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26 nov 2024

Reseña: Beneath the Darkening Sky, de Majok Tulba

Majok Tulba, Beneath the Darkening Sky (Camberwell, Victoria: Penguin, 2014). 240 páginas.

El reclutamiento forzoso de menores para engrosar las tropas de grupos rebeldes o incluso ejércitos semirregulares es el tema central de este libro del australiano de origen sudanés Majok Tulba. El autor sufrió en carne propia la entrada de rebeldes en su pueblo, pero se salvó de convertirse en niño soldado por no tener la estatura suficiente. No era tan alto como un AK-47. A los nueve años huyó a Uganda.

En el caso de Obinna, el protagonista narrador de esta terrorífica historia, tanto a él como a su hermano se los lleva un grupo rebelde que asalta la población donde vivían con sus padres. El padre es brutalmente asesinado y las casas y almacenes completamente destruidos.

La narración del periplo de los niños y niñas robadas hasta el campamento de los rebeldes es un relato sobrecogedor por su crudeza. Para atravesar terrenos repletos de minas antipersona, el cabecilla del escuadrón de la muerte hace caminar a los más pequeños por delante del grupo. Obinna ve desaparecer a uno de ellos tras una explosión a pocos metros de él. Las humillaciones y vejaciones a que son sometidos son constantes.

Al estar narrada en primera persona y al mantener el punto de vista del niño inocente que, con el paso de los días, las semanas y los meses, se convierte en un sanguinario mercenario simplemente para poder seguir con vida, la narración funciona perfectamente. Su gradual transición desde la muda resistencia psicológica a la imposición de la violencia (su transformación en soldado) a la aceptación de su situación es incluso natural.

El carácter de su interacción con otros soldados, comandantes y las mujeres que son forzadas a servirles (en todos los sentidos) es una parte importante de la historia. A través de esos contactos e intercambios Tulba escribe el paso de la ingenuidad de la niñez de Obinna a la barbarie y la violencia de su vida como soldado rebelde.

A lo largo de toda la novela se destila el hecho de que existe un desprecio total e irracional por la vida de otros seres humanos, fundado en el absurdo de una hueca retórica política y un orden social militarizado, férreamente establecido mediante el terror, la tortura y el caciquismo. Nada nuevo bajo el sol, a decir verdad. No porque no lo veamos ni vivamos es menos cierto que siga ocurriendo.

El Kalashnikov o AK-47, desmontado. Foto de MoserB.

«Mi AK-47. Llevo el AK-47 en la sangre. Lo cuido del mismo modo que una madre cuida a su niño.

Saca el cargador. Ponlo a tu derecha. Tira hacia atrás, quita el cartucho cargado de la recámara. Coloca el cartucho que has quitado junto al cargador. Presiona el seguro de la tapa superior del receptáculo. Levanta y quita la tapa superior del receptáculo. Colócala a tu izquierda, por detrás. Empuja el resorte de retroceso hacia adelante. Levanta y quita el resorte de retroceso. Colócalo a tu izquierda, por delante. Sujeta el anclaje del pasador, tira de él hacia atrás y retira el anclaje del pasador. Colócalo a tu izquierda. Levanta la palanca del tubo de gas. Saca el tubo de gas. Colócalo a tu derecha, un poco más alejado.

Aplica lubricante al pasador del eje. Coloca el rifle delante de ti. Toma el paño de limpieza con la mano derecha. Coge el anclaje del pasador, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge la tapa superior del receptáculo, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso, sujétalo con el paño. Limpia el resorte girándolo contra el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Unta el paño con unas gotas de aceite. Coge el anclaje del pasador, pásale por encima el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso. Pásale el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda.

Deja el paño. Coge el rifle. Coge el tubo de gas. Colócalo en su sitio y presiona. Baja la palanca del tubo de gas, asegúralo. Coge el anclaje del pasador. Deslízala hacia delante hasta que esté en su lugar. Coge el resorte de retroceso. Colócalo en su lugar, presiónalo hacia adelante, aprieta y asegúralo en su sitio. Coge la tapa superior del receptáculo. Coloca el extremo delantero en su sitio. Apriétala y asegúrala en su sitio. Carga todos los cartuchos en el cargador. Desliza el cargador en su compartimento. Tira del seguro hacia atrás.» (p. 165-166, mi traducción)

11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

29 oct 2024

Reseña: Old God's Time, de Sebastian Barry

 
Sebastian Barry, Old God's Time (Londres: Faber & Faber, 2023). 261 páginas.

Tom Kettle, policía retirado viudo, pasa ahora sus días mirando el mar desde un pisito anexo a un castillo en Dalkey, en el extrarradio de Dublín. Su único vicio son los cigarros y la curiosidad por la gente que observa desde su balcon. Se está acostumbrando a la soledad y añora las visitas de su hija y las cartas de su hijo médico, que se fue a trabajar y vivir a los Estados Unidos. Un día recibe la visita (un tanto intempestiva, pues ya anochece) de dos colegas de la Garda, Wilson y O’Casey. El motivo es que los detectives están investigando un caso no resuelto de la década de los 60 que implicó a dos sacerdotes católicos acusados de violar a niños y niñas bajo su cuidado. Las denuncias cayeron en el saco roto de la jerarquía católica, pero uno de los dos pederastas (a los que Kettle y su colega por entonces investigaban) murió en circunstancias nunca aclaradas; el otro ha decidido recientemente elevar gravísimas acusaciones en torno al caso. ¿Quién lo ajustició? ¿En qué circunstancias? ¿Recuerda Kettle algo del caso que pudiera haber olvidado u obviado?

Cliff Castle, en Dalkey, le sirve a Barry para darle a Kettle un lugar donde sobrevivir a la tragedia y mimar su tristeza en la nostalgia. Fotografía de William Murphy.

Revolver en el pasado siempre resulta ser algo complejo y difícil porque la memoria nos falla a todos. Barry plantea una narración íntima, adoptando siempre el punto de vista de Kettle, que recuerda cómo conoció a June, su mujer, y la confesión que ella le hizo durante la noche de bodas: había sido víctima de abusos sexuales de un sacerdote. Como tantísimos niños irlandeses en su época, también Kettle, huérfano de padre y madre, sobrevivió a los maltratos de su infancia y entiende perfectamente el ansia de justicia que tiene June.

