30 sept 2011

Aguas vivas, un cuento del australiano Max Barry, en Hermano Cerdo

Una vista de Yakarta; fotografía de Midori.

El miércoles apareció en la revista de los campeones la traducción al castellano de Springtide, un divertido cuento del escritor radicado en Melbourne Max Barry. Aguas vivas es un relato cortísimo (no llega a las 2000 palabras) ambientado en las oficinas de un jovencísimo empresario (de 12 años) en la capital de Indonesia, Yakarta. El chico es dueño de la empresa que fabrica unas muñecas que todas las niñas del mundo desean tener (las ‘Do-me dolls’), y está recibiendo la visita de una periodista muy, muy joven. Gordy, depredador sexual de jovencitas, está a punto de hacerse con otra presa cuando algo sale mal, muy mal. No quiero revelar el desenlace, claro está.

Max Barry es autor de cuatro novelas que con el tiempo iré reseñando en este blog. Sus creaciones se caracterizan por la sátira y el humor descarnado que impregna su escritura. Max Barry tiene un fantástico weblog al que puedes ir desde aquí.

Por cierto, si te apetece también leer el original de Aguas vivas, en inglés, puedes encontrarlo aquí.

29 sept 2011

Ojalá: El mensaje de 'The Compassionate Friends'




Ojalá
(un folleto de la Asociación 'The Compassionate Friends')

Ojalá no tuvieras miedo de nombrar a mi ser querido. Tuvo una vida, que fue importante, y me hace falta escuchar su nombre.
Si lloro o me emociono cuando hablemos de mi ser querido, ojalá te dieras cuenta que no es porque me hayas hecho daño; es el hecho de su muerte lo que provoca mis lágrimas. Si me permites llorar, te lo agradeceré. Estas lágrimas, estos accesos de emoción, me resultan  beneficiosos.
Ojalá no dejaras que mi ser querido muera otra vez al quitar su foto en tu casa, o sus dibujos u otros recuerdos suyos que puedas tener.
Tendré mis altibajos emocionales, tendré mis subidas y tendré mis bajones. Ojalá no pienses que porque haya tenido un buen día, mi dolor se ha terminado; o que si tengo un mal día, es porque me hace falta el asesoramiento de un psiquiatra.
Ojalá supieras que la muerte de un hijo es diferente de otras pérdidas, y que tiene que considerarse por separado. No existe una tragedia mayor: ojalá nadie la comparara a la muerte de un padre, de un cónyuge, o de una mascota.
Recuerda que ser una persona afligida por la muerte de un hijo no es algo contagioso; ojalá no te mantuvieras lejos de mí.
Ojalá supieras que todas las reacciones de dolor ‘desquiciado’ que estoy teniendo son, de hecho, muy normales. La depresión, la ira, la frustración, la desesperanza, y el cuestionamiento de valores y creencias, son todas cosas normales después de esa muerte.
Ojalá no esperaras que mi dolor se terminase a los seis meses. Los primeros años van a resultar extremadamente traumáticos para nosotros. Igual que en el caso de los alcohólicos, nunca voy a estar ‘curado’, ni voy a ser una persona que ‘solía estar afligida’. No, voy a estar recuperándome de su pérdida por siempre, permanentemente.
Ojalá comprendieras que en nosotros se produce una reacción física al dolor: puede que yo engorde, o que pierda peso; puede que duerma todo el tiempo, o que padezca insomnio; puede que sufra un gran número de enfermedades, y que me vuelva propenso a tener accidentes; todo está relacionado con mi dolor.
El cumpleaños de nuestro ser querido, el aniversario de su muerte, las épocas de vacaciones, son todas fechas terribles para nosotros. Ojalá pudieras decirnos que en esos días estás pensando en nuestro ser querido. Y ojalá supieras que, si guardamos silencio y nos retiramos, estamos pensando en ella también; ojalá no intentaras nunca obligarnos a sentirnos 'animados'.
Ojalá no te ofrecieras a llevarme de copas, o a una fiesta: no es más que una vía de escape temporal, y el único modo que tengo de pasar este dolor es experimentarlo. He sentido ya el dolor, y creo que puedo curarme.
Ojalá comprendieras que el dolor cambia a la gente. No soy la persona que era antes de la muerte de mi niña, y nunca más volveré a ser esa persona. Y si sigues esperando a que yo vuelva a ‘ser el que era’, vas a experimentar una gran frustración. Digamos que soy una nueva criatura, con nuevas ideas, nuevos sueños, nuevas aspiraciones, nuevos valores y creencias. Trata de llegar a conocer mi nuevo ser: hasta es posible que todavía te guste quien soy.


