18 jul 2025

Reseña: A History of Books, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, A History of Books (Artarmon, NSW: Giramondo, 2012), 205 páginas.

La mayoría de las reseñas de este libro de Murnane publicado en 2012 (aunque tres de los cuatro textos que lo componen fueran publicados una década antes, dos en antologías y uno en una revista literaria australiana) inciden en el hecho de que es un texto que tiene un componente autobiográfico. Murnane solamente utiliza la primera persona en dos de los textos que componen este libro: ‘As It Were a Letter’ y ‘Last Letter to a Niece’. En cambio, en ‘A History of Books’, el texto más largo del volumen, no aparece nunca la primera persona.

No se trata de una historia de los libros en general, tampoco de los libros que ha escrito el autor, sino de libros que leyó a lo largo de su vida y que de alguna forma dejaron en él alguna huella, aludida siempre en forma de una imagen invocada gracias a las palabras que leyó y que muchos años más tarde había lógicamente olvidado.

Si tras leer cada uno de estos libros conserváramos una imagen propiciada por alguna o algunas palabras rememoradas de su lectura, ¿qué tendríamos sino un pequeño mundo propio de imágenes? Fotografía de Martin Vorel.
‘A History of Books’ contiene una treintena de secciones. En muchas de ellas escribe acerca de un hombre ya mayor que concibe la imagen de un joven que ha leído un libro y se ha formado una idea de dicho libro que ha subsistido en forma de imagen de algo o alguien. Si estás ya familiarizado con la prosa de Murnane, sabrás de lo que hablo. El autor siempre ha tratado temas similares: es la obsesión sobre la que gira buen parte de su obra literaria. Imágenes que se crean en su mente tras la lectura de libros, recuerdos de libros leídos y apuntes tomados que le pudieran servir para más adelante escribir una ficción.

Murnane hace de la precisión el principio rector de su escritura: aunque sus oraciones son largas, son perfectamente correctas y están ejemplarmente estructuradas desde el punto de vista sintáctico. Insiste una y otra vez en que todo lo que escribe es una ficción en torno a lo que los libros de ficción han creado en su memoria. Un ‘metamundo’ literario, si un concepto así tiene sentido. Leamos un ejemplo: «Cierto hombre que tenía casi setenta años de edad estaba tomando apuntes para una obra de ficción que no esperaba escribir nunca. El hombre había tomado apuntes para muchas obras de ficción durante muchos de los cincuenta años previos. Algunas de esas obras las había terminado por escribir, y algunas de las obras que había escrito habían sido publicadas más tarde. Durante los diez años anteriores, no obstante, en las pocas ocasiones en que el hombre se había sentido apremiado a escribir ficción, había aliviado ese apremio tomando apuntes para una u otra obra que no esperaba escribir nunca.

En una de las obras de ficción del hombre mencionado ya publicadas figuraba un informe de un hombre ficticio que había leído cierto libro: una traducción a la lengua inglesa de un libro escrito en la lengua húngara y publicado por vez primera en Hungría tres años antes del nacimiento del hombre mencionado. Aunque el libro publicado del hombre era ficción, cualquier lector podría haber descubierto que la existencia del libro mencionado en la narrativa ficticia era un hecho, y que el libro mismo afirmaba ser un libro de no ficción. (¿Por qué acabo de escribir la expresión un libro de no ficción? ¿Por qué se usa tan rara vez la expresión un libro factual? ¿Es nuestra manera de reconocer que la mayoría de los hechos aparentes son, de hecho, ficción? Y, si a los libros de ficción no se les denomina libros no factuales, ¿es porque entendemos que la mayoría de los asuntos nombrados en los libros de ficción tienen una existencia factual?» (p. 103-4, mi traducción).

