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1 ago 2022

Reseña: Los días perfectos, de Jacobo Bergareche

Jacobo Bergareche, Los días perfectos (Barcelona: Libros del Asteroide, 2021). 177 páginas.

Los días perfectos es un librito compuesto de dos largas cartas que escribe Luis. La primera va dirigida a su amante mexicana Camila, con quien había estado acudiendo a un congreso de periodismo en Austin (Texas) hasta ese año. Por un lado, la carta rememora cómo se conocieron y pasaron días que rozaron la perfección, mientras que por otro hace un repaso de su peculiar investigación de corte biográfico-literario en torno a las cartas del Nobel de 1949 de Literatura, William Faulkner, a Meta Carpenter, la secretaria de su agente, con quien mantuvo una relación de las llamadas ilícitas.

En realidad, la fascinación de Luis con Faulkner y sus cartas le sirve al autor como subterfugio narrativo para dotar al libro de un trasfondo literario para la (apenas presente) trama.

La segunda parte es también una carta de Luis, dirigida en cambio a su esposa Paula en Madrid. En ella también hace mención de Faulkner y sus misivas a Meta, refiriéndose a la apatía a la que intuye que la vida conyugal lo ha condenado: «somos incapaces de arrancar espontáneamente con esa vieja melodía sobre la que improvisar a dúo, nos salimos de la canción todo el rato, estamos tocando sin escucharnos, la intensidad se pierde pronto y todo parece previsible y recitado a media voz como recitan las viejas en misa.» (p. 162)

Un día perfecto, una canción perfecta.

¿Qué es un día perfecto?, podríamos preguntarle a Luis (o a Bergareche, ya puestos). E incluso si fuese posible dar con una respuesta a esa pregunta, yo personalmente la rebatiría de inmediato, porque la idea de vivir ‘un día perfecto’ ya no me sirve de nada. Me es más atractiva la noción de vivir cada día como si pudiese ser el último día que viva. Pero ninguno es perfecto.

En ambas cartas Luis compone una diatriba no exenta de humor sobre el hecho de enamorarse y ejercer el apasionamiento en nuestras vidas. Pero no deja de ser una invocación convencionalmente rebelde en contra de la frustración que sigilosamente invade nuestras vidas conforme envejecemos.

Y un último apunte: Bergareche traduce «collarbone», es decir, la clavícula (de la carta que Faulkner le dirigió a Meta un viernes de 1960) como «vértebra», un pequeño error significativo dado el contexto en el que aparece.

El cuadro favorito de Luis: Goya, Retrato de la Marquesa de Santa Cruz, 1805.

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