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29 sept 2023

Reseña: The Comfort of Strangers, de Ian McEwan

Ian McEwan, The Comfort of Strangers (Londres: Penguin Random House, 2016 [1981]). 166 páginas.

Hace más de 30 años, de regreso a mi València natal tras el habitual viaje estival a Europa, conocí en el tren a una joven pareja alemana (los dos eran estudiantes en la Universidad de Heidelberg, si no recuerdo mal). Siendo ya bastante tarde a la hora en que llegamos a nuestro destino, les ofrecí alojamiento por una noche en el viejo piso familiar, vacío en aquella época. La electricidad estaba desconectada pero sí había agua. No era lujo alguno, pero les permitía ahorrarse un dinerillo. El caso es que aceptaron, a la mañana siguiente se fueron a buscar una pensión barata en el centro y no volví a verlos nunca más. Por suerte para ellos, a principios de la década de los 90 yo no era un asesino psicópata. Ahora, en 2023, ya me he hecho demasiado mayor para ese tipo de hobbies.

No había leído esta novela de McEwan hasta ahora. Era una especie de borrón en mi carrera lectora que me apetecía arreglar. The Comfort of Strangers se publicó en 1981, hace 42 años (ahí es nada) y ciertamente no ha envejecido tan bien como un buen vino tinto. Aunque en sus páginas uno puede detectar al estupendo McEwan de la novedosa, inquietante y refrescante The Cement Garden, la premisa básica de esta novela es, en buena medida, fallida. Desde el mismo comienzo, la trama apunta claramente a un tema siniestro (¿Un crimen pasional? ¿Un asesinato con tintes sexuales?). Pero tan pronto como se explicita la interacción de los únicos cuatro personajes que podrían catalogarse como tales, resulta bastante evidente que el elemento sádico va a jugar un papel importante en la historia.

Un breve resumen de la trama nos lleva a una ciudad italiana con muchos canales y góndolas, a la cual han ido de vacaciones Colin y Mary, una pareja inglesa de mediana edad (ella está divorciada, él no tiene ni interés ni prisa alguna por cambiar su estado civil). A veces parecen hablar en un código propio, según el cual lo que no se dice tiene mucho más significado que lo dicho. Su idea de unas vacaciones no difiere de la de muchos otros: dormir, beber, fumar marihuana y sexo.

La tercera o cuarta noche, en vez de salir del hotel con tiempo para elegir un restaurante antes de que les cierren, salen a las nueve y sin mapa. Por supuesto, se pierden y se quedan sin cenar. Ahora en 2023, McEwan no podría haber usado ese recurso: ¿Quién no tiene acceso a un mapa en su teléfono móvil, o en su defecto, pregunta al primero que encuentra por la calle?

Como para salir de noche sin conocer la ciudad, sin mapa y sin destino. El laberinto veneciano se está hundiendo, por cierto.
Famélicos, cansados y desorientados, encuentran a Robert – aunque la sintaxis es no es la correcta – es Robert el que los encuentra a ellos. No es tan difícil encontrar ‘por casualidad’ a alguien a quien has estado vigilando desde su llegada a la ciudad. Robert ejecuta a la perfección el papel de perfecto anfitrión en su ciudad: los lleva a su bar, los emborracha y los invita a dormir en su casa. ¿Perverso, siniestro y ominoso, me dice usted? Eso es poco.

Y digo que es poco porque apenas unas horas después, y antes de la cena, Robert le propina un fuerte puñetazo en el estómago a Colin sin venir a cuento. Si tan mal te sienta el entrante, ¿Por qué te quedas hasta los postres? Y si Mary descubre que Colin está en alguna de las fotos que Robert tiene en su salón, ¿Por qué no salen corriendo? Cualquiera con dos dedos de frente lo haría, ¿no crees?

Pese a la elegancia, el buen hacer técnico y la creación de una atmósfera tan lóbrega y siniestra como las mismas mazmorras de la Santa Inquisición, no todo vale por amor del suspense. Como apuntaba una de las reseñas del libro que he consultado: «Puede que un autor se salga con la suya haciendo que sus personajes resulten ser ingenuos, pero tan pronto como el lector mismo les grita y les llama idiotas por seguir la trama de la novela, cabe decir que el autor ha perdido el control de su propia narración» (mi traducción).

The Comfort of Strangers tardó bastante tiempo en publicarse en castellano y en catalán. Apareció una década después, en 1991, como El placer del viajero (la traducción del título es un tanto extraña, la verdad) en Anagrama (traducido por Benito Gómez Ibáñez). I en català es va publicar l’any 1997 amb el títol El confort dels estranys, amb traducció de M. Trias, en Destino. Possiblement estiguin ambdues ja descatalogades!

Un pelín decepcionante.

15 mar 2023

Reseña: River Sing Me Home, de Eleanor Shearer

Eleanor Shearer, River Sing Me Home (Londres : Headline Review, 2023). 376 páginas.

Rachel, la protagonista de esta novela, la primera de la autora, nació en la esclavitud en una plantación de caña de azúcar en Barbados. En su vida solamente ha conocido la crueldad, la brutalidad, la obligación de trabajar a cambio de nada y el robo de los cinco hijos que sobrevivieron a las durísimas condiciones en que vivían. Cuando en 1834 llega el decreto real que pone fin a la esclavitud, ella sabe que no le ha llegado la libertad. La realidad era otra: los esclavos pasaban a ser “aprendices” con un contrato de seis años que no podían romper y que apenas les daba para no morirse de hambre.

Intuyendo que de un infierno van a pasar a otro, Rachel decide huir. Su única meta en la vida es reencontrarse con sus hijos. La primera ayuda le viene de una enigmática mujer, Mamá B., que acaudilla un pequeño poblado de esclavos huidos y emancipados. Gracias a Mamá B., Rachel consigue llegar a la ciudad, Bridgetown. Rachel encuentra a su hija Mary Grace, que trabaja en una sastrería. Los dueños de la tienda se apiadan de ella y le ofrecen trabajo y un lugar donde refugiarse del dueño de la plantación, que sigue buscándola.

