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13 jun 2024

Reseña: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo

Santiago Lorenzo, Los asquerosos (Barcelona: Blackie Books, 2019 [2018]). 221 páginas.

¿Quién no ha considerado alguna vez la idea de huir de todo y de todos, alejarse del mundanal ruido y vetar a la sociedad en un instante misantrópico y antisocial, mandarlo todo a la mierda y buscar un lugar en el mundo donde todas tus aspiraciones podrían limitarse a pasar los días paseando, contemplando el paisaje o meditando sobre el todo y la nada?

Un azaroso incidente en el zaguán de la finca donde vive en el centro de Madrid es lo que lleva al protagonista de esta cáustica crítica social en forma novelada a huir. Un policía antidisturbios en plena faena durante una mani entra en el patio y se topa con Manuel, un joven al que podríamos caracterizar como normal, que está saliendo de su minúsculo piso en la calle Montera. Sin apenas mediar palabra (primero las hostias, luego las preguntas) empuja a Manuel contra los buzones y él se defiende clavándole en el cuello un pequeño destornillador que siempre le acompaña en el bolsillo de su chaqueta.

Naturalmente, a un joven normal como Manuel le entra el pánico. Acude a ver a su tío para que le ayude, y entre los dos deciden que Manuel salga de Madrid y busque un sitio donde esconderse hasta que sepan si a Manuel las autoridades lo han declarado enemigo público número uno.

Otro Zarzahuriel, otra casa para el siguiente Manuel que decida mandar la ciudad a la mierda. El lugar se llama El Tesorero y está cerca de Baza, Granada. Fotografía de MdeVicente. 

Carretera y manta. Manuel encuentra una aldea llamada Zarzahuriel, un lugar completamente deshabitado, como tantísimos parajes del interior del país. Entra en una de las casa que todavía se mantienen en pie y la ocupa. No tiene luz, no tiene agua y solamente la poca comida que ha traído consigo, pero le sobran inventiva y ganas de vivir en un sitio así. El tío, la voz del narrador tras la que no es difícil situar al autor, le irá prestando la ayuda logística necesaria para que el plan de ocultamiento y alejamiento de esa civilización que se perfila por un lado como amenazadora y por otro como simplemente enojosa.

Los repartos de comida y enseres del supermercado mantienen a Manuel vivito y coleando durante meses. Pasa el tiempo, transcurren una tras otra las estaciones y, para Manuel, Zarzahuriel se convierte en un paraíso terrenal. De la austeridad forzada por sus circunstancias pasa a una brutal frugalidad por decisión propia, viviendo absolutamente solo y disfrutando cada segundo de ello. Y eso que el tío le consigue un trabajito que solamente requiere atender al teléfono a guiris deseosos de practicar el castellano. Es casi ideal, ¿no?

Hasta que un día la civilización moderna regresa a Zarzahuriel en forma de señora que compra la casa al lado de la que ha ocupado Manuel. Y con la señora vienen todos los miembros de su extensa familia, que religiosamente acuden todos los fines de semana para “disfrutar” en un ejercicio de soberbia y gilipollez extremada de la paz del entorno rural (y de paso joderle la vida a Manuel, que sigue oculto).

El desenlace es muy ingenioso. Lorenzo lo borda y deja sin responder la pregunta que todo el que disfrute de una buena trama se haría en el caso de Los asquerosos. Además de presentar una razonada apología del retraimiento social y una justificación ajustada a la realidad actual del porqué una persona normal podría tomar la decisión de marcharse a vivir la soledad, Lorenzo pone de relieve lo absurdo de la dicotomía ciudad vs. campo a la que nos empuja el sistema económico neoliberal occidental, sin que podamos hacer gran cosa por remediarlo.

Por otra parte, Lorenzo demuestra ser un virtuoso del lenguaje: Hay en Los asquerosos un despliegue creativo y transgresor que, como lector en castellano, yo no había experimentado desde la Larva de Julián Ríos (1983). Un buen libro.

6 feb 2024

Reseña: A doble ciego, de Víctor Sombra

Víctor Sombra, A doble ciego (Barcelona: Penguin Random House, 2023). 275 páginas.

Desde mediados de 2020, todos los días tomo dos pastillas, medicinas recetadas por un médico. Uno no duda en momento alguno de la bondad de un galeno que te receta un determinado compuesto químico (en mi caso, la metformina) para resolver algún problema de salud (en mi caso, diabetes mellitus tipo II). Sin embargo, ¿Cómo puede uno tener la certeza absoluta de que la caja que te dispensan en la farmacia contiene únicamente ese medicamento y no otro? Esta es, esencialmente, la duda que le sirve al salmantino Víctor Sombra para confeccionar un thriller insólito, utilizando un lenguaje que resulta bastante inusual en la narrativa española contemporánea.