Fuente: desconocida

27 sept 2011

Reseña: The White Tiger, de Aravind Adiga


Aravind Adiga, The White Tiger (Londres: Atlantic Books, 2008). 321 páginas.

Lo primero que llama la atención de The White Tiger es el formato que adopta su autor: escrita en forma de larga carta dirigida al Primer Ministro de la República Popular China en la víspera de su visita oficial a India, puede que esta sea un brillante ejemplo del género de la picaresca en el siglo XXI. En un descarnado relato en primera persona, el narrador nos va haciendo un retrato de su inmenso país, examinando con cierto distanciamiento los contrapuntos entre la inmensa pobreza y miseria de los desposeídos frente al poder despiadado de los privilegiados.


La historia del narrador, Balram, nos lleva desde sus orígenes en un villorrio en lo que él denomina “the Darkness” hasta sus oficinas en la ciudad de Bangalore, instalado como exitoso empresario. El suyo es un largo viaje, tanto físico como metafórico, desde Laxmangarh, el pueblo, cercano a uno de los lugares de peregrinación de los hindúes, del cual dice con sorna: ‘Me pregunto si Buda cruzó las calles de Laxmangarh – hay algunos que dicen que lo hizo. Para mí, que lo hizo a la carrera – tan rápido como pudo – y que cuando llegó a la otra punta, ¡nunca se volvió para mirar!’


Su vida, que habría estado destinada a la miseria y encuadrada siempre por el sistema de castas, cambia cuando, tras haber aprendido a conducir, consigue trabajo como chófer del hijo del terrateniente del pueblo, al cual asesinará, según confiesa al principio de su relato.


En su nuevo trabajo se traslada a Delhi, donde es testigo de los arreglos corruptos de la clase política india. Las desigualdades se hacen explícitas en sus descripciones: mientras sus amos viven en el lujo más absoluto y sobornan a políticos, policías y jueces, los que tienen la fortuna de servirles (por unos salarios ínfimos) viven en los sótanos de las torres de apartamentos, infestados de cucarachas y mosquitos, siempre atentos a las llamadas urgentes que requieren sus servicios.


Balram no reclama en ningún momento ninguna autoridad moral. Sabe que es un asesino, es consciente de su inmoralidad y de su cinismo; tal como hiciera el Lazarillo en el siglo XVI, Balram nos dice que ha triunfado porque ha dejado de ser un esclavo: 'I’ve made it! I’ve broken out of the coop!'. Al matar a su amo y robarle la fortuna que iba a entregarle a los políticos corruptos, Balram rompe sus cadenas y sale para siempre de la jaula que es India para los pobres.


Hay en la novela un tono subyacente de protesta, de ira, y también de compasión para quienes nunca podrán salir de esa jaula. Balram es más antihéroe que otra cosa: un rufián sin escrúpulos que elabora en su larga misiva al Presidente chino (escrita a lo largo de siete noches) una perspicaz alegoría sobre la sociedad india de principios del siglo XXI. Una de las escenas más acertadas es la descripción de los ricos haciendo footing, encerrados en el condominio de la torre de apartamentos, dando vuelta tras vuelta por el patio de cemento mientras los criados les sujetan las toallas y las botellas de agua mineral.


A pesar de ese subrepticio sarcasmo, a pesar del humor que desborda el relato, desde la primera página hay un recurso narrativo que no termina de cuajar al cien por cien: Balram nos cuenta su historia en inglés, idioma que, según nos dice, ni siquiera es capaz de hablar. Es una voz mediada por el autor (quien completó sus estudios en las universidades de Columbia y Oxford). Para muchos lectores (en especial para quienes no conozcan India en profundidad, como es mi caso) eso no supondrá ninguna mella, ni la disfrutarán menos.