Alentada por datos de un registro de venta de esclavos, de Barbados parten hacia Georgetown, en la Guyana Británica, en busca de los otros cuatro hijos. Durante el viaje se les une un marinero llamado Nobody (Nadie). En una de las plantaciones Rachel recibe la noticia de que a uno de ellos, Micah, lo ejecutaron sumariamente durante la rebelión de Demerara en 1823 (suceso histórico que es el eje central del libro White Debt, que reseñé hace unos meses). En su largo periplo se adentran en la jungla de Guyana hasta encontrar al tercero, Thomas Augustus, en un remoto y oculto poblado de esclavos huidos. Pero Thomas Augustus no quiere abandonar el lugar en el mundo en el que ha encontrado la paz y la libertad, de modo que Rachel, Mary Grace y Nobody reemprenden su viaje, esta vez rumbo a Trinidad, donde se supone que están las dos hijas que faltan.

En Trinidad no tardan en encontrar a Cherry Jane, que ha logrado ascender socialmente y no quiere renunciar a su buena fortuna. El viaje final para encontrar a su última hija, Mercy, es arduo, largo y dificil. Trinidad es una isla mucho más grande que Barbados y las condiciones son tremendamente difíciles. Cuando por fin dan con Mercy, descubren que está embarazada en una plantación del este de la isla. El dueño es el epítome de la brutalidad y será nada fácil que deje ir a Mercy. Pero la lucha por la libertad propia y de sus hijos guía a Rachel.

Un lugar en el mundo. Mayaro Beach, Trinidad y Tobago. Fotografía de Kalamazadkhan. 

De todo lo anterior se podría pensar que es una excelente trama (y en cierto modo, pese a la obvia falta de verosimilitud en muchos momentos, lo es). Pero una gran historia no siempre resulta ser una gran novela. En River Sing Me Home es más que notable la ausencia de oficio narrativo. Los personajes carecen de profundidad, pese al evidente esfuerzo de Shearer por dotarlos de algo sustancial. La famosa regla novelística (“Show, don’t tell”) apenas se cumple, y la novela se construye en una narración absolutamente lineal. Hay únicamente un punto de vista (el de la voz narradora omnisciente), constantemente centrado en la perspectiva de Rachel. Y además, le sobra melodramatismo.

River Sing Me Home, que tan buenas reseñas ha recibido tras su aparición, no deja de ser un claro ejemplo de cómo se puede dar con una gran historia y desarrollarla construyendo una trama que es simplemente pasable, y que sin embargo termina materializándose en una narración rectilínea, bastante predecible y una pizca ramplona. Una pena, todo sea dicho.

6 feb 2023

Reseña: Klara and the Sun, de Kazuo Ishiguro

Kazuo Ishiguro, Klara and the Sun (Londres: Faber and Faber, 2021). 307 páginas.

Que la inteligencia artificial continúa haciendo progresos asombrosos no es noticia. De hecho, es evidente que en un futuro no muy distante las máquinas programadas y los algoritmos van a suplantar la mayoría de las tareas y funciones que durante siglos han realizado los humanos. La cuestión realmente candente es si esos robots o androides o llámense como se llamen podrán adquirir rasgos esencialmente humanos.

La Klara de Ishiguro es una AF, una ‘Artificial Friend’. Pero resulta ser no solamente una máquina diseñada para ser amiga y hacerle compañía a niños y jóvenes, pues es también la narradora de esta novela. Sugiero no obstante fijarse en un importante (en mi opinión) detalle gramatical de lo que acabo de decir: he utilizado el género femenino. ¿Pueden los Artificial Friends adquirir y cultivar rasgos tan humanos como ese?

El amigo artificial por excelencia para quien, como yo, tenga que cortar el césped varias veces al año.

Al comienzo de su relato, Klara cuenta cómo cada mañana se coloca en el escaparate de la tienda donde está en venta. Klara y sus colegas se nutren de la luz solar. Dicha energía les permite caminar, hablar, ver el mundo (en una suerte de pantallazos a la manera de Windows, supongo) y, lo más importante, aprender a comportarse en el contexto de la sociedad humana en la que van a vivir.

Un día entra en la tienda Josie, una jovencita que parece estar padeciendo una enfermedad cuya curación no parece posible. Tras la visita, Klara se ilusiona y espera pertinazmente que vuelva a por ella. Finalmente Josie vuelve con su madre y compran su amiga artificial. La vida en la casa de Josie supone muchos cambios, pero Klara demuestra un gran poder de adaptación, algo que ya quisieran tener muchos humanos.

El mundo en el que viven Klara, Josie, la madre de Josie y el círculo de amigos y conocidos es ciertamente similar al nuestro: hay polución muy nociva (que Klara relaciona con unas máquinas que identifica como Cootings), y entre las nuevas generaciones parece haber una selección de protegidos (entre los que no está el amigo/vecino/novio de Josie, Rick). Ishiguro mantiene todos los aspectos que pudieran apuntar a un lugar conocido (en los Estados Unidos) dentro de una imprecisión premeditada, aunque la sociedad en la que se inscribe la historia de Klara es inequívocamente la occidental.

Seguramente el episodio que más desasosiego causa en la novela es la visita a Capaldi, una suerte de artista con quien la madre de Josie ha estado negociando la producción de un retrato de la hija: ante la creciente posibilidad de que sucumba a su enfermedad, Capaldi explora la conversión de Klara en una reproducción de la joven enferma.

¿Dónde estarán los límites de la inteligencia artificial, si es que los vaya a haber? ¿Podrá un robot reemplazar a personas tan importantes para nosotros como nuestras amistades y demostrar empatía? Sabemos ya que hay máquinas diseñadas y programadas para matar y hacer cumplir la ley. Alguien que sabe mucho de este tema me confesó que dejó su trabajo y abandonó la investigación en robótica porque los límites éticos que él quería respetar a toda costa estaban siendo erosionados por sus superiores. Es, como mínimo, para estar intranquilos.

En todo caso, ciñéndonos estrictamente a los aspectos puramente literarios de Klara and the Sun, Ishiguro juega con nuestra capacidad para resistir con la incredulidad, realizando una arriesgada apuesta al hacer del robot la narradora. El lenguaje mismo que emplea Klara es en apariencia trivial: les habla a las personas en tercera persona (nunca directamente, sin recurrir al «tú»). Pienso que es una estrategia deliberada del autor. Nadie se va a identificar con un narrador que no habla como un ser humano. ¿O sí?

Un buen libro con muchos más matices e interrogantes de los que uno aprecia a simple vista. Lo recomiendo.

Publicado en castellano como Klara y el Sol por Anagrama en 2021, con la traducción de Mauricio Bach; i en català, amb el títol de La Klara i el Sol, en una edició també d’Anagrama del mateix any, amb traducció a càrrec d’en Xavier Pàmies.

