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18 jul 2025

Reseña: A History of Books, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, A History of Books (Artarmon, NSW: Giramondo, 2012), 205 páginas.

La mayoría de las reseñas de este libro de Murnane publicado en 2012 (aunque tres de los cuatro textos que lo componen fueran publicados una década antes, dos en antologías y uno en una revista literaria australiana) inciden en el hecho de que es un texto que tiene un componente autobiográfico. Murnane solamente utiliza la primera persona en dos de los textos que componen este libro: ‘As It Were a Letter’ y ‘Last Letter to a Niece’. En cambio, en ‘A History of Books’, el texto más largo del volumen, no aparece nunca la primera persona.

No se trata de una historia de los libros en general, tampoco de los libros que ha escrito el autor, sino de libros que leyó a lo largo de su vida y que de alguna forma dejaron en él alguna huella, aludida siempre en forma de una imagen invocada gracias a las palabras que leyó y que muchos años más tarde había lógicamente olvidado.

Si tras leer cada uno de estos libros conserváramos una imagen propiciada por alguna o algunas palabras rememoradas de su lectura, ¿qué tendríamos sino un pequeño mundo propio de imágenes? Fotografía de Martin Vorel.
‘A History of Books’ contiene una treintena de secciones. En muchas de ellas escribe acerca de un hombre ya mayor que concibe la imagen de un joven que ha leído un libro y se ha formado una idea de dicho libro que ha subsistido en forma de imagen de algo o alguien. Si estás ya familiarizado con la prosa de Murnane, sabrás de lo que hablo. El autor siempre ha tratado temas similares: es la obsesión sobre la que gira buen parte de su obra literaria. Imágenes que se crean en su mente tras la lectura de libros, recuerdos de libros leídos y apuntes tomados que le pudieran servir para más adelante escribir una ficción.

Murnane hace de la precisión el principio rector de su escritura: aunque sus oraciones son largas, son perfectamente correctas y están ejemplarmente estructuradas desde el punto de vista sintáctico. Insiste una y otra vez en que todo lo que escribe es una ficción en torno a lo que los libros de ficción han creado en su memoria. Un ‘metamundo’ literario, si un concepto así tiene sentido. Leamos un ejemplo: «Cierto hombre que tenía casi setenta años de edad estaba tomando apuntes para una obra de ficción que no esperaba escribir nunca. El hombre había tomado apuntes para muchas obras de ficción durante muchos de los cincuenta años previos. Algunas de esas obras las había terminado por escribir, y algunas de las obras que había escrito habían sido publicadas más tarde. Durante los diez años anteriores, no obstante, en las pocas ocasiones en que el hombre se había sentido apremiado a escribir ficción, había aliviado ese apremio tomando apuntes para una u otra obra que no esperaba escribir nunca.

En una de las obras de ficción del hombre mencionado ya publicadas figuraba un informe de un hombre ficticio que había leído cierto libro: una traducción a la lengua inglesa de un libro escrito en la lengua húngara y publicado por vez primera en Hungría tres años antes del nacimiento del hombre mencionado. Aunque el libro publicado del hombre era ficción, cualquier lector podría haber descubierto que la existencia del libro mencionado en la narrativa ficticia era un hecho, y que el libro mismo afirmaba ser un libro de no ficción. (¿Por qué acabo de escribir la expresión un libro de no ficción? ¿Por qué se usa tan rara vez la expresión un libro factual? ¿Es nuestra manera de reconocer que la mayoría de los hechos aparentes son, de hecho, ficción? Y, si a los libros de ficción no se les denomina libros no factuales, ¿es porque entendemos que la mayoría de los asuntos nombrados en los libros de ficción tienen una existencia factual?» (p. 103-4, mi traducción).

El otro texto del volumen lleva por título ‘The Boy’s Name was David’ (publicado anteriormente en Collected Short Fiction, que ya reseñé hace casi cuatro años), en el que Murnane ensambla sus recuerdos como profesor de escritura creativa con uno de sus temas favoritos, las carreras de caballos (puedes leer o releer mi reseña de Tamarisk Row), en un breve relato que me ha resultado sumamente original. A History of Books es otro libro de lectura esencial para quien quiera saborear la singular obra de este australiano, pero no me voy a conformar con eso. No es mi intención ir contracorriente ni crear polémica, pero el hecho es que pienso que A History of Books no es un libro de ficción ni una colección de relatos ni nada parecido. Para mí, se trata de uno de los ensayos acerca del acto de la creación literaria más originales jamás escritos.

12 jul 2025

Reseña: The Coin, de Yasmin Zaher

Yasmin Zaher, The Coin (Londres: Footnote Press, 2024). 225 páginas.
En ocasiones te encuentras con un libro en el que el autor, de pronto, ejecuta una maniobra narrativa mediante la que apela al lector, y a este no le queda otro remedio que reevaluar lo que había estado leyendo hasta ese instante. Eso me ha ocurrido con The Coin, la desconcertante primera novela de esta periodista palestina (oriunda de Jerusalén) ahora afincada en París, aunque vivió durante muchos años en los Estados Unidos, adonde fue a completar sus estudios universitarios.

Te preguntarás – eso espero – de qué maniobra estoy hablando. Pues es porque Zaher deliberadamente se dirige a un “tú” que soy yo, el lector, que quizás no esperaba una interpelación tan directa y resuelta. La protagonista (la novela está narrada en primera persona, pero nunca sabemos su nombre) trabaja como maestra en una escuela de uno de los barrios humildes de Nueva York. Es una mujer obsesionada con la limpieza. Su rutina diaria incluye el baño, frotándose toda la piel a conciencia y afeitándose todo pelo que le aparezca. La obsesión (¿enfermiza?) por la limpieza tiene una motivación moral para ella. Cree que el día en que sus padres murieron en un accidente de tráfico se tragó la moneda del título (un shekel). Esa moneda, que persiste en su interior, es obviamente un símbolo: de su herencia (que su hermano le pasa con cuentagotas) y de su identidad, otra vertiente, mucho más esencial e importante, de la herencia que la narradora ha llevado consigo a América.

Y en Nueva York, la anónima protagonista de The Coin trata de mantener una apariencia de alto nivel socioeconómico (tiene dinero pero no acceso directo a él) con la adquisición de productos de marcas archiconocidas. La letanía de nombres de accesorios y prendas de moda es significativa: Hermès, Ferrari, Louis Vuitton, Chloé, Gucci, Miu Miu, Blahnik, etc.

Un Birkin. Fotografía de la filipina Yvette Religioso-Ilagan. 

Un día abandona una abandona su gabardina en la calle, y pocos días después descubre que un extraño la lleva puesta. Poco a poco entra en una relación con él (en la novela lo conocemos únicamente por el apodo de ‘Gabardina’). Gabardina la convence para viajar a París a comprar bolsos Birkin que luego revenderán en Nueva York. La estratagema de Gabardina y la intervención de la narradora es una atractiva subtrama que en realidad no lleva a ninguna parte. Las observaciones sobre el comportamiento de los empleados de las tiendas de artículos de lujo son brillantes. Pero una vez de regreso en Nueva York, Gabardina desaparecerá de su vida para siempre.

