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12 mar 2022

Reseña: Who They Was, de Gabriel Krauze

Gabriel Krauze, Who They Was (Londres: Fourth Estate, 2020). 332 páginas.

La mayor parte de la narrativa británica más actual se mueve planteando dilemas morales de clase media, sean de corte político, ideológico o personal. De modo que la irrupción de un narrador como la Gabriel Krauze con Who They Was limpia muchas telarañas, sacude el polvo más rancio y acomodaticio y le encaja un golpe directo en el rostro a la literatura convencional y mercantil.

Desde la primera página de este libro uno se da cuenta de que el texto que tiene entre sus manos es algo tremendamente novedoso, diferente y genuino. Narrada rigurosamente en primera persona, Krauze es un autor extremadamente inusual, pues ha vivido en dos mundos: el universo amable del entorno familiar, la escuela privada con relajantes vacaciones veraniegas en Italia choca frontalmente con Snoopz, el alter ego de Gabriel (la novela tiene mucho material autobiográfico, y el nombre del protagonista es solo un dato) el alias del delincuente y miembro de un grupo de pandilleros que viven de atracos, robos a mano armada y el narcotráfico.

Por un Rolex como éste, el Gotti sería capaz de rajarte en menos que canta un gallo.
Fotografía de Madrox.
Tras terminar la secundaria, Gabriel está estudiando un grado en Literatura Inglesa en una universidad londinense. Sus profesores lo halagan y reconocen su talento a la hora de evaluar sus ensayos; sus compinches también lo halagan y reconocen su audacia y capacidad para la agresión a la hora de llevar a cabo sus delitos y enfrentarse a otras pandillas del noroeste de Londres.

Es esa divergencia entre los dos universos en los que se mueve con total soltura lo que crea la tensión narrativa y confiere a esta novela una energía insólita que no decae. No hay momentos de flaqueza. Who They Was te atrapa y no te deja ir.

El hecho es que Gabriel se convierte en Snoopz no porque carezca de oportunidades: es blanco, cuenta con una educación que ya quisieran tener los policías que lo arrestan. No hay remordimiento porque Snoopz considera que es esa vida de pandillero la que le hace sentirse vivo de verdad.

En el universo de Snoopz no hay moral alguna. Antes que te maten es preferible matar. Luego, en los seminarios a los que asiste en la universidad, Gabriel asevera a profesores y compañeros de clase que en las enseñanzas de Nietzsche queda perfectamente justificada esa disposición: “La moral no es otra cosa que una norma de comportamiento relativa al nivel de peligro en el que vive un individuo. Si tú vives en una época peligrosa, no te puedes permitir vivir según estructuras morales tal como lo puede hacer alguien que viva en seguridad y en paz.”

Combinando sin fisuras la jerga jamaicana del noroeste de Londres en la que vive Snoopz con una prosa expedita al tiempo que lírica y poética, Krauze deslumbra por lo honesta que se siente su historia. Hay incluso una suerte de bravuconería, de provocación: es como si Krauze nos quisiera recordar que, si nos lo hubiésemos cruzado en una callejuela de Londres hace una década, Snoopz no habría temblado en robarnos. A veces la honestidad del relato es incluso ofensiva: las mujeres jóvenes con las que Snoopz y sus secuaces son descritas como objetos sexuales. No es un mundo de bondades y gentilezas el de Snoopz.

Una finca de Carlton Vale.
Fotografía de Danny Robinson.

El subtexto, sin embargo, es de durísima crítica al sistema que margina, empobrece, vitupera y humilla a ciertos sectores de la población. En el universo de South Kilburn, Carlton Vale o Maida Vale de hace una década se respiraba violencia; en las pandillas, tener una reputación de tipo duro era esencial para sobrevivir. Ser vulnerable o mostrarse débil constituían errores que se podían pagar con la vida. Lugares en los que la desigualdad empujaban a los jóvenes hacia las pandillas criminales, de las que era casi imposible salirse.

Who They Was estuvo entre los finalistas del Premio Booker del año 2020. Te invito a leer los primeros tres párrafos de la novela.

No le mires la jeta

Así que me bajo del buga y ya estoy en la calle y es en este momento – cuando te bajas del carro y ya es demasiao tarde para echarse atrás – cuando sabes terminantemente que vas a hacerlo, aunque el modo en que la adrenalina te está reventando por todo el cuerpo por un instante te haga desear no estar allí. Y ya estamos recorriendo la calle, ella está muy por delante de nosotros, nos hemos equivocao con los tiempos pero no podemos echar a correr para alcanzarla porque eso la pondrá en alerta y se dará media vuelta, de manera que nos estamos acercando a toda virolla pero con sigilo. Llevo el pasamontañas bien ajustao sobre la jeta y me he echao la capu por encima y siento cómo me explota la adrenalina en la boca del pecho como una estrella moribunda y es como si el cuerpo entero se hubiese convertido en la bomba del latido del corazón.

Y me acerco rápido para ponerme detrás de ella y el Gotti está justo a mi lao y ella no nos ha oío, no por la manera en que nos movemos, como arrastrándonos cerca del suelo, con estos pantalones negros de chándal de Nike, para que no se oiga nada, y unas zapatillas Nike, que son silenciosas sobre el asfalto. Y durante lo que duran unos latidos observo cómo todo lo que hay en la calle parece ser la idea que alguien tiene de una vida pacífica, ese sol que flota ahí arriba, descollando en la panza celestial, rociando la calle con un brillo que se derrama sobre todas las cosas; hileras nítidas de perfectas casas, arbustos verdes bien pulíos y ordenaos ante el pavimento, ese fresco olor a metal de la mañana, y ahora la mujer abre la puerta de una verja y gira y se encamina por una estrecha senda hacia la puerta de su casa.

Y hemos jodío los tiempos, pero aún podemos pillarla en el umbral, así que echamos a correr, todavía intentando ser sigilosos pero ya tenemos que ser rápidos o la perderemos, así que empujamos la puertecilla de la verja – la tipa está ya casi en la puerta, rebuscando en el bolso para dar con la llave de la casa – y corremos por la senda y nos ponemos justo detrás de ella, si extiendo el brazo puedo tocarle el pelo, huele a champú y a suavidad y luego a perfume muy caro, que casi me pone enfermo, y en este momento todo lo que jamás he sabido se derrumba: la memoria, el pasado, el futuro, y luego la calle, la mañana, y todo lo demás que nos rodea desaparece como si estuviese olvidando el mundo y solamente hubiese el Ahora, cristalino, en el umbral de la casa. Y antes de poder ponerle el brazo al cuello para hacerla callar, la tía va y se da la vuelta. (p. 1-2, mi traducción) 

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