Como en otras latitudes y longitudes, el estatus
de China como superpotencia del siglo XXI y sus repercusiones en la geopolítica
mundial son el motivo de un fuerte, acalorado y no siempre racional debate en
Australia. Procedentes de las posiciones políticas más conservadoras en el
tedioso espectro ideológico australiano se suelen escuchar voces estridentes y beligerantes,
que con bastante frecuencia cuentan con el apoyo mediático para encontrar su
cámara de resonancia, contagiando a la opinión pública de una preocupante
desinformación y sembrando la cizaña de la xenofobia, el racismo y la histeria.
Tras la aparición del virus del Covid-19 en China, el Gobierno de Scott
Morrison (quien en estos días pasa por sus horas más bajas como figura
política) demandó una investigación internacional sobre sus orígenes. La
respuesta de China fue la lógica ante una serie de medidas que Beijing
consideró agresivas e injustificables: “Las leyes de seguridad, las decisiones
sobre inversión extranjera, los allanamientos contra periodistas chinos: la
lista es larga. El efecto combinado de todas estas medidas ha sido el de
cultivar una imagen de China como país singularmente peligroso con el que no
puede continuar la situación normal.” (p. 10, mi traducción)
Brophy se pregunta en los diferentes capítulos del libro a qué se debe este
giro radical hacia la confrontación entre las elites políticas australianas,
particularmente si se tiene en cuenta el robusto acercamiento que se produjo
hace apenas una década, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio
entre ambos países en 2015. Uno de los factores pertinentes para la respuesta
es el papel que Australia insiste y persiste en jugar como subalterno de la
hegemonía político-militar de los Estados Unidos en el Pacífico.
¿Y qué papel debiera ser ese? Dice Brophy: “En lugar de una ‘potencia
media’, una descripción más fiel del rol de Australia en el mundo es el de una
gran potencia de menor grado, cuya capacidad para actuar de tal manera ha
venido siendo posibilitada por y, de hecho, depende de, su relación con una
verdadera superpotencia. El término que algunos utilizan para describir tal
situación es subimperial. En la práctica, una Australia subimperial
le pide a los EE.UU. que avale sus ambiciones de tener un mini imperio propio, que
se extienda mucho más allá de los límites de la isla continente y se adentre en
el Pacífico. Y es en esta esfera de influencia en la que Australia y China
están empezando a enfrentarse de forma directa.” (p. 85, mi traducción)
Una imagen de las protestas que tuvieron lugar en HK a fines de 2014. Fotografía de Citobun. |
Que el debate mediático y político en torno a la relación de Australia con
China roza la histeria es innegable. A raíz de las medidas que Beijing adoptó
contra ciertas exportaciones australianas, algunas voces se alzaron al verle
las orejas al lobo del fuerte declive económico que podría resultar de un mayor
enfrentamiento diplomático y comercial con el gigante asiático. No hay que
olvidar que “No fue Beijing la que decidió permitir que la economía australiana
dependiese de un puñado de sectores exportadores de alto rendimiento. Y ahora
que China está manifestando su descontento con las políticas australianas mediante
una menor adquisición de dichos productos, no es tampoco Beijing la que decidirá
cómo va a responder Australia. No quiero minimizar la cuantiosa importancia del
superávit comercial para el bienestar de Australia ni el impacto que las
acciones de China pudiera tener en los ciudadanos de a pie en Australia. Pero resulta
imposible abordar la ansiedad que rodea la vulnerabilidad de Australia a la presión
comercial sin reflexionar de una manera más amplia sobre la enorme influencia
que el sector de los recursos ejerce en la política australiana.” (p. 101, mi traducción)
Si no podemos venderlo, pues habrá que beberlo... Vinos australianos en un supermercado. Fotografía de Maksym Kozlenko. |