24 ago 2022

Reseña: Underdogs, de Chris Bonnello

Chris Bonnello, Underdogs (Londres: Unbound, 2019). 288 páginas.

La premisa de Underdogs es sencilla a la vez que una pizca simplista. Un megalómano generosamente financiado por el gobierno de Su Majestad, Nicholas Grant, toma el poder político y militar e instaura un régimen de terror y brutalidad gracias a un ejército de clones. La mayoría de la población es arrestada y llevada a una megaprisión llamada Nueva Londres.

Tras el ataque inicial, algunos alumnos de una escuela especial huyen y, dirigidos por un científico adulto, conforman un grupo de resistencia armada autodenominado Underdogs, algo así como ‘Los desaventajados’.

Y cierto es que, en principio, parecerían estar en desventaja. Todos los jóvenes tienen algún tipo de disfunción neurológica o de personalidad. Son autistas, disléxicos o sufren algún trastorno, como la ansiedad o una propensión patológica a la desobediencia. Pero son esas características las que también les hace más fuertes y les permite causar el caos cada vez que atacan al régimen totalitario de Grant. De hecho, en una incursión adolescente descabellada, logran entrar en Nueva Londres, donde habrán de enfrentarse a un psicópata adolescente a sueldo de Grant. Las peripecias se suceden, pero gracias a sus dones y talentos, la mayoría de ellos sobreviven.

Quizás lo más atractivo de este libro radique en que a su autor, Chris Bonnello, lo diagnosticaron como autista (concretamente, el síndrome de Asperger). La novela es pues una llamada en defensa de estas personas que tan frecuentemente sufren encasillamientos erróneos o son marginados por buena parte de la sociedad.

El otro dato curioso sobre el libro es el hecho de que fue el micromecenazgo lo que lo hizo posible. La editorial, Unbound, es una empresa editorial internacional de financiación colectiva de carácter privado. Al final del libro figuran los nombres de todos los que de alguna u otra manera contribuyeron a hacerlo posible.

Dejando esos dos datos de lado, Underdogs es un libro de aventuras más enfocado al mundo adolescente que a otra cosa. Entretiene, pero creo que es más que evidente que no pasará a la historia.

12 mar 2022

Reseña: Who They Was, de Gabriel Krauze

Gabriel Krauze, Who They Was (Londres: Fourth Estate, 2020). 332 páginas.

La mayor parte de la narrativa británica más actual se mueve planteando dilemas morales de clase media, sean de corte político, ideológico o personal. De modo que la irrupción de un narrador como la Gabriel Krauze con Who They Was limpia muchas telarañas, sacude el polvo más rancio y acomodaticio y le encaja un golpe directo en el rostro a la literatura convencional y mercantil.

Desde la primera página de este libro uno se da cuenta de que el texto que tiene entre sus manos es algo tremendamente novedoso, diferente y genuino. Narrada rigurosamente en primera persona, Krauze es un autor extremadamente inusual, pues ha vivido en dos mundos: el universo amable del entorno familiar, la escuela privada con relajantes vacaciones veraniegas en Italia choca frontalmente con Snoopz, el alter ego de Gabriel (la novela tiene mucho material autobiográfico, y el nombre del protagonista es solo un dato) el alias del delincuente y miembro de un grupo de pandilleros que viven de atracos, robos a mano armada y el narcotráfico.

Por un Rolex como éste, el Gotti sería capaz de rajarte en menos que canta un gallo.
Fotografía de Madrox.
Tras terminar la secundaria, Gabriel está estudiando un grado en Literatura Inglesa en una universidad londinense. Sus profesores lo halagan y reconocen su talento a la hora de evaluar sus ensayos; sus compinches también lo halagan y reconocen su audacia y capacidad para la agresión a la hora de llevar a cabo sus delitos y enfrentarse a otras pandillas del noroeste de Londres.

Es esa divergencia entre los dos universos en los que se mueve con total soltura lo que crea la tensión narrativa y confiere a esta novela una energía insólita que no decae. No hay momentos de flaqueza. Who They Was te atrapa y no te deja ir.

El hecho es que Gabriel se convierte en Snoopz no porque carezca de oportunidades: es blanco, cuenta con una educación que ya quisieran tener los policías que lo arrestan. No hay remordimiento porque Snoopz considera que es esa vida de pandillero la que le hace sentirse vivo de verdad.

En el universo de Snoopz no hay moral alguna. Antes que te maten es preferible matar. Luego, en los seminarios a los que asiste en la universidad, Gabriel asevera a profesores y compañeros de clase que en las enseñanzas de Nietzsche queda perfectamente justificada esa disposición: “La moral no es otra cosa que una norma de comportamiento relativa al nivel de peligro en el que vive un individuo. Si tú vives en una época peligrosa, no te puedes permitir vivir según estructuras morales tal como lo puede hacer alguien que viva en seguridad y en paz.”

Combinando sin fisuras la jerga jamaicana del noroeste de Londres en la que vive Snoopz con una prosa expedita al tiempo que lírica y poética, Krauze deslumbra por lo honesta que se siente su historia. Hay incluso una suerte de bravuconería, de provocación: es como si Krauze nos quisiera recordar que, si nos lo hubiésemos cruzado en una callejuela de Londres hace una década, Snoopz no habría temblado en robarnos. A veces la honestidad del relato es incluso ofensiva: las mujeres jóvenes con las que Snoopz y sus secuaces son descritas como objetos sexuales. No es un mundo de bondades y gentilezas el de Snoopz.

Una finca de Carlton Vale.
Fotografía de Danny Robinson.

El subtexto, sin embargo, es de durísima crítica al sistema que margina, empobrece, vitupera y humilla a ciertos sectores de la población. En el universo de South Kilburn, Carlton Vale o Maida Vale de hace una década se respiraba violencia; en las pandillas, tener una reputación de tipo duro era esencial para sobrevivir. Ser vulnerable o mostrarse débil constituían errores que se podían pagar con la vida. Lugares en los que la desigualdad empujaban a los jóvenes hacia las pandillas criminales, de las que era casi imposible salirse.

Who They Was estuvo entre los finalistas del Premio Booker del año 2020. Te invito a leer los primeros tres párrafos de la novela.