En Old God’s Time, Barry aborda el tremendo efecto que los traumas pueden tener sobre la memoria. No es que quiera revelar nada del desenlace, pero la manera en que Barry gestiona el progreso de la narración hacia el final de esta novela es, en una palabra, magistral. Aunque Barry va dejando caer algunas pistas aquí y allí, la realidad del dolor y el sufrimiento por los que ha pasado Tom Kettle solamente se hace manifiesto después de más de ciento cincuenta páginas. Tom Kettle se ha quedado completamente solo en el mundo: no solamente ha perdido a June, también perdió a sus dos hijos en diferentes circunstancias, nada agradables.

No sorprende, pues, que Kettle viva en una especie de fantasía, rodeado de fantasmas propios y ajenos, de visiones desdibujadas y recuerdos diluidos por el paso del tiempo. Y tampoco debería sorprendernos, pues, que en el desarrollo de la novela existan contradicciones, cronologías alternativas que chocan entre sí, un pasado que, idealizado o no, aprieta las tuercas del presente en el que tiene que sobrevivir Kettle. Es, en definitiva, la historia de la relación de Irlanda con los crímenes de la Iglesia Católica, asunto que otros autores irlandeses han novelado. Por ejemplo, Emma Donoghue y su portentosa The Wonder.

Me queda claro que este es un autor al que de verdad vale la pena leer. Ya me lo había demostrado en Days without End. La tensión narrativa en el caso de Old God’s Time gira en torno a la cuestión de si fueron Tom y June los responsables de la muerte del sacerdote pederasta. Barry, por supuesto, deja ese cabo suelto. Que cada lector construya su propio desenlace.

Old God’s Time se publicó el año pasado tanto en castellano (Tiempo inmemorial, en Alianza Editorial, traducida por Laura Vidal) com en català (Temps immemorials, a l'Editorial Proa, amb traducció a càrrec d'en Marc Rubió).

16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

11 sept 2024

Reseña: Cloud Cuckoo Land, de Anthony Doerr

 
Anthony Doerr, Cloud Cuckoo Land (Londres: 4th Estate, 2021). 626 páginas.

Para quienes disfrutamos de los libros es grato leer novelas cuya trama gira en torno al aspecto físico de la literatura: el libro y su conservación. Si en la Edad Media eran los amanuenses quienes preservaban libros copiándolos de forma esmerada y minuciosa, hoy en día cualquiera puede acceder a una copia digitalizada de antiquísimos (o no tanto) volúmenes. Ello es posible en gran medida a las bibliotecas y quienes las regentan, los bibliotecarios, a quienes Doerr dedica esta intricada y deliciosa novela.

Cloud Cuckoo Land tiene una estructura que al principio te parece un tanto enrevesada. Son varias las tramas y ocurren en distintos momentos de la Historia. En primer lugar, la caída de Constantinopla (1452-53), con dos protagonistas: por un lado una joven costurera, Anna, quien en su afán por ayudar a su hermana enferma opta por entrar en una vieja biblioteca abandonada con la ayuda de un barquero y vender el producto de su saqueo a unos caballeros venecianos. Uno de los objetos de su botín es un libro viejo y algo enmohecido, que resulta ser la historia del pastor Etón y su búsqueda de una ciudad en el cielo, obra ficticia que Doerr atribuye a Antonius Diogenes, autor griego clásico que ciertamente existió. Y por otro lado, Omeir, el hijo de una pobrísima familia campesina al que reclutan para el asedio de la ciudad, junto con sus dos bueyes y que ayuda a Anna a escapar del infierno en que se convierte Constantinopla tras el ataque del ejército del sultán.

La segunda historia une a dos personajes muy diferentes. Tras ser hecho prisionero en la guerra de Corea, Zeno regresa a su pueblo de Idaho y acomete la traducción de un oscuro manuscrito que la bibliotecaria le da a conocer en versión digitalizada. Zeno aprendió griego clásico en el campo de prisioneros gracias a Rex, un estudioso ingles de la literatura clásica, de quien se enamora perdidamente. El códice, naturalmente, es el que Anna robó en el siglo XV. Completada su traducción y edición anotada, Zeno adapta la historia para que los niños de la escuela local la representen una noche en la biblioteca. Y es aquí donde esta trama enlaza con la de Seymour, un muchacho autista que se siente en casa en el bosquecillo detrás de su casa, donde vive un búho con el que congenia. Pero el bosquecillo es destruido por una empresa constructora: a partir de ahí, Seymour se convierte en un activista medioambiental, absolutamente extremista. Alentado por un grupo con el que solamente tiene contacto en línea, su primera acción será la de plantar una bomba en la biblioteca del pueblo.

No era estrictamente ficción, pero se le asemeja. Fragmento de la Epístola a los Romanos. 

La tercera línea argumental tiene como protagonista a Konstance, hija de dos científicos que se ofrecieron como voluntarios de un viaje sin retorno a bordo de una nave interestelar con destino a un planeta en una galaxia muy remota. El plan es perpetuar la civilización humana, pues la Tierra ha dejado de ser habitable. Cuando en la nave se declara una epidemia, el padre de Konstance la encierra en una sala. Konstance tiene acceso a la biblioteca de la nave (Sibila, prima hermana del HAL de 2001: A Space Odyssey) y empieza a indagar en la extraña historia que su padre le había contado sobre el pastor Etón y su larguísimo viaje en busca de la ciudad de las nubes, hasta encontrar la edición anotada de un tal Zeno.

Si todo lo anterior parece complicado, como un rompecabezas de muchas piezas que pudieran ser difíciles de acoplar, no temas: es un libro ameno y hermoso en ocasiones, y Doerr sabe cómo dotar de suspense a todas estas historias. Si fuese el caso que el autor busca enseñar algo, quizás se trate del hecho de que es fácil destruir un libro de papel (e incluso los libros digitales, que no están exentos de tal amenaza), pero las historias que pasamos de generación en generación perviven, pese a todo. Un gran libro: muy inspirador, te absorbe desde el principio.

Cloud Cuckoo Land se publicó hace dos años en castellano como Ciudad de las nubes en la editorial Debolsillo, con traducción a cargo de Laura Vidal Sanz.

8 ago 2024

Reseña: Homeland Elegies, de Ayad Akhtar

Ayad Akhtar, Homeland Elegies (Londres: Tinder Press, 2020). 343 páginas.

Hacia al final de esta novela, la segunda de Akhtar, tras parar a repostar en una gasolinera en una pequeña población de Wisconsin, al protagonista narrador y a su padre los insulta un joven estadounidense blanco porque han dejado el coche levemente mal estacionado. La discusión que sigue termina en un intercambio de insultos:

«Vete a tomar por saco», añadí mientras tiraba de la manilla de la puerta del conductor. La mirada refleja que eché para observar su reacción me reveló entonces algo de lo que no me había percatado hasta ahora: una correa que le bajaba por el lado del torso hasta un bulto recubierto de cuero en el costado.

