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21 ene 2020

Reseña: Live a Little, de Howard Jacobson

Howard Jacobson, Live a Little (Londres: Vintage, 2019) 280 páginas.
Rara vez (en realidad nunca) comienza uno una reseña citando el final de una novela. De hecho, entre la crítica literaria tradicional o convencional es poco menos que anatema mencionar el final de una novela. Yo voy a romper una lanza en favor de la crítica no convencional, y espero que quede clara la razón por la que lo hago así.

Los dos protagonistas de Live a Little son nonagenarios; están, como se suele decir, de vuelta de todo, y en puertas de estirar la pata. Shimi tiene 91 años y de vez en cuando lee las cartas a las viudas que son clientas del restaurante chino debajo del pisito donde vive en Finchley Road. Beryl le sobrepasa en años a Shimi, pero es la memoria lo que comienza a fallarle de manera preocupante. Y al final de la novela, están abrazados, y Beryl le ha tapado los oídos a Shimi para que no pierda el recuerdo del instante:
“Ella se pregunta si con los oídos tapados él podrá oír la música de las esferas.Ninguno de los dos tiene ni idea de cuánto tiempo lo mantiene sujeto entre sus manos. Un minuto, una hora, una duración todavía por descubrir.«Ahora lo haré yo por ti,» le dice él, quitándose dedo a dedo sus manos.«Oh, ya es demasiado tarde para mí,» le dice ella. «A mí ya se me cayó la mayoría hace tiempo.»Y él le recuerda sus propias palabras: nunca es demasiado tarde para nada.Entonces le pone una mano en la sien, y luego la otra. Como un niño que sujeta algo infinitamente valioso cuyo cuidado le haya sido encomendado.” (p. 280, mi traducción)
Jacobson los presenta por separado en un principio, pese a que existe una poderosa conexión entre ambos, que Shimi desconoce por completo. Y es esa lenta aproximación que ejecuta Jacobson lo que le otorga una insuperable brillantez a esta novela. Ambos personajes cobran vida desde la primera página en que son plasmados: Beryl a través de una llamada telefónica que le hace a uno de sus hijos ya casi de madrugada; Shimi mientras se arrodilla para recoger la baraja de cartas de tarot que se le ha caído, con una agilidad que ilusiona a sus clientas viudas.

Los amantes - la ilustración con que se cierra el libro.
Puede que Beryl esté olvidándolo todo, pero su dominio del idioma es insuperable. Con la ayuda de sus dos cuidadoras está tratando de reconstruir las piezas del rompecabezas que fue su vida. Los diálogos de la simpática abuela tanto con Euphoria (una mujer ugandesa) como con Nastya (la enfermera moldava a la que llama ‘Nastier’ [más horrible]) te hacen partirte de risa. La pericia y la virtuosidad de Jacobson retratan excelentes caricaturas de ambas mujeres en la boca de Beryl, si bien no son ellas los únicos blancos de la mordacidad de la nonagenaria ‘Princesa Schweppessodowasser’, como suele autodenominarse.

De Shimi Carmelli pronto averiguamos que planifica cuidadosamente sus salidas y paseos por el norte de Londres sobre la base de la necesidad (repentinamente urgente) que le puede provocar la vejiga a su edad, con un itinerario siempre cercano a baños públicos de parques y calles donde es conocido. Su historia personal nos remonta a la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su madre y la desaparición de su padre. Desde muy joven se queda muy solo, y pierde también el contacto con su hermano. Un episodio de su infancia que todavía lo tiene traumatizado nos lo muestra probándose los bombachos de su madre, y la reacción cruel de su padre, quien decide proporcionarle un indeleble castigo físico.

Finchley Road, donde Shimi Carmelli goza de una excelente reputación entre las viudas más adineradas porque todavía puede abrocharse los botones él solo. Fotografía de Sailko,

Narrada en capítulos dedicados alternativamente a los dos pimpollos, esta es una novela que nunca decae. Jacobson escudriña en los terrores infantiles, en las humillaciones juveniles, en el tormento físico y psicológico que causa el deseo sexual dentro de una sociedad reprimida y represora (de eso, la España franquista por la que tanto parecen suspirar algunos puede presumir mucho). Pero es sobre todo el reto que estos dos ancianos se plantean ante un futuro que podrá ser breve, pero que en todo caso bien podría compensar fracasos pasados. Terco en su visión del mundo, Shimi considera que “Es de sádicos esperar que cambie la manera en que uso ahora las palabras.” (p. 183, mi traducción).

Para quienes vamos acercándonos a esa etapa en la que los recuerdos comienzan a difuminarse o emborronarse, Jacobson ha escrito una historia en la que se hace patente el hecho de que es el cerebro el que nos dictará qué recordemos; nuestras memorias no las ejerceremos a voluntad. “A él ‘Más vale tarde que nunca’ siempre le ha parecido una frase trágica. En ella huele el ajado desierto de los años desperdiciados. Pero le gana a ‘Más vale nunca que demasiado tarde’. Por la mínima.” (p. 209, mi traducción).

