En 1967, el canadiense Marshall McLuhan llegaba a la conclusión de que «el medio es el mensaje». Mucho han cambiado desde esa época los
medios de comunicación. Cabría cuestionarse hasta qué punto la máxima de McLuhan sigue siendo válida: las redes sociales son sin
duda el medio más
extendido y popular en esta segunda década del siglo XXI, pero apenas
constituyen mensaje alguno. En tanto que medios, están vacíos de significado. La
inanidad es su principal característica, ¿no?
Ta-Nehisi Coates publica este libro en 2024 con un título muy llamativo. Se compone de tres
secciones —digamos que son tres
ensayos que Coates, profesor en Howard University (Washington DC), presenta a
sus propios estudiantes para que se los valoren y evalúen. Cada uno de los tres capítulos presenta
las reflexiones que un viaje a tres lugares diferentes del mundo provocan en el
autor: Dakar (Senegal), Columbia (Carolina del Sur) y Cisjordania (Palestina).
La visita a Senegal le da pie a analizar los orígenes míticos del sistema
colonial que los países europeos desarrollaron para justificar los excesos de
dicho sistema. El tono general de esta parte es triste. Pasa de la nostalgia
por un pasado irrecuperable a la realidad contemporánea de un país que sufre el
cambio climático y del que quieren emigrar sus ciudadanos más brillantes.
En el siguiente capítulo,
Coates visita a una profesora de inglés de secundaria de una escuela de
Columbia llamada Mary Wood. La profesora quiere usar en sus clases un libro de
Coates, Between the World and Me, pero se encuentra con la feroz
oposición de quienes pretenden prohibir recursos educativos que explican la
Teoría Crítica de la Raza y suprimir el empoderamiento de los jóvenes
estudiantes que se enfrentan al racismo y a la ideología supremacista tan
extendida en los estados sureños.
Pero es quizás la tercera sección, la más extensa, la que resulta ser más oportuna. El viaje a Palestina (de diez
días de duración) se produce en 2023. Durante su estancia en los territorios
ocupados de Cisjordania comprueba con estupor e indignación que el sistema
discriminatorio en el que sus padres habían crecido en los EE.UU. (las llamadas
leyes ‘Jim Crow’) se ha reproducido en Palestina de manera más sofisticada —en parte gracias al uso de tecnologías de
represión en buena parte financiadas por los propios EE.UU. Coates refiere que,
si Israel fue fundado con el propósito de proteger a quienes fueron objeto de
una persecución salvaje e inhumana, el estado israelí ha pasado a adoptar
violentos sistemas de control de los pobladores palestinos, a quienes les niega
su humanidad. En tanto que periodista, denuncia la supresión de las voces
palestinas en el escenario mediático global.
¿Cuál es, por lo tanto, el mensaje? Como buen profesor, Coates insta a sus
alumnos a que analicen cuáles
deben ser los propósitos de la escritura. Y en el caso del periodismo, su
puntos de vista sobre la situación actual de la profesión no deja lugar a
dudas: «Los periodistas dicen escuchar “a las dos partes” como si un dios
desinteresado hubiese establecido una oposición binaria. Pero son los propios
periodistas los que están jugando a ser dios; son los periodistas quienes
deciden qué partes son legítimas y cuáles no lo son, qué opiniones han de
tenerse en cuenta y cuáles han de quedar excluidas del marco. Y ese poder
constituye una extensión del poder de otros curadores de la cultura —los
ejecutivos de las cadenas de TV, los productores, los editores— cuya función
principal es decidir qué historias se cuentan y cuáles no. Cuando te borran de
la discusión y te eliminan de la narrativa, ya no existes». (p. 148, mi
traducción)
The Message se añade a toda una serie de ensayos que
propugnan que la lucha contra la opresión debe ser de ámbito global y debe
contar con la intercomunicación de la amplia mayoría de pobladores del planeta
que quisiéramos hacer de él un mundo
más justo. Es obligación del periodismo decidir contar historias de quienes no
tienen acceso a los medios y de aquellos cuyas voces son silenciadas, ya sea mediante
el borrado de su existencia o mediante la violencia de la guerra. Con demasiada
frecuencia, advierte el autor de The
Water Dancer, son los mismos que detentan el poder quienes manipulan la
realidad con su discurso: «Puede parecer extraño que las personas que ya han alcanzado una posición de
poder mediante la violencia inviertan tanto tiempo en justificar su expolio con
palabras. Pero incluso los expoliadores son seres humanos cuyas violentas
ambiciones deben enfrentarse a la culpa que los corroe cuando se encuentran con
los ojos de sus víctimas. Y por lo tanto debe contarse una historia, una
historia que levante un muro entre ellos y aquellos a quienes pretenden
estrangular y robar». (p.
29, mi traducción)
Publicado este año también en castellano (El mensaje) por Capitán Swing, con traducción a cargo de Paula Zumalacárregui.

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