Vio que había visto el arma y sonrió: «Qué ganas tengo de construyamos ese muro para no dejar entrar a bichos como vosotros». Lo que sentí en ese momento fue algo fugaz, pero nunca lo olvidaré. La visión del arma, la amenaza visceral y el miedo ancestral que desencadenó, la urgencia elemental de protegerme, la asimetría de nuestro poder en aquel instante: todo se combinó para encender algo en mi interior que nunca antes había experimentado. Quería matarlo. Pero la conciencia inmediata de lo indefenso que estaba para hacerlo me echó para atrás, de una manera que todavía hoy me consume, casi dos años después. (p. 307, mi traducción)

En un excelso ejemplo de la ahora muy denostada (desde ciertos círculos) autoficción, Akhtar crea un personaje narrador que se llama Ayad Akhtar, nacido en los EE.UU. de padres pakistaníes, y que como él es dramaturgo y también ha ganado un Pulitzer gracias a una obra de teatro. Homeland Elegies mezcla elementos de diversos géneros (la autobiografía, el teatro, la crítica cultural o el análisis histórico) en un texto con intenciones claramente perturbadoras. No deja títere con cabeza. Ni siquiera el protagonista a quien le presta su nombre sale indemne.

En su narración, Akhtar toca desde el descalabro socioeconómico y humano que supuso la Partición  y la llegada de sus padres al país hasta décadas más recientes en las que comenzó su declive económico y el paso a una oligarquía económica provocada por las políticas Reagan con sus efectos ‘goteo’ y la nefasta gestión propiciada por sus ideólogos, como Robert Bork.

El tema fundamental de la novela es el conflicto identitario. En un ejemplo demoledor para la engañosa noción del melting pot estadounidense, Akhtar cita al sociólogo alemán de origen judío Norbert Elias: «La mayoría establecida toma su propia imagen colectiva a partir de una minoría de sus mejores elementos, y moldea una imagen colectiva de los forasteros a quienes desprecia a partir de una minoría de sus peores elementos». (p. 139, mi traducción) Dice Akhtar el narrador de su vida que se encuentra marcada por un dilema irresoluble: es un musulmán que ya no practica – y mucho menos cree – en la religión, pero su identidad, en el seno del país donde ha nacido, está totalmente moldeada por el hecho del Islam que lo ha definido dentro de esa sociedad desde el 11-S.

Norbert Elias, una larga vida (1897-1990). Fotografía de Rob Bogaerts.

Es un libro irresistible. Tanto por la calidad de su prosa como por el evidente amor y gusto que el autor tiene por la lengua inglesa. Akhtar juega con nosotros los lectores, en tanto que plantea sucesos en la vida del protagonista que lo dejan moralmente maltrecho (la historia de cómo contrae la sífilis no tiene desperdicio). Además, a lo largo de la novela va plantando minas que pueden estallarle en la cara a un lector hipersensibilizado y emocionalmente endeble.

Y por supuesto, la historia que su padre cuenta sobre Donald Trump. Pero de eso prefiero no darte ninguna pista.

«[…] Todo giraba en torno a hacerse rico. Al menos, los republicanos eran honestos respecto a ello. Mike veía un país donde la gente era más pobre, donde les mentían, donde sentían que sus vidas eran más mezquinas, un lugar en el que no tenían ni idea de cómo cambiar nada. Habían tomado la decisión sin precedentes de poner a un intelectual negro en el cargo más alto del país, un hombre que prometía cambios pero que ofreció muy pocos, cuya indudablemente sincera preocupación se vio empañada por su arrogancia, quien se enorgullecía de su estatus de celebrity de la cultura popular al tiempo que lamentaba un sistema cuyas disfunciones políticas le impedían ejercer el liderazgo. La victoria de Obama había resultado ser poco más que simbólica, acelerando simplemente el colapso de nuestra nación hacia una autocracia corporativa, y sus fracasos habían elevado las apuestas de forma inconmensurable. La mayoría de los estadounidenses no podrían hacer frente a sus gastos semanales en el caso de sufrir una emergencia. Tenían razones sobradas para estar asustados y enfadados. Se sentían traicionados y querían destrozar algo. El estado de ánimo nacional era hobbesiano: desagradable, embrutecido, nihilista; y no había nadie que mejor encarnara todo esto que Donald Trump. Trump no era ninguna aberración ni una idiosincrasia, según lo veía Mike, sino un reflejo, un espejo humano en el cual ver todo aquello en lo que habíamos permitido convertirnos. Por supuesto, uno podía leer metáforas en ese individuo: un magnate del sector inmobiliario, racista sin reservas, que encarna el auge de los derechos patrimoniales de los blancos; un idiota ensimismado que personifica la auto-obsesión y el narcisismo desenfrenados que nos hace a todos más estúpidos cada día que pasa; una codicia y corrupción tan manifiestas y endémicas que sólo podía entenderse como la expresión desmesurada de nuestros más profundos deseos: Sí, podía interpretarse a ese hombre como si se tratase de un símbolo que ha de ser descifrado, pero Mike creía que era algo mucho más sencillo. Trump había percibido el estado de ánimo nacional, y su genio particular fue una necesidad de atención tan cobarde, tan implacable, que estaba dispuesto a pintarse con todos y cada uno de los matices de nuestra fealdad, ¡y a la mierda las consecuencias!». (p. 242, mi traducción)

Publicado en castellano por Roca Editorial en 2021 como Elegías a la patria, con traducción a cargo de Elia Maqueda.

18 jul 2024

Reseña: Son of Sin, de Omar Sakr

 
Omar Sakr, Son of Sin (South Melbourne: Affirm Press, 2022). 278 páginas.

En el transcurso de uno de los trabajos de interpretación que hice durante mis años en Sydney (insisto en escribir así el nombre de la ciudad aquí: la grafía «Sídney» es un error de chiste que se ha emperrado la RAE en mantener) tuve que llevar a un grupo de clientes españoles al centro de Auburn, uno de los barrios en la parte oeste de la metrópolis más multicultural de Australia. Los señores estaban hambrientos, eran ya casi las dos de la tarde (es decir, había pasado ya la hora del almuerzo) y Auburn era el lugar más cercano.

Para su desgracia, en Auburn solamente había tiendas de comida turca y árabe. Uno de ellos incluso se negó a bajar del taxi, por lo que ese día no hubo almuerzo. No hace falta que explique el porqué de su negativa, ¿verdad? Solamente añadiré que su plante incluyó palabras soeces y de clara inclinación racista.

