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9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

1 ago 2019

Reseña: The London Train, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The London Train (Londres : Jonathan Cape, 2011). 324 páginas.

El título de este libro, una novela que se compone de dos partes bien definidas (o incluso de dos nouvelles), se debe al tren que une Paddington con Cardiff, esa línea de ferrocarril que atraviesa la suave campiña inglesa desde Hertfordshire hasta el estuario del río Severn. A bordo de ese tren van con frecuencia dos personas cuyas trayectorias ofrecen paralelismos: el tema subyacente en ambas partes de la novela es la fragilidad de las relaciones matrimoniales.

El estuario del Severn. Fotografía de Roger Roberts 
En la primera, Paul, un crítico literario de segunda categoría sufre la pérdida de su madre, a quien tenía más o menos olvidada en una residencia. Poco después descubre que la hija que tuvo en su primer matrimonio ha abandonado la casa de su madre y se ha ido a vivir con una pareja de emigrantes polacos en un piso insalubre en uno de los muchos barrios horribles de Londres.

Tras una pelea con su actual esposa, Paul se marcha a Londres y, para sorpresa de todos, lector incluido, se arroga el derecho a alojarse en el sofá del piso donde está su hija. El caso es que la joven está embarazada. ¿Es el polaco el padre? ¿Está segura la hija en el entorno en que vive? Ciertamente, a mí me pareció poco plausible que Paul se marche sin decir nada a su familia y se pase una temporada en Londres sin, digámoslo así, un mapa de ruta.

Pero es gracias a la segunda parte del libro que la primera cobra más sentido y al lector se le proporciona una más amplia y enriquecedora perspectiva. La protagonista de la segunda nouvelle es Cora, quien ha decidido dejar a su marido y a Londres (ya se sabe que el orden de los factores no altera producto) y mudarse a la casa de sus padres, que en poco tiempo pasaron ambos a mejor vida.

Paddington Station. Last train to Cardiff? Fotografía de Mattbuck.
Y es que es en ese tren entre Cardiff y Londres (o en dirección contraria, ya no me acuerdo) es donde los dos protagonistas se conocieron e iniciaron una relación extramarital. Mientras que para Paul fue una mera distracción, para Cora la aventura tuvo muchísima importancia, en su huida de una existencia solitaria y desalentada.

Con apenas un atisbo de trama, Hadley centra su atención en los nudos que los personajes traban en su propio entorno, las trampas que se tienden a ellos mismos y las mediocres justificaciones con que tratan de evadir sus responsabilidades. Como la vida misma.

Tessa Hadley es una novelista con estilo, o quizás sería mejor identificarla como gran estilista concienzuda y con conciencia. Son características que demostraría en años posteriores a The London Train en novelas como Clever Girl o The Past, o en su colección de relatos Bad Dreams and Other Stories. La falibilidad de los seres humanos es lo que posiblemente fascine al lector, otorgándonos una ventana al interior de sus mentes, a sus meditaciones y penurias:
“Hubo un tiempo en que Cora creyó que la vida iba construyendo una acumulación de recuerdos, que iban haciéndose más densos y profundizándose a medida que pasaba el tiempo, apuntalándote frente al vacío. Había adquirido la costumbre de atesorar reliquias de todas las etapas de su vida conforme iban pasando, como si fuesen sagradas. Ahora eso le daba la impresión de ser un modelo falsamente reconfortante de la experiencia. El presente era siempre lo más importante, en una forma que te empujaba siempre hacia adelante: vacía, aunque también libre. Fuesen las que fuesen las historias que te contases a ti misma o a otros, en el presente quedabas de verdad expuesta y desnuda, una proa que surcaba nuevas aguas; el pasado que quedaba detrás resultaba insustancial, se desmoronaba, caía en desuso, sus formas se volvían obsoletas. El problema era que siempre seguías estando viva, hasta el final. Algo tenías que hacer.” (p. 312, mi traducción)
Seguir vivo: ¿condena o premio? ¿Problema o respuesta? Para algunos, no disponer de tiempo para leer es a un tiempo condena y problema; la respuesta (o el premio) parece a veces estar muy lejos.

