Hace más de 30 años,
de regreso a mi València natal tras el habitual viaje estival a Europa, conocí en
el tren a una joven pareja alemana (los dos eran estudiantes en la Universidad
de Heidelberg, si no recuerdo mal). Siendo ya bastante tarde a la hora en que
llegamos a nuestro destino, les ofrecí alojamiento por una noche en el viejo
piso familiar, vacío en aquella época. La electricidad estaba desconectada pero
sí había agua. No era lujo alguno, pero les permitía ahorrarse un dinerillo. El
caso es que aceptaron, a la mañana siguiente se fueron a buscar una pensión barata
en el centro y no volví a verlos nunca más. Por suerte para ellos, a principios
de la década de los 90 yo no era un asesino psicópata. Ahora, en 2023, ya me he
hecho demasiado mayor para ese tipo de hobbies.
No había leído esta
novela de McEwan hasta ahora. Era una especie de borrón en mi carrera
lectora que me apetecía arreglar. The Comfort of Strangers se publicó
en 1981, hace 42 años (ahí es nada) y ciertamente no ha envejecido tan bien
como un buen vino tinto. Aunque en sus páginas uno puede detectar al estupendo McEwan
de la novedosa, inquietante y refrescante The Cement Garden, la premisa básica
de esta novela es, en buena medida, fallida. Desde el mismo comienzo, la trama
apunta claramente a un tema siniestro (¿Un crimen pasional? ¿Un asesinato con tintes sexuales?). Pero tan pronto como se explicita la interacción
de los únicos cuatro personajes que podrían catalogarse como tales, resulta bastante
evidente que el elemento sádico va a jugar un papel importante en la historia.
Un breve resumen de la
trama nos lleva a una ciudad italiana con muchos canales y góndolas, a la cual han
ido de vacaciones Colin y Mary, una pareja inglesa de mediana edad (ella está
divorciada, él
no tiene ni interés ni prisa alguna por cambiar su estado civil). A veces
parecen hablar en un código propio, según el cual lo que no se dice tiene mucho
más significado que lo dicho. Su idea de unas vacaciones no difiere de la de
muchos otros: dormir, beber, fumar marihuana y sexo.
La
tercera o cuarta noche, en vez de salir del hotel con tiempo para elegir un
restaurante antes de que les cierren, salen a las nueve y sin mapa. Por
supuesto, se pierden y se quedan sin cenar. Ahora en 2023, McEwan no podría haber
usado ese recurso: ¿Quién no tiene acceso a
un mapa en su teléfono móvil, o en su defecto, pregunta al primero que
encuentra por la calle?
Como para salir de noche sin conocer la ciudad, sin mapa y sin destino. El laberinto veneciano se está hundiendo, por cierto. |
Y digo que es poco porque
apenas unas horas después, y antes de la cena, Robert le propina un fuerte puñetazo
en el estómago a Colin sin venir a cuento. Si tan mal te sienta el entrante, ¿Por
qué te quedas hasta los postres? Y si Mary descubre que Colin está en alguna de
las fotos que Robert tiene en su salón, ¿Por qué no salen corriendo? Cualquiera
con dos dedos de frente lo haría, ¿no crees?
Pese a la elegancia, el
buen hacer técnico y la creación de una atmósfera tan lóbrega y siniestra como
las mismas mazmorras de la Santa Inquisición, no todo vale por amor del
suspense. Como apuntaba una de las reseñas del libro que he consultado: «Puede
que un autor se salga con la suya haciendo que sus personajes resulten ser
ingenuos, pero tan pronto como el lector mismo les grita y les llama idiotas
por seguir la trama de la novela, cabe decir que el autor ha perdido el control
de su propia narración» (mi traducción).
The Comfort of Strangers tardó bastante tiempo en publicarse en castellano y en catalán. Apareció una década después, en 1991, como El placer del viajero (la traducción del título es un tanto extraña, la verdad) en Anagrama (traducido por Benito Gómez Ibáñez). I en català es va publicar l’any 1997 amb el títol El confort dels estranys, amb traducció de M. Trias, en Destino. Possiblement estiguin ambdues ja descatalogades!
Un pelín decepcionante.
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