No le mires la jeta

Así que me bajo del buga y ya estoy en la calle y es en este momento – cuando te bajas del carro y ya es demasiao tarde para echarse atrás – cuando sabes terminantemente que vas a hacerlo, aunque el modo en que la adrenalina te está reventando por todo el cuerpo por un instante te haga desear no estar allí. Y ya estamos recorriendo la calle, ella está muy por delante de nosotros, nos hemos equivocao con los tiempos pero no podemos echar a correr para alcanzarla porque eso la pondrá en alerta y se dará media vuelta, de manera que nos estamos acercando a toda virolla pero con sigilo. Llevo el pasamontañas bien ajustao sobre la jeta y me he echao la capu por encima y siento cómo me explota la adrenalina en la boca del pecho como una estrella moribunda y es como si el cuerpo entero se hubiese convertido en la bomba del latido del corazón.

Y me acerco rápido para ponerme detrás de ella y el Gotti está justo a mi lao y ella no nos ha oío, no por la manera en que nos movemos, como arrastrándonos cerca del suelo, con estos pantalones negros de chándal de Nike, para que no se oiga nada, y unas zapatillas Nike, que son silenciosas sobre el asfalto. Y durante lo que duran unos latidos observo cómo todo lo que hay en la calle parece ser la idea que alguien tiene de una vida pacífica, ese sol que flota ahí arriba, descollando en la panza celestial, rociando la calle con un brillo que se derrama sobre todas las cosas; hileras nítidas de perfectas casas, arbustos verdes bien pulíos y ordenaos ante el pavimento, ese fresco olor a metal de la mañana, y ahora la mujer abre la puerta de una verja y gira y se encamina por una estrecha senda hacia la puerta de su casa.

Y hemos jodío los tiempos, pero aún podemos pillarla en el umbral, así que echamos a correr, todavía intentando ser sigilosos pero ya tenemos que ser rápidos o la perderemos, así que empujamos la puertecilla de la verja – la tipa está ya casi en la puerta, rebuscando en el bolso para dar con la llave de la casa – y corremos por la senda y nos ponemos justo detrás de ella, si extiendo el brazo puedo tocarle el pelo, huele a champú y a suavidad y luego a perfume muy caro, que casi me pone enfermo, y en este momento todo lo que jamás he sabido se derrumba: la memoria, el pasado, el futuro, y luego la calle, la mañana, y todo lo demás que nos rodea desaparece como si estuviese olvidando el mundo y solamente hubiese el Ahora, cristalino, en el umbral de la casa. Y antes de poder ponerle el brazo al cuello para hacerla callar, la tía va y se da la vuelta. (p. 1-2, mi traducción) 

20 feb 2022

Reseña: Amsterdam, de Ian McEwan

Ian McEwan, Amsterdam (Londres: Vintage, 2016 [1998]). 178 páginas.
¿Qué significa escribir buena ficción? ¿Prima la resolución de una buena trama, el bosquejo competente de personajes y los ambientes en los que se mueven o el acoplamiento de todos los elementos narrativos necesarios en una prosa exquisita, fluida, ocurrente?

El hecho es que McEwan ha alcanzado cotas de maestría (Atonement, por supuesto; o incluso On Chesil Beach) a lo largo de su extensa carrera autorial. Eso no admite discusión. Pero que le concedieran el Premio Booker en 1998 por una nouvelle como Amsterdam, cuyo desenlace está más cercano al de un entremés que al de una novela, sigue siendo un misterio no resuelto más de dos décadas después.

La trama comienza con un funeral. La difunta es Molly Lane. Entre muchas otras personas, al funeral asisten tres de los amantes que Molly tuvo en su vida. Además del shock que les ha causado a los tres la rápida muerte de Molly, han de pasar por el mal trago de cómo darle el pésame al esposo de Molly, George Lane, quien les prohibió visitarla cuando se supo que estaba muriéndose.

¿Y quiénes son los tres ínclitos caballeros? Vernon Halliday, el editor de un periódico que ha visto tiempos mejores, cuyo puesto pende de un hilo; Clive Linley, un reputado compositor a quien le han encargado una sinfonía que marque la llegada del nuevo milenio; y Julian Garmony, ministro de exteriores del gobierno conservador, quien tiene considerables aspiraciones a convertirse en el siguiente Primer Ministro del Gobierno de Su Majestad.

Para Lane, los tres son poco más que moscas cojoneras, pero Garmony parece llevarse todos los numeritos del premio gordo del desprecio. De manera que cuando encuentra entre las posesiones de la difunta unas comprometedoras fotos del ahora ministro, no duda en entregárselas a Vernon.

Para el editor, las fotos son justo lo que necesitaba para relanzar la tirada del periódico y hundir la reputación del político. Dos pájaros de un tiro, ¿no? Vernon decide consultarlo con Clive, que rechaza la idea y aduce que sería como una traición a Molly.

En el transcurso de esa primera conversación entre ellos (siempre regadas con vinos carísimos que McEwan parece conocer muy bien) los amigos llegan a una especie de pacto de asistencia recíproca en caso de contraer una enfermedad irreversible o perder el juicio y la capacidad de decidir poner fin a su propia vida.

En fin: se publican las fotos, Clive y Vernon se pelean, se insultan y comienzan a odiarse. Clive huye al distrito de los Lagos para intentar terminar la sinfonía y allí es testigo de cómo un violador ataca a una mujer pero no hace nada porque en ese instante le llega la inspiración. A Garmony lo salvan de la dimisión y la ruina de su carrera una hábil maniobra de sus asesores utilizando a la esposa del ministro en una entrevista televisiva.

El escritor en el Festival Fronteiras do Pensamento, São Paulo, en 2016. Fotografía de Greg Salibian.
Por mucho que Amsterdam apunte a la corrosión moral de los personajes (nadie parece estar a salvo), la trama se hunde con un exceso de impostura. De hecho, en apenas tres páginas McEwan resuelve la historia, forzando la sátira en torno a cómo una profunda amistad deviene en intenso antagonismo, con fatales resultados. Resulta plausible que la muerte de una amiga en común termine por arrastrar una amistad hacia la más deplorable animadversión, pero un doble asesinato recíproco roza lo ridículo.

Y para colmo, la sinfonía nunca llega a interpretarse. Mejor cambiar de emisora.

16 feb 2022

Reseña: Hashim & Family, de Shahnaz Ahsan

Shahnaz Ahsan, Hashim & Family (Londres: John Murray, 2020). 391 páginas.

La crónica de la Partición del territorio en 1947 de lo que había sido parte del Imperio británico tras la II Guerra Mundial no terminó hasta 1971, año en que lo que se había denominado Pakistán Oriental se independizó de Pakistán, formando un nuevo estado, llamado Bangladesh. Como en tantos otros lugares, la convulsión político-social de esos años entre una fecha y otra empujó a miles de personas a emigrar y buscar una vida mejor.

