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14 nov 2025

Reseña: The Message, de Ta-Nehisi Coates

Ta-Nehisi Coates, The Message (Londres: Penguin Books, 2024) 232 páginas.

En 1967, el canadiense Marshall McLuhan llegaba a la conclusión de que «el medio es el mensaje». Mucho han cambiado desde esa época los medios de comunicación. Cabría cuestionarse hasta qué punto la máxima de McLuhan sigue siendo válida: las redes sociales son sin duda el medio más extendido y popular en esta segunda década del siglo XXI, pero apenas constituyen mensaje alguno. En tanto que medios, están vacíos de significado. La inanidad es su principal característica, ¿no?

Ta-Nehisi Coates publica este libro en 2024 con un título muy llamativo. Se compone de tres secciones digamos que son tres ensayos que Coates, profesor en Howard University (Washington DC), presenta a sus propios estudiantes para que se los valoren y evalúen. Cada uno de los tres capítulos presenta las reflexiones que un viaje a tres lugares diferentes del mundo provocan en el autor: Dakar (Senegal), Columbia (Carolina del Sur) y Cisjordania (Palestina).

La visita a Senegal le da pie a analizar los orígenes míticos del sistema colonial que los países europeos desarrollaron para justificar los excesos de dicho sistema. El tono general de esta parte es triste. Pasa de la nostalgia por un pasado irrecuperable a la realidad contemporánea de un país que sufre el cambio climático y del que quieren emigrar sus ciudadanos más brillantes.

En el siguiente capítulo, Coates visita a una profesora de inglés de secundaria de una escuela de Columbia llamada Mary Wood. La profesora quiere usar en sus clases un libro de Coates, Between the World and Me, pero se encuentra con la feroz oposición de quienes pretenden prohibir recursos educativos que explican la Teoría Crítica de la Raza y suprimir el empoderamiento de los jóvenes estudiantes que se enfrentan al racismo y a la ideología supremacista tan extendida en los estados sureños.

Pero es quizás la tercera sección, la más extensa, la que resulta ser más oportuna. El viaje a Palestina (de diez días de duración) se produce en 2023. Durante su estancia en los territorios ocupados de Cisjordania comprueba con estupor e indignación que el sistema discriminatorio en el que sus padres habían crecido en los EE.UU. (las llamadas leyes ‘Jim Crow’) se ha reproducido en Palestina de manera más sofisticada en parte gracias al uso de tecnologías de represión en buena parte financiadas por los propios EE.UU. Coates refiere que, si Israel fue fundado con el propósito de proteger a quienes fueron objeto de una persecución salvaje e inhumana, el estado israelí ha pasado a adoptar violentos sistemas de control de los pobladores palestinos, a quienes les niega su humanidad. En tanto que periodista, denuncia la supresión de las voces palestinas en el escenario mediático global.

¿Cuál es, por lo tanto, el mensaje? Como buen profesor, Coates insta a sus alumnos a que analicen cuáles deben ser los propósitos de la escritura. Y en el caso del periodismo, su puntos de vista sobre la situación actual de la profesión no deja lugar a dudas: «Los periodistas dicen escuchar “a las dos partes” como si un dios desinteresado hubiese establecido una oposición binaria. Pero son los propios periodistas los que están jugando a ser dios; son los periodistas quienes deciden qué partes son legítimas y cuáles no lo son, qué opiniones han de tenerse en cuenta y cuáles han de quedar excluidas del marco. Y ese poder constituye una extensión del poder de otros curadores de la cultura —los ejecutivos de las cadenas de TV, los productores, los editores— cuya función principal es decidir qué historias se cuentan y cuáles no. Cuando te borran de la discusión y te eliminan de la narrativa, ya no existes». (p. 148, mi traducción)

The Message se añade a toda una serie de ensayos que propugnan que la lucha contra la opresión debe ser de ámbito global y debe contar con la intercomunicación de la amplia mayoría de pobladores del planeta que quisiéramos hacer de él un mundo más justo. Es obligación del periodismo decidir contar historias de quienes no tienen acceso a los medios y de aquellos cuyas voces son silenciadas, ya sea mediante el borrado de su existencia o mediante la violencia de la guerra. Con demasiada frecuencia, advierte el autor de The Water Dancer, son los mismos que detentan el poder quienes manipulan la realidad con su discurso: «Puede parecer extraño que las personas que ya han alcanzado una posición de poder mediante la violencia inviertan tanto tiempo en justificar su expolio con palabras. Pero incluso los expoliadores son seres humanos cuyas violentas ambiciones deben enfrentarse a la culpa que los corroe cuando se encuentran con los ojos de sus víctimas. Y por lo tanto debe contarse una historia, una historia que levante un muro entre ellos y aquellos a quienes pretenden estrangular y robar». (p. 29, mi traducción)

Publicado este año también en castellano (El mensaje) por Capitán Swing, con traducción a cargo de Paula Zumalacárregui.

11 nov 2025

Reseña: Why Nations Fail, de Daron Acemoglu y James A. Robinson

Daron Acemoglu y James A. Robinson, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty (Londres: Profile Books, 2013 [2012]). 529 páginas.

Los sistemas político-económicos nacionales fracasan de muchas maneras. No cabe considerarlos un éxito si albergan en sus sociedades tan atroces niveles de desigualdad que coexisten en ellos billonarios y pobres sintecho en apenas unos kilómetros cuadrados, o colegios privados con todo tipo de lujosas instalaciones y escuelas públicas en las que la falta de recursos influye muy negativamente en la educación de sus alumnos, por poner un par de ejemplos.

De una de las pruebas irrefutables de ese fracaso soy testigo todas las mañanas, de lunes a viernes, cuando acudo a la piscina local a hacer mis 36 piscinas (a veces más, según el día). Desde hace casi tres años, alguien duerme en su automóvil en un aparcamiento cercano a la piscina, sea invierno (con temperaturas de hasta -6 o -7 grados) o verano. Siendo Australia un país rico que parece gozar de las instituciones inclusivas que tanto ensalzan los autores, existen a pesar de ello muchos reductos de pobreza. Se calcula que hay en Australia cerca de veinte mil menores de edad que no tienen un techo bajo el que dormir por las noches. Se puede hablar por tanto de un fracaso, tanto a nivel microeconómico como (micro)político.

Mas la tesis de Acemoglu y Robinson es obviamente de un ámbito macro. La razón de que haya estados cuyo fracaso los aboca a la pobreza y al subdesarrollo, según los autores, tiene una estrecha conexión con la existencia de instituciones económicas extractivas (ejemplos de estas serían los monopolios, el feudalismo y el esclavismo). Este tipo de instituciones económicas conllevan no solamente la mala gestión de los recursos, sino que ayudan a que quienes detentan el poder político se agarren a él como a un clavo ardiendo y continúen reforzando las antedichas instituciones económicas.

El libro esta repleto de ejemplos históricos con los que los autores quieren demostrar su teoría. Niegan en un principio que los factores geográficos o culturales sean determinantes. El primero es un punto problemático y discutible. Me resulta inconcebible que los factores geográficos y naturales se vean como virtualmente irrelevantes en este estudio.

Los autores recibieron el Nobel de Economía en 2024. Este libro se publicó en 2012, y no deja de ser una defensa a ultranza de las democracias liberales occidentales y el modelo capitalista liberal que domina la economía mundial, nos guste o no.

