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17 ago 2022

Reseña: China Panic. Australia's Alternative to Paranoia and Pandering, de David Brophy

David Brophy, China Panic. Australia's Alternative to Paranoia and Pandering (Carlton: La Trobe University Press junto con Black Inc., 2022). 264 páginas.

Como en otras latitudes y longitudes, el estatus de China como superpotencia del siglo XXI y sus repercusiones en la geopolítica mundial son el motivo de un fuerte, acalorado y no siempre racional debate en Australia. Procedentes de las posiciones políticas más conservadoras en el tedioso espectro ideológico australiano se suelen escuchar voces estridentes y beligerantes, que con bastante frecuencia cuentan con el apoyo mediático para encontrar su cámara de resonancia, contagiando a la opinión pública de una preocupante desinformación y sembrando la cizaña de la xenofobia, el racismo y la histeria.

Tras la aparición del virus del Covid-19 en China, el Gobierno de Scott Morrison (quien en estos días pasa por sus horas más bajas como figura política) demandó una investigación internacional sobre sus orígenes. La respuesta de China fue la lógica ante una serie de medidas que Beijing consideró agresivas e injustificables: “Las leyes de seguridad, las decisiones sobre inversión extranjera, los allanamientos contra periodistas chinos: la lista es larga. El efecto combinado de todas estas medidas ha sido el de cultivar una imagen de China como país singularmente peligroso con el que no puede continuar la situación normal.” (p. 10, mi traducción)

Brophy se pregunta en los diferentes capítulos del libro a qué se debe este giro radical hacia la confrontación entre las elites políticas australianas, particularmente si se tiene en cuenta el robusto acercamiento que se produjo hace apenas una década, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre ambos países en 2015. Uno de los factores pertinentes para la respuesta es el papel que Australia insiste y persiste en jugar como subalterno de la hegemonía político-militar de los Estados Unidos en el Pacífico.

¿Y qué papel debiera ser ese? Dice Brophy: “En lugar de una ‘potencia media’, una descripción más fiel del rol de Australia en el mundo es el de una gran potencia de menor grado, cuya capacidad para actuar de tal manera ha venido siendo posibilitada por y, de hecho, depende de, su relación con una verdadera superpotencia. El término que algunos utilizan para describir tal situación es subimperial. En la práctica, una Australia subimperial le pide a los EE.UU. que avale sus ambiciones de tener un mini imperio propio, que se extienda mucho más allá de los límites de la isla continente y se adentre en el Pacífico. Y es en esta esfera de influencia en la que Australia y China están empezando a enfrentarse de forma directa.” (p. 85, mi traducción)

Una imagen de las protestas que tuvieron lugar en HK a fines de 2014. Fotografía de Citobun. 
Si Brophy es crítico con el establishment político australiano, no lo es menos con el régimen unipartidista que rige los destinos de una quinta parte de la humanidad: “La negación de los derechos democráticos básicos por parte del PCCh […] es una realidad desoladora, que debería irritarnos a todos. Pero Occidente le hace un flaco favor a la causa democrática cuando la construye no como la calidad cuantificable de un sistema político sino como una de las vertientes de una simplista ecuación binaria: democracia versus autoritarismo. Es incluso peor la tendencia a reducir dicho debate a uno entre dos ‘modelos’ diferentes: el chino y el estadounidense.” (p. 45, mi traducción)

Que el debate mediático y político en torno a la relación de Australia con China roza la histeria es innegable. A raíz de las medidas que Beijing adoptó contra ciertas exportaciones australianas, algunas voces se alzaron al verle las orejas al lobo del fuerte declive económico que podría resultar de un mayor enfrentamiento diplomático y comercial con el gigante asiático. No hay que olvidar que “No fue Beijing la que decidió permitir que la economía australiana dependiese de un puñado de sectores exportadores de alto rendimiento. Y ahora que China está manifestando su descontento con las políticas australianas mediante una menor adquisición de dichos productos, no es tampoco Beijing la que decidirá cómo va a responder Australia. No quiero minimizar la cuantiosa importancia del superávit comercial para el bienestar de Australia ni el impacto que las acciones de China pudiera tener en los ciudadanos de a pie en Australia. Pero resulta imposible abordar la ansiedad que rodea la vulnerabilidad de Australia a la presión comercial sin reflexionar de una manera más amplia sobre la enorme influencia que el sector de los recursos ejerce en la política australiana.” (p. 101, mi traducción)