La trama no gira únicamente en torno a un misterio, pues la estructura de A doble ciego aborda la cuestión de la metaficción y la convierte en tema mismo de la novela. Y no terminan ahí los elementos que se pueden identificar como temáticos: está la ética de la investigación tanto científica como periodística, el racismo que la primera narradora, Ben, sufre en sus propias carnes, los muchos males que el capitalismo tardío continúa creando en la sociedad contemporánea…

Ben es una sensacional hacker que desea contribuir con su pericia al esfuerzo de un grupo de activistas de vida alegre y despreocupada. Por curiosidad, más que otra cosa, el grupo se decide a presentar una propuesta a un Concurso de Innovaciones en Noruega. No lo ganan, pero atraen la atención de un extraño personaje, Dixon, quien les ofrece un suculento pago a cambio de recopilar datos sobre un medicamento creado en la década de los 80 por una empresa farmacéutica.

El centro de Oslo es donde se sitúa el cabo del hilo del que hay que tirar... Fotografía de Lars Tiede
Naturalmente, tras calcular las numerosísimas noches cerveceras que ese dinero podrá valerles – como estudiante que fui, no deja de ser un comprensible prisma con el que ver el trabajo, el tiempo, la vida, etc. a cierta edad – aceptan el encargo y se ponen manos a la obra. También el capitalismo encuentra los caminos para retorcer hasta las voluntades más firmes…

Revelar si a partir de todos los datos que consiguen mediante sus hackeos desentrañan una conspiración maléfica o no rozaría el spoiler, y por lo tanto no corresponde hacerlo. Solamente diré que al final del hilo vuelve a aparecer la inquietante y opaca Nora Wang, personaje que formaba parte del elenco de otra novela anterior de Sombra.

Como ya hizo Sombra en La quimera del Hombre Tanque, A doble ciego es el instrumento literario que el autor emplea para ofrecer al lector un debate de ideas fundamental en esta primera mitad del siglo XXI. Y porque la trama que teje Sombra te reclama la atención como lector y la construye en una metanarrativa bien ordenada, resulta ser un instrumento literario de alta calidad. La novela se articula en torno a una serie de diarios (el autor prefiere denominarlos «libros») de los personajes. Cada uno de los libros contribuye a desgranar partes del misterio e introduce otros elementos de intriga, pero se deja entrever, a medida que avanzas en la lectura, que detrás de todo hay una fuerza superior que convierte a todos los involucrados en simples juguetes. No en vano, el subtítulo de la novela es Apuntes para un manual de la ignorancia.

Si digo que Víctor Sombra es un escritor político, creo que no debiera considerarse como una censura. Al contrario, pretendo elogiar una manera de entender la literatura que cree en el compromiso ideológico, en principios de justicia social y en la resistencia frente a ambiguas o enmascaradas expresiones del poder económico, que es el que a fin de cuentas rige nuestros (humildes, sí, pero nunca insignificantes) destinos.

Arriba he señalado lo que pienso que es el infrecuente lenguaje de A doble ciego. Siendo ante todo una apreciación subjetiva, releyendo pasajes del libro me reafirmo en lo anterior: en ocasiones me hacía sospechar que quizás estaba leyendo una muy buena traducción al castellano de un texto generado en otro idioma (Sombra ha vivido muchos años en Suiza y domina los principales idiomas europeos). Hay otra posibilidad: el hecho de que la suya sea una prosa tan cuidada, tan magníficamente pulida y atenta al detalle sería el resultado de un encomiable trabajo de relectura y rescritura. Sea lo que sea, A doble ciego es un libro muy recomendable, especialmente para quienes no quieran seguir pecando de esa ignorancia a la que inevitablemente nos aboca un double-blind study.

1 ago 2022

Reseña: Los días perfectos, de Jacobo Bergareche

Jacobo Bergareche, Los días perfectos (Barcelona: Libros del Asteroide, 2021). 177 páginas.

Los días perfectos es un librito compuesto de dos largas cartas que escribe Luis. La primera va dirigida a su amante mexicana Camila, con quien había estado acudiendo a un congreso de periodismo en Austin (Texas) hasta ese año. Por un lado, la carta rememora cómo se conocieron y pasaron días que rozaron la perfección, mientras que por otro hace un repaso de su peculiar investigación de corte biográfico-literario en torno a las cartas del Nobel de 1949 de Literatura, William Faulkner, a Meta Carpenter, la secretaria de su agente, con quien mantuvo una relación de las llamadas ilícitas.

