“Fuck continuity”.
A la mierda la continuidad. Como propuesta filosófica en torno a la creación artística,
la frase anterior vale tanto para el cine como para la literatura. Una trama absolutamente
lineal puede que sea tan atractiva como una que no lo es; pero una narración
discontinua, con narradores no fiables y saltos cronológicos también tiene su
gracia. Y leerla suele bastante entretenido (y a propósito de esto, me viene a
la memoria Larva, ese monstruo literario informe que nos regaló Julián
Ríos a todos los que amamos la literatura y que debo releer algún día, antes de
que sea demasiado tarde).
Ike Jerome ha
huido de la pesadilla viviente que es su padre en Pennsylvania y se ha cruzado
el país entero para llegar a Los Ángeles. Se ha rapado la cabeza y se ha hecho
tatuar una imagen de Liz Taylor y Montgomery Clift en la película Un lugar
en el sol. Ha descubierto el cine; el veneno del celuloide lo tiene
atrapado y no lo soltará.
¿Qué hacer en un lugar como Hollywood? Lo primero es cambiar de nombre. Pasará a llamarse Vikar. Luego, encontrar trabajo en la industria que crea sueños. Sus comienzos no son muy prometedores, pues la policía lo arresta cerca del lugar donde Manson ha asesinado a Sharon Tate y otras cuatro personas.
El caso es que
Vikar va abriéndose camino, consolidando algunas conexiones que casi pueden
llamarse amistades y prendándose de una belleza llamada Soledad. Es un alma
inquieta, una mente atormentada por imágenes, sueños y sonidos.
La Soledad de Vikar parece estar basada en la sevillana Soledad Rendón Bueno, conocida por le nombre artístico de Soledad Miranda. Imagen procedente del film She Killed in Ecstasy de Jess Franco. |
Gracias a Dorothy,
Vikar aprende a editar filmes. Reclutado por su amigo y mentor, Viking Man, esa
habilidad técnica le llevará a España en los últimos años de la dictadura
fascista. Allí lo secuestra un grupo guerrillero que quiere producir una
película que mate a Franco, utilizando al padre del jefe guerrillero como
actor, fragmentos del NO-DO, fragmentos del western que estaba editando hasta
ese momento y también algunas imágenes de la famosísima Emmanuelle, ya
un clásico por entonces.
Años más tarde
Vikar recibirá un premio especial en Cannes tras rescatar el montaje de una
película cuyo director ha abandonado tras un desacuerdo con los productores.
Las desventuras de Vikar en la Côte d'Azur son de lo más divertido.
Es evidente que
Erickson está haciendo uso de figuras históricas de la industria
cinematográfica para sus propios fines. Es un libro a ratos difícil, casi
siempre con guiños humorísticos, que tiene una estructura extraña. El autor
divide el texto en secciones normalmente muy breves, numeradas hasta el 227,
que dice que “Vikar no lo sabe, pero ahora todo se ha puesto a cero de nuevo.” Y
a partir de ahí la cuenta es regresiva hasta el final. Es por supuesto un
recurso extraño, pero no tan provocador como el que utilizó en Our Ecstatic Days, reseñada en este blog hace cuatro años.
La novela fue descuartizada
en el formato cinematográfico por James Franco en 2019. Una gran decepción, y
no solo por los cambios argumentales que el guion introduce.
En todo caso,
vale la pena leerla; que el lector trate de extraer las enseñanzas sobre el
séptimo arte y la creatividad e innovación que Vikar nos ofrece.
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