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14 nov 2025

Reseña: The Message, de Ta-Nehisi Coates

Ta-Nehisi Coates, The Message (Londres: Penguin Books, 2024) 232 páginas.

En 1967, el canadiense Marshall McLuhan llegaba a la conclusión de que «el medio es el mensaje». Mucho han cambiado desde esa época los medios de comunicación. Cabría cuestionarse hasta qué punto la máxima de McLuhan sigue siendo válida: las redes sociales son sin duda el medio más extendido y popular en esta segunda década del siglo XXI, pero apenas constituyen mensaje alguno. En tanto que medios, están vacíos de significado. La inanidad es su principal característica, ¿no?

Ta-Nehisi Coates publica este libro en 2024 con un título muy llamativo. Se compone de tres secciones digamos que son tres ensayos que Coates, profesor en Howard University (Washington DC), presenta a sus propios estudiantes para que se los valoren y evalúen. Cada uno de los tres capítulos presenta las reflexiones que un viaje a tres lugares diferentes del mundo provocan en el autor: Dakar (Senegal), Columbia (Carolina del Sur) y Cisjordania (Palestina).

La visita a Senegal le da pie a analizar los orígenes míticos del sistema colonial que los países europeos desarrollaron para justificar los excesos de dicho sistema. El tono general de esta parte es triste. Pasa de la nostalgia por un pasado irrecuperable a la realidad contemporánea de un país que sufre el cambio climático y del que quieren emigrar sus ciudadanos más brillantes.

En el siguiente capítulo, Coates visita a una profesora de inglés de secundaria de una escuela de Columbia llamada Mary Wood. La profesora quiere usar en sus clases un libro de Coates, Between the World and Me, pero se encuentra con la feroz oposición de quienes pretenden prohibir recursos educativos que explican la Teoría Crítica de la Raza y suprimir el empoderamiento de los jóvenes estudiantes que se enfrentan al racismo y a la ideología supremacista tan extendida en los estados sureños.

Pero es quizás la tercera sección, la más extensa, la que resulta ser más oportuna. El viaje a Palestina (de diez días de duración) se produce en 2023. Durante su estancia en los territorios ocupados de Cisjordania comprueba con estupor e indignación que el sistema discriminatorio en el que sus padres habían crecido en los EE.UU. (las llamadas leyes ‘Jim Crow’) se ha reproducido en Palestina de manera más sofisticada en parte gracias al uso de tecnologías de represión en buena parte financiadas por los propios EE.UU. Coates refiere que, si Israel fue fundado con el propósito de proteger a quienes fueron objeto de una persecución salvaje e inhumana, el estado israelí ha pasado a adoptar violentos sistemas de control de los pobladores palestinos, a quienes les niega su humanidad. En tanto que periodista, denuncia la supresión de las voces palestinas en el escenario mediático global.

¿Cuál es, por lo tanto, el mensaje? Como buen profesor, Coates insta a sus alumnos a que analicen cuáles deben ser los propósitos de la escritura. Y en el caso del periodismo, su puntos de vista sobre la situación actual de la profesión no deja lugar a dudas: «Los periodistas dicen escuchar “a las dos partes” como si un dios desinteresado hubiese establecido una oposición binaria. Pero son los propios periodistas los que están jugando a ser dios; son los periodistas quienes deciden qué partes son legítimas y cuáles no lo son, qué opiniones han de tenerse en cuenta y cuáles han de quedar excluidas del marco. Y ese poder constituye una extensión del poder de otros curadores de la cultura —los ejecutivos de las cadenas de TV, los productores, los editores— cuya función principal es decidir qué historias se cuentan y cuáles no. Cuando te borran de la discusión y te eliminan de la narrativa, ya no existes». (p. 148, mi traducción)

The Message se añade a toda una serie de ensayos que propugnan que la lucha contra la opresión debe ser de ámbito global y debe contar con la intercomunicación de la amplia mayoría de pobladores del planeta que quisiéramos hacer de él un mundo más justo. Es obligación del periodismo decidir contar historias de quienes no tienen acceso a los medios y de aquellos cuyas voces son silenciadas, ya sea mediante el borrado de su existencia o mediante la violencia de la guerra. Con demasiada frecuencia, advierte el autor de The Water Dancer, son los mismos que detentan el poder quienes manipulan la realidad con su discurso: «Puede parecer extraño que las personas que ya han alcanzado una posición de poder mediante la violencia inviertan tanto tiempo en justificar su expolio con palabras. Pero incluso los expoliadores son seres humanos cuyas violentas ambiciones deben enfrentarse a la culpa que los corroe cuando se encuentran con los ojos de sus víctimas. Y por lo tanto debe contarse una historia, una historia que levante un muro entre ellos y aquellos a quienes pretenden estrangular y robar». (p. 29, mi traducción)

Publicado este año también en castellano (El mensaje) por Capitán Swing, con traducción a cargo de Paula Zumalacárregui.

26 jul 2024

Reseña: Africa is not a Country, de Dipo Faloyin

Dipo Faloyin, Africa is not a Country: Breaking Stereotypes of Modern Africa (Reino Unido: Harvill Sacker, 380 páginas.