The White Tiger fue premiada con el Man Booker de 2008. Es un relato que cautiva desde el primer párrafo. Te dejo aquí mi traducción de las dos primeras páginas.
Para el despacho de:
Su Excelencia Wen Jiabao,
Oficina del Primer Ministro,
Beijing,
Capital de China, nación amante de la libertad

Del despacho de:
‘El tigre blanco’
Un hombre que piensa, un emprendedor
Residente en el centro mundial de la tecnología y de la subcontrata
Ciudad de la Electrónica, Fase 1 (en las inmediaciones de Hosur Main Road),
Bangalore, India

Señor Primer Ministro:
Excelencia,
Ni usted ni yo hablamos inglés, pero es que hay algunas cosas que solamente pueden decirse en inglés.
Pinky Madam, la exmujer de mi antiguo empleador, el Sr. Ashok, me enseñó una de esas cosas; y hoy, a las 23:32 horas, que fue hace ahora unos diez minutos, cuando la señorita de Radio Nacional India anunció que ‘el Primer Ministro Jiabao visitará Bangalore la próxima semana’, enseguida dije eso mismo.
De hecho, cada vez que hombres ilustres como usted visitan nuestro país, lo digo. No es que yo tenga nada en contra de los hombres ilustres. En cierto modo, Excelencia, yo me considero uno de ellos. Pero cada vez que veo a nuestro Primer Ministro y a sus distinguidos compinches de camino al aeropuerto en sus coches negros, y cómo se bajan de ellos y hacen sus namastes ante ustedes, frente a las cámaras de TV, y cómo les hablan de lo recta y venerable que es la India, pues me sale decir esa cosa en inglés.
Su Excelencia nos visita esta semana, ¿no es verdad? La Radio Nacional India es normalmente de fiar para estas cosas.
Era una broma, Excelencia.
¡Ja!
Por eso quiero preguntarle a usted directamente si de verdad va a venir a Bangalore. Porque, si es cierto, tengo algo importante que decirle. Fíjese, la locutora de la radio dijo: ‘El Sr. Jiabao tiene una misión: quiere conocer la verdad sobre Bangalore.’
Se me heló la sangre. Si hay alguien que sabe la verdad sobre Bangalore, soy yo.
Luego, la locutora anunció: ‘El Sr. Jiabao quiere conocer a algunos empresarios indios y escuchar el relato de sus éxitos de sus propios labios.’
La locutora explicó un poquito.
Parece ser, Excelencia, que ustedes los chinos están por delante de nosotros en todos los aspectos, excepto que ustedes no tienen empresarios.
Y nuestra nación, aunque no tenga agua potable, ni electricidad, ni un sistema de alcantarillado, ni transporte público, ni sentido de la higiene, ni de la disciplina, ni de la cortesía, ni de la puntualidad, sí cuenta con empresarios. Miles y miles de ellos.
Especialmente en el campo de la tecnología. Y esos empresarios — nosotros los empresarios — hemos montado todas estas empresas de subcontratas que virtualmente dirigen América en la actualidad.
Usted espera aprender cómo crear algunos empresarios chinos, por eso está aquí de visita. Eso me ha hecho sentirme bien. Pero entonces me di cuenta de que, de conformidad con el protocolo internacional, el Primer Ministro y el Ministro de Asuntos Exteriores le recibirán en el aeropuerto, con guirnaldas de flores, pequeñas estatuillas de sándalo para llevarse a casa, y un librito repleto de información sobre el pasado, el presente y el futuro de la India.
Y fue entonces cuando me salió decir esa cosa en inglés, excelencia. En voz bien alta.
Eso fue a las 23:37. Hace cinco minutos.
Yo no suelo soltar tacos ni maldigo. Soy un hombre de acción y de cambio. Fue ahí, y en ese instante, que decidí comenzar a dictar una carta dirigida a usted.

21 sept 2011

I am no good at love - No sirvo para el amor; un poema de Noël Coward

The Noël Coward Theatre (Fotografía de Derek Harper)
Traducir poesía puede parecerles a muchos un empeño fútil, pues en demasiadas ocasiones es causa de sinsabores y frecuentes frustraciones. La empresa puede estar, por lo demás, cargada de una cierta ambición lírica, hasta el punto de buscar recrear metro y ritmo en la lengua de llegada, y por eso será siempre motivo de satisfacción lograr una traducción rimada.

El poema cuya traducción presento en esta entrada del blog Notas Literarias, del inglés Noël Coward, forma parte de la antología The Complete Verse of Noël Coward, y digamos que lo encontré por casualidad en la sección de libros de The Guardian.