Tan fascinantes como esos capítulos son los dedicados a los alumnos de su escuela. Hay un subtexto de fuerte censura social. La narradora se convierte en difusora y promotora de ideas subversivas; en paralelo, describe su personal descenso a los infiernos. Pide una larga baja en la escuela, construye un terrario en el apartamento donde vive y se abandona al descuido y la suciedad, desconectándose del mundo.

Una novela que no te puede dejar indiferente. La sociedad (no solamente la estadounidense) de esta tercera década del siglo XXI sale muy malparada. Nuestros vicios consumistas y nuestras desidias políticas quedan expuestas en un texto en el que abundan lo escatológico, el sexo y una brutal ironía. Observa la protagonista que los estadounidenses tienen un comportamiento muy protector respecto a sus hijos – no es de extrañar, pues es el único país del mundo en el que parece existir una práctica cultural que todos conocemos como school shooting.

The Coin es un brillante debut. Ese trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza que demuestra padecer la narradora tiene un objetivo claro: la suciedad. Pero no la suciedad física (mugre, polvo, lodo, grasa, etc.) sino la moral, esa mezcla de indecencia identitaria e ideológica de la que ha surgido el monstruo al que todos vemos a diario en el más realista y real espectáculo de reality TV que haya habido jamás y, por si fuera poco, en directo desde la Casa Blanca.

The Coin recibió este año el Premio Dylan Thomas que otorga la Universidad de Swansea a la mejor novela de un autor joven. He aquí un fragmento:

«El primer lunes del mes de marzo, todos los maestros se reunieron en la sala de profesores. Era el cumpleaños de Lauren, Aisha había hecho unas magdalenas de terciopelo rojo y había también algunos asuntos administrativos de los que hablar. La maestra de plástica iba a tomar la baja por maternidad, los baños del segundo piso estaban destrozados y el presupuesto para actividades de atletismo estaba agotado. Yo casi nunca decía nada en esas reuniones, y aquel día me quedé de pie junto a los ventanales, las manos por encima del radiador, rehuyendo los bombazos calóricos. Mantuve un perfil bajo. Era todavía la nueva maestra, y no confiaba en que fuera a decir algo apropiado.

El último punto de la agenda del día era una carta que Aisha había recibido de algunos alumnos. Agitó la hoja de papel cuadriculado en el aire y dijo: “Ahora se hacen llamar el Movimiento por la Belleza y la Justicia”. Leyó la carta rápidamente, le parecía divertida, y se saltó algunas partes que no entendía. “Amenazan con ponerse en huelga” —prosiguió— “y dicen que tenemos dos semanas para responder”. Soltó una sonora carcajada y movió la cabeza. Me recordó el modo en que yo había desestimado la nota de suicidio de Carl.

Gregory quiso saber qué estudiantes estaban detrás de la carta y Aisha insistió en que eso no importaba, que eran un gran grupo, aunque pienso que trataba de proteger a Sal porque era pariente suyo.

“¿Puedo ver la carta?”, pregunté. Era lo primero que había dicho en la reunión, y Aisha me miró como si se sorprendiera de verme allí. Me la pasó; era la letra de Leonard, diminuta, en azul. Había una larga lista de demandas, que Aisha había omitido en su lectura. Requerimos una máquina de refrescos. No podemos hacer tareas los fines de semana. Queremos llevar zapatillas en el colegio.

“¿Qué vais a hacer respecto a esto?”, pregunté mientras miraba alrededor, a los demás maestros, pero luego bajé los ojos y miré otra vez el radiador, no queriendo parecer demasiado comprometida. “Pues ignorarlos”, dijo Gregory y empezó a empaquetar sus cosas en la mochila. “No, yo no pienso ignorarlos,” dijo Aisha, “todos queremos que nos oigan, podemos darles algo,” prosiguió, “quizás una máquina de limonada, y podemos subir la temperatura del termostato hasta los 18 grados”.

Aisha era de esa rara especie de personas, gente amable y gentil, gente que creo que nacen ya así. Son más visibles en ciertas profesiones. En la educación, o en la atención médica, como las enfermeras que extraen sangre. Esta gente trabaja en el interior de los edificios, trabajan jornadas largas e intensivas, a veces en turnos nocturnos. Ya no quedan muchos así hoy en día, pues nuestra cultura nos socializa en contra de la amabilidad. Lo sé porque casi nunca te los encuentras en la calle». (p. 149-50, mi traducción)

22 may 2025

Reseña: Utopia for Realists, de Rutger Bregman

Rutger Bregman, Utopia for Realists: How We Can Build the Ideal World (Nueva York: Little, Brown and Company, 2017 [2014]). 319 páginas. Traducido al inglés por Elizabeth Manton.

El extremadamente optimista subtítulo de este libro (Cómo podemos construir el mundo ideal) debería ser suficiente para incitar a su lectura, ¿no? Si la historia de la humanidad ha sido un avance de progreso y mejora, de creación de sociedades cada vez más perfeccionadas y con mayores recursos para evitar la miseria, la muerte o la desnutrición, la idea del mundo ideal (esa utopía que ya propuso en su momento Tomás Moro) continúa siendo atractiva para quienes deseamos el bien y no el mal para el prójimo.

Retrato de Thomas More (1682): un grabado de Esme de Boulonnois que se encuentra en la Academia de las Ciencias y las Artes de Amsterdam.

Bregman fundamenta su tesis en tres conceptos principales: el ingreso básico universal, la semana laboral de 15 horas y la eliminación (o en su defecto, la apertura) de las fronteras. Respecto al primer punto, el autor cita numerosos ejemplos de localidades y regiones que a lo largo de la historia han instituido el reparto de dinero para todos. La propuesta tiene su mérito, sin duda, y resulta persuasiva desde el momento en que, dentro del sistema neocapitalista actual, contar con lo simplemente necesario para vivir evitaría muchos problemas sociales. Y no nos engañemos: una mayor presión fiscal sobre los que tienen muchísimo más de lo que necesitan sería un buen (y factible) primer paso.

Si la crisis de 2008 demostró algo (cosa de la que, en mis peores días, dudo) es que el sistema financiero neocapitalista del comienzo de este siglo no funciona. Hacen falta visiones alternativas, propuestas plausibles para poder replantear el debate y consumar los cambios que el mundo necesita, sugiere Bregman.

De entrada, dice el autor, habría que renunciar (o penalizar, ¿por qué no?) el frívolo consumismo que parece conducir únicamente al agotamiento de recursos, la destrucción de ecosistemas y el calentamiento climático global. Exigir que de la ducha pueda salir toda el agua que uno quiera no es simplemente egoísta: es estúpido.

La segunda pata de esta propuesta utópica de Bregman es la reducción del tiempo utilizado en trabajar, junto con la eliminación de ciertos trabajos que remuneran demasiado a quienes prácticamente nada hacen. El autor pone la mira en el cálculo del PIB, el cual no es para nada representativo de lo que una sociedad moderna debiera medir y examinar como progreso.

