28 dic 2017

Jordi Coca's En caure la tarda: A Review

Jordi Coca, En caure la tarda (Barcelona: Edicions 62, 2011). 222 pages.

Who is Miquel Gironès, and what does he do on Earth? Unless the two foregoing questions raise a modicum of curiosity in you, read no more.

For Gironès, in terms that everyone understands almost immediately, is basically a loser. A sixty-odd-year-old, grossly overweight Catalan businessman, who is bored to death with both himself and the life he leads. Quite possibly, a Fascist, too.

Gironès has arrived home from yet another week of work. Barcelona has been drenched with rain for the last few hours, so his shoes, socks and trousers are soaked and changing into dry clothes has become such a drag for him, it almost makes you feel sorry for him.

Except that it does not. Not then, not ever. And what’s more, a perverse reader might even rejoice when Gironès finds he has left the car lights on and has to yet again walk in the blasted downpour to turn it off. Off you go, sodden sod!

Through over 200 pages Coca provides a detailed account of Mr Gironès’s remarkably mediocre life. The only son of a doctor and his unexceptional wife, Miquel never stood out either as a student or as a sportsman. He’s a man of his times: insecure, uneducated, full of racist and misogynistic prejudices, quickly approaching a likely painful death. As soon as he gets home, he turns on the tele. Rather than cooking himself a healthy dinner he prefers to drink a can of beer and try and deceive his stomach with a tiny tub of yoghurt.

The bulk of the narrative is made up of his interior monologues, his twisted thoughts on the past. And what sort of a past can such a mediocrity have? This is where En caure la tarda certainly gains traction. We learn that Gironès did have a wife, Ester, who kind of adored him at the beginning. However, things soon started changing. Gironès fancied Ester’s sister, Agnès, and she kind of obliged. Somehow his wife found out, they were arguing while driving somewhere and an accident happened. That was 30 years ago. Ester died at the scene. Agnès stayed around for a while until her conscience dictated she had to kick him out of her life.

For over thirty years Gironès has been living a lie, but he feels little remorse over this. If anything characterises him, it’s his laziness, his unwillingness to make any effort at all to change things for himself. Jordi Coca’s skilful depiction of Gironès renders him as a ridiculously pitiful, overindulgent and spineless wimp.
Yes, ‘cause the way I go about my life, everyone’s telling you stories. Nonsense, gossip, most of it in any case spares you the need to read. There's no need to read anything. News flies past so fast. Nowadays everyone’s up to date with everything through everyone else’s comments. Culture, which Agnès liked so very much, has turned into shit. She liked to show off about culture. Let all poets kill themselves! The vast majority of paintings in the most prestigious museums are completely worthless. Straight away Gironès would admit to himself that he enjoyed this kind of verbal terrorism.

"Yes, because I harm nobody, no one starves because of what I think. And here, in the bathroom, in this tiny space, seeing my massive face in the fogged-up mirror, is where I best articulate my brilliant ideas on the world. If I was able to press the little button that would make everything blow up, would I do it? If for a moment I was God and I had the possibility of erasing the whole of creation itself, life and everything that exists, those galaxies that are light years away, what we can see and what we cannot, if I could restore the void, would I? Yes, I think so, boooommm!!!! My image would vanish from the mirror, the street would disappear, to hell with the migrants and all those annoying people, politicians and bankers being blown to pieces, doctors painfully disintegrating, planets and stars exploding just like soap bubbles, a thorough clean-up, leaving just the emptiness, the silence…” (p. 217, my translation) Fotografía: Traquair
The novel alternates between first and third-person narration, which makes the story flow more smoothly than if a first-person only approach had been used. Even so, many ideas and episodes of Gironès’s life are repeated all too often, which slows down the minimum plot there is.

Many questions may nevertheless arise for a conscientious reader. Did Jordi Coca have in mind any actual person known to him when creating Miquel Gironès? How much of a Gironès does each of us have? And since it is out of the question for us readers to feel pity for him, should we really recommend En caure la tarda?

While I cannot answer the first two, I would not hesitate to mention Jordi Coca’s book to anyone who enjoys serious literature and can keep a safe, sane distance between themselves and the protagonists of fiction.

24 dic 2017

Reseña: Amnesia, de Peter Carey

Peter Carey, Amnesia (Melbourne: Penguin, 2014). 377 páginas.

Olvidar, todos olvidamos algo (o mucho) con el paso de los años. Pero cuando el conjunto de la sociedad borra de su memoria colectiva sucesos y hechos decisivos, difícilmente esa sociedad pueda encontrar las pautas de progreso que puede necesitar. La amnesia a la que Carey hace referencia es la relación de Australia con la superpotencia norteamericana. En 1975, el gobierno de Gough Whitlam fue defenestrado tras una oscura trama palaciega en la que los EE. UU. jugaron un papel determinante.

El protagonista de Amnesia es un periodista de mediana edad ya en el declive de su carrera profesional: Felix Moore (sus compañeros de profesión se burlan de él con la coletilla ‘Moore-or-less correct’) recibe la visita de un empresario, Woody Townes, que le ofrece dinero para que escriba la biografía de la joven hacker (otros la llamarían ciberactivista) Gaby Baillieux, a quien las autoridades estadounidenses atribuyen la creación de un programa informático ("Angel Worm") diseñado para liberar a solicitantes de asilo encarcelados en las instalaciones australianas, pero que debido a las conexiones corporativas existentes infecta también los sistemas de EE. UU.

