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24 ago 2015

¿Qué se siente al ser famoso? - Una crítica de The End of the Tour


En Hermano Cerdo se acaba de publicar la versión en castellano de la crítica que hace James Ley de la película dirigida por James Ponsoldt, The End of the Tour, y que fue publicada originalmente en Sydney Review of Books, aquí.

En su artículo, James Ley explora la relación entre el libro de David Lipsky en el que está basada la película, la película misma y la posterior (si no actual) explotación de la imagen de David Foster Wallace como "escritor maldito" o "Genio Artístico Atormentado". Es una sesuda reseña, muy bien escrita y mejor razonada, de la película, que cuenta la breve gira en la que Lipsky acompañó al singular autor de Infinite Jest o Girl with Curious Hair, entre muchos otros libros, que puso fin a su vida en 2008.

Apunto un breve extracto del texto de Ley: "En el momento de su muerte, se le consideraba el más importante escritor de su generación (lo cual, en mi opinión, era acertado) y era ya objeto de una profunda reverencia. Desde entonces se ha convertido en algo más grande, en algo más que un autor meramente influyente con una reputación de crear ficción difícil y un colectivo de seguidores ligeramente obsesivos. No solo ha aumentado su fama, sino que su figura se ha desplazado a un registro diferente. Lo han santificado, lo han transformado en un especie de fenómeno de sinceridad angustiosa y sabiduría moral ganada a duras penas. Y la razón subyacente para esto pareciera ser ineludible: las infortunadas circunstancias de su prematura muerte han tenido, de manera retrospectiva, una influencia determinante en la interpretación de su obra, y hacen que el aparente reflejo de sus luchas personales parezca ser el aspecto destacado. Y en lo que resulta ser más poderoso y problemático, ha fusionado la imagen del autor con ese arquetipo profundamente sospechoso que culturalmente no puede quitarse de encima: el Genio Artístico Atormentado."

Puedes leer el resto del artículo en castellano aquí.

27 feb 2014

Reseña: Oblivion, de David Foster Wallace

David Foster Wallace, Oblivion (Londres: Abacus, 2004). 329 páginas.

Pocas veces me he sentido tan tentado de dejar un libro para una ocasión más propicia como en el caso de Oblivion. Este volumen de cuentos de David Foster Wallace se me ha atragantado en algunos momentos, mientras que en otros ha llegado a sobresaltarme: cuando he dado alguna cabezada al cerrárseme los ojos mientras leía, cosa que cabe en buena parte achacar al intenso calor que hemos sufrido en esta parte del mundo este verano austral de 2014, o quizás a las cincuenta primaveras que se ciernen sobre mí, como cóndores andinos.

Al igual que en Girl with Curious Hair, que reseñé hace unos cuantos meses aquí, la mayoría de los cuentos que componen Oblivion tienen una estructura narrativa aparentemente sencilla pero densamente poblada de detalles y paréntesis. La narración fragmentaria que, en mi opinión, es un triunfo literario y una delicia lectora en una gran novela como es Infinite Jest se convierte sin embargo en obstáculo en Oblivion. Este es un libro de lectura muy compleja (y no lo digo con ánimo alguno de justificar las siestas de borreguito de las que hacía mención anteriormente). Algunos de los relatos pueden resultar extremadamente frustrantes porque Wallace inunda la trama de detallismos que en algunos casos me parecen superfluos (o fríamente calculados para irritar a un lector impaciente).

Wallace premeditadamente desorienta al lector al presentar la historia in medias res y obligarle a cuadrar círculos que llegan a asemejarse a triángulos, rombos o trapecios. Nada es gratuito: Wallace no quiere hacer prisioneros. Son cuentos de argumentos enrevesados de los que elide fragmentos mientras abruma al lector con minuciosas digresiones en torno a la ropa, o rasgos físicos de un personaje. Si a ello le añadimos su tendencia a escribir en larguísimas oraciones (a pesar del exquisito estilo que posee), el esfuerzo que se le exige al lector no es pequeño.

El libro lo abre el cuento ‘Mr Squishy’, en el que un grupo de discusión típico del marketing evalúa un nuevo producto de repostería (Mr Squishy) mientras en el exterior un individuo escala las paredes del edificio. Si en última instancia las dos tramas están conectadas es algo que no me quedó nada claro. La idea que Wallace parece querer explorar es que el grupo de evaluadores está siendo a su vez evaluado dentro de una serie de pruebas a las que están siendo sometidos los que supervisan los grupos de discusión de nuevos productos. Francamente, ‘Mr Squishy’ me dejó indiferente.