Finalmente, la tercera base en la que Bregman apoya su proposición es la eliminación de las fronteras. Los datos que aporta John Washington en su libro (reseñado aquí hace unos pocos meses) dan completamente la razón a lo que ya proponía Bregman en 2014. El factor que más intensamente determina la salud, el bienestar, la expectativa de vida o el nivel educativo de una persona es el lugar de su nacimiento y el pasaporte al que tiene derecho.

Con un vocabulario absolutamente sencillo, haciendo gala de un estilo directo y claro, Bregman hizo con este libro un llamamiento muy válido para que las fuerzas políticas progresistas instauren estructuras que conduzcan hacia una redistribución de recursos con el objeto de crear sociedades que sean tan justas como prósperas. Pero da cierta pena comprobar que todavía haya quien asocie catástrofes históricas como el estalinismo con estas líneas de pensamiento, como hizo en su día Richard Seymour en The Guardian. Conectar lo ocurrido a mediados del siglo XX en la URSS con una propuesta tan idealista y ambiciosa como esta, dentro del ámbito socioeconómico y filosófico en el que se mueve Bregman, me parece desacertado. Con amigos así, ¿alguien necesita enemigos?

Utopia for Realists apareció en castellano como Utopía para realistas en 2017, publicado por Salamandra, con traducción a cargo de Javier Guerrero Gimeno; i també en català (Utopia per a realistes, 2017), publicat per Empúries, amb traducció a càrrec de Marta Pera.

12 may 2025

Reseña: Rebel Island, de Jonathan Clements

Jonathan Clements, Rebel Island: The Incredible History of Taiwan (Brunswick, VIC: Scribe, 2024). 301 páginas.

Este fascinante libro del historiador británico asentado en Finlandia pone el acento en la larga historia de la isla de Taiwán, incluyendo la prehistoria, que desconocía por completo. Durante la última glaciación, la isla estuvo unida a la masa continental asiática. Hace unos 12 000 años, el deshielo inundó los valles y planicies, creando una tierra separada de China por unos 160 km. Durante cientos de años en la isla vivieron pueblos austronesios, los verdaderos indígenas de esta isla del Pacífico. Afirma Clements: «… la historia de Taiwán — en un sentido literal, el registro de sus sucesos y cultura por escrito — ocupa menos del dos por ciento del periodo en que ha estado habitada por los seres humanos. Un comentario de este calado sería cierto en relación con la mayoría de las otras partes del mundo, pero hay algunos lugares, y Taiwán es uno de ellos, donde el foco en la historia moderna entraña el riesgo de aumentar la marginalización de las voces y de la experiencia de los grupos étnicos que llevan viviendo allí más tiempo. En su reciente trabajo sobre las culturas indígenas, la arqueóloga Kuo Su-chiu señala lo apabullante que resulta ser un sentido desapasionado del tiempo profundo, y lo muy engañoso que es para la historiografía moderna el centrarse en las disputas entre chinos y japoneses, o los nacionalistas que creen que Taiwán es parte de China y los separatistas que desean que no lo fuera». (p. xiii, mi traducción)

El aislamiento, naturalmente, duró poco. Antes de la llegada de los colonialistas europeos (entre ellos los españoles, que ya habían llegado a lo que son hoy en día las Filipinas, y cuya presencia fue tan efímera como intrascendente), a la isla llegaron tanto chinos como japoneses que, por alguna u otra razón, iban huyendo de sus respectivas autoridades. Clements también documenta la presencia de contrabandistas y piratas en esos tiempos, si bien tanto la costa oriental como la occidental no ofrecían puertos muy seguros que digamos. Además, señala el autor en numerosísimas instancias, la gran mayoría de los registros históricos de esas épocas caracterizan a los pueblos indígenas de Taiwán como bárbaros a los que les gustaba cortar las cabezas de los invasores, y con quienes tratar era evidentemente una tarea peligrosa.

«En algún momento [de mediados del siglo XVI], la isla adquirió un nombre nuevo, cortesía de un grupo de recién llegados. Mercaderes portugueses, a la búsqueda de nuevas oportunidades en China pero rechazados por sus autoridades, exploraron el litoral de las islas cercanas, y posiblemente circunnavegaron Taiwán en su viaje de regreso a casa. Aunque no tuvieron una presencia duradera en la región, sí dejaron algunos nombres de lugares imperecederos. Pasando por las islas Penghu, observaron un buen número de embarcaciones de pescadores chinos fondeadas allí, y les dieron el nombre de Pescadores [tal como se conoce al archipiélago en varios idiomas]. Su formidable entusiasmo por la frondosa vegetación de la costa occidental de Taiwán, avistada desde la distancia, llevó a la inscripción del nombre Ilha Formosa (Isla Hermosa) en los mapas europeos posteriores». (p. 33, mi traducción)

Portugueses, holandeses, ingleses y franceses se acercaron a esta zona del planeta en busca de materias primas. Durante siglos hubo continuas migraciones desde el continente a la isla. En un interesante giro de la historia, también Japón contó con Taiwán como territorio de su imperio, entre 1895 y 1945. Clements recoge el testimonio de muchos historiadores que han señalado la modernización que la administración japonesa aportó, especialmente en la capital, Taipéi.

«Enfrentados a la inevitable victoria comunista en el continente, las autoridades nacionalistas empezaron a considerar un precedente histórico. Igual que Koxinga y los leales a la dinastía Ming habían huido para luchar en otra ocasión, ellos harían lo mismo. Y con el tiempo lo hicieron, junto con dos millones de sus seguidores, amasándose en la isla de Taiwán con una enorme oleada de refugiados hambrientos.

La evacuación de los nacionalistas desde el continente constituyó un logro notable, pero supuso un gran costo. Decidido a desviar tantas fuerzas comunistas como fuera posible, Chiang Kai-shek dio la impresión de estar planeando realizar la evacuación a Fujian, la provincia suroriental al otro lado del estrecho de Taiwán, bordeada por una cordillera de montañas que creaban una fortaleza natural. Para hacerlo, envió a algunos de los evacuados en la dirección incorrecta, con la vana esperanza de que pudieran ser rescatados más adelante. Se dieron además algunas extrañas prioridades entre los materiales que llegaron a Taiwán. Aunque miles de soldados y sus familias, así como innumerables cargamentos de armamento militar no llegaron a Taipéi, de alguna manera hubo sitio en los buques de evacuación para los tesoros del Museo del Palacio Nacional, junto con gran parte del oro del banco nacional y un cofre repleto de joyas confiscado a los supuestos quintacolumnistas de Shanghái» (p. 168, mi traducción). Una maravilla de reloj procedente de la colección del Museo del Palacio Nacional en Taipéi. Fotografía de Zairon.

La isla sirvió en dos ocasiones como refugio de emergencia para ejércitos chinos que escapaban de sus enemigos en China. La primera vez fue el líder de las fuerzas Ming, Koxinga, huyendo del ejército manchú. La segunda oportunidad es la m
ás conocida por el público en general: el general Chiang Kai-shek y los nacionalistas lo hicieron tres siglos después, acosados por los comunistas liderados por Mao. Unos dos millones de personas cruzaron el estrecho. Junto con sus familiares y sus pertenencias, los oficiales nacionalistas arramblaron con buena parte de los tesoros culturales de la capital china y otras ciudades. De hecho, el Museo del Palacio Nacional en Taipéi parece ser uno de los mayores atractivos para los muchos turistas del continente que visitan la isla.