Habiendo perdido recientemente un caso de difamación y obviamente arruinado, a Felix la oferta le viene de perlas. Lo que no sabe es que se ha embarcado una larga odisea que le va a llevar de Rozelle, un barrio de Sydney, al rascacielos más llamativo del horizonte de Melbourne, luego a una casa en el campo de Victoria, y de allí ser trasladado a un islote en el estuario del río Hawkesbury al norte de Sydney, y finalmente a un motel en Katoomba, en las Montañas Azules. Todo un peregrinaje por la costa oriental de Australia, pero ¿huyendo de qué o quiénes? ¿Están protegiendo a una ciberterrorista a la que quieren extraditar las autoridades?

'Ni Celine ni Woody me habían dicho que tenía que quedarme en la Torre Eureka, y sin embargo, su silencio, mientras accedíamos al edificio más alto de Melbourne, parecía confirmar que ésta sería mi casa. Al pasar el piso número cincuenta, los oídos se me taponaron, Mientras seguíamos ascendiendo, experimenté un placentero murmullo en la nuca, una muy particular excitación que llega, inevitablemente, cuando a uno lo arrojan a una situación decadente sin que sea en modo alguno culpa suya.' (p.40, mi traducción). Fotografía de MelbourneStar, 2017.
Gaby es la hija de Celine Baillieux, a quien Felix conoce desde su juventud. En la primera parte de Amnesia, Felix es el narrador que rememora sus años universitarios y sus escarceos amorosos con Celine. Para enmarcar el relato subversivo de Gaby en un aura de heroína australiana, Felix retrocede en la historia hasta las circunstancias en las que la abuela de Gaby, Doris, salió del Brisbane de la II Guerra Mundial, embarazada tras sufrir una violación a manos de un soldado estadounidense. Carey aprovecha este relato para situar al lector en la llamada Batalla de Brisbane de 1942, cuando soldados australianos y estadounidenses se enfrentaron en las calles de Brisbane en una serie de algaradas y choques violentos.

No es la primera vez que Carey trata el tema de la equívoca relación de aliados que Australia ha tenido con EE. UU. a través de las décadas: ya lo hizo en The Unusual Life of Tristan Smith (1994). En Amnesia, sin embargo, la denuncia es más explícita:
“En nuestro principio estuvo nuestro fin. Nuestra victoria [esto es, la de Whitlam] desencadenó una operación encubierta cada vez más intensa que finalmente acabaría con el gobierno electo y lo apartaría del poder.Después se diría que había sido la recesión mundial la que había destruido el gobierno de Whitlam. Está claro que no ayudó. Pero Nixon ya había hecho a Marshall Green su embajador antes de que golpease la recesión. Marshall Green era el mismo tipo que había supervisado los golpes de estado en Indonesia en 1965 y en Camboya en 1970.¿Por qué no vimos lo que el nombramiento del experto en golpes representaría para nosotros? ¿Porque el pez piloto cree que nadar al lado del tiburón es algo seguro? ¿Porque nosotros no éramos Chile? ¿Porque pensábamos que era nuestro país y que podíamos hacer lo que quisiéramos en él? Nuestros recién elegidos representantes podían de hecho realizar una incursión en nuestros propios servicios de seguridad y leer toda la desinformación que había en sus archivos secretos. ¿A quiénes pertenecían esos servicios de seguridad? Los norteamericanos pensaban que a ellos. Nosotros sabíamos que eran nuestros. Nos emocionaba ver las bóvedas de ASIO abiertas a la intemperie.Fuimos ingenuos, por supuesto que sí. Seguimos pensando en los norteamericanos como aliados y amigos nuestros. Los criticábamos, claro que sí. ¿Por qué no? ¿Acaso no los queríamos? Cantábamos sus canciones. Nos habían salvado de los japoneses. Sacrificamos las vidas de nuestros amados hijos en Corea, y después en Vietnam. Nunca se nos ocurrió que se cargarían nuestra democracia. De modo que cuando sucedió, a la vista de todos, nos olvidamos de ello inmediatamente.” (p. 136-7, mi traducción)
No obstante, Amnesia se centra en otros temas que ahora en (casi) 2018 siguen, en demasiados casos, aparcados, si no en la inacción, sí en la indiferencia general: La corrupción (que sin llegar a las colosales dimensiones en las que tiene lugar en otras tierras, sigue ocurriendo). El abuso del poder. La humillación y marginación de los pueblos indígenas. El deterioro del medio ambiente y la extinción de especies. La encarcelación y denigración injustificada y falsaria de los ya pocos solicitantes de asilo que llegan a nuestras orillas…

Sobre los aspectos más puramente literarios de Amnesia, puedo decir que es una narración algo caótica, especialmente en la segunda mitad, en la que los puntos de vista narrativos se enmarañan y pueden enredar al lector más atento. Pienso que Carey no quiere ofrecerle misericordia alguna al personaje/narrador Felix Moore, quien va construyendo su relato sobre la base de unas cintas grabadas por Celine y Gaby, escribiéndolo en una Olivetti, tras haber sido abandonado en una casucha en medio de un islote, sin inodoro, sin apenas comida, pero con mucho vino peleón para que le inspire.