En realidad, la fascinación de Luis con Faulkner y sus cartas le sirve al autor como subterfugio narrativo para dotar al libro de un trasfondo literario para la (apenas presente) trama.

La segunda parte es también una carta de Luis, dirigida en cambio a su esposa Paula en Madrid. En ella también hace mención de Faulkner y sus misivas a Meta, refiriéndose a la apatía a la que intuye que la vida conyugal lo ha condenado: «somos incapaces de arrancar espontáneamente con esa vieja melodía sobre la que improvisar a dúo, nos salimos de la canción todo el rato, estamos tocando sin escucharnos, la intensidad se pierde pronto y todo parece previsible y recitado a media voz como recitan las viejas en misa.» (p. 162)

Un día perfecto, una canción perfecta.

¿Qué es un día perfecto?, podríamos preguntarle a Luis (o a Bergareche, ya puestos). E incluso si fuese posible dar con una respuesta a esa pregunta, yo personalmente la rebatiría de inmediato, porque la idea de vivir ‘un día perfecto’ ya no me sirve de nada. Me es más atractiva la noción de vivir cada día como si pudiese ser el último día que viva. Pero ninguno es perfecto.

En ambas cartas Luis compone una diatriba no exenta de humor sobre el hecho de enamorarse y ejercer el apasionamiento en nuestras vidas. Pero no deja de ser una invocación convencionalmente rebelde en contra de la frustración que sigilosamente invade nuestras vidas conforme envejecemos.

Y un último apunte: Bergareche traduce «collarbone», es decir, la clavícula (de la carta que Faulkner le dirigió a Meta un viernes de 1960) como «vértebra», un pequeño error significativo dado el contexto en el que aparece.

El cuadro favorito de Luis: Goya, Retrato de la Marquesa de Santa Cruz, 1805.

14 nov 2021

Reseña: El hombre que se creía Vicente Rojo, de Sònia Hernández

Sònia Hernández, El hombre que se creía Vicente Rojo (Barcelona: Acantilado, 2017). 137 páginas.

La narradora de esta nouvelle de Sònia Hernández estaba atravesando una profunda crisis profesional y existencial cuando le surgió una magnífica oportunidad de tratar de relanzar su vida. Desde muy bajos niveles de autoestima y un desolador horizonte profesional, anímico y familiar, tras conocer a un famoso pintor la señora puede escribir un reportaje o un artículo para el periódico en el que solía trabajar.

La oportunidad se le presenta cuando su hija Berta se desmaya mientras escrutaba uno de los cuadros del pintor Vicente Rojo, expuesto en su instituto. El hecho es, sin embargo, que Berta estaba jugando a algo que ella denomina prosopagnosia. La prosopagnosia es un trastorno de carácter neurológico que ocasiona que quien lo padece no pueda reconocer los rostros de personas que ya conoce. Berta suele jugar frente al espejo en casa o con compañeros de clase: aguantan la respiración hasta que la falta de oxígeno en sus cerebros distorsiona la visión de las personas y objetos que tienen delante.

Es el pintor quien ayuda a Berta a volver a su casa. El entorno doméstico está muy lejos de ser el ideal para una adolescente obsesionada con la fealdad. Todo es feo, según Berta. Comenzando por ella misma. El padre se marchó. La madre tiene serios problemas de sobrepeso. Cuando conoce al hombre que dice ser Vicente Rojo, se agarra a la circunstancia de tener a su alcance una posible exclusiva con el pintor como a un clavo ardiendo. ¿Una salida, un augurio de superación personal y logros profesionales que barrunten un regreso a una existencia más tolerable?

Vicente Rojo: El verdadero. Fotografía de Milton Martínez - Secretaría de Cultura CDMX. 
La narración está concebida como una suerte de confesión. Y es este tema el que explota la autora con cierta fruición. Tenemos por lo tanto una narradora nada fiable inmersa en una fuerte crisis existencial que desearía reconvertirse en algo. Pero Hernández lo que hace es rizar el rizo: la madre es un personaje que se cree voz narradora poco fiable. Al comienzo de la historia repite hasta tres veces que su edad es cuarenta y tres años. Y que a esa edad, pues debe estar cerca del final. ¿De qué? Ni se sabe, ni realmente importa.

