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24 feb 2013

Reseña: The Devil all the Time, de Donald Ray Pollock


Donald Ray Pollock, The Devil all the Time (Londres: Harvill Secker, 2011). 261 páginas.

Para quien guste del subgénero de la novela negra, esta primera novela del estadounidense Donald Ray Pollock es un título a tener en cuenta. Los ingredientes necesarios están ahí: mucho whisky, mucho alcohol destilado ilegalmente, cigarrillos de marca americana, carreteras, moteles, diners, y demasiadas armas de fuego. Aparte de los violentos crímenes y las menciones de sexo que pueblan la trama de The Devil All the Time (ya traducida al español por Javier Calvo y publicada por Ediciones del Silencio como El diablo a todas horas), esta novela tiene un sutil subtexto humorístico, con tintes fatalistas, y constituye una acerba crítica al fundamentalismo cristiano predominante en el interior del conservador midwest de los EE.UU.

Con un trepidante ritmo narrativo, Pollock sirve al lector un menú nada delicado, repleto de truculencias y grotescas salvajadas. Los personajes son a cada cual más brutal: el predicador Roy le clava un destornillador en el cuello a su mujer para demostrar que Dios le ha dado la facultad de resucitar a los muertos. Otro predicador, el depravado Teagardin, se especializa en desflorar a las muchachas jóvenes más atractivas del pueblo. Sandy y Carl salen de vacaciones todos los años porque Carl es artista fotógrafo: su arte consiste en tomar fotos de autoestopistas a quienes “invita” a tener sexo con su mujer en lugares apartados, para finalmente matarlos a sangre fría y sacar más fotos de Sandy desnuda posando con el incauto viajero, ya fiambre.

La novela comienza en la década de los 40, con el regreso a casa de Willard Russell, que ha servido y ha sobrevivido a la segunda gran guerra en el Pacífico, donde ha presenciado y ha ejecutado brutalidades innombrables. Willard conoce a una camarera en un café de Ohio, y al cabo de unas semanas vuelve a por ella y la desposa. Tendrán un hijo, Arvin, que crecerá temeroso del fanatismo del padre. Cuando su esposa, Charlotte, empieza a morirse de cáncer, Willard procede a realizar sacrificios de animales en su pequeño altar en un claro del bosque, impregnando el terreno de sangre. Tras la muerte de Charlotte, después de una atormentadora agonía que Pollock describe con terrible detallismo, Willard pone fin a su vida dándose un tajo en el cuello. El policía que acude al lugar donde está el cuerpo sin vida de Willard le pregunta a Arvin qué es ese lugar. «Es un tronco para oraciones», responde el chico, y al rato añade: «Pero no funciona».

Ese mismo policía, convertido en un sheriff corrupto y alcoholizado muchos años después, se enfrentará a Arvin en el duelo final que concluye la novela. Entre ambos elementos argumentales hay toda una serie de historias en torno a personajes imprevisibles, que de algún modo confluyen. Esos personajes pertenecen a esa América profunda y oscura, a los perdedores que sueñan con escapar de la pobreza y de la desesperación que los acompaña, pero que una y otra vez caen en la depravación, aun cuando acuden a la iglesia con regularidad y, aparentemente, iluminados por las enseñanzas en la fe de Jesucristo.

A fin de cuentas, The Devil All the Time deja en el lector la impresión de ser una especie de siniestro escaparate de escabrosos crímenes, cuya modalidad o método de ejecución es bastante diverso. Por supuesto, la novela está saturada de violencia, y esa saturación puede terminar por dejar un tanto indiferente al lector cuando éste haya perdido la cuenta de los asesinados; pero este aspecto queda, en mi opinión, bien contrarrestado por la narración, a ratos expresada en una elegante prosa y a través de impactantes imágenes y metáforas; es la voz del narrador omnisciente a través del cual se expresa Pollock, y no resulta para nada desdeñable. Naturalmente, esta es una estética que rara vez puede tener éxito fuera del género noir.

Cabe preguntarse si Pollock podrá o sabrá construir más novelas como ésta, al parecer inspirada por la colección de relatos que la precedió, Knockemstiff. Para un autor que empieza a publicar a los 50 y pico años, caer en la reiteración de motivos y argumentos puede dar resultados comerciales, pero no le reportará fama postrera – si es que la busca, claro está.

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