Me gustó de inmediato su tono, que parece alternar entre lo burlesco, lo juguetón, y una pizca de melancolía. El poema original en inglés se compone de cuatro estrofas de seis versos cada una, en las que riman los versos pares, mientras que los impares quedan sueltos. El metro del original es un tanto irregular, pero uno puede fácilmente conjeturar un ritmo, una melodía, posiblemente una canción.

Al plantearme una traducción al castellano me pareció que la opción más lógica era adoptar una forma tradicional y maleable, como el romance, en octosílabos de rima asonante (como en el inglés) en los versos impares. El hecho de que el primer verso de cada estrofa sea idéntico en las cuatro me obligaba entonces a buscar rimas de ‘amor’, tarea que el castellano facilita en todo caso.

Una vez ajustado el tono con el que quería imbuir el texto de llegada, la tarea era lograr cuatro estrofas que trasladasen la ironía y la burla de sí mismo, al tiempo que se insinuase ese deje melancólico del que hablaba antes.

El resultado es un poema que, en mi opinión, se vale hasta cierto punto por sí mismo, sin alejarse en exceso del original ni en su forma ni en su contenido.

Espero que te guste.

No sirvo para el amor
Noël Coward


No sirvo para el amor,
pues mi corazón es libre.
Destruyo a quien es mi sol,
¡ay del pobre desgraciado!
Pues me sobra la afección,
y peco de intensidad.

No sirvo para el amor:
pronto lo llevo a la ruina.
Me desvela un gran temor
y farfullo como un mico,
solo en mi confusión
sabiendo que no hay salida.

No sirvo para el amor:
si mi corazón entrego,
de mis labios sin control
salen palabras hirientes
que debiera ocultar yo.
Mis celos todo lo arruinan.

No sirvo para el amor,
que yo soy muy indiscreto:
sé que acerba conclusión
tendrá desde el mismo inicio,
pues en el postrero adiós
siempre gana la amargura.

© de la traducción, Jorge Salavert, 2011.

19 sept 2011

Reseña: L'estany de foc, de Silvestre Vilaplana



Silvestre Vilaplana, L’estany de foc. Alzira: Bromera, 2010. 395 páginas.

A lo largo de la historia han sido muchos los traductores que han sufrido persecución (cuando no la muerte) por su labor de difusión de determinadas ideas contenidas en los libros. Esta situación ha sido particularmente nefanda para los traductores cuando se han hallado bajo regímenes autoritarios y/o fundamentalistas: los casos de Afganistan e Iraq son los más recientes, mas persecuciones feroces y ensañadas las ha habido desde hace siglos. En L’estany de foc, el alcoyano Silvestre Vilaplana narra las vicisitudes que rodearon a la primera edición de la Biblia traducida a la lengua catalana del antiguo Reino de Valencia a fines del siglo XV.
Impresa entre 1477 y 1478 en Valencia, la primera Biblia en catalán, en la lengua del pueblo, tuvo una vida efímera y muy accidentada. Pocos años después la Inquisición castellana prohibió su lectura y se afanó por decomisar todos los ejemplares existentes para destruirlos.
Vilaplana novela hábilmente la implacable persecución a que somete el Inquisidor General de Valencia, el burgalés Juan de Monasterio, al último ejemplar conocido de la Biblia hereje. La novela se inicia en las calles de Valencia, donde Daniel Vives, judío converso y traductor de la obra, huye de su casa antes de la inminente aparición de los soldados de Monasterio. Vives logra refugiarse en la casa de otra familia de conversos, donde pasará escondido meses en una sinagoga oculta. Cuando la peste se ceba con Valencia, el médico Pere Torrella, amigo de la familia, idea una huida: disfrazan a Vives de muerto por la peste, y consiguen que salga de la ciudad, desde donde podrá huir a Perpiñán.
Pero las telarañas que teje Monasterio son amplias e invisibles. El jorobado Castor, un personaje inicuo, maligno y siniestro, uno de los más eficaces espías del inquisidor, ha descubierto a Vives y le persigue en su huida. Finalmente le ataca en mitad del campo, pero Vives consigue defenderse y golpea a Castor; creyéndolo muerto, Vives se aleja, pero Castor solamente está malherido.
Mientras tanto, Pere Torrella vuelve a Valencia con la intención de huir de allí tan pronto la epidemia termine. Pero Castellví, un noble valenciano y mayordomo del rey Fernando de Aragón le pide que intente curar a su hijo, enfermo de la peste. Al lograr salvarle la vida, Torrella empieza a estar bajo su protección contra las posibles estratagemas de Monasterio en contra suya. Torrella viaja a Perpiñán como médico de Castellví, y allí conseguirá la influencia de los poderosos para que Vives pueda ser perdonado y que regrese a Valencia.
Como tantas otras obras contemporáneas, L’estany de foc hace uso de la historia para crear ficción: la acción es trepidante, y la narración desborda intriga y suspense. Vilaplana recrea en la novela una versión del mito del libro maldito, y lo hace con cierta habilidad y no pocas dosis de buen hacer literario. Uno de los personajes que mejor dibuja Vilaplana es el del geperut Castor, un paria deforme e inmoral, un espantajo marginado por toda la sociedad, pero capaz de cualquier cosa por unas monedas.
De esa primera edición de la Biblia en lengua catalana se conserva únicamente una hoja, correspondiente al Apocalipsis, la cual se halla en la Hispanic Society de Nueva York. Aunque la edición e impresión en lengua catalana fueron inicialmente autorizadas por las autoridades religiosas (por aquel entonces ya se había traducido al alemán y al italiano), la represión la ejerció el reino de Castilla. Es sin duda otro acierto que Vilaplana haga memoria de la realidad de lo que sucedió en el pasado, aunque lo escriba en clave de ficción.

