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7 ene 2025

Reseña: The Case for Open Borders, de John Washington

John Washington, The Case for Open Borders (Chicago: Haymarket Books, 2023). 251 páginas.

«Ahora mismo, tú te encuentras donde te encuentras porque, o bien tú, o bien tus padres, o bien tus antepasados, emigraron ahí» (p. 220, The Case for Open Borders, mi traducción).

Si has asentido (siquiera levemente) tras leer la cita anterior, debes de tener bastante claro el hecho innegable de que la Historia de la humanidad es en buena medida una de continuas migraciones. El fenómeno contemporáneo del cierre a cal y canto de fronteras es la reacción conservadora a una característica muy propia de los seres humanos (la movilidad) con consecuencias profundamente negativas. Ese es uno de los mensajes centrales de este estudio de John Washington.

Es infrecuente encontrar libros como este, que elabora una intachable propuesta positiva para que el lector considere la mera posibilidad de que los gobiernos de muchos países del mundo abran sus fronteras o, al menos, las conciban de manera muy diferente a la que predomina: lugares violentos donde la muerte, la represión y el racismo campan a sus anchas.

Washington aborda de manera elocuente y cuidadosa la cuestión y elabora su propuesta en torno lo que son, a grandes rasgos, cuatro ejes argumentales incontestables: la historia de la formación de fronteras, y los aportes de la ciencia económica, climática y política en torno a la frontera y la migración.

En el primer caso, la formación de muchos estados modernos (democráticos, si se quiere, como por ejemplo, Australia) es el producto de más o menos largos procesos de desposesión y de asimilación forzosa y violenta de tierras de pueblos autóctonos. Pero las fronteras siempre han sido movedizas. Una curiosidad que se le podría ofrecer a John Washington podría ser indagar en el hecho de que haya tantísimas poblaciones españolas que llevan la frase «de la Frontera» en su nombre, demostración irrefutable de que esa frontera se fue desplazando con el paso de los siglos.

En las estribaciones de la Serranía: La Frontera, Cuenca. Fotografía de Diego Delso.

Económicamente, la migración (inmigración y emigración) es positiva. Es algo innegable. Washington cita un sinnúmero de datos y estudios que lo prueban. La historia económica de Australia en los siglos XX y XXI —y las tendencias recientes del estado español— lo demuestran. Sin inmigrantes, Australia apenas lograría anotar unas décimas de crecimiento en su PIB. Por otra parte, Washington plantea un importante cambio en las políticas occidentales respecto a la supuesta protección de fronteras y los enormes gastos militares que conllevan: «Si los Estados Unidos, la Unión Europea y Australia despojaran de financiación sus aplicaciones fronterizas y sus presupuestos militares, liberarían enormes cantidades de dinero que podrían gastarse en la creación de puestos de trabajo, la financiación de escuelas, la mitigación del cambio climático, reparaciones y en las artes, además del fortalecimiento responsable de las comunidades foráneas de las que huye la gente» (p. 166, mi traducción).

Washington avisa además de los considerables movimientos de personas que la catástrofe climática global parece estar causando ya. Intentar preservar la integridad de esas fronteras cerradas traerá muy probablemente más conflictos violentos (tanto internos como externos) y será causa de periodos de crisis económica más frecuentes y largos.

Finalmente, desde un punto de vista político, el libro analiza las flagrantes contradicciones del capitalismo tardío en términos de fronteras: mientras que el dinero, las materias primas, la tecnología y multitud de productos manufacturados y artículos sujetos a las leyes de la propiedad intelectual cruzan las fronteras sin ninguna clase de cortapisas, las mismas reglas no se aplican a las personas que trabajan en su producción. La apertura irrestricta de las fronteras, según la plantea Washington, es una condición necesaria para la creación de una sociedad futura más justa e igualitaria. Y el autor va incluso más lejos: «La migración no autorizada, sea la de solicitantes de asilo que huyen para salvar sus vidas o la de pobres que buscan mejores oportunidades, debe ser entendida como un acto radical. Es un acto individual, con frecuencia impulsado por la necesidad, pero constituye también un agravio y una subversión de un violento sistema de subordinación colonial» (p. 182, mi traducción).

Uno se pregunta, al fin y al cabo, por las razones que llevan a tanta gente a defender la bajeza moral de las políticas de cierre a ultranza de fronteras. Y uno sospecha que el motor principal de esa bajeza es el racismo. «Buena parte del mundo […] ha aprendido que el racismo es un mal absoluto, y sin embargo muchos todavía lo asumen abiertamente o excusan la deshumanización y la discriminación mortal que se basa en el lugar de nacimiento de una persona» (p. 200, mi traducción). Es algo que, lamentablemente, uno puede percibir muy de cerca —yo lo hago, incluso en mi familia política.

A veces, un libro puede cambiar un poquito el mundo. Si por casualidad llega a tus manos The Case for Open Borders, léelo y compártelo.

31 dic 2024

Reseña: Ghost Species, de James Bradley

James Bradley, Ghost Species (Australia: Penguin Random House Mondadori, 2020). 272 páginas.

En un artículo que publicó ayer The Guardian Australia, recordando los pavorosos incendios que asolaban Australia hace ahora justamente cinco años, Bradley vaticina: «Si queremos de verdad sobrevivir en las próximas décadas, nos harán falta esa amabilidad [la de los voluntarios que ayudaron en mitad de ese desastre] y la capacidad de reconocer el interés que compartimos en poder construir un futuro mejor» (mi traducción). Los cielos ennegrecidos y el acre olor a humo de aquellos días de finales de 1999 (en la parte de Canberra donde vivo la Nochevieja de 1999 una enorme nube de humo procedente de Levante nos dio la ‘bienvenida’ al año nuevo) aparecen también en esta novela del escritor de Adelaida.

La tesis central de Ghost Species es ciertamente fascinante: ¿Sería posible (y deseable) reintroducir especies extinguidas (mamuts o mastodontes, por ejemplo) en determinados ecosistemas de la tundra rusa y canadiense con el fin de que jueguen un papel preponderante en la captura del carbono cuya acumulación acelera el proceso de calentamiento global? Y ya puestos: ¿Se podría hacer reaparecer a la especie humana Neandertal, que convivió con Homo sapiens hasta su extinción hace unos 40 000 años? ¿Serviría para detener la destrucción del planeta en la que —ya casi nadie medianamente inteligente lo duda— estamos inmersos?