En fin. El caso es que esta triste anécdota me sirve para presentar esta Bildungsroman australiana, tan peculiar e inusual. Peculiar porque la iniciación a la madurez del protagonista pasa por el descubrimiento de su homosexualidad a los 15 años durante el Ramadán, en medio de un entorno sociocultural extremadamente conservador y religioso, pero marginado por el sistema sociopolítico mayoritario blanco anglosajón.

Sakr estructura la historia en cuatro partes. Pasa de la adolescencia y la memoria de la niñez marcada por la ausencia de su padre turco, el maltrato sufrido a manos de su madre y su ulterior traslado a la familia de su tía, en cuya casa seguirá sufriendo duros castigos físicos, a su salida de Australia con destino a Turquía, en busca de una figura paterna y de una identidad que nunca podrá lograr, pues no domina la lengua.

Escrita totalmente en tercera persona, el punto de vista es siempre el de Jamal. Y es ahí donde Sakr podría haberse planteado una estrategia un poco más audaz para la novela: por ejemplo, si figurasen en primera persona las escenas de los encuentros furtivos de Jamal con el único amigo que consigue hacer en Turquía u otros episodios en la vida del protagonista, la obra tendría una rica variedad de enfoques y técnicas.

Con todo, Son of Sin deberá pasar a formar parte del elenco de esa subcategoría de la novela australiana contemporánea que profundiza en temas importantes para nuestra sociedad en estos tiempos tan turbulentos: ¿Qué representan la familia, la religión, el idioma de la diáspora o el origen étnico para ese sector de la sociedad que tiene que hacer el esfuerzo de reconciliar sus propias percepciones con la permanente sospecha a la que son sometidos? ¿Cómo armonizar las experiencias de marginación y racismo, la sensación de integración en una sociedad multicultural, la libertad que puede vivirse en ella y las presiones del conservadurismo y las tradiciones de la tierra de los padres que intentan replicar en Australia una forma de vivir que, en realidad, ha dejado de existir tanto en el espacio como en el tiempo?

Jamal, el hijo del pecado, encarna esa dolorosa pugna de forma personal e íntima tanto por el conflicto que implica su orientación sexual como por el hecho de haber perdido desde muy pequeño parte de una identidad propia.

Te dejo un fragmento de la novela traducido al castellano. En esta escena, Jamal y sus primos están viendo por televisión los sucesos de las infames Cronulla Riots de 2005 en un barrio del sur de Sydney.

Después

Es por esto por lo que lucharon nuestros abuelos, ¡no vamos a permitir que estos putos libaneses nos lo quiten! La multitud bramaba. Miles de blancos, con una cerveza en la mano, banderas australianas por todas partes, oleada tras oleada de piel rosácea y quemada por el sol, rodeaban un tropel de micros y grabadoras. No sois bienvenidos, ¡marchaos! Una cadena de blancos perseguía a la gente de pelo oscuro y piel aceitunada por las calles y por la arena de la playa. Los maderos escoltaban a las parejas de enamorados, agachados tratando de esquivar los botellazos, a los anglos revestidos de motivos australianos que les azuzaban y empujaban, la cámara se tambaleaba, chillidos de maldiciones que les caían encima como urracas y querían arrancarles la sangre de los oídos: ¡Iros a tomar por culo! ¡A tomar por culo! Estaban bailando y dando voces, estaban furiosos, pero había niños que les sonreían y mujeres que se reían, y entonces un hombre puso la cara justo delante de la cámara y gritó: ¡Iros a vuestra puta casa! Había docenas como ellos propinándoles una paliza a dos chicos morenos. Los maderos movían las porras, rociaban a todo el mundo con gas pimienta, trataban de hacer retroceder a la muchedumbre blanca. Iros a tomar por culo, ¡libaneses de mierda! Un corpulento policía, grande como un barril, atacó a los jóvenes, aplicando todo su peso sobre la porra y los hizo retroceder. Jamal, Moses y Jihad lo jaleaban desde la sala de estar de su Tía Rania. ¡Dales! ¡Dales una hostia! ¡Ese tío es un ídolo!, corearon.

¡Vinisteis de fuera, nosotros crecimos aquí!, respondían coreando los jóvenes anglos, como si el modo en que los padres de Jihad habían llegado se le extendiese a él y quedase para siempre clavado en el proceso de arribada. Tal como ellos parecían estar, todavía en sus blancos buques coloniales, aterrorizando una playa doscientos años después.

A Tía Rania no le gustó: ¿Por qué están haciendo esto? ¿Qué les pasa?

Es que ligamos con sus chicas, soltó Moses con una sonrisilla, y enseguida tuvo que agachar la cabeza cuando ella le arrojó la shahayta. ¡Guau!, dijo entre risas, pero cambió la expresión en cuanto ella se levantó con la otra sandalia en la mano, amenazándole. Ella tenía casi una sonrisa en los labios: la había lanzado como un aviso, como si estuviera pensándose si le iba a permitir ese descaro.

¿Guau? Te voy a dar guau, wulah. Se le echó encima, pero Moses se escabulló y salió por pies por la puerta frontal de la casa, riéndose. Siempre se escapaba. Incluso cuando le soltó un taco a su madre el año pasado, logró escaparse. Había vuelto sabiendo la que le esperaba, y la paliza que recibió fue conforme a sus expectativas. No había vuelto a vivir con Jamal y su mamá, como si estuviese probando cuánto tiempo podía mantenerse alejado, en qué medida podía vivir a su manera. Si guardaba la esperanza de que Hala cedería antes y le diría que volviese, Moses iba a morir esperando.

13 jun 2024

Reseña: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo

Santiago Lorenzo, Los asquerosos (Barcelona: Blackie Books, 2019 [2018]). 221 páginas.

¿Quién no ha considerado alguna vez la idea de huir de todo y de todos, alejarse del mundanal ruido y vetar a la sociedad en un instante misantrópico y antisocial, mandarlo todo a la mierda y buscar un lugar en el mundo donde todas tus aspiraciones podrían limitarse a pasar los días paseando, contemplando el paisaje o meditando sobre el todo y la nada?

Un azaroso incidente en el zaguán de la finca donde vive en el centro de Madrid es lo que lleva al protagonista de esta cáustica crítica social en forma novelada a huir. Un policía antidisturbios en plena faena durante una mani entra en el patio y se topa con Manuel, un joven al que podríamos caracterizar como normal, que está saliendo de su minúsculo piso en la calle Montera. Sin apenas mediar palabra (primero las hostias, luego las preguntas) empuja a Manuel contra los buzones y él se defiende clavándole en el cuello un pequeño destornillador que siempre le acompaña en el bolsillo de su chaqueta.