Una mañana llegó al Departamento, cambiando para siempre el proceso de edición y corrección de textos. Ciertamente produjo una destrucción creativa. El Apple Macintosh 512K. Fotografía de Maksym Kozlenko. «El miedo a la destrucción creativa es la principal razón por la que no hubo un incremento sostenido de los niveles de vida entre el Neolítico y las revoluciones industriales. La innovación tecnológica hace prósperas a las sociedades humanas, pero también implica la sustitución de lo viejo con lo nuevo, y la destrucción de los privilegios económicos y el poder político de ciertas personas. Para que haya un crecimiento económico sostenido necesitamos nuevas tecnologías, nuevas maneras de hacer las cosas, y por regla general vendrán de los neófitos […]. Puede que haga que la sociedad sea próspera, mas el proceso de destrucción creativa al que da inicio amenaza el sustento de quienes trabajan con tecnologías anticuadas». (p. 183, mi traducción)    

Además de la cuestión geográfica, los autores parecen soslayar el factor humano en muchos de los ejemplos de naciones que a lo largo de la historia han sido víctimas de sus instituciones extractivas y el círculo vicioso al que se abocan: cuando riqueza y poder se concentran en unas pocas manos (élites), aumenta su capacidad para dilatar ese poder y reforzar las instituciones que sostienen a quienes detentan el poder (político y económico).

Why Nations Fail no es un libro de historia, pero los autores realizan un largo recorrido por la historia universal con el objeto de demostrar su tesis. Y pienso que es ahí donde realmente aparecen algunas grietas en su tesis. Afirman acertadamente Acemoglu y Robinson en lo siguiente: «La desigualdad en el mundo de hoy existe porque durante los siglos XIX y XX algunas naciones pudieron aprovechar la Revolución Industrial y las tecnologías y métodos de organización que esta trajo consigo, mientras que otras naciones no pudieron hacerlo. El cambio tecnológico es solamente uno de los motores de la prosperidad, pero es quizás el más decisivo. Los países que no aprovecharon las nuevas tecnologías tampoco se beneficiaron de los otros motores de la prosperidad. […] ese fracaso se debió a sus instituciones extractivas, bien como consecuencia de la persistencia de sus regímenes absolutistas, bien porque carecían de estados centralizados. Pero este capítulo también ha demostrado que, en varias instancias, las instituciones extractivas que sustentaban la pobreza de estas naciones fueron impuestas, o como mínimo aún más reforzadas, por el proceso mismo que estimuló el crecimiento europeo: La expansión comercial y colonial. De hecho, la rentabilidad de los imperios coloniales europeos a menudo se basó en la destrucción de sistemas políticos independientes y economías indígenas en todo el mundo, o en la creación de instituciones extractivas esencialmente desde cero, como en las islas caribeñas, en las que, tras el colapso casi total de las poblaciones nativas, los europeos importaron esclavos africanos y erigieron los sistemas de plantaciones». (p. 271, mi traducción)

Muy bien. La colonización cimentó las instituciones extractivas que existían ya en esos países además de decimar las poblaciones locales de esas tierras. Pero los autores alaban repetidamente el proceso de creación de instituciones inclusivas de Inglaterra tras su Revolución Gloriosa de 1688 y subrayan que, gracias a ese evento, los ingleses avanzaron en el desarrollo económico y político que ayudó a que se diera la Revolución Industrial y el progreso tecnológico que trajo la prosperidad: «Inglaterra contaba con una amplia coalición de reciente formación, compuesta por comerciantes en el Atlántico, industrialistas y una alta burguesía con inclinaciones comerciales, que estaba a favor de que los derechos patrimoniales se cumplieran a rajatabla». (p. 410)

Discrepo: estaban a favor de que se cumplieran sus derechos patrimoniales, evidentemente no los de los demás, especialmente los derechos de los pueblos a los que impusieron su colonización. Los derechos de las poblaciones indígenas, tuvieran o no instituciones extractivas o regímenes absolutistas o autoritarios ya existentes, no contaron para ninguna de las naciones europeas que durante siglos se dedicaron al hurto, a la transformación irreversible de entornos naturales y a la sobreexplotación de los recursos y la esclavitud de las personas.

Otros capítulos de Why Nations Fail están dedicados a China y a la ayuda exterior. Del gigante asiático los autores pronostican que no podrá sostener el crecimiento porque no cuenta con instituciones políticas inclusivas. Respecto a la ayuda exterior, la critican ferozmente porque apenas consigue llegar a quienes realmente debería estar destinada.

Es un libro atractivo y de lectura fácil. Una pega que se le puede poner es que a ratos resulta un poco repetitivo. Cabría preguntarles a los autores si piensan que el modelo de los EE.UU., donde las élites económicas han irrumpido en las instituciones políticas, sigue siendo un ejemplo de éxito o si se trata de una nación encaminada al fracaso. El tiempo lo dirá.

Thanks, Jeff, for the tip. Cheers, mate.

1 oct 2025

Reseña: Who Owns the Moon? de A.C. Grayling

A.C. Grayling, Who Owns the Moon? In Defence of Humanity's Common Interests in Space (Londres: Oneworld, 2024). 196 páginas.

El subtítulo de este libro del filósofo británico nos propone la «defensa de los intereses comunes de la Humanidad en el espacio», mientras que la ilustración de la portada, un montaje impagable, muestra en mitad de un paisaje lunar un cartel que reza: «FOR SALE». Pero solamente quien es propietario de algo tiene derecho a venderlo, ¿no?

La pregunta que plantea Grayling podría parecernos prematura (no lo es) e incluso capciosa: nada ni nadie vive en la Luna. Y sin embargo, ha comenzado una carrera en la que no solamente participan diversos estados. También hay grandes corporaciones mineras que contemplan la explotación de nuestro único satélite natural y los recursos que contiene y la posibilidad de emplear la Luna como la base potencial para reenviar naves espaciales a Marte y a otras partes más lejanas del sistema solar. Será ciencia ficción, claro, pero solamente hasta que deje de serlo.

De hecho, Grayling no especula mucho sobre lo que pudiera ocurrir a finales de este siglo o el siguiente. En lugar de eso, el autor retrocede en la Historia y analiza los precedentes de que disponemos para razonar sobre la gran cuestión: ¿De quién es la Luna? Grayling acude a los tratados internacionales que regulan zonas terrestres que, al menos en teoría, no pertenecen a nadie porque nadie puede vivir en ellas: la Antártida, los océanos y los fondos marinos. Los antecedentes no son como para confiarse. Hay tratados, sí, pero tienen bastantes limitaciones, no todos los países los han ratificado y su vigencia tiene fecha de caducidad (ojo, es el caso del de la Antártida). Además, en el caso de la pesca en aguas internacionales, son numerosos los países que se pasan los tratados por la faja.

