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31 ago 2019

Reseña: Yo mi hermano, de Juan Mihovilovich

Juan Mihovilovich, Yo mi hermano (Santiago: LOM ediciones, 2015). 129 páginas.
Son pocas las obras literarias que hacen de la esquizofrenia una propuesta narrativa o incluso estética. En el caso de este libro del chileno Mihovilovich, Yo mi hermano, al lector la escritura se le aparece como un doble monólogo, dos voces de un mismo narrador que a ratos interroga, a ratos apela y a ratos maldice a su otro yo, representado por "su hermano".

Ya desde el principio el narrador avisa de que la voz de ese hermano va a tratar de suplantarlo. Tanto es así que hacia el final de la novela pareciera que esa voz impostora se haya adueñado del relato, y puede que Mihovilovich (juez nacido en Punta Arenas) se deleite en la confusión del lector.
Punta Arenas, Chile. Fotografía de Penarc.
El hermano protagonista, aparentemente recluido en una casa a la que casi nadie viene, rememora su niñez y las muchas desdichas que su hermano mayor le infligió. Por ejemplo, el recuerdo de cómo el hermano mayor lo empujó al río helado cerca de la casa con una sonrisa cruel y desalmada. En otro episodio el narrador relata el día en que el hermano le saca el ojo al hijo de unos vecinos. Con la narración de muchos otros incidentes familiares y alguna que otra colorida descripción de la larguísima convivencia fraterna, el hermano menor va construyendo la leyenda negra del hermano mayor, ribeteada de un odio extremo.

Yo mi hermano es un libro atípico, no solamente por su estructura narrativa. Cada capítulo cuenta con dos partes, en la que la segunda es un paréntesis contrapuesto a la primera. No hay nombre alguno, y cuando hay que nombrar a algún personaje, Mihovilovich opta por utilizar la inicial: “¿Cómo supe que habías embarazado a C.? Te preocupa, ¿no es cierto? […] Es claro, tus problemas no son de peso, sino de conciencia. Haber preñado a C. no tendría mayor significación a menos que hubieras querido desembarazarte – qué término tan apropiado – del ser que ayudaste a gestar.” (p. 29)

La locura, parece querer decirnos Yo mi hermano, nace del dolor, de la crueldad del abandono, de la rivalidad ilimitada, de la vileza y la bajeza con que los monstruos justifican sus acciones y la indiferencia con que culminan aquellas. La contraposición de las dos voces narrativas crea un eco rico en matices, pero que no termina de tener una posibilidad de resolución final. A fin de cuentas, la realidad nunca es una, sino la suma de las percepciones de muchos de eso que creemos realidad.

Un libro que podría resultar perturbador para muchos por lo que tiene de feroz disputa de la identidad propia, con ecos bíblicos. Si Kafka sugería que “El escritor que no escribe no deja de ser un monstruo que coquetea con la locura”, también hay escritores que, al escribir, pareciera que coquetean con una especie de enajenación.

18 ago 2019

Reseña: Wild, de Ben Okri

Ben Okri, Wild (Londres: Rider, 2012). 96 páginas.
Corría el año 1993 cuando me presenté una mañana (sin solicitar cita previamente, pero ¡qué descaro tan juvenil!) en las oficinas de una editorial radicada en mi Valencia natal, pertrechado solamente con mi enorme entusiasmo por la traducción literaria y mi recién conquistada cualificación como traductor-intérprete jurado. Lo hice para ofrecerle al editor la posibilidad de publicar traducido al castellano el primer volumen de poesía de un autor que era completamente desconocido en España, aunque acabase de ganar el Premio Booker por su novela The Famished Road.

El autor era Ben Okri, el libro An African Elegy, y al editor no le interesó mi propuesta. Dos décadas después, Okri publicó su tercer volumen de poesía, que lleva por título Wild, y que ahora en 2019 he leído, con una mezcla de curiosidad y desgana.

Si An African Elegy era manifiestamente la obra de un joven poeta nigeriano afincado en Londres y constituía un indudable reclamo para quien quería escuchar nuevas voces a finales del siglo XX, Wild es, por el contrario, un extraño esfuerzo por demostrar dominio de la técnica poética.

