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16 may 2015

Reseña: Springtime, de Michelle de Kretser

Michelle de Kretser, Springtime (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 85 páginas.

¿Cómo puede adaptarse el cuento de fantasmas de nuestros días a las nuevas tendencias de la literatura en el siglo XXI? ¿Qué características deberá descartar un autor de las que tradicionalmente se han adscrito al género, y cuáles deberán retenerse o transformarse? El tiempo, sin duda alguna, dará las respuestas oportunas, pero por ahora los lectores tendremos que contentarnos con leer nuevas propuestas y decidir qué nos gusta y qué no.

La lectura de la nouvelle más reciente de Michelle de Kretser me recuerda hasta qué punto las narraciones góticas de horror e imaginación de Edgar Allan Poe demostraron poseer un muy alto nivel de innovación para su época, el siglo XIX. Springtime, sin embargo, no tiene nada de gótico; muy al contrario. El sol deslumbra y titila en el Río Cook de Sydney mientras la protagonista, Frances, pasea a su asustadizo perro Rod por los barrios del área occidental de la capital de Nueva Gales del Sur siempre que no está entregada a la escritura de su tesis doctoral, que trata de los objetos retratados en la pintura francesa del siglo XVIII.

Frances se ha mudado recientemente desde Melbourne para vivir con Charlie. El traslado (naturalmente) da lugar a conversaciones del tipo que solamente gente de Melbourne o Sydney pensarían que vale la pena tener:

“Una de las cosas que le habían dicho en Melbourne cuando anunció que se mudaba a Sydney fue, Echarás de menos los parques. Otros comentarios incluían: Allí no hay buenas librerías. Y, ¿qué harás para comer bien?” (p. 1, mi traducción)

Charlie estuvo casado anteriormente, y tiene un hijo, Luke, quien parece disfrutar atormentando a Rod cuando viene de Melbourne a visitar a su padre. De Kretser es una muy hábil narradora (véanse Questions of Travel, ganadora del Premio Miles Franklin y candidata al Man Booker, o The Lost Dog), en la mezcla de detalles visuales y las insinuaciones que deja caer para ayudar al lector de manera gradual a que saque sus propias conclusiones: ‘El niño pataleaba el suelo o chasqueaba la lengua para atraer a Rod, mientras observaba todo el tiempo a Frances con el rabillo del ojo – picaramente, pensaba ella. Al final, resultaba más fácil sacar a Rod al jardín.’ (p. 38, mi traducción)

Es durante uno de esos paseos con el perro por el caprichoso diseño de las calles de Sydney que cuando Frances se asusta por primera vez con lo que ella cree que es una vieja señora que lleva un vestido rosáceo y un sombrero de ala ancha, acompañada de un bull terrier que solamente ella puede ver.

“[Las] visiones parciales, los falsos encuentros, se repitieron a intervalos a lo largo de semanas. Un día, mientras pasaba de largo cerca de la mujer y su perro, Frances se dio cuenta de que cada vez que los veía a los dos, estaba ella sola en el sendero.” (p. 11, mi traducción)

Al igual que en Questions of Travel, la prosa de De Kretser es frugal y avanza a un ritmo relajado: atrapa lo esencial en pocas palabras y las sirve tal si fueran canapés en taquitos en una fiesta o una recepción. De esta manera tan solvente se narra la presentación propia de un personaje secundario en una velada:

“Tim – músculos y loción de afeitado – repartía tarjetas: Tim Prescott, Creador. Organizaba lanzamientos de productos, les explicó, «todo, desde el concepto a los resultados de una comunicación creativa».” (p. 26, mi traducción)

Mas será en otra cena distinta a la que acuden Frances y Charlie donde se situará la escena para que ella revele el episodio del avistamiento de un fantasma. Después Frances tratará de minimizar las consecuencias que su historia tiene no solo sobre Charlie sino también en los otros comensales, pero de Kretser da a entender que el desacuerdo resultante entre ambos pudiera causar mayores problemas en su relación, la cual atraviesa ya por ciertas turbulencias por causa del errático comportamiento en el teléfono de la exesposa de Charlie.