17 sept 2011

Where there's smoke...

Canberra, 16/09/2011


El sol ya estaba fuera, era un día claro, diáfano, despejado. Lo primero que vieron al subir la persiana fue una voluminosa nube negruzca, densa, imponente, ominosa. Mas en ella el hijo vio algo que ellos no vieron, o que tal vez no quisieron ver ni posiblemente recordar. El hijo se giró hacia ellos y dijo entre lágrimas: ‘I don’t want to die’.

Un día viernes, un día normal en una vida suburbana. Y sin embargo, para el niño ya era un día de mierda.

10 sept 2011

Narrative and Healing - Un simposio en Sydney


El sábado 3 de septiembre se celebró en la Universidad de Sydney un simposio en torno al tema ‘Narrativa y curación’. Organizado por la profesora Bernadette Brennan de la Universidad de Sydney, el simposio contó con la participación de profesionales de muy diversas procedencias. El tema central era el poder que tienen las palabras para curar y la posibilidad de que lo hagan.


En la primera sesión, ‘Poetry and Healing’ la poeta australiana Judy Beveridge y la académica de la Escuela de Humanidades y Artes Creativas del Avondale College, Carolyn Rickett, hablaron del proyecto ‘New Leaves’, que se desarrolló hace unos cuantos años. En pocas palabras, consistía en ofrecer a personas con enfermedades muy graves la posibilidad de escribir poesía. De ese proyecto nació una antología, que ambas editaron, y que se publicó en 2008. Beveridge habló del poder restaurador que tiene la poesía, en tanto que utiliza como medio palabras que tratan (y salen) de lo más profundo del interior de nuestro ser. Beveridge y Ryckett se refirieron al concepto enunciado por Suzette Heinke, scriptotheraphy: ‘a process of writing out and writing through traumatic experience in the mode of therapeutic re-enactment’.


La segunda sesión reunió a tres autoras australianas, Helen Garner, Maggie MacKellar y Brenda Walker, que hablaron de sus diferentes enfoques como narradoras en torno al proceso de curación por medio de la narrativa de experiencias traumáticas personales. Desde mi punto de vista, Maggie MacKellar aportó ideas y ángulos realmente valiosos, mientras que Helen Garner me decepcionó bastante a causa de su respuesta un tanto displicente a una pregunta de uno de los asistentes.

La pregunta referida, que por otra parte me pareció primordial en el contexto de lo que se estaba discutiendo, tenía que ver con las metáforas y los eufemismos que se emplean para hablar de la muerte. ¿Cómo elucidar la diferencia entre metáfora y eufemismo respecto a la muerte, y sus implicaciones tanto para los pacientes como para los profesionales que suministran tratamientos paliativos? Con su respuesta simplona, Garner pareció olvidar por un instante que no todos en la audiencia eran especialistas en lingüística.

