28 jun 2023

Islandia: Notas de un viaje

 
Ya quisiera yo haber aprendido a hablar el islandés con el desparpajo con que hablaba el castellano esta joven islandesa en 1998.

El avión de British Airways se abrió paso en su descenso entre las nubes y se fue acercando a Keflavíkurflugvöllur, batallando el fuerte viento y la lluvia. Por la ventanilla se veía una interminable planicie de roca volcánica y a lo lejos algunos campos verdes bajo la llovizna. La temperatura, nos había avisado el piloto unos minutos antes, era 7 grados. Segunda quincena del mes de mayo en Islandia.

El fuerte viento fue una constante durante los ocho días del viaje. En la costa meridional de la isla causa un oleaje espectacular. En los llanos de lava del interior, el viento arrastra la fina arenilla que se desprende de las rocas y te golpea en la cara, te obliga a agarrar el volante del coche con más fuerza si cabe o te sorprende al abrir la puerta. No en vano te avisan en el aeropuerto cuando recoges el auto de alquiler: el daño más frecuente y costoso que les ocurren a los que alquilan coches en Islandia lo sufren las puertas cuando la abres sin precaución y el viento la empuja con fuerza descomunal.

La respuesta que todos los islandeses daban al típico comentario acerca del frío que hacía era siempre idéntica: «It’s Iceland!» Pura y aplastante lógica. Es la tierra del hielo.

El país tiene una superficie que apenas sobrepasa los cien mil kilómetros cuadrados. La quinta parte del estado español. Aunque buena parte de la isla es virtualmente inhabitable, sorprende siempre encontrar granjas y casas en parajes de muy difícil acceso y en los que se debe necesitar hacer esfuerzos indescriptibles para ganarse la vida.

Una buena parte de la economía islandesa depende del turismo, lo cual no debiera sorprender a nadie. Lo sorprendente, en parte, es que haya tanto turismo, dado el altísimo nivel de vida que uno ha de costearse para poder pasar allí unos pocos días.

El faro de Garður, a pocos minutos del aeropuerto, es un buen lugar donde comenzar tu aventura islandesa.

En el interior del Parque Nacional Thingvellir puedes recorrer una enorme fisura entre dos muros de rocas imponentes. 

Esto es de una pequeña localidad al este de Thingvellir, llamada Geysir. La palabra géiser, obviamente, proviene del islandés. 

Paramos a nadar en un pueblecito llamado Reykholt. El asombro lo causaron estos enormes invernaderos donde Islandia cultiva verduras para ensalada e incluso tomates. Tienen agua en abundancia y disponen de toda la energía necesaria para mantener las plantas a una temperatura ideal. Cuando comenté el asunto, me confesaron que son más caros que los importados.

Es imposible no hacer fotos de las innumerables cataratas que están por todas partes. Esta es Skógafoss, tan espectacular como muchas otras. 

Si en su momento viste Games of Thrones, quizás te suene este sitio. 

En efecto, es Reynisfjara, la playa de arena negra que apareció en varios episodios de la serie. Más abajo incluyo un breve video del oleaje en el día de nuestra visita.

Desde Reynisfjara, mirando hacia el interior. Entre las nubes se intuyen los glaciares al norte de Vík í Mýrdal.

El muro de piedra de la cueva donde filmaron Juego de Tronos en Reynisfjara, la playa negra.

El paisaje desde las inmediaciones del Glaciar Svínafellsjökull. 

¿Para ellos no hace frío? Unos veinte kilómetros al este, el glaciar se encuentra con el mar en Jökulsárlón.

No, no son los típicos cortes de carreteras de granjeros y agricultores que protesten por el bajo precio que reciben por sus productos. Hora punta en las afueras de Höfn. 

Otra playa en la costa este de la isla. La fuerza del viento, inenarrable.

Es gracias a lugares como este que los islandeses prácticamente no pagan nada por la energía eléctrica que consumen en sus hogares. Las instalaciones de la Central Geotérmica de Mývatn son un ejemplo perfecto de cómo se puede utilizar la enorme fuerza de la naturaleza para mantener un nivel de vida sin apenas costos económicos y sin llenar la atmósfera de gases de efecto invernadero.

Caminar por los campos de lava entraña sus dificultades. Al fondo, el cráter del volcán Hverfjall, cerca del lago Mývatn.

Cerca de Mývatn, los campos de lava de Dimmuborgir ofrecen una red de senderos perfectamente señalizados.

Jarðböðin við Mývatn. Piscinas de agua caliente para relajarse. Si te fijas en la superficie del agua, podrás ver las olas que levantaba el fuerte viento. Lo peor no era el frío del viento, sino los finísimos granos de arena negra que arrastraba y que te golpeaban en la cara. No deja de ser una trampa para turistas.

Goðafoss. La leyenda dice que el cacique local de la época decidió convertir a los islandeses al cristianismo arrojando las imágenes de sus dioses nórdicos por la catarata. Nada como destruir lo existente para hacer un asalto al poder. Por cierto, yo de Thor me habría enojado un poquito.

Dalvik, en la parte norte de la isla. De aquí parten muchos barcos para el avistamiento de ballenas en el Atlántico Norte.

Hestfjall, Héðinsfjörður. En 1947 se estrelló un avión en este paraje, uno de los fiordos del norte de Islandia. Perecieron todos los tripulantes.

Mapa del túnel cuya entrada se ve en la siguiente foto. Hasta 2010, no existía.

En realidad, son dos los túneles que conectan Olafsfjörður y Siglufjörður. La longitud total excede los diez kilómetros.

¿Qué son unos cuantos kilómetros de nada? Distancias desde Siglufjörður a algunos lugares del planeta. Entre ellos, Ngunnawal Country. 

Ideal para una postal. Siglufjörður

Puedes dormirte viendo esta vista desde tu habitación en Herring House, Siglufjörður.

Miklavatn, un lago costero a unos veinte kilómetros al oeste de Siglufjörður. 

A lo largo de los siglos, la mar se ha cobrado muchas vidas de pescadores islandeses. Esta estatua, cerca del faro de Garður, es un homenaje a ellos y a sus esposas, que en vano otean el horizonte esperando su regreso.

El plato más sabroso, económico y saludable en todos los restaurante islandeses: sopa de pescado y mariscos.


Como para darse un bañito...

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