A quien esté un
poco familiarizado con la trayectoria de Max Barry no debería extrañarle para
nada que la novela más reciente (hay una más nueva, The 22 Murders of
Madison May, que está a pocos días de ver la luz de las librerías y el
universo digital) es un paso adelante hacia el vacío del universo. ¿Un thriller
ambientado en una galaxia lejana? ¿Qué clase de locura es esa?
Pero decir que Providence
es una novela de misterio situada en el espacio, en un futuro en el que la
humanidad ya ha descubierto la presencia de otra especie extraterrestre, que no
solamente es inteligente sino que además es hostil, agresiva y destructiva,
sería simplificar y minusvalorar a este autor de Melbourne.
Desde su primera
novela, Syrup, Barry se ha distinguido por realizar una sátira
feroz en torno a temas muy señalados: sean el capitalismo y sus numerosas faltas
(la ya mencionada Syrup o Company), sea la humillación de los valores humanistas a la
maquinaria de la guerra o la industria armamentística (Jennifer Government o Lexicon), sea la intrusión desmedida de la tecnología en
la vida humana (Machine Man), Barry nos muestra lo muy vulnerables y débiles
que somos todos, en tanto que piezas de una mecánica sobre la que no ejercemos ningún
poder.
Gilly, Talia,
Anders y Jackson son los cuatro tripulantes de la Providence 5, una nueva nave
espacial supuestamente invencible. El año podría ser 2100, 2200 o incluso 2300,
pero realmente ese dato no importa. Es una nave se puede desplazar a
velocidades impensables con la tecnología de la que disponemos hoy en día. Los
rincones más distantes y desconocidos del universo están a nuestro alcance.
Una simpática y básicamente inofensiva salamandra. Estas no te arrojan pequeños agujeros negros que te trituran. Fotografía de Petar Milošević. |
Siete años antes
de la partida de la Providence 5 hubo un encuentro con los salamandras. El
relato de ese encuentro es el prólogo de la novela. Fue la nave Coral Beach la
que se acercó demasiado a esos seres desconocidos: “los salamandras pueden escupir
pequeños balines de plasma de quarks-gluones, que esencialmente son unos diminutos
agujeros negros, los cuales a su paso dejan un rastro de materia triturada,
porque lo que ocurre cuando tanta gravedad te pasa a centímetros del corazón o a
metro y medio de los pies es que las diferentes partes de tu cuerpo experimentan
unas fuerzas que son colosalmente diferentes. La tripulación del Coral Beach no
lo sabe.” (p. 6, mi traducción)
Lo que no todos los
cuatro tripulantes de la Providence 5 saben es que la nave se dirige, se
gestiona e incluso se repara ella solita, gracias a un sistema de inteligencia
artificial que lo controla absolutamente todo, incluso la decisión de perseguir
y atacar al enemigo, analizar los resultados de las batallas y configurar
nuevas estrategias de cara a la próxima. ¿Qué hacen entonces esos cuatro humanos
a millones de kilómetros de distancia? Figurar: son simplemente actores en lo
que es un estratagema mediática planificada para justificar la descomunal inversión
de dineros públicos en la maquinaria de guerra más costosa y sofisticada que jamás
se haya visto. ¿Te suena de algo?
Tras los primeros
meses, se imponen la claustrofobia y el hastío en la odisea de los cuatro
escogidos. Pero poco a poco las cosas cambian. A Anders le da por jugar a cosas
cada vez más arriesgadas y a desaparecer durante días en el interior de la
nave. Ciertos errores en el sistema no tienen sentido y Gilly descubre que la
Inteligencia Artificial no es tan infalible. Y para colmo de males, los
salamandras demuestran haberse aprendido la lección de la múltiples derrotas y
masacres sufridas.
Hay quien está dispuesto a gastarse millonadas para irse de aquí en lugar de tratar de solucionar los numerosos problemas que tenemos. |
El punto de vista
narrativo alterna de capítulo en capítulo. Eso ayuda a que la novela avance
rápido aunque los protagonistas no estén realmente haciendo gran cosa. La
atmósfera de suspense se mantiene: el lector sabe que algo va a salir mal. Y
naturalmente, algo sale muy mal.
De los cuatro
personajes, es Gilly quien más simpatías despierta. Al menos en mi opinión:
habrá quien se identifique más con Talia, o incluso (¿Por qué no? Tiene una
pizca de psicópata y ha de haber para todos los gustos…) Anders. Sobre
Gilligan: “Quería saber por qué estaban en guerra. No en términos generales.
Esos ya le habían bastado anteriormente, pero ya no le valían. Quería hallarse
en una habitación con la persona que había tomado la decisión, que había dicho
«Adelante», e indagar si había habido otras opciones. Porque sí había discrepancias.
Había protestas. Había gente que decía que las contratistas como Surplex tenían
sus tentáculos metidos en todo Servicios, y manipulaban la percepción del
público a favor de la guerra, cuyo propósito había en cierto modo cambiado: de obligar
a los salamandras a replegarse del territorio de los humanos a su exterminación
como especie; ¿era eso estrictamente necesario? ¿Era adentrarse en la Zona
Violeta de hecho la misma guerra que todo el mundo había suscrito tras el
desastre de la Coral Beach? Porque en aquel tiempo no había esa
Inteligencia Artificial corporativa que se volcara en la construcción de naves espaciales
acorazadas, además con el 22% del PIB mundial, y que tomara decisiones que
resultaban literalmente excesivamente sofisticadas como para cuestionarlas. Esa
parte le parecía sospechosa ahora. Verdaderamente sospechosa.
Sabía lo que estaba sucediendo. Se estaba inventando una ficción reconfortante en la cual era aceptable hablarle al salamandra, porque él, Gilly, no le debía nada a la Humanidad. Aun así, los razonamientos siguieron incrementándose en su cabeza hasta que se sintió furioso. Estaban todos en casa, sanos y salvos y felices, excepto él.” (p. 243, mi traducción)