En aquel poemario de hace veinte y pico años aparecían temas muy diversos, desde la apropiación cultural de África por parte de Occidente hasta reflexiones y meditaciones en torno a la vida y la muerte, pasando por poemas de amor o abiertas denuncias de la represión militar en Nigeria. No cabía hablar de técnica poética depurada: la poesía de An African Elegy era directa y carecía de artificio. No se encontraba en sus poemas rima alguna, los versos eran predominantemente cortos. Se trataba de una propuesta estética basada en la rotundidad, expresada en palabras a veces duras, a veces hermosas.

En cambio, con Wild Okri parece buscar en demasía la rima, incluso de una manera que raya en lo obsesivo, en ocasiones forzando o incluso terminando por deformar el poema, que de otra manera hubiese llegado al lector con mayor efectividad. El resultado general es harto desigual, cuando no decepcionante.

Hay varios ejemplos claros de lo anterior. Uno es ‘Nostalgia’:

Like a ship in the sand/ The days have moved slowly/ But one never leaves land./[…] I travel the whole world/ With an uncomplicated rhyme./ I feast in dreams, and fast in life;/ It seems that dreams transfigure strife./ So I send messages to my future/ Within a murky paradigm./ Out at sea there are many rocks / I encounter before they are due;/ Sleep resolves them in a paradox./ Only in the present are things true./ Not even the future will last./ Nostalgia’s a flower sent to the past.” (p. 74)

La cadencia interna del poema se enreda en un trastabillar y el ritmo sufre. Aunque Okri afirma desplazarse con rima sencilla, es precisamente la búsqueda de la rima y la insistencia en el aforismo como recurso lírico lo que hunde el poema. No hay encabalgamientos, y al forzar la rima, lo que debería ser dúctil flujo de palabras resulta ser traqueteo mecánico.

La escena se repite en el poema que cierra Wild, ‘O Lion, Roam No More’, homenaje al padre fallecido:

O father Lion roaming in my being,/ (fathers are not what they seem)/ Merge into me/ Help me be free/ Multiply my powers/ Beyond the ancestral towers/ Bless me with your wisdom/ Guide me to my kingdom…” (p. 95)

Me expresa mucho más la poesía de Okri cuando fluye sin trabas técnicas autoimpuestas, cuando el tema del poema le da al autor una libertad creativa inspirada en la observación de la realidad cotidiana. Es el caso, creo, de ‘To the Full Moon’, en el que Okri despliega sus recursos con originalidad, con fuerza, con maestría:

“You return, dream-transformer,/ With the roundness of the world./ You bring celestial mysteries/ In your tailwind./ The earth quivers under your glow;/ And the core of man, fertile/ And amorphous like the core of sleep,/ Responds to the tidal sweep/ Of your sun-charged stone. […] Every living thing/ Is enchanted by that silent/ Song you sing. Stones/ Grow under your power. […]” (p. 59)

Lluna plena. Fotografia de Luc Viatour.
Aquí son la metáfora, la comparación o la aliteración los rasgos principales, y el verso, libre de la restricción impuesta, si no impostada, que es a veces la rima, fluye con naturalidad. Es en poemas como este en los que Okri me recuerda más al joven nigeriano de An African Elegy. Es de lamentar que un buen número de los poemas de Wild no contengan ecos de aquella poderosa primera colección de poesía de Okri.

17 ago 2019

Reseña: All the Time in the World, de E.L. Doctorow

E.L. Doctorow, All the Time in the World (Leicester: W.F. Howes, 2011). 353 páginas.
Doctorow, que falleció hace poco más de cuatro años, era uno de esos autores norteamericanos sobre quien había leído muchas referencias, pero de quien no había leído nada hasta ahora. Cuando uno comprueba la larga lista de premios y galardones que recibió a lo largo de su larga trayectoria literaria se da cuenta de que queda una laguna lectora que algún día debería cubrir. ¿Llegará a darse el caso? Imposible decirlo.

