30 ene 2021

Reseña: Nutshell, de Ian McEwan

Ian McEwan, Nutshell (Londres: Jonathan Cape, 2016). 199 páginas.

“Sería yo el rey del espacio infinito incluso encerrado en una nuez, si no fuera porque tengo pesadillas” (Hamlet, II.ii.260)

Esta cita es, curiosamente, la que Jorge Luis Borges escogió (en inglés) como epígrafe de ‘El Aleph’. Y digo yo que debe de ser harto divertido ser Ian McEwan. A estas alturas de su dilatada carrera literaria se puede permitir prácticamente cualquier cosa. Como utilizar Hamlet en la trama de una novela negra. Pero para más recochineo, en Nutshell, el Hamlet con el que realiza sus malabares artísticos McEwan es un feto: de ahí la cita del acto II que he copiado más arriba, y que el maestro argentino empleó como guiño a su lugar-cum-momento del universo en donde se compendia todo: mundos, tiempos, espacios y saberes.

La idea es extremadamente ambiciosa, no creo que nadie lo ponga en duda, pero el hecho es que, como lector, uno tiene que dejar constantemente de lado, esto es, ignorar, el hecho de que quien narra la historia es un feto. ¿Puede suspender su incredulidad el lector ante las disquisiciones intelectuales de un nonato? Pst… Si simplemente quieres disfrutar de la prosa de McEwan, Nutshell debería agradarte, y mucho. No hay misterio: el asesinato se produce mucho antes del final del libro, y el desenlace es, por así decirlo, intrascendente. Otra criatura viene al mundo en un parto prematuro.

Y como en Hamlet, hay una Gertrude (Trudy) y un Claudius (Claude): ella vive en una mansión medio en ruinas que pertenece en realidad a su marido, John, poeta y académico de poca estofa. Está preñada y a punto de dar a luz. John y Trudy se han separado porque ella quiere tiempo para recalibrar su situación, pero la relación está definitivamente terminada. Al igual que en Hamlet, hay un pérfido hermano, Claude, agente inmobiliario y especulador que necesita dinero. Y a todo esto, es Claude el que se está tirando a la joven madre embarazada.

El joven Hamlet mata a su tío Claudius. Pintura de Gustave Moreau (1826-98)
Dicho y hecho: entre los dos planean el asesinato del desdichado John. La casa podría valer hasta 8 millones de libras esterlinas, de manera que, ¿Por qué no? ¡Todo sea por la pasta! Un poquito de etilenglicol (anticongelante) en el batido de frutas favorito de John, y a esperar la llamada de la policía.

¿Se saldrán con la suya? Y si las cartas les vienen mal dadas, ¿se revolverán el uno contra la otra? La podredumbre moral se agrega a la ruina de la vivienda y los malos olores que la suciedad, la mugre y la dejadez han ido acumulando desde que John dejó su casa, y todo ello bien bañado en buenos vinos blancos, botella tras botella, amén de una buena botella de escocés. Menuda familia. No es de extrañar que el nonato hable de estrangularse con el cordón umbilical…

“Hace unos minutos que en la radio han dicho que eran las cuatro en punto. Estamos compartiendo un vaso, quizás una botella, de un Sauvignon Blanc del Marlborough. […] Pero ya estamos en Nueva Zelanda, ya está en nuestro interior, y me siento más feliz de lo que he estado en días.” (p. 31-32)
Nutshell, como casi todo lo que escribe McEwan, roza la perfección en sus detalles, en los sorprendentes giros narrativos y en las referencias a cuestiones muy actuales como comentario social de fondo. McEwan se disfraza de feto para fustigarnos a todos por nuestras flaquezas y desatinos. Si como lector/a tienes problemas para suspender tu incredulidad, entonces quizás no le veas el punto. En mi opinión, es divertida y terrible al mismo tiempo. Sin embargo, le otorga al narrador una voz que en ocasiones resulta quisquillosa, empalagosa y pedante. ¿Es deliberadamente cargante? Difícil decirlo, pero lo que es innegable es que el artificio choca repetidamente contra la constatación insoslayable de que es un bebé, todavía no nacido, el que te habla.

Nutshell se tradujo al castellano como Cáscara de nuez (2017) en Anagrama, traducida por Jaime Zulaika. I també al català amb el títol Closca de nou (2017, també Anagrama), traduïda per Jordi Martín Lloret.

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