Como suele ser habitual en Carey, los personajes sobresalen por encima del armazón de la novela. Woody Townes destaca por encima de todos: un carácter redondo (en todos los sentidos de la palabra), bufón y siniestro a un tiempo, que trata de manipular a Moore con su dinero y su red de influencias de gran calado.

Amnesia es una obra cuya esencia es absolutamente australiana, tanto como True History of the Kelly Gang, y también se inscribe en la larga trayectoria creativa de Carey y su insistencia en jugar con los maleables límites entre ficción y verdad. Por ejemplo, hace coincidir la fecha de nacimiento de Gaby con la destitución de Whitlam (11 de noviembre de 1975), para luego profundizar en los eventos y tendencias que influyen en su formación dentro de una familia de la tradicional izquierda laborista australiana, que no sale bien parada en la historia.

16 dic 2017

Reseña: La hora difícil, de Ricardo Steiner

Ricardo Steiner, La hora difícil (Lobos: Cien kilómetros, 2011). 82 páginas.
Esta brevísima colección de cuentos del argentino Steiner parece quedarse en bien poco. Son tan solo seis relatos, muy cortos todos ellos, pero se tratan de relatos intensos, impregnados de una inquietante visión del mundo. En el que abre el librito y que le da el título, Martín rememora las circunstancias vitales que rodearon su relación con su amigo Orlando y el fatal resultado final de esa relación. Dice Martín en el día en que entierran a Orlando: “Todas las horas son la misma hora, menos hoy. Hoy es la hora difícil.” El relato termina con una entrada en el diario de Martín (o una nota mental que se hace a sí mismo) en la que se apremia a comprar una droga en la farmacia que disolverá en la comida de sus hijos y esposa antes de abrir la manija del gas al máximo.

‘El patíbulo’ es un brevísimo relato (tres páginas) en el que un condenado a muerte confiesa sus terrores. No es el miedo a la muerte (simbolizado en el Muro frente al cual los guardias del pelotón de fusilamiento realizan el Pase de los penados) sino el terror a la condena, a la ausencia de posibilidades de evitar el paso inexorable de un tiempo sin esperanza.

"El campo se extendía frente a nosotros sin miedo a perderse, la llanura desigual parecía cubrirlo todo.", de 'Las manos de un hombre' (p. 44-5). Fotografía de Mushii (2007)
A este le sigue ‘Las manos de un hombre’, que cuenta la historia de Tenorio, cuyas “manos acusaban el doble de los años que el hombre llevaba encima” como consecuencia de “una vida difícil”. La historia la narra el compañero de faenas de Tenorio tras la muerte de éste: ambos habían partido a caballo cruzando el campo abierto, el inmenso vacío de La Pampa, rumbo a una estancia donde debían trabajar. Pero por alguna razón desconocida, al llegar al lugar donde debía estar la estancia, el lugar se ha desvanecido. Desorientados y desesperados por la caída de la noche, Tenorio y el narrador se separarán, con terribles resultados.

El cuarto relato lleva por título ‘Donde el azar la olvidó’. Con un planteamiento estructural bastante similar al anterior, el narrador nos avisa de que cuando sube al auto con su amigo Cécil, tiene el presentimiento de que se van a matar. Esa idea queda pronto contradicha por la noción de que su amigo sabe maniobrar con pericia. “La idea de que nos matábamos se fue muriendo con los kilómetros; el día se iba muriendo con los kilómetros; nosotros nos íbamos muriendo con lo [sic] kilómetros…” (p. 56). La predestinación es evidente: tras detenerse en una suerte de venta en mitad de ninguna parte para comer algo, al salir del comedor se encuentran que el auto ha desaparecido. Sorprendidos, deciden esperar al tren para regresar a la ciudad. La narración regresa entonces a un punto anterior, al momento del presentimiento y las dos ideas contradictorias que vuelven a coexistir.

Los dos últimos cuentos de este volumen no ligan con los anteriores. ‘Ecuaciones’, el último del libro, es una detallista disquisición en torno a las probabilidades y las coincidencias. El que le precede, ‘Mi nombre, mi lugar’, sitúa a una mujer en septiembre de 1939 en el puerto de Vigo, a bordo de un buque camino de Buenos Aires, camino de una nueva vida, rumbo a la posibilidad de reconstruirse.

Steiner no esconde su inspiración ni sus espejos literarios: La hora difícil contiene en sus epígrafes citas de Rulfo, Cortázar, Borges y Asturias, entre otros. La veleidad de la muerte, el misterio del azar y los misterios cotidianos que con frecuencia nos laceran la vida irreparablemente son los temas que preocupan a Steiner.

Mi agradecimiento al ‘turco’ Anad por prestarme este librito.

1 dic 2017

Reseña: The Butt, de Will Self

Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.

El estadounidense Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin importancia.

Aparentemente solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de aplicación.

Tom organiza el regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh; por si acaso, que quede claro.

En su viaje Tom habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un ¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso: quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más que entretenga al lector.