17 sept 2017

Reseña: Bad Dreams and Other Stories, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Bad Dreams and Other Stories (Nueva York: Harper Collins, 2017). 225 páginas.
La virtud o brillantez de un buen relato corto no estriba en una resolución sorprendente o extravagante, sino, como ha demostrado la Premio Nobel Alice Munro, en el planteamiento de una trama compleja y a la vez sobria en unas pocas páginas que recojan los dilemas, dramas y tragedias de personajes cuyas vidas sufren cambios ya sean éstos causados por terceros, ya sean autoinfligidos — reflejados en aparentemente gestos o anécdotas intrascendentes.

La autora canadiense ha sido ya reconocida como maestra indiscutible del género. Pero no es la única, desde luego. La inglesa Tessa Hadley — autora de brillantes novelas como Clever Girl o la más reciente The Past — no desmerece en absoluto. Este volumen de cuentos recoge siete relatos que ya habían aparecido en The New Yorker (donde es una colaboradora habitual) y otros cuatro publicados en otros medios.

Once cuentos pues. Y no sobra ninguno de ellos. El primero, ‘An Abduction [Un secuestro]’, Jane, una quinceañera aburrida durante sus vacaciones de verano se sube sin pensárselo dos veces al coche de un grupo de tres chicos jóvenes bebidos y drogados. De camino a la casa de uno de ellos la convencerán para que robe alcohol en una tienda; más tarde se dejará seducir por uno de ellos, Daniel. Cuando despierta por la mañana descubre a Daniel en otro dormitorio, en brazos de otra joven. Años después Jane relatará esta historia a su psicólogo. El lector se queda con la interrogante: ¿fue aquel episodio de adolescencia el secuestro y abuso sexual de una menor, o formó parte de un proceso más amplio de la formación de una persona adulta?

‘The Stain [La mancha]’ tiene como protagonista a Marina, una mujer joven casada que ha encontrado trabajo cuidando de un anciano sudafricano. El anciano empieza a tomarle cariño y termina ofreciéndose a resolverle la vida a Marina económicamente; pero el hombre no ha sido trigo limpio a lo largo de su vida. Su pasado contiene muchos puntos oscuros y apunta a crueldades y posiblemente delitos muy graves. Cuando el hombre muere de pronto una mañana tras la fiesta de su 80 cumpleaños, Marina se encontrará con un inesperado legado. ¿Está su porvenir ensuciado por ese legado?

La mayoría de los protagonistas adultos en los cuentos de Bad Dreams son de la clase media inglesa, pero lo realmente llamativo de estos relatos es el rol central, primordial que juegan las adolescentes (e incluso niñas) en las historias que escribe Hadley. Así, en ‘One Saturday Morning’, es Carrie, que ronda los doce años, quien estando sola en casa recibe la sorpresiva visita de un amigo de sus padres. El hombre está pasando por un terrible momento tras la repentina muerte de su esposa, y mientras espera el regreso de sus padres, que han salido a comprar para una pequeña fiesta que organizan en la casa esa noche, Carrie no sabe qué hacer para entretenerle. Tras enterarse de la noticia, la niña siente un enorme peso en la conciencia.

En ‘Her Share of Sorrow [El pesar que a ella le toca]’ es Ruby, de diez años y “que no podía vivir sin wifi y odiaba el sol”, quien descubre el amor por la literatura durante unas vacaciones en la casa de unos amigos de la familia. Pero los libros que empieza a leer son sentimentaloides novelitas del siglo XIX de tipo melodramático, literatura de bajísima calidad. Cuando regresa a la rutina diaria, Ruby sorprende a su familia emprendiendo la escritura de una novela. Tras la inicial reacción de admiración y adulación de sus padres, su hermano le arrebata el manuscrito y empieza a leerlo en voz alta. Naturalmente, los semblantes de los padres cambian al instante. Ruby se encierra en su cuarto y reescribe el final de su novela, finiquitando cruelmente a todos los personajes con diversas enfermedades y males.