All the Time in the World es una colección de cuentos de diferente factura. Los hay que son narraciones sobre personajes con un pasado por ocultar o superar. Así, ‘Jolene: A Life’, cuenta en tercera persona la gesta vital de una chica huérfana, Jolene, quien desde Memphis va cambiando de ciudad y de compañero. Todos tienen una cosa en común: si en un principio le demuestran cariño, con el paso del tiempo se convierten en monstruos. Como cuento, es más bien flojo, no tiene ese final atractivo que se les debe exigir a los mejores relatos cortos. En otro cuento con características similares, ‘A House on the Plains’, Doctorow nos presenta en las primeras páginas al narrador, un joven llamado Earle, en Chicago, a quien “Mamá dijo que a partir de entonces yo iba a ser su sobrino, y que la llamase Tía Dora.” (p. 197) Los tejemanejes de la madre incluyen la mudanza a una casa en los llanos de las afueras de La Ville, Illinois. El cambio de aires no es sino una huida hacia adelante, en la que la violencia, el crimen y la simulación son herramientas útiles: el fin justifica los medios.

En ‘Assimilation’, un joven hispano cae en la tela de araña que le tiende una banda mafiosa rusa cuando le ofrecen dinero a cambio de casarse e ‘importar’ a la mujer a los Estados Unidos. Tiene un comienzo muy prometedor pero a medida que avanza la historia, el personaje se convierte en marioneta de unos y de otros.

Con mucho, la historia con mayor potencial y atractivo lleva por título ‘Walter John Harmon’. Narrada en primera persona, el relato cuenta cómo un miembro de una extraña secta religiosa, cuyo líder y profeta se llama Walter John Harmon, es progresivamente testigo de la traición no solamente del líder, que se fuga con todos los fondos de la comunidad, sino también de su propia esposa, que desaparece con el “profeta”. Doctorow maneja con soltura los puntos de vista del narrador y de los renegados: hace parecer normal que los seguidores ofrezcan a Harmon su dinero y su apoyo incondicional. Es el precio de la fe, añadiría alguien a modo de justificación. Por otra parte, es tan clamoroso el error de juicio de los devotos miembros del culto que el subtexto irónico que transmite Doctorow te empuja hacia la hilaridad y la burla. En realidad, la estupidez e ignorancia de los miembros de la congregación tendrían un claro paralelismo en las masas idiotizadas que votaron por un ignaro narcisista que les prometió la grandeza de un imperio, otra vez.

Otro de los cuentos a destacar es, a mi parecer, ‘A Writer in the Family’ [Un escritor en la familia]. Tras la muerte de su padre, a un joven del Bronx neoyorquino le llega una insólita petición de su tía. Quiere que le escriba cartas a su abuela fingiendo ser su padre. La abuela tiene ya 90 años y está internada en una residencia para ancianos. La primera carta dice: “Querida Mamá: Arizona es hermosa. El sol luce todo el día y el aire es cálido, me siento mejor que en años. El desierto no es tan árido como uno se esperaría, sino que está lleno de florecillas silvestres y plantas de cactus y unos peculiares árboles torcidos que parecieran hombres con los brazos extendidos. Se pueden ver grandes distancias en cualquier dirección que uno se gire, y hacia el oeste hay una cordillera de montañas como a cincuenta millas de aquí, pero por la mañana, cuando les da el sol, se puede ver la nieve en las cimas.” (p. 279, mi traducción)
Arizona. Fotografía de Ron Clausen.

Naturalmente, la carta es, por así decirlo, un verdadero éxito. Al joven le seguirán llegando peticiones para que siga escribiendo como si fuera su padre muerto. Pero con el paso de las semanas, la idea de suplantar a su padre mediante cartas deja de serle tan atractiva. La carta final comienza así: “Querida Mamá: Esta será la última carta que te escriba, pues me han dicho los médicos que me estoy muriendo.”

Entre las restantes historias de este libro, cabría destacar “Edgemont Drive”, en la que una mujer le permite la entrada en su casa a un visitante que dice haber vivido en la casa en su niñez, y termina causando la ruptura del matrimonio que allí vive y quedándose a vivir.

Pese a despertar siempre el interés del lector en sus párrafos y páginas iniciales, los relatos de All the Time in the World no siempre progresan hacia algo parecido a la perfección. De hecho, la mayoría distan de ser redondos, y parece faltarles algo, incluso una conclusión que te deje queriendo más.