Cabe imaginar que en nuestra avanzada era de la tecnología de la información escribir los más tradicionales cuentos de fantasmas. Springtime no obstante negocia con éxito los límites que caracterizan el género. Aun siendo un episodio significativo en la narración, la visión del fantasma no parece ser en ningún momento el factor más importante en la transformación de Frances. Cuando Charlie le exige que explique por qué no había dicho nada de la visión sobrenatural, ella rápidamente descarta la posibilidad de que fuera un espectro:

Los fantasmas requerían calma y la aplicación de la lógica. «No me digas lo que sientes, dime lo que piensas…» Las investigaciones realizadas en condiciones científicas habían demostrado que los fantasmas son solamente un olor que desataba el miedo en el cerebro. (p. 59, mi traducción)

Lo que apenas un párrafo antes de manera sarcástica (y autorreferencial) se llama “el resultado de una comunicación creativa” se convierte en un tema todavía más acuciante. Una taimada  Frances planeará una visita en solitario a la casa donde cree que ha visto el fantasma, para poder dar validez a sus impresiones iniciales. Lo que le muestran en la casa debería poner punto final a sus discusiones. ¿Pero lo hará de verdad?

Springtime es una curiosa historia sobre una joven que se muda de ciudad, un librito muy breve en el que abundan la ironía y la sutileza, y con un desenlace sorprendente como colofón. Trata, algo de refilón, de la no permanencia de los seres humanos en este mundo tras su muerte, pero el tema fundamental es de qué manera tan aparentemente imperceptible cambian nuestros sentimientos y emociones a lo largo de los años. Aunque esas personas por las que solíamos tener sentimientos tan intensos ya no están – o  nos las sentimos – tan cercanas, no es menos cierto que han dejado su marca imborrable.

Springtime lo ha publicado Allen & Unwin de forma exquisita en tapa dura, e incluye unos cuantos grabados en color, sumamente atractivos, del fotógrafo Torkil Gudnason. Es el tipo de generosidad que se ha vuelto cada vez más rara en el mundo editorial, de modo que quizás debiéramos agradecerlo.

Esta es la versión en castellano de la reseña publicada originalmente en inglés en Transnational Literature. Puedes leer el texto en inglés aquí.

1 may 2015

Reseña, The Lost Dog, de Michelle de Kretser

Michelle de Kretser, The Lost Dog (Crows Nest: Allen & Unwin, 2007). 343 páginas.

Mi primer perro se llamaba Charly, era un setter irlandés algo alocado, y terminó perdiéndose, y con el tiempo borrándose de mi memoria a medida que yo iba creciendo. En el caso de Tom Loxley, el protagonista de esta novela de la autora australiana nacida en Sri Lanka Michelle de Kretser, también pierde a su perro (del que no llegamos en ningún momento a saber su nombre) en una boscosa zona rural a un par de horas de Melbourne.

La novela está dividida en capítulos que llevan por título los días desde la desaparición del can de Tom hasta su feliz reencuentro con su amo. Tom, profesor de literatura en una universidad local, está en una vieja casa rural que pertenece a su amiga Nelly Zhang tratando de terminar el libro que lleva tiempo escribiendo sobre Henry James. ¿Leerías un libro sobre un académico en busca de un perro perdido? Por supuesto que no. El caso es que esa historia es únicamente el armazón que sostiene lo que es una elegante y generalmente amena novela en la que de Kretser analiza la vida de Tom en detalle.

De madre india y padre inglés, Tom nace en el subcontinente y emigra con sus padres a Australia en su adolescencia. La autora esparce a lo largo de la novela retazos de su vida en ambos países, relatando peculiares aspectos de la relación de sus padres con sus abuelos maternos. Una galería de personajes que en algún momento tuvieron influencia en la vida y personalidad de Tom: el abuelo Sebastian de Souza, su madre Iris, su padre Arthur Loxley, su exmujer Karen, la tía Audrey que los acoge en Melbourne cuando deciden salir de la India.

Podría pensarse que es Tom el que anda un poco perdido por Australia, pero ése no sería un análisis correcto. Su enamoramiento de Nelly Zhang es lo más parecido a perderse que le pasa.

Nelly es una artista cuya reputación la precede: solamente permite la exposición de fotografías de sus composiciones en lugar de los originales, los cuales (presuntamente) destruye después de fotografiarlos. Gracias a esta posmoderna estratagema Nelly ha alcanzado el éxito y se ha hecho un nombre en el difícil y caprichoso mundo artístico de Melbourne. En sus composiciones Nelly utiliza predominantemente objetos encontrados: el pasado.