Naturalmente, a un joven normal como Manuel le entra el pánico. Acude a ver a su tío para que le ayude, y entre los dos deciden que Manuel salga de Madrid y busque un sitio donde esconderse hasta que sepan si a Manuel las autoridades lo han declarado enemigo público número uno.

Otro Zarzahuriel, otra casa para el siguiente Manuel que decida mandar la ciudad a la mierda. El lugar se llama El Tesorero y está cerca de Baza, Granada. Fotografía de MdeVicente. 

Carretera y manta. Manuel encuentra una aldea llamada Zarzahuriel, un lugar completamente deshabitado, como tantísimos parajes del interior del país. Entra en una de las casa que todavía se mantienen en pie y la ocupa. No tiene luz, no tiene agua y solamente la poca comida que ha traído consigo, pero le sobran inventiva y ganas de vivir en un sitio así. El tío, la voz del narrador tras la que no es difícil situar al autor, le irá prestando la ayuda logística necesaria para que el plan de ocultamiento y alejamiento de esa civilización que se perfila por un lado como amenazadora y por otro como simplemente enojosa.

Los repartos de comida y enseres del supermercado mantienen a Manuel vivito y coleando durante meses. Pasa el tiempo, transcurren una tras otra las estaciones y, para Manuel, Zarzahuriel se convierte en un paraíso terrenal. De la austeridad forzada por sus circunstancias pasa a una brutal frugalidad por decisión propia, viviendo absolutamente solo y disfrutando cada segundo de ello. Y eso que el tío le consigue un trabajito que solamente requiere atender al teléfono a guiris deseosos de practicar el castellano. Es casi ideal, ¿no?

Hasta que un día la civilización moderna regresa a Zarzahuriel en forma de señora que compra la casa al lado de la que ha ocupado Manuel. Y con la señora vienen todos los miembros de su extensa familia, que religiosamente acuden todos los fines de semana para “disfrutar” en un ejercicio de soberbia y gilipollez extremada de la paz del entorno rural (y de paso joderle la vida a Manuel, que sigue oculto).

El desenlace es muy ingenioso. Lorenzo lo borda y deja sin responder la pregunta que todo el que disfrute de una buena trama se haría en el caso de Los asquerosos. Además de presentar una razonada apología del retraimiento social y una justificación ajustada a la realidad actual del porqué una persona normal podría tomar la decisión de marcharse a vivir la soledad, Lorenzo pone de relieve lo absurdo de la dicotomía ciudad vs. campo a la que nos empuja el sistema económico neoliberal occidental, sin que podamos hacer gran cosa por remediarlo.

Por otra parte, Lorenzo demuestra ser un virtuoso del lenguaje: Hay en Los asquerosos un despliegue creativo y transgresor que, como lector en castellano, yo no había experimentado desde la Larva de Julián Ríos (1983). Un buen libro.

11 mar 2024

Reseña: I am Homeless if this is not my Home, de Lorrie Moore

Lorrie Moore, I am Homeless if this is not my Home (Londres: Faber & Faber, 2023). 193 páginas.

Si todavía no has comenzado a leer esta novela, vas a encontrarte cuando lo hagas con lo que parecen ser dos hilos narrativos independientes que resultan difíciles de conjugar entre sí. Es mucho más adelante cuando Moore explicita el nexo que conecta las dos partes. Y aunque esa conexión sea tenue, temáticamente hay duda de que sea válida.

Finn, profesor de secundaria suspendido a causa de las ideas que propaga entre sus alumnos, viaja a Nueva York para acompañar a su hermano moribundo, Max. Los dos rememoran íntimamente y con buenas dosis de humor episodios compartidos en sus vidas, haciendo un pequeño examen de su relación. A medida que vas leyendo esta parte te das cuenta de que la neurosis ha plantado una firme pica en el territorio mental y emocional de Finn. Cuando parece evidente que Max va a seguir vivo poco más de 24 horas, Finn recibe un mensaje en su móvil que le hace regresar inmediatamente a Ohio.

El año es 2016, Trump va a ganar las elecciones pese a perder (no conviene olvidarlo) en número de votos. La razón por la que Finn deja en su lecho de muerte a Max se llama Lily. La mujer con la que ha compartido muchos años de su vida, muchas alegrías y también muchos sinsabores. Le dice a Max: «¿Cómo explicártelo? Lily dice que se quiere morir. Es lo que dice siempre. Pero nunca te lo he dicho. Ha sido su otro yo. Es su secreto, y también mío. Pero su deseo de morir no es ella de verdad. El deseo se convierte en acciones y palabras a causa de su enfermedad. Es una habitación extra en esa casa que es su mente. Es como una araña que tiene dentro que, desde un rincón, le dice que la queme». (p. 28, mi traducción)

Tras un delirante viaje con accidente y rescate incluidos, Finn llega y descubre que a Lily ya la han enterrado. Se ha suicidado, pero Finn es incapaz de aceptar esa realidad, acude al cementerio ecológico y en su exquisita alucinación la encuentra no muerta del todo. Lo que sigue es una road movie en forma de novela. Si crees que una zombi y su exnovio son personajes ridículos para construir una trama, es mejor que lo pienses dos veces.

Es cierto: al principio a Lily le sale tierra de la boca y las lombrices le adornan el cuerpo. Moore disfruta detallando el proceso de descomposición: se le descoloran los ojos, comienzan a marcarse las costillas en su abdomen y la piel se le enverdece en una tonalidad grisácea, como la de un huevo muy cocido.

En una de las paradas que hacen se alojan en una fonda donde Finn consigue darle un baño de agua caliente a Lily. Es allí donde Finn encuentra un cuaderno en el que Elizabeth, poco tiempo después del final de la Guerra Civil, le escribió una serie de cartas a su hermana muerta. Moore maneja diestramente la intercalación de esas cartas en la otra narrativa. El resultado es un libro que nos habla del duelo, que nos presenta una versión amable de esos fantasmas (que pueden sernos tan verosímiles) de quienes nos han dejado sin convertirse en una historia de horror. Es un libro en el que Moore demuestra un enorme talento para combinar el ingenio y la inteligencia que acompañan a la locura que podríamos llamar ‘buena’ por un lado, y la irritación y la amargura de los que sufren la pérdida de un ser amado por el otro. Es brutal, sin duda, pero también hermoso.

I am Homeless if this is not my Home es una sobresaliente adición en la obra de Lorrie Moore, de quien reseñé hace ya diez años el volumen de cuentos Bark.