No contento con mostrarnos la triste realidad en torno a esos convenios internacionales, Grayling indaga en una verdad histórica que debiera causar vergüenza en los países occidentales. Se trata del proceso histórico que conocemos como repartición o la “carrera por África”, la descarada apropiación por parte de los europeos del territorio africano, en un periodo que va desde finales del siglo XIX hasta los inicios de la I Guerra Mundial. En esa carrera participaron Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Portugal, Bélgica y España. Las consecuencias de esa voraz rapiña las conocemos de sobra y seguimos siendo testigos de que lo acontecido entonces tiene conexión directa con los fenómenos migratorios de la primera mitad del siglo XXI. Políticos fascistas, racistas y xenófobos podrán negarlo todo lo que quieran, mas es una verdad incontestable.

Grayling, en definitiva, alerta de los más que probables conflictos que acarreará la inevitable explotación comercial de la Luna: «[…] tratar el espacio como una terra nullius sin regulación alguna de la explotación comercial constituye un método inequívoco para causar problemas tanto en el espacio como en la Tierra, pues tenemos – habrá que repetirlo una y otra vez – amplias pruebas de lo que normalmente provocan las carreras incontrolables por adquirir ventajas y beneficios. Por razones de prudencia, ya que no por otras, asegurarnos de que el espacio no se convierta en motivo de perturbación de la paz en el sentido militar del término exige asegurarnos de que se preserve también en dicho ámbito la paz comercial. Eso parecería ser de sentido común» (p. 112, mi traducción).

Si en nuestra época hay algo demostradamente incompatible con el sentido común, ese algo se llama capitalismo neoliberal. Grayling insiste en el hecho de que la Luna no tiene propietario. Lo que urge es un «reconocimiento de que, si bien nadie es dueño de la Luna, no obstante, porque es parte de la ‘herencia común de la humanidad’, todos somos responsables de ella» (p. 112)

En mi opinión, sería mejor dejarla tranquila otros mil millones de años. La lluna, setembre de 2022. Fotografía de Dinkun Chen.
El autor no ofrece ninguna solución. No es ni su competencia ni su misión hacerlo. Con carácter meramente informativo, el libro agrega tres apéndices: los tres tratados antes mencionados (el Tratado de las Naciones Unidas sobre el espacio ultraterrestre de 1967, el Tratado Antártico de 1961 y algunos extractos de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982).

La próxima luna llena, aquí en la tierra de los Ngunnawal, se producirá el martes 7 de octubre de 2025, a las 2:47 de la tarde.

18 jul 2025

Reseña: A History of Books, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, A History of Books (Artarmon, NSW: Giramondo, 2012), 205 páginas.

La mayoría de las reseñas de este libro de Murnane publicado en 2012 (aunque tres de los cuatro textos que lo componen fueran publicados una década antes, dos en antologías y uno en una revista literaria australiana) inciden en el hecho de que es un texto que tiene un componente autobiográfico. Murnane solamente utiliza la primera persona en dos de los textos que componen este libro: ‘As It Were a Letter’ y ‘Last Letter to a Niece’. En cambio, en ‘A History of Books’, el texto más largo del volumen, no aparece nunca la primera persona.

No se trata de una historia de los libros en general, tampoco de los libros que ha escrito el autor, sino de libros que leyó a lo largo de su vida y que de alguna forma dejaron en él alguna huella, aludida siempre en forma de una imagen invocada gracias a las palabras que leyó y que muchos años más tarde había lógicamente olvidado.

Si tras leer cada uno de estos libros conserváramos una imagen propiciada por alguna o algunas palabras rememoradas de su lectura, ¿qué tendríamos sino un pequeño mundo propio de imágenes? Fotografía de Martin Vorel.
‘A History of Books’ contiene una treintena de secciones. En muchas de ellas escribe acerca de un hombre ya mayor que concibe la imagen de un joven que ha leído un libro y se ha formado una idea de dicho libro que ha subsistido en forma de imagen de algo o alguien. Si estás ya familiarizado con la prosa de Murnane, sabrás de lo que hablo. El autor siempre ha tratado temas similares: es la obsesión sobre la que gira buen parte de su obra literaria. Imágenes que se crean en su mente tras la lectura de libros, recuerdos de libros leídos y apuntes tomados que le pudieran servir para más adelante escribir una ficción.

Murnane hace de la precisión el principio rector de su escritura: aunque sus oraciones son largas, son perfectamente correctas y están ejemplarmente estructuradas desde el punto de vista sintáctico. Insiste una y otra vez en que todo lo que escribe es una ficción en torno a lo que los libros de ficción han creado en su memoria. Un ‘metamundo’ literario, si un concepto así tiene sentido. Leamos un ejemplo: «Cierto hombre que tenía casi setenta años de edad estaba tomando apuntes para una obra de ficción que no esperaba escribir nunca. El hombre había tomado apuntes para muchas obras de ficción durante muchos de los cincuenta años previos. Algunas de esas obras las había terminado por escribir, y algunas de las obras que había escrito habían sido publicadas más tarde. Durante los diez años anteriores, no obstante, en las pocas ocasiones en que el hombre se había sentido apremiado a escribir ficción, había aliviado ese apremio tomando apuntes para una u otra obra que no esperaba escribir nunca.

En una de las obras de ficción del hombre mencionado ya publicadas figuraba un informe de un hombre ficticio que había leído cierto libro: una traducción a la lengua inglesa de un libro escrito en la lengua húngara y publicado por vez primera en Hungría tres años antes del nacimiento del hombre mencionado. Aunque el libro publicado del hombre era ficción, cualquier lector podría haber descubierto que la existencia del libro mencionado en la narrativa ficticia era un hecho, y que el libro mismo afirmaba ser un libro de no ficción. (¿Por qué acabo de escribir la expresión un libro de no ficción? ¿Por qué se usa tan rara vez la expresión un libro factual? ¿Es nuestra manera de reconocer que la mayoría de los hechos aparentes son, de hecho, ficción? Y, si a los libros de ficción no se les denomina libros no factuales, ¿es porque entendemos que la mayoría de los asuntos nombrados en los libros de ficción tienen una existencia factual?» (p. 103-4, mi traducción).

El otro texto del volumen lleva por título ‘The Boy’s Name was David’ (publicado anteriormente en Collected Short Fiction, que ya reseñé hace casi cuatro años), en el que Murnane ensambla sus recuerdos como profesor de escritura creativa con uno de sus temas favoritos, las carreras de caballos (puedes leer o releer mi reseña de Tamarisk Row), en un breve relato que me ha resultado sumamente original. A History of Books es otro libro de lectura esencial para quien quiera saborear la singular obra de este australiano, pero no me voy a conformar con eso. No es mi intención ir contracorriente ni crear polémica, pero el hecho es que pienso que A History of Books no es un libro de ficción ni una colección de relatos ni nada parecido. Para mí, se trata de uno de los ensayos acerca del acto de la creación literaria más originales jamás escritos.

14 jun 2025

Reseña: Bennelong & Phillip, de Kate Fullagar

Kate Fullagar, Bennelong and Phillip: A History Unravelled (Cammeray, NSW: Scribner, 2023). 298 páginas.

Si has visitado la ciudad de Sydney alguna vez, seguro que te habrás acercado a lugares que en la actualidad llevan el nombre de un hombre muy singular, Bennelong, a quien el azar llevó a unir su destino al del primer gobernador de la colonia británica establecida en 1788 en estas tierras, el capitán Arthur Phillip.

Retrato del capitán Arthur Phillip a cargo de Francis Wheatley (1786). 