La segunda parte del libro apenas desarrolla la trama. Berta sugiere que sea el pintor, sea Vicente Rojo o no, quien ayude a la comunidad escolar del instituto a pintar un gran mural en honor de su compañero y amigo Mario, que ha sido diagnosticado con una grave enfermedad. El hombre que se cree Vicente Rojo titubea, no tiene nada claro que su contribución vaya a tener significancia. Pero la madre insiste y le visita en su estudio en entrevistas que con cada vez mayor frecuencia semejan ser sesiones terapéuticas. La labor periodística deja de ser una prioridad.

También el pintor terminará confesando su mentira vital. La lección que nos invita a extraer El hombre que se creía Vicente Rojo, pienso, es que todos podemos reinventar nuestra persona, romper con el pasado para construir una nueva identidad que nos satisfaga. O que nos deje vivir en paz. Y eso merece celebrarse con una opípara merienda, aunque solo sea por superar una vez más la sensación de que llegaba un final de algo. ¿De un libro sobre un hombre que se creía Vicente Rojo?

23/12/2021. My slightly different review of the English translation of the book (published as Prosopagnosia) has appeared in The AALITRA Review (16) 2021.

30 may 2021

Reseña: Dadas las circunstancias, de Paco Inclán

Paco Inclán, Dadas las circunstancias (Zaragoza: Jekyll & Jill, 2020). 151 páginas.

Este pequeño volumen de crónicas y relatos revestidos de una tremendamente sutil ironía es el primero que leo de mi paisano Inclán. Y en verdad que no defrauda. A quien le gusta la literatura que finge haberse puesto rumbo a ninguna parte, Dadas las circunstancias le debe agradar con creces.

El volumen comprende 8 relatos localizados en diferentes partes del mundo. Inclán llega a estos lugares por alguna peregrina razón que nos explica al inicio de cada relato. En el primero, ‘Plutón, planeta enano’, Inclán acude a Praga con motivo de la Feria del Libro. Tras los actos oficiales queda a tomar unas copas con Maritza, una estudiante de traducción, y un autor local, Hesel, que busca editor en español.

Hesel resulta padecer enanismo. Inclán recuerda en la primera parte de su relato cómo se enteró de la decisión de quitarle a Plutón la categoría de planeta del sistema solar en las orillas del océano Pacífico mexicano. La velada discurre en diálogos confusos e inconclusos, miradas hundidas en esa singular incomprensión empapada en alcohol y que acentúa la falta de una lengua común. La salida más decorosa es pagar la cuenta y olvidarse para siempre del manuscrito de Hesel.

El siguiente relato es más bien una colección de viñetas que transcurren en La Habana. En la capital cubana Inclán conoce a un imitador del Che Guevara, que incluso tira de inhalador para parecer más realista; se desilusiona en una librería donde se amontonan libros que nadie quiere, nadie va a leer y nadie va a echar de menos; conoce a una valenciana con la que comparte un viaje en coche y luego la cama durante un par de horas; y finalmente recibe un testimonio de un joven cubano, en un breve relato que evidencia la ineptitud y esterilidad que produce la burocracia del sistema cubano.

En ‘El último hablante de erromintxela’, Inclán viaja al País Vasco buscando al que, se supone, es el último vestigio viviente de un idioma virtualmente extinto. Bajo una pertinaz lluvia sigue una senda en los montes de Llodio buscando a Goyo y termina dando media vuelta, confundido, avergonzado y derrotado. ¡Que se muera el idioma!

Hauré passat per aquest punt del carrer de l’Hospital milers de vegades. I si estava Paco Inclán al meu costat i no ho sabia? Fotografia d'Espencat.
‘Escatología en la obra de Arnau de Vilanova’ parte de una premisa equivocada. La escatología a la que se refiere el título no es sobre el estudio de los excrementos sólidos con fines científicos, sino que versa sobre las ideas y creencias en torno “al fin de los tiempos”. (Sí, es cierto: ¿Hay algo más absurdo que estudiar algo que nunca vamos a conocer?) El caso es que esa investigación académica que lleva a Inclán a la Biblioteca del Carrer de l’Hospital en mitad del siempre infernal mes de agosto en València está condenada. Al autor le entran unas imperiosas necesidades de evacuar el intestino grueso. Sale de la biblioteca y busca un lugar en una ciudad desierta: “Una pintada en un muro, «buen sitio para hacerse porros», me indica que he encontrado un escondrijo idóneo bajo la imponente sombra de un árbol […] que, a poco que la fama me fuese propicia, se convertiría en centro de peregrinación de mis lectores: «En este lugar depuso Paco Inclán sus ínfulas de grandeza.» (p. 82). Toda una epopeya, que termina con una sencillísima clarividencia: “El apocalipsis apenas dura unos segundos, seis o siete.” (p. 86) Como dicen los mexicanos: «No manches, güey».