He seleccionado un fragmento de la primera carta de Elizabeth a su hermana en la que habla de ese país extranjero que llamamos pasado. Espero que te guste.

«Cuando regreso a los lugares del pasado, ya no queda nada en ellos, como si me lo hubiese inventado yo todo. Es como si la vida fuese un sueño, colocado junto la ventana para que se enfríe, como un pastel, y que más tarde, te lo roban. Son esos los momentos en que me siento y te imagino y me pregunto qué dirías. La reminiscencia es un dolor de oídos, afirmarías tú. Aunque supongo que yo misma soy típica: taciturna, remilgada, no tan cristiana como finjo ser, contra las madamas, tal como ha observado el caballero que me corteja. Muchos de mis inquilinos (los jugadores de cartas, los guerrilleros del Sur, los judíos y los indios Shawnee) se han impregnado de la nueva cultura: la electricidad, los ferrocarriles, los globos aerostáticos y el desierto occidental que aún continúa inventándose una fiebre de la plata después de la del oro y luego de nuevo otra de la plata, quizás para que haya más retratos de soldados y guerras, ocasionando que todo el mundo de repente eche a volar como estrafalarios muchachos hacia un lugar cuyo nombre incluya la palabra Dust o Butte o Scratch, ululando y canturreando, acarreando la gran carga de sus lejanos corazones moribundos, y todos van mucho más lejos de lo que debieran. El grito de “¡Hacia el oeste!” de los soldados desengañados. Hay ahora una vereda de madera en la calle principal que es idónea para dirigirlos hasta allí; unas tres manzanas como mínimo. Se nota en el aire un tufillo a despilfarro. Ayer vi a una gran gorrina muy crédula, trotando por el camino marcado por los surcos de las ruedas, como si hubiera oído que se contaba algo y se hubiera comido a su camada para poder estar libre e investigar. Aunque probablemente terminaría atiborrándose con el cuerpo de algún muchacho en algún campo en alguna parte, después de las lluvias. Los cerdos de los granjeros todavía desentierran a los soldados muertos. Y no es que para eso haga falta estar cerca de un campo de batalla. Algunos de los chicos eran desertores o iban rezagados, todos tenían hambre, y los fusilaron, y ahora, años después, escarban sus restos y sirven de alimento para el ganado». (p. 11-12, mi traducción)

Campo de batalla de la Guerra Civil estadounidense en New Market (Virginia).

El libro lo va a publicar en castellano Seix Barral dentro de unas pocas semanas con el título Si este no es mi hogar, no tengo un hogar. La traducción está a cargo de Albert Fuentes Sánchez.

6 feb 2024

Reseña: A doble ciego, de Víctor Sombra

Víctor Sombra, A doble ciego (Barcelona: Penguin Random House, 2023). 275 páginas.

Desde mediados de 2020, todos los días tomo dos pastillas, medicinas recetadas por un médico. Uno no duda en momento alguno de la bondad de un galeno que te receta un determinado compuesto químico (en mi caso, la metformina) para resolver algún problema de salud (en mi caso, diabetes mellitus tipo II). Sin embargo, ¿Cómo puede uno tener la certeza absoluta de que la caja que te dispensan en la farmacia contiene únicamente ese medicamento y no otro? Esta es, esencialmente, la duda que le sirve al salmantino Víctor Sombra para confeccionar un thriller insólito, utilizando un lenguaje que resulta bastante inusual en la narrativa española contemporánea.

La trama no gira únicamente en torno a un misterio, pues la estructura de A doble ciego aborda la cuestión de la metaficción y la convierte en tema mismo de la novela. Y no terminan ahí los elementos que se pueden identificar como temáticos: está la ética de la investigación tanto científica como periodística, el racismo que la primera narradora, Ben, sufre en sus propias carnes, los muchos males que el capitalismo tardío continúa creando en la sociedad contemporánea…

Ben es una sensacional hacker que desea contribuir con su pericia al esfuerzo de un grupo de activistas de vida alegre y despreocupada. Por curiosidad, más que otra cosa, el grupo se decide a presentar una propuesta a un Concurso de Innovaciones en Noruega. No lo ganan, pero atraen la atención de un extraño personaje, Dixon, quien les ofrece un suculento pago a cambio de recopilar datos sobre un medicamento creado en la década de los 80 por una empresa farmacéutica.

El centro de Oslo es donde se sitúa el cabo del hilo del que hay que tirar... Fotografía de Lars Tiede
Naturalmente, tras calcular las numerosísimas noches cerveceras que ese dinero podrá valerles – como estudiante que fui, no deja de ser un comprensible prisma con el que ver el trabajo, el tiempo, la vida, etc. a cierta edad – aceptan el encargo y se ponen manos a la obra. También el capitalismo encuentra los caminos para retorcer hasta las voluntades más firmes…

Revelar si a partir de todos los datos que consiguen mediante sus hackeos desentrañan una conspiración maléfica o no rozaría el spoiler, y por lo tanto no corresponde hacerlo. Solamente diré que al final del hilo vuelve a aparecer la inquietante y opaca Nora Wang, personaje que formaba parte del elenco de otra novela anterior de Sombra.

Como ya hizo Sombra en La quimera del Hombre Tanque, A doble ciego es el instrumento literario que el autor emplea para ofrecer al lector un debate de ideas fundamental en esta primera mitad del siglo XXI. Y porque la trama que teje Sombra te reclama la atención como lector y la construye en una metanarrativa bien ordenada, resulta ser un instrumento literario de alta calidad. La novela se articula en torno a una serie de diarios (el autor prefiere denominarlos «libros») de los personajes. Cada uno de los libros contribuye a desgranar partes del misterio e introduce otros elementos de intriga, pero se deja entrever, a medida que avanzas en la lectura, que detrás de todo hay una fuerza superior que convierte a todos los involucrados en simples juguetes. No en vano, el subtítulo de la novela es Apuntes para un manual de la ignorancia.

Si digo que Víctor Sombra es un escritor político, creo que no debiera considerarse como una censura. Al contrario, pretendo elogiar una manera de entender la literatura que cree en el compromiso ideológico, en principios de justicia social y en la resistencia frente a ambiguas o enmascaradas expresiones del poder económico, que es el que a fin de cuentas rige nuestros (humildes, sí, pero nunca insignificantes) destinos.