Y es precisamente el pasado de Nelly el punto misterioso que explota de Kretser para hacer de The Lost Dog una novela mucho más amena que lo que un aburrido académico en busca de su perro daría de sí.

El marido de Nelly, Felix Atwood, desapareció sin dejar rastro tras haber defraudado millones como gestor de carteras de inversión. ¿Tuvo algo que ver Nelly en esa desaparición? ¿Es Rory el hijo de Felix, o lo es de Posner, el mecenas y protector de la artista?

Michelle de Kretser es buena observadora, no solamente de lo que nos rodea sino de cómo reaccionamos los seres humanos, y su maestría (que volvió a demostrar en la muy elogiada y laureada Questions of Travel, cuya reseña puedes leer aquí) estriba en la concisión. Es proclive al aforismo, y seguro que alguno de los muchos que afloran en la novela te quedará grabado. Un ejemplo, sobre el 11-S: “Todo cambia cuando caen del cielo estadounidenses”.

Lamentablemente, ninguna de las obras de Michelle de Kretser se han traducido al castellano (ni al català, també cal dir-ho). Las editoriales parecen no querer más riesgos de los necesarios, y les resulta más rentable apostar por caballos (o ciclistas) más seguros, aunque su calidad literaria sea más baja.


Era una obra colosal, Les grandes baigneuses, su escala y la frontalidad de su tratamiento más próximos a los de un mural que a un cuadro de caballete. Tom había escrito una vez un ensayo sobre él. Había localizado sus precursores, descrito el modo en que vitalizaba la gastada gramática de las mujeres desnudas en un escenario rural.

El hombre inclinado sobre el libro había olvidado la mayoría de las cosas que había argumentado.

Eran los cuerpos lo que recordaba. Llenaban el plano del dibujo: absurdos, pesados. Tampoco se estaban quietos, como había observado Posner. Una mujer arrodillada en el lado derecho del lienzo era también una figura en horcajadas, el torso de una formaba las nalgas y piernas de otra. Al observar esto, la mente titilaba entre dos sentidos, como en un sueño.

Tom reconoció esa sensación de precipitación: la percepción de la duplicidad de imágenes. Un resto de nausea – reforzado por la emoción – seguía funcionando en su interior. El grotesco tratamiento de los cuerpos tenía el efecto de volver la carne misma en algo inorgánico. Era un cuadro en el que algo maquinal chirriaba en el ánimo. (p. 221, mi traducción)

28 jun 2013

Reseña: Questions of Travel, de Michelle de Kretser

Michelle de Kretser, Questions of Travel (Crows Nest: Allen & Unwin, 2012). 515 páginas.

Nunca como ahora se ha viajado tanto; nunca como ahora han sido tantos los que viajan. La masificación del acto del viaje que comporta el turismo contemporáneo es una de las dos caras de este fenómeno: la otra es el fenómeno, también cada vez más extendido, que conocemos como emigración. Aunque ambos fenómenos sociales no están directamente relacionados, tienen muchos más aspectos en común de lo que pudiera pensarse en un primer momento.

Questions of Travel es la cuarta novela de Michelle de Kretser, autora australiana nacida en Sri Lanka en 1957, y que emigró en 1972 con su familia de un país convulso. De Kretser toma prestado el título de un poema homónimo de Elizabeth Bishop. Se trata de un libro inusual: se compone de dos líneas argumentales paralelas, que avanzan cronológicamente hacia un punto final común, y lo hacen a fuerza de breves retazos de narración, relatos cortos que forman parte de un conjunto más grande, en diversos escenarios geográficos distintos, desde la década de los 70 hasta el día 26 de diciembre de 2004.

Por una parte tenemos la historia de la australiana Laura Fraser, nacida en la década de los 60, cuya madre muere joven y cuyo padre lamenta el hecho de que haya heredado sus rasgos faciales: la describe como fea. Laura estudia arte, pero no se reconoce como artista y decide bien pronto, como muchos australianos jóvenes, dedicarse a viajar. Por un tiempo se radica en Londres, donde conoce a Theo Newman, hijo de una refugiada alemana. Laura es una mujer poco agraciada y muy solitaria, lo que la categoriza como figura viajera nada inusual, pero nada recatada a la hora de entablar relaciones con hombres desconocidos.

