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14 may 2011

Footy y poesía (parte 1)

Templo de apostasía, catedral bidimensional (Manuka Oval, 7 de mayo de 2011)

Footy y poesía

Si hay algo que aglutine firmemente a la sociedad australiana, es sin duda el deporte, y de entre los muchos deportes que se practican en estas tierras, especialmente el fútbol australiano, más conocido en inglés como footy.

En esencia, a modo de somera explicación para los que no lo conocen, el objetivo del fútbol australiano es mover un balón ovalado de cuero mediante chuts y pases con las manos de un extremo del campo de juego al otro, y marcar un gol (siempre mediante un chut) entre los dos postes centrales; el gol se contabiliza como seis puntos.

Los dos equipos se componen de dieciocho jugadores, distribuidos básicamente en cuatro líneas, dos defensivas y dos atacantes, de cuatro jugadores cada una, con dos volantes cuya misión es conectar el juego entre las diferentes líneas.
El fútbol australiano, en tanto que obsesión, en tanto que una especie de devoción alternativa, representa una forma de ver y vivir la vida, y por tanto no debe sorprender que sea una temática incorporada a la literatura del país. De hecho, existe ya un modesto pero significativo corpus poético en torno al fútbol australiano, el cual ha ido creciendo desde la década de los 70, y que sin duda seguirá incrementando su volumen a lo largo del tiempo, a menos que, en su afán de extraerle el mayor beneficio económico posible, los directivos que actualmente dirigen la liga profesional de fútbol australiano terminen por ahuyentar a los aficionados.
En el poema que sigue, Philip Hodgins (1959-1995) describe una escena que se repite sábado tras sábado en numerosos pueblos y ciudades de Victoria y otros estados australianos durante la temporada futbolística, de marzo a septiembre.

Sábado tarde: fútbol australiano


La elipse, símbolo hindú de fertilidad,
queda ceñida por coches repletos de gente,
todos en batería frente a la barrera.
Los amamanta igual que una cerda.

Dentro de los coches unas voces nos informan
desde lugares importantes, donde nunca hemos estado:
Kardinia, Moorabin, Windy Hill.

Reflejadas desde sus cúspides
se alzan dos catedrales bidimensionales.
Hoy, aquí y ahora, van a ser templos de apostasía por partida doble;
unos seres clonados guardan sus entradas,
y portan unas antorchas llameantes de un blanco puro.

Del purgatorio de calamina
salen muchos hombres en hileras de paracaidistas;
llevan las piernas barnizadas con el rastro tóxico
del aceite de eucalipto.

Aterrizarán cerca de los lemas de la inspiración,
para luego dispersarse en pares
de crípticas combinaciones numéricas.

Pero hay uno sin número,
tan decididamente blanco como una bola de billar,
omnipotente en su pose clásica,
y que mantiene en alto una elipse roja;

tras el pitido,
un estruendo formidable de bocinas
celebra la contienda decisiva de esta tarde.

Traducción de ‘Country football’, poema de Philip Hodgins, publicado en 1986. © de la traducción: Jorge Salavert, 2011.



Shane Mumford (Sydney Swans) y Ben Hudson (Western Bulldogs), los dos ruckmen a la disputa del decisivo primer toque (hit-out) tras una interrupción del juego; los árbitros ya no visten de blanco, como era la norma en la época en que Hodgins escribió su poema (Manuka Oval, 7 de mayo de 2011).
Una posición fundamental para el éxito del equipo es la de ruckman. Cada vez que se produce una parada del juego, el árbitro efectúa el bote reglamentario o un lanzamiento del balón en alto para reanudarlo. Entonces, el jugador que juega en la posición de ruckman debe intentar conseguir el primer contacto (hit-out) y lograr conseguir la posesión del balón y así favorecer la estrategia de su equipo. Se trata por tanto normalmente de jugadores de elevada estatura y una extraordinaria resistencia física: tienen que batallar por conseguir la posesión a lo largo de casi tres horas de juego, y corriendo detrás del balón para intervenir cada vez que el árbitro decreta un bote neutral.

El partido se juega en cuatro cuartos de veinte minutos a reloj parado. Las dimensiones del campo son las del óvalo omnipresente en las poblaciones australianas, y dedicado básicamente a jugar a críquet en verano, y a fútbol australiano en invierno.
El juego es asombrosamente rápido y también extremadamente exigente desde el punto de vista físico. Es un deporte de contacto, si bien las reglas estipulan la legalidad de ciertos contactos y la ilegalidad de otros. Una de las reglas que más extrañeza causa entre los que no conocen el juego es la que prescribe que el jugador debe siempre intentar jugar de manera que podríamos denominar constructiva: echar el balón fuera intencionadamente está penalizado con un tiro libre para el equipo contrario. Cierto entrenador portugués cuya notoriedad llega a todas partes, que cuenta con una filosofía bastante destructiva del fútbol, no habría logrado, por supuesto, ningún título en el fútbol australiano.

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