El elefante llamado Lin Wang sirvió en las fuerzas chinas de la segunda guerra entre China y Japón (1937–1945). Después de la guerra, cruzó el estrecho y vivió en el zoológico de Taipéi hasta el año 2003.

Clements insiste en lo enormemente compleja que es la relación de China con la isla. La gran mayoría de la población es ya de origen chino (de la etnia Han), pero los pobladores autóctonos subsisten y la relación con ellos no siempre ha sido fácil. Es un lugar bastante fragmentado políticamente, con una innegable conexión cultural, social y económica con la República Popular China. Lo que depare el futuro respecto a su sistema político es imposible de decir.

La isla «… [es] un punto letal de estrangulamiento en la geopolítica moderna: el hecho de que economías enteras y consideraciones estratégicas dependan ahora no de mercancías como el acero y el petróleo, sino del control del mercado de circuitos informáticos integrados — un mercado en el que Taiwán es tan crucial en el siglo XXI como lo fue respecto al alcanfor en el siglo XIX. […] el iPhone 12 del año 2020, un producto vital tanto para los fabricantes chinos como los distribuidores estadounidenses, un aparato que no podría funcionar sin el microprocesador A14, que por entonces se fabricaba únicamente en la factoría de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). En medio de las tensiones relacionadas con el virus de la Covid-19, que causó por sí mismo trastornos sustanciales en la cadena global de suministro, el enfrentamiento en torno a Huawei sirvió para demostrar el crucial valor estratégico de Taiwán». (p. 242, mi traducción)

Un libro ciertamente deslumbrante y enriquecedor para quien, como yo, sabía bien poco de esta parte del mundo. Un dato muy interesante: como se suele decir con el castellano de Colombia, el mandarín de Taiwán es la forma más pura de la lengua. Si intentas aprendes el idioma allí, cuando vayas a China te van a reconocer enseguida el acento, dice Clements.

6 may 2025

Reseña: To Paradise, de Hanya Yanagihara

Hanya Yanagihara, To Paradise (Londres: Picador, 2024). 708 páginas.

El sistema educativo en el que estuve inmerso en la enseñanza primaria, hacia el final de la dictadura franquista, se sostenía sobre (lo que entonces eran) irrebatibles creencias religiosas, y por esa razón la idea de paraíso que buscaban inculcarnos era una fantasía completamente irrealizable en la Tierra. Transcurridas ya seis décadas de vida, me parece que haber desechado esa quimera ilusoria por principio está plenamente justificado. Pienso que el paraíso, si es que tenemos que aceptar o lidiar con la existencia del concepto, no es otra cosa que alcanzar un estado emocional.

Hasta la fecha, Yanagihara solamente ha publicado tres novelas. La más mediática y leída fue A Little Life (reseñada en este blog en 2016, con más de 5000 visitas, pero que, sorprendentemente, no ha merecido ningún comentario hasta ahora). La primera, The People in the Trees, la reseñé en marzo de 2014. To Paradise es un bicho raro de novela: son tres novelas en un mismo libro, cada una separada en el tiempo por un siglo. La primera parte se sitúa en la Nueva York de 1893, en un país, los Estados Unidos, dividido en varias confederaciones. La metrópolis neoyorquina es el escenario de las tres historias. En la primera, es la capital de los llamados «estados libres», donde el matrimonio de personas del mismo sexo no es solamente legal sino una costumbre de aparentemente larga trayectoria histórica y cultural.

Washington Square es el centro neurálgico de las tres secciones de To Paradise. Fotografía de Elisa.rolle 
La segunda parte nos traslada a unas tres décadas anteriores a nuestra época, alrededor de 1993. En esta historia figura un grupo de adinerados hombres homosexuales que celebran la cena de despedida a uno de ellos, que ha escogido poner fin a su vida tras conceder la derrota frente a una enfermedad no especificada. Pero el protagonista de esta segunda parte es un joven hawaiano. Largas epístolas de su padre, muy enfermo, revelan los enormes perjuicios socioeconómicos, lingüísticos y culturales causados por la colonización estadounidense del archipiélago. La autora pone el foco en los temas de la segregación racial, la explotación interesada y el pillaje de otras tierras y culturas: algo de muy candente actualidad para, por ejemplo, los actuales habitantes de Groenlandia.

El paraíso puede muy bien ser ese momento en que te deslizas sobre una tabla de surf. Turtle Bay, Oahu, Hawai'i. Fotografía de Steve Hedin. 

La tercera sección nos lleva a un futuro distópico y aterrador en 2083. Los estados libres se han convertido en una autocracia de corte fascista. Las recurrentes epidemias del siglo XXI, junto con los devastadores efectos del cambio climático (los personajes tienen que emplear trajes especiales para poder salir a la calle). En esta parte hay dos narradores: una joven mujer que sufrió los terribles efectos secundarios de una medicación contra los virus que la dejaron estéril y muy debilitada emocionalmente. El otro narrador es su abuelo, que cuenta el declive de la ciudad y la sociedad neoyorquina a lo largo del siglo y el progresivo deterioro político que conduce al estado policiaco de corte fascista, con campos de concentración a los que se interna a los enfermos para que mueran en ellos. Quien quiera leer algo en eso, que lo haga: en Australia se abrieron campos de aislamiento para quienes regresaban del extranjero durante los primeros dos años del Covid.

Uno puede preguntarse la razón por la que las tres historias, en su desenlace, apuntan a la promesa de una mejor vida, o quizás a ese sueño americano que – ciertamente para la mayoría de la clase media de los EE.UU.; definitivamente para los millones de emigrantes centroamericanos a los que el régimen quiere expulsar – ha devenido mera fantasía cuando no un absoluto engaño. Los protagonistas aspiran a encontrar un paraíso porque en sus vidas enfrentan obstáculos, trampas y prohibiciones.

Un aspecto muy llamativo es el hecho de que Yanagihara emplee los mismos nombres para muchos de los personajes de las tres partes del libro. Es un recurso caprichoso y, en mi opinión, completamente innecesario. La repetición de los nombres no parece sugerir nada, pues el nombre es realmente lo único que los personajes tienen en común.

Recapitulemos pues. Son 700 páginas que pretenden abarcar tres siglos. Paradójicamente, los cambios lingüísticos en el habla de los personajes, que cabría esperar en el idioma a lo largo de esos casi trescientos años, apenas suceden. Los hilos que unen las tres historias son tenues. La característica que ciertamente une a los tres protagonistas (uno por cada sección: dos hombres y una mujer) es la falta de confianza en ellos mismos.

Si ese escenario distópico y extremadamente nocivo de la última parte de la novela es lo que les espera a las próximas dos o tres generaciones, apaga y vámonos. Personalmente, To Paradise no ha logrado conectar conmigo. Tras las 700 páginas y los tres siglos, el estado emocional al que me ha llevado es la indiferencia.

