El llamado
deporte rey es el motivo empleado como telón temático de fondo de esta peculiar
obra del turco-irlandés O’Neill. Y en realidad, es un pretexto para crear una
deliciosa novela a dos voces con una intención de denuncia del colonialismo contemporáneo
que es la industria internacional del futbol profesional.
Aviso: esta reseña
contiene spoilers. El año es 2015. Mark Wolfe trabaja como escritor técnico
dentro de una cooperativa. Lo suyo es escribir solicitudes para becas de investigación,
literatura médica, guías de consulta y referencia técnica, etc. Pero hay que no
termina de compensarle, y se enfrasca en una fuerte discusión con el conserje.
En verdad, Mark está
padeciendo ese hastío inherente a la percepción de que el mundo se encuentra colmado
de estupidez: «Me refiero a la estupidez moderna, o sea, una estupidez que es
intencional, comunicable y extrañamente codiciosa, y que está aumentando en
todas partes a tal ritmo que a veces pienso que no son únicamente los polos
glaciares los que se derriten: hay también un continente indetectable de estulticia
congelada que se está fundiendo». (p. 17, mi traducción)
La Cogerente de
la cooperativa, Lakesha, le sugiere que se tome un par de semanas de asueto y
descanso. El momento coincide con una llamada de auxilio de su medio hermano Geoff,
que vive en Londres y que sueña con convertirse en ojeador, descubrir al siguiente
Messi y ganar una fortuna que le permita vivir de rentas para el resto de su vida.
Aunque Mark no se
habla con la madre de ambos, accede a cruzar el Atlántico y echarle un cable al
hermano, quien se ha roto una pierna y no puede viajar. La misión de Mark es
sencilla: Ir a Francia, encontrar a un viejo ojeador de futbol llamado Lefebvre
y mostrarle un video de un partido en el que se ve a un quinceañero de Togo al
que llaman Godwin. Lefebvre tiene que confirmar que se trata de Godwin, ese portento
futbolístico del que creen que obtendrán una fortuna en un futuro.
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Lefebvre le asegura a Wolfe que Didier Drogba fue su gran descubrimiento. Drogba con la camiseta del Chelsea el día 23 de agosto contra Leicester City. Fotografía de Brian Minkoff-London Pixels. |
Entretanto, en la
Cooperativa se ha producido una remodelación en el esquema de liderazgo. Sin
comerlo ni beberlo, Mark se convierte en Gerente, junto a Lakesha, gracias a
los votos por poder que ha conseguido Edil. Ella encarna la maldad, según Lakesha.
Poco después, Edil acusa a ambos cogerentes de prácticas corruptas. Si crees
que el argumento se va por los cerros de Úbeda, no temas: la narración de
Lakesha es tan absorbente como la de Mark. Y todo va a confluir de una modo inesperado.
Transcurrido
cierto tiempo, Lefebvre un atardecer aparece en Pittsburgh y llama a la puerta
de la casa de Mark y su esposa Sushila. Lo que sigue es un largo, a ratos
hilarante, capítulo narrado por un irritadísimo y cáustico Mark. El francés habla
y bebe, bebe y habla, y habla un poco más. Tras una larga arenga sobre la pobre
situación del futbol en los EE.UU., lo malo que es el futbol femenino, sus
muchos viajes a África y sus grandes conocimientos de la historia del balompié,
procede a contarles que sí, que encontró a Godwin, en Benín. Que es tan bueno
como suponían tras ver aquel video. Y que ha sido la madre de Mark, Faye, y su hermano
Geoff, quienes se les han adelantado en el fichaje del muchacho.
La sorpresa mayúscula
es que, para poder llevar a Godwin a una academia de futbol donde el chico se
desarrolle como futbolista y persona, la madre lo ha adoptado.
En la parte final
es Lakesha la que cuenta el cómo, el cuándo y
el porqué de que sea ella quien finalmente
se convierte en tutora pro tempore de Godwin. Toda la familia Wolfe muere
en un accidente de aviación camino de Benín, Lefebvre se hace cargo de Godwin y
Sushila convence a Lakesha para que participe en el proceso de convertir a
Godwin en jugador de futbol.
El tema
subyacente es, naturalmente, la explotación colonialista del capital humano de jóvenes
cuyas destrezas los hacen candidatos para una explotación cruda. La realidad es
que son muchísimos los jóvenes del tercer mundo que sueñan con triunfar en las
grandes ligas europeas, pero solamente un par de puñados de ellos se hacen
verdaderamente ricos. El futbolista es mercancía humana. Wolfe cree ver en
Godwin una oportunidad de aventura, una escapada que le signifique su granito
de arena para reducir esa estupidez planetaria que desprecia, pero cae en la tentación
que crea el dinero fácil del legado postcolonial que supone la explotación de esos
jovencísimos jugadores. O’Neill hábilmente sitúa el lugar donde Lefebvre encuentra
a Godwin en la misma playa donde apenas doscientos años antes los esclavistas
cargaban los barcos con destino a América repletos de jóvenes africanos capturados.
Un libro audaz y brillante, una historia bien contada, en parte con un humor agrio, en la voz de Mark Wolfe, y en parte con fría seriedad, en la voz de Lakesha. De momento, no ha sido traducido.