La cuestión, a fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp.
Self vuelve a demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la novela, y ninguno sale bien parado.

Con personajes tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie, o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y profesional, The Butt tiene todos los elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.

14 nov 2017

Han Kang's The Vegetarian: A Review

Han Kang, The Vegetarian (London: Portobello Books, 2015). 183 pages. Translated from the Korean by Deborah Smith.
The number of articles and essays outlining the ever-increasing risks of eating the meat of chickens and other animals that are being treated with antibiotics and/or chemical substances is alarming. The presence of microplastics and fibres in ocean-caught fish has been proven and is yet another threat to any attempts to live a healthy life. Even the most widely used herbicide, glyphosate, appears to leave dangerous levels of residues in vegetables and fruits. It’s enough to drive one crazy, isn’t it? Should we eat only what we grow ourselves? Should we eat anything at all?

The premise of Han Kang’s novel is not too dissimilar: Yeong-hye, married to boring office worker Mr Cheong, wakes up one morning after having had a dream. Hers is nothing like Martin Luther King’s, though. Whatever her dream may have been, what it means is that she will no longer eat meat. The couple’s fridge and freezer are promptly emptied of all meats and fish (much to her husband’s wrath). When a few days later they have to attend a corporate dinner with the families of his bosses and other employees, Yeong-hye refuses to eat and is disparaged and sneered by every person at the table.

Her own family cannot understand or even accept why she has turned vegetarian. During a family reunion, Yeong-hye’s father reacts violently to her refusal to eat the many dishes that have been prepared. After he tries to force-feed her, she slashes her wrists. The commotion is of course huge, and as a result her marriage will soon be over. Yeong-hye goes down in a spiral of violence, psychosis and suicidal thoughts compounded by anorexia.

The novel is in fact a series of shorter narratives. The first one is narrated by Cheong in the first person; this provides the story with a rich point of view while allowing Kang to depict Korean society as coldly patriarchal and man-centred. Cheong describes his vegetarian wife as unattractive and uninteresting when he met her, reasons for which he sought to marry her. Go figure.

The second part is narrated in the third person, and tells of how Yeong-hye’s sister’s husband, an unsuccessful visual artist, convinces her to get her whole painted with flowers and act, together with a colleague of his, in a profoundly erotic video. When her brother-in-law suggests they perform actual sex, his colleague feels insulted and leaves. Yeong-hye shows enthusiasm for the sensations flowery skin arouse in her, so he gets painted by a former lover and returns hours later to film the sex video. They are found a few hours later by the artist’s wife and Yeong-hye’s sister. A birthmark in Yeong-hye’s buttocks gives this second part the title: ‘The Mongolian Mark’.

The third and final part adopts the protagonist’s sister’s point of view. Some time has passed since her sister kicked out her artist husband, and Yeong-hye is now in a residence for mental patients. She now refuses to eat: nothing at all will make its way into her stomach and an intravenous drip has been attached to her emaciated and fast-deteriorating body.

This is not a story about vegetarianism, which in any case is always a completely respectable ethical choice these days. The Vegetarian shows the clash between a dreadfully traditional society and the search for personal freedom of a woman trapped within the strictures of such a society. It is also a thought-provoking tale on death and the right to put an end to one’s life. Although there is no actual justification for Yeong-hye’s stubborn descent into emaciation and physical and mental ruin other than her insistence on avoiding contact with animals and loving trees, the question is asked: why is dying such a bad thing?

Personally, I’ve never given vegetarianism much of a thought. I still remember the most delicious bife con papas I’ve ever had, in a place called Energía in the province of Buenos Aires. If only all meats were this good!
The place is called Energia. The beef was superb! Photograph by
luis1977. 
The Vegetarian was awarded the 2016 Man Booker International Prize for literature translated into English. If you feel like reading further about it, I recommend this insightful article by Tim Parks, who raises some meaningful questions about Deborah Smith’s prized job. Naturally, the book has now been translated into many other languages. But is it really such a worthy winner? Hard to say.

11 nov 2017

Reseña: She Will Build Him a City, de Raj Kamal Jha

Raj Kamal Jha, She Will Build Him a City (Londres: Bloomsbury, 2015). 339 páginas.
Delhi, la milenaria capital de la India, es el escenario de esta curiosa amalgama de historias sobre las vidas de muy diferentes personajes que se relacionan únicamente de manera tangencial entre ellos. Son además personajes sin nombre en una inmensa ciudad cuya área metropolitana ha rebasado ya los 25 millones de habitantes: Hombre, Mujer y Niño constituyen los tres principales ejes narrativos, en episodios tejidos dentro de una más amplia estructura narrativa que a ratos me ha recordado al John Dos Passos de la trilogía USA.

¿Quiénes son? Niño es un bebé abandonado a las puertas de un orfelinato, y al que los gestores de la institución deciden bautizar como Huérfano. En su difícil vida cuenta con dos protectores: la cuidadora del orfelinato, Kalyani, y una perra callejera que se lo lleva cuando el edificio del orfelinato se derrumba durante una tormenta. Mujer es una viuda, madre de una joven que ha huido de casa y cuenta la historia de su vida mientras reza para que la chica regrese. Hombre es un rico psicópata encaprichado con una niña vendedora de globos, cuyo fantasma le incita a volver a asesinar.

