26 jul 2024

Reseña: Africa is not a Country, de Dipo Faloyin

Dipo Faloyin, Africa is not a Country: Breaking Stereotypes of Modern Africa (Reino Unido: Harvill Sacker, 380 páginas.

Ahora que el neofascismo europeo en general y el español en particular la ha tomado con los jóvenes africanos que lo arriesgan todo por llegar a Europa y cometer el delito de querer una vida mejor, Señoría, yo los obligaría a todos ellos a leer este libro. La cosa es que uno duda, en todo caso, de que su lectura les vaya a ser de provecho, tan empecinados están en sus falsedades y tan abrazados están a la farola del racismo y la xenofobia.

Allá por los inicios de la década de los 90, cuando yo me ganaba los cuartos trabajando como intérprete en los tribunales y juzgados de mi ciudad, la meua València, recuerdo una demencial vista, celebrada al mediodía de un lunes de agosto tras un finde calurosísimo, en la que su Señoría quería tomarle declaración a un joven subsahariano, que había pasado todo el fin de semana en una celda. Habiendo casi terminado el trámite de la declaración y mi faena en aquel inmundo lugar, y en el momento en que se llevaban al reo, su Señoría dejó escapar una execrable sentencia que ha quedado marcada, indeleble, en mi memoria, y a la que a veces me he referido en algunos de los muchos talleres que he impartido sobre traducción e interpretación en estas tierras australianas. Dijo su Señoría: «¡Cómo apesta este negro!» Ahí te la dejo, para que extraigas tus propias conclusiones.

Que África no es un país es algo evidente, pero Faloyin elige ese título por razones también evidentes. Desde Occidente se suele aplicar sobre el continente un prisma que genera burdos estereotipos, muchas inexactitudes y exageraciones que aprovechan nuestra ignorancia, al tiempo que ocultan la realidad histórica de una colonización brutal cuyas nefastas consecuencias persisten hasta nuestros días.

En un prólogo y ocho capítulos, Faloyin trenza una perspicaz visión de diversos aspectos de la narrativa occidental prevalente sobre el continente africano que no solamente le irritan. Es más: sentencia que es urgente corregirlos y pone manos a la obra con este libro. Por ejemplo, la funesta, arbitraria creación de los estados actuales que las potencias europeas decidieron llevar a cabo en el siglo XIX, dividiendo territorios mediante líneas rectas o basándose sus propios intereses económicos. O también el expolio humano de la esclavitud y el artístico y cultural (se calcula que más del 90 % de los objetos y obras de arte de las culturas africanas habían producido antes de la invasión europea siguen en manos de museos y colecciones privadas fuera del continente africano – los griegos no son los únicos que siguen padeciendo la lacra del robo de su cultura).

Coproducción italo-alemana que nos endiñaron en TVE a los nacidos en la década de los 60. ¿Cuántos tópicos y estereotipos puedes detectar en tres minutos?

Otros capítulos están dedicados a cuestiones políticas: los diversos estereotipos del dictador africano, de siete de los cuales hace sobresalientes retratos. Especialmente significativos me han parecido las secciones dedicadas al síndrome de salvador blanco y la estrechez de miras que implica, y la centrada en el concepto e imagen de África que ha creado la industria cinematográfica de Hollywood, rociada con una deliciosa ironía en lo que es una sátira despiadada. Los dardos que lanza contra Bob Geldof y los muchos otros autoproclamados redentores son de los que hacen pupa.

Africa is not a Country es un examen juicioso, digno y experto de las complejas situaciones en las que continúan estando los pueblos y naciones africanas, que siguen existiendo al margen de las fronteras creadas por mandatarios occidentales que, en algunos casos, nunca habían puesto sus pies en aquellas tierras ni tenían conocimiento de la diversidad étnica, lingüística y cultural existente.

Máscara honorífica del antiguo reino de Benin, que sigue estando en el Museo Británico, en Londres.  
«Comencemos por donde el consenso es amplio: El 90 % del legado cultural material africano está guardado fuera del continente. La inmensa mayoría de estos objetos, que se cuentan por cientos de miles, posiblemente muchos más, fueron saqueados por medios violentos como consecuencia del expolio colonial. Poco después de su robo, a veces incluso el mismísimo día en que tuvo lugar, esos tesoros fueron vendidos por la fuerza invasora que había llevado a cabo la rapiña. Algunos de estos objetos terminaron en colecciones privadas, pero la mayoría de estos bienes fueron trasladados a museos. Y siguen estando en esos mismos museos. Los objetos que puedes ver en las salas y galerías representan solamente un porcentaje del número total de objetos que están en manos de los museos. El grueso de este rico botín ha quedado acumulado, oculto y encerrado en las bóvedas de las instituciones más ilustres del mundo occidental; bien lejos del alcance de visitantes, y ciertamente lejos del alcance de las naciones africanas a las que se los robaron – naciones que se han visto obligadas a implorar por sus tesoros durante más de medio siglo.

Entender esto solo puede llevarnos lógicamente a una pregunta de corte moral: ¿Cómo han justificado los museos el continuo acopio de tesoros que fueron robados a través de una deliberada campaña de violencia sistemática, y cuyos dueños han pedido constantemente su devolución desde que se los llevaron?

Pues de este modo: Los museos se han unido en una representación colectiva que enmarca el debate de la restitución como un enigma impenetrable. Es todo confusión por diseño. La realidad, nuevamente, es muy sencilla: Se mantiene el 90 % del legado material cultural africano fuera del continente. Fue robado mediante una campaña de violencia masiva». (p. 257-8, mi traducción)

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