Publicada en castellano por Lumen en 2022 con el título Al paraíso y traducida por Laura Martín de Dios y Laura Manero Jiménez, con 952 páginas.

3 abr 2025

Reseña: Shark, de David Owen

 
David Owen, Shark: In Peril in the Sea (Crows Nest: Allen & Unwin, 2009). 328 páginas. 

Tenía yo 15 primaveras cuando se estrenó en Valencia la película Jaws (Tiburón) de un jovencísimo Steven Spielberg, que fue naturalmente un éxito absoluto de taquilla. Algún tiempo después supe que el escualo de la película (un gigantesco tiburón blanco), que al final se comía a Quint (el tosco cazador de tiburones contratado por el alcalde de Amity) era en realidad un artilugio mecánico. No por ello dejaba de ser espectacular y, en cierto modo, aterrador.

La vida da muchas vueltas y dos décadas después me trajo a Australia, país que registra una de las mayores cifras de personas fallecidas o malheridas a causa de los infortunados encuentros con estos animales, normalmente sobre surfistas y nadadores. En alguna ocasión, la playa donde yo estaba ha sido cerrada tras el avistamiento de algún tiburón cercano a la orilla.

Este libro de Owen, publicado en 2009, es una especie de ‘minienciclopedia’, un detallado y minucioso estudio que incluye la gran mayoría de especies de los elasmobranquios (básicamente, tiburones y rayas). Una de las principales ideas que Owen enfatiza frecuentemente en el libro es el hecho de que es mucho más lo que no se sabe que lo que realmente se sabe sobre estos animales.

El primer capítulo aborda la polémica que rodea a los tiburones y los ataques a humanos. De hecho, Owen defiende el uso de la palabra “incidente” en lugar de referirse a los episodios en los que una persona sufre lesiones (o la muerte) como “ataque”. Algo de razón tienen los que proponen este término. La paranoia a la que dio lugar la película (no así el libro de Peter Benchley, quien, pese a ganar mucho dinero gracias a la película, siempre se mostró contrario a la subsiguiente sobrerreacción sensacionalista) queda desmentida por los datos: «Los ataques por parte de tiburones son, estadísticamente, muy raros y normalmente no son mortales.» (p. 6) En unos 450 años de datos sobre incidentes en todo el planeta, para 2009 su número total aproximadamente apenas superaba los 4000.

Nunca quiso hacerles daño. La contraportada de Jaws (1974), con una fotografía del autor, Peter Benchley.
Shark también recoge la historia de la presencia de los tiburones en la culturas de las sociedades indígenas (especialmente las australianas) y en la cultura europea en general. En tres capítulos Owen trata la evolución, clasificación y biología de las especies y realiza una descripción muy informativa de muchas de ellas.

Finalmente, el autor trata las importantes cuestiones de la (sobre)explotación del tiburón como recurso pesquero (por sus aletas) y de la muy difícil conservación de las especies que están en peligro de extinción. Cuando hay quien alerta de que los tiburones se están haciendo más listos, la idea de fomentar la conservación de estos animales podría parecer absurda para muchos: «La idea de que haya tiburones inteligentes puede sonarnos a trama de una película de serie B, pero resulta que Daly [marinero en barcos turísticos] está bien encaminado. Los científicos y las autoridades llaman el comportamiento que Daly describe la depredación del tiburón; la mayoría están de acuerdo en que parece estar en aumento.» (The Guardian, 22 de marzo de 2025)

Owen concluye Shark con un interesante capítulo en el que hace un somero repaso de la presencia y cómo se ha ido representando al tiburón en el arte y la literatura a lo largo de la historia, que podría haber ampliado sin duda.

«Es el pez más grande del planeta, y alcanza como mínimo los doces metros de longitud y un peso de quince toneladas. […] El tiburón ballena habita aguas calientes, y su ámbito se describe como ‘mundial’, pero se sabe tan poco sobre este tiburón que no hay realmente conocimiento alguno sobre su hábitat y el número de ejemplares. Con toda probabilidad, se trata de animal infrecuente. Fue descubierto a comienzos del siglo XIX, cuando un ejemplar terminó varado en las orillas de Table Bay, Ciudad del Cabo; hasta la década de 1980 se habían dado apenas unos pocos cientos de avistamientos del tiburón ballena, desde que ha habido estudios intensivos.

Este enorme animal cuenta con dos otras características diferenciadoras: las extraordinarias marcas de su piel y la cavernosa apertura de su boca. Los colores de la piel varían entre marrón y azul en la parte superior, y tiene un vientre blanco debajo. La parte superior de su cuerpo está recubierta de unas características rayas verticales y horizontales que crean un efecto de damero. Dentro de cada recuadro hay una mancha blanca cremosa. En la boca tiene cerca de 3000 dientes diminutos. Las fauces del tiburón ballena son tan gigantescas que, cuando se abre completamente, pareciera que desparece la cabeza por completo.» (p. 172-3, mi traducción) 
Tiburón ballena (Rhincodon typus) en el Flower Garden Banks National Marine Sanctuary, Golfo de México.

Fotografía de Elias Levy.
«No es ninguna coincidencia que la explosión de los estudios de investigación científica de los elasmobranquios se diera al mismo tiempo que la estigmatización cultural de la década de los setenta del gran tiburón blanco como la suma de todos nuestros temores. Mediante su dramática distorsión ficcional tanto en forma de libro como en la pantallas, este sumamente impresionante depredador alfa se convirtió en catalizador de una urgente reevaluación de cómo tratamos los humanos los océanos.

El gran tiburón blanco se distribuye mundialmente en aguas litorales templadas, aunque se desplaza también a zonas de aguas septentrionales y meridionales más frías. En tanto que especie migratoria que cruza y recruza las cuencas oceánicas, no es en modo alguno una especie exclusivamente ‘costera’. Algunos observadores creen que el tiburón tigre es el depredador alfa equivalente en aguas tropicales, y que su preferencia por temperaturas oceánicas diferentes asegura una competencia mínima entre ambas especies.» (p. 190-1, mi traducción)

21 mar 2025

Reseña: America Last, de Jacob Heilbrunn

Jacob Heilbrunn, America Last - The Right's Century-Long Romance with Foreign Dictators (Nueva York: Liveright Publishing, 2024). 249 páginas.

En un supuesto giro de la política exterior de los Estados Unidos que, en realidad, no debiera sorprender a nadie, la nueva administración que ha tomado Washington al asalto (esta vez no de manera literal, como hace poco más de cuatro años) se abraza a un dictador en Moscú, desprecia sus más tradicionales alianzas con los países de Europa Occidental y embiste contra sus vecinos tanto al norte como al sur.

Publicado antes de las elecciones de noviembre de 2024, America Last: The Right’s Century-Long Romance with Foreign Dictators [América en último lugar: El centenario idilio de la derecha con los dictadores extranjeros] es un buen análisis de la estrecha relación que el partido Republicano ha tenido con los dictadores más sanguinarios y brutales del siglo XX, conexión que persiste en esta tercera década del XXI con personajes ultraconservadores actuales que, pese a haber sido elegidos en las urnas, hacen gala de modos antidemocráticos represivos con quienes expresan o muestran su diferencia.

