Costa de Queensland, con la isla Bribie al fondo. Fotografía: Vladimir Venkov. |
Muertos de risa lleva al lector al interior de la casa de una joven madre soltera, Kylie, en un día de verano en el cual Kylie preferiría no tener que despertarse y hacer frente a su realidad. Una visión lacerante del malvivir de una mujer (auto)engañada por la promesa de que todos los problemas pueden tener solución, promesa de que la cándida juventud parece convencer a muchos y muchas.
El cuento de Susan Johnson comienza así:
Los niños de Kylie Thomas llevaban subidos al tejado de la casa desde primeras horas de la mañana. Los había oído, como de lejos, dando golpecitos en los márgenes de su consciencia mientras ella trataba de aferrarse al sueño, incluso mientras éste desaparecía. Adoraba dormir, le encantaba la circunstancia de no ser consciente del dolor, de los problemas, de cada uno de los golpecitos que sonaban a exigencia. ¡Los niños lo querían tener todo! ¡Todo el tiempo, y todo enseguida! Si se hubiera dado cuenta de qué era un niño antes de crear uno por accidente, se habría ido bien lejos de allí, y a la carrera. Habría corrido tan rápido que Russell Woodbridge nunca la habría alcanzado, nunca le habría dado un beso en la mejilla al pasar ni le habría tomado la cabeza por el pelo suelto al viento. Nunca la habría inmovilizado con su pálido y enjuto cuerpo encima de ella.
Puedes terminar de leerlo aquí.
Puedes encontrar el texto original en inglés aquí, en la revista Griffith Review. Si tienes curiosidad por saber más acerca de Susan Johnson y de su obra, puedes visitar su sitio web aquí.
Un buen cuento, sí señor. Me ha gustado el final. No me lo esperaba. El clima de desazón y tristeza de la protagonista pone los pelos de punta.
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