Arriba he señalado lo que pienso que es el infrecuente lenguaje de A doble ciego. Siendo ante todo una apreciación subjetiva, releyendo pasajes del libro me reafirmo en lo anterior: en ocasiones me hacía sospechar que quizás estaba leyendo una muy buena traducción al castellano de un texto generado en otro idioma (Sombra ha vivido muchos años en Suiza y domina los principales idiomas europeos). Hay otra posibilidad: el hecho de que la suya sea una prosa tan cuidada, tan magníficamente pulida y atenta al detalle sería el resultado de un encomiable trabajo de relectura y rescritura. Sea lo que sea, A doble ciego es un libro muy recomendable, especialmente para quienes no quieran seguir pecando de esa ignorancia a la que inevitablemente nos aboca un double-blind study.

4 feb 2024

Reseña: The Netanyahus, de Joshua Cohen

Joshua Cohen, The Netanyahus (Londres: Fitzcarraldo Editions, 2022). 239 páginas.
No me disgusta para nada la novela de campus universitario como subgénero, aunque la primera que leí, y de eso hace ya casi cuatro décadas, venía impuesta como lectura obligatoria en el primer o segundo año de carrera: Lucky Jim, de Kingsley Amis. Con The Netanyahus, el estadounidense Joshua Cohen transforma un episodio aparentemente verídico (el encuentro entre Harold Bloom y Benzion Netanyahu, especialista en la historia de los judíos conversos de la España del medioevo tardío, y padre del más conocido Netanyahu, un tal Bibi que es todavía – es increíble, ¿no? – primer ministro de Israel).

Vaya por delante la aclaración de que se trata de una novela. Es ficción. Y es más que divertida: es desternillante, hilarante y jocosa; te hace partirte de risa y supone un espléndido ejercicio de escritura, que navega con pleno aplomo entre la ironía, el sarcasmo y la pedantería. Y eso, a pesar de que el subtítulo (An Account of a Minor and Ultimately Even Negligible Episode in the History of a Very Famous Family, es decir, ‘relato de un episodio nimio y en última instancia insignificante en la historia de una familia muy famosa’) es un guiño maestro al lector que no sabría muy bien qué podría esperar.

El escenario es Corbin College, una ficticia institución universitaria sin brillo alguno en el entorno rural del oeste del estado de Nueva York. Ha llegado allí un joven estudioso de historia económica, Ruben Blum, de familia judía y casado con una mujer también judía. Tienen una hija, Judith, cuya mayor obsesión parece ser “repararse” la nariz. Blum traga con la mediocridad de sus compañeros y soporta las no tan veladas bromas antisemíticas que dejan caer en sus conversaciones el profesorado.

Para la familia Blum, Corbin es tedioso, pero sirve para vivir y pasar mayormente desapercibidos. Cuando el catedrático del departamento, el Dr. George Lloyd Morse, le encarga que presida un comité de selección para un nuevo puesto de profesor en historia medieval, Blum no sabe ni puede negarse. El candidato es Benzion Netanyahu y se presenta en casa de los Blum acompañado de su mujer y tres hijos varones: Jonathan, Benjamin e Iddo, que a los siete años todavía lleva pañales.

Poco antes de la entrevista que va a decidir si lo contratan, el profesor Netanyahu demuestra en pocos minutos que jamás se podrá adaptar a una universidad como Corbin (o ninguna otra universidad norteamericana, en realidad). Es un tipo terco y arrogante que no tiene interés alguno en la enseñanza. Tiene su propia agenda (sionista) y parece sencillamente querer un sueldo para poder vivir en los EE.UU.

Además, está su esposa Tzila, que ni domina el inglés ni tiene intención alguna de aprender a comportarse con cierto decoro en el país que los va a acoger. En las pocas horas que los procaces chicos Netanyahu pasan en la casa de los Blum, consiguen provocar una verdadera hecatombe.

A excepción de dos capítulos en los que Cohen inventa cartas que dos académicos nada afines a Benzion Netanyahu le dirigen para compartir sus puntos de vista sobre el candidato (ambas son un estupendo ejercicio de pedantería y sarcasmo), la novela es sumamente eficaz a la hora de regalarle al lector el relato de un suceso baladí pero repleto de momentos de brillante humor.

No todo el mundo parece compartir las ganas de crear algo tan humorístico como lo que ha escrito un judío de Atlantic City (Nueva Jersey). El autor de esta reseña, Patrick T. Reardon, es feroz en sus crítica negativa de la novela: «No creo que haya “una brillante gracia cómica” en tal escritura ni en tal historia. […] Es, simple y llanamente, ridícula. ¿Y con qué propósito?

El propósito, me parece, es conseguir que los lectores de izquierdas se sientan a gusto y cómodos en su posición de NO A NETANYAHU (o, por extensión, su postura de NO A MARJORIE TAYLOR GREENE y su NO A DONALD TRUMP)». (mi traducción). Como dirían mis hijos: chill, man. ¡Es solo una novela! Y es ciertamente divertida.

La publicó en 2022 De Conatus con el título de Los Netanyahus [sic], traducida por Javier Calvo. Si te apetece reírte, hazte con ella.

27 ene 2024

Reseña: The Little Red Chairs, de Edna O'Brien

 
Edna O'Brien, The Little Red Chairs (Londres: Faber & Faber, 2015). 299 páginas.

A un pueblecito del oeste de Irlanda (Cloonoila) llega un extraño. Es un hombre vestido de negro, luce una llamativa barba blanca y habla con acento del este de Europa. En poco tiempo se granjea la confianza de muchos de los habitantes del pueblo, incluso la del sacerdote local. Se instala y abre tienda como curandero y terapeuta sexual. Con sus dones y habilidades, su negocio atrae especialmente a las mujeres, entre ellas a Fidelma, una mujer casada de reputada belleza que no ha conseguido tener hijos con su esposo Jack, varios años mayor que ella.

El caso es que el extranjero, que se hace llamar Vlad, parece ser un hombre erudito, le sobra carácter y tiene un atractivo carisma para la mayoría de los y las jóvenes de la localidad. Su secreto, sin embargo, se revela mediada la narración. Se trata de un criminal de guerra fugado, un carnicero de la guerra de Bosnia.

¿Las tres caras del mal? Radovan Karadzic, criminal de guerra, cuando fue arrestado en noviembre de 1984. La foto la recuperó el fotógrafo Rikard Larma en 1992, quien la encontró en una papelera. O'Brien se inspiró en su huida de Austria y posterior arresto.
Antes de que la verdadera identidad del terapeuta se haga pública, Fidelma cede a la tentación de que sea el extranjero quien la impregne en un habitación de hotel lejos del pueblo. Es aquí donde la novela da un vuelco inmenso. Durante una excursión en autobús del club de lectores locales, la Garda irlandesa obliga a detener el vehículo y arresta a Vlad. Fidelma se queda atónita y no acierta a entender el riesgo que corre.