La niña protagonista del cuento que da título a la colección decide no compartir un mal sueño que ha tenido sobre el desenlace de uno de sus libros favoritos porque “una vez que dijera las palabras en voz alta, ya nunca más podría desembarazarse de ellas; era mejor mantenerlas ocultas.” En mitad de la noche decide llevar a cabo un desbarajuste en la sala de estar, tirando sillas al suelo y creando un absurdo desorden. Cuando por la mañana su madre encuentra el desastre y lo achaca a un berrinche de su marido, decide reordenar la sala y guardar silencio y nunca mencionárselo: un ilusorio as guardado en la manga que pudiera destruir la armonía familiar en el futuro.

La debilidad de la naturaleza humana queda perfectamente dibujada en ‘Flight’ (título que podría traducirse como ‘La huida’, o simplemente como ‘El vuelo’). Claire lleva años viviendo en los EE.UU., y decide aprovechar un viaje de trabajo a Londres para visitar a la familia de su hermana, con quien tuvo una fuerte disputa tras la muerte de los padres. Llega a Leeds ilusionada por verlos, cargada de regalos para todos; pero su hermana se niega a hablar con ella. Durante la noche, Claire esconde el regalo que le había comprado a su hermana en el bolso de ésta. Al deshacer la maleta de regreso en Londres encuentra el regalo que creía haber dejado a hurtadillas en Leeds para su hermana.

Tessa Hadley: sus palabras dicen mucho, mucho más de lo que parecen decir. Fotografía de Mark Vessey para The British Council.
Hadley tiene el don de saber hacer llegarle al lector el objeto de su crítica sutil. Conoce perfectamente la psicología de esa Inglaterra que sigue agarrándose con fuerza a su tácito sistema de clases y al rechazo, cortés de palabra, pero rudo en su esencia, a todo lo que huela a extranjero. En sus relatos, Tessa Hadley bosqueja finamente un subtexto crítico, tejiendo hilo a hilo una estampa de esa sociedad en la que la hipocresía juega una parte primordial, y que por desgracia es también una de las muchas maneras de ser inglés. Una excelente colección de relatos, muy recomendable.

25 ene 2017

Reseña: The Past, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The Past (Londres: Jonathan Cape, 2015). 361 páginas.

Fíjate en la portada de este libro. Una puerta que se abre para revelar otra puerta que se abre para revelar otra puerta entreabierta. El pasado como una puerta abierta por la cual pueden salir recuerdos que nadie puede detener y que pueden conducirte, entre muchos otros lugares, al caos o a la locura.

Unas vacaciones de tres semanas en la casa de sus abuelos en un lugar indeterminado de la campiña del sudoeste inglés reúnen a los cuatro hermanos de una familia. Tres mujeres (Harriet, Alice y Fran) y un hombre, Roland, quien viene acompañado de su hija, la adolescente Molly, y su tercera esposa, la argentina Pilar. Alice ha decidido traerse a Kasim, el hijo universitario de su expareja, y Fran acude con sus dos hijos, Ivy y Arthur. De las anteriores generaciones no queda nadie: los abuelos murieron hace años, y la madre de los cuatro, Jill, falleció víctima de un cáncer cuando ellos eran todavía muy jóvenes. El padre de los cuatro, Tom, huyó a Francia tras la muerte de Jill.

Es posible que los años hayan cerrado algunas heridas, pero las tensiones familiares siguen circulando medio ocultas. La reunión familiar debe servir para decidir qué hacer con la vieja casa familiar, en la que vivieron los abuelos, el vicario del pueblo innombrado y su esposa Sophy.

The Past está estructurada en tres partes, con una segunda parte situada en el año 1968, en la que Jill regresa a la casa familiar con tres niños después de dejar a Tom, periodista totalmente involucrado en las revueltas del mayo del 68 francés. Cuando ella le llama al trabajo, él evade sus preguntas y le contesta con fervor revolucionario (“los niños están derribando todos los muros”, le dice). Por cierto, uno se pregunta, ¿cuántos de esos jóvenes revolucionarios del 68 son ahora votantes del Front National de Le Pen?

Decidida a buscarse la vida en el entorno rural, Jill recurre al agente inmobiliario del pueblo, a quien conoce desde los días de la escuela. En su afán por encontrar un lugar barato para vivir, lo convence para que le enseñe una vieja cabaña ya deshabitada en mitad del bosque, no muy lejos de la casa de sus padres. Y la tentación puede con ella. ¿Es Fran, la hermanita pequeña, hija de Tom o del agente inmobiliario? Podría parecer que Hadley insinúa que la segunda opción es posible, aunque no haya ninguna señal medianamente creíble de que así sea.

Pero el grueso de la novela se centra en el presente, en las relaciones intrafamiliares, en los conflictos intra- e intergeneracionales en torno a actitudes respecto a clase, sexo o cultura. La inclusión de Pilar, heredera de una opulenta familia pampeña sobre la que pesan sombras de apoyo a la dictadura militar, aporta una trama secundaria importante, la cual se enreda más todavía cuando Harriet no puede resistir la atracción que siente por ella. Y el segundo hilo argumental gira en torno a la cabaña abandonada, en la que los más pequeños celebran extrañas ceremonias tras descubrir los huesos y el pellejo de Mitzi, la perrita perdida de la vecina. ¿Será en esa cabaña, convenientemente aseada y acondicionada, en donde Kasim seducirá a Molly?

Sin necesidad de recurrir a Moby Dick, por citar un caso evidente, he aquí un buen ejemplo del tipo de texto que debiera servirle a un profesor de inglés para explicar en qué consiste el ritmo, en qué radica la cadencia de una buena prosa en el siglo XXI. (p. 171, The Past)

Como en el caso de la otra novela suya que he leído hasta la fecha, Clever Girl, Hadley se luce con una prosa límpida, por momentos llena de musicalidad (he elegido arriba un ejemplo, procedente de la página 171), y es siempre una escritura de calidad, sin apenas altibajos. La ironía que practica funciona perfectamente, más eficazmente por medio de la sugestión que de la revelación abierta.

La vieja rectoría (a la que llaman Kington) es el escenario de la nostalgia por el pasado, pero este pasado les ha dejado a los cuatro hermanos sin una base sólida. La vieja casa no es pues más que un símbolo, y como todo símbolo, tan pronto queda desprovisto de significado, queda reducido a gesto vacío, a una mera representación. Como cualquier lugar donde una vez estuvimos, con el paso inexorable del tiempo ese pasado vivido ya no es nada, es solo recuerdo, y el espacio donde se produjeron nuestras vivencias ya no contiene resto alguno de quienes fuimos.

31/01/2024. Recientemente publicado en castellano por Sexto Piso como El pasado, traducido por Magdalena Palmer.

7 feb 2015

Reseña: Clever Girl, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Clever Girl (Londres: Jonathan Cape, 2013). 309 páginas.


Pasado ya el medio siglo de existencia en este maltratado planeta nuestro, la idea de escribir una autobiografía me ha pasado alguna vez – de forma harto peregrina, debo añadir – por la cabeza. En realidad, no porque considere que no haya vivido suficientes experiencias significativas o que pudieran despertar algo de interés en un posible lector, sino porque, por un lado, no me veo invirtiendo las numerosas horas necesarias en este cometido, y por otro lado no me fío de mi memoria.