El tren se detiene, levantando una ola de aire caliente que surge del túnel y sube hasta el andén. Se abren las puertas, sale la gente desparramándose por la estación. Un olor como de verduras putrefactas, a pan y plátanos que se hayan echado a perder.
A muerte y humedad.
El poeta Gieve Patel es también pintor. Suyo es Hombre bajo la lluvia con pan y plátanos (óleo sobre lienzo, 2001). Es su pintura favorita porque el hombre del cuadro se parece a su padre. Los mismos ojos tristes, las mismas viejas gafas.
Próxima estación: Patel Chowk; las puertas se abrirán a la derecha. Cuidado con introducir el pie entre coche y andén.
Doce paradas más hasta que llegue a casa en el Complejo de Apartamentos, en Ciudad Nueva.
Hombre se queda de pie, y cierra los ojos. (p. 8, mi traducción)
Gieve Patel, Man in the Rain with Bread and Bananas, 2001.


El autor busca mostrarnos a través de estos episodios y viñetas cómo es la realidad en el corazón de Delhi. Pero lo hace introduciendo elementos fantásticos y surrealistas: el gran centro comercial en el centro de la Nueva Delhi es el lugar donde los niños de la calle se reúnen durante la noche a jugar y comer los restos de comida basura que encuentran en las papeleras que no hayan sido vaciadas, y en el interior del complejo de multicines Europa vive una mujer llamada Violets Rose (anagrama de Love Stories) que se hará cargo de Huérfano cuando la perra Bhow lo lleve al gran complejo comercial. Frente a la casa de Mujer aparece entre la niebla una gigantesca figura femenina de cuatro metros de estatura que trata de consolar a la viuda.

Una narración fragmentada en hilos argumentales que se cruzan, sin nunca llegar a confluir en uno solo, She Will Build Him a City me sorprendió con su lenguaje ligeramente mordaz y la dinámica sucesión de episodios. El conjunto, tras la lectura del libro, se ve como una sombría fábula de la India urbana de principios del siglo XXI, en una ciudad donde las autoridades se han visto obligadas a
cancelar las clases en las escuelas primarias por los peligrosos niveles de contaminación atmosférica. Los momentos más memorables de la novela son aquellos en los que interactúan individuos de las élites millonarias con sus subordinados.

Al deshumanizar a los personajes principales, Raj apuesta por encuadrar su historia en una escala que sobrepasa con creces todo lo humano. Las gigantescas dimensiones de los edificios modernos se contraponen al rickshaw del padre de Kalyani, quien apenas gana suficiente para comer lo básico en un oficio que, en pocos años, va a llevarle a la muerte por el aire viciado en el que tiene que trabajar. 

She Will Build Him a City estuvo seleccionada en la lista corta de los libros candidatos al Premio DSC de Literatura del Sur de Asia de 2016.

22 oct 2017

Reseña: El Sistema, de Ricardo Menéndez Salmón

Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema (Barcelona: Seix Barral, 2016). 327 páginas.
La palabra sistema (del griego σύστημα ' reunión, conjunto, agregado' — identifica una serie de reglas, estamentos y procedimientos que disponen el funcionamiento de un grupo o colectividad, o en términos generales, la sociedad. En esta novela de Menéndez Salmón, el Sistema es un conjunto (un archipiélago, nos dice el Narrador, el protagonista de El Sistema) en el que hay dos grupos enfrentados. Por una parte, los Propios del Sistema, autoerigidos en legítimos defensores de la civilización; como en toda narrativa que se precie debe haber un antagonista, en este caso ese papel corresponde a los Ajenos, exteriores, bárbaros, peligrosos. Nosotros y ellos. Nada nuevo bajo el sol.

El Narrador lleva cinco años trabajando en una Estación en la costa de una isla llamada Realidad. Su misión es vigilar el litoral y avisar al Sistema de cualquier incidente, especialmente el avistamiento de Ajenos, personas cuya ideología es contraria al Sistema y busca socavarlo. Cuando llegan dos ingenieros que instalan una Caja a la cual le prohíben acceder al Narrador, las cosas empiezan a cambiar rápidamente. Con el paso de los días, el Narrador se derrumba; tras un tratamiento médico, regresa a la Estación y es testigo de la llegada de Ajenos, pero no la reporta. Le asignan un compañero llamado Buena Muerte, comprueba con incredulidad cómo se distancia de su familia y finalmente abandona su puesto.

Un estupendo puesto de vigía para pasar un finde. Acantilados cerca de Garie Beach, al sur de Sydney. Fotografía de Timothy M Roberts.
El resto de la esquematizada trama es una extraña odisea del Narrador, quien es internado en una Academia del Sueño hasta la caída del Sistema y la invasión de Realidad por parte de los Ajenos. De allí se embarca con su celador/doctor, Klein, en una gabarra infernal que los Ajenos conducen hasta el Gran Norte y finalmente hasta otra isla donde hay una absurda estructura arquitectónica denominada la Cosa.