No fue el caso de la siguiente historia, ‘The Soul is not a Smithy’, que cuenta con diferentes voces narrativas y que narra un inconcebible episodio en el aula de una escuela, en la que el maestro sustituto va paulatinamente perdiendo el control de sí mismo mientras escribe en la pizarra, repetidamente y en mayúsculas, “KILL THEM ALL”. Un episodio psicótico que termina con una intervención policial. El narrador principal se describe como uno de los “rehenes” de aquel trágico día, y en su relato intercala recuerdos de su época de estudiante y de su infancia.

‘Incarnations of Burned Children’ es un cortísimo cuento (apenas tres páginas) sobre la ineptitud de los padres de un niño pequeño que no para de gritar porque le ha caído agua hirviendo, y les lleva un tiempo darse cuenta de que el agua ha quedado atrapada en el pañal. A este relato le sigue ‘Another Pioneer’, un fascinante estudio antropológico por momentos, en torno al mito del niño prodigio que se convierte en líder y gurú de una aldea prehistórica cuyos habitantes terminarán por abandonarlo y quemar la aldea. Wallace dota la narración de largos circunloquios, al tiempo que pone en duda la fiabilidad del narrador al confesarnos éste que lo que narra es una historia que ha oído durante un vuelo transatlántico.

‘Good Old Neon’ es, en mi opinión, el mejor de los relatos que componen Oblivion. Narrado por un David Wallace que se declara fraude en la primera oración del cuento (“He sido un fraude mi vida entera. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es crear una cierta impresión de mí en otras personas. Generalmente para caerles bien o que me admiren.” (p. 141, mi traducción). El narrador suicida acude a un psicólogo con la esperanza de que le pueda ayudar con su problema, pero en cierto modo termina desmontando toda la estructura de poder que un psicólogo posee sobre su paciente; pero el relato guarda una sorpresa final que es mejor no desvelar en una reseña.

Del resto de historias de Oblivion destacaré la que da título al libro, en la cual Wallace presenta a un hombre, Randall, cuya mujer (Hope) se queja de que ronca durante la noche y la despierta; pero Randall insiste en que él está despierto cuando ella se despierta airada por el ruido que, asevera ella, hace él. Randall sospecha que Hope está soñando que él la despierta con sus ronquidos.  Teniendo al parecer suficiente dinero para despilfarrar en estas bobadas, acuden a una clínica para que investiguen el problema, y deben pasar allí una noche cada semana mientras el estudio esté en marcha. El desenlace es en cierto modo previsible, y el cuento para mi gusto no funciona.

El relato que cierra el volumen, ‘The Suffering Channel’, tiene un aspecto interesante, en tanto que nos lleva a la casa de un supuesto artista, Brint, que ‘compone’ piezas artísticas al ‘depositar’ sus propios excrementos. El relato alterna entre las vicisitudes que sufre el reportero Skip Atwater (un apellido muy conseguido, con el que Wallace bautiza al personaje) en sus negociaciones con la mujer del artista y el mundo de chascarrillos y cotilleos de la revista Style, para la que trabaja Atwater.


Tengo en casa unas cuantas botellas de un pasable tinto australiano cuya etiqueta dice DFW. No recomiendo ponerse a leer Oblivion tras un par de vasos de DFW. Pienso que es harto difícil abordar estos relatos. Descartada por principio la opción de proporcionar un desenlace convencional o de articular el relato en torno al eje de lo que sucede, los cuentos de Oblivion están más centrados en el acto de narrar que en una trama. Wallace tenía la energía, el vocabulario apabullante, el sentido de la ironía. Sus cuentos sin embargo pueden ser extenuantes para el lector. Lo más lamentable es que nunca sabremos lo que David Foster Wallace podría haber logrado como escritor maduro.

28 mar 2013

Reseña: Girl with Curious Hair, de David Foster Wallace


David Foster Wallace, Girl with Curious Hair (Londres: Abacus, 1997). 373 páginas.

Este nada ortodoxo volumen de cuentos nada ortodoxos incluye, además de cuentos memorables que recomiendo encarecidamente, lo que es en realidad una nouvelle, una historia de más de cien páginas titulada “Westward the Course of Empire Takes its Way”, que cierra el libro. Antes que nada hay que decir de David Foster Wallace que no es autor para lectores temerosos y/o distraídos. Wallace requiere toda tu atención, y si en algún momento bajas la guardia, lo pagas, y te puedes encontrar de pronto absorto en la contemplación de hileras de lo que parecen ser unas extrañas hormigas negras sobre un fondo blanco, un código que de improviso resulta incoherente y que posiblemente te obligará a echar la vista atrás y revisar los párrafos ‘desorientadores’.

La otra opción es, claro está, cerrar el libro y devolverlo a la biblioteca, sin terminarlo.

Pero el lector que no ceje en su empeño por seguirle el hilo a este singular narrador disfrutará de las historias que componen Girl with Curious Hair. En su momento, The New York Times celebró la audacia tanto formal como temática de Wallace en este volumen.