1 ago 2019

Reseña: The London Train, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The London Train (Londres : Jonathan Cape, 2011). 324 páginas.

El título de este libro, una novela que se compone de dos partes bien definidas (o incluso de dos nouvelles), se debe al tren que une Paddington con Cardiff, esa línea de ferrocarril que atraviesa la suave campiña inglesa desde Hertfordshire hasta el estuario del río Severn. A bordo de ese tren van con frecuencia dos personas cuyas trayectorias ofrecen paralelismos: el tema subyacente en ambas partes de la novela es la fragilidad de las relaciones matrimoniales.

El estuario del Severn. Fotografía de Roger Roberts 
En la primera, Paul, un crítico literario de segunda categoría sufre la pérdida de su madre, a quien tenía más o menos olvidada en una residencia. Poco después descubre que la hija que tuvo en su primer matrimonio ha abandonado la casa de su madre y se ha ido a vivir con una pareja de emigrantes polacos en un piso insalubre en uno de los muchos barrios horribles de Londres.

Tras una pelea con su actual esposa, Paul se marcha a Londres y, para sorpresa de todos, lector incluido, se arroga el derecho a alojarse en el sofá del piso donde está su hija. El caso es que la joven está embarazada. ¿Es el polaco el padre? ¿Está segura la hija en el entorno en que vive? Ciertamente, a mí me pareció poco plausible que Paul se marche sin decir nada a su familia y se pase una temporada en Londres sin, digámoslo así, un mapa de ruta.

Pero es gracias a la segunda parte del libro que la primera cobra más sentido y al lector se le proporciona una más amplia y enriquecedora perspectiva. La protagonista de la segunda nouvelle es Cora, quien ha decidido dejar a su marido y a Londres (ya se sabe que el orden de los factores no altera producto) y mudarse a la casa de sus padres, que en poco tiempo pasaron ambos a mejor vida.

Paddington Station. Last train to Cardiff? Fotografía de Mattbuck.
Y es que es en ese tren entre Cardiff y Londres (o en dirección contraria, ya no me acuerdo) es donde los dos protagonistas se conocieron e iniciaron una relación extramarital. Mientras que para Paul fue una mera distracción, para Cora la aventura tuvo muchísima importancia, en su huida de una existencia solitaria y desalentada.

Con apenas un atisbo de trama, Hadley centra su atención en los nudos que los personajes traban en su propio entorno, las trampas que se tienden a ellos mismos y las mediocres justificaciones con que tratan de evadir sus responsabilidades. Como la vida misma.

Tessa Hadley es una novelista con estilo, o quizás sería mejor identificarla como gran estilista concienzuda y con conciencia. Son características que demostraría en años posteriores a The London Train en novelas como Clever Girl o The Past, o en su colección de relatos Bad Dreams and Other Stories. La falibilidad de los seres humanos es lo que posiblemente fascine al lector, otorgándonos una ventana al interior de sus mentes, a sus meditaciones y penurias:
“Hubo un tiempo en que Cora creyó que la vida iba construyendo una acumulación de recuerdos, que iban haciéndose más densos y profundizándose a medida que pasaba el tiempo, apuntalándote frente al vacío. Había adquirido la costumbre de atesorar reliquias de todas las etapas de su vida conforme iban pasando, como si fuesen sagradas. Ahora eso le daba la impresión de ser un modelo falsamente reconfortante de la experiencia. El presente era siempre lo más importante, en una forma que te empujaba siempre hacia adelante: vacía, aunque también libre. Fuesen las que fuesen las historias que te contases a ti misma o a otros, en el presente quedabas de verdad expuesta y desnuda, una proa que surcaba nuevas aguas; el pasado que quedaba detrás resultaba insustancial, se desmoronaba, caía en desuso, sus formas se volvían obsoletas. El problema era que siempre seguías estando viva, hasta el final. Algo tenías que hacer.” (p. 312, mi traducción)
Seguir vivo: ¿condena o premio? ¿Problema o respuesta? Para algunos, no disponer de tiempo para leer es a un tiempo condena y problema; la respuesta (o el premio) parece a veces estar muy lejos.