Si no podemos venderlo, pues habrá que beberlo... Vinos australianos en un supermercado. Fotografía de Maksym Kozlenko.
China Panic se compone de ocho capítulos, además de una introducción y la pertinente conclusión. Brophy escribe para un público que no es meramente académico, lo cual se agradece. Incluye capítulos sobre la cuestión latente de la apertura democrática en China (y cómo ven el tema la población inmigrante china en Australia), la lucha por retener unos mínimos posos de democracia en Hong Kong y la situación de los derechos humanos de los uigures en la región autónoma de Sinkiang. El suyo es un análisis sesudo, bien matizado y ponderado no exento de un idealismo que, dadas las circunstancias por las que atraviesa el mundo en esta segunda mitad de 2022, no deja de ser necesario. Su insistencia en que las elites dirigentes australianas deben anteponer los intereses de la gente normal a la hora de reconducir y reformular las relaciones sino-australianas al tiempo que aboguen por un combate firme contra la opresión y por la defensa de los derechos humanos.

Culpar a la víctima siempre da rédito a quien aboga por ese tipo de maniobras sucias: "El hecho de que China, en alguna ocasión, haya descrito las críticas que recibe como racistas ha dado pie a la perspectiva de que la crítica del racismo bien pudiera ser parte de una conspiración del PCCh." (p. 214, mi traducción). Sello conmemorativo de los 100 años del Partido Comunista de China emitido por Serbia en 2021.
Lástima que hasta ahora, el doble rasero de la realpolitik haya ganado siempre la partida y haya impuesto distorsiones y duplicidades en la relación de Australia con muchos de sus vecinos asiáticos.

28 feb 2019

Reseña: The English Class, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, The English Class (Melbourne: Transit Lounge, 2016 [2010]). 397 páginas.
¿En qué medida llega a transformar el aprendizaje de una lengua extranjera la personalidad de una persona (por no hablar de la vida, algo que resulta muy obvio)? ¿Nos ven los demás como una representación mediada por la(s) lengua(s) que hablamos? Estas son algunas de las preguntas a que me ha abocado esta novela de Ouyang Yu, cuyo título juega en mi opinión con el doble sentido de la palabra “clase”: por un lado el grupo de estudiantes que aprende en un aula; por otro, ese estrato socioeconómico marcado predominantemente por el poder adquisitivo y el nivel de estudios alcanzado.

El protagonista de The English Class es un joven chino llamado Ying a finales de la década de los 70. Su primer trabajo es el de camionero, pero a diferencia de Sancho Gracia, quien salía por lo general triunfante en las caballerescas aventuras del desarrollismo español de la misma época, a Ying apenas le pasa nada en su trabajo. Su ambición es aprender inglés (algo que todavía anhelan millones de personas, no solamente en China), e ir a la universidad.

Es por eso que aprende unas 100 palabras diarias mientras conduce el camión. Finalmente recibe los resultados del examen de acceso, aprueba y dice adiós al camión, a la novia y al asfixiante dormitorio en el que ha vivido desde que empezó a trabajar. La universidad está en Wuhan, pero los estudios de lengua inglesa no son tan apasionantes como él había anticipado. ¡Ni siquiera tienen un profesor nativo!

Departamentos de Derecho y Lenguas Extranjeras, Universidad de Wuhan. Fotografía de Howchou.  
Tras varios semestres la universidad contrata a un australiano, el Dr. Wagner (¿por qué es doctor si no es médico?, comentan entre sí los estudiantes). Pese a los progresos que la presencia del australiano supone, Jing comienza a sentirse desilusionado y perdido en la carrera. Muy crítico con el autoritario sistema chino del que quiere escapar, su reticencia a comunicarse con sus compañeros, su altivez y afición por la soledad le reportan no pocos problemas. Además, le persigue su obsesión con que la blancura de su tez se debe a un antecesor de origen anglo.