Al poco tiempo del arresto, aparecen en el pueblo otros tres extranjeros que buscaban a Vlad. A Fidelma la obligan a salir de casa y la secuestran. Lo que sigue es un episodio brutal, salvaje y horroroso. Fidelma pierde el bebé, pero salva la vida. Para sobrevivir, decide irse de Irlanda y escapa a Londres, donde sale adelante gracias a la bondad y la humanidad de varias emigrantes.

Así, la víctima del criminal de guerra y su pasado se convierte en heroína en Londres, cobrando la fuerza y la conciencia para rehacer su vida y enfrentarse al protagonista que encarnaba el mal y simulaba ser alguien que sanaba a las personas, entendía la poesía y la belleza del arte.

Algunas reseñas de la novela destacan su posible falta de cohesión y estructura porque hay constantes cambios de punto de vista narrativo; incluso se producen alternancias entre la primera persona con la tercera persona para un mismo personaje. Desde mi punto de vista, no obstante, la primera parte de la novela es un excelente compendio de cuentos y narraciones breves que presentan la variada riqueza que esconde un pequeño pueblo irlandés como el de esta historia. La asimetría enriquece antes que resta. Dada la llegada de un extraño al ecosistema humano de Cloonoila, O’Brien comparte las impresiones que causa Vlad en ellos y los ocurrentes intercambios en torno al curandero y sus inusuales costumbres.

Es un hecho innegable. The Little Red Chairs pasa de la comedia al horror en apenas unas páginas; también en la vida real se puede pasar de la completa felicidad al terror en pocos segundos. La novela aguijonea nuestra conciencia moral. Invita a hacerse preguntas difíciles. Por ejemplo: ¿Debemos desconfiar de los extraños? ¿Nos hacemos cómplices de un agente del mal cuando no aprendemos o no sabemos reconocerlo? ¿Hasta qué punto es la inocencia una excusa válida para no admitir la complicidad con el mal? En el caso de la protagonista de esta novela de O’Brien, la inocencia sufre y paga un precio demasiado alto.

Para mí, esta es una excelente novela corta, que vale la pena explorar. La publicó en castellano Errata Naturae como Las sillitas rojas (la traducción a cargo de Regina López Muñoz). Que jo sàpiga, encara no ha estat publicada en català.

16 ene 2024

Reseña: Trust, de Hernán Díaz

Hernán Díaz, Trust (Londres: Picador, 2022). 403 páginas.

Son pocas las veces que un escritor, al edificar por partes la historia que quiere contar, exige que sea el lector el que tiene que descifrar claves y acertijos y dar con las pistas que le ayuden a entender el todo de la propuesta narrativa. Si eres un lector o lectora que con gusto acepta ese tipo de reto, entonces Trust es una novela cuya lectura debes acometer lo antes posible. Pero también aviso: esta reseña contiene algunos spoilers.

Trust son cuatro “libros” (no por su longitud sino por su concepto). El primero es ‘Bonds’ (el primer juego de palabras de los muchos que Hernán Díaz incluye en el libro: bond relaciona las obligaciones financieras con los vínculos familiares) y lo escribe un autor ficticio, Harold Vanner. En él se cuenta la historia de Benjamin Rask y su mujer, Helen. Rask es un todopoderoso potentado económico que multiplica su fortuna con el desastre bursátil de 1929. En su versión de la historia, Vanner achaca a la perversidad del marido el decaimiento de la salud mental de Helen en lo que, a los ojos de Vanner, se convierte en una tortura, terminando en su internamiento y muerte en una residencia suiza.

El segundo ‘libro’ es la autobiografía de Andrew Bevel, multimillonario orgulloso de su aptitud para convertir el dinero en mucho más dinero a pesar de las crisis que afectan a otros. En esta segunda parte Hernán Díaz realiza una valiente apuesta: hace que la biografía de Bevel quede inconclusa, con marcadores de secciones que se deberían completar con datos, anécdotas, episodios o datos varios. Los paralelos entre la historia de Rask y la de Bevel son, en todo caso, muy evidentes.

La Bolsa de Nueva York. Fotografía de Jeffrey Zeldman, vecino de Manhattan.
En el tercer ‘libro’ aparece Ida Partenza (nótese que el apellido de este personaje, secretaria de Bevel, contratada en 1938 para ayudarle a escribir la autobiografía ꟷla segunda sección del libroꟷ se puede traducir como «desviación»). Es también una autobiografía, pero buena parte de ella se encamina a contarnos cómo Bevel confecciona, forja, manipula y fabrica la memoria de su esposa Mildred, fallecida recientemente. Lo mejor de esto es que Díaz adopta determinadas características del género de la novela detectivesca y de misterio y suspense para hacer añicos la narrativa que había construido hasta ese momento. Cuando Bevel fallece de modo completamente inesperado, Ida Partenza pierde lógicamente su trabajo y el proyecto de biografía del millonario.

El círculo de la novela se cierra con la cuarta sección, el diario secreto de Mildred que Partenza encontró en la casa de Bevel y que sustrajo poco antes de su muerte. El diario de la señora Bevel deja en evidencia al marido, mostrando que era ella la que poseía la inteligencia y las dotes matemáticas para enriquecerle a él.

En una entrevista titulada “El dinero es una ficción” a Milenio, Díaz observa que «en las grandes epopeyas del capital hay gente que tiene un megáfono y una voz que se proyecta ensordecedoramente en todos los ámbitos de la sociedad, y hay otra gente que ha sido desplazada y amordazada, y entre esa gente me interesaban las voces de las mujeres que habían sido ignoradas en la historia del capital». Para llevar a cabo esa denuncia, el autor arriesga mucho: opta por hacerle creer al lector una versión del pasado, pero a medida que avanza la novela desmonta esa versión con mucho ingenio y exquisito estilo. No es únicamente el dinero lo que es ficción: también puede serlo el pasado si uno tiene tanto poder como pueden concederle el dinero y el sistema socioeconómico reinante.

El libro fue premiado con el Premio Pulitzer de 2023 y, lógicamente, se tradujo rápido, el mismo año. Curiosamente, tanto la versión en castellano (Fortuna, en Anagrama, con traducción de Javier Calvo) como la versión en catalán (Fortuna, en Edicions del Periscopi, amb traducció de Josefina Caball) obvian el juego de palabras del título original en inglés. ¿Puede uno fiarse? No olvides lo que reza el lema oficial de los Estados Unidos: In God We Trust. Cosas del mercado editorial, supongo.

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