De la sesión vespertina caben destacar las palabras de Sinéad Donnelly, una doctora irlandesa especializada en cuidados paliativos, que en la actualidad trabaja en Wellington (Nueva Zelanda). En una presentación muy razonada aunque llena de emotividad, Sinéad nos recordó algo que hoy en día se suele dar por hecho tan frecuentemente que se olvida su función crucial para el ser humano: es necesario escuchar. 'Listening is a form of touch'. O lo que es lo mismo: ‘Escuchar es una modalidad del tacto’.

Creo que es algo sobre lo que merecería la pena, y mucho, reflexionar.

9 sept 2011

Some words from someone somewhere



We received a card. It reads:

‘Dear T, J, O and J
It was a real privilege for me to meet with you again in [xx] of this year. I was really moved to hear firsthand what you experienced when you went to Samoa two years ago; and my emotions were touched further still when I read and re-read your books […] I had hoped that I would be able to find some words adequate to the trauma of your loss of Clea and your own survival – as yet, I have not found any words despite my months of searching. What I have been able to do is to hold all five of you in my heart and to really try to get a feel for you for how things are for you from the words which you have written. Each time I read them I take in more and I imagine that will continue to be so. […] When [29 September 2011] comes I plan to light a candle for Clea and to remember her as she lives on the time which we spent together in Spain in xx 2007 and through the way you have captured her spirit in photos, and pictures (as well as words).
With much love,
F.’
I believe you have truly found some words, F. You might think the words are nowhere near what they should be, but I can assure you (and anyone else who might care to read these my words) that the courage you have shown reached us. I cried when I read your words. I know you cried when you read mine. I know you listened, and I thank you for that, for being there for me.

8 sept 2011

Gloria, un cuento de Suchen Christine Lim, en Hermano Cerdo


Manila. Fotografía tomada por Mike Gonzalez el 29 de mayo de 2006

El colapso económico causado por la crisis financiera global y recientes acontecimientos en el ámbito occidental (las escenas de pillaje en las principales ciudades inglesas, por ejemplo) han llevado a algunos comentaristas a fijarse de nuevo en el modelo singapurense de democracia, en el cual se sacrifican muchas libertades individuales por un supuesto bien colectivo. Singapur puede ser un lugar fascinante para la sociología, pero la verdad es que tras un par de días resulta ser un auténtico plomazo para el visitante al que no le interese simplemente llenar sus maletas de productos.

La revista Hermano Cerdo publica esta semana un cuento de la autora singapurense Suchen Christine Lim, titulado ‘Gloria’, y que he tenido el gusto de traducir. Narra las peripecias de una mujer filipina que emigra a Singapur para trabajar como criada para una familia acomodada. Alejada de sus hijos y del apoyo de los suyos, la criada logra crear algunos lazos afectivos con el pequeño de la familia, cosa que molestará sobremanera a la madre. Cuando por fin llega el momento de regresar a Manila con sus hijos, la mujer comete un pequeño error que puede costarle muy caro. ¿La ayudará una madre celosa y resentida?


En ‘Gloria’, Lim pone de manifiesto la disparidad de las actitudes humanas ante la adversidad que sufre el prójimo, además de la enorme grieta que ha quedado abierta de forma permanente entre las clases sociales pudientes y los necesitados. Una grieta que sigue abriéndose, expandiéndose en su magnitud, no solamente entre el primer mundo y el de los países en vías de desarrollo. La grieta se ha ramificado en tantas direcciones que es ya motivo de preocupación para los dirigentes políticos y empresariales de países ricos como los Estados Unidos.

7 sept 2011

Reseña: The Memory Chalet, de Tony Judt



Tony Judt, The Memory Chalet. Londres: William Heinemann, 2010. 226 páginas.


Se suele decir que momentos antes de que sobrevenga la muerte, uno ver pasar su vida en apenas un instante. Desde mi perspectiva personal no estoy tan seguro de que sea así. Sobreviví a una catástrofe en la que estuve a punto de perecer ahogado: el tsunami que destruyó las costas meridionales de Samoa, entre otros lugares, en 2009.