Cuando llega la pareja de Wagner, Deirdre, de pronto cambian las cosas. En ese momento, la novela da un salto en el tiempo y nos traslada a Melbourne unos quince o veinte años más tarde. Ya no es Jing, sino Gene. Emigrante inadaptado, Jing/Gene sufre una significativa crisis mental y lingüística. Yu investiga en la siempre difícil interacción entre dos culturas y dos lenguas: que el inglés no le sirva a Jing para salvaguardar su cordura señala lo inadecuado que pudiese resultar encomendarse a un idioma extraño para tratar de expresarse.

A lo largo de la novela, el autor intercala intervenciones del narrador, que se dirige a sí mismo en un “tú” estridente, si bien eficaz en su propósito de recordarle al lector que esta es una obra de ficción, y por lo tanto, no completamente fiable. Algunos de esos capítulos son especialmente deliciosos, como éste, el sexto:
“Es un proceso lento, esto de escribir una novela. Escribes pedazos de cosas, descartas la mayoría y escribes más. Dejas espacios para luego volver a ellos, lo cual el lector se lo perderá, y para cuando se le entregue esta novela en la librería, todo lo que verá serán páginas que han quedado rellenadas. Por esa razón dejas un espacio para una futura inserción, simplemente para mostrar cómo funciona o no funciona todo eso. Te das cuenta de que esto tiene que pasar por un proceso de edición y que es muy probable que también esto haya de desaparecer. ¿Cuán original puedes ser cuando un trozo de texto pasa por tantas manos? Mientras escribes acerca de finales de la década de los 70 te encuentras con una laguna. No se trata de una laguna que exista en los medios impresos en general o en los medios de radiodifusión o televisión. Es también una laguna en tu memoria, y con frecuencia ese agujero en tu memoria puede en parte atribuirse al papel de los medios que eran los dominantes en aquella época. Por ejemplo, ¿por qué no te es posible evocar algunos detalles de cómo come Jing cada día en la cantina de la fábrica? Si aplicas la imaginación y funciona, ¿será cierto? Todas esas cosas te pasaron a ti alguna vez, pero no las has mantenido vivas en tu memoria. La imaginación sin la realidad es como las nubes, que constantemente cambian sin tener una forma fija. ¿No quieres acaso hacer de la novela una historia de las cositas extraordinariamente ordinarias que ocurren en la vida?” (p. 41, mi traducción)

The English Class, no obstante, contiene menos experimentación narrativa que Loose: A Wild History, la tercera parte de la trilogía de Ouyang Yu. La tercera parte, la conclusión del viaje interior de Jing ¿hacia ninguna parte? da la sensación de estar menos atenazada, menos remachada. Los cambios en el punto de vista narrativo son caprichosos y no terminan de cuajar. La novela, que fue galardonada con el Premio a las Relaciones Comunitarias entre los Premios Literarios del Ministro Principal de Nueva Gales del Sur en 2011, destaca por su humor, los juegos de palabras y el constante trasiego entre inglés y mandarín en el que vive Jing. Es una exploración de la peculiar idiosincrasia lingüística del escritor emigrante que escribe en inglés en Australia. Dentro de muchos años habrá estudiosos que descubrirán el valor literario que representa la figura de Ouyang Yu. Por ahora, sin embargo, parece destinado a permanecer relegado a una extraña oscuridad impuesta por un sistema de clases que los políticos australianos niegan que exista. Como si ellos supiesen algo de clases.

13 ene 2019

Reseña: Loose: A Wild History, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, Loose: A Wild History (Adelaida: Wakefield Press, 2011). 413 páginas.
Desde el comienzo de este libro, Ouyang Yu declara que su táctica va a ser la de mezclar ficción y no ficción, aunando elementos autobiográficos con creaciones imaginativas (¿o acaso sería más exacto decir “imaginaciones creativas”?), posicionándose (y posicionándonos por tanto a sus lectores) mayormente en dos tiempos y lugares: por un lado, China, finales del año 1999; por el otro, Melbourne, invierno del año 2001. Ya en la primera página nos avisa de que “[l]a ficción no es nada, sino una realización de la realidad imaginada. Es más cierta que, o tan cierta como, la realidad” (p. 2, mi traducción).

