En un supuesto giro de la política exterior de los Estados Unidos que, en
realidad, no debiera sorprender a nadie, la nueva administración que ha tomado
Washington al asalto (esta vez no de manera literal, como hace poco más de
cuatro años) se abraza a un dictador en Moscú, desprecia sus más tradicionales
alianzas con los países de Europa Occidental y embiste contra sus vecinos tanto
al norte como al sur.
Publicado antes de las elecciones de noviembre de 2024, America Last:
The Right’s Century-Long Romance with Foreign Dictators [América en último
lugar: El centenario idilio de la derecha con los dictadores extranjeros] es un
buen análisis de la estrecha relación que el partido Republicano ha tenido con
los dictadores más sanguinarios y brutales del siglo XX, conexión que persiste
en esta tercera década del XXI con personajes ultraconservadores actuales que,
pese a haber sido elegidos en las urnas, hacen gala de modos antidemocráticos represivos
con quienes expresan o muestran su diferencia.
Heilbrunn sitúa el inicio de esa afinidad ideológica en los albores del siglo
XX y el Kaiser Wilhelm II. El imperialismo alemán de esa época (esencialmente no
tan disimilar del que está argumentando el nuevo inquilino de la Casa Blanca)
contó con muchos apoyos entre escritores de origen teutón como H. L. Mencken.
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H. L. Mencken. Fotografía de Mrmencken. |
La razón que frecuentemente argüían los ideólogos para justificar sus
indefensibles apoyos a toda esta lista de dictadores era que plantaban cara al
comunismo. El mismo argumento siguió utilizándose para justificar la mayoría de
las guerras de la segunda mitad del siglo y el establecimiento de las
dictaduras militares en Latino América. El ejemplo más pestilente podría ser el
de Pinochet, si no fuera porque en casi todas las repúblicas centroamericanas la
política exterior de Washington en las décadas de los 50, 60 y 70 se puso como
objetivo apuntalar regímenes atroces que no respetaron los derechos humanos en
ningún momento. El dominicano Rafael Leónidas Trujillo, alias El Jefe,
constituye un ejemplo infame. La descarada intrusión en los asuntos políticos
de otros lejanos países incluyó también países de África y Asia, por supuesto.
Asegura Heilbrunn que la corriente aislacionista y proteccionista que se ha vuelto imponer reutiliza los mantras de esos mismos ideólogos, comentaristas y teorizadores políticos del siglo XX. Sus objetivos comienzan a apreciarse con meridiana claridad, igual que la blanca patita enharinada del lobo en el cuento de los siete cabritillos. Según el autor, el eslogan ‘America First’, como buen ejemplo del Doublespeak, en realidad significa ‘America Last’ cuando los republicanos demuestran su apoyo a dictadores de cualquier signo. Es un botón de muestra de la deleznable impostura que debiera ser escudo de armas del partido. Todo imperialismo es por definición un fascismo; el mayor riesgo para la libertad en todo el mundo es que la coalición de oscuros intereses entre lo que alguien ya ha bautizado como ‘élite cognitiva’ de Silicon Valley y el aparato político de Washington utilice las herramientas de la IA y el aterrador poder militar del país para imponer sus tesis por la fuerza.
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