Paco Inclán debe de tener una ¿alarmante? habilidad para coincidir en el espacio y tiempo con gente más excéntrica y rara que él. Solo así se comprende el ‘Viaje al país del esperanto’, donde conoce a Miquel, quien “afirma trabajar en favor de una alianza para «sumar esfuerzos en la internacionalización del esperanto y la normalización del consumo del cannabis».” (p. 100) Gracias a un dato que le pasa Miquel, consigue pasar la noche siguiente en un museo privado, fumando marihuana entre libros en una lengua que no ha aprendido y preparando un artículo sobre los esperantistas que nunca verá la luz.

Nunca decae el excelente nivel de ironía que hay en los relatos de Dadas las circunstancias. En Veracruz, donde dice haber ido a contraer matrimonio, asiste a un homenaje a Pancho Villa, aunque, de hecho, el revolucionario nunca estuvo en la ciudad. Pero el invitado estelar es “uno de los tropecientos nietos” de Villa, el Presidente de la Fundación Pancho Villa. Es ‘La exaltación de las ausencias’ en Veracruz: “Su huella es indeleble aunque nunca la pisara.” (p. 135)

Completan el volumen dos relatos localizados en Valladares (Galicia) y Berlín. En mi opinión, la principal virtud de la escritura de Paco Inclán es ese discurrir hacia ninguna parte, realizando esbozos de personajes inverosímiles por lo insólitos que son, al tiempo que se ríe de sí mismo. Lo que cuenta es el viaje, nunca el destino, y con Paco al volante…

Gràcies, T. M'ha agradat una barbaritat!

13 dic 2018

Paco Roca's La casa: A Review

Paco Roca, La casa (Bilbao: Astiberri, 2016). 131 pages.
People of my generation will easily identify with the circumstances and the scenario depicted in Valencian Paco Roca’s La casa. The second half of the 20th century meant a huge populational move from small villages and towns to what we in Australia colloquially call ‘the Big Smoke’, the cities, yet many of the houses the generation of post-war parents left behind in order to make a living in cities are still standing, holding various secrets and a kind of poignancy that only those who have lived the place know well.

It's never too late to learn.
In Paco Roca’s case, the trigger was his father’s demise. Returning to the house of his childhood summers, the father’s presence is still profoundly felt in every nook and corner. The house may be now uninhabited, but memories of his old man are still inspiring feelings in each of the siblings and even in the grandchildren. But there are also disagreements: what to do with the house?

Characters are roughly explained. Both parents are gone, but there are three adult siblings, their spouses and children. An initial decision has been reached: fix the many issues the house has, repaint it and then sell to the highest bidder. Is that what they really want to do?
The longer they spend at the house, the more uncertain they all are about the decision. Each of them recalls very personally meaningful moments. The house still hosts the presence of their parents, although Roca seems to focus far more on the dead father.

Remembering moments with your grandpa while taking a dump. A priceless chunk of the best humour.
There is also a neighbour, a man of the older generation, who is always around providing advice, asking questions, offering to help. What works best in La casa is the way the story-line moves back and forth. Roca is highly skilful when it comes to infuse the narrative with merely hinted-at feelings, such as grief or filial love. The inexorable passage of time is also a theme Roca carefully develops throughout this little gem of a book.

An extraordinary way to finish a book: I'll take the fig-tree with me, thanks!
As we slowly approach that age at which death, though fortunately not imminent (or at least I hope not!), becomes an ineluctable prospect, the question arises: what should we do with the family home? Is the sentimental value more important than its monetary value? And is property ownership a worthwhile undertaking in a world that seems increasingly unstable and dangerous?

La casa is a wonderful effort on a universal topic. It would undoubtedly deserve to be translated into many languages. Gràcies, T.

5/3/2022: Published in English as The House by Fantagraphics in 2019 (translation by Andrea Rosenberg).

15 abr 2018

Reseña: La quimera del Hombre Tanque, de Víctor Sombra

Víctor Sombra, La quimera del Hombre Tanque (Barcelona: Penguin Random House, 2017). 222 páginas.
(Vaya por delante mi agradecimiento al autor por enviarme un ejemplar de su novela, y costear ese envío de su propio bolsillo.)

Pocas imágenes definen mejor las postrimerías del siglo XX que la del famosísimo video de ese solitario manifestante en la Plaza Tiananmen en Beijing el día 5 de junio de 1989, quien, cargado con una bolsa de plástico en cada mano, se enzarzó en un desafiante baile con la columna de tanques del Ejército Rojo.