El primer relato, “Little Expressionless Animals”, se abre con una escena inquietante. Un auto se detiene en mitad de ninguna parte, una mujer hace bajar a una niña y a un niño más pequeño y les dice que se queden junto a la valla que separa la carretera de un prado donde pace una vaca; la mujer vuelve a subirse al coche, y el hombre que está al volante arranca. El coche desaparece. Es en realidad un relato sobre un concurso de televisión, una concursante que alcanza la fama nacional por ser imbatible, y a la que únicamente conseguirán apear del concurso reclutando a su hermano autista.

En el tercer cuento, el que da título al volumen, Wallace nos lleva a un concierto de Keith Jarrett de la mano de una extrañísima pandilla, compuesta por un sádico joven abogado republicano apodado Sick Puppy, una pareja de punks y otros personajes. Han adquirido LSD antes de entrar al concierto. Cerca de ellos hay sentada una chica que, según Gimlet, la punk a la que Sick Puppy le gusta quemar después de que le haga una felación, tiene el pelo raro. Te dirás, ¿qué demonios es esto? Es un relato en el que abunda el humor (son escenas esperpénticas), pese al hecho de que el narrador es Sick Puppy. Y realmente, lo más curioso de todo, es cómo concluye la historia, que Wallace decidió terminar en la mitad del relato.

A ‘Girl with Curious Hair’ le sigue ‘Lyndon’, un primoroso relato que toma la figura histórica del Presidente Lyndon Baines Johnson como motivo argumental en una historia que narra un ayudante suyo. El largo diálogo con el que Wallace inicia el relato nos muestra a un político mordaz y carismático, un personaje mítico que hizo historia. Wallace ficcionaliza la vida de David Boyd y la utiliza para dar forma literaria al misterio que rodeó la vida de Johnson.

La mayor dificultad del siguiente relato, ‘John Billy’, es el lenguaje con el que Wallace imita el habla del midwest americano: “Was me supposed to tell Simple Ranger how Chuck Nunn Junior done wronged the man that wronged him and fleen to parts unguessed”. Una vez superada la extrañeza que representa este dialecto, uno puede escuchar los ritmos, las inflexiones y la entonación que caracterizan a los habitantes del entorno rural de Oklahoma y disfrutar mucho de esta rocambolesca historia. Víctima de un terrible accidente que lo pone al borde de la muerte, Chuck Nunn Junior se transforma en una criatura con dos caras, una maléfica y otra bondadosa, capaz de cometer las mayores atrocidades, pero también de ofrecer ternura. Wallace crea una especie de Quasimodo rústico, deformado hasta tal punto que los ojos se le salen literalmente de las cuencas.

Otra rica vena creativa demuestra Wallace en el relato siguiente, “My Appearance”, un ingenioso cuento en el que una actriz ya madura expone la ansiedad que le causa el hecho de que vaya a aparecer en el show de David Letterman. Wallace maneja magistralmente el tempo de los consejos que le dan su marido y un amigo productor de televisión. Finalmente, la actriz hace su aparición en el show de Letterman y sale triunfante; pero las reflexiones que la experiencia le produce ponen claramente ante ella la enorme diferencia que hay entre lo aparente y lo real, y el final aventura cambios drásticos en su vida.

No todos los relatos consiguen entusiasmar. “Luckily the Account Representative Knew CPR” es más que predecible. “Here and There” es un sugestivo ejercicio narrativo con tres voces que cuenta una ruptura sentimental, un relato muy efectivo. El que cierra el libro, de dimensiones que no se asocian normalmente con el relato breve, es un impresionante ejercicio metaficcional, pero confieso que me perdió un par de veces entre los inmensos campos de maíz de Illinois.

De lo que no me cabe ninguna duda es que algunos de estos cuentos me quedarán grabados en la mente por mucho tiempo. Supongo que en su día fueron claramente indicativos de lo que Wallace iba a producir más adelante.

14 ene 2013

Reseña: Infinite Jest, de David Foster Wallace


David Foster Wallace, Infinite Jest (Londres: Abacus, 1996). 1079 páginas.

Hay algunas (pocas, a decir verdad) obras de literatura cuya lectura te deja un poco abrumado, apabullado, y es incluso posible que uno se sienta casi incapaz de empezar a poner por escrito las impresiones que esa obra le ha causado. Infinite Jest, de David Foster Wallace, es una de esas grandes obras literarias. Es una locura de novela en prácticamente casi todos los aspectos que uno quisiera poder hincarle un diente reflexivo: por su estructura, por sus múltiples tramas o por su exigente lenguaje, por mencionar tres.

De Wallace, que se suicidó hace unos cinco años, no había leído absolutamente nada hasta ahora. De hecho, solamente empecé a conocer de su existencia cuando ya era (por así decirlo) demasiado tarde, la curiosidad por su obra aguijoneada por los amigos de Hermano Cerdo, quienes lo tenían en un pedestal.

