28 mar 2020

Encerrado en mi casa

Para fortuna nuestra, en la tierra de los Ngunnawal todavía no nos han obligado a encerrarnos en casa. La recomendación es no salir excepto si es necesario hacerlo. Quienes vivimos en los barrios más alejados del centro de la ciudad - como vive la mayoría de la gente en la capital de Australia - somos muy afortunados: hay amplio espacio para salir a caminar sin tener que cruzarse con prácticamente nadie. Y si tomas el coche y conduces unos diez minutos, tienes una reserva natural en la que te cruzarás en el camino con cientos de canguros, no personas.

Pese al mal trago (es un decir: una bocanada más bien) por el que pasamos el verano austral recién terminado cuando el espeso humo tóxico de los incendios nos entraba en casa todas las noches, la caótica situación concluyó tan pronto como empezaron a caer buenos chaparrones en febrero. Hasta el verano que viene, aventuro yo a modo de pronóstico de largo plazo.


Tomaques i mongetes, a molt bon preu, senyora. Què li semblen 15 dòlars el quilo? 
No termina ahí nuestra suerte. Muchos tenemos terreno suficiente para plantar nuestras propias verduras y hortalizas. Será por eso que a Australia la llaman 'The lucky country'. Desde hace una semana, los precios de la comida fresca, esa que los nutricionistas, médicos y expertos aconsejan para potenciar el sistema inmunológico, se han triplicado o incluso cuadriplicado. Hoy mismo, por una coliflor pedían 10 dólares; por un kilo de brócoli, 15 dólares; por una triste lechuga, 6 dólares. De la carne, mejor no hablar. En cambio, la langosta se vende a mitad de precio porque la producción, anteriormente destinada a la exportación al mercado asiático (China, principalmente) ahora no encuentra salida fuera del país. Esta noche, todos langosta, ¿verdad? Pues no.


Plantado a finales de enero, el maíz sigue creciendo, y calculo que estará listo antes de las primeras heladas a finales de abril.
Mientras muchos lleváis casi dos semanas encarcelados en vuestras casas en una réplica demasiado real de la Gilead de A Handmaid's Tale, las medidas aquí son mucho menos draconianas. Podemos salir a correr, a pasear, a mirar el cielo y a observar lo que hacen los pájaros, o incluso a abrazar un árbol. Todo un lujo. Yo mismo todavía tengo permiso de salir a trabajar todos los días: eso sí, el trabajo se hace por Skype. Se mantiene una distancia prudencial con quienes uno se cruza en los pasillos, y muchos estamos adoptando la costumbre japonesa de saludar con una inclinación de cabeza en lugar del contacto físico. Los bares están cerrados pero los restaurantes pueden servir comida para llevar. por ahora. Gimnasios, piscinas y bibliotecas llevan una semana chapados.

En fin. Me vino a la cabeza este tema de Parálisis Permanente. Recuerdo perfectamente cuando empezó a sonar en las radios españolas en 1981. Nunca imaginé que habríamos de pasar por esto, pero nos ha tocado vivirlo. Y me apuesto que tampoco aprenderemos (nosotros la humanidad) de esta. Una idea que lanzo al aire: si el presupuesto global de los ministerios de defensa de todos los países occidentales se hubiera destinado en los últimos 5 años a otras partidas como sanidad, educación, protección social, etc., ¿cree alguien que habría escasez de medios para proteger al personal médico que tanto lo necesita?


I see myself in the mirror and I’m happy/ I never think of anyone else but me / I never think of anyone else but me 

I read books I only can understand/ I listen to tapes where I recorded my voice/ I listen to tapes where I recorded my voice 

Locked inside my home/ I don’t give a damn/ I don’t need anybody/ I’ll never again go outside! 

I have one cold bath after another/ and I slash my skin with razor blades/ and I slash my skin with razor blades 

I lie on the floor of my bedroom/ and I see my rotting body/ I see my rotting body 

Locked inside my home/ I don’t give a damn/ I don’t need anybody/ I’ll never again go outside! 

I’m now independent/ I do not need any people/ I’m now self-sufficient/ At last! 

I see myself in the mirror and I’m happy!


Escuché el otro día en el podcast de Carne Cruda a alguien que citaba una pintada en las calles de Buenos Aires durante la dictadura militar: GUARDATE EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES. Pues eso. También esto pasará, y vendrán tiempos mejores.