El otro texto del volumen lleva por título ‘The Boy’s Name was David’ (publicado anteriormente en Collected Short Fiction, que ya reseñé hace casi cuatro años), en el que Murnane ensambla sus recuerdos como profesor de escritura creativa con uno de sus temas favoritos, las carreras de caballos (puedes leer o releer mi reseña de Tamarisk Row), en un breve relato que me ha resultado sumamente original. A History of Books es otro libro de lectura esencial para quien quiera saborear la singular obra de este australiano, pero no me voy a conformar con eso. No es mi intención ir contracorriente ni crear polémica, pero el hecho es que pienso que A History of Books no es un libro de ficción ni una colección de relatos ni nada parecido. Para mí, se trata de uno de los ensayos acerca del acto de la creación literaria más originales jamás escritos.

12 jul 2025

Reseña: The Coin, de Yasmin Zaher

Yasmin Zaher, The Coin (Londres: Footnote Press, 2024). 225 páginas.
En ocasiones te encuentras con un libro en el que el autor, de pronto, ejecuta una maniobra narrativa mediante la que apela al lector, y a este no le queda otro remedio que reevaluar lo que había estado leyendo hasta ese instante. Eso me ha ocurrido con The Coin, la desconcertante primera novela de esta periodista palestina (oriunda de Jerusalén) ahora afincada en París, aunque vivió durante muchos años en los Estados Unidos, adonde fue a completar sus estudios universitarios.

Te preguntarás – eso espero – de qué maniobra estoy hablando. Pues es porque Zaher deliberadamente se dirige a un “tú” que soy yo, el lector, que quizás no esperaba una interpelación tan directa y resuelta. La protagonista (la novela está narrada en primera persona, pero nunca sabemos su nombre) trabaja como maestra en una escuela de uno de los barrios humildes de Nueva York. Es una mujer obsesionada con la limpieza. Su rutina diaria incluye el baño, frotándose toda la piel a conciencia y afeitándose todo pelo que le aparezca. La obsesión (¿enfermiza?) por la limpieza tiene una motivación moral para ella. Cree que el día en que sus padres murieron en un accidente de tráfico se tragó la moneda del título (un shekel). Esa moneda, que persiste en su interior, es obviamente un símbolo: de su herencia (que su hermano le pasa con cuentagotas) y de su identidad, otra vertiente, mucho más esencial e importante, de la herencia que la narradora ha llevado consigo a América.

Y en Nueva York, la anónima protagonista de The Coin trata de mantener una apariencia de alto nivel socioeconómico (tiene dinero pero no acceso directo a él) con la adquisición de productos de marcas archiconocidas. La letanía de nombres de accesorios y prendas de moda es significativa: Hermès, Ferrari, Louis Vuitton, Chloé, Gucci, Miu Miu, Blahnik, etc.

Un Birkin. Fotografía de la filipina Yvette Religioso-Ilagan. 

Un día abandona una abandona su gabardina en la calle, y pocos días después descubre que un extraño la lleva puesta. Poco a poco entra en una relación con él (en la novela lo conocemos únicamente por el apodo de ‘Gabardina’). Gabardina la convence para viajar a París a comprar bolsos Birkin que luego revenderán en Nueva York. La estratagema de Gabardina y la intervención de la narradora es una atractiva subtrama que en realidad no lleva a ninguna parte. Las observaciones sobre el comportamiento de los empleados de las tiendas de artículos de lujo son brillantes. Pero una vez de regreso en Nueva York, Gabardina desaparecerá de su vida para siempre.

Tan fascinantes como esos capítulos son los dedicados a los alumnos de su escuela. Hay un subtexto de fuerte censura social. La narradora se convierte en difusora y promotora de ideas subversivas; en paralelo, describe su personal descenso a los infiernos. Pide una larga baja en la escuela, construye un terrario en el apartamento donde vive y se abandona al descuido y la suciedad, desconectándose del mundo.