El Sistema es una densa novela de ideas. Son muchas (y desde luego, muy buenas) las que explora el Narrador. Pero son tantas que en ocasiones la estructura novelística se resiente. Menéndez busca examinar el deterioro de la sociedad posmoderna que, según parece, estamos viviendo en estas primeras décadas del siglo XXI. La sociedad que el Sistema defiende por todos los medios — sean lícitos, limpios o justos no parece importarle a nadie — es sin duda ignominiosa, pero no tan distante de la que ha producido, por poner un ejemplo palpable, un 50% de paro juvenil en esa “isla” que Menéndez da en llamar Realidad y que tanto ha defraudado a una generación entera de sus ciudadanos.

El Narrador se ve desde un principio como pieza del mecanismo del Sistema, y sus actos subversivos se recogen en tres cuadernos, que corresponden a las tres primeras partes de El Sistema. En sí, la novela es un gran juego metaliterario — además de las citas que el autor recoge en la nota final del libro, hay una infinidad de ecos literarios, que divertirá sin duda a quien le atraiga esa clase de pasatiempo.

A mi parecer, esta novela del autor de Derrumbe tiene dos problemas. El primero es, obviamente, la patente trabazón conceptual del empeño del autor: son tantas las ideas que la trama se atasca en ellas. El segundo lo identifico en la decisión deliberada del autor de escoger tres puntos de vista para cada una de las cuatro partes. La primera, ‘En la Estación’, nos presenta al Narrador a través de la tercera persona. En la segunda, ‘En la Academia del Sueño’, el Narrador nos habla en primera persona. Ese salto no debiera ser tan importuno si en las otras dos se mantuviera algún atisbo de coherencia. Pero no es así: en la tercera parte el Narrador se habla a sí mismo en segunda persona, un recurso efectista, pero en mi opinión poco exitoso. Por último, en la cuarta parte, ‘En la Cosa’, la narración vuelve a la tercera persona con una voz omnisciente. Si lo que buscaba Menéndez Salmón era sembrar el caos, no hay duda de que se ha acercado al objetivo. Pero su novela flaquea como resultado de esos vaivenes.

La interminable curiosidad por conocer.... y conocernos.
Clave para la interpretación de la novela resulta el cuadro de Rembrandt La lección de anatomía del doctor Tulp. Pienso que Menéndez identifica el cuadro — esto es, la representación artística — como concreción de la belleza en tanto que máxima creación humana. El tema de fondo de El Sistema sería pues la regeneración de la humanidad. En todo caso, esta novela no deja un buen sabor de boca: a ratos uno no tiene claro si está leyendo ficción o un tratado de literatura filosófica. Quizás algún día el Narrador nos lo pueda explicar, pero lo dudo.

14 oct 2017

Reseña: Men in Space, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Men in Space (Nueva York: Vintage, 2012 [2007]). 293 páginas.
En la reseña que colgué aquí hace unos meses de C, la segunda novela de Tom McCarthy, dije que no había podido leer su primera, Men in Space, porque no se encontraba en la biblioteca local. Apenas horas después de publicar la reseña, rellené el formulario en línea que la red de Bibliotecas Públicas de Canberra tiene para sugerencias de los usuarios para adquisiciones, y en un par de semanas… ¡equilicuá! Realmente, los canberranos somos privilegiados por tener estas excelentes bibliotecas tan cerca.

La primera obra de McCarthy, según admite el autor en la página de reconocimientos que sigue al texto, nació a partir de varios textos medio autobiográficos que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en algo de mayor enjundia. La novela se desarrolla en su mayor parte en Praga, en los meses anteriores a la división de la antigua Checoslovaquia en dos estados, suceso – en todos los sentidos de la palabra – que algunos debieran tener presente antes de juzgar precipitadamente otros eventos de – perdón por el cliché, pero en este caso es más que apto – rabiosa actualidad.

Nick Boardaman (nombre suena muy cercano a ‘borderman’ (¿Una especie de centinela fronterizo quizás?) es un joven inglés graduado en Bellas Artes, que está viviendo por cuatro chavos en Praga mientras espera confirmación de una oferta de trabajo en Ámsterdam. Para permitirse unas cuantas copas más, trabaja de vez en cuando posando desnudo para estudiantes checos de arte. En ese entorno conoce a mucha gente: jóvenes artistas, artistas consagrados, representantes, refugiados, y otros expatriados europeos y estadounidenses.

El hilo conductor de esta narración deliberadamente disociada y fragmentaria es una pintura bizantina, un icono robado en la capital búlgara Sofía. Anton Markov, árbitro de fútbol retirado que tiene conexiones con una mafia búlgara, convence a un artista local, Ivan Manasek, para que haga una reproducción del cuadro. Ivan le tiene alquilada una habitación a Nick, y por la casa pasan toda una serie de personajes bohemios, algunos más extravagantes que otros, y por supuesto figurantes de todo tipo.

Por encima de todo esto hay dos niveles: por un lado, la policía secreta que le sigue la pista al cuadro robado; y por otro (el título no es una casualidad) el cosmonauta soviético que quedó varado en su nave en el espacio tras la desintegración de la URSS (historia que me hizo recordar al protagonista de ‘L’home més sol del món’, en Contes russos, el divertidísimo cuento de Francesc Serés, quien apenas hace una semana mandó, con toda la razón, al ya claramente reaccionario EL PAÍS a freír espárragos. ¡Bien hecho, Francesc!