Desde esa premisa inicial, Loose únicamente puede leerse como un juego, que resulta ser tan divertido como serio. Por ejemplo, en la página 268, dirigiéndose al lector, te dice: “Comprendo vuestra frustración con mi obsesión por las fechas, mi intento deliberado por trastocar el flujo natural de la narración, el intrusismo de los hechos, la mezcla del pasado y el presente, la realidad imaginada y la realidad real, el uso de la transliteración y la traducción de vocablos chinos, la demora en contaros ciertos detalles privados obvios y la retención de información, tanto la valiosa como la que no lo es. Todo ello puede por supuesto interpretarse como una incapacidad por mi parte para contar una historia fácil y absorbente. Puede que tengáis razón, mis Queridos Lectores, pero por favor, venid conmigo, venid conmigo si queréis. No es divertido, os oigo decir. Pues bueno, vámonos juntos al infierno.”

En un principio, Yu se inserta en el libro como protagonista de una autobiografía ficcional, aportando entradas de su diario durante una visita a China entrelazadas con comentarios en Melbourne. El orden cronológico puede parecer caótico (pese a la confesada obsesión del narrador por las fechas); pero todo tiene su razón de ser, diría yo tras su lectura.

Igual que el inmigrante vive en dos mundos sin terminar de encajar adecuadamente en ninguno de ellos, la narración de Loose avanza en dos tiempos más o menos paralelos sin que la historia que cuenta se asiente de manera decidida. Tanto es así que hacia el final del libro el narrador de desdobla, e incluso recluta a uno de los protagonistas de una novela anterior del mismo autor en el rol de editor/autor. Es por tanto un juego de espejos metaliterarios, que le permiten a Ouyang Yu ofrecerle al lector una mirada amplia y franca de qué entraña la experiencia de ser un autor ignorado y marginado en dos escenarios literarios distintos: el de la literatura australiana y el de la china.

Al estar ideado como un diario, los temas que trata Loose son tan variados como el itinerario físico, temporal o emocional que recorre el narrador. Todo bastante alocado, si se quiere. Pero uno, si presta atención al leer, se queda con ciertos datos o detalles, muy jugosos todos ellos. Por ejemplo, esta reflexión sobre el concepto de progreso en Occidente, que a bordo de un avión te costaría quedarte en tierra: “…lo que el progreso significa en Occidente [es] esa urgencia por cancelar a los seres humanos reemplazándolos con máquinas. Enciendes el contestador automático en lugar de contestar directamente. Dejas mensajes de voz que le dicen a la gente que pulse 1 o 2 o la tecla almohadilla o lo que sea para que nadie tenga que hablar con nadie. De modo que tengas tiempo para tumbarte a tomar el sol en la playa como un fiambre porque crees que eres progresista y estás cansado y eres jodidamente aburrido. Es contra este progreso que debemos luchar. El Occidente como noción debe ser exterminado porque resulta pernicioso para la existencia humana.” (p. 168, mi traducción)

Yu reparte sopapos a diestro y siniestro. En el caso de Australia, el apego a la tradición, el inmovilismo y la mojigatería. Escribe Yu: “…cada vez que alguien habla de China, él o ella mencionará la ‘tradición’ y la ‘censura’. Estas dos cosas nunca parecen asociarse con Australia, mientras que, cuanto más tiempo vivas en Australia, más tradicional y censora te resultará ser. Creo que esto tiene que ver con la autopublicidad. La razón por la que Australia no es conocida por su lentitud, su conservadurismo, su mal funcionamiento, su temor a todo lo nuevo y vanguardista, su fuerte aversión a y sospecha de la invención y la innovación, especialmente de otras culturas que considera menos importantes que la suya, es que puede permitirse el lujo de pintar un hermoso retrato de sí misma en el extranjero, gastándose millones de dólares en campañas de autopromoción y autopublicidad, como ‘Inventive Australia’ y ‘Shrimp on the Barbie.’ Gambas, como las meigas, haberlas, haylas, ¡pero nada shakesperiano hay en ese libro!” (p. 180, mi traducción)
“Hoy la mujer de O hizo una observación, desde la mesa del comedor, junto a la cristalera de la cocina, cuando dijo: ‘Hace tanto calor que hasta las moscas se han muerto. ¡Mira esas bien gorditas ahí afuera!’ O no las vio, puesto que estaba sorbiendo la sopa, pero eso le recordó un verso de un poema de Mao Zedong: dongsi cangying weizuqi (No me sorprendería si todas las moscas se hubiesen muerto heladas de frío). En aquella época, se interpretó que las moscas del verso eran una referencia a los revisionistas soviéticos y los imperialistas americanos, pero resultó divertido comparar las moscas congeladas hasta la muerte en China con las moscas de la mujer de O, muriéndose de calor en Australia.” (p. 349-350, mi traducción) 
Algunas de las observaciones más acertadas del narrador se refieren a la notable dificultad que enfrentan escritores como él para conseguir que se les publique y por tanto se les lea. Para poder sobrevivir en este mundo, durante años Ouyang Yu ha trabajado como intérprete y traductor en Melbourne, y recoge algunas de sus experiencias en el libro.