¿Un posible salvador? Modelo de un individuo adulto de Homo neanderthalensis en el Museo de Historia Natural de Viena. Fotografía de Jakub Hałun.
Davis Hucken, presidente de una fundación que busca revertir los efectos devastadores del cambio climático, recluta a una pareja de científicos, Kate y Jay, para que lleven a cabo un proyecto secreto. El proyecto es recrear la especie Neandertal en un lugar recóndito de Tasmania. Tras superar todas las trabas técnicas que entraña una misión tan difícil, nace una niña neandertal a la que bautizan (qué otro nombre podía tener) como Eve.

Pero Kate ha tenido sus reservas respecto al proyecto desde el mismo en que firmó el contrato. Angustiada por el hecho inevitable de que la niña será siempre objeto de una curiosidad insana y cobaya de laboratorio, Kate se la lleva de las instalaciones de la Fundación y la cría como si fuera su propia hija. Es esta relación tan humana y natural (madre e hija) la que explora Bradley y la que sostiene la novela.

Pese a que la Fundación descubre pronto donde se ocultan Eve y Kate, pasan los años y la niña se convierte en una joven mujer que crece en un mundo en proceso de destrucción y en mitad del colapso social que conlleva. Eve se enfrenta a la desconfianza y la sospecha de los humanos, cuando no el odio visceral, con entereza y dignidad.

Cuando Kate muere, Eve se traslada a una comuna donde sobrevive en compañía de otros jóvenes hasta que una banda de malhechores armados irrumpen con violencia. Tras esa desgracia, Eve descubre cierta información que le abre un horizonte harto inverosímil: ¿Hay otros miembros de su especie en el mundo?

Ghost Species es una novela que nos enfrenta a múltiples dilemas morales. Cabe preguntarse qué posibles soluciones hay a nuestro alcance, pero también qué otras vías pueden ser inevitables. Y ante todo, Bradley pone el acento en la bondad como elemento humano que puede ayudarnos a construir un futuro mejor. Puede que Bradley peque de optimista.

28 dic 2024

Reseña: Juice, de Tim Winton

Tim Winton, Juice (Australia: Hamish Hamilton, 2024). 513 páginas.

En lo que representa una aparente desviación en ya larga su trayectoria literaria, el australiano Tim Winton nos ha regalado en 2024 una inquietante novela que se puede describir como distópica, situada en un lejano futuro en el que los humanos que sobrevivieron a diferentes épocas (entre ellas, una conocida como el Terror) han de sobrevivir a veranos infernales viviendo bajo tierra. La vida, tal como la conocemos ahora, ha cambiado irremediablemente: la producción de alimentos ha de realizarse en sótanos. Existen todavía pequeñas comunidades dentro de Asociaciones en las que el trueque ha renacido, pero la idea del estado como sistema político ha dejado de existir.

Juice comienza in medias res: el narrador y una niña pequeña que lo acompaña parecen estar huyendo de algo o alguien en un vehículo que se alimenta de energía solar. Tienen que cruzar una gran extensión de tierra calcinada por incendios. El paisaje es absolutamente desolador y aterrador. Han de protegerse del sol y de la ceniza que flota en el aire. En su huida hacia adelante llegan a un viejo campamento minero donde un hombre solo armado con una ballesta los captura y los obliga a bajar a un pozo en el que ha construido una celda.

Presionado por la sospecha de que el cazador lo mate en cualquier momento y se quede con la niña, el narrador sin nombre empieza a contar la historia de su vida. Huérfano de padre, el chico aprendió de su madre a sobrevivir cultivando verduras, obteniendo miel y huevos, aprovechando la tecnología para lograr agua dulce en un lugar remoto de la costa de Australia Occidental. Hasta que un buen día descubre que el mundo en el que vive no fue siempre un lugar desértico, infernal e infértil, sino que hubo un tiempo, antes del Terror, las numerosas guerras y la muerte masiva de personas a causa de las condiciones que acarrea la catástrofe climática global.

Vista del cañón Charles Knife en el Paque Nacional Cape Range, cerca de Exmouth, Australia Occidental. Fotografía de Joshua Tagicakibau.

Cuando averigua que durante muchas generaciones se supo lo que estaba ocurriendo y que hubo quienes se beneficiaron económicamente del desastre, no es de extrañar una reacción normal en la juventud: rebelión. Entran en contacto con él personas que pertenecen a una organización secreta que se hace llamar el Servicio. La misión del Servicio es ajusticiar (curiosamente, utilizan la palabra acquit, i.e., absolver o exonerar) a los descendientes de los directores y propietarios de las corporaciones que causaron el desastre. Los nombres de esas grandes empresas contaminantes forman parte de una especie de himno que los miembros de los escuadrones de la venganza cantan para darse ánimos antes de completar una misión.

De manera que el narrador ha llevado una doble vida durante años. En la comunidad donde vive finalmente conoce a Sun, veterinaria llegada de la ciudad en esa región. Se casan y tienen una hija, pero él continúa plegado a las exigencias del Servicio, viajando en numerosas ocasiones a diversas partes del mundo a cumplir sus misiones de venganza. Finalmente la situación se hace insostenible para Sun, que desaparece de su vida para siempre, con la hija de ambos.

En su narración, el fugitivo abarca todo el tiempo que la especie humana ha estado en el planeta: habla de 60 000 años de señales de comunicación humana en el interior de cuevas, de restos de hogares y conchas, de vestigios de la presencia humana en el paisaje.

Un destino. Vista satelital de la Península del Cabo Noroeste, con el Parque Nacional de Cape Range y el extenso arrecife Ningaloo, visible en azul junto a la costa. Por la descripción que hace Winton en Juice, este es el lugar donde crece el protagonista.

La palabra juice es parte del código léxico de la novela, y es de hecho una palabra favorita de Winton. Ya la empleaba en Dirt Music para referirse al combustible, pero en esta novela es clave. Representa la energía que precisa cualquier instrumento o vehículo para funcionar; también es la fuerza moral que empuja al protagonista a seguir adelante en un mundo tan hostil como el que le ha tocado vivir.

Juice me ha hecho recordar otra novela reciente, Ministry for the Future, de Kim Stanley Robinson, en la que propone una agencia supranacional con las herramientas necesarias para hacer cumplir ciertos objetivos. En Winton, sin embargo, la motivación es un castigo vengativo en contra de los herederos de quienes causaron una catástrofe que no es accidental.