Bennelong designa no solamente uno de los escaños del Parlamento Federal australiano (lo ocupó durante muchos años el conservador John Howard, que fue primer ministro desde 1996 hasta 2007). Es también el nombre de uno de los ferries que cruzan a diario la bahía; y por supuesto, es también el nombre del punto geográfico más emblemático de la ciudad (y quizás de toda Australia): Bennelong Point, donde se alza la Casa de la Ópera, la obra maestra arquitectónica del danés Jørn Oberg Utzon que sigue atrayendo a turistas de todo el mundo más de medio siglo después de su inauguración.

Retrato de Bennelong a cargo de W.W., sin fecha. En la actualidad se conserva en la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur.

También el nombre de Phillip se halla presente en los mapas australianos actuales: entre otros, Port Phillip en Melbourne y Phillip Island en las afueras de esa misma ciudad (estado de Victoria), donde anualmente se disputa el Gran Premio de motociclismo de Australia; hay una calle (Phillip Street) en el centro de Sydney; también un barrio aquí en la capital federal, Canberra, se llama Phillip en su honor.

Fotografía de Dietmar Rabich (2019)

Este excelente libro explica la intensa relación de estos dos hombres de dos culturas muy diferentes. Para contar la historia de ese encuentro, Fullagar (aprovecho para recomendar también la lectura de su libro The Warrior, The Voyager and the Artist) adopta un enfoque que me parece valiente e innovador para la disciplina de la Historia: empieza con la muerte y el entierro de ambos hombres. Bennelong falleció en Sydney en 1813, mientras que Phillip murió en Inglaterra apenas un año más tarde. El libro avanza mientras retrocede en el tiempo hasta el nacimiento de ambos. «Contar la historia desde el final de las vidas de los hombres, retrocediendo hasta sus comienzos, invierte el modo en que llegamos a la década de su tiempo que más se ha narrado». (p. 6, mi traducción)

De hecho, el efecto que persigue la historiadora claramente se contrapone (al menos en teoría) a la idea occidental de progreso como forma narrativa situada en un marco conceptual mediado por la colonización como proceso civilizatorio. En consecuencia, como lector es necesario hacer un esfuerzo por servirse de ese avance que podemos llamar regresivo para luego mirar hacia adelante y examinar los sucesos tal y como ocurrieron.

Bennelong y Phillip se involucraron de forma recíproca en sus vidas durante unos seis años. El primero debía rondar los 24 años de edad cuando el segundo arribó con la llamada Primera Flota en 1788. El momento decisivo para ambos tuvo lugar hacia finales de noviembre de 1789. Obedeciendo las órdenes de Phillip, en lo que hoy en día se llama Manly Cove, en el extremo nororiental de la bahía de Sydney, un grupo de oficiales británicos secuestraron a dos jóvenes, Bennelong y Colebee. El gobernador de la colonia había intentado sin éxito establecer una comunicación con los clanes locales de los habitantes de la región. El hecho de recurrir a la fuerza dice mucho del carácter de Phillip. Fullagar explora los detalles de la vida del gobernador antes de fundar la colonia. Phillip era un avezado marino y había servido como espía en la guerra contra Francia.

Todo lo que ocurrió después de ese incidente resulta fascinante, mas ha de leerse en el contexto de la política imperialista británica del siglo XVIII. Bennelong aprendió rápidamente la lengua inglesa y se convirtió en interlocutor, posiblemente válido y aceptado por los clanes locales; pasó mucho tiempo en la casa del gobernador y consumó su resarcimiento en respuesta a su secuestro: Phillip fue herido en una escaramuza que probablemente urdió Bennelong un año más tarde, en el mismo lugar donde lo habían secuestrado. También supo manejar los hilos necesarios para impedir que los británicos se tomaran la justicia por su mano cada vez que sufrían ataques.

Como guinda a esa relación, en 1795 Bennelong viajó a Inglaterra (junto con su amigo Yemmerawanne, que falleció a los pocos meses de llegar a Londres) acompañando a Phillip, con escala en Rio de Janeiro. No sé tú, pero la decisión de alistarse y emprender tal aventura me impresiona sobremanera. Pienso que debían de estar asombrados por todo durante toda la travesía. Por cierto, ahí en ese viaje hay una novela, para quien quiera escribirla.

Es indudable que Bennelong se arrogó el papel de diplomático, de representante de los pueblos que habitaban la bahía de Sydney. Una vez en Londres, Bennelong vivió decenas de experiencias que para un joven procedente de una cultura tan diferente debieron ser extraordinarias. Del viaje a Londres no sacó gran cosa: no hubo visita a Palacio ni hubo un atisbo de negociación política.

Al regresar a su tierra, Bennelong abandonó su papel de mediador y se apartó de la colonia. Phillip ya no era el gobernador y quizás Bennelong ya había dejado de creer que la coexistencia con los colonos era deseable. Si ese fue el caso, el tiempo le dio la razón, y con creces.

En el libro, Fullagar hace especial hincapié en las mujeres y su presencia en las vidas de ambos hombres. Mientras que Phillip se divorció de su primera esposa tras lo que fue un extrañísimo matrimonio, en la sociedad de los Yiyura (también se los conoce como Eora) era normal que un hombre se casara con varias mujeres. En la sociedad y la cultura local, las mujeres desempeñaban un papel político que en la sociedad británica de la época estaba prácticamente vedado. Fullagar presta especial atención a la primera y la tercera esposa de Bennelong: Barangaroo y Boorong.

Las vidas de Bennelong y Phillip se entrelazaron de un modo que ninguno de los dos pudo haber imaginado nunca. Cómo se ha contado ese contacto, su desarrollo y las vicisitudes que los rodearon ha sido objeto de múltiples representaciones en forma de libros y exposiciones. El libro de Fullagar es un significativo aporte a una realidad innegable: Australia no ha terminado de contar la historia de su nacimiento y crecimiento como estado.

El secuestro de Colbee y Bennelong, pintura de William Bradley. 

25 de noviembre de 1789

Pese a sus frenéticos esfuerzos, a Bennelong y Colebee les pusieron en las piernas unos grilletes de hierro, que a su vez estaban encadenados al bote. Les parecía increíble. Los minutos previos habían sido de terror y caos. Todavía podían oír las voces de sus amigos y familiares, que lloraban y gritaban desde la orilla, pero el bote británico se había escapado limpiamente y se dirigía a toda velocidad con rumbo sudoeste, hacia la temida colonia. En el bote iban cinco captores de pálida piel con ellos. Daba la impresión de que su líder (el hombre que más hablaba) lo estaba pasando casi tan mal como los cautivos. El Teniente Bradley escribió horas más tarde que el doble secuestro resultó ser «verdaderamente muy angustiante».

La captura no estuvo exenta de oposición. Tench y Collins afirmaron que fue algo fácil, pero otros dijeron a los colonos les cayó una lluvia de lanzas mientras empujaban el bote hacia aguas más profundas. Una de las lanzas atravesó la vela, que estaba plegada, y otra dañó el casco de popa; pero el contrataque no fue suficiente para impedir la captura. Los colonos llevaban días planeándola. Cogieron totalmente por sorpresa a los diferentes clanes de los Yiyura que aquel día estaban pescando en Gayamay.