Pero sin duda alguna, es la referencia a su hermano, Ming, lo que aporta la marca imborrable y más significativa. Por ser miembro de Falun Gong, Ming fue encarcelado por el gobierno chino, y murió en 2003 a causa de las torturas sufridas en prisión. Loose es el resultado de una escritura brutalmente honesta y salvaje, que contrapone la vida en China y la vida en Australia desde el punto de vista de un escritor necesariamente híbrido e inconformista, que se niega a comercializar y pulir su escritura por el mero hecho de que así lo exija el mercado. Fuck the market indeed.

6 sept 2018

Reseña: Imperial Twilight, de Stephen R. Platt

Stephen Platt, Imperial Twilight: The Opium War and the End of China's Last Golden Age (Londres: Atlantic Books, 2018). 529 páginas.
Pongamos por caso que un estado fomentara de manera activa y deliberada la exportación de un producto altamente nocivo o incluso mortal para los ciudadanos de otro estado, y que el primero arguyera que los principios del libre comercio están por encima de cualquier principio moral que indujese a los gobernantes del segundo a tratar de impedir como fuese la entrada de ese producto.

Algunas mentes (perversas a todas luces, seguro que sí) bien podrían pensar que estoy hablando de la venta de armas de todo tipo en este siglo XXI en que nos ha tocado vivir. Y no le faltaría razón a quien denunciase un caso así. De hecho, muchos de esos estados son las (atención, que esto roza el sarcasmo) democracias occidentales; en ellas, ciertas empresas que cuentan con un fuerte apoyo institucional de sus gobiernos crean numerosísimos puestos de trabajo en la producción de productos altamente mortales, los cuales se ocultan bajo un conveniente eufemismo, el de “material de defensa”.

Terminó la guerra pero no la causa. Fumadores de opio. Imagen de Archibald Little (1838-1908) - Archibald Little, The Land of the Blue Gown
La bandera de la dinastía Qing. Imagen de Sodacan.
Hace ahora cerca de 175 años Gran Bretaña declaró la guerra al imperio chino. Esa guerra pasó a la historia como ‘La Guerra del Opio’, y el libro de Platt (el mejor libro de historia que he leído desde mi época de estudiante universitario) cuenta de manera brillante no la conflagración en sí misma, sino los orígenes, las causas y las personalidades de los protagonistas de este episodio de la Historia. La labor titánica de Platt en la investigación en archivos y su lectura minuciosa de la correspondencia de muchos personajes decisivos en esta historia hacen de Imperial Twilight un libro fabuloso.

Monumento a Lin Zexu en Macao. Fotografía de Abasaa.
El comercio británico en Asia estuvo durante muchas décadas regido por un monopolio, el de la muy conocida East India Company. A mediados del siglo XVIII, China únicamente ofrecía un puerto al comercio, la ciudad de Cantón. Los británicos compraban principalmente té y seda, y les vendían tejidos de algodón. Con el paso de los años, el contrabando de opio fue ganando preponderancia pese al rechazo de las autoridades chinas. En cuestión de años el volumen de baúles de opio que entraban ilegalmente en China creció geométricamente. El opio se producía en la India bajo dominio británico, y era transportado en barcos hasta las costas chinas.