Jacobson enfatiza que siempre estamos a tiempo de reescribir nuestra memoria, de que nunca debemos asumir un entendimiento perfecto de lo que es la vida antes de que ésta termine. El humor siempre debe ocupar un hueco. En fin, como dice el título: hay que vivir un poco.

14 ene 2016

Reseña: J, de Howard Jacobson

Howard Jacobson, J (Londres: Jonathan Cape, 2014). 327 páginas.
Comencemos por la cubierta de esta novela: la letra J aparece “cortada” por dos bandas (en las que se puede leer el nombre del autor), al igual que lo hace en muchas de las páginas de esta oscura sátira distópica del escritor inglés de ascendencia judía. Siguiendo la costumbre que le inculcaron sus padres, Kevern Cohen, uno de los dos personajes principales, siempre pronuncia temerosamente la letra J cruzando dos dedos por delante de los labios.

La escena es deliberadamente vaga e imprecisa. Parece ser la Inglaterra de la segunda mitad del presente siglo. El país, del cual nadie puede salir y al cual nadie de afuera puede entrar, parece haberse sobrepuesto a un suceso de enorme magnitud y cierto cariz apocalíptico. Los ciudadanos únicamente se refieren a ello con una enigmática frase, pero cargada de ironía: “WHAT HAPPENED, IF IT HAPPENED” [LO QUE SUCEDIÓ, SI ES QUE LLEGÓ A SUCEDER]. Todos han sido reeducados para pedir perdón por lo ocurrido hace décadas, aproximadamente en la segunda década del siglo en que vivimos. ¿No tiene sentido? Solo aparentemente.

Una de las muchas curiosidades de esa reeducación es el hecho de que toda la población haya adoptado apellidos judíos. La uniformidad es la norma: géneros musicales que estimulan la improvisación (como el jazz) no están bien vistos, si bien no están prohibidos. La conservación de objetos del pasado (las reliquias de familia) sí pueden ser objeto de denuncia. ¡Mucho cuidado con guardar los diarios o los discos de tus abuelos!

La atmósfera no es tan orwelliana como parece. La paz es algo impuesto, pero la violencia está siempre latente en el pequeño poblado pesquero de Port Reuben. Kevern es un muchacho local, al que todos tienen por un bicho raro. Hasta un lugar cercano llamado Valle del Paraíso llega la joven Ailínn. Ambos comparten el hecho de tener un pasado oscuro: si Kevern ha heredado extraños hábitos cuando no un claro trastorno obsesivo-compulsivo, Ailínn es también huérfana y está convencida de que alguien la espía y la controla. En un momento que ninguno de los dos olvidará, un desconocido los pone en contacto. ¿Paranoia? Ni hablar.

Con esa historia de amor como divertido telón de fondo, Jacobson propone una probablemente intolerable sociedad que ha diluido el lenguaje y se ha reconstruido sobre la base de una disculpa por algo que sucedió pero que nunca se explica del todo, “si es que llegó a suceder”. En J Dicen más las elisiones que las palabras expresadas, aunque Jacobson nos deja algunas joyas como el hecho de que los locales llamen a los foráneos “aphids” [áfidos o pulgones].

Si a la historia de esa pareja de jóvenes que resultan manipulados añadimos un macabro y repugnante detective (Gutkind) que investiga la extraña y nunca resuelta sub-trama de un triple asesinato en Port Reuben, la presencia de Esme (que parece tirar de los hilos en todo lo que concierne a Ailínn) y que es la representante de la agencia gubernamental Ofnow (dedicada a evaluar la psiquis colectiva, sus eslóganes no tienen desperdicio: "the overexamined life is not worth living" [no vale la pena vivir una vida examinada en exceso] o "yesterday is a lesson we can learn only by looking to tomorrow" [el ayer es una lección que solamente podemos aprender mirando al futuro]) y algunos capítulos del diario de un excéntrico Profesor de las Artes Benignas escritos en primera persona, la mescolanza podría dar la impresión de ser un poco rebuscada. No es así. Es cierto que esta es una novela atípica, y aunque cueste meterse en ella, en mi opinión vale la pena.

¿Sería posible un nuevo holocausto en la actual Inglaterra, o en otro lugar de Europa, por decir lo indecible? También en Submission Houellebecq planteaba una imparable huida de judíos de Francia en un escenario futuro más implausible que otra cosa. Lo que no elimina la terrible posibilidad de purgas étnicas o pogromos en otras partes, ante la encrucijada en que se encuentra el mal llamado viejo continente.

J es una novela sutilmente provocadora en torno a lo que motiva el odio en el corazón de los seres humanos. Plantea preguntas francamente incontestables acerca de lo que significa la identidad, en un trasfondo de fuerte crítica a la sociedad del ciego y estúpido consumismo de la cultura pop al que nos hemos abocado en nombre de un progreso muy mal entendido. La imprecisión y la indeterminación con que Jacobson retrata ese futuro contribuyen a darle un sabor siniestro y temible.

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