Una novela que no te puede dejar indiferente. La sociedad (no solamente la estadounidense) de esta tercera década del siglo XXI sale muy malparada. Nuestros vicios consumistas y nuestras desidias políticas quedan expuestas en un texto en el que abundan lo escatológico, el sexo y una brutal ironía. Observa la protagonista que los estadounidenses tienen un comportamiento muy protector respecto a sus hijos – no es de extrañar, pues es el único país del mundo en el que parece existir una práctica cultural que todos conocemos como school shooting.

The Coin es un brillante debut. Ese trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza que demuestra padecer la narradora tiene un objetivo claro: la suciedad. Pero no la suciedad física (mugre, polvo, lodo, grasa, etc.) sino la moral, esa mezcla de indecencia identitaria e ideológica de la que ha surgido el monstruo al que todos vemos a diario en el más realista y real espectáculo de reality TV que haya habido jamás y, por si fuera poco, en directo desde la Casa Blanca.

The Coin recibió este año el Premio Dylan Thomas que otorga la Universidad de Swansea a la mejor novela de un autor joven. He aquí un fragmento:

«El primer lunes del mes de marzo, todos los maestros se reunieron en la sala de profesores. Era el cumpleaños de Lauren, Aisha había hecho unas magdalenas de terciopelo rojo y había también algunos asuntos administrativos de los que hablar. La maestra de plástica iba a tomar la baja por maternidad, los baños del segundo piso estaban destrozados y el presupuesto para actividades de atletismo estaba agotado. Yo casi nunca decía nada en esas reuniones, y aquel día me quedé de pie junto a los ventanales, las manos por encima del radiador, rehuyendo los bombazos calóricos. Mantuve un perfil bajo. Era todavía la nueva maestra, y no confiaba en que fuera a decir algo apropiado.

El último punto de la agenda del día era una carta que Aisha había recibido de algunos alumnos. Agitó la hoja de papel cuadriculado en el aire y dijo: “Ahora se hacen llamar el Movimiento por la Belleza y la Justicia”. Leyó la carta rápidamente, le parecía divertida, y se saltó algunas partes que no entendía. “Amenazan con ponerse en huelga” —prosiguió— “y dicen que tenemos dos semanas para responder”. Soltó una sonora carcajada y movió la cabeza. Me recordó el modo en que yo había desestimado la nota de suicidio de Carl.

Gregory quiso saber qué estudiantes estaban detrás de la carta y Aisha insistió en que eso no importaba, que eran un gran grupo, aunque pienso que trataba de proteger a Sal porque era pariente suyo.

“¿Puedo ver la carta?”, pregunté. Era lo primero que había dicho en la reunión, y Aisha me miró como si se sorprendiera de verme allí. Me la pasó; era la letra de Leonard, diminuta, en azul. Había una larga lista de demandas, que Aisha había omitido en su lectura. Requerimos una máquina de refrescos. No podemos hacer tareas los fines de semana. Queremos llevar zapatillas en el colegio.

“¿Qué vais a hacer respecto a esto?”, pregunté mientras miraba alrededor, a los demás maestros, pero luego bajé los ojos y miré otra vez el radiador, no queriendo parecer demasiado comprometida. “Pues ignorarlos”, dijo Gregory y empezó a empaquetar sus cosas en la mochila. “No, yo no pienso ignorarlos,” dijo Aisha, “todos queremos que nos oigan, podemos darles algo,” prosiguió, “quizás una máquina de limonada, y podemos subir la temperatura del termostato hasta los 18 grados”.

Aisha era de esa rara especie de personas, gente amable y gentil, gente que creo que nacen ya así. Son más visibles en ciertas profesiones. En la educación, o en la atención médica, como las enfermeras que extraen sangre. Esta gente trabaja en el interior de los edificios, trabajan jornadas largas e intensivas, a veces en turnos nocturnos. Ya no quedan muchos así hoy en día, pues nuestra cultura nos socializa en contra de la amabilidad. Lo sé porque casi nunca te los encuentras en la calle». (p. 149-50, mi traducción)

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