un infarto pero sigue siendo muy obeso y aficionado al Johnnie
Walker en las fiestas y recepciones a las que es invitado. ¿Su ocupación?
Oficialmente, funcionario del Departamento de Educación en la ciudad de Delhi;
pero en realidad Karan se dedica a recoger el dinero de los sobornos y mordidas
en nombre de su jefe, el señor Gupta, un mediocre oficial del Partido del
Congreso.
Este
odioso antihéroe vive en un pequeño apartamento de Delhi en una zona muy pobre.
Con él viven ahora su hija Anita, que recientemente perdió a su marido en un
accidente, y la hija de Anita, Asha, que está traumatizada por la muerte de su
padre. Una noche, tras emborracharse en la casa de Gupta, Anita lo descubre
toqueteando a Asha en el dormitorio: este es el detonante para una chocante
revelación. Cuando Anita tenía doce años, su padre la violó repetidamente hasta
que fue descubierto por su esposa Radha. Anita no lo ha olvidado, pese a que su
madre la conminó a ello.
Rajiv Gandhi (1944-1991). Fotografía de Santosh Kumar Shukla |
Con el trasfondo político del asesinato de Rajiv Gandhi (1991), Karan se involucra
en la trama de corrupción y traiciones políticas urdida por Gupta. Tras haber
recolectado mucho dinero para el Partido del Congreso, Gupta traiciona a sus
amos y decide presentarse como candidato del BJP (Bharatiya Janata Party, o
Partido Popular Indio). Roma no paga a traidores, y el Partido del Congreso
tampoco. Lo que comienza con un espionaje telefónico (que da lugar a unos
diálogos muy cómicos entre Karan y el espía encargado de escuchar sus
conversaciones telefónicas) termina con el asesinato del hijo de Gupta.
Rajesh Khanna (1942-2012) y su hija Twinkle. Fotografía de Bollywood Hungama. |
Sharma
conjuga con mucha soltura la corrupción personal del pasado de Karan con la
corrupción política en la que se hunde junto con su jefe, de tal manera que la
primera se refleja en la segunda. Los días en que la red de corrupción comienza
a venirse abajo coinciden con los inicios de la venganza de Anita. Sometido a
un marcaje implacable dentro y fuera de casa, su destrucción es segura. Anita
se encarga de hacer desaparecer las medicinas y de agregar dobles o hasta
triples dosis de grasa a la comida que le prepara.
El
autor consigue no obstante presentar una imagen de Karan como persona que
intenta redimirse de sus muchos crímenes. Entrega dinero corrupto a Anita para
que Asha pueda vivir mejor, salva a una familia Sikh de ser linchada por
malhechores tras el asesinato el Primer Ministro Gandhi. Karan se revela en una
narración en primera persona como un pobre diablo, derramando amargas lágrimas
cuando la certeza de un fin cruel le queda clara. Karan es no obstante el
producto de una sociedad que vive inmersa en la crueldad, la corrupción y la
violencia. Más que un antihéroe, es un monstruo venido a menos, un ser vil y
repulsivo que ha terminado siendo un pobre mamarracho de voraz apetito y poca
voluntad.
La
mayor pega que se le puede poner a esta novela es la pobre elección que hace
Sharma al intercalar unos pocos capítulos narrados por Anita en lo que es una
narración realizada principalmente desde el punto de vista de Ram Karan en primera persona. El efecto
es contraproducente, especialmente porque no consigue agregar nada particularmente interesante. En lugar de
quedar retratada como víctima de un ser repugnante y vicioso, Anita queda
dibujada como una histérica que calcula su venganza de forma fría y cruel – y
no es que Karan no se hubiera hecho merecedor de eso. Además, la línea argumental
tiene sus altibajos, y el desenlace es en gran medida un anticlímax.
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