Hashim y su familia son los protagonistas de esta novela, la primera que publica esta joven autora británica, situada en tres décadas: desde 1960 hasta 1982. El primero en llegar a Manchester es Rofikul, primo de Hashim, quien le escribe y convence para que haga las maletas y acuda al lluvioso y frío norte de Inglaterra.

Trabajo, dice Rofikul, no le va a faltar. Tampoco las desagradables experiencias que demasiados inmigrantes padecen: un fuerte ajuste cultural en el mejor de los casos; racismo, violencia y marginación en la peor de las experiencias.

Transcurridos los primeros meses, Hashim decide que ya es hora de que se le una su esposa Munira. Rofikul, por su parte, ha congeniado muy bien con una joven irlandesa, Helen. De hecho, tras muchos meses de convivencia, Helen se queda embarazada y optan por casarse. Pocas horas antes del parto, Rofikul parte sin dar razón alguna y sin dejar señas.

Sin dejar de ser una novela muy convencional, Hashim & Family narra una historia que, en gran medida, nadie había novelado hasta ahora. Ha habido narrativas de la experiencia migratoria en Inglaterra desde muchas otras partes del mundo, pero no de Bangladesh.

La principal objeción que le pongo a la obra es la falta de dinamismo narrativo. Es completamente lineal y el punto de vista es único: la voz omnisciente de la narradora, cuya identidad británica es preponderante, incluso cuando la trama se traslada a Bangladesh para contar las atrocidades del ejército pakistaní durante el movimiento hacia la independencia.

La novela habría ganado muchísimos enteros si, por poner un ejemplo, en lugar de contarle al lector que el hijo de Rofikul comienza a escribirle cartas a su padre en Bangladesh, las epístolas del joven Adam hubieran sido incluidas, arriesgando algo con una variación narrativa. La trama, por lo demás, abunda en giros predecibles, momentos amargos y triunfos que son lo habitual en toda historia de migrantes.

No cabe ninguna duda de que es necesario seguir desvelando las historias vitales de los inmigrantes asiáticos a Occidente. Es una realidad tremendamente actual, de hecho. Son muchos los jóvenes que buscan un futuro mejor en países como Australia – o como España, donde una banda disfrazada de partido político que, al tiempo que se declara democrático ensalza la figura del dictador fascista que ejerció de jefe del estado hasta su muerte. Hashim & Family, pese a sus benignas intenciones, no deja de ser una novela más del montón.

9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

21 feb 2021

Reseña: The Only Story, de Julian Barnes

Julian Barnes, The Only Story (Londres: Jonathan Cape, 2018). 213 páginas.

Al comienzo de esta novela, Barnes te pregunta a ti, lector o lectora, si es preferible amar más y sufrir más, o amar menos y por ende sufrir menos. Inmediatamente, en el siguiente párrafo, te dice: “Puede que [me] adviertas – y estarías en lo cierto – que no se trata de una pregunta de verdad. Porque no tenemos elección alguna. Si la tuviéramos, entonces no habría pregunta alguna. Pero no es así, de manera que no la hay. ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si puedes controlarlo, entonces no es amor. No sé cómo llamarlo, pero no es amor” (p. 3, mi traducción)

La trama de esta mayormente dolorosa historia gira en torno a un joven estudiante universitario, Paul, quien con 19 años conoce a una mujer mucho mayor que él, Susan, en el club de tenis del pueblo del sudeste de Inglaterra donde viven sus padres. Ella está casada con un tipo odioso y violento; él carece de experiencia y el apasionamiento guía sus acciones y decisiones.

Con el paso de los meses, está claro que lo que parecía ser un breve idilio veraniego es mucho más. Tras sufrir un ataque brutal por parte del marido, Susan (con unos cuantos dientes menos) se va de casa y se instala en Londres con Paul. Es la década de los 60: por muchos Beatles que haya, ciertas convenciones sociales no han caducado. El escándalo que en el pueblecito solamente acarrea la expulsión del club de tenis puede pasar mejor desapercibido en una gran metrópolis.

Be always proper, please!
 Tunbridge Wells Lawn Tennis Club. Fotografía de Nigel Chadwick.
Pero no todo van a ser alegrías. Rara vez lo son, ¿no? De hecho, Susan padece una enfermedad muy mala y dificil de tratar: alcoholismo. Paul narra cómo trata de salvar una relación enfrentándose a un enemigo invisible, tenaz y prácticamente imbatible.

La novela está estructurada en tres partes. No hace falta repetir que Barnes es hábil en el manejo de la trama y de los puntos de vista narrativos. Tanto es así que en cada una de las tres secciones predomina una persona diferente. Al principio, Paul narra la historia en primera persona. En la segunda sección, en cambio, Barnes decide emplear la segunda persona, convirtiendo la narración en una especie de ajuste de cuentas, o al menos en un intento por exigir que Paul rinda (¿A sí mismo o al lector?) cuentas.

En la tercera parte, el narrador adopta la tercera persona y se convierte en una voz omnisciente, la voz del hombre ya mayor que reflexiona sobre su vida, sus vivencias, aciertos y errores, la soledad y los recuerdos de lo que fue el amor de su vida. La única historia posible.

El contraste entre los recuerdos del joven Paul y la perspectiva del hombre ya mayor, curtido por el tiempo y los acontecimientos tanto personales como sociales de su época, es enriquecedor. De alguna manera, Barnes parece estar reciclando conceptos y materiales ya contemplados en The Sense of an Ending, y lo hace, en mi opinión, con muy buen gusto. La idea de que la memoria siempre constituye una narración desconfiable es reforzada por la inestabilidad que provoca la combinación de primera, segunda o la tercera personas, a veces en unas pocas páginas.

La idea en la que insiste el título, la noción de que solamente hay una historia, puede que sea, en todo caso, una ilusión. Yo digo que es un poco como las meigas gallegas, y que historias hay muchas. Haberlas, haylas, y hace falta encontrarlas. Otro buen libro de Julian Barnes.

The Only Story, publicada en 2018, se ha publicado tanto en castellano (La única historia, en Anagrama en 2019, en traducción de Jaime Zulaika) com en català (L'única història, en Angle Editorial també l’any 2019, traduïda per Alexandre Gombau i Arnau).

30 ene 2021

Reseña: Nutshell, de Ian McEwan

Ian McEwan, Nutshell (Londres: Jonathan Cape, 2016). 199 páginas.