En un caso muy distinto, Tony Judt vivió una lenta pero inexorable sentencia de muerte, que le permitió disponer de dos largos años para contemplar y rememorar su vida antes de morir. La enfermedad, un tipo de esclerosis que va paralizando el cuerpo poco a poco, primero los dedos, luego un brazo, luego otro, luego las piernas, y finalmente los músculos del torso impiden la respiración. La pregunta que uno cabría hacerse es si esa circunstancia se trata de una condena, o si podría considerarse un motivo de dicha: ‘disfrutar’ (es un decir) de un periodo de tiempo relativamente largo para rememorar y reflexionar sobre nuestra vida, a sabiendas de que el final se acerca inexorablemente. Cada lector será de un parecer según cuáles sean sus convicciones morales.

En 2008, dos años antes de su muerte en agosto de 2010, los médicos le revelaron a Tony Judt, reputado historiador británico de la Universidad de Nueva York, que padecía una enfermedad incurable de carácter motor neuronal. Estaba pues atrapado en su cuerpo: no podía moverse, pero sí tenía sensaciones; la enfermedad en sí misma no le producía dolor, y además era plenamente consciente de todo lo que le estaba sucediendo. Judt se pasaba la mayor parte de las noches (y los días) en vela, ‘con libertad para contemplar según su conveniencia y con la mínima incomodidad el catastrófico avance del deterioro individual’. Fue en esas condiciones que Judt dictó el libro. Por las noches, divagaba y almacenaba sus ideas en la memoria, para luego dictárselas a su ayudante durante el día.

The Memory Chalet tiene el formato de un mosaico. Se compone de fragmentos autobiográficos, recuerdos variados que abarcan desde su infancia en el Londres de la posguerra hasta su migración a los Estados Unidos, pasando por su estancia, por ejemplo, en un kibbutz del Golán en la década de los 60, experiencia que le supuso un desengaño respecto a la ideología que él denomina ‘la teoría y práctica de la democracia comunitaria’, o sus peculiares experiencias en el París de 1968.

Es, en muchos aspectos, un libro único. Lo suyo era la historia europea del siglo XX, y jamás se le había pasado por la cabeza escribir sus memorias. Pero las temibles y terribles circunstancias que rodean la creación de este libro le confieren a sus recuerdos un rigor y una energía singulares. Por otro lado, se evidencia también que Judt podía tener un talante bastante conservador: el recuerdo de su primer profesor de idiomas (alemán) le lleva a elogiar los viejos métodos de enseñanza que recurrían a la intimidación del estudiante. Ni tanto, ni tan calvo.

Neoyorquino de adopción, Judt rememora del Londres de su niñez ‘una densa neblina amarilla’, producto de la combustión de carbón, que tenía tal espesor que tenía que asomarse por la ventanilla del coche para indicarle a su padre a qué distancia quedaba el bordillo. Elogia la sociedad multicultural de Nueva York, sin reconocer en cambio que el proceso de mezcla humana está adquiriendo un ritmo cada vez más acelerado y más extendido: Sydney o Melbourne podrían ser ejemplos tan buenos como el de Nueva York.

Personalmente, un artículo que ciertamente me cautivó es el que lleva por título ‘Edge People’, y que versa sobre la cuestión de la identidad. Desde mi condición de emigrante, suscribo las palabras de Judt: ‘Prefiero el margen: el lugar donde países, comunidades, lealtades, y raíces tropiezan de manera incómoda unos contra otros – donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como la circunstancia normal de la vida’. La vida del emigrante es un constante tropezar, buscando el hueco donde hacerse el sitio, tratando de mantener unos márgenes invisibles que de algún modo te permitan respirar(te).

Judt concede no obstante que declararse en el margen de forma permanente es síntoma de autoindulgencia. O puede sea, una burda artimaña propia más bien de una campaña publicitaria. En todo caso, la tendencia a no destacar siempre es más fuerte, pues uno siente más seguridad entre otros semejantes, formando parte del gran pelotón. Y sin embargo, a Judt le aterraba la idea de lealtades incondicionales y inflexibles, a ideas, a países, a líderes o a entelequias religiosas. Su visión del futuro inmediato no era muy halagüeña para la humanidad.

La mayoría de los ensayos que componen The Memory Chalet fueron apareciendo en forma de artículos en The New York Review of Books. Si llegado el momento tuviéramos la posibilidad de elegir, ¿no sería un modo ciertamente provechoso de pasar los últimos años de nuestra vida escribiendo unas memorias?