El Hombre Tanque, emblemático mural en las calles de Colonia. Fotografía de Raimond Spekking.
La identidad de esa retadora persona sigue siendo un misterio. Tanto en las artes plásticas como en el arte de las palabras el llamado Hombre Tanque se ha vuelto a hacer presente. Estatuas, murales, camisetas y libros han rendido homenaje a este anónimo defensor de los derechos humanos. Steve Erickson, por ejemplo, lo hacía emerger como líder de un movimiento de resistencia en su fascinante Our Ecstatic Days (2005).

En La quimera del Hombre Tanque, Víctor Sombra sitúa a ese joven chino, al que todos llaman Rana, exiliado en 2014 en Azerbaiyán y regentando un tugurio de mala muerte. Durry, un agente secreto chino criado en Surry Hills (Sydney), recibe el encargo de encontrarlo y preparar el reencuentro de Rana con el comandante del tanque al que hizo parar tantas veces en las inmediaciones de Tiananmen. La idea es grabar ese reencuentro en un video que escenifique la reconciliación de los que el régimen del PCCh aplastó en 1989 con los dirigentes contemporáneos de China, estos mismos que han hecho del capitalismo marxista (¿Para qué quiere usted otras libertades si tiene a su alcance la libertad de consumir todo lo que quiera?) la ideología triunfante en esta segunda década del siglo XXI. Y naturalmente, ese reencuentro habrá de grabarse con un teléfono móvil. Faltaría más.

Mas la escenificación se convierte más en encontronazo que encuentro. El militar se niega en última instancia a participar y la desconfianza general se impone. Rana huye y Durry recibe la orden de poner a fin a todo el proyecto, acompañado por una atractiva, aunque muy calculadora, joven agente de los servicios secretos chinos.

La quimera del Hombre Tanque es, desde un punto de vista meramente formal, un thriller cuya inconclusa resolución deja un buen gusto de boca. La virtud de Sombra es esconder bajo esa capa de trama de agentes secretos un importante debate de ideas que, sobre el armazón de una ficción histórica, resulta urgente, si no imprescindible. Al situar la novela en Azerbaiyán, en las orillas del Mar Caspio y sus pozos petrolíferos, Sombra apunta sus dardos en dirección a los males que aquejan a la sociedad globalizada de nuestros días: el yihadismo violento, tan pueril en sus fundamentos y justificaciones, la destrucción del planeta y la insostenibilidad del modelo productivo imperante, la incapacidad e insolvencia moral de la democracia liberal occidental para justificar los desmanes del capitalismo, y las derivaciones que éstos ocasionan en todos los estratos sociales menos favorecidos y en los países que todavía no han alcanzado un suficiente nivel de desarrollo.

Días más tranquilos en la Plaza en agosto de 2012. Fotografía de Nicor. 
La idea (ficticia, por supuesto, pero no del todo inverosímil) de una supuesta reconciliación entre esa generación que buscó romper con el orden comunista y denunciar la corrupción inherente al sistema de partido único no deja de ser original. La situación política actual en Hong Kong desmiente tajantemente que haya el mínimo asomo de posibilidad de que ello vaya a ocurrir.

Como tantas otras reconciliaciones políticas escenificadas para legitimar transiciones ‘blandas’ (o pacíficas) antes que permitir reformas profundas (o bruscas), sería siempre teatro. Como el bigote mexicano que Rana se deja crecer, es una impostura. Con un buen sombrero de mariachi, un poncho y bigote, cualquiera podría hacerse pasar por mexicano. Con o sin Máster, qué más da.

22 oct 2017

Reseña: El Sistema, de Ricardo Menéndez Salmón

Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema (Barcelona: Seix Barral, 2016). 327 páginas.
La palabra sistema (del griego σύστημα ' reunión, conjunto, agregado' — identifica una serie de reglas, estamentos y procedimientos que disponen el funcionamiento de un grupo o colectividad, o en términos generales, la sociedad. En esta novela de Menéndez Salmón, el Sistema es un conjunto (un archipiélago, nos dice el Narrador, el protagonista de El Sistema) en el que hay dos grupos enfrentados. Por una parte, los Propios del Sistema, autoerigidos en legítimos defensores de la civilización; como en toda narrativa que se precie debe haber un antagonista, en este caso ese papel corresponde a los Ajenos, exteriores, bárbaros, peligrosos. Nosotros y ellos. Nada nuevo bajo el sol.