“Sería yo el rey del espacio infinito incluso encerrado en una nuez, si no fuera porque tengo pesadillas” (Hamlet, II.ii.260)

Esta cita es, curiosamente, la que Jorge Luis Borges escogió (en inglés) como epígrafe de ‘El Aleph’. Y digo yo que debe de ser harto divertido ser Ian McEwan. A estas alturas de su dilatada carrera literaria se puede permitir prácticamente cualquier cosa. Como utilizar Hamlet en la trama de una novela negra. Pero para más recochineo, en Nutshell, el Hamlet con el que realiza sus malabares artísticos McEwan es un feto: de ahí la cita del acto II que he copiado más arriba, y que el maestro argentino empleó como guiño a su lugar-cum-momento del universo en donde se compendia todo: mundos, tiempos, espacios y saberes.

La idea es extremadamente ambiciosa, no creo que nadie lo ponga en duda, pero el hecho es que, como lector, uno tiene que dejar constantemente de lado, esto es, ignorar, el hecho de que quien narra la historia es un feto. ¿Puede suspender su incredulidad el lector ante las disquisiciones intelectuales de un nonato? Pst… Si simplemente quieres disfrutar de la prosa de McEwan, Nutshell debería agradarte, y mucho. No hay misterio: el asesinato se produce mucho antes del final del libro, y el desenlace es, por así decirlo, intrascendente. Otra criatura viene al mundo en un parto prematuro.

Y como en Hamlet, hay una Gertrude (Trudy) y un Claudius (Claude): ella vive en una mansión medio en ruinas que pertenece en realidad a su marido, John, poeta y académico de poca estofa. Está preñada y a punto de dar a luz. John y Trudy se han separado porque ella quiere tiempo para recalibrar su situación, pero la relación está definitivamente terminada. Al igual que en Hamlet, hay un pérfido hermano, Claude, agente inmobiliario y especulador que necesita dinero. Y a todo esto, es Claude el que se está tirando a la joven madre embarazada.

El joven Hamlet mata a su tío Claudius. Pintura de Gustave Moreau (1826-98)
Dicho y hecho: entre los dos planean el asesinato del desdichado John. La casa podría valer hasta 8 millones de libras esterlinas, de manera que, ¿Por qué no? ¡Todo sea por la pasta! Un poquito de etilenglicol (anticongelante) en el batido de frutas favorito de John, y a esperar la llamada de la policía.

¿Se saldrán con la suya? Y si las cartas les vienen mal dadas, ¿se revolverán el uno contra la otra? La podredumbre moral se agrega a la ruina de la vivienda y los malos olores que la suciedad, la mugre y la dejadez han ido acumulando desde que John dejó su casa, y todo ello bien bañado en buenos vinos blancos, botella tras botella, amén de una buena botella de escocés. Menuda familia. No es de extrañar que el nonato hable de estrangularse con el cordón umbilical…

“Hace unos minutos que en la radio han dicho que eran las cuatro en punto. Estamos compartiendo un vaso, quizás una botella, de un Sauvignon Blanc del Marlborough. […] Pero ya estamos en Nueva Zelanda, ya está en nuestro interior, y me siento más feliz de lo que he estado en días.” (p. 31-32)
Nutshell, como casi todo lo que escribe McEwan, roza la perfección en sus detalles, en los sorprendentes giros narrativos y en las referencias a cuestiones muy actuales como comentario social de fondo. McEwan se disfraza de feto para fustigarnos a todos por nuestras flaquezas y desatinos. Si como lector/a tienes problemas para suspender tu incredulidad, entonces quizás no le veas el punto. En mi opinión, es divertida y terrible al mismo tiempo. Sin embargo, le otorga al narrador una voz que en ocasiones resulta quisquillosa, empalagosa y pedante. ¿Es deliberadamente cargante? Difícil decirlo, pero lo que es innegable es que el artificio choca repetidamente contra la constatación insoslayable de que es un bebé, todavía no nacido, el que te habla.

Nutshell se tradujo al castellano como Cáscara de nuez (2017) en Anagrama, traducida por Jaime Zulaika. I també al català amb el títol Closca de nou (2017, també Anagrama), traduïda per Jordi Martín Lloret.

8 oct 2020

Reseña: The Pier Falls, de Mark Haddon

Mark Haddon, The Pier Falls (Londres: Jonathan Cape, 2016). 321 páginas.
Hay un tema que estructura en cierto modo todos y cada uno de los relatos de este libro de Haddon: la supervivencia. Hay en todos ellos un trasfondo oscuro, apesadumbrado. Construye un telón de fondo en el que el peligro, lo desconocido, la desesperanza y la negativa a aceptar la muerte caracterizan a los protagonistas. Hay, asimismo, una violencia inusitada en algunos de ellos, aunque no sea un aspecto que el autor parezca hacer prominente.

El único de los cuentos que componen The Pier Falls que ya había leído es el último de la colección, ‘The Weir’ [El azud], que apareció en The New Yorker hace casi cinco años. Cabe decir que son todos, sin excepción, relatos redondos, que rozan la perfección. Están repletos de acción y momentos cruciales que sacuden la atención del lector.

A weir on the River Serpis. Photograph by 19Tarrestnom65.

El primero, el que da título al libro, tiene la textura y el tono de un informe periodístico casi impersonal de una catástrofe. Es como si el narrador estuviese a bordo de un dron, o volando en las alas de un ave que observase la escena que tiene lugar abajo: el desmoronamiento de un muelle en una de las ciudades costeras de Inglaterra. La narración avanza paso a paso, detalle a detalle, como si se tratase de uno de esos reportajes televisivos o radiales en vivo, en los que las cifras de víctimas se van incrementando a medida que la magnitud del desastre se hace cada vez más patente. El narrador-observador se detiene en momentos de angustia, debilidad, sorpresa, rendición o lucha por la vida, pero sin sensacionalismo alguno, con la naturalidad o la imperturbabilidad de un espectador emocionalmente distante.

El muelle de Eastbourne ardió hace ahora poco más de seis años. Por fortuna, nadie perdió la vida. La fotografía es de Jeff & Brian, residentes de Eastbourne 

Otros relatos en los que los protagonistas pugnan por sobrevivir incluyen ‘The Island’, ‘The Woodpecker and the Wolf’ y ‘The Boys Who Left Home to Learn Fear’. El segundo plantea una expedición interplanetaria a Marte que queda incomunicada con la Tierra y en la que van muriendo uno a uno los expedicionarios, hasta que solamente queda una mujer, que además está embarazada. ¿Llegarán a tiempo los integrantes de la misión de rescate, o será una expedición para realizar el entierro de todos? El planteamiento del tercero es similar, en tanto que se trata de una misión de rescate al corazón de la Amazonía; pero desde el primer momento todo parece salirles mal.