Antes de empezar a arrojar lanzas contra el bote que se daba a la fuga, las numerosas familias que estaban en la playa habían chillado horrorizadas por lo que estaban presenciando. Los Yiyura no entendían lo que era un secuestro. Resolvían sus diferencias por medio de la confrontación directa, no desapareciendo a sus enemigos. Por encima de los gritos se impuso una ráfaga de detonaciones que los colonos dispararon frente a las protestas de los Yiyura, hasta que el bote se alejó de la ensenada.

Además del uso de la fuerza, la captura implicó el engaño. Bennelong y Colebee se habían acercado al bote de los británicos creyendo que los colonos querían regalarles dos hermosos ejemplares pescados. Para los Yiyura, el regalo de alimentos era una forma habitual de sociabilidad; fue cosa del azar que Bennelong y Colebee fueran los que vieron esa expresión de buena voluntad. Se encontraban entre los miembros con la edad suficiente para alejarse del grupo y arriesgarse a un encuentro. Se habían acercado a los británicos vadeando las aguas, desarmados, sin saber las consecuencias ulteriores que tendría este encuentro al azar. (p. 181-2, mi traducción)

22 may 2025

Reseña: Utopia for Realists, de Rutger Bregman

Rutger Bregman, Utopia for Realists: How We Can Build the Ideal World (Nueva York: Little, Brown and Company, 2017 [2014]). 319 páginas. Traducido al inglés por Elizabeth Manton.

El extremadamente optimista subtítulo de este libro (Cómo podemos construir el mundo ideal) debería ser suficiente para incitar a su lectura, ¿no? Si la historia de la humanidad ha sido un avance de progreso y mejora, de creación de sociedades cada vez más perfeccionadas y con mayores recursos para evitar la miseria, la muerte o la desnutrición, la idea del mundo ideal (esa utopía que ya propuso en su momento Tomás Moro) continúa siendo atractiva para quienes deseamos el bien y no el mal para el prójimo.

Retrato de Thomas More (1682): un grabado de Esme de Boulonnois que se encuentra en la Academia de las Ciencias y las Artes de Amsterdam.

Bregman fundamenta su tesis en tres conceptos principales: el ingreso básico universal, la semana laboral de 15 horas y la eliminación (o en su defecto, la apertura) de las fronteras. Respecto al primer punto, el autor cita numerosos ejemplos de localidades y regiones que a lo largo de la historia han instituido el reparto de dinero para todos. La propuesta tiene su mérito, sin duda, y resulta persuasiva desde el momento en que, dentro del sistema neocapitalista actual, contar con lo simplemente necesario para vivir evitaría muchos problemas sociales. Y no nos engañemos: una mayor presión fiscal sobre los que tienen muchísimo más de lo que necesitan sería un buen (y factible) primer paso.

Si la crisis de 2008 demostró algo (cosa de la que, en mis peores días, dudo) es que el sistema financiero neocapitalista del comienzo de este siglo no funciona. Hacen falta visiones alternativas, propuestas plausibles para poder replantear el debate y consumar los cambios que el mundo necesita, sugiere Bregman.

De entrada, dice el autor, habría que renunciar (o penalizar, ¿por qué no?) el frívolo consumismo que parece conducir únicamente al agotamiento de recursos, la destrucción de ecosistemas y el calentamiento climático global. Exigir que de la ducha pueda salir toda el agua que uno quiera no es simplemente egoísta: es estúpido.

La segunda pata de esta propuesta utópica de Bregman es la reducción del tiempo utilizado en trabajar, junto con la eliminación de ciertos trabajos que remuneran demasiado a quienes prácticamente nada hacen. El autor pone la mira en el cálculo del PIB, el cual no es para nada representativo de lo que una sociedad moderna debiera medir y examinar como progreso.

Finalmente, la tercera base en la que Bregman apoya su proposición es la eliminación de las fronteras. Los datos que aporta John Washington en su libro (reseñado aquí hace unos pocos meses) dan completamente la razón a lo que ya proponía Bregman en 2014. El factor que más intensamente determina la salud, el bienestar, la expectativa de vida o el nivel educativo de una persona es el lugar de su nacimiento y el pasaporte al que tiene derecho.

Con un vocabulario absolutamente sencillo, haciendo gala de un estilo directo y claro, Bregman hizo con este libro un llamamiento muy válido para que las fuerzas políticas progresistas instauren estructuras que conduzcan hacia una redistribución de recursos con el objeto de crear sociedades que sean tan justas como prósperas. Pero da cierta pena comprobar que todavía haya quien asocie catástrofes históricas como el estalinismo con estas líneas de pensamiento, como hizo en su día Richard Seymour en The Guardian. Conectar lo ocurrido a mediados del siglo XX en la URSS con una propuesta tan idealista y ambiciosa como esta, dentro del ámbito socioeconómico y filosófico en el que se mueve Bregman, me parece desacertado. Con amigos así, ¿alguien necesita enemigos?

Utopia for Realists apareció en castellano como Utopía para realistas en 2017, publicado por Salamandra, con traducción a cargo de Javier Guerrero Gimeno; i també en català (Utopia per a realistes, 2017), publicat per Empúries, amb traducció a càrrec de Marta Pera.

12 may 2025

Reseña: Rebel Island, de Jonathan Clements

Jonathan Clements, Rebel Island: The Incredible History of Taiwan (Brunswick, VIC: Scribe, 2024). 301 páginas.

Este fascinante libro del historiador británico asentado en Finlandia pone el acento en la larga historia de la isla de Taiwán, incluyendo la prehistoria, que desconocía por completo. Durante la última glaciación, la isla estuvo unida a la masa continental asiática. Hace unos 12 000 años, el deshielo inundó los valles y planicies, creando una tierra separada de China por unos 160 km. Durante cientos de años en la isla vivieron pueblos austronesios, los verdaderos indígenas de esta isla del Pacífico. Afirma Clements: «… la historia de Taiwán — en un sentido literal, el registro de sus sucesos y cultura por escrito — ocupa menos del dos por ciento del periodo en que ha estado habitada por los seres humanos. Un comentario de este calado sería cierto en relación con la mayoría de las otras partes del mundo, pero hay algunos lugares, y Taiwán es uno de ellos, donde el foco en la historia moderna entraña el riesgo de aumentar la marginalización de las voces y de la experiencia de los grupos étnicos que llevan viviendo allí más tiempo. En su reciente trabajo sobre las culturas indígenas, la arqueóloga Kuo Su-chiu señala lo apabullante que resulta ser un sentido desapasionado del tiempo profundo, y lo muy engañoso que es para la historiografía moderna el centrarse en las disputas entre chinos y japoneses, o los nacionalistas que creen que Taiwán es parte de China y los separatistas que desean que no lo fuera». (p. xiii, mi traducción)

El aislamiento, naturalmente, duró poco. Antes de la llegada de los colonialistas europeos (entre ellos los españoles, que ya habían llegado a lo que son hoy en día las Filipinas, y cuya presencia fue tan efímera como intrascendente), a la isla llegaron tanto chinos como japoneses que, por alguna u otra razón, iban huyendo de sus respectivas autoridades. Clements también documenta la presencia de contrabandistas y piratas en esos tiempos, si bien tanto la costa oriental como la occidental no ofrecían puertos muy seguros que digamos. Además, señala el autor en numerosísimas instancias, la gran mayoría de los registros históricos de esas épocas caracterizan a los pueblos indígenas de Taiwán como bárbaros a los que les gustaba cortar las cabezas de los invasores, y con quienes tratar era evidentemente una tarea peligrosa.