Ahora que el neofascismo europeo en general y el español en particular la ha tomado con los jóvenes africanos que lo arriesgan todo por llegar a Europa y cometer el delito de querer una vida mejor, Señoría, yo los obligaría a todos ellos a leer este libro. La cosa es que uno duda, en todo caso, de que su lectura les vaya a ser de provecho, tan empecinados están en sus falsedades y tan abrazados están a la farola del racismo y la xenofobia.

Allá por los inicios de la década de los 90, cuando yo me ganaba los cuartos trabajando como intérprete en los tribunales y juzgados de mi ciudad, la meua València, recuerdo una demencial vista, celebrada al mediodía de un lunes de agosto tras un finde calurosísimo, en la que su Señoría quería tomarle declaración a un joven subsahariano, que había pasado todo el fin de semana en una celda. Habiendo casi terminado el trámite de la declaración y mi faena en aquel inmundo lugar, y en el momento en que se llevaban al reo, su Señoría dejó escapar una execrable sentencia que ha quedado marcada, indeleble, en mi memoria, y a la que a veces me he referido en algunos de los muchos talleres que he impartido sobre traducción e interpretación en estas tierras australianas. Dijo su Señoría: «¡Cómo apesta este negro!» Ahí te la dejo, para que extraigas tus propias conclusiones.

Que África no es un país es algo evidente, pero Faloyin elige ese título por razones también evidentes. Desde Occidente se suele aplicar sobre el continente un prisma que genera burdos estereotipos, muchas inexactitudes y exageraciones que aprovechan nuestra ignorancia, al tiempo que ocultan la realidad histórica de una colonización brutal cuyas nefastas consecuencias persisten hasta nuestros días.

En un prólogo y ocho capítulos, Faloyin trenza una perspicaz visión de diversos aspectos de la narrativa occidental prevalente sobre el continente africano que no solamente le irritan. Es más: sentencia que es urgente corregirlos y pone manos a la obra con este libro. Por ejemplo, la funesta, arbitraria creación de los estados actuales que las potencias europeas decidieron llevar a cabo en el siglo XIX, dividiendo territorios mediante líneas rectas o basándose sus propios intereses económicos. O también el expolio humano de la esclavitud y el artístico y cultural (se calcula que más del 90 % de los objetos y obras de arte de las culturas africanas habían producido antes de la invasión europea siguen en manos de museos y colecciones privadas fuera del continente africano – los griegos no son los únicos que siguen padeciendo la lacra del robo de su cultura).

Coproducción italo-alemana que nos endiñaron en TVE a los nacidos en la década de los 60. ¿Cuántos tópicos y estereotipos puedes detectar en tres minutos?

Otros capítulos están dedicados a cuestiones políticas: los diversos estereotipos del dictador africano, de siete de los cuales hace sobresalientes retratos. Especialmente significativos me han parecido las secciones dedicadas al síndrome de salvador blanco y la estrechez de miras que implica, y la centrada en el concepto e imagen de África que ha creado la industria cinematográfica de Hollywood, rociada con una deliciosa ironía en lo que es una sátira despiadada. Los dardos que lanza contra Bob Geldof y los muchos otros autoproclamados redentores son de los que hacen pupa.

Africa is not a Country es un examen juicioso, digno y experto de las complejas situaciones en las que continúan estando los pueblos y naciones africanas, que siguen existiendo al margen de las fronteras creadas por mandatarios occidentales que, en algunos casos, nunca habían puesto sus pies en aquellas tierras ni tenían conocimiento de la diversidad étnica, lingüística y cultural existente.

Máscara honorífica del antiguo reino de Benin, que sigue estando en el Museo Británico, en Londres.  
«Comencemos por donde el consenso es amplio: El 90 % del legado cultural material africano está guardado fuera del continente. La inmensa mayoría de estos objetos, que se cuentan por cientos de miles, posiblemente muchos más, fueron saqueados por medios violentos como consecuencia del expolio colonial. Poco después de su robo, a veces incluso el mismísimo día en que tuvo lugar, esos tesoros fueron vendidos por la fuerza invasora que había llevado a cabo la rapiña. Algunos de estos objetos terminaron en colecciones privadas, pero la mayoría de estos bienes fueron trasladados a museos. Y siguen estando en esos mismos museos. Los objetos que puedes ver en las salas y galerías representan solamente un porcentaje del número total de objetos que están en manos de los museos. El grueso de este rico botín ha quedado acumulado, oculto y encerrado en las bóvedas de las instituciones más ilustres del mundo occidental; bien lejos del alcance de visitantes, y ciertamente lejos del alcance de las naciones africanas a las que se los robaron – naciones que se han visto obligadas a implorar por sus tesoros durante más de medio siglo.

Entender esto solo puede llevarnos lógicamente a una pregunta de corte moral: ¿Cómo han justificado los museos el continuo acopio de tesoros que fueron robados a través de una deliberada campaña de violencia sistemática, y cuyos dueños han pedido constantemente su devolución desde que se los llevaron?

Pues de este modo: Los museos se han unido en una representación colectiva que enmarca el debate de la restitución como un enigma impenetrable. Es todo confusión por diseño. La realidad, nuevamente, es muy sencilla: Se mantiene el 90 % del legado material cultural africano fuera del continente. Fue robado mediante una campaña de violencia masiva». (p. 257-8, mi traducción)

23/09/2024: La editorial Capitán Swing lo ha publicado ahora en septiembre en castellano, con el título de África no es un país, traducido por Noelia González Barrancos.

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