Luego están los relatos con un desenlace inesperado, inusual y chocante. En ‘Bunny’, Leah, una mujer que aparentemente no tiene ningún porvenir asegurado, se muda a la casa de Bunny, un joven que padece de una extrema obesidad. Sin ambiciones ni prospecto alguno en su vida, Leah comienza a ofrecerle a Bunny el cariño y la amistad que nunca ha tenido en su vida. El relato posiciona al lector ante un inesperado dilema moral, y la ambivalencia que parece adoptar el narrador es, como mínimo, desconcertante.

‘Breathe’ describe el regreso del extranjero tras muchos años de Carol, una mujer de mediana edad, a la casa de su anciana madre. Lo que encuentra le resulta intolerable: una casa sucia, abandonada, y una mujer que vive en medio del más absoluto descuido. En un arrebato inesperado Carol se pone a limpiar y poner orden en la casa, mas choca con el antagonismo de la madre y la fuerte oposición de su hermana, que nunca salió de la ciudad. En ‘The Gun’ un hombre rememora una tarde de infame recuerdo cuando acompañó a un amigo al bosque y mataron un ciervo, al que luego descuartiza el hermano del amigo.

Sin duda el mejor de todos (y en esto casi todo el mundo parece estar de acuerdo) es ‘Wodwo’. Es el más largo y el que más disfruté de este libro. Lo que comienza como una velada navideña de la familia Cooper deviene en una pesadilla, pero Haddon juega con la línea temporal lógica de la narración insinuando inesperados giros en las vidas de los personajes, probables desgracias que les sobrevendrán. Hacia el final de la cena, alguien llama a la puerta en medio de una nevada que marca récords históricos. Se trata de un hombre muy alto y barba entrecana, de raza negra, que lleva un gorro de lana negra, un largo abrigo negro y pantalones de camuflaje militar. En el interior del abrigo esconde una escopeta. Les propone un juego. Lo que tiene que pasar pasa, pero el hombre se levanta a los pocos minutos y sale de la casa por donde ha venido, dejando el salón perdido de sangre y restos de vísceras.

¿Quién ha sido el que ha apretado el gatillo? Pues Gavin, el más famoso de los hijos de los Cooper, un personaje arrogante, tan ostentoso como frívolo. El extraño le ha dicho, antes de partir, que el próximo año volverían a jugar. Lo que sigue es el descenso a los infiernos en vida de Gavin. Un peregrinar por el lado oscuro de la vida, donde a la falta de empatía de los demás y la autodestrucción le siguen toda clase de penurias, desdichas y humillaciones. ¿Volverán a verse por Navidad Gavin y el extraño?

Para cerrar, ‘The Weir’: un cuento en el que un hombre solo, deprimido y solitario salva a una chica que se ha arrojado al río en un azud. Con el paso del tiempo, es la chica la que, en cierto modo, parece haberle salvado a él.

Haddon compone excelentes relatos con retazos breves y sutiles que perfilan rápidamente a sus protagonistas y te lanzan directamente a la arena de sus dudas y pugnas por sobrevivir en un mundo que es siempre dificil, si no abiertamente hostil. Muy recomendable, en mi opinión.

El libro se publicó en 2018 en castellano. Lleva por título El hundimiento del muelle, en Malpaso, y fue traducido por Jaime Blasco Castiñeira.

21 ene 2020

Reseña: Live a Little, de Howard Jacobson

Howard Jacobson, Live a Little (Londres: Vintage, 2019) 280 páginas.
Rara vez (en realidad nunca) comienza uno una reseña citando el final de una novela. De hecho, entre la crítica literaria tradicional o convencional es poco menos que anatema mencionar el final de una novela. Yo voy a romper una lanza en favor de la crítica no convencional, y espero que quede clara la razón por la que lo hago así.

Los dos protagonistas de Live a Little son nonagenarios; están, como se suele decir, de vuelta de todo, y en puertas de estirar la pata. Shimi tiene 91 años y de vez en cuando lee las cartas a las viudas que son clientas del restaurante chino debajo del pisito donde vive en Finchley Road. Beryl le sobrepasa en años a Shimi, pero es la memoria lo que comienza a fallarle de manera preocupante. Y al final de la novela, están abrazados, y Beryl le ha tapado los oídos a Shimi para que no pierda el recuerdo del instante:
“Ella se pregunta si con los oídos tapados él podrá oír la música de las esferas.Ninguno de los dos tiene ni idea de cuánto tiempo lo mantiene sujeto entre sus manos. Un minuto, una hora, una duración todavía por descubrir.«Ahora lo haré yo por ti,» le dice él, quitándose dedo a dedo sus manos.«Oh, ya es demasiado tarde para mí,» le dice ella. «A mí ya se me cayó la mayoría hace tiempo.»Y él le recuerda sus propias palabras: nunca es demasiado tarde para nada.Entonces le pone una mano en la sien, y luego la otra. Como un niño que sujeta algo infinitamente valioso cuyo cuidado le haya sido encomendado.” (p. 280, mi traducción)
Jacobson los presenta por separado en un principio, pese a que existe una poderosa conexión entre ambos, que Shimi desconoce por completo. Y es esa lenta aproximación que ejecuta Jacobson lo que le otorga una insuperable brillantez a esta novela. Ambos personajes cobran vida desde la primera página en que son plasmados: Beryl a través de una llamada telefónica que le hace a uno de sus hijos ya casi de madrugada; Shimi mientras se arrodilla para recoger la baraja de cartas de tarot que se le ha caído, con una agilidad que ilusiona a sus clientas viudas.

Los amantes - la ilustración con que se cierra el libro.
Puede que Beryl esté olvidándolo todo, pero su dominio del idioma es insuperable. Con la ayuda de sus dos cuidadoras está tratando de reconstruir las piezas del rompecabezas que fue su vida. Los diálogos de la simpática abuela tanto con Euphoria (una mujer ugandesa) como con Nastya (la enfermera moldava a la que llama ‘Nastier’ [más horrible]) te hacen partirte de risa. La pericia y la virtuosidad de Jacobson retratan excelentes caricaturas de ambas mujeres en la boca de Beryl, si bien no son ellas los únicos blancos de la mordacidad de la nonagenaria ‘Princesa Schweppessodowasser’, como suele autodenominarse.