«En algún momento [de mediados del siglo XVI], la isla adquirió un nombre nuevo, cortesía de un grupo de recién llegados. Mercaderes portugueses, a la búsqueda de nuevas oportunidades en China pero rechazados por sus autoridades, exploraron el litoral de las islas cercanas, y posiblemente circunnavegaron Taiwán en su viaje de regreso a casa. Aunque no tuvieron una presencia duradera en la región, sí dejaron algunos nombres de lugares imperecederos. Pasando por las islas Penghu, observaron un buen número de embarcaciones de pescadores chinos fondeadas allí, y les dieron el nombre de Pescadores [tal como se conoce al archipiélago en varios idiomas]. Su formidable entusiasmo por la frondosa vegetación de la costa occidental de Taiwán, avistada desde la distancia, llevó a la inscripción del nombre Ilha Formosa (Isla Hermosa) en los mapas europeos posteriores». (p. 33, mi traducción)

Portugueses, holandeses, ingleses y franceses se acercaron a esta zona del planeta en busca de materias primas. Durante siglos hubo continuas migraciones desde el continente a la isla. En un interesante giro de la historia, también Japón contó con Taiwán como territorio de su imperio, entre 1895 y 1945. Clements recoge el testimonio de muchos historiadores que han señalado la modernización que la administración japonesa aportó, especialmente en la capital, Taipéi.

«Enfrentados a la inevitable victoria comunista en el continente, las autoridades nacionalistas empezaron a considerar un precedente histórico. Igual que Koxinga y los leales a la dinastía Ming habían huido para luchar en otra ocasión, ellos harían lo mismo. Y con el tiempo lo hicieron, junto con dos millones de sus seguidores, amasándose en la isla de Taiwán con una enorme oleada de refugiados hambrientos.

La evacuación de los nacionalistas desde el continente constituyó un logro notable, pero supuso un gran costo. Decidido a desviar tantas fuerzas comunistas como fuera posible, Chiang Kai-shek dio la impresión de estar planeando realizar la evacuación a Fujian, la provincia suroriental al otro lado del estrecho de Taiwán, bordeada por una cordillera de montañas que creaban una fortaleza natural. Para hacerlo, envió a algunos de los evacuados en la dirección incorrecta, con la vana esperanza de que pudieran ser rescatados más adelante. Se dieron además algunas extrañas prioridades entre los materiales que llegaron a Taiwán. Aunque miles de soldados y sus familias, así como innumerables cargamentos de armamento militar no llegaron a Taipéi, de alguna manera hubo sitio en los buques de evacuación para los tesoros del Museo del Palacio Nacional, junto con gran parte del oro del banco nacional y un cofre repleto de joyas confiscado a los supuestos quintacolumnistas de Shanghái» (p. 168, mi traducción). Una maravilla de reloj procedente de la colección del Museo del Palacio Nacional en Taipéi. Fotografía de Zairon.

La isla sirvió en dos ocasiones como refugio de emergencia para ejércitos chinos que escapaban de sus enemigos en China. La primera vez fue el líder de las fuerzas Ming, Koxinga, huyendo del ejército manchú. La segunda oportunidad es la m
ás conocida por el público en general: el general Chiang Kai-shek y los nacionalistas lo hicieron tres siglos después, acosados por los comunistas liderados por Mao. Unos dos millones de personas cruzaron el estrecho. Junto con sus familiares y sus pertenencias, los oficiales nacionalistas arramblaron con buena parte de los tesoros culturales de la capital china y otras ciudades. De hecho, el Museo del Palacio Nacional en Taipéi parece ser uno de los mayores atractivos para los muchos turistas del continente que visitan la isla.

El elefante llamado Lin Wang sirvió en las fuerzas chinas de la segunda guerra entre China y Japón (1937–1945). Después de la guerra, cruzó el estrecho y vivió en el zoológico de Taipéi hasta el año 2003.

Clements insiste en lo enormemente compleja que es la relación de China con la isla. La gran mayoría de la población es ya de origen chino (de la etnia Han), pero los pobladores autóctonos subsisten y la relación con ellos no siempre ha sido fácil. Es un lugar bastante fragmentado políticamente, con una innegable conexión cultural, social y económica con la República Popular China. Lo que depare el futuro respecto a su sistema político es imposible de decir.

La isla «… [es] un punto letal de estrangulamiento en la geopolítica moderna: el hecho de que economías enteras y consideraciones estratégicas dependan ahora no de mercancías como el acero y el petróleo, sino del control del mercado de circuitos informáticos integrados — un mercado en el que Taiwán es tan crucial en el siglo XXI como lo fue respecto al alcanfor en el siglo XIX. […] el iPhone 12 del año 2020, un producto vital tanto para los fabricantes chinos como los distribuidores estadounidenses, un aparato que no podría funcionar sin el microprocesador A14, que por entonces se fabricaba únicamente en la factoría de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). En medio de las tensiones relacionadas con el virus de la Covid-19, que causó por sí mismo trastornos sustanciales en la cadena global de suministro, el enfrentamiento en torno a Huawei sirvió para demostrar el crucial valor estratégico de Taiwán». (p. 242, mi traducción)

Un libro ciertamente deslumbrante y enriquecedor para quien, como yo, sabía bien poco de esta parte del mundo. Un dato muy interesante: como se suele decir con el castellano de Colombia, el mandarín de Taiwán es la forma más pura de la lengua. Si intentas aprendes el idioma allí, cuando vayas a China te van a reconocer enseguida el acento, dice Clements.

3 abr 2025

Reseña: Shark, de David Owen

 
David Owen, Shark: In Peril in the Sea (Crows Nest: Allen & Unwin, 2009). 328 páginas. 

Tenía yo 15 primaveras cuando se estrenó en Valencia la película Jaws (Tiburón) de un jovencísimo Steven Spielberg, que fue naturalmente un éxito absoluto de taquilla. Algún tiempo después supe que el escualo de la película (un gigantesco tiburón blanco), que al final se comía a Quint (el tosco cazador de tiburones contratado por el alcalde de Amity) era en realidad un artilugio mecánico. No por ello dejaba de ser espectacular y, en cierto modo, aterrador.

La vida da muchas vueltas y dos décadas después me trajo a Australia, país que registra una de las mayores cifras de personas fallecidas o malheridas a causa de los infortunados encuentros con estos animales, normalmente sobre surfistas y nadadores. En alguna ocasión, la playa donde yo estaba ha sido cerrada tras el avistamiento de algún tiburón cercano a la orilla.

Este libro de Owen, publicado en 2009, es una especie de ‘minienciclopedia’, un detallado y minucioso estudio que incluye la gran mayoría de especies de los elasmobranquios (básicamente, tiburones y rayas). Una de las principales ideas que Owen enfatiza frecuentemente en el libro es el hecho de que es mucho más lo que no se sabe que lo que realmente se sabe sobre estos animales.

