Este fascinante libro del historiador británico asentado en Finlandia pone el acento en la larga historia de la isla de Taiwán, incluyendo la prehistoria, que desconocía por completo. Durante la última glaciación, la isla estuvo unida a la masa continental asiática. Hace unos 12 000 años, el deshielo inundó los valles y planicies, creando una tierra separada de China por unos 160 km. Durante cientos de años en la isla vivieron pueblos austronesios, los verdaderos indígenas de esta isla del Pacífico. Afirma Clements: «… la historia de Taiwán — en un sentido literal, el registro de sus sucesos y cultura por escrito — ocupa menos del dos por ciento del periodo en que ha estado habitada por los seres humanos. Un comentario de este calado sería cierto en relación con la mayoría de las otras partes del mundo, pero hay algunos lugares, y Taiwán es uno de ellos, donde el foco en la historia moderna entraña el riesgo de aumentar la marginalización de las voces y de la experiencia de los grupos étnicos que llevan viviendo allí más tiempo. En su reciente trabajo sobre las culturas indígenas, la arqueóloga Kuo Su-chiu señala lo apabullante que resulta ser un sentido desapasionado del tiempo profundo, y lo muy engañoso que es para la historiografía moderna el centrarse en las disputas entre chinos y japoneses, o los nacionalistas que creen que Taiwán es parte de China y los separatistas que desean que no lo fuera». (p. xiii, mi traducción)
El aislamiento, naturalmente, duró poco. Antes de
la llegada de los colonialistas europeos (entre ellos los españoles, que ya habían
llegado a lo que son hoy en día las Filipinas, y cuya presencia fue tan efímera
como intrascendente), a la isla llegaron tanto chinos como japoneses que, por alguna
u otra razón, iban huyendo de sus respectivas autoridades. Clements también documenta
la presencia de contrabandistas y piratas en esos tiempos, si bien tanto la
costa oriental como la occidental no ofrecían puertos muy seguros que digamos. Además,
señala el autor en numerosísimas instancias, la gran mayoría de los registros históricos
de esas épocas caracterizan a los pueblos indígenas de Taiwán como bárbaros a los
que les gustaba cortar las cabezas de los invasores, y con quienes tratar era evidentemente
una tarea peligrosa.
Portugueses, holandeses, ingleses y franceses se acercaron a esta zona del planeta
en busca de materias primas. Durante siglos hubo continuas migraciones desde el
continente a la isla. En un interesante giro de la historia, también Japón contó con Taiwán como territorio de su imperio,
entre 1895 y 1945. Clements recoge el testimonio de muchos historiadores que han
señalado la modernización que la administración japonesa aportó, especialmente en la capital, Taipéi.
![]() |
La isla sirvió en dos ocasiones como refugio de emergencia para ejércitos chinos que escapaban de sus enemigos en China. La primera vez fue el líder de las fuerzas Ming, Koxinga, huyendo del ejército manchú. La segunda oportunidad es la más conocida por el público en general: el general Chiang Kai-shek y los nacionalistas lo hicieron tres siglos después, acosados por los comunistas liderados por Mao. Unos dos millones de personas cruzaron el estrecho. Junto con sus familiares y sus pertenencias, los oficiales nacionalistas arramblaron con buena parte de los tesoros culturales de la capital china y otras ciudades. De hecho, el Museo del Palacio Nacional en Taipéi parece ser uno de los mayores atractivos para los muchos turistas del continente que visitan la isla.
Clements insiste en lo enormemente compleja que es la relación de China con
la isla. La gran mayoría de la población es ya de origen chino (de la etnia
Han), pero los pobladores autóctonos subsisten y la relación con ellos no
siempre ha sido fácil. Es un lugar bastante fragmentado políticamente, con una
innegable conexión cultural, social y económica con la República Popular China.
Lo que depare el futuro respecto a su sistema político es imposible de decir.
Un libro ciertamente deslumbrante y enriquecedor para quien, como yo, sabía bien poco de esta parte del mundo. Un dato muy interesante: como se suele decir con el castellano de Colombia, el mandarín de Taiwán es la forma más pura de la lengua. Si intentas aprendes el idioma allí, cuando vayas a China te van a reconocer enseguida el acento, dice Clements.