Men in Space está narrada desde múltiples perspectivas, con varias voces narrativas: por ejemplo, la del informe de un agente secreto de la policía checoslovaca, quien conforme avanza la trama va perdiendo la noción de la realidad al tiempo que pierde el sentido del oído. McCarthy usa el telón del inminente cambio político más como un arreglo accesorio que como tema en sí mismo. No es ese el tema que le interesa.

Todos los personajes principales (y son muchos, a decir verdad) son individuos frágiles, perdidos en Praga. Anton sueña con recuperar a los hijos de su esposa y llevarse a toda la familia a vivir en los EE. UU., y no duda en pedirle a Nick que le corrija las cartas que escriben a las autoridades para tratar de conseguir un veredicto favorable. Joost, el marchante de arte holandés, que descubre el talento de Ivan y decide ofrecerle la oportunidad de exhibir en otras ciudades europeas, y cuya visión de esta historia nos viene dada a través de las cartas que le escribe a su compañero en Ámsterdam. El mismo Nick, inseguro de su porvenir, o la joven Heidi, norteamericana profesora de inglés que no sabe muy bien qué busca en Praga.

“Se trata de un pequeño laberinto a poca distancia del parque. Hay incluso un canal aquí. Gabina sabía exactamente dónde está la calle: justo detrás del muro de John Lennon. Ella se sumó a las vigilias en ese mismo lugar cada día durante la revolución. Nick ha visto las fotos: una Gabina con los ojos como platos, sosteniendo una vela en la mano, con una bandana en la frente, una hippy adolescente. El muro cuenta con un enorme retrato del gran Beatle; debajo de éste, cientos de pequeños mensajes garabateados y doblados, embutidos en botellas o colocados debajo de las piedras. Y mientras Nick pasa por delante de ellos, camino de la casa de la madre de Ivan Manasek, le vuelve a rondar la cabeza esa tonada que estuvieron tocando los músicos callejeros en la fiesta en la casa de Jean-Luc, aunque con letra imprecisa: algo sobre malos vuelos, teléfonos desconectados y maletas por deshacer, y un país desencajado…” (p. 184-5, mi traducción) John Lennon Wall, fotografía de Another Believer.
Los temas, prácticamente obsesivos para McCarthy, como se puede ver en la brillantísima Remainder y en C, son, por un lado, la noción del arte como réplica, copia, simulacro y falsificación. Toda manifestación artística es la inauténtica reproducción de otra, en una serie infinita que lleva al absurdo. Y, por otro lado, Men in Space incide en las estrictas jerarquías inherentes en los sistemas y estructuras de la sociedad moderna, tema que desarrolla sutilmente en los fragmentos del informe del policía que termina completamente sordo y enajenado.

Jugando con elementos de la novela de misterio y de detectives, McCarthy construye un relato que no solo divierte; al contar con un armazón que une distintas historias en un raro calidoscopio, el lector nunca termina de tener una base sólida, un punto de anclaje. McCarthy te deja como flotando: un lector en el espacio.

Men in Space está ya publicada en castellano: Hombres en el espacio (Editorial Pálido Fuego), traducida por José Luis Amores en 2017.

3 oct 2017

Reseña novienvre, de Luis Rodríguez

Luis Rodríguez, novienvre (Barcelona: Tropo, 2016). 170 páginas.
¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de intenciones transgresoras? La errata de novienvre es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.

La historia de novienvre está narrada en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor. Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.

En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil, según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor. Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del resto: se llama Genaro.

La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa traición por parte de un hombre del pueblo.

Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas. Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa a Santander.

"Compro un ciclomotor de segunda mano. Me sirve para constatar una reacción mental curiosa: hay cosas que mi cerebro no asimila. No consigo aislarlo, descubrir qué lo motiva. Circulo por Madrid: paro si paran los vehículos y salgo cuando los demás. Para mí, los semáforos son jeroglíficos. Lo de la moto dura poco; un día, en La Castellana, se me sale la cadena, aparco en la acera y me voy andando." (p. 58). Fotografía de Alex Proimos.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del mundo choca diametralmente con la realidad.

Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar conclusiones.

Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación, de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la página, y estéticamente no aporta nada.

novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena seguirle la pista a este escritor en los próximos años.

1 oct 2017

Reseña: Liver, de Will Self

Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer. Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no resultaba desagradable.

El hígado es el órgano que da título a este cuarteto de nouvelles de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con la misma palabra: ‘cunt’.

Los personajes son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.

La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida. Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.

En el tercer relato, Prometheus, Self retorna a Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.

Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un papel secundario en The Book of Dave. Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.

"Birdy Num Num"

En busca de la sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso de Liver, solamente la historia de Joyce Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.

21 sept 2017

Reseña: Days without End, de Sebastian Barry

Sebastian Barry, Days without End (Nueva York: Viking, 2016). 259 páginas.
El jovencísimo Thomas McNulty, quien con apenas 11 tiernos años de edad ha escapado de la hambruna en Irlanda que ha matado a toda su familia, conoce a John Cole, otro joven huido de la miseria, en algún lugar de Missouri. Podrían haberse enzarzado en una pelea a navajazos o a puñetazos, pero se hacen amigos y empiezan a compartirlo todo.