Tras un par de largos viajes a China, George Staunton llegó a ser parlamentario en Westminster. Fotografía de Martin Archer Shee.
Ya desde mediados del siglo XVIII Inglaterra había tratado de conseguir favores comerciales de los emperadores. La primera embajada, liderada por Lord Macartney, llegó a Beijing en 1793 y fue rechazada a los pocos días en un clarísimo caso de pobre gestión de sensibilidades interculturales. La segunda la encabezó William Amherst en 1816, y le acompañaban George Staunton, experto conocedor de la lengua y cultura chinas, además de otros lingüistas y exploradores. También fue un gran fracaso.

"Jeejeebhoy fue el primer indio que llegó a ser caballero británico, y en 1857 la Reina Victoria le otorgó el título de 'baronet'. El nombre 'Sir J.J.', por el que es conocido coloquialmente, adorna hasta el día de hoy escuelas y hospitales en Bombay, como el gran benefactor de la ciudad en su pasado victoriano. Tal como describió con enorme entusiasmo uno de los diarios de Gujarat a su muerte en 1850, 'Sus hospitales, casas de beneficencia, obras hidráulicas, calzadas, puentes, las numerosas instituciones religiosas y educativas y sus donaciones señalarán para la posteridad al hombre a quien la Providencia seleccionó para la distribución de una bondad sustancial a una gran porción de la raza humana.' Del hecho de que buena parte de esa 'bondad sustancial', dispensada a una 'gran porción de la raza humana' fuera hecha posible por la venta a cargo de Jeejjebhoy, a través de Jardine y Matheson, de opio indio a los contrabandistas chinos, poco se dice." (p. 413, mi traducción). Tumba de Jeejeebhoy. Fotografía de Jack1956.
La corrupción que imperaba entre los oficiales chinos facilitaba la entrada de la droga ilegal. Cuando el emblemático Lin Zexu promulgó un edicto por el cual los contrabandistas de opio tenían que entregar sus existencias para ser destruidas, la escena quedaba servida para una confrontación en la que China, cuyas naves eran terriblemente inferiores a las europeas, fue humillada en una relativamente breve guerra (1839-1842). China tuvo que pagar reparaciones de guerra (es decir, tuvo que pagar el opio destruido) y abrir sus puertos a los comerciantes británicos. Además, el imperio británico añadió la isla de Hong Kong a su ya larga lista de colonias en todo el mundo. Fue el comienzo del crepúsculo de la China imperial al que hace referencia el título.
Vista de Hong Kong, tal como era en 1843.
Hong Kong en nuestra década. Fotografia de Estial.
Un relato escrito con absoluta exquisitez, en una edición cuidadosamente anotada, que describe para el lector las amistades y enemistades surgidas en lo que fue resultado de un proceso de globalización imparable. Platt denuncia (y demuestra con datos históricos) la manipulación y tergiversación que ciertos comerciantes, narcotraficantes, misioneros y políticos llevaron a cabo para retratar la China imperial como país inmanejable, xenofóbico y hostil, y escalar una situación solucionable hasta el conflicto bélico. Un gran libro.

23 ene 2014

Exquisito Hong Kong - Hong Kong exquisit - Yummy Hong Kong

There's more to Hong Kong than Disneyland, skyscrapers and escalators. My advice: be adventurous, try new things! These will not let you down...

Hong Kong es mucho más que Disneylandia, rascacielos y escaleras mecánicas. Mi consejo es: ¡sé atrevido y prueba cosas nuevas! Estos platillos no te defraudarán...


Seafood-stuffed green peppers
Trossos d'albergina fregits amb salsa dolça de soya
Traditional shrimp dim sum
Deliciosos (¡¡CRUJIENTES!!) rollitos de primavera fritos
Chicken feet and pork ribs in steamed rice
Els tradicionals pastissets de porc al vapor
Patitas de pollo en salsa de maní. Para chuparse los dedos
Steamed beef tripe in white radish soup. For those who take the challenge!
Calamars amb caldet
Dim sum filled with mince in teriyaki sauce 
Y de postre: piggy custard buns/pastelitos al vapor rellenos de natilla. Oink! Oink!
The crime scene/La escena del crimen: Dim Dim Sum, Wan Chai, Hong Kong. Delicious inexpensive food in the most unpretentious café on earth...

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