El segundo personaje principal es Ravi, quien de niño vive “en una callejuela rebosante de vida y comida” (p. 9). En el aula donde toma clases de primaria, Ravi puede observar un mapamundi que despliega el Hermano Ignatius, quien les predica que “La Historia no es más que una consecuencia de la geografía” (p. 20) o que “La Geografía es destino” (p. 21). Pasados los años, en medio de la violencia que afectó a Sri Lanka (la cual no remite) la mujer de Ravi, Malini, y su joven hijo, Hiran, son secuestrados. A Malini se la devuelven descuartizada, con los restos de su cuerpo montados en forma de vasija. A Hiran lo encuentran arrojado en un callejón no lejos de su casa.

Traumatizado y temeroso de ser el siguiente, Ravi logra escapar a Australia, donde solicita asilo político. Es allí donde su historia comienza a converger con la de Laura Fraser.

Es a través de esta desarraigada joven australiana que la novela nos lleva a distintos lugares del planeta: India, Londres, Lisboa, Nápoles, Francia. En cambio, Australia – en concreto la ciudad de Sydney – nos es mostrada a través de la mirada de Ravi, el refugiado esrilanqués alrededor de cuya vida se conforma el segundo eje argumental de Questions of Travel. Con más de quinientas páginas, podría argüirse que es una narración propensa a la parsimonia; pero tanto la alternancia entre ambas vidas como la observación sutil y aguda presente en la rica (a ratos muy poética) prosa de De Kretser no lastran la lectura de forma excesiva.

Los efectos en la persona que acarrea todo viaje (en términos de desplazamiento no solamente de nuestro entorno familiar sino también de nuestro ser cotidiano) son el objeto de estudio para De Kretser, quien describía en una reciente entrevista concedida a la vertiente australiana del diario The Guardian una característica de su propia personalidad que reproduce en muchos de sus personajes: “Soy una coleccionista empedernida de… objetos [que se han] despegado de sus orígenes de consumo masivo y [a los que se les] ha otorgado el poder de un talismán para evocar momentos históricos o del pasado propio.”

Pero Questions of Travel también indaga en otro tipo de desplazamiento, el de la huida del terror y del trauma, el del desarraigo. Este es un tema muy actual y candente en la actualidad australiana, donde a los que llegan en barcos pesqueros cochambrosos (cuando consiguen llegar o son interceptados – muchos naufragan en mitad del océano) se les encierra en campos de internamiento localizados en el exterior de Australia (Papúa Nueva Guinea, Nauru). Una política adoptada por el ultraconservador John Howard, quien no sale muy bien parado en la novela: “Mirando algunas imágenes de los Juegos Olímpicos de Sydney, Laura vio a australianos que, reunidos en torno a una pantalla gigante, abucheaban de forma espontánea a su primer ministro, quien con su sonrisa de rata amenazaba a un nadador victorioso” (p. 234).

Una novela que abarca cuatro décadas tiene por fuerza que incluir observaciones sobre la transformación que la tecnología ha tenido en nuestras vidas. He aquí una cita curiosa, muy perspicaz, sobre el proceso de la escritura en ordenador a principios de los 90: “En Londres la noche se hacía más profunda, y Laura trabajaba en su historia para Meera Bryden. Todavía sentía entusiasmo ante la facilidad de escribir en una pantalla – los patinadores debían estar familiarizados con ese veloz descender y deslizarse. Pero a medida que su trabajo cobraba forma, su entusiasmo menguaba. El borrado de errores, de las primeras ideas, de alternativas, sin que quedara huella de ellas, enmascaraba ese trabajo falible que el papel preservaba. Para cuando terminó de escribir, ya no se fiaba de sus palabras procesadas. Inmaculadas pero sin frescura, le hicieron pensar en manzanas de supermercado” (p. 144-5).

Questions of Travel es una novela ambiciosa tanto por su estructura de narración fragmentaria (como parecen dictar ciertos cánones muy actuales) como por la temática de identidades rotas en un mundo globalizado e interconectado por el transporte y la tecnología. La semana pasada fue galardonada con el Premio Miles Franklin de 2013, el más prestigioso premio de narrativa de la literatura australiana. Es un libro absolutamente recomendable, pero me quedan muchas dudas de que vea la luz traducido al castellano en los próximos meses.

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