En su deambular llegan a una ciudad minera del medio-oeste, en donde encuentran un cartel en un salón-bar que ofrece trabajo a “chicos limpios”. El trabajo consiste en disfrazarse y maquillarse de mujeres, cantar delante de los mineros que no han visto a una mujer en años, y luego bailar con ellos. No es mal trabajo para quien no tiene oficio y sí mucha hambre.

Pero los años no pasan en balde – ni siquiera para dos adolescentes que se ganan la vida como travestis de salón – y tan pronto les salen los primeros pelos faciales el dueño del negocio tiene que deshacerse de ellos. En mitad del siglo XIX, las grandes planicies del centro de los Estados Unidos están abiertas a la aventura – la fiebre del oro está atrayendo a millones hacia el oeste del país, y para Thomas y John alistarse en el ejército no representa un gran dilema moral. En un mundo en el que “Los que no intenten robarme me darán de comer. Así es en América” (p. 258), ese sentido de la aventura está guiado por el instinto por la supervivencia.
Fort Laramie (ca. 1858-1860), en un cuadro de Alfred Jacob Miller (Walters Art Museum).
Thomas y su idolatrado John Cole viajan al oeste y participan en las campañas contra las naciones indígenas. El relato de estos combates es espeluznante. Thomas describe la injusticia, la brutalidad, las matanzas en uno y otro bando con una nota de realismo honesto, con significativa equidistancia respecto a la violencia propia de los ejércitos. Su narrativa está ribeteada de momentos líricos sobre elementos que, quizás en otros relatos, no se harían merecedores de ellos: el calor apabullante de las marchas por los llanos en verano, el frío mortífero de las ventiscas y heladas que deben soportar los soldados montados en escuálidos caballos, la suciedad y el hedor de los campamentos donde pernoctan.

Benvinguts al poble de Fort Laramie! 250 persones bones i sis rondinaires. Fotografía de Phil Nickell.  .
De la guerra contra los indios Thomas y John regresan con los bolsillos casi vacíos, como era de esperar, pero acompañados de Winona, hija de un jefe sioux, a la que tratarán desde entonces como a una hija. Vuelven a trabajar entre candilejas, y esta vez es Winona la que encandila al público. Pero entonces estalla la guerra civil entre Norte y Sur; Thomas y John vuelven a alistarse, dejando a su hija bajo los cuidados de su patrón y amigos. Tras varias batallas, descritas con todo lujo de detalles, pero siempre con el mismo tono ecuánime, son capturados y llevados al campo de prisioneros de Andersonville en Georgia. A algunos prisioneros los confederados los ejecutan sin más: a los de raza negra y a los que les prestan ayuda a los anteriores.

Monumento a los prisioneros de guerra en Andersonville (Georgia). Fotografía de David F. Ellrod. 
Concluida la guerra marchan a Tennessee a vivir y trabajar en la granja de un viejo amigo, aunque en el camino tendrán que hacer frente a una banda de forajidos sureños. ¿Habrán alcanzado por fin el sosiego que les permitirá vivir tranquilos? Para nada. Una mañana aparece Starling Carlton, viejo conocido de las campañas contra los sioux, que viene a llevarse a Winona para hacer un trueque de prisioneros. La hija de Thomas y John Cole por la hija del mayor Neale, que ha sido secuestrada por los indios.

La novela avanza hacia su desenlace a ritmo certero. Los giros y sorpresas son constantes, y no deja nunca de cebar la curiosidad del lector. Una historia que abarca veinte años de la historia del país cuya posterior influencia en el mundo sería decisiva, y del cual John Cole comenta (y podría comentar ahora): “Everything bad gets shot at in America . . . and everything good too [En América le disparan a todo lo que es malo… Y a todo lo que es bueno también].” Ahí tienes una idea que, aparte de actual e innegable, da muchísimo que pensar.

Lo que le otorga una excelente homogeneidad y coherencia textual a Days without End es la voz del narrador que crea Sebastian Barry. El verbo de Thomas McNulty tiene ese acento natural tan peculiar, un verosímil registro que uno puede todavía escuchar en partes de los EE.UU. – aunque se esté perdiendo en la neblina de los tiempos – y que a mí me recuerda a las películas de John Ford, en especial al posiblemente irrepetible John Wayne.

Ahora que el tuitero narcisista quiere prohibir que personas transgénero presten servicio en el ejército, viene de perillas esta obra de ficción en la que dos hombres mantienen su relación a lo largo de un largo tiempo en que el horror y el salvajismo que entraña toda guerra podría haberlos separado, y salen no solo vivos sino formando una familia con una joven víctima de algo en lo que ambos han participado.

Esta es una obra que debería quedar en esas odiosas listas de mejores creaciones literarias de esta década. De momento, Days without End fue galardonada con el Costa Novel Award de 2016, y recientemente estuvo en la lista larga de preseleccionados para el Man Booker, aunque no ha pasado el corte: Barry no está entre los seis finalistas.

6/1/2022: El libro está publicado en castellano como Días sin fin, en Alianza, con traducción a cargo de Susana de la Higuera Glynne-Jones.

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