Otro elemento cardinal en el contexto distópico que describe Juice es la aparición de unos seres, similares a los androides (sims, es decir, simulacra), poseedores de una brújula moral que los empuja a lograr la libertad. Para el narrador protagonista, únicamente la cooperación con esa suerte de criatura híbrida redundaría en la supervivencia de los humanos.

Una novela que captura al lector y que derrama importantes ideas en medio de muy variadas referencias intertextuales (Shakespeare aparece con frecuencia), contada por una voz narradora con ecos del Jaxie de The Shepherd’s Hut, esa voz lacónica habitual que tan bien identifica a los personajes masculinos de Winton.

Así comienza Juice:

«De modo que conduzco hasta el alba y únicamente me detengo cuando la llanura se ennegrece y entre nosotros y el horizonte no hay otra cosa que escoria y cenizas.
Paro el vehículo. Bajo la pantalla lateral. Afortunadamente, el aire del sur está quieto esta mañana, y ese es el único golpe de suerte que hemos tenido durante días. Sé lo que el viento hace con un viejo terreno calcinado. En mitad de un vendaval, las cenizas te llenan los pulmones en cuestión de minutos. He visto a camaradas que se ahogaban estando de pie. He trepado las hozadas que formaban sus cadáveres.
Me tapo bien la nariz y la boca con la bufanda. Me cuelgo las gafas al cuello. Abro la puerta de golpe y desciendo. Pruebo la superficie lo más delicadamente que puedo. Me llega hasta los tobillos. En el peor de los casos, hasta la espinilla. No se oye ningún sonido aquí, excepto el zumbido de los motores de nuestro vehículo.
Quédate ahí, le digo.
Sé que está despierta, pero la niña, desplomada en un rincón de la cabina, no se mueve. Me muevo con cautela hacia atrás para inspeccionar el remolque. Está todo asegurado todavía, como debe ser (la máquina de hacer agua, el agua, los contenedores y los cacharros), si bien los recientes días a la carrera han causado un desbarajuste en las verduras. Las hojas comestibles las ha quemado el viento, pero en general las pérdidas son asumibles. Abro el tanque y lleno la cantimplora. Entonces, con las gafas puestas, oteo los aledaños hacia el oeste. Ninguna columna de humo, ningún movimiento. No hay riesgos.
Trato de limpiar el polvo de las películas y los paneles con el dedo, pero es inútil. En apenas un par de minutos todas las superficies de generación quedarán otra vez forradas de ceniza. Solamente necesito que las turbinas dispersen un poco de jugo para que podamos llegar al otro lado.
De vuelta en la cabina, les meto un buen porrazo a las botas con los tacones contra el escalón y entro. No se ha movido, y no termino de entender por qué eso me alivia y me irrita a la vez.
Estamos bien, le digo. Vamos a lograrlo.
Ella contempla el ancho y el largo de la tierra chamuscada.
Este lugar, le digo. Hubo un tiempo que todo eran árboles. Una vez lo pasé volando. Cuando era joven.
La niña parpadea, inescrutable.
Era interminable. Árboles por debajo nuestro durante horas. Y cómo olía… De verdad, te apetecía comerte el aire.
Ella mantiene su silencio.
¿Has volado alguna vez?
Nada.
Se que has estado en alta mar. Pero me preguntaba si habías estado alguna vez en una aeronave.
Ella se mueve un poco e inclina la cabeza contra la pantalla lateral.
Es algo alucinante, de verdad.
No ofrece señal alguna de estar interesada. Se recuesta y deja una mancha de pasta solar en el cristal.
Pero una vez solamente, le digo, me hubiera gustado volar por el placer de hacerlo, y no porque estuviera de camino a algún lugar horrible.
Aparece el sol. Derretido. Despatarrado en los bordes. Licuándose ante nosotros como un dirigible en llamas. Hasta que se levanta. Se libera de todas las comparaciones para luego convertirse en su esencia inconfundible. Algo tranquilizador. Y terrible.
Hablo demasiado, proclamo. ¿Y tú? Nunca dices ni pío. Hubo un tiempo que yo nunca decía lo suficiente. Eso me decían.
La niña no me regala nada.
Sé que me oyes. Que me sigues el idioma.
Ella restriega el cristal y lo que consigue es untarlo con más grasa en lugar de quitarla. 
Escúchame, le digo. Esos hombres de antes, los perdimos de vista. No viene nadie a por nosotros. Tenemos que cruzar esta ceniza esta misma mañana. No va a ser grato. Pero al otro lado de esto, habrá tierra lozana. Nos moveremos y seguiremos acampando de la misma manera que lo hacíamos antes. ¿Vale? Hasta que nos agenciemos un emplazamiento. Habrá algún sitio. Nos irá bien. 
La niña aleja la cabeza más todavía. Y cuando agarro la bufanda y le descuajo una larga tira, ella se vuelve al oír el sonido. El resto de la tela me la pongo por encima de la nariz y la boca y la amarro alrededor del ala del sombrero. Y aunque ella se encoja asustada, no se me resiste cuando hago lo mismo para ella. Le queda todavía un poco de sangre reseca en la frente, en el lugar donde se golpeó contra el salpicadero. Por encima de la máscara, sus pálidos ojos azules parecen más luminosos.
Ya está, le digo. Al menos corta el hedor un poquito. Una día limpiaremos a fondo esta cabina. Y créeme que tú no te limitarás a mirar. Bueno. ¿Estás lista? Aquí tienes, agua. Comeremos cuando lleguemos al otro lado.
Levanto la pantalla lateral y pongo el camión en marcha. Nos movemos lo bastante rápido como para ir avanzando, pero lo bastante despacio para evitar levantar una ventisca de cenizas.
Seguimos adelante, hora tras hora, cruzando una tierra tan negra como el cielo nocturno, atravesando un firmamento caído salpicado de erupciones de cenizas blancas y manchurrones de un tizne lechoso.
El vehículo se tambalea y bambolea pero sigue adelante hasta que entra en marcha la batería de reserva. Y entonces, a medida que el sol del mediodía perfora las tinieblas, empiezo a ver colores nuevos: marrones, plateados, verduzcos y grises. El subidón de alivio que me da es casi enloquecedor.
Tan pronto llegamos a terreno solido dejo que la niña se baje para ir al privado. Parece que la libertad le dé energías. Aunque cuando termina, se resiste a que le meta prisas por volver al vehículo tan pronto. En ningún caso la maltrato, pero si la acorralo. Y le hablo con firmeza. Porque estoy cansado y sigo sin valer para este tipo de cosas. Y porque es verdad que tengo poner cierta distancia entre nosotros y la tierra incinerada. De manera que cuando finalmente nos ponemos en marcha, el estado de ánimo en la cabina está por los suelos, y me da mucha pena, pero enseguida tengo razones para alegrarme porque cuando las baterías se agotan llega de pronto una fuerte ráfaga de viento llega del sur y el vehículo se estremece sobre sus ejes.
Salgo de la cabina de un salto. La niña se baja. Le señalo, detrás nuestro, las columnas de suciedad en la distancia que se alzan en el cielo.
Fíjate, le digo. Nos podría haber tocado estar en medio de todo eso. Pero ya hemos salido y estamos de este lado contra el viento, ¿lo ves? Y eso no es que nos hayamos librado por los pelos. Es porque somos listos.
Extiendo la sombrilla con la manivela y coloco el juego de paneles.
La niña observa cómo las nubes de cenizas serpentean rumbo al norte. Conforme el viento gana en fuerza, las nubes se encrespan unas contra otras. Después me sigue hasta el remolque. Mira cómo reparto el puré. Me acepta el pote y la cuchara. En cuclillas y dándole la espalda al viento, se aparta las faldillas de tela del sombrero y come. Con avidez.
No podemos limitarnos a tener suerte, le digo. Tú y yo, tenemos que ser muy vivos.
Ya ha empezado a limpiar la sartencita con la lengua. Agarro la suya y le paso la mía, y mientras sigue comiendo, desanudo mi petate y lo extiendo al lado del vehículo. Luego bajo la colchoneta que he improvisado para ella. Lo desenrollo y lo pongo al lado del mío. No demasiado cerca, para que no se preocupe, pero lo bastante para poder vigilarla.
No hemos quedado sin fuerzas, le digo. Tanto la máquina como nosotras las criaturas. Venga, a dormir.
Se zampa el resto del puré, limpia mi sartencita con la lengua, también la cuchara. Se levanta, deja las dos cosas en la parte trasera del remolque y regresa; se sienta en su petate cruzando las piernas. Mira hacia el este, y el viento agita la coletilla de pelo que tiene.
Como quieras, le digo.
Y entonces me quedo dormido. Como un tronco.»