Heilbrunn sitúa el inicio de esa afinidad ideológica en los albores del siglo XX y el Kaiser Wilhelm II. El imperialismo alemán de esa época (esencialmente no tan disimilar del que está argumentando el nuevo inquilino de la Casa Blanca) contó con muchos apoyos entre escritores de origen teutón como H. L. Mencken.

H. L. Mencken. Fotografía de Mrmencken.
Una década después, el golpe militar que terminó dándole el poder durante 40 años a un ridículo pero brutal militar tras rebelarse contra el gobierno democrático de la II República española fue aplaudido entusiásticamente por sectores de la derecha estadounidense. Además de Mencken, siniestros personajes como Merwin K. Hart o William Frank Buckley Jr. declararon públicamente su admiración por Franco y jalearon el importante papel que el dictador otorgó a la Iglesia Católica en la represión de la población que sobrevivió a la Guerra Civil. También Salazar, Mussolini y Adolf Hitler contaron con defensores y admiradores en los EE.UU.

La razón que frecuentemente argüían los ideólogos para justificar sus indefensibles apoyos a toda esta lista de dictadores era que plantaban cara al comunismo. El mismo argumento siguió utilizándose para justificar la mayoría de las guerras de la segunda mitad del siglo y el establecimiento de las dictaduras militares en Latino América. El ejemplo más pestilente podría ser el de Pinochet, si no fuera porque en casi todas las repúblicas centroamericanas la política exterior de Washington en las décadas de los 50, 60 y 70 se puso como objetivo apuntalar regímenes atroces que no respetaron los derechos humanos en ningún momento. El dominicano Rafael Leónidas Trujillo, alias El Jefe, constituye un ejemplo infame. La descarada intrusión en los asuntos políticos de otros lejanos países incluyó también países de África y Asia, por supuesto.

Asegura Heilbrunn que la corriente aislacionista y proteccionista que se ha vuelto imponer reutiliza los mantras de esos mismos ideólogos, comentaristas y teorizadores políticos del siglo XX. Sus objetivos comienzan a apreciarse con meridiana claridad, igual que la blanca patita enharinada del lobo en el cuento de los siete cabritillos. Según el autor, el eslogan ‘America First’, como buen ejemplo del Doublespeak, en realidad significa ‘America Last’ cuando los republicanos demuestran su apoyo a dictadores de cualquier signo. Es un botón de muestra de la deleznable impostura que debiera ser escudo de armas del partido. Todo imperialismo es por definición un fascismo; el mayor riesgo para la libertad en todo el mundo es que la coalición de oscuros intereses entre lo que alguien ya ha bautizado como ‘élite cognitiva’ de Silicon Valley y el aparato político de Washington utilice las herramientas de la IA y el aterrador poder militar del país para imponer sus tesis por la fuerza.

«Aun con toda la emoción que Mussolini y Hitler generaron en la derecha, había otro dictador en Europa a quien muchos conservadores admiraban. El 17 de junio [sic] de 1936, unos nacionalistas españoles llevaron a cabo un golpe de estado contra la Segunda República, elegida democráticamente, desencadenando una guerra civil. La guerra entre los leales a la República y los nacionalistas se convirtió en cause célebre para la izquierda y la derecha estadounidense. El conflicto, que de alguna manera hizo las funciones de ensayo general para la Segunda Guerra Mundial, atrajo tanto a la Alemania nazi como a la Unión Soviética. Hitler y Mussolini ayudaron al lider nacionalista, Francisco Franco, igual que hizo el Papa Pío XI. El Papa, implacable enemigo del liberalismo, describió a Franco como un luchador por la libertad contra el comunismo impío, incitando a muchos católicos norteamericanos a seguir su ejemplo. El objetivo primordial de los partidarios estadounidenses de Franco era presionar a Roosevelt para que mantuviera las Leyes de Neutralidad que había firmado en 1935 y 1936, asegurando con ello que las fuerzas leales a la República no pudieran recibir armas de los EE.UU. ni siquiera cuando voluntarios de izquierdas se alistaron en la que popularmente fue conocida como la Brigada Abraham Lincoln para luchar junto a los republicanos.» (p.84-5, mi traducción)  

3 mar 2025

Reseña: A Thousand Moons, de Sebastian Barry


Sebastian Barry, A Thousand Moons (Londres: Faber & Faber, 2020). 251 páginas.

Si todavía no has leído la novela de Barry Days without End, que precedió a esta en tres años, es mejor que dejes de leer esta reseña. A Thousand Moons continúa la historia de los protagonistas de Days without End, el irlandés Thomas McNulty y el mestizo John Cole, que al final de la historia narrada en la primera novela se han asentado en una plantación de tabaco de Tennessee propiedad de Elijah Magan. En la casa conviven los dos exsoldados (con su hija sioux, Winona), el propietario Magan y dos exesclavos, la cocinera Rosalee Bouguereau y su hermano Tennyson, además de otros peones.

Son tiempos difíciles. Si bien es cierto que la Guerra de Secesión ha terminado, no lo es menos que para los Confederados no lo ha hecho (y, dada la situación sociopolítica actual en los EE.UU., podría decirse que la conflagración del siglo XIX mantiene vivos ciertos rescoldos bajo una apariencia de normalidad democrática). En A Thousand Moons, sin embargo, la protagonista principal y la voz narradora es Winona, cuyo nombre en lakota, su lengua materna, era una flor, ‘Ojinjintka’, la rosa.

Han pasado varios años y Winona se ha hecho mujer. John le dio a su hija una excelente educación. Sabe leer, escribir y llevar las cuentas, por lo que pronto consigue trabajo en las oficinas de un abogado del pueblo, el Sr. Briscoe. La vida en la granja y en Paris, en la parte occidental de Tennessee, no está libre de peligros. El principal para Winona, Cole, Rosalee y Tennyson es el racismo. Nos dice Winona que, en la mente de muchos de los sureños derrotados, asesinar a una persona india no es un delito porque esa persona, para ellos, no es persona. Es nada.

Hay un jovencito de origen polaco en Paris, Jas Joski, que corteja a Winona. Una noche ella es víctima de una brutal violación. No sabe quién ha sido. Sus padres adoptivos quieren justicia, pero sin pruebas es difícil conseguirla. Días después, es Tennyson quien sufre un violento ataque que casi lo lleva a la tumba.

Una vez recuperadas las fuerzas, Winona decide investigar por su cuenta. Se corta el pelo y se viste con ropas de hombre. Montada en una mula, sigue a las tropas federales que buscan acabar con los rebeldes sureños. Es así como conoce a otra joven india, Peg, a quien está a punto de dejar morir después de que Winona reciba un disparo de ella. Pero ese encuentro fortuito se convierte en el comienzo de una gran historia de amor.

¿Hay justicia para todos? El edificio del Juzgado del condado de Henry en Paris, Tennessee.

