El hecho es que
McEwan ha alcanzado cotas de maestría (Atonement, por supuesto; o incluso On Chesil Beach) a lo largo de su extensa carrera
autorial. Eso no admite discusión. Pero que le concedieran el Premio Booker en
1998 por una nouvelle como Amsterdam, cuyo desenlace está más
cercano al de un entremés que al de una novela, sigue siendo un misterio no
resuelto más de dos décadas después.
La trama comienza
con un funeral. La difunta es Molly Lane. Entre muchas otras personas, al
funeral asisten tres de los amantes que Molly tuvo en su vida. Además del shock
que les ha causado a los tres la rápida muerte de Molly, han de pasar por el
mal trago de cómo darle el pésame al esposo de Molly, George Lane, quien les
prohibió visitarla cuando se supo que estaba muriéndose.
¿Y quiénes son
los tres ínclitos caballeros? Vernon Halliday, el editor de un periódico que ha
visto tiempos mejores, cuyo puesto pende de un hilo; Clive Linley, un reputado compositor
a quien le han encargado una sinfonía que marque la llegada del nuevo milenio;
y Julian Garmony, ministro de exteriores del gobierno conservador, quien tiene considerables
aspiraciones a convertirse en el siguiente Primer Ministro del Gobierno de Su
Majestad.
Para Lane, los
tres son poco más que moscas cojoneras, pero Garmony parece llevarse todos los
numeritos del premio gordo del desprecio. De manera que cuando encuentra entre
las posesiones de la difunta unas comprometedoras fotos del ahora ministro, no
duda en entregárselas a Vernon.
Para el editor,
las fotos son justo lo que necesitaba para relanzar la tirada del periódico y
hundir la reputación del político. Dos pájaros de un tiro, ¿no? Vernon decide
consultarlo con Clive, que rechaza la idea y aduce que sería como una traición
a Molly.
En el transcurso
de esa primera conversación entre ellos (siempre regadas con vinos carísimos que
McEwan parece conocer muy bien) los amigos llegan a una especie de pacto de
asistencia recíproca en caso de contraer una enfermedad irreversible o perder
el juicio y la capacidad de decidir poner fin a su propia vida.
En fin: se
publican las fotos, Clive y Vernon se pelean, se insultan y comienzan a
odiarse. Clive huye al distrito de los Lagos para intentar terminar la sinfonía
y allí es testigo de cómo un violador ataca a una mujer pero no hace nada
porque en ese instante le llega la inspiración. A Garmony lo salvan de la
dimisión y la ruina de su carrera una hábil maniobra de sus asesores utilizando
a la esposa del ministro en una entrevista televisiva.
El escritor en el Festival Fronteiras do Pensamento, São Paulo, en 2016. Fotografía de Greg Salibian. |
Y para colmo, la sinfonía nunca llega a interpretarse. Mejor cambiar de emisora.
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