27 nov 2024

Resena: Smart Ovens for Lonely People, de Elizabeth Tan

Elizabeth Tan, Smart Ovens for Lonely People (Sydney: Brio Books, 2020). 249 páginas.

Hace ahora seis años que reseñé la novela Rubik de esta autora australiana residente en Perth. En su momento dije que Rubik era una especie de pasatiempo compuesto de muchas piezas que había que encajar igual que el cubo. De manera que tenía ganas de hincarle el diente a este conjunto de veinte relatos cortos. La decepción no puede ser mayor.

Los temas que trata Tan son muy similares a los de la novela: indaga en las inquietudes socioculturales de nuestra época, las imposiciones del tecno-capitalismo neoliberal y las absurdas tesituras que se plantean en torno a conspiraciones que los personajes se esfuerzan en principio por comprender y posteriormente por apartar de sus vidas.

Pero, personalmente, en su casi totalidad estos relatos me han dejado indiferente, y en algunos casos, completamente irritado, dado lo inanes que me resultan. De todos ellos, el único que salvaría de la hoguera es el que da título al libro: ‘Hornos inteligentes para gente solitaria’. Tras superar una crisis existencial no especificada, Shu recibe un horno de la marca ‘Neko’ (un horno hablante e ‘inteligente’) que, además de ayudarle a preparar comidas muy sanas y apetitosas, le hace compañía y le sirve de analista.

En cualquier caso, yo recomiendo emplear el tiempo necesario para su lectura en otros menesteres. Hay tanto que leer y el tiempo es finito.

26 nov 2024

Reseña: Beneath the Darkening Sky, de Majok Tulba

Majok Tulba, Beneath the Darkening Sky (Camberwell, Victoria: Penguin, 2014). 240 páginas.

El reclutamiento forzoso de menores para engrosar las tropas de grupos rebeldes o incluso ejércitos semirregulares es el tema central de este libro del australiano de origen sudanés Majok Tulba. El autor sufrió en carne propia la entrada de rebeldes en su pueblo, pero se salvó de convertirse en niño soldado por no tener la estatura suficiente. No era tan alto como un AK-47. A los nueve años huyó a Uganda.

En el caso de Obinna, el protagonista narrador de esta terrorífica historia, tanto a él como a su hermano se los lleva un grupo rebelde que asalta la población donde vivían con sus padres. El padre es brutalmente asesinado y las casas y almacenes completamente destruidos.

La narración del periplo de los niños y niñas robadas hasta el campamento de los rebeldes es un relato sobrecogedor por su crudeza. Para atravesar terrenos repletos de minas antipersona, el cabecilla del escuadrón de la muerte hace caminar a los más pequeños por delante del grupo. Obinna ve desaparecer a uno de ellos tras una explosión a pocos metros de él. Las humillaciones y vejaciones a que son sometidos son constantes.

Al estar narrada en primera persona y al mantener el punto de vista del niño inocente que, con el paso de los días, las semanas y los meses, se convierte en un sanguinario mercenario simplemente para poder seguir con vida, la narración funciona perfectamente. Su gradual transición desde la muda resistencia psicológica a la imposición de la violencia (su transformación en soldado) a la aceptación de su situación es incluso natural.

El carácter de su interacción con otros soldados, comandantes y las mujeres que son forzadas a servirles (en todos los sentidos) es una parte importante de la historia. A través de esos contactos e intercambios Tulba escribe el paso de la ingenuidad de la niñez de Obinna a la barbarie y la violencia de su vida como soldado rebelde.

A lo largo de toda la novela se destila el hecho de que existe un desprecio total e irracional por la vida de otros seres humanos, fundado en el absurdo de una hueca retórica política y un orden social militarizado, férreamente establecido mediante el terror, la tortura y el caciquismo. Nada nuevo bajo el sol, a decir verdad. No porque no lo veamos ni vivamos es menos cierto que siga ocurriendo.

