22 feb 2025

Reseña: Godwin, de Joseph O'Neill

Joseph O'Neil, Godwin (Londres: 4th State, 2024). 277 páginas.

El llamado deporte rey es el motivo empleado como telón temático de fondo de esta peculiar obra del turco-irlandés O’Neill. Y en realidad, es un pretexto para crear una deliciosa novela a dos voces con una intención de denuncia del colonialismo contemporáneo que es la industria internacional del futbol profesional.

Aviso: esta reseña contiene spoilers. El año es 2015. Mark Wolfe trabaja como escritor técnico dentro de una cooperativa. Lo suyo es escribir solicitudes para becas de investigación, literatura médica, guías de consulta y referencia técnica, etc. Pero hay que no termina de compensarle, y se enfrasca en una fuerte discusión con el conserje.

En verdad, Mark está padeciendo ese hastío inherente a la percepción de que el mundo se encuentra colmado de estupidez: «Me refiero a la estupidez moderna, o sea, una estupidez que es intencional, comunicable y extrañamente codiciosa, y que está aumentando en todas partes a tal ritmo que a veces pienso que no son únicamente los polos glaciares los que se derriten: hay también un continente indetectable de estulticia congelada que se está fundiendo». (p. 17, mi traducción)

La Cogerente de la cooperativa, Lakesha, le sugiere que se tome un par de semanas de asueto y descanso. El momento coincide con una llamada de auxilio de su medio hermano Geoff, que vive en Londres y que sueña con convertirse en ojeador, descubrir al siguiente Messi y ganar una fortuna que le permita vivir de rentas para el resto de su vida.

Aunque Mark no se habla con la madre de ambos, accede a cruzar el Atlántico y echarle un cable al hermano, quien se ha roto una pierna y no puede viajar. La misión de Mark es sencilla: Ir a Francia, encontrar a un viejo ojeador de futbol llamado Lefebvre y mostrarle un video de un partido en el que se ve a un quinceañero de Togo al que llaman Godwin. Lefebvre tiene que confirmar que se trata de Godwin, ese portento futbolístico del que creen que obtendrán una fortuna en un futuro.

Lefebvre le asegura a Wolfe que Didier Drogba fue su gran descubrimiento.
Drogba con la camiseta del Chelsea el día 23 de agosto contra Leicester City. Fotografía de Brian Minkoff-London Pixels. 
Una vez en Francia, tras varios episodios que le confirman su creencia del estado general del mundo en la segunda década del siglo, Wolfe cree detectar que el francés ha reconocido al prodigio togolés, firma un contrato con Lefebvre y se dispone a embarcarse en la aventura de viajar a Benín, no a Togo, con Lefebvre. Cuando despierta a la mañana siguiente, Lefebvre ha desaparecido. También el contrato que habían firmado la noche anterior, de gran consumo etílico, por cierto. De manera que decide regresar a Pittsburgh.

Entretanto, en la Cooperativa se ha producido una remodelación en el esquema de liderazgo. Sin comerlo ni beberlo, Mark se convierte en Gerente, junto a Lakesha, gracias a los votos por poder que ha conseguido Edil. Ella encarna la maldad, según Lakesha. Poco después, Edil acusa a ambos cogerentes de prácticas corruptas. Si crees que el argumento se va por los cerros de Úbeda, no temas: la narración de Lakesha es tan absorbente como la de Mark. Y todo va a confluir de una modo inesperado.

Transcurrido cierto tiempo, Lefebvre un atardecer aparece en Pittsburgh y llama a la puerta de la casa de Mark y su esposa Sushila. Lo que sigue es un largo, a ratos hilarante, capítulo narrado por un irritadísimo y cáustico Mark. El francés habla y bebe, bebe y habla, y habla un poco más. Tras una larga arenga sobre la pobre situación del futbol en los EE.UU., lo malo que es el futbol femenino, sus muchos viajes a África y sus grandes conocimientos de la historia del balompié, procede a contarles que sí, que encontró a Godwin, en Benín. Que es tan bueno como suponían tras ver aquel video. Y que ha sido la madre de Mark, Faye, y su hermano Geoff, quienes se les han adelantado en el fichaje del muchacho.

La sorpresa mayúscula es que, para poder llevar a Godwin a una academia de futbol donde el chico se desarrolle como futbolista y persona, la madre lo ha adoptado.

En la parte final es Lakesha la que cuenta el cómo, el cuándo y el porqué de que sea ella quien finalmente se convierte en tutora pro tempore de Godwin. Toda la familia Wolfe muere en un accidente de aviación camino de Benín, Lefebvre se hace cargo de Godwin y Sushila convence a Lakesha para que participe en el proceso de convertir a Godwin en jugador de futbol.

El tema subyacente es, naturalmente, la explotación colonialista del capital humano de jóvenes cuyas destrezas los hacen candidatos para una explotación cruda. La realidad es que son muchísimos los jóvenes del tercer mundo que sueñan con triunfar en las grandes ligas europeas, pero solamente un par de puñados de ellos se hacen verdaderamente ricos. El futbolista es mercancía humana. Wolfe cree ver en Godwin una oportunidad de aventura, una escapada que le signifique su granito de arena para reducir esa estupidez planetaria que desprecia, pero cae en la tentación que crea el dinero fácil del legado postcolonial que supone la explotación de esos jovencísimos jugadores. O’Neill hábilmente sitúa el lugar donde Lefebvre encuentra a Godwin en la misma playa donde apenas doscientos años antes los esclavistas cargaban los barcos con destino a América repletos de jóvenes africanos capturados.

Un libro audaz y brillante, una historia bien contada, en parte con un humor agrio, en la voz de Mark Wolfe, y en parte con fría seriedad, en la voz de Lakesha. De momento, no ha sido traducido.

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