23 mar 2020

Reseña: Lincoln in the Bardo, de George Saunders

George Saunders, Lincoln in the Bardo (Londres: Bloomsbury, 2017). 343 páginas.
“Cuando se pierde a un hijo, nunca tiene fin el tormento que un padre pueda autoinfligirse. Cuando amamos, y el objeto de nuestro amor es pequeño, débil, vulnerable, y ha confiado en nosotros y solamente en nosotros para su protección, y cuando dicha protección, por la razón que sea, ha fallado, ¿Qué consuelo (qué justificación, qué defensa) puede haber, acaso?
Ninguno.
La duda se exacerbará mientras sigamos vivos.
Y cada vez que se afronte un momento de duda, volverá a surgir otro en su lugar, y después de ése, otro”. (p. 239, mi traducción)
Un inciso personal que tiene relación con el tema de este libro. En su momento, no me di cuenta de que la oportunidad de abrazar el cuerpo de mi hija muerta habría de ser la última. Traumatizado, desorientado y exhausto, no me pasó por la cabeza que, viéndola tendida allí, los ojos cerrados, su hermosa piel morena tumescente, depositada en una camilla de un hospital extraño e impersonal, el trámite de reconocerla iba a ser ese momento final de verdadera despedida, el instante definitivo. No hubo otro.

Hace más de ciento cincuenta años el Presidente Abraham Lincoln y su esposa perdieron a su tercer hijo, Willie, víctima probablemente de la fiebre tifoidea. Fue el 20 de febrero de 1862. En dos ocasiones Lincoln entró en la cripta donde estaba Willie y sacó a su hijo del ataúd en el que estaba para abrazarlo. Y es este hecho el que utiliza Saunders para escribir una de las novelas más innovadoras de los últimos años.

Una figura triste, un corazón roto.
Las diferentes religiones abordan la cuestión del alma de modos diferentes. La propuesta católica es, digámoslo sin tapujos, una patraña ridícula. Francamente, nadie con un mínimo de sentido común puede creerse que haya un cielo y un infierno. La propuesta budista, mucho más amable, nos habla del Bardo, un estado de la existencia (que no de la vida) que nos situaría entre la muerte y la reencarnación.

Budista convencido, Saunders sitúa a Willie en el Bardo, y puebla la novela de personajes residentes en el cementerio de Washington al que acude el destrozado Lincoln. Son todos ellos seres humanos que no han aceptado la realidad de sus muertes. Pero los niños, dicen los más veteranos, no deben permanecer mucho tiempo en el Bardo. La irrupción del Presidente trastorna sobremanera a Willie, que decide esperar el retorno de su padre una segunda vez.

Algo que tres moradores del Bardo – Vollman, Bevins y el reverendo Early – ya avezados no pueden consentir, pues es contra natura y un niño que allí se quede sufrirá lo indecible. Saunders combina la narración de esta aventura (uso la palabra con cierta precaución, aunque al fin y al cabo es una obra de ficción) con extractos tanto apócrifos como reales de relatos y opiniones de la época. No hay que olvidar que la muerte de Willie sucedió durante la Guerra Civil, y Lincoln llevaba sobre sus hombros el peso de la contienda y el enorme dolor que la muerte de tantos jóvenes causaba entre los estadounidenses.

La novela está estilizada como si se tratase de una obra de teatro. Y es ese el gran triunfo de Saunders: las voces de los moradores del Bardo son totalmente creíbles; sus dimes y diretes van desde las confesiones más cándidas y sinceras (no comprenden qué hacen en ese lugar, y continúan teniendo la esperanza de volver con sus seres queridos) a los chascarrillos más cáusticos, irónicos y sarcásticos.

Aunque se trate de la primera novela de Saunders, me parece absolutamente lógico que se llevara el Premio Booker de 2017. El formato es arriesgado y aborda un tema que nunca es fácil de disponer en una obra literaria. Pero Saunders, como hizo en su libro anterior, el fantástico volumen de cuentos Tenth of December, deja el listón muy alto. Una deliciosa obra de arte: entretiene, te hace reír y llorar, te hace disfrutar de las múltiples voces que pueblan ese cementerio, y por último es convincente en la capitulación final de Lincoln cuando abandona la cripta al final de la noche. Una capitulación que todo padre o toda madre que haya perdido a su hijo o hija llevará dentro hasta el final de sus días.

Lincoln en el Bardo. Traducción de Javier Calvo. Seix Barral. 2018.

Lincoln al Bardo. Traducció a càrrec de Yannick Garcia. Edicions de 1984. 2018.

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia