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10 ago 2021

Reseña: Collected Short Fiction, de Gerald Murname

Gerald Murnane, Collected Short Fiction (Artarmon: Giramondo, 2018). 471 páginas.
Como mucha otra gente, suelo leer las opiniones que otros y otras escriben acerca de los libros que he leído. No creo que sea tan mala idea comprobar a posteriori si coincido o no en la valoración de un libro en particular. El hecho es que no me sorprendió para nada descubrir que alguien confesase que había abandonado la lectura en la página 139 de este volumen que recoge una buena parte de los relatos breves de Murnane en un periodo que abarca desde 1979 hasta 2002.

La razón de ese abandono es lo de menos, pues cada lector es libre de decidir si quiere seguir o no leyendo lo que tiene entre sus manos. Murnane escribe lo que escribe, mucho más para sí mismo que para sus potenciales lectores. Ahí estriba lo que resulta, a fin de cuentas, sumamente paradójico en la obra de Murnane: el autor escribe de/desde su mundo interior (insiste hasta la saciedad que el “mundo real” no forma parte de su ficción). Su escritura es siempre una propuesta de puente que brinda una entrada mediante la lectura, pero es siempre el autor quien dicta los términos. Quizás citando un fragmento (de ‘Boy Blue’) se entienda lo que quiero decir:

“Esta es una historia acerca de un hombre y su hijo y la madre del hombre. Al hombre recién mencionado se le llamará en esta historia el hombre o el padre; al hijo recién mencionado se le llamará en esta historia el hijo o el hijo del hombre; a la madre recién mencionada se le llamará en esta historia la madre o la madre del hombre. Se mencionarán otros personajes en esta historia, y cada uno de esos personajes se distinguirá de los demás personajes, pero ninguno de los personajes tendrá lo que pudiera considerarse un nombre por parte de cualquier persona que lea u oiga la historia. A toda persona que lea estas palabras u oiga estas palabras leídas en voz alta y desee que los personajes de la historia tuvieran cada uno un nombre se le invita a considerar la siguiente explicación, pero a recordar al mismo tiempo que las palabras de la explicación forman parte de esta historia.

Estoy escribiendo estas palabras en el lugar que muchas personas llaman el mundo real. Casi todas las personas que viven o han vivido en este lugar tiene o ha tenido un nombre. Cada vez que una persona me dice que él o ella prefiere que los personajes de una historia tengan un nombre, supongo que dicha a persona le gusta fingir, cuando está leyendo una historia, que los personajes de la historia están viviendo o han vivido en el lugar donde esa persona está leyendo. Otras personas pueden fingir sea lo que sea que quieran fingir, mas yo no puedo fingir que algún personaje en una historia que yo u otra persona haya escrito sea una persona que vive o ha vivido en el lugar donde me hallo sentado escribiendo estas palabras. Considero que los personajes de las historias, incluida la historia de la cual es parte esta oración, están en el lugar invisible que con frecuencia denomino mi mente. Me gustaría que el lector o el oyente advierta que he escrito la palabra están y no la palabra viven en la oración previa. (de ‘Boy Blue’, p. 284, mi traducción)

Murnane abre por lo tanto una ventana al lector, pero la construye a su manera y es tan estrecha que quien le lee está siempre constreñido por sus condiciones. Su escritura es mera autoficción, en el sentido de que nunca se evade de su propio mundo interior y recalca su intrínseca naturaleza ficcional.

El volumen ayuda, por otro lado, a entender mejor la trayectoria literaria de este singular (e inclasificable) autor australiano. Los temas son recurrentes: resurgen en sus relatos de la misma manera que aparecen en sus novelas: las combinaciones de colores de los jinetes en carreras de caballos que tienen lugar en el hipódromo de su imaginación. Libros cuyo contenido se olvida y reaparece en forma de imagen o sensación de haber creado una imagen en el momento de su lectura. Imágenes de paisajes inventados de lugares nunca visitados o solamente vistos en películas o en sellos filatélicos.

No es fácil explicar cómo es la obra de Murnane a quien no lo haya leído. En el relato titulado “In Far Fields” narra cómo se ve a sí mismo realizando una descripción de su mente a una estudiante en su curso de escritura creativa: “Durante los años mencionados en el primer párrafo de esta obra de ficción, a veces les decía a uno u otro de mis estudiantes en mi despacho que cualquier persona a quien le pagasen por enseñar a otras personas cómo escribir obras de ficción debería poder escribir, en presencia de una o varias de esas otras personas, la totalidad de una obra de ficción nunca escrita previamente y explicar al mismo tiempo qué había supuestamente causado que cada una de las oraciones de la obra fuese escrita tal como había sido escrita. Entonces escribiría una oración en una hoja de papel. Luego le leería la oración en voz alta a mi estudiante. Luego le explicaría a mi estudiante que la oración era el relato de un detalle de una imagen en mi mente. Explicaría además que la imagen no era una imagen que yo hubiera visto recientemente en mi mente por vez primera ni una imagen que yo viese en mi mente a largos intervalos, sino una imagen que veía en mi mente con frecuencia. Explicaría que la imagen de la que yo había comenzado a escribir estaba conectada por medio de fuertes sentimientos a otras imágenes en mi mente.

Entonces pasaría a decirle a mi estudiante que mi mente consistía únicamente de imágenes y sentimientos; que había estudiado mi mente durante muchos años y en ella no había encontrado otra cosa que imágenes y sentimientos; que un diagrama de mi mente semejaría un mapa vasto e intricado de imágenes para sus pequeños pueblos y con sentimientos por las carreteras que cruzan la campiña abundante en pastos que hay entre los pueblos. Cada vez que hubiese visto en mi mente la imagen de la que había comenzado a escribir justo en ese momento, le diría a mi estudiante, había sentido esos fuertes sentimientos que conducen de esa imagen lejana hacia la campiña repleta de pasto de mi mente y hacia otras imágenes, incluso si pudiera no haber visto todavía ninguna de esas otras imágenes. No dudaba, le diría a mi estudiante, que uno tras otro detalle de una tras otra de esas otras imágenes aparecería en mi mente mientras seguía escribiendo acerca de la imagen de la que había comenzado a escribir en la hoja de papel que tenía ante mí.” (‘In Far Fields’, pp. 218-9, mi traducción)

Las carreteras que cruzan la campiña abundante en pastos que hay entre los pueblos. Entrada a Warrugul, Victoria. Fotografía de Mattinbgn.
Todos los relatos que se incluyen en este volumen recopilatorio aparecieron en revistas o volúmenes diversos. Pese a su uniformidad y la recurrencia de motivos en la mayoría de ellos, hay uno que resalta porque difiere de todos los demás: ‘Land Deal’. En apenas cinco páginas y (lo que es inusual en Murnane) en primera persona del plural, Murnane adopta la voz del pueblo indígena que poblaba lo que es hoy en día Melbourne (Bunurong Boon Wurrung y Wurundjeri Woi Wurrung, de la nación Kulin) para narrar el tratado por el que vendieron su tierra a John Batman en 1835:

John Batman. Fotografía de Biatch 

“Ciertamente no teníamos motivos para quejarnos en aquel momento. Los hombres venidos de ultramar explicaron amablemente todos los detalles del contrato antes de que lo firmáramos. Por supuesto, había algunos asuntos menores que debiésemos haber cuestionado. Mas hasta los más avezados de nuestros negociadores se distrajeron al ver el pago que se nos ofrecía.

[…] Habíamos reconocido una correspondencia casi milagrosa entre el acero y el vidrio y la lana y la harina de los extranjeros y esos metales, telas y alimentos sobre los que tan frecuentemente postulábamos y especulábamos, o con los que soñábamos.” (‘Land Deal’, p. 45, mi traducción)

El relato se publicó por primera vez en 1980. Es evidente que, en 2021, por el tema en el que incide la técnica utilizada por Murnane no se sostiene. El mundo ha cambiado mucho desde 1980. Quizás no tanto como quisiéramos, pero no podemos dejar de aspirar a algo mejor.

2 abr 2021

Reseña: The Plains, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, The Plains (Melbourne: Text, 2017 [1982]). 174 páginas.

Publicada por primera vez en 1982, The Plains está en la línea de los otro cuatro libros de Murnane que he leído hasta la fecha (Tamarisk Row, Barley Patch, Invisible Yet Enduing Lilacs y A Lifetime On Clouds), un autor ciertamente idiosincrático y excepcional.

Un joven con aspiraciones creativas o artísticas llega a un pequeño pueblo de las llanuras del interior de Australia. Después de unos días o semanas (no termina de quedarme muy claro cuánto tiempo, ni si tal plazo es algo relevante) consigue que un terrateniente lo contrate para llevar a cabo su proyecto cinematográfico.

Su propósito es, según dice, estudiar las creencias, los comportamientos, sueños y cultura de las personas que habitan esas llanuras. Pero la narración que produce el cineasta es en realidad una especie de elucubración sobre la posibilidad de que un estudio tal pudiera ser factible, y que sirviera de algo

Los personajes no tienen nombre. El narrador no tiene nombre. Los lugares no tienen nombre. Es una manera de hacerlos incognoscibles y mantener un aura de misterio sobre todos ellos, por supuesto. Pero es también una curiosa estrategia narrativa: el autor logra ocultarse en y de la narración misma.

En The Plains no hay apenas una trama. Además, la falta de referenciación de los personajes que apenas se vislumbran convierte el libro en algo mítico: es una suerte de laberinto del que el lector sale prácticamente tan desconcertado como había entrado, mas le queda la sensación de haber intuido algo singular, poético, muy elaborado. Murnane dijo de sí mismo en una entrevista escrita que “Mis oraciones son las mejor formadas de todas las oraciones escritas por un escritor de ficción en lengua inglesa” hasta ese momento.

Sin embargo, también cabría especular con la posibilidad de otra lectura: que todo en The Plains es un juego, un envite completamente paradójico a costa del narrador protagonista primeramente, y en última instancia, también del lector. La figura del explorador perdido en el estéril interior de Australia ha dado pie a numerosas ficciones (la mejor, en mi opinión, es Voss, de Patrick White). Las llanuras que nos propone explorar Murnane son “una tierra plana a mi alrededor que parecía más y más un lugar que solamente yo podía interpretar.” (p. 3)

Una llanura como cualquier otra de las muchas que hay en Australia. Red Rock. Fotografía de Peterdownunder 
El libro concluye con el cineasta declarando su renuncia a producir la película que había ideado. En cierto modo, es la guinda con que Murnane adorna un texto opaco por su deliberada falta de definición, de referenciación. Las diversiones intertextuales son autorreferenciales: no van a ninguna parte. Si aceptas entrar en este laberinto, parece proponer el autor, los guiños y reflejos no te van a ayudar a encontrar un camino. ¿Para qué quieres una salida de esto, en cualquier caso? Disfruta del caos:

Antes de guardar los libros y los papeles que estaban en el escritorio en la maleta, marqué una carpeta con un rótulo que decía: ÚLTIMOS PENSAMIENTOS ANTES DE COMENZAR EL GUIÓN PROPIAMENTE DICHO. Después, en una hoja limpia dentro de la carpeta, escribí lo siguiente:

“En todas las semanas desde que arribé aquí solamente me he asomado a mirar desde el balcón dos veces. Habría sido algo sencillo explorar esas llanuras que empiezan al final de casi todas las calles de este pueblo. ¿Pero cómo hubiera podido poseerlas del modo que siempre he querido poseer un terreno en las llanuras?

Esta noche me colocaré por fin a la vista de sus llanuras. Empiezan ya por fin a revelárseme las primeras escenas de la película, El interior. Ahora solamente me queda poner mis notas en orden y escribirlo.

Mas vuelve una vieja duda. ¿Hay alguna llanura en alguna parte que pudiera representarse mediante una sencilla imagen? ¿Qué palabras, qué cámara, podría revelar las llanuras dentro de las llanuras de las que tan frecuentemente he oído hablar en estas últimas semanas?

La vista desde el balcón -ahora, igual que un nativo de las llanuras, ya no veo una tierra sólida sino una calima oscilante que oculta una cierta mansión en cuya poco iluminada biblioteca una joven mujer mira fijamente la imagen de otra joven mujer que se sienta leyendo un libro que le hace pensar en alguna llanura que está ahora fuera del campo de visión.

Sospecho que, estando en estados de ánimo así, todos los hombres pueden viajar hacia el corazón de alguna remota llanura privada. ¿Puedo siquiera hacerles una descripción a los demás de los pocos cientos de millas que atravesé para alcanzar este pueblo? Y aun así, ¿Por qué tratar de mostrarlas como tierra y pastos cuando alguien a mucha distancia pudiera verlas ahora como solamente una señal de algo, sea lo que sea que esté a punto de descubrir?

Y a estas horas, su padre le habrá dicho que estoy en camino hacia ella. (pp. 82-83, mi traducción)

The Plains está disponible en castellano (en traducción de Carles Andreu) y en català (amb traducció a càrrec de Marta Hernández i Pibernat), ambas publicadas por Minúscula. 

19 jun 2015

Reseña: Barley Patch, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Barley Patch (Artarmon: Giramondo, 2009). 265 páginas.

Murnane explica al comienzo de Barley Patch que, antes de la publicación de este libro, había dejado de escribir ficción después de casi treinta años de escribir lo que “los editores y casi todos los lectores llamaban novelas o relatos breves, pero que los llamasen así con el tiempo empezó a hacerme sentirme incómodo, y me dio por usar únicamente la palabra ficción como nombre de lo que yo escribía. Cuando finalmente dejé de escribir, no había usado durante muchos años los vocablos novela o cuento en conexión con mis escritos. Varias otras palabras que igualmente evitaba: crear, creativo, imaginar, imaginario, y por encima de todas, imaginación. Mucho antes de que dejara de escribir, llegué a comprender que yo nunca había creado ningún personaje ni imaginado ninguna trama. Mi forma preferida de resumir mis deficiencias era simplemente decir que no tenía imaginación.” (p. 5, mi traducción, como el resto de citas del libro).

Ciertamente, Barley Patch derriba cualquier noción de plausibilidad en torno a los límites entre lo que es ficción y ensayo autobiográfico. Es un texto que camina tortuosamente entre uno y otro género, generalmente sin orden ni concierto. No existe una trama y los personajes no son otra cosa que imágenes en un paisaje (hay que puntualizar aquí que Murnane evita generalmente la palabra character y favorece el uso de personage, lo cual causará algún que otro dolor de cabeza a quienes tengan que traducir su obra algún día).

Me espetará posiblemente quien haya leído lo anterior y no conozca ninguna de las obras de ficción en prosa de Murnane: ¿entonces, de qué va el libro? Una posible respuesta incluiría los recuerdos de la niñez del yo del autor, a su vez ficcionalizado como narrador, entre los que se incluyen algunos libros y revistas, catálogos de ventas, canciones, visitas a familiares en remotas granjas de distritos rurales del estado de Victoria, carreras de caballos, hipódromos y jockeys, la escolarización en una escuela católica de la Australia de posguerra, paisajes de pastizales mayormente planos rodeados o delimitados por filas de árboles, y edificios desde los cuales sería posible o bien contemplar esos paisajes o espiar a una joven atractiva, o bien refugiarse en una pequeña recámara en ellos, donde intentar escribir ficción en prosa o poesía. Es decir, nada realmente tangible como argumento.

O! Dem Golden Slippers

Esta es una escritura que se explora a sí misma, una especie de autoindagación, y en consecuencia tiene algo de obsesiva, pues retoma una y otra vez detalles, motivos e imágenes. De hecho, el inicio de Barley Patch es una pregunta (“Must I write?”), y las diversas secciones del libro (no se puede hablar de capítulos) van precedidas de preguntas o interpelaciones del autor a sí mismo.

Uno de los problemas de Barley Patch es que la narrativa se vicia en ocasiones con una sintaxis deliberadamente dificultosa, como si la compleja temática que aborda necesitase de una estructura compleja. El resultado es una sensación de frustración, de estar dando vueltas en círculos viciosos que no llevan a ninguna parte. ¿Será cierto que la escritura como autoexploración engendra monstruos?

La contrapartida, cuando Murnane se aleja de esa especie de ensimismamiento, cuando decide no transitar por ciénagas o terrenos pantanosos en los que es fácil hundirse, es muy gratificante para todo lector que busque reflexiones sobre el mismo acto de la lectura o el proceso de ficcionalización de una experiencia. Sobre el primero, este párrafo me pareció sumamente ilustrativo:

“…todas las así llamadas descripciones de los así llamados personajes en obras de ficción se han malgastado en mi caso desde que comencé a leer tales obras. ¿Durante cuántos años leí obedientemente lo que yo consideraba pasajes descriptivos? ¿Con qué frecuencia intentaba sentirme agradecido a los autores que incluían tales pasajes en sus obras, permitiéndome de ese modo ver vívidamente, mientras leía, lo que ellos, los autores, habían imaginado mientras escribían? Puedo recordar haber descubierto ya en 1952, mientras estaba leyendo Mujercitas, de Louisa M. Alcott, que los personajes femeninos en mi mente, por así llamarlos, tenían una apariencia por entero diferente de los personajes en el texto, por así llamarlos. Yo era demasiado joven por entonces para saber que esto no era consecuencia de que yo fuese un lector inexperto. Pasaron muchos años antes de que comenzara a entender que mirar línea tras línea de texto es solo una pequeña parte de la lectura; que me pudiera hacer falta escribir sobre un texto antes de poder decir que lo había leído por completo; que aun mientras escribo la presente pieza de ficción estoy intentando leer un cierto texto. (Con la escritura, el tema parece haber sido de otra manera. Siendo un hombre joven, ya comprendía que podría ser capaz de escribir ficción sin haber observado primero numerosos lugares y personas y eventos interesantes e incluso sin poder imaginar escenarios y personajes y tramas, pero no fue hasta el día en que dejé de escribir que comprendí lo que había estado haciendo todo el tiempo cuando había pensado que estaba meramente escribiendo.)” (p. 26-7)
Mujercitas
O éste, mucho más breve, sobre los límites de la ficción:

“Se ajustaría muchísimo a mi propósito al escribir esta obra de ficción si informara de que aprendí en mi niñez que una obra de ficción no está necesariamente encerrada dentro de la mente de su autor, sino que en sus extremos se extiende hacia territorio poco conocido.” (p. 68)
El juego entre la realidad y la ficción es la esencia de la narrativa de Murnane. Confundir ambas en el interior de una obra de ficción podría llevar al lector a responder a la pregunta que se hacía el autor con otra pregunta: ¿Por qué leer esto? Desde luego, la lectura de Tamarisk Row y de A Lifetime on Clouds me dejaron mucho mejor sabor de boca que Barley Patch. Eso no quiere decir que vaya a dejar de leer sus otros libros.

En un fragmento de entrevista realizada por Ivor Indyk y publicada en septiembre de 2014 en Sydney Review of Books (aquí), decía Murnane lo siguiente: “I can say in all honesty and sincerity that I can’t tell the difference between my fiction, my thinking about my fiction, and my life.” Pienso yo que Murnane es realmente afortunado: hay un episodio de mi vida que ya quisiera yo poder convertir en ficción y disociar de mi realidad de modo permanente.

14 jun 2015

Reseña: Invisible Yet Enduring Lilacs, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Invisible Yet Enduring Lilacs (Artarmon: Giramondo, 2005). 232 páginas.

¿Qué tipo de ensayos literarios cabría esperar de un escritor con más de 75 años de edad que nunca se ha alejado más de 1.000 km de su distrito natal en el estado de Victoria – y apenas lo ha hecho en muy contadas ocasiones – que nunca ha salido de Australia, pero que decidió sin embargo comenzar a aprender húngaro a los cincuenta y pico años? El autor de Tamarisk Row y de A Lifetime on Clouds publicó en diversas revistas literarias entre los años 1984 y 2003 artículos y ensayos que la editorial Giramondo reunió en este volumen en 2005.

Puszta, de Károly Markó 
Son escritos en torno a la escritura y la lectura, siempre con el inconfundible sello Murnane, en los que se abordan ideas importantes para la ficción creativa, algo que Murnane enseñó durante varios años en Deakin University.

El tercero de estos ensayos lleva por título ‘Why I Write What I Write’ [Por qué escribo lo que escribo], publicado por vez primera en 1986 en la revista Meanjin, y comienza con las siguientes afirmaciones: “Escribo oraciones. Escribo primero una oración, luego otra oración. Escribo una oración tras otra. Escribo unas cien oraciones o más cada semana, y unos pocos miles de oraciones al año.” (p. 25, mi traducción). Se trata de una pieza bastante breve, en la que Murnane desmenuza el proceso de escritura, con la oración como unidad mínima: “Mis oraciones surgen a partir de imágenes y sentimientos que me persiguen – no siempre de una manera penosa; a veces de forma agradable. Esas imágenes y sentimientos me persiguen hasta que doy con las oraciones con que traerlas a este mundo.” (p. 28, ‘Why I Write What I Write’)

De que la filosofía de Murnane sobre la creación literaria es, como mínimo, harto idiosincrática, si no excéntrica, dan buena cuenta estos ensayos. Las peculiares obsesiones de Murnane aparecen una y otra vez, y arrojan una luz significativa sobre aspectos de su ficción que, para quienes no estén familiarizados con su obra, resultarán cuando menos extraños, si no totalmente opacos.

Si tuviera que resumir de improviso las que yo interpreto como preocupaciones fundamentales del Murnane autor de ficción tras la lectura de Invisible Yet Enduring Lilacs probablemente me perdería en un batiburrillo de imágenes, en medio del cual, una u otra de dichas imágenes me llevaría a considerar a alguien que yo veo en mi mente considerando las preocupaciones fundamentales del autor australiano Gerald Murnane. Lo anterior es, naturalmente, un torpe y barato juego mío de palabras que no se acercan ni por asomo a describir el tema que trato de describir o explicar.

A grandes rasgos, uno podría resumir que el principal interés del autor no es el mundo exterior como una posible realidad existente (lo es en tanto que la percibimos y configuramos en nuestro cerebro, pero pare usted de contar) sino el mundo como se aparece como imagen en nuestra conciencia. O bien Murnane trata temas sencillos desde una perspectiva compleja, o bien intenta simplificar temas complejos posicionando al lector en diversos y distintos niveles de significación. La suya es una cosmogonía de la ficción absolutamente propia y en gran medida intransferible.

No todos los ensayos que forman este volumen tienen la misma vigencia. Uno de ellos me resultó especialmente oneroso e incluso exasperante: el que presta su título al volumen. Sin embargo, la lectura de Murnane es casi invariablemente un regalo de pequeñas dosis de distintos aspectos, por ejemplo su humor, en este caso sobre la Australia de la posguerra: “No me pareció extraño que a [Adam Lindsay] Gordon [poeta australiano del siglo XIX nacido en las Azores] le achacaran ser muy inglés aquellas mismas autoridades que enseñaban lealtad al Imperio. Había momentos apropiados para que un australiano pensara en Inglaterra: durante las misas (protestantes); el día del cumpleaños de Shakespeare; en el funeral de un líder cívico o militar. En general, un australiano pensaba como un inglés de puertas adentro y cuando la solemnidad lo requería. De puertas afuera, uno podía ser australiano, y más desenfadado.” (p. 4, ‘Meetings with Adam Lindsay Gordon’, mi traducción)

Un vaquero magiar, de Tomsics & Perlaszka 
El mejor de estos ensayos es, en mi opinión, ‘The Breathing Author’, que afortunadamente es posible leer en inglés en internet, aquí. Comienza con una importante declaración de intenciones: “No puedo concebirme leyendo un texto sin tener presente que el objeto delante de mis ojos es un producto del esfuerzo humano. Gran parte de mi implicación con un texto consiste en mi especular acerca de los métodos empleados por el escritor a la hora de componer el texto, o acerca del sentimiento y creencias que condujeron al escritor a escribir el texto, o incluso acerca de la historia vital del escritor.” (p. 157, mi traducción)

Más adelante, Murnane explica el porqué de dejar escribir poesía para pasarse a la prosa: “la poesía me pareció extremadamente difícil de escribir siempre que tuviese que escribir en versos rimados, o incluso sin rima. Me pareció algo más fácil escribir lo que yo creía que era verso libre, pero pensé que era un engaño llamar a eso escribir poesía. Empecé a escribir prosa en la creencia de que podría expresar lo que quería expresar con mayor libertad en prosa que en poesía. Sin embargo, durante varios años creí que mi prosa tendría más sentido si me permitía no observar las convenciones de la gramática inglesa. En la época por la que estaba escribiendo los primeros borradores de las primeras páginas de Tamarisk Row, vine a comprender que nunca podría concebir una red de sentido demasiado complejo como para ser expresado en una serie de oraciones gramaticales. La totalidad de la prosa que he publicado se compone de oraciones gramaticales, aunque la penúltima sección de Tamarisk Row se compone de cuatro oraciones gramaticales entrelazadas. Uno de mis mayores placeres como escritor de ficción en prosa ha sido descubrir continuamente las formas interminablemente variables que puede adoptar una oración. Intenté enseñarles a mis estudiantes a amar la oración. A veces supongo que la existencia de la oración da fe de nuestra necesidad de establecer conexiones entre las cosas. A veces, todavía pienso en intentar de nuevo lo que intenté y no logré hacer como escritor joven: escribir una obra de ficción que consistiese en una sola oración gramatical que comprendiera al menos varios miles de palabras.” (p. 181-2, mi traducción)

Es una pena que hasta la fecha (junio de 2015) no haya aparecido ninguna de las obras de Murnane en castellano. L’editorial barcelonina Minúscula va publicar l’any passat una traducció de The Plains al català (Les planes), a càrrec de Marta Hernández Pibernat.

7 dic 2013

Reseña: A Lifetime on Clouds, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, A Lifetime on Clouds (Melbourne: Text, 2013 [1976]. 290 páginas.

Parafraseando a G.K. Chesterton, podríamos decir que, para construir castillos en el aire, no hacen falta las reglas que necesariamente han de aplicarse a la arquitectura. La imaginación es libre, y los únicos límites que se le pueden poner son los que decide aplicarle el que imagina.

A Lifetime on Clouds, la segunda novela del australiano Gerald Murnane, ciertamente refleja de forma literal una vida en las nubes, según la expresión de la lengua castellana que alude al que es soñador o no se apercibe de la realidad. Al comienzo de la novela, Adrian Sherd, un quinceañero estudiante en un colegio católico del Melbourne de la posguerra, lleva una vida imaginaria en los amplios y solitarios paisajes de Estados Unidos. A bordo de un tren o en un flamante automóvil recorre cada noche rutas desconocidas que cruzan las praderas y lo llevan a la costa oeste o a las Montañas Rocosas. Pero esos viajes no los hace en solitario, no. Lo acompañan normalmente dos o tres bellezas despampanantes, que responden a los nombres de Marilyn, Zsa-Zsa o Jayne, y a las cuales invariablemente consigue de una u otra manera desnudar, para luego consumar con una de ellas el acto sexual.

En el colegio, Adrian va descubriendo poco a poco otros aspectos de su sexualidad con sus amigos, pero con el tiempo la rigurosa doctrina religiosa a la que le someten los educadores y la iglesia (Adrian acude a misa, naturalmente, todos los domingos) se impone. Adrian se toma muy en serio el dogma católico, y tras el final del curso decide luchar contra sus instintos e irrefrenables deseos construyendo otra fantasía. Esta es la segunda parte de A Lifetime on Clouds.

Maria Island, Tasmania, donde durante su 'luna de miel' con Denise, Adrian sueña asentarse y fundar una colonia católica. En la actualidad, la isla acoge una importante población de diablos de Tasmania, dentro de un programa de conservación de la especie.
En una de las misas de domingo, Adrian ve a una jovencita, de la cual se enamora. Cuando se la vuelve a encontrar en el tranvía de regreso de la escuela, averigua su nombre (Denise McNamara) y en sus ensoñaciones nocturnas elabora una intrincada vida conyugal futura para sí mismo y su futura esposa. Adrian llega a imaginar su vida entera, con una familia numerosa (o numerosísima, según se mire) y distintos escenarios para él y su esposa, entre los cuales destaca una especie de comuna autosuficiente escondida entre las colinas al oeste de Melbourne.

A Lifetime on Clouds es uno de los libros más extraños que he leído en mucho tiempo. Dista mucho de la complejidad estructural y estilística de la primera novela que publicó Murnane (Tamarisk Row, reseñada hace apenas un mes). Lo desconcertante, en mi caso, es que en ningún momento me queda claro si Murnane se limita a ironizar con la tortuosa imaginación de un adolescente atormentado por el conflicto entre sexualidad y la intimidación que se le impone por medio de un cruel y absurdo dogma religioso. El subtexto es en ocasiones tan serio, tan razonado, que por momentos no tuve claro si los curiosos dislates y sus frecuentes admoniciones superan de hecho los límites de la parodia. A medida que la fantasía matrimonial de Adrian con Denise va cobrando distintas formas y escenarios, la actitud de Adrian se vuelve cada vez más mojigata.

Con todo, A Lifetime on Clouds constituye una lectura muy divertida, en la que los episodios creados por la ferviente imaginación de Adrian inducen a la risa constantemente. Para muestra, un botón; esta es la recreación del mito de Caín según Adrian Sherd:

Cuando volvió a estar solo, le dio a su mano la forma de la cosa que había visto entre sus piernas [de Eva y sus hermanas] y se convirtió en el primero en cometer el pecado solitario en la historia de la humanidad.
Aunque la Biblia no lo recoge, aquel fue un día nefasto para la humanidad. Aquel día Dios consideró muy seriamente la posibilidad de eliminar la pequeña tribu del Hombre. Ni siquiera en Su infinita sabiduría había Él previsto que un humano aprendiera un truco tan antinatural: gozando en solitario, cuando apenas era poco más que un niño, del placer que estaba destinado únicamente para los hombres casados.
Hasta los ángeles mismos en el cielo sintieron asco. El pecado de la soberbia de Lucifer parecía limpio y valeroso en comparación con la visión del niño que se estremecía chorreando su precioso líquido al interior del cristalino Tigris. El propio Lucifer se alegró de que el Hombre hubiera inventado una nueva clase de pecado: y de que fuera tan fácil de cometer. (p. 60-1, mi traducción)
20 de abril de 2018. La editorial Minúscula acaba de publicarla en español bajo el curioso título de Una vida en las carreras, en traducción de Carles Andreu.

3 nov 2013

Reseña: Tamarisk Row, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Tamarisk Row (Artarmon: Giramondo, 2008 [1974]). 285 páginas.

Uno de los pasatiempos favoritos de mi niñez consistía en organizar carreras ciclistas en el largo (así me lo parecía entonces) pasillo del piso en el que vivía. Con las chapas de botellas de refrescos y cerveza que recogía en restaurantes y bares y en la tienda de mi abuela materna, en mi imaginación se creaban los ciclistas más pundonorosos que tomaban parte en emocionantes carreras, disputadas en largas etapas en otras tierras en las que se hablaban otras lenguas europeas. En las baldosas del pasillo yo veía puertos de montaña que los ciclistas tenían que escalar. Algo similar ocurre en Tamarisk Row.

El protagonista de Tamarisk Row es Clement Killeaton. Publicada inicialmente en 1974, la editorial Giramondo la rescató del olvido y apareció en 2008 en una nueva edición que sigue más fielmente los deseos del autor, aunque un par de erratas (‘firsts’ en lugar de ‘fists’ y un ‘its’ que debiera ser ‘it’s’) no hayan desaparecido. Clement (‘Killer’ para muchos de sus compañeros de escuela) vive con sus padres en una casa de alquiler de una ciudad del estado de Victoria llamada Bassett (Bendigo) en la Australia de la posguerra. El jardín trasero es para él un universo en constante expansión y abierto al desarrollo creativo de su imaginación, la cual es exuberante.

La novela está estructurada en forma de diversos episodios no siempre en forma cronológica; en ellos se narran las vicisitudes de la vida del joven Clement en el contexto de una familia empobrecida por la adicción a las apuestas del padre en las carreras de caballos y la resignada devoción católica de su madre. Los temas abarcan la curiosidad infantil por el sexo opuesto, la violencia y la crueldad  que suelen sufrir en las escuelas los estudiantes más vulnerables y débiles, y la soledad de un hijo único cuya imaginación le permite escapar del tedio y de la miseria.

Pero hay otro tema de fondo, ubicuo, constante: el paisaje, o mejor dicho, los paisajes. Son paisajes reales tanto como paisajes imaginados. En ese hipódromo de miniatura llamado Tamarisk Row y que Clement construye en el jardín de su casa caben inmensas planicies donde ganaderos tostados por el sol podrían a media tarde entrar en sus casas y desnudar a sus esposas, y más allá de esas llanuras verdes habrá colinas tras las cuales estarán unas ciudades en las que Clement podrá descubrir secretos que ni siquiera los propios habitantes de la ciudad conocen. Esos paisajes imaginados propician momentos de revelación en los que se incorporan el mundo exterior y el mundo interior del niño.