Cuando Joski aparece muerto a cuchilladas, todos los indicios apuntan a Winona, que es arrestada y sentenciada a muerte. Siendo de raza india, Winona no tiene ni un atisbo de esperanza de que la justicia blanca no la vaya a ejecutar.

Como ya me sucedió con Days without End, Barry me ha hecho disfrutar de la historia y de cómo está contada. Es una novela en la que el lector va a deleitarse por un lado con su lirismo y lo coloquial de la expresión de Winona, pero no esquiva para nada la brutalidad y la crueldad de los episodios violentos que sufren los protagonistas. Tiene un enorme mérito que la creación de una voz como la de Winona sea plenamente convincente.

A Thousand Moons (una expresión de la mitología nativa americana para referirse a un largo tiempo) la publicó en castellano la editorial AdN (Mil lunas) en 2021, con traducción a cargo de Susana de la Higuera Glynne-Jones.

22 feb 2025

Reseña: Godwin, de Joseph O'Neill

Joseph O'Neil, Godwin (Londres: 4th State, 2024). 277 páginas.

El llamado deporte rey es el motivo empleado como telón temático de fondo de esta peculiar obra del turco-irlandés O’Neill. Y en realidad, es un pretexto para crear una deliciosa novela a dos voces con una intención de denuncia del colonialismo contemporáneo que es la industria internacional del futbol profesional.

Aviso: esta reseña contiene spoilers. El año es 2015. Mark Wolfe trabaja como escritor técnico dentro de una cooperativa. Lo suyo es escribir solicitudes para becas de investigación, literatura médica, guías de consulta y referencia técnica, etc. Pero hay que no termina de compensarle, y se enfrasca en una fuerte discusión con el conserje.

En verdad, Mark está padeciendo ese hastío inherente a la percepción de que el mundo se encuentra colmado de estupidez: «Me refiero a la estupidez moderna, o sea, una estupidez que es intencional, comunicable y extrañamente codiciosa, y que está aumentando en todas partes a tal ritmo que a veces pienso que no son únicamente los polos glaciares los que se derriten: hay también un continente indetectable de estulticia congelada que se está fundiendo». (p. 17, mi traducción)

La Cogerente de la cooperativa, Lakesha, le sugiere que se tome un par de semanas de asueto y descanso. El momento coincide con una llamada de auxilio de su medio hermano Geoff, que vive en Londres y que sueña con convertirse en ojeador, descubrir al siguiente Messi y ganar una fortuna que le permita vivir de rentas para el resto de su vida.

Aunque Mark no se habla con la madre de ambos, accede a cruzar el Atlántico y echarle un cable al hermano, quien se ha roto una pierna y no puede viajar. La misión de Mark es sencilla: Ir a Francia, encontrar a un viejo ojeador de futbol llamado Lefebvre y mostrarle un video de un partido en el que se ve a un quinceañero de Togo al que llaman Godwin. Lefebvre tiene que confirmar que se trata de Godwin, ese portento futbolístico del que creen que obtendrán una fortuna en un futuro.

Lefebvre le asegura a Wolfe que Didier Drogba fue su gran descubrimiento.
Drogba con la camiseta del Chelsea el día 23 de agosto contra Leicester City. Fotografía de Brian Minkoff-London Pixels. 
Una vez en Francia, tras varios episodios que le confirman su creencia del estado general del mundo en la segunda década del siglo, Wolfe cree detectar que el francés ha reconocido al prodigio togolés, firma un contrato con Lefebvre y se dispone a embarcarse en la aventura de viajar a Benín, no a Togo, con Lefebvre. Cuando despierta a la mañana siguiente, Lefebvre ha desaparecido. También el contrato que habían firmado la noche anterior, de gran consumo etílico, por cierto. De manera que decide regresar a Pittsburgh.

Entretanto, en la Cooperativa se ha producido una remodelación en el esquema de liderazgo. Sin comerlo ni beberlo, Mark se convierte en Gerente, junto a Lakesha, gracias a los votos por poder que ha conseguido Edil. Ella encarna la maldad, según Lakesha. Poco después, Edil acusa a ambos cogerentes de prácticas corruptas. Si crees que el argumento se va por los cerros de Úbeda, no temas: la narración de Lakesha es tan absorbente como la de Mark. Y todo va a confluir de una modo inesperado.

Transcurrido cierto tiempo, Lefebvre un atardecer aparece en Pittsburgh y llama a la puerta de la casa de Mark y su esposa Sushila. Lo que sigue es un largo, a ratos hilarante, capítulo narrado por un irritadísimo y cáustico Mark. El francés habla y bebe, bebe y habla, y habla un poco más. Tras una larga arenga sobre la pobre situación del futbol en los EE.UU., lo malo que es el futbol femenino, sus muchos viajes a África y sus grandes conocimientos de la historia del balompié, procede a contarles que sí, que encontró a Godwin, en Benín. Que es tan bueno como suponían tras ver aquel video. Y que ha sido la madre de Mark, Faye, y su hermano Geoff, quienes se les han adelantado en el fichaje del muchacho.

La sorpresa mayúscula es que, para poder llevar a Godwin a una academia de futbol donde el chico se desarrolle como futbolista y persona, la madre lo ha adoptado.

En la parte final es Lakesha la que cuenta el cómo, el cuándo y el porqué de que sea ella quien finalmente se convierte en tutora pro tempore de Godwin. Toda la familia Wolfe muere en un accidente de aviación camino de Benín, Lefebvre se hace cargo de Godwin y Sushila convence a Lakesha para que participe en el proceso de convertir a Godwin en jugador de futbol.

El tema subyacente es, naturalmente, la explotación colonialista del capital humano de jóvenes cuyas destrezas los hacen candidatos para una explotación cruda. La realidad es que son muchísimos los jóvenes del tercer mundo que sueñan con triunfar en las grandes ligas europeas, pero solamente un par de puñados de ellos se hacen verdaderamente ricos. El futbolista es mercancía humana. Wolfe cree ver en Godwin una oportunidad de aventura, una escapada que le signifique su granito de arena para reducir esa estupidez planetaria que desprecia, pero cae en la tentación que crea el dinero fácil del legado postcolonial que supone la explotación de esos jovencísimos jugadores. O’Neill hábilmente sitúa el lugar donde Lefebvre encuentra a Godwin en la misma playa donde apenas doscientos años antes los esclavistas cargaban los barcos con destino a América repletos de jóvenes africanos capturados.

Un libro audaz y brillante, una historia bien contada, en parte con un humor agrio, en la voz de Mark Wolfe, y en parte con fría seriedad, en la voz de Lakesha. De momento, no ha sido traducido.

11 feb 2025

Reseña: Final Cut, de Charles Burns

Charles Burns, Final Cut (Londres: Jonathan Cape, 2024). 224 páginas.

Si naciste en la década de los 60 o los 70, seguro que recordarás alguna de las películas de ciencia ficción anteriores a aquella época, que contaban con unos muy rudimentarios efectos especiales que posiblemente hoy en día harán reír a esos críticos ‘virtuales’ que se esconden tras la IA. Burns sitúa esta historia en esa época: dos amigos de la secundaria, Brian y Jimmy, son aficionados al cine y, de hecho, han hecho sus pinitos con la cámara Super 8 (¡Ay, aquellos tiempos!) rodando sus propios films a modo de homenaje muy personal a un género que adoran.