Quizás es por eso que, cuando me cruzo con una novela escrita en clave autobiográfica, como es el caso de Clever Girl, de la inglesa Tessa Hadley, como el proverbial cartero, la idea vuelve a llamar en mi subconsciente. ¿Quién es la chica lista de la novela de Hadley? Pues se trata de Stella, recién cumplidos los 50, nacida en Bristol (ciudad que en la que pasé una semana deliciosa hace unos veinte años) en el seno de una familia de clase trabajadora. Stella cuenta la historia de su vida: criada en solitario por su madre, en el primer capítulo rememora los recuerdos de su infancia, episodios más o menos inconexos. En uno de ellos, al volver a su casa muy temprano un sábado por la mañana, tras pasar la noche en la casa de su abuela, descubre que su madre ha pasado la noche con un hombre (Gerry) quien al poco tiempo se convertirá en su padrastro.

El puente colgante de Clifton, Bristol (fotografía de Joe D)
El matrimonio de su madre supone para Stella no sólo mudarse de domicilio: también habrá un chamaco que añadir a la familia. En el nuevo barrio residencial conocerá a Madeleine, vecina de su misma edad con la que entablará una amistad muy duradera, y también a Valentine, un jovenzuelo atractivo, rebelde y algo alocado. En su primer encuentro en la parada del autobús escolar, Valentine les ofrece a ambas un porro. Al poco tiempo Stella y Val son lo que en inglés suele llamarse item. Cuando la oposición de sus padres llega a hacerse insoportable Stella se marcha de casa. Se queda embarazada justo cuando Valentine escapa a los Estados Unidos tras un escabroso affaire con su profesor de literatura.

La narración en primera persona sigue pues la vida de Stella, tal como ella escoge contarla: los difíciles años de su maternidad y la lucha por sobrevivir; el paso por una comuna en una casa destartalada con personajes variopintos, con uno de los cuales, Nicky, Stella concibe un segundo hijo. Pero Nicky muere apuñalado en un absurdo incidente que truncará la comuna y el espíritu que la animaba. La protagonista-narradora finalmente toma control absoluto de su vida, completa su educación secundaria y accede a la universidad con treinta años; destacará por su trabajo pero descarta seguir con una carrera académica para dedicarse a la terapia ocupacional. Ya en su madurez conoce a un empresario, Mac, con quien tiene otro breve lío. Unos años después Mac, ya separado de su mujer, vuelve a encontrarse en su camino, y finalmente se casa con él.

No es ésta una novela fácil de encasillar: pese a que suceden dos asesinatos, la trama no es el aspecto más llamativo. Tampoco hay un estudio profundo de personajes: como en la misma vida nuestra, aparecen y desaparecen personas. Algunas dejan huella en nosotros – otras pasan tangencialmente por nuestras vidas, con más pena que gloria. Lo curioso del caso es que la estructura narrativa que adopta Hadley no parece apuntar a una situación crítica con un reencuentro en el desenlace. No hay suspense propiamente dicho: es como si la creadora buscase hacernos creer que se trata en realidad de una autobiografía. Y a veces roza ese límite.

Sin ser deslumbrante, Clever Girl destaca por el lenguaje altamente estilizado, descripciones escuetas pero elegantes y precisas. El tono es exactamente el que cabría esperar de una licenciada en letras, una mujer curtida en la vida, observadora, leída y sensible. Hay unas claras dosis de intervención ‘autorial’ por parte de Hadley, cuando por boca de Stella detiene brevemente la narración para adelantar o justificar sucesos posteriores a los que está narrando.

Quizás el mejor punto a favor de Clever Girl sea que no contiene excesivas pretensiones en ningún sentido. Hadley parece querer enfatizar el hecho, muchas veces olvidado u obviado, de que son todas esas pequeñas cosas cotidianas las que nos hacen ser como somos, y que los sucesos más trascendentales, si bien pueden marcarnos y dejar cicatrices imborrables, no cambian nuestra esencia fundamental, lo que nos define como individuos.

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