Todo lo que fascina a Clement aparece en la narrativa a lo largo de prolongados pasajes, y en ocasiones los temas quedan ensamblados unos con otros en la muy idiosincrática prosa de Murnane. Las imágenes, sus colores, son elementos definitorios de la concepción que Murnane tiene del mundo y de la literatura:

‘The front blinds are pulled down against the hot afternoon sun. The front yard is deserted. In a little round window a magpie of royal blue and White stained glass emerges from a thicket of green and gold leaves and fronds. Clement hears a faint cry from inside the house, where the light must be in green or gold pools behind the glowing glass leaves. In a silent twilight, coloured like the innermost parts of a forest, people who know the secrets of the Australian bush instead of the mysteries of the Catholic religion are enyoing the true meaning of a poem’ (70-71)
‘Las persianas frontales están bajadas frente al ardiente sol vespertino. El jardín de delante de la casa está desierto. En una ventanita redonda con una vidriera aparece una urraca en azul Francia y blanco desde un matorral de hojas y frondas verdes y doradas. Clement oye un débil grito procedente del interior de la casa, en la que la luz debe estar en espacios verdes y dorados detrás de las relucientes hojas de vidrio. En un crepúsculo silencioso, del color de las partes más íntimas de un bosque, personas que conocen los secretos del bush australiano en lugar de los misterios de la religión católica están gozando del verdadero significado de un poema.’
Una escritura inusual, una prosa única y muy personal de un autor que ha hecho del estudio de la lengua húngara un hábito vital pese a que  nunca ha salido de su estado natal, Victoria. Murnane narra una historia que en realidad no cuenta con una trama concreta en el sentido más ortodoxo del término, y lo hace en tercera persona. Aunque en la mayor parte de la novela se adopta el punto de vista de Clement, hay en realidad un narrador omnisciente que no puede ser en ningún caso un niño, pero que desarrolla las percepciones de un mundo perdido en la memoria que un niño de ocho o nueve años podría haber tenido en una pequeña ciudad como Ballarat al final de la década de 1940.

De alguna manera, es el mismo paisaje el que insta a crear lindes, dibujar mapas, y situar marcas en el territorio que es materia y espacio en la imaginación de Clement. Semanas antes de que su santuario sea invadido por Barry Launder, el matón del colegio de San Bonifacio que le acobarda en el patio de recreo, Clement reorganiza Tamarisk Row:

‘Clement goes back to his own yard. He spends the next few weeks rearranging the whole pattern of his farming country. He decides that he was wrong to think that as his backyard extended further out of sight of the front gate it became more secluded and remote and safe from disturbance. he realises that the further back a road might lead towards the quietest, least-visited reaches of a territory that a people have decided is theirs alone to explore, the nearer it might approach to the edges of a territory that is so familiar to another people that they have not yet noticed the strange country just outside its borders, although one of them might stumble on it at any time. He supposes that the reason why he has always been strangely affected by the sight of plains and flat grasslands viewed from a distance is that the most mysterious parts of those lands lie in the very midst of them, seemingly unconcealed and there for all to see but in fact made so minute by the hazy bewildering flatness all around them that for years they might remain unnoticed by travellers, and so determines to make the central districts of his yard the site of his most prized farms and park-like grazing lands’. (179-80)       
‘Clement regresa a su propio jardín. Se pasa las siguientes semanas reorganizando el patrón entero  de su país agrario. Decide que estaba equivocado al pensar que a medida que el jardín trasero quedaba más escondido y alejado de la puerta de entrada de delante se volvía más apartado y remoto y a salvo de interrupciones. Se da cuenta de que cuanto más lejos pueda llevar un camino hacia los rincones más tranquilos y menos visitados de un territorio que una gente haya decidido que les corresponde a ellos solamente explorar, más cerca se podría acercar a los lindes de un territorio que le es tan familiar a otra gente que todavía no se han percatado del extraño país que está justo pasadas sus fronteras, aunque uno de ellos podría dar con él en cualquier momento. Supone que la razón por la cual siempre se ha visto extrañamente afectado por la visión de llanuras y praderas vistas desde una distancia es que las partes más misteriosas de esas tierras se hallan en medio mismo de ellas, aparentemente nada ocultas y a la vista de todos pero de hecho tan empequeñecidas por la borrosa desconcertante planicie que las rodea por todas partes que durante años podrían pasar inadvertidas a los viajeros, y de modo que resuelve hacer de los distritos centrales del jardín el emplazamiento para sus más preciadas granjas y tierras de pastoreo’.

En alguna parte he leído que puede que Tamarisk Row sea la más asequible de todas las novelas de Murnane. El ensayo que J.M. Coetzee publicó no hace mucho en The New York Review of Books ha renovado el interés por este idiosincrático autor australiano, cuya lectura no está destinada en modo alguno a lectores acomodaticios. Por mi parte, yo seguiré explorando en los paisajes que imagina Murnane.

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