El título de la novela se debe a una de las mayores obras teatrales jamás escritas, Hamlet, la cual también me resultó en su momento una locura – particularmente en el contexto de la traducción, un desafío en el que participé durante un par de años con la Fundación Shakespeare de Valencia. Las palabras las pronuncia Hamlet recordando al bufón Yorick, cuya calavera han sacado los sepultureros en la primera escena del quinto acto. Yorick, nos dice Hamlet, era un hombre que no paraba nunca de bromear.

Situada en un futuro en el que los años son patrocinados por un producto (la mayoría de los sucesos que narra la novela tienen lugar en el “Year of the Depend Adult Undergarment”, el Año de la Prenda Interior Depend), Infinite Jest une las tramas de muchos personajes, pero son tres las nebulosas argumentales principales. La de Hal Incandenza, talentoso tenista y estudiante en la Escuela de Tenis de Enfield, fundada por su padre James, prodigioso tenista joven y experto en óptica, quien se dedicó también a filmar “entretenimientos”, películas vanguardistas, una de las cuales engancha de tal manera al espectador que éste no quiere nunca dejar de verla una y otra vez, ¿hasta morir de inanición?

La segunda es la de Don Gately, exconvicto, “artista” del robo y drogadicto reformado que trabaja en Ennet House, refugio para los que toman la decisión de dejar la calle, las drogas y/o el alcohol. Gately es un gigantón, capaz de matar a alguien con sus manos, aunque en el fondo odia la violencia.

Una tercera línea argumental es la que desarrolla Wallace a través de los encuentros entre uno de Les Assassins en Fauteuils Roulants, Rémy Marathe, y un agente de espionaje de la administración gubernamental, Hugh Steeply, disfrazado de Helen Steeply para intercambiar información con Marathe.

La mayor parte de la trama y subtramas que componen la novela tienen lugar en Boston. Pero el escenario geopolítico que presenta Wallace es distinto de la realidad. Se ha formado ONAN, la Organización de Naciones Norteamericanas (con sus muy divertidas palabras derivadas, ONANismo y ONANista), pero una amplia cuña del noreste de los EE.UU. ha sido convertida en vertedero tóxico y cedida a Canadá, a lo que los habitantes de Quebec han respondido con la formación de células terroristas – una de ellas, la más sanguinaria, Les Assassins en Fauteuils Roulants, es decir, Los Asesinos en Sillas de Ruedas.

Infinite Jest resulta enloquecedora por momentos, y no debe extrañar que muchos lectores abandonen en el intento. Personalmente la idea de tirar la toalla no me pasó por la cabeza en ningún momento, aunque sí confieso que la novela me hundió en la confusión en muchos momentos. Curiosamente, la aparición del caso Lance Armstrong en estos momentos puede resultar muy oportuna para la lectura de esta novela. Wallace escribió una gigantesca sátira en torno a las obsesiones más propiamente norteamericanas: el logro del triunfo a toda costa, utilizando drogas si fuera necesario, y el abuso de sustancias estupefacientes, que no es sino una de las muchas aristas de la cuestión anterior. Y como una suerte de telón de fondo que contribuye a destacar todo lo anterior, esa obsesión norteamericana por el entretenimiento interminable al que se llega por el aturdimiento intelectual del espectador.

Wallace colma de detalles la narración, y hace alarde de una erudición ilimitada (una de las muchas palabras que desconocía, pero que quise saber qué significaba, es “koan”, que resultó ser de origen japonés). El autor también hace cierta ostentación de su enorme potencial creativo as través de la sintaxis y el amplísimo abanico de registros que refleja en el habla de los personajes (la creación de Marathe es, en este sentido, sublime). En todo caso, el lector puede escoger seguirle el juego a Wallace y buscar todas las palabras que desconoce, o simplemente contentarse con su ignorancia y seguir leyendo. Infinite Jest divierte, entretiene, entristece y apasiona; es una obra extremadamente inteligente, densa hasta la saturación en contenidos, lenguaje y estructura. Un corrosivo humor negro la recorre desde principio a fin, invitando a la carcajada o a la reflexión, según sea nuestro estado de ánimo.

En alguna parte he leído que Wallace encontró más de 700.000 erratas en las primeras galeradas del libro. Unas cuantas siguen ahí, casi diecisiete años después. Una cuestión distinta es la repetición deliberada de algunos detalles: por ejemplo, el hecho de que James Incandenza se suicide metiendo la cabeza en el horno microondas de su residencia en la Academia de Tenis de Enfield aparece numerosísimas veces en la narración, aunque no siempre sea necesario hacer referencia a los detalles.

Por mi parte, estoy deseando leer otras obras de Wallace, y conocer más acerca de este prodigioso creador, que lamentablemente decidió poner fin a su vida. 

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