El Kalashnikov o AK-47, desmontado. Foto de MoserB.

«Mi AK-47. Llevo el AK-47 en la sangre. Lo cuido del mismo modo que una madre cuida a su niño.

Saca el cargador. Ponlo a tu derecha. Tira hacia atrás, quita el cartucho cargado de la recámara. Coloca el cartucho que has quitado junto al cargador. Presiona el seguro de la tapa superior del receptáculo. Levanta y quita la tapa superior del receptáculo. Colócala a tu izquierda, por detrás. Empuja el resorte de retroceso hacia adelante. Levanta y quita el resorte de retroceso. Colócalo a tu izquierda, por delante. Sujeta el anclaje del pasador, tira de él hacia atrás y retira el anclaje del pasador. Colócalo a tu izquierda. Levanta la palanca del tubo de gas. Saca el tubo de gas. Colócalo a tu derecha, un poco más alejado.

Aplica lubricante al pasador del eje. Coloca el rifle delante de ti. Toma el paño de limpieza con la mano derecha. Coge el anclaje del pasador, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge la tapa superior del receptáculo, límpialo con el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso, sujétalo con el paño. Limpia el resorte girándolo contra el paño. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Unta el paño con unas gotas de aceite. Coge el anclaje del pasador, pásale por encima el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda. Coge el resorte de retroceso. Pásale el paño untado de aceite. Vuelve a dejarlo a tu izquierda.

Deja el paño. Coge el rifle. Coge el tubo de gas. Colócalo en su sitio y presiona. Baja la palanca del tubo de gas, asegúralo. Coge el anclaje del pasador. Deslízala hacia delante hasta que esté en su lugar. Coge el resorte de retroceso. Colócalo en su lugar, presiónalo hacia adelante, aprieta y asegúralo en su sitio. Coge la tapa superior del receptáculo. Coloca el extremo delantero en su sitio. Apriétala y asegúrala en su sitio. Carga todos los cartuchos en el cargador. Desliza el cargador en su compartimento. Tira del seguro hacia atrás.» (p. 165-166, mi traducción)

11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

29 oct 2024

Reseña: Old God's Time, de Sebastian Barry

 
Sebastian Barry, Old God's Time (Londres: Faber & Faber, 2023). 261 páginas.

Tom Kettle, policía retirado viudo, pasa ahora sus días mirando el mar desde un pisito anexo a un castillo en Dalkey, en el extrarradio de Dublín. Su único vicio son los cigarros y la curiosidad por la gente que observa desde su balcon. Se está acostumbrando a la soledad y añora las visitas de su hija y las cartas de su hijo médico, que se fue a trabajar y vivir a los Estados Unidos. Un día recibe la visita (un tanto intempestiva, pues ya anochece) de dos colegas de la Garda, Wilson y O’Casey. El motivo es que los detectives están investigando un caso no resuelto de la década de los 60 que implicó a dos sacerdotes católicos acusados de violar a niños y niñas bajo su cuidado. Las denuncias cayeron en el saco roto de la jerarquía católica, pero uno de los dos pederastas (a los que Kettle y su colega por entonces investigaban) murió en circunstancias nunca aclaradas; el otro ha decidido recientemente elevar gravísimas acusaciones en torno al caso. ¿Quién lo ajustició? ¿En qué circunstancias? ¿Recuerda Kettle algo del caso que pudiera haber olvidado u obviado?

Cliff Castle, en Dalkey, le sirve a Barry para darle a Kettle un lugar donde sobrevivir a la tragedia y mimar su tristeza en la nostalgia. Fotografía de William Murphy.

Revolver en el pasado siempre resulta ser algo complejo y difícil porque la memoria nos falla a todos. Barry plantea una narración íntima, adoptando siempre el punto de vista de Kettle, que recuerda cómo conoció a June, su mujer, y la confesión que ella le hizo durante la noche de bodas: había sido víctima de abusos sexuales de un sacerdote. Como tantísimos niños irlandeses en su época, también Kettle, huérfano de padre y madre, sobrevivió a los maltratos de su infancia y entiende perfectamente el ansia de justicia que tiene June.

En Old God’s Time, Barry aborda el tremendo efecto que los traumas pueden tener sobre la memoria. No es que quiera revelar nada del desenlace, pero la manera en que Barry gestiona el progreso de la narración hacia el final de esta novela es, en una palabra, magistral. Aunque Barry va dejando caer algunas pistas aquí y allí, la realidad del dolor y el sufrimiento por los que ha pasado Tom Kettle solamente se hace manifiesto después de más de ciento cincuenta páginas. Tom Kettle se ha quedado completamente solo en el mundo: no solamente ha perdido a June, también perdió a sus dos hijos en diferentes circunstancias, nada agradables.

No sorprende, pues, que Kettle viva en una especie de fantasía, rodeado de fantasmas propios y ajenos, de visiones desdibujadas y recuerdos diluidos por el paso del tiempo. Y tampoco debería sorprendernos, pues, que en el desarrollo de la novela existan contradicciones, cronologías alternativas que chocan entre sí, un pasado que, idealizado o no, aprieta las tuercas del presente en el que tiene que sobrevivir Kettle. Es, en definitiva, la historia de la relación de Irlanda con los crímenes de la Iglesia Católica, asunto que otros autores irlandeses han novelado. Por ejemplo, Emma Donoghue y su portentosa The Wonder.

Me queda claro que este es un autor al que de verdad vale la pena leer. Ya me lo había demostrado en Days without End. La tensión narrativa en el caso de Old God’s Time gira en torno a la cuestión de si fueron Tom y June los responsables de la muerte del sacerdote pederasta. Barry, por supuesto, deja ese cabo suelto. Que cada lector construya su propio desenlace.

Old God’s Time se publicó el año pasado tanto en castellano (Tiempo inmemorial, en Alianza Editorial, traducida por Laura Vidal) com en català (Temps immemorials, a l'Editorial Proa, amb traducció a càrrec d'en Marc Rubió).

24 oct 2024

Reseña: The Palestine Laboratory, de Antony Loewenstein

Antony Loewenstein, The Palestine Laboratory (Melbourne: Scribe, 2024 [2023]). 265 páginas. 