*****

Un fragmento del artículo titulado 'Edge People':

Prefiero el margen: el lugar donde países, comunidades, lealtades, y raíces tropiezan de manera incómoda unos contra otros – donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como la circunstancia normal de la vida. Hubo un tiempo en que abundaban los lugares así. Bien entrado el siglo XX había muchas ciudades que comprendían múltiples comunidades y lenguas —a menudo mutuamente antagonistas, en ocasiones en conflicto, pero que de algún modo coexistían. Sarajevo fue un lugar de esos, Alejandría otro.  Tánger, Salónica, Odesa, Beirut y Estambul, todas esas ciudades cumplían los requisitos— al igual que otras ciudades más pequeñas, como Chernivtsi y Uzhgorod. Para los patrones conformistas norteamericanos, Nueva York se asemeja a algunos aspectos de esas ciudades cosmopolitas ya perdidas: es por eso que vivo aquí.
Claro está, hay un tanto de autoindulgencia en la afirmación de que uno está siempre en los bordes, en los márgenes. Dicha aseveración está únicamente abierta a cierto tipo de persona que ejerce unos privilegios muy particulares. La mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, preferiría no destacar: no es seguro. Si todos los demás son chiítas, es mejor ser chiíta. Si todos en Dinamarca son altos y blancos, entonces ¿quién —si le dieran a elegir— optaría por ser bajito y moreno? Incluso en una democracia abierta hace falta cierta terquedad de carácter como para ir deliberadamente contra la corriente de la propia comunidad, en particular si se trata de una comunidad pequeña.
Pero si uno nace en márgenes que se entrecruzan y —gracias a la peculiar institución de la titularidad académica— tiene la libertad de permanecer allí, me parece una posición privilegiada indudablemente ventajosa: ¿Qué sabrán de Inglaterra los que solamente conocen Inglaterra? Si la identificación con una comunidad de origen fuese fundamental para mi sentido del ser, quizá dudaría antes de criticar a Israel —el ‘estado judío’, ‘mi gente’— de manera tan rotunda. Los intelectuales con un sentido más madurado de la afiliación orgánica se autocensuran de forma instintiva: se lo piensan dos veces antes de ponerse a lavar la ropa sucia en público.
A diferencia del difunto Edward Said, creo que puedo comprender e incluso empatizar con los que saben lo que significa amar a un país. No considero que esos sentimientos sean incomprensibles; simplemente no los comparto. A lo largo de los años, esas intensas lealtades incondicionales —a un país, a Dios, a una idea, o a un ser humano— han terminado por aterrarme. La fina capa de barniz de la civilización descansa sobre lo que puede perfectamente ser una ilusoria fe en nuestra común humanidad. Mas sea ilusoria o no, haríamos bien en aferrarnos a ella. Ciertamente, es esa fe —y las limitaciones que ésta ejerce sobre la conducta humana— lo primero en desaparecer en tiempos de guerra o de malestar social.
Sospecho que estamos iniciando una época de conflictos. No son solamente los terroristas, los banqueros y el clima los que van a causar estragos en nuestro sentido de la seguridad y la estabilidad. La misma globalización —la ‘tierra plana’ de tantas fantasías conciliatorias— será fuente de miedo y de incertidumbre para miles de millones de personas que acudirán a sus líderes en busca de su protección. Las ‘identidades’ se volverán mezquinas y cerradas, mientras los indigentes y los desarraigados golpean los cada vez más altos muros de las urbanizaciones cerradas, desde Delhi a Dallas.
Ser ‘danés’ o ‘italiano’, ‘norteamericano’ o ‘europeo’ no será solamente una identidad; será un rechazo y un reproche para los que ésta excluya. El estado, lejos de desaparecer, puede que esté a punto de alcanzar su apogeo: los privilegios de la ciudadanía, la defensa de los derechos de los que son titulares de una tarjeta de residencia, se blandirán como comodines políticos. Los demagogos intolerantes en las democracias establecidas exigirán ‘exámenes’ —de conocimientos, del idioma, de la actitud— para decidir si los desesperados recién llegados merecen la ‘identidad’ británica u holandesa o francesa. Ya lo están haciendo. En este nuevo siglo echaremos en falta a los tolerantes, a los marginales: a la gente de los márgenes. Mi gente.

Esta reseña apareció ayer en Hermano Cerdo, a excepción del anterior fragmento traducido. 

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