Páginas

22 nov 2018

Reseña: The Children Act, de Ian McEwan

Ian McEwan, The Children Act (Londres: Jonathan Cape, 2014). 216 páginas.
En los estados en los que, por fortuna para sus ciudadanos, la justicia es independiente, transparente, eficaz y (paradójicamente) justa, las intervenciones de magistrados y jueces apenas causan revuelo. Los expertos en leyes y jurisprudencia hacen su trabajo, luego se van a su casa y Santas Pascuas. Como mucho, si se da alguna causa judicial que, por sus características, despierte la curiosidad de la prensa o el interés de la ciudadanía en general, los más altos próceres de la Justicia tratan por todos los medios de mantener su ecuanimidad y dispensar eso que se les pide a cambio de sus emolumentos: justicia.

La trama de The Children Act gira en torno a una jueza del Alto Tribunal del Reino Unido,  Fiona Maye, dedicada a casos de temas de familia – principalmente asuntos de custodia de menores en casos de separación y divorcio. A sus cincuenta y pico años, sin hijos y un marido académico entusiasta del jazz, se encuentra de repente en un momento harto difícil, cuando el marido le plantea la necesidad de acometer cambios vitales antes de que sea demasiado tarde. Vamos, como la vida misma.

Tras plantearle un ultimátum, Maye prefiere ignorar los razonamientos del esposo, y zambullirse de lleno en su trabajo. ¿Para qué enfrentarse a los problemas personales cuando uno tiene a mano numerosos problemas ajenos que resolver?

Y para muestra, un botón. O mejor, un chico de diecisiete años que padece una leucemia, que podría tratarse y posiblemente resolverse con una trasfusión de sangre. El problema es que Adam, el adolescente, es testigo de Jehová, y sus padres lo han convencido de la bondad de dejar que la enfermedad siga su curso. De manera que la jueza se va al hospital a entrevistarlo antes de emitir su decisión.

Y esa decisión, a la larga, marcará a Maye de manera indeleble. Como en muchas otras novelas de McEwan, un inesperado episodio cambia las vidas de personajes. La incertidumbre los atrapa. Y a quién no, añadiría uno.

Muy lejos queda en el tiempo el McEwan que descubrí en mi juventud, el de First Love, Last Rites, In Between the Sheets o The Cement Garden. En The Children Act no hay ya ni una pizca de la escabrosidad y la latente amenaza que se cernía sobre sus protagonistas. Hay, eso sí, un exhaustivo análisis de la jurisprudencia sobre casos legales en los que el estado debe decidir entre los derechos parentales y los de los menores a su cargo.

Gray's Inn Square, Londres. El corazón legal del Reino Unido. Fotografía de Chensiyuan.
De hecho, a uno le queda la sensación de que The Children Act era en realidad un cuento, que quizás haya sido extendido algo artificiosamente. Hay en él mucho material jurídico y filosófico, del que la trama no precisa. No se le puede negar a McEwan su enorme capacidad para crear personajes repletos de dilemas y defectos tan humanos como los nuestros, pletóricos protagonistas sobrados de aliento vital. Pero The Children Act, para mi gusto, es algo flojita como narrativa. Nada deslumbrante.

Apareció en 2015 en castellano (en traducción de Jaime Zulaika) como La ley del menor, i en català (en una traducció a càrrec d’Albert Torrescasana) com La llei del menor, ambdues publicades per Anagrama.

4 nov 2018

Reseña: Quicksand, de Steve Toltz

Steve Toltz, Quicksand (Melbourne: Penguin, 2015). 435 páginas.

Dada la gran propensión al juego entre los australianos, y la muy extendida creencia en la fortuna como influencia decisiva en nuestras vidas, no es de extrañar que la literatura australiana contemporánea guarde un lugar especial para un arquetipo masculino bastante llamativo: es el born loser, el perdedor nato al que todo le sale mal y al que la mala suerte persigue sin cesar. Un ejemplo entrañable sería Sam Pickles, del ya clásico Cloudstreet, de Tim Winton. La idea es que la mala suerte te persigue, o como decía Rubén Blades de su ‘Pedro Navaja’, “Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos”.


El loser de Quicksand no se llama Pedro, sino Aldo. Aldo Benjamin. A sus 42 años, parapléjico, ha sobrevivido a unos cuantos intentos de suicidio y a múltiples accidentes, traumas físicos y mentales, además de una temporada en chirona, donde es vejado, violado, agredido y humillado en un sinfín de ocasiones. Y al día siguiente de salir de la cárcel, lo vuelven a acusar de asesinato.

Desde su más tierna infancia, todo intento de abrirse camino en la vida le ha salido mal a Aldo. Ya muy joven pierde a su hermana en un accidente en Bali. Después muere su padre. Al poco tiempo, y todavía virgen, es acusado de una violación en el instituto. Nada le sale bien a Aldo, y con cada intento de crear un negocio lo único que consigue es una jauría de acreedores. Es, en las palabras que el narrador escoge para titular una de las partes del libro, “El rey de los errores no forzados”.

El narrador es el mejor amigo de Aldo, Liam: de profesión, agente de policía, de vocación, escritor. Toltz explicó en una entrevista con el SMH en abril de 2015 que Quicksand es en cierto modo un producto secundario de la extremadamente hilarante A Fraction of the Whole, que reseñé aquí hace ya la tira de años. Como en su primera novela, Toltz construye personajes muy locuaces, pletóricos. La principal diferencia es que, si en A Fraction of the Whole la ironía es absolutamente desbordante, en esta novela “hija” el humor presenta una tendencia hacia lo lúgubre de la cual nunca se escapa el texto. El título apunta a nuestra existencia como unas arenas movedizas: para Aldo, la vida ha resultado ser una suerte de condena ineludible. La portada alude al mito de Sísifo.

La preponderancia del humor negro, esa tendencia tan oscura, resultan no solo desconcertantes, sino agotadores. La narración avanza en forma de una infortunada anécdota tras otra, de desgraciado episodio tras otro, en un texto repleto, eso sí, de frases ingeniosas, metáforas y símiles extremos, y sinsentidos varios. A excepción de Aldo (un libro en sí mismo, sin duda alguna) ningún otro personaje adquiere la profundidad necesaria que les realce.

Zetland: Territorio Aldo Benjamin. Fotografía de Maksym Kozlenko.
Porque es cierto: Aldo Benjamin da para muchísimo, tanto que a ratos te deja exhausto. Quicksand trata todos los grandes de temas del ser humano: amor, mortalidad y destino son predominantes, pero también aparecen el duelo, la familia, la amistad y el sexo, el arte y el absurdo, nuestro sentido del deber o su ausencia, la libertad, la honradez, la duplicidad; una larguísima lista que incluso podría ampliarse.

Consciente de que lo suyo pudiera ser la mala suerte de vivir una inmortalidad no deseada, Aldo emprende el trayecto último de un ascetismo espectacular, aislándose en un ficticio islote rocoso frente a las costas de Sydney y sufriendo las inclemencias del tiempo (y los ataques de los cangrejos). Es paradójicamente el único negocio que le sale bien: pronto le surgen millones de adeptos y seguidores en internet. Pasados los meses, cuando la novedad ya ha pasado y los vendedores ambulantes han abandonado la playa, Liam acude al islote y ya no encuentra a Aldo. ¿Es de verdad inmortal?

Quizás no haya funcionado tan bien como esperaba Toltz el extirpar a un personaje de un manuscrito para que dé a luz a otro. Con toda la creatividad que demuestra el autor en Quicksand, no alcanza la genialidad y brillantez de Una parte del todo.