Dada la gran propensión
al juego entre los australianos, y la muy extendida creencia en la fortuna como influencia decisiva en nuestras vidas, no es de extrañar
que la literatura australiana contemporánea guarde un lugar especial para un
arquetipo masculino bastante llamativo: es el born loser, el perdedor nato al que todo le sale mal y al que la
mala suerte persigue sin cesar. Un ejemplo entrañable sería Sam Pickles, del ya
clásico Cloudstreet, de Tim Winton. La
idea es que la mala suerte te persigue, o como decía Rubén Blades de su ‘Pedro
Navaja’, “Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos”.
El loser de Quicksand no se llama Pedro, sino Aldo. Aldo Benjamin. A sus 42
años, parapléjico, ha sobrevivido a unos cuantos intentos de suicidio y a
múltiples accidentes, traumas físicos y mentales, además de una temporada en
chirona, donde es vejado, violado, agredido y humillado en un sinfín de
ocasiones. Y al día siguiente de salir de la cárcel, lo vuelven a acusar de
asesinato.
Desde su más
tierna infancia, todo intento de abrirse camino en la vida le ha salido mal a
Aldo. Ya muy joven pierde a su hermana en un accidente en Bali. Después muere
su padre. Al poco tiempo, y todavía virgen, es acusado de una violación en el
instituto. Nada le sale bien a Aldo, y con cada intento de crear un negocio lo
único que consigue es una jauría de acreedores. Es, en las palabras que el
narrador escoge para titular una de las partes del libro, “El rey de los
errores no forzados”.
El narrador es el
mejor amigo de Aldo, Liam: de profesión, agente de policía, de vocación,
escritor. Toltz explicó en
una entrevista con el SMH en abril de
2015 que Quicksand es en
cierto modo un producto secundario de la extremadamente hilarante A Fraction of the Whole, que reseñé aquí
hace ya la tira de años. Como en su primera novela, Toltz construye personajes
muy locuaces, pletóricos. La principal diferencia es que, si en A Fraction of the Whole la ironía es
absolutamente desbordante, en esta novela “hija” el humor presenta una
tendencia hacia lo lúgubre de la cual nunca se escapa el texto. El título apunta
a nuestra existencia como unas arenas movedizas: para Aldo, la vida ha
resultado ser una suerte de condena ineludible. La portada alude al mito de
Sísifo.
La preponderancia
del humor negro, esa tendencia tan oscura, resultan no solo desconcertantes,
sino agotadores. La narración avanza en forma de una infortunada anécdota tras
otra, de desgraciado episodio tras otro, en un texto repleto, eso sí, de frases
ingeniosas, metáforas y símiles extremos, y sinsentidos varios. A excepción de
Aldo (un libro en sí mismo, sin duda alguna) ningún otro personaje adquiere la
profundidad necesaria que les realce.
Zetland: Territorio Aldo Benjamin. Fotografía de Maksym Kozlenko. |
Porque es cierto:
Aldo Benjamin da para muchísimo, tanto que a ratos te deja exhausto. Quicksand trata todos los grandes de
temas del ser humano: amor, mortalidad y destino son predominantes, pero también
aparecen el duelo, la familia, la amistad y el sexo, el arte y el absurdo, nuestro
sentido del deber o su ausencia, la libertad, la honradez, la duplicidad; una larguísima
lista que incluso podría ampliarse.
Consciente de que
lo suyo pudiera ser la mala suerte de vivir una inmortalidad no deseada, Aldo emprende
el trayecto último de un ascetismo espectacular, aislándose en un ficticio
islote rocoso frente a las costas de Sydney y sufriendo las inclemencias del
tiempo (y los ataques de los cangrejos). Es paradójicamente el único negocio
que le sale bien: pronto le surgen millones de adeptos y seguidores en internet.
Pasados los meses, cuando la novedad ya ha pasado y los vendedores ambulantes
han abandonado la playa, Liam acude al islote y ya no encuentra a Aldo. ¿Es de
verdad inmortal?
Quizás no haya
funcionado tan bien como esperaba Toltz el extirpar a un personaje de un manuscrito
para que dé a luz a otro. Con toda la creatividad que demuestra el autor en Quicksand, no alcanza la genialidad y brillantez
de Una parte del todo.
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