Hay ocasiones en las que en mitad de la lectura de un libro se produce un suceso que otorga un significado especial a las palabras que has leído la noche anterior. Una de esas ocasiones me ocurrió mientras leía este importantísimo libro del australiano Lowenstein. Quizás haya sido profético o premonitorio. Quizás fuera simplemente la constatación de algo que, de algún modo, ya estaba, valga el juego de palabras, escrito. A la mañana siguiente de leer el párrafo que he traducido a continuación, la noticia en primera plana aquí en Australia era las explosiones cuidadosamente planificadas de los buscapersonas de muchos de los miembros de Hizbulá, que mataron a al menos 12 personas e hirieron a cerca de 2800.

«…Israel tenía la tecnología para competir con cualquier potencia mundial, y Pegasus [el spyware o software espía desarrollado por el Grupo NSO] era un juguete en comparación con lo que era capaz de hacer el estado judío. El poder de NSO y el estado israelí era casi imparable, atrapando incluso a Apple, que en 2021 se vio obligada a distribuir una actualización de emergencia de software para sus 1650 millones de usuarios después de que Citizen Lab descubriese una vulnerabilidad en su sistema operativo que NSO había explotado. A diferencia de muchos en los medios occidentales, Apple difundió un comunicado de prensa y apuntó directamente a una participación judía: “El Grupo NSO crea tecnología de vigilancia sofisticada y patrocinada por un estado que permite a su software espía altamente selectivo vigilar a sus víctimas». (p. 168, mi traducción; el subrayado es mío).

Este es un libro de periodismo investigativo de especial urgencia, pues día tras día, semana tras semana, el gobierno sionista de Netanyahu no solamente prosigue su violenta campaña militar en Gaza y el sur del Líbano contra Hamás e Hizbulá, sino que ataca también a las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Para los periodistas han cubierto estos conflictos, su trabajo está resultando ser extremadamente peligroso: más de 130 han sido asesinados por los militares israelíes.

Son dos las tesis principales que plantea (y demuestra) The Palestine Laboratory: por un lado, hay varias empresas israelíes con fuertes vínculos con el estado de Israel que exportan armas y tecnología a gobiernos autoritarios de todo el planeta, que las emplean en operaciones de represión y flagrantes violaciones de los derechos humanos contra sus propios ciudadanos.

Por otro lado, Israel utiliza a los palestinos que residentes en lo queda de Palestina como cobayas de un macabro laboratorio. La principal baza publicitaria que juegan las empresas armamentísticas sionistas en las exposiciones de armas y eventos similares es que sus productos han sido probados en combate. Esto es: Israel ha convertido su ocupación militar de Palestina en un negocio considerablemente rentable – a costa de las vidas de decenas y decenas de miles de personas, incluidos menores de edad. Motivos para sentir náuseas sobran.

¿Cómo es posible que un pañuelo se haya convertido en algo reprimible y condenable? ¿Hacia dónde vamos? La kufiya o kefiyeh palestina. Fotografía de Reina91.

El mundo debe comenzar a distinguir entre sionismo y judaísmo. Es urgente. Escribe Lowenstein: «Para alguien como yo, que lleva más de veinte años informando sobre Israel/Palestina, los sucesos del 7 de octubre [de 2023] y sus consecuencias han sido espeluznantes. Veo todos los días fotos y videos de palestinos muertos en Gaza. Esto se está haciendo en mi nombre, como judío que soy, y la gran mayoría de la comunidad judía instituida por todo el mundo ha respaldado sin reservas al gobierno de Israel».” (p. xvi del Prefacio, mi traducción).

El libro hace un repaso de todos los lazos que Israel ha tenido a lo largo de su corta historia con regímenes dictatoriales, antidemocráticos y sangrientos, desde el carnicero Pinochet hasta el apartheid de Sudáfrica, pasando por el Irán de Pahleví (¡Quién te ha visto y quién te ve!) y los brutales asesinatos de periodistas mexicanos.

Lowenstein lanza un aviso apremiante a la comunidad global. Si el ascenso del etnonacionalismo al estilo sionista persiste en este siglo XXI y, gracias a la tecnología de las empresas del espionaje y el armamento y el imparable progreso de la IA, se extiende a otras regiones, el panorama no será solamente desolador sino terrorífico.

The Palestine Laboratory lo publicó Capitán Swing este mismo año en castellano: El laboratorio palestino, con traducción a cargo de Gabriela Ellena Castellotti.

16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

11 sept 2024

Reseña: Cloud Cuckoo Land, de Anthony Doerr

 
Anthony Doerr, Cloud Cuckoo Land (Londres: 4th Estate, 2021). 626 páginas.

Para quienes disfrutamos de los libros es grato leer novelas cuya trama gira en torno al aspecto físico de la literatura: el libro y su conservación. Si en la Edad Media eran los amanuenses quienes preservaban libros copiándolos de forma esmerada y minuciosa, hoy en día cualquiera puede acceder a una copia digitalizada de antiquísimos (o no tanto) volúmenes. Ello es posible en gran medida a las bibliotecas y quienes las regentan, los bibliotecarios, a quienes Doerr dedica esta intricada y deliciosa novela.

Cloud Cuckoo Land tiene una estructura que al principio te parece un tanto enrevesada. Son varias las tramas y ocurren en distintos momentos de la Historia. En primer lugar, la caída de Constantinopla (1452-53), con dos protagonistas: por un lado una joven costurera, Anna, quien en su afán por ayudar a su hermana enferma opta por entrar en una vieja biblioteca abandonada con la ayuda de un barquero y vender el producto de su saqueo a unos caballeros venecianos. Uno de los objetos de su botín es un libro viejo y algo enmohecido, que resulta ser la historia del pastor Etón y su búsqueda de una ciudad en el cielo, obra ficticia que Doerr atribuye a Antonius Diogenes, autor griego clásico que ciertamente existió. Y por otro lado, Omeir, el hijo de una pobrísima familia campesina al que reclutan para el asedio de la ciudad, junto con sus dos bueyes y que ayuda a Anna a escapar del infierno en que se convierte Constantinopla tras el ataque del ejército del sultán.