De Shimi Carmelli pronto averiguamos que planifica cuidadosamente sus salidas y paseos por el norte de Londres sobre la base de la necesidad (repentinamente urgente) que le puede provocar la vejiga a su edad, con un itinerario siempre cercano a baños públicos de parques y calles donde es conocido. Su historia personal nos remonta a la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su madre y la desaparición de su padre. Desde muy joven se queda muy solo, y pierde también el contacto con su hermano. Un episodio de su infancia que todavía lo tiene traumatizado nos lo muestra probándose los bombachos de su madre, y la reacción cruel de su padre, quien decide proporcionarle un indeleble castigo físico.

Finchley Road, donde Shimi Carmelli goza de una excelente reputación entre las viudas más adineradas porque todavía puede abrocharse los botones él solo. Fotografía de Sailko,

Narrada en capítulos dedicados alternativamente a los dos pimpollos, esta es una novela que nunca decae. Jacobson escudriña en los terrores infantiles, en las humillaciones juveniles, en el tormento físico y psicológico que causa el deseo sexual dentro de una sociedad reprimida y represora (de eso, la España franquista por la que tanto parecen suspirar algunos puede presumir mucho). Pero es sobre todo el reto que estos dos ancianos se plantean ante un futuro que podrá ser breve, pero que en todo caso bien podría compensar fracasos pasados. Terco en su visión del mundo, Shimi considera que “Es de sádicos esperar que cambie la manera en que uso ahora las palabras.” (p. 183, mi traducción).

Para quienes vamos acercándonos a esa etapa en la que los recuerdos comienzan a difuminarse o emborronarse, Jacobson ha escrito una historia en la que se hace patente el hecho de que es el cerebro el que nos dictará qué recordemos; nuestras memorias no las ejerceremos a voluntad. “A él ‘Más vale tarde que nunca’ siempre le ha parecido una frase trágica. En ella huele el ajado desierto de los años desperdiciados. Pero le gana a ‘Más vale nunca que demasiado tarde’. Por la mínima.” (p. 209, mi traducción).

Jacobson enfatiza que siempre estamos a tiempo de reescribir nuestra memoria, de que nunca debemos asumir un entendimiento perfecto de lo que es la vida antes de que ésta termine. El humor siempre debe ocupar un hueco. En fin, como dice el título: hay que vivir un poco.

1 ago 2019

Reseña: The London Train, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The London Train (Londres : Jonathan Cape, 2011). 324 páginas.

El título de este libro, una novela que se compone de dos partes bien definidas (o incluso de dos nouvelles), se debe al tren que une Paddington con Cardiff, esa línea de ferrocarril que atraviesa la suave campiña inglesa desde Hertfordshire hasta el estuario del río Severn. A bordo de ese tren van con frecuencia dos personas cuyas trayectorias ofrecen paralelismos: el tema subyacente en ambas partes de la novela es la fragilidad de las relaciones matrimoniales.

El estuario del Severn. Fotografía de Roger Roberts 
En la primera, Paul, un crítico literario de segunda categoría sufre la pérdida de su madre, a quien tenía más o menos olvidada en una residencia. Poco después descubre que la hija que tuvo en su primer matrimonio ha abandonado la casa de su madre y se ha ido a vivir con una pareja de emigrantes polacos en un piso insalubre en uno de los muchos barrios horribles de Londres.

Tras una pelea con su actual esposa, Paul se marcha a Londres y, para sorpresa de todos, lector incluido, se arroga el derecho a alojarse en el sofá del piso donde está su hija. El caso es que la joven está embarazada. ¿Es el polaco el padre? ¿Está segura la hija en el entorno en que vive? Ciertamente, a mí me pareció poco plausible que Paul se marche sin decir nada a su familia y se pase una temporada en Londres sin, digámoslo así, un mapa de ruta.

Pero es gracias a la segunda parte del libro que la primera cobra más sentido y al lector se le proporciona una más amplia y enriquecedora perspectiva. La protagonista de la segunda nouvelle es Cora, quien ha decidido dejar a su marido y a Londres (ya se sabe que el orden de los factores no altera producto) y mudarse a la casa de sus padres, que en poco tiempo pasaron ambos a mejor vida.

Paddington Station. Last train to Cardiff? Fotografía de Mattbuck.
Y es que es en ese tren entre Cardiff y Londres (o en dirección contraria, ya no me acuerdo) es donde los dos protagonistas se conocieron e iniciaron una relación extramarital. Mientras que para Paul fue una mera distracción, para Cora la aventura tuvo muchísima importancia, en su huida de una existencia solitaria y desalentada.

Con apenas un atisbo de trama, Hadley centra su atención en los nudos que los personajes traban en su propio entorno, las trampas que se tienden a ellos mismos y las mediocres justificaciones con que tratan de evadir sus responsabilidades. Como la vida misma.

Tessa Hadley es una novelista con estilo, o quizás sería mejor identificarla como gran estilista concienzuda y con conciencia. Son características que demostraría en años posteriores a The London Train en novelas como Clever Girl o The Past, o en su colección de relatos Bad Dreams and Other Stories. La falibilidad de los seres humanos es lo que posiblemente fascine al lector, otorgándonos una ventana al interior de sus mentes, a sus meditaciones y penurias:
“Hubo un tiempo en que Cora creyó que la vida iba construyendo una acumulación de recuerdos, que iban haciéndose más densos y profundizándose a medida que pasaba el tiempo, apuntalándote frente al vacío. Había adquirido la costumbre de atesorar reliquias de todas las etapas de su vida conforme iban pasando, como si fuesen sagradas. Ahora eso le daba la impresión de ser un modelo falsamente reconfortante de la experiencia. El presente era siempre lo más importante, en una forma que te empujaba siempre hacia adelante: vacía, aunque también libre. Fuesen las que fuesen las historias que te contases a ti misma o a otros, en el presente quedabas de verdad expuesta y desnuda, una proa que surcaba nuevas aguas; el pasado que quedaba detrás resultaba insustancial, se desmoronaba, caía en desuso, sus formas se volvían obsoletas. El problema era que siempre seguías estando viva, hasta el final. Algo tenías que hacer.” (p. 312, mi traducción)
Seguir vivo: ¿condena o premio? ¿Problema o respuesta? Para algunos, no disponer de tiempo para leer es a un tiempo condena y problema; la respuesta (o el premio) parece a veces estar muy lejos.

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