Están por todas partes, pueden ser tus vecinos... Y sus intenciones no son nada buenas.

Mientras que Jimmy es un presuntuoso y bullicioso fanfarrón, Brian es un chico silencioso y en apariencia reservado. Brian quiere hacer otra película, llamada Final Cut, y se toma el proyecto con absoluta seriedad. En una velada cinematográfica en su casa a la que ha invitado a algunos amigos conoce a Laurie, atractiva pelirroja de la que se enamora en el instante en que ella quiere ver un autorretrato que Brian está haciendo de sí mismo en la cocina, observando el reflejo de su imagen en la tostadora eléctrica.

La vida de Brian...

No todo es perfecto en la vida de Brian: vive con una madre alcohólica y no goza de un estado idóneo de salud mental. Tras conocerla, Brian se empeña en que Laurie sea la estrella de la película, que va a ser un homenaje a Invasion of the Body Snatchers (1956). El lugar escogido para rodar está en las montañas, en una cabaña cerca del lago. El lugar es perfecto para paisajes extraterrestres y para la idea de película que Brian quiere hacer: «The movie is about my head… It’s about all the fucked-up shit going on inside my head.» [La película trata sobre mi cabeza... Va de toda la jodida mierda que llevo en la cabeza.]

En España, la película se estrenó como La invasión de los ladrones de cuerpos.

La narración se sirve de una construcción lineal interrumpida por las ensoñaciones y la imaginación de Brian. A veces, la línea que separa la historia real se difumina y entra en los sueños de Brian, y se repiten motivos y escenas. La storyboard que Burns construye destaca por su colorido y figuras, pero abundan también las sombras y la atención al detalle y los gestos de los personajes. Con ello consigue generar una atmósfera de temor y sospecha.

En tus sueños, Brian.

En resumen, la historia oscila entre la filmación y la obsesión de Brian por Laurie, esto es, el deseo sexual. Final Cut es un profundo homenaje al cine y a la historia del género de la ciencia ficción.

A Happy Ending for the Final Cut?

7 ene 2025

Reseña: The Case for Open Borders, de John Washington

John Washington, The Case for Open Borders (Chicago: Haymarket Books, 2023). 251 páginas.

«Ahora mismo, tú te encuentras donde te encuentras porque, o bien tú, o bien tus padres, o bien tus antepasados, emigraron ahí» (p. 220, The Case for Open Borders, mi traducción).

Si has asentido (siquiera levemente) tras leer la cita anterior, debes de tener bastante claro el hecho innegable de que la Historia de la humanidad es en buena medida una de continuas migraciones. El fenómeno contemporáneo del cierre a cal y canto de fronteras es la reacción conservadora a una característica muy propia de los seres humanos (la movilidad) con consecuencias profundamente negativas. Ese es uno de los mensajes centrales de este estudio de John Washington.

Es infrecuente encontrar libros como este, que elabora una intachable propuesta positiva para que el lector considere la mera posibilidad de que los gobiernos de muchos países del mundo abran sus fronteras o, al menos, las conciban de manera muy diferente a la que predomina: lugares violentos donde la muerte, la represión y el racismo campan a sus anchas.

Washington aborda de manera elocuente y cuidadosa la cuestión y elabora su propuesta en torno lo que son, a grandes rasgos, cuatro ejes argumentales incontestables: la historia de la formación de fronteras, y los aportes de la ciencia económica, climática y política en torno a la frontera y la migración.

En el primer caso, la formación de muchos estados modernos (democráticos, si se quiere, como por ejemplo, Australia) es el producto de más o menos largos procesos de desposesión y de asimilación forzosa y violenta de tierras de pueblos autóctonos. Pero las fronteras siempre han sido movedizas. Una curiosidad que se le podría ofrecer a John Washington podría ser indagar en el hecho de que haya tantísimas poblaciones españolas que llevan la frase «de la Frontera» en su nombre, demostración irrefutable de que esa frontera se fue desplazando con el paso de los siglos.

En las estribaciones de la Serranía: La Frontera, Cuenca. Fotografía de Diego Delso.

Económicamente, la migración (inmigración y emigración) es positiva. Es algo innegable. Washington cita un sinnúmero de datos y estudios que lo prueban. La historia económica de Australia en los siglos XX y XXI —y las tendencias recientes del estado español— lo demuestran. Sin inmigrantes, Australia apenas lograría anotar unas décimas de crecimiento en su PIB. Por otra parte, Washington plantea un importante cambio en las políticas occidentales respecto a la supuesta protección de fronteras y los enormes gastos militares que conllevan: «Si los Estados Unidos, la Unión Europea y Australia despojaran de financiación sus aplicaciones fronterizas y sus presupuestos militares, liberarían enormes cantidades de dinero que podrían gastarse en la creación de puestos de trabajo, la financiación de escuelas, la mitigación del cambio climático, reparaciones y en las artes, además del fortalecimiento responsable de las comunidades foráneas de las que huye la gente» (p. 166, mi traducción).

Washington avisa además de los considerables movimientos de personas que la catástrofe climática global parece estar causando ya. Intentar preservar la integridad de esas fronteras cerradas traerá muy probablemente más conflictos violentos (tanto internos como externos) y será causa de periodos de crisis económica más frecuentes y largos.

Finalmente, desde un punto de vista político, el libro analiza las flagrantes contradicciones del capitalismo tardío en términos de fronteras: mientras que el dinero, las materias primas, la tecnología y multitud de productos manufacturados y artículos sujetos a las leyes de la propiedad intelectual cruzan las fronteras sin ninguna clase de cortapisas, las mismas reglas no se aplican a las personas que trabajan en su producción. La apertura irrestricta de las fronteras, según la plantea Washington, es una condición necesaria para la creación de una sociedad futura más justa e igualitaria. Y el autor va incluso más lejos: «La migración no autorizada, sea la de solicitantes de asilo que huyen para salvar sus vidas o la de pobres que buscan mejores oportunidades, debe ser entendida como un acto radical. Es un acto individual, con frecuencia impulsado por la necesidad, pero constituye también un agravio y una subversión de un violento sistema de subordinación colonial» (p. 182, mi traducción).

Uno se pregunta, al fin y al cabo, por las razones que llevan a tanta gente a defender la bajeza moral de las políticas de cierre a ultranza de fronteras. Y uno sospecha que el motor principal de esa bajeza es el racismo. «Buena parte del mundo […] ha aprendido que el racismo es un mal absoluto, y sin embargo muchos todavía lo asumen abiertamente o excusan la deshumanización y la discriminación mortal que se basa en el lugar de nacimiento de una persona» (p. 200, mi traducción). Es algo que, lamentablemente, uno puede percibir muy de cerca —yo lo hago, incluso en mi familia política.

A veces, un libro puede cambiar un poquito el mundo. Si por casualidad llega a tus manos The Case for Open Borders, léelo y compártelo.

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