La segunda historia une a dos personajes muy diferentes. Tras ser hecho prisionero en la guerra de Corea, Zeno regresa a su pueblo de Idaho y acomete la traducción de un oscuro manuscrito que la bibliotecaria le da a conocer en versión digitalizada. Zeno aprendió griego clásico en el campo de prisioneros gracias a Rex, un estudioso ingles de la literatura clásica, de quien se enamora perdidamente. El códice, naturalmente, es el que Anna robó en el siglo XV. Completada su traducción y edición anotada, Zeno adapta la historia para que los niños de la escuela local la representen una noche en la biblioteca. Y es aquí donde esta trama enlaza con la de Seymour, un muchacho autista que se siente en casa en el bosquecillo detrás de su casa, donde vive un búho con el que congenia. Pero el bosquecillo es destruido por una empresa constructora: a partir de ahí, Seymour se convierte en un activista medioambiental, absolutamente extremista. Alentado por un grupo con el que solamente tiene contacto en línea, su primera acción será la de plantar una bomba en la biblioteca del pueblo.

No era estrictamente ficción, pero se le asemeja. Fragmento de la Epístola a los Romanos. 

La tercera línea argumental tiene como protagonista a Konstance, hija de dos científicos que se ofrecieron como voluntarios de un viaje sin retorno a bordo de una nave interestelar con destino a un planeta en una galaxia muy remota. El plan es perpetuar la civilización humana, pues la Tierra ha dejado de ser habitable. Cuando en la nave se declara una epidemia, el padre de Konstance la encierra en una sala. Konstance tiene acceso a la biblioteca de la nave (Sibila, prima hermana del HAL de 2001: A Space Odyssey) y empieza a indagar en la extraña historia que su padre le había contado sobre el pastor Etón y su larguísimo viaje en busca de la ciudad de las nubes, hasta encontrar la edición anotada de un tal Zeno.

Si todo lo anterior parece complicado, como un rompecabezas de muchas piezas que pudieran ser difíciles de acoplar, no temas: es un libro ameno y hermoso en ocasiones, y Doerr sabe cómo dotar de suspense a todas estas historias. Si fuese el caso que el autor busca enseñar algo, quizás se trate del hecho de que es fácil destruir un libro de papel (e incluso los libros digitales, que no están exentos de tal amenaza), pero las historias que pasamos de generación en generación perviven, pese a todo. Un gran libro: muy inspirador, te absorbe desde el principio.

Cloud Cuckoo Land se publicó hace dos años en castellano como Ciudad de las nubes en la editorial Debolsillo, con traducción a cargo de Laura Vidal Sanz.

8 ago 2024

Reseña: Homeland Elegies, de Ayad Akhtar

Ayad Akhtar, Homeland Elegies (Londres: Tinder Press, 2020). 343 páginas.

Hacia al final de esta novela, la segunda de Akhtar, tras parar a repostar en una gasolinera en una pequeña población de Wisconsin, al protagonista narrador y a su padre los insulta un joven estadounidense blanco porque han dejado el coche levemente mal estacionado. La discusión que sigue termina en un intercambio de insultos:

«Vete a tomar por saco», añadí mientras tiraba de la manilla de la puerta del conductor. La mirada refleja que eché para observar su reacción me reveló entonces algo de lo que no me había percatado hasta ahora: una correa que le bajaba por el lado del torso hasta un bulto recubierto de cuero en el costado.

Vio que había visto el arma y sonrió: «Qué ganas tengo de construyamos ese muro para no dejar entrar a bichos como vosotros». Lo que sentí en ese momento fue algo fugaz, pero nunca lo olvidaré. La visión del arma, la amenaza visceral y el miedo ancestral que desencadenó, la urgencia elemental de protegerme, la asimetría de nuestro poder en aquel instante: todo se combinó para encender algo en mi interior que nunca antes había experimentado. Quería matarlo. Pero la conciencia inmediata de lo indefenso que estaba para hacerlo me echó para atrás, de una manera que todavía hoy me consume, casi dos años después. (p. 307, mi traducción)

En un excelso ejemplo de la ahora muy denostada (desde ciertos círculos) autoficción, Akhtar crea un personaje narrador que se llama Ayad Akhtar, nacido en los EE.UU. de padres pakistaníes, y que como él es dramaturgo y también ha ganado un Pulitzer gracias a una obra de teatro. Homeland Elegies mezcla elementos de diversos géneros (la autobiografía, el teatro, la crítica cultural o el análisis histórico) en un texto con intenciones claramente perturbadoras. No deja títere con cabeza. Ni siquiera el protagonista a quien le presta su nombre sale indemne.

En su narración, Akhtar toca desde el descalabro socioeconómico y humano que supuso la Partición  y la llegada de sus padres al país hasta décadas más recientes en las que comenzó su declive económico y el paso a una oligarquía económica provocada por las políticas Reagan con sus efectos ‘goteo’ y la nefasta gestión propiciada por sus ideólogos, como Robert Bork.

El tema fundamental de la novela es el conflicto identitario. En un ejemplo demoledor para la engañosa noción del melting pot estadounidense, Akhtar cita al sociólogo alemán de origen judío Norbert Elias: «La mayoría establecida toma su propia imagen colectiva a partir de una minoría de sus mejores elementos, y moldea una imagen colectiva de los forasteros a quienes desprecia a partir de una minoría de sus peores elementos». (p. 139, mi traducción) Dice Akhtar el narrador de su vida que se encuentra marcada por un dilema irresoluble: es un musulmán que ya no practica – y mucho menos cree – en la religión, pero su identidad, en el seno del país donde ha nacido, está totalmente moldeada por el hecho del Islam que lo ha definido dentro de esa sociedad desde el 11-S.

Norbert Elias, una larga vida (1897-1990). Fotografía de Rob Bogaerts.

Es un libro irresistible. Tanto por la calidad de su prosa como por el evidente amor y gusto que el autor tiene por la lengua inglesa. Akhtar juega con nosotros los lectores, en tanto que plantea sucesos en la vida del protagonista que lo dejan moralmente maltrecho (la historia de cómo contrae la sífilis no tiene desperdicio). Además, a lo largo de la novela va plantando minas que pueden estallarle en la cara a un lector hipersensibilizado y emocionalmente endeble.

Y por supuesto, la historia que su padre cuenta sobre Donald Trump. Pero de eso prefiero no darte ninguna pista.