El primer capítulo aborda la polémica que rodea a los tiburones y los ataques a humanos. De hecho, Owen defiende el uso de la palabra “incidente” en lugar de referirse a los episodios en los que una persona sufre lesiones (o la muerte) como “ataque”. Algo de razón tienen los que proponen este término. La paranoia a la que dio lugar la película (no así el libro de Peter Benchley, quien, pese a ganar mucho dinero gracias a la película, siempre se mostró contrario a la subsiguiente sobrerreacción sensacionalista) queda desmentida por los datos: «Los ataques por parte de tiburones son, estadísticamente, muy raros y normalmente no son mortales.» (p. 6) En unos 450 años de datos sobre incidentes en todo el planeta, para 2009 su número total aproximadamente apenas superaba los 4000.

Nunca quiso hacerles daño. La contraportada de Jaws (1974), con una fotografía del autor, Peter Benchley.
Shark también recoge la historia de la presencia de los tiburones en la culturas de las sociedades indígenas (especialmente las australianas) y en la cultura europea en general. En tres capítulos Owen trata la evolución, clasificación y biología de las especies y realiza una descripción muy informativa de muchas de ellas.

Finalmente, el autor trata las importantes cuestiones de la (sobre)explotación del tiburón como recurso pesquero (por sus aletas) y de la muy difícil conservación de las especies que están en peligro de extinción. Cuando hay quien alerta de que los tiburones se están haciendo más listos, la idea de fomentar la conservación de estos animales podría parecer absurda para muchos: «La idea de que haya tiburones inteligentes puede sonarnos a trama de una película de serie B, pero resulta que Daly [marinero en barcos turísticos] está bien encaminado. Los científicos y las autoridades llaman el comportamiento que Daly describe la depredación del tiburón; la mayoría están de acuerdo en que parece estar en aumento.» (The Guardian, 22 de marzo de 2025)

Owen concluye Shark con un interesante capítulo en el que hace un somero repaso de la presencia y cómo se ha ido representando al tiburón en el arte y la literatura a lo largo de la historia, que podría haber ampliado sin duda.

«Es el pez más grande del planeta, y alcanza como mínimo los doces metros de longitud y un peso de quince toneladas. […] El tiburón ballena habita aguas calientes, y su ámbito se describe como ‘mundial’, pero se sabe tan poco sobre este tiburón que no hay realmente conocimiento alguno sobre su hábitat y el número de ejemplares. Con toda probabilidad, se trata de animal infrecuente. Fue descubierto a comienzos del siglo XIX, cuando un ejemplar terminó varado en las orillas de Table Bay, Ciudad del Cabo; hasta la década de 1980 se habían dado apenas unos pocos cientos de avistamientos del tiburón ballena, desde que ha habido estudios intensivos.

Este enorme animal cuenta con dos otras características diferenciadoras: las extraordinarias marcas de su piel y la cavernosa apertura de su boca. Los colores de la piel varían entre marrón y azul en la parte superior, y tiene un vientre blanco debajo. La parte superior de su cuerpo está recubierta de unas características rayas verticales y horizontales que crean un efecto de damero. Dentro de cada recuadro hay una mancha blanca cremosa. En la boca tiene cerca de 3000 dientes diminutos. Las fauces del tiburón ballena son tan gigantescas que, cuando se abre completamente, pareciera que desparece la cabeza por completo.» (p. 172-3, mi traducción) 
Tiburón ballena (Rhincodon typus) en el Flower Garden Banks National Marine Sanctuary, Golfo de México.

Fotografía de Elias Levy.
«No es ninguna coincidencia que la explosión de los estudios de investigación científica de los elasmobranquios se diera al mismo tiempo que la estigmatización cultural de la década de los setenta del gran tiburón blanco como la suma de todos nuestros temores. Mediante su dramática distorsión ficcional tanto en forma de libro como en la pantallas, este sumamente impresionante depredador alfa se convirtió en catalizador de una urgente reevaluación de cómo tratamos los humanos los océanos.

El gran tiburón blanco se distribuye mundialmente en aguas litorales templadas, aunque se desplaza también a zonas de aguas septentrionales y meridionales más frías. En tanto que especie migratoria que cruza y recruza las cuencas oceánicas, no es en modo alguno una especie exclusivamente ‘costera’. Algunos observadores creen que el tiburón tigre es el depredador alfa equivalente en aguas tropicales, y que su preferencia por temperaturas oceánicas diferentes asegura una competencia mínima entre ambas especies.» (p. 190-1, mi traducción)

21 mar 2025

Reseña: America Last, de Jacob Heilbrunn

Jacob Heilbrunn, America Last - The Right's Century-Long Romance with Foreign Dictators (Nueva York: Liveright Publishing, 2024). 249 páginas.

En un supuesto giro de la política exterior de los Estados Unidos que, en realidad, no debiera sorprender a nadie, la nueva administración que ha tomado Washington al asalto (esta vez no de manera literal, como hace poco más de cuatro años) se abraza a un dictador en Moscú, desprecia sus más tradicionales alianzas con los países de Europa Occidental y embiste contra sus vecinos tanto al norte como al sur.

Publicado antes de las elecciones de noviembre de 2024, America Last: The Right’s Century-Long Romance with Foreign Dictators [América en último lugar: El centenario idilio de la derecha con los dictadores extranjeros] es un buen análisis de la estrecha relación que el partido Republicano ha tenido con los dictadores más sanguinarios y brutales del siglo XX, conexión que persiste en esta tercera década del XXI con personajes ultraconservadores actuales que, pese a haber sido elegidos en las urnas, hacen gala de modos antidemocráticos represivos con quienes expresan o muestran su diferencia.

Heilbrunn sitúa el inicio de esa afinidad ideológica en los albores del siglo XX y el Kaiser Wilhelm II. El imperialismo alemán de esa época (esencialmente no tan disimilar del que está argumentando el nuevo inquilino de la Casa Blanca) contó con muchos apoyos entre escritores de origen teutón como H. L. Mencken.

H. L. Mencken. Fotografía de Mrmencken.
Una década después, el golpe militar que terminó dándole el poder durante 40 años a un ridículo pero brutal militar tras rebelarse contra el gobierno democrático de la II República española fue aplaudido entusiásticamente por sectores de la derecha estadounidense. Además de Mencken, siniestros personajes como Merwin K. Hart o William Frank Buckley Jr. declararon públicamente su admiración por Franco y jalearon el importante papel que el dictador otorgó a la Iglesia Católica en la represión de la población que sobrevivió a la Guerra Civil. También Salazar, Mussolini y Adolf Hitler contaron con defensores y admiradores en los EE.UU.

La razón que frecuentemente argüían los ideólogos para justificar sus indefensibles apoyos a toda esta lista de dictadores era que plantaban cara al comunismo. El mismo argumento siguió utilizándose para justificar la mayoría de las guerras de la segunda mitad del siglo y el establecimiento de las dictaduras militares en Latino América. El ejemplo más pestilente podría ser el de Pinochet, si no fuera porque en casi todas las repúblicas centroamericanas la política exterior de Washington en las décadas de los 50, 60 y 70 se puso como objetivo apuntalar regímenes atroces que no respetaron los derechos humanos en ningún momento. El dominicano Rafael Leónidas Trujillo, alias El Jefe, constituye un ejemplo infame. La descarada intrusión en los asuntos políticos de otros lejanos países incluyó también países de África y Asia, por supuesto.

Asegura Heilbrunn que la corriente aislacionista y proteccionista que se ha vuelto imponer reutiliza los mantras de esos mismos ideólogos, comentaristas y teorizadores políticos del siglo XX. Sus objetivos comienzan a apreciarse con meridiana claridad, igual que la blanca patita enharinada del lobo en el cuento de los siete cabritillos. Según el autor, el eslogan ‘America First’, como buen ejemplo del Doublespeak, en realidad significa ‘America Last’ cuando los republicanos demuestran su apoyo a dictadores de cualquier signo. Es un botón de muestra de la deleznable impostura que debiera ser escudo de armas del partido. Todo imperialismo es por definición un fascismo; el mayor riesgo para la libertad en todo el mundo es que la coalición de oscuros intereses entre lo que alguien ya ha bautizado como ‘élite cognitiva’ de Silicon Valley y el aparato político de Washington utilice las herramientas de la IA y el aterrador poder militar del país para imponer sus tesis por la fuerza.

«Aun con toda la emoción que Mussolini y Hitler generaron en la derecha, había otro dictador en Europa a quien muchos conservadores admiraban. El 17 de junio [sic] de 1936, unos nacionalistas españoles llevaron a cabo un golpe de estado contra la Segunda República, elegida democráticamente, desencadenando una guerra civil. La guerra entre los leales a la República y los nacionalistas se convirtió en cause célebre para la izquierda y la derecha estadounidense. El conflicto, que de alguna manera hizo las funciones de ensayo general para la Segunda Guerra Mundial, atrajo tanto a la Alemania nazi como a la Unión Soviética. Hitler y Mussolini ayudaron al lider nacionalista, Francisco Franco, igual que hizo el Papa Pío XI. El Papa, implacable enemigo del liberalismo, describió a Franco como un luchador por la libertad contra el comunismo impío, incitando a muchos católicos norteamericanos a seguir su ejemplo. El objetivo primordial de los partidarios estadounidenses de Franco era presionar a Roosevelt para que mantuviera las Leyes de Neutralidad que había firmado en 1935 y 1936, asegurando con ello que las fuerzas leales a la República no pudieran recibir armas de los EE.UU. ni siquiera cuando voluntarios de izquierdas se alistaron en la que popularmente fue conocida como la Brigada Abraham Lincoln para luchar junto a los republicanos.» (p.84-5, mi traducción)  

7 ene 2025

Reseña: The Case for Open Borders, de John Washington

John Washington, The Case for Open Borders (Chicago: Haymarket Books, 2023). 251 páginas.

«Ahora mismo, tú te encuentras donde te encuentras porque, o bien tú, o bien tus padres, o bien tus antepasados, emigraron ahí» (p. 220, The Case for Open Borders, mi traducción).

Si has asentido (siquiera levemente) tras leer la cita anterior, debes de tener bastante claro el hecho innegable de que la Historia de la humanidad es en buena medida una de continuas migraciones. El fenómeno contemporáneo del cierre a cal y canto de fronteras es la reacción conservadora a una característica muy propia de los seres humanos (la movilidad) con consecuencias profundamente negativas. Ese es uno de los mensajes centrales de este estudio de John Washington.

Es infrecuente encontrar libros como este, que elabora una intachable propuesta positiva para que el lector considere la mera posibilidad de que los gobiernos de muchos países del mundo abran sus fronteras o, al menos, las conciban de manera muy diferente a la que predomina: lugares violentos donde la muerte, la represión y el racismo campan a sus anchas.

Washington aborda de manera elocuente y cuidadosa la cuestión y elabora su propuesta en torno lo que son, a grandes rasgos, cuatro ejes argumentales incontestables: la historia de la formación de fronteras, y los aportes de la ciencia económica, climática y política en torno a la frontera y la migración.

En el primer caso, la formación de muchos estados modernos (democráticos, si se quiere, como por ejemplo, Australia) es el producto de más o menos largos procesos de desposesión y de asimilación forzosa y violenta de tierras de pueblos autóctonos. Pero las fronteras siempre han sido movedizas. Una curiosidad que se le podría ofrecer a John Washington podría ser indagar en el hecho de que haya tantísimas poblaciones españolas que llevan la frase «de la Frontera» en su nombre, demostración irrefutable de que esa frontera se fue desplazando con el paso de los siglos.

En las estribaciones de la Serranía: La Frontera, Cuenca. Fotografía de Diego Delso.

Económicamente, la migración (inmigración y emigración) es positiva. Es algo innegable. Washington cita un sinnúmero de datos y estudios que lo prueban. La historia económica de Australia en los siglos XX y XXI —y las tendencias recientes del estado español— lo demuestran. Sin inmigrantes, Australia apenas lograría anotar unas décimas de crecimiento en su PIB. Por otra parte, Washington plantea un importante cambio en las políticas occidentales respecto a la supuesta protección de fronteras y los enormes gastos militares que conllevan: «Si los Estados Unidos, la Unión Europea y Australia despojaran de financiación sus aplicaciones fronterizas y sus presupuestos militares, liberarían enormes cantidades de dinero que podrían gastarse en la creación de puestos de trabajo, la financiación de escuelas, la mitigación del cambio climático, reparaciones y en las artes, además del fortalecimiento responsable de las comunidades foráneas de las que huye la gente» (p. 166, mi traducción).

Washington avisa además de los considerables movimientos de personas que la catástrofe climática global parece estar causando ya. Intentar preservar la integridad de esas fronteras cerradas traerá muy probablemente más conflictos violentos (tanto internos como externos) y será causa de periodos de crisis económica más frecuentes y largos.

Finalmente, desde un punto de vista político, el libro analiza las flagrantes contradicciones del capitalismo tardío en términos de fronteras: mientras que el dinero, las materias primas, la tecnología y multitud de productos manufacturados y artículos sujetos a las leyes de la propiedad intelectual cruzan las fronteras sin ninguna clase de cortapisas, las mismas reglas no se aplican a las personas que trabajan en su producción. La apertura irrestricta de las fronteras, según la plantea Washington, es una condición necesaria para la creación de una sociedad futura más justa e igualitaria. Y el autor va incluso más lejos: «La migración no autorizada, sea la de solicitantes de asilo que huyen para salvar sus vidas o la de pobres que buscan mejores oportunidades, debe ser entendida como un acto radical. Es un acto individual, con frecuencia impulsado por la necesidad, pero constituye también un agravio y una subversión de un violento sistema de subordinación colonial» (p. 182, mi traducción).

Uno se pregunta, al fin y al cabo, por las razones que llevan a tanta gente a defender la bajeza moral de las políticas de cierre a ultranza de fronteras. Y uno sospecha que el motor principal de esa bajeza es el racismo. «Buena parte del mundo […] ha aprendido que el racismo es un mal absoluto, y sin embargo muchos todavía lo asumen abiertamente o excusan la deshumanización y la discriminación mortal que se basa en el lugar de nacimiento de una persona» (p. 200, mi traducción). Es algo que, lamentablemente, uno puede percibir muy de cerca —yo lo hago, incluso en mi familia política.

A veces, un libro puede cambiar un poquito el mundo. Si por casualidad llega a tus manos The Case for Open Borders, léelo y compártelo.

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