«[…] Todo giraba en torno a hacerse rico. Al menos, los republicanos eran honestos respecto a ello. Mike veía un país donde la gente era más pobre, donde les mentían, donde sentían que sus vidas eran más mezquinas, un lugar en el que no tenían ni idea de cómo cambiar nada. Habían tomado la decisión sin precedentes de poner a un intelectual negro en el cargo más alto del país, un hombre que prometía cambios pero que ofreció muy pocos, cuya indudablemente sincera preocupación se vio empañada por su arrogancia, quien se enorgullecía de su estatus de celebrity de la cultura popular al tiempo que lamentaba un sistema cuyas disfunciones políticas le impedían ejercer el liderazgo. La victoria de Obama había resultado ser poco más que simbólica, acelerando simplemente el colapso de nuestra nación hacia una autocracia corporativa, y sus fracasos habían elevado las apuestas de forma inconmensurable. La mayoría de los estadounidenses no podrían hacer frente a sus gastos semanales en el caso de sufrir una emergencia. Tenían razones sobradas para estar asustados y enfadados. Se sentían traicionados y querían destrozar algo. El estado de ánimo nacional era hobbesiano: desagradable, embrutecido, nihilista; y no había nadie que mejor encarnara todo esto que Donald Trump. Trump no era ninguna aberración ni una idiosincrasia, según lo veía Mike, sino un reflejo, un espejo humano en el cual ver todo aquello en lo que habíamos permitido convertirnos. Por supuesto, uno podía leer metáforas en ese individuo: un magnate del sector inmobiliario, racista sin reservas, que encarna el auge de los derechos patrimoniales de los blancos; un idiota ensimismado que personifica la auto-obsesión y el narcisismo desenfrenados que nos hace a todos más estúpidos cada día que pasa; una codicia y corrupción tan manifiestas y endémicas que sólo podía entenderse como la expresión desmesurada de nuestros más profundos deseos: Sí, podía interpretarse a ese hombre como si se tratase de un símbolo que ha de ser descifrado, pero Mike creía que era algo mucho más sencillo. Trump había percibido el estado de ánimo nacional, y su genio particular fue una necesidad de atención tan cobarde, tan implacable, que estaba dispuesto a pintarse con todos y cada uno de los matices de nuestra fealdad, ¡y a la mierda las consecuencias!». (p. 242, mi traducción)

Publicado en castellano por Roca Editorial en 2021 como Elegías a la patria, con traducción a cargo de Elia Maqueda.

1 ago 2024

Reseña: Our Moon, de Rebecca Boyle

Rebecca Boyle, Our Moon. A Human History (Nueva York y Londres: Sceptre, 2023). 313 páginas.

Uno de los primeros recuerdos televisivos que conservo (obviamente reforzado o posiblemente distorsionado por posteriores visualizaciones del suceso en la caja tonta) es el alunizaje del Apolo XI y el paseo espacial de Armstrong y Aldrin el 21 de julio de 1969. Estaba a pocas semanas de cumplir cinco tiernos añitos y realmente no podía comprender nada de lo que estaba viendo. El satélite sigue ahí, a unos 384 400 kilómetros de distancia, y continúa influyendo de múltiples formas en la vida en este planeta en el que vivimos.

Ahora, más de cincuenta años después de aquel hito que ya había previsto (a su manera) Jules Verne, la Luna sigue jugando un papel en mi vida: cuando se acerca la primavera austral y comienza a ser tiempo de sembrar hortalizas, consulto el calendario lunar y estoy atento a sus fases. Sembrar las semillas de zanahoria al final de la luna nueva suele ser garantía de éxito.

Our Moon es un libro realmente ameno, completo en la información que proporciona al lector. Supe de él a través del programa de radio australiana Late Night Live. Boyle no abusa de la erudición científica, pero la información que ofrece es impresionante. Lo hace convirtiendo el libro en una especie de cuaderno de viaje para el lector que quiera viajar a la Luna gracias a su lectura.

Está dividido en tres secciones. La primera cubre la cuestión del origen o la creación de la Luna, nuestro único satélite. La teoría más extendida y plausible (aunque no totalmente demostrada) es la de la colisión de un enorme asteroide con la Tierra hace trillones de años. La composición química de muchas de las rocas que los astronautas han traído de regreso a la Tierra ha provocado cambios en las teorías de muchos científicos. Persisten las dudas.

Boyle describe cómo sería estar en la superficie del satélite. Lo que verías, oirías, palparías y olerías en la extraña superficie estéril y polvorienta de la Luna. Una quimera que ninguno de nosotros podremos llevar a cabo. Ni ganas, dirán algunos.

Ella Fitzgerald, Blue Moon

La segunda parte del libro explica el papel crucial e imprescindible que la Luna en la aparición de la vida aquí donde vivimos. Hace alrededor de 400 millones de años, la fuerza de las mareas eran mucho mayor, igual que su frecuencia. El día terrestre era más corto (la Tierra, en su rotación, tiende a ralentizarse) y la Luna estaba más cerca. Las mareas eran extremas y podían desplazar las aguas del océano hasta cientos de kilómetros tierra adentro. La vida surgió en esas zonas intermareales, y los organismos que, gracias a su evolución, podían respirar fuera del agua se adaptaron a vivir fuera del agua. El resto, como dicen, es historia.

También en esta segunda sección, Boyle repasa la influencia de la Luna en las múltiples civilizaciones humanas surgidas desde el paleolítico hasta la era moderna. Los primeros calendarios fueron lunares. El tiempo se medía según las fases de la Luna, muchas religiones y culturas estaban basadas en la presencia constante de ese cuerpo celestial en el firmamento y su reiterada trayectoria de aproximadamente 28 días terrestres.

Por último, en la sección final, Boyle hace un repaso del estudio científico del satélite, desde la observación prehistórica hasta las misiones tripuladas como la de aquel mes de julio de 1969, pasando por los descubrimientos de Galileo, Copérnico, Kepler y muchos otros. En años recientes han sido muchas las misiones no tripuladas que han alunizado. Solamente este año hay programadas diez misiones, algunas de empresas privadas. Para Boyle, es motivo de preocupación que se considere la Luna un posible lugar para la explotación minera, o como un futuro vertedero de productos hechos en la Tierra. El reciente descubrimiento de una profunda sima en la superficie lunar que podría albergar una futura base hará que aumente en ella esa inquietud.

Contemplar el amanecer de la Tierra desde la superficie de la Luna sería una experiencia única y, sin duda alguna, maravillosa. Esta imagen fue tomada el 12 de octubre de 2015. 
En las noches de verano seguiremos disfrutando de su luz y de la aparición de la luna llena por el este. Siempre ha estado ahí, en el cielo, y salvo que ocurra una catástrofe, ahí continuará, haciéndonos compañía.

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