El Narrador lleva cinco años trabajando en una Estación en la costa de una isla llamada Realidad. Su misión es vigilar el litoral y avisar al Sistema de cualquier incidente, especialmente el avistamiento de Ajenos, personas cuya ideología es contraria al Sistema y busca socavarlo. Cuando llegan dos ingenieros que instalan una Caja a la cual le prohíben acceder al Narrador, las cosas empiezan a cambiar rápidamente. Con el paso de los días, el Narrador se derrumba; tras un tratamiento médico, regresa a la Estación y es testigo de la llegada de Ajenos, pero no la reporta. Le asignan un compañero llamado Buena Muerte, comprueba con incredulidad cómo se distancia de su familia y finalmente abandona su puesto.

Un estupendo puesto de vigía para pasar un finde. Acantilados cerca de Garie Beach, al sur de Sydney. Fotografía de Timothy M Roberts.
El resto de la esquematizada trama es una extraña odisea del Narrador, quien es internado en una Academia del Sueño hasta la caída del Sistema y la invasión de Realidad por parte de los Ajenos. De allí se embarca con su celador/doctor, Klein, en una gabarra infernal que los Ajenos conducen hasta el Gran Norte y finalmente hasta otra isla donde hay una absurda estructura arquitectónica denominada la Cosa.

El Sistema es una densa novela de ideas. Son muchas (y desde luego, muy buenas) las que explora el Narrador. Pero son tantas que en ocasiones la estructura novelística se resiente. Menéndez busca examinar el deterioro de la sociedad posmoderna que, según parece, estamos viviendo en estas primeras décadas del siglo XXI. La sociedad que el Sistema defiende por todos los medios — sean lícitos, limpios o justos no parece importarle a nadie — es sin duda ignominiosa, pero no tan distante de la que ha producido, por poner un ejemplo palpable, un 50% de paro juvenil en esa “isla” que Menéndez da en llamar Realidad y que tanto ha defraudado a una generación entera de sus ciudadanos.

El Narrador se ve desde un principio como pieza del mecanismo del Sistema, y sus actos subversivos se recogen en tres cuadernos, que corresponden a las tres primeras partes de El Sistema. En sí, la novela es un gran juego metaliterario — además de las citas que el autor recoge en la nota final del libro, hay una infinidad de ecos literarios, que divertirá sin duda a quien le atraiga esa clase de pasatiempo.

A mi parecer, esta novela del autor de Derrumbe tiene dos problemas. El primero es, obviamente, la patente trabazón conceptual del empeño del autor: son tantas las ideas que la trama se atasca en ellas. El segundo lo identifico en la decisión deliberada del autor de escoger tres puntos de vista para cada una de las cuatro partes. La primera, ‘En la Estación’, nos presenta al Narrador a través de la tercera persona. En la segunda, ‘En la Academia del Sueño’, el Narrador nos habla en primera persona. Ese salto no debiera ser tan importuno si en las otras dos se mantuviera algún atisbo de coherencia. Pero no es así: en la tercera parte el Narrador se habla a sí mismo en segunda persona, un recurso efectista, pero en mi opinión poco exitoso. Por último, en la cuarta parte, ‘En la Cosa’, la narración vuelve a la tercera persona con una voz omnisciente. Si lo que buscaba Menéndez Salmón era sembrar el caos, no hay duda de que se ha acercado al objetivo. Pero su novela flaquea como resultado de esos vaivenes.

La interminable curiosidad por conocer.... y conocernos.
Clave para la interpretación de la novela resulta el cuadro de Rembrandt La lección de anatomía del doctor Tulp. Pienso que Menéndez identifica el cuadro — esto es, la representación artística — como concreción de la belleza en tanto que máxima creación humana. El tema de fondo de El Sistema sería pues la regeneración de la humanidad. En todo caso, esta novela no deja un buen sabor de boca: a ratos uno no tiene claro si está leyendo ficción o un tratado de literatura filosófica. Quizás algún día el Narrador nos lo pueda explicar, pero lo dudo.

3 oct 2017

Reseña novienvre, de Luis Rodríguez

Luis Rodríguez, novienvre (Barcelona: Tropo, 2016). 170 páginas.
¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de intenciones transgresoras? La errata de novienvre es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.

La historia de novienvre está narrada en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor. Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.

En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil, según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor. Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del resto: se llama Genaro.

La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa traición por parte de un hombre del pueblo.

Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas. Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa a Santander.

"Compro un ciclomotor de segunda mano. Me sirve para constatar una reacción mental curiosa: hay cosas que mi cerebro no asimila. No consigo aislarlo, descubrir qué lo motiva. Circulo por Madrid: paro si paran los vehículos y salgo cuando los demás. Para mí, los semáforos son jeroglíficos. Lo de la moto dura poco; un día, en La Castellana, se me sale la cadena, aparco en la acera y me voy andando." (p. 58). Fotografía de Alex Proimos.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del mundo choca diametralmente con la realidad.

Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar conclusiones.

Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación, de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la página, y estéticamente no aporta nada.

novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena seguirle la pista a este escritor en los próximos años.

27 may 2017

Reseña: Intemperie, de Jesús Carrasco

Jesús Carrasco, Intemperie (Barcelona: Seix Barral, 2016 [2013]). 223 páginas.
De Intemperie uno podría escribir: “McCarthy does Extremadura” y quedarse tan pancho, simplificar y estereotipar sin miramiento alguno. Pero quedarse así de pancho no es exactamente lo que uno persigue al escribir en un blog de literatura sus impresiones sobre lo que lee. No es que se trate de profesionalismo – nadie me paga por dar mi opinión – sino de demostrar una mínima autoestima como lector y compartir apreciaciones, observaciones, justificar cosas que gustan y otras que no gustan tanto con quienquiera que llegue a esta página y se tome la molestia de leerme.

Para empezar, debo advertir que tiendo a desconfiar mucho de casi todo lo que se me propone desde los medios ‘serios’ de la Península Ibérica, tan consagrados ellos, como ‘imperdible’. Así, por ejemplo, Senabre comenzaba su reseña de Intemperie en El Cultural (18 de enero de 2013) afirmando que “La publicidad no es en este caso hiperbólica ni engañosa.” Toda publicidad que se precie peca de la exageración (si no, no es publicidad sino crítica o valoración), y el caso de Intemperie no es una excepción.

Tres meses después, Paula Cifuentes caracterizaba el debut de Jesús Carrasco en Letras Libres como un libro complejo. No puedo estar más en desacuerdo: con apenas 200 páginas, una exigua trama lineal, unos pocos (muy pocos) personajes, que además están tenuemente caracterizados, uno no siente ni detecta complejidades dignas de mencionar en Intemperie.

Pero el hecho innegable es que la novela triunfó en toda Europa, tras traducirse a toda una retahíla de idiomas. La historia atrapa el lector desde la primera página, y aunque a ratos la narración decae, Carrasco mantiene el suspense con habilidad.

Por si no conoces el argumento, ahí va un resumen: un niño ha huido de su casa (y de su pueblo) en una región del sur de España azotada por una bestial sequía. No sabemos de qué atrocidades huye, pero su desesperación le empuja, y ya se sabe que la supervivencia nos obliga a hacer lo que normalmente resultaría irrealizable. Tras evadir los primeros intentos de búsqueda, el niño encuentra a un viejo cabrero. Su primer instinto es robarle comida y agua y poner tierra de por medio. El cabrero, sin embargo, le salva la vida cuando el niño sufre una insolación de órdago.

Para poder escapar del alguacil y sus secuaces deben atravesar el llano, un espacio estéril, descarnado y despiadado. El viejo cabrero decide parar en las ruinas de un viejo castillo. Cuando aparecen el alguacil y sus dos desalmados ayudantes, parecería que la suerte está echada. Pero el niño sobrevive en un escondrijo, y el cabrero sobrevive a la paliza del alguacil. Las que no sobreviven son las pobres cabras, que ninguna culpa tenían de nada.

¿Qué hemos hecho nosotras para merecer esto?
Fotografía de Bryan Ledgard, de Yorkshire 
El niño tiene ahora que salvar al cabrero, y por eso se va con el burro, hasta un pueblo donde se supone que hay agua, siguiendo el polvoriento camino. En el pueblo solo hay un tullido que tiene comida y engaña al chico. Desde ese momento, los acontecimientos se precipitan y la ley de la supervivencia imperará. La violencia, la muerte y la crueldad extrema pasarán a formar parte de la vida del niño, cuyo único objetivo habrá de ser alcanzar la libertad. El precio es alto, pero conservar la vida lo exige.

La prosa de Carrasco es en cierto modo similar al paisaje de la zona del mundo que describe. Un lugar arisco, donde el diálogo es siempre escueto y la descripción de detalles es harto estricta: Carrasco es, desde luego, un narrador muy disciplinado. Y ello se agradece. Una novela de este estilo con más de 350 páginas me resultaría casi seguro inaguantable. Virtuoso del mot juste, Carrasco da pocas pistas sobre un momento histórico donde el lector pueda situarse. Pudiera ser la posguerra, pero el autor no nos regala nada. Al contrario: prefiere que el lector lea entre líneas.

Intemperie es una muy buena primera novela. Carrasco escribió otras que no verán la luz – o al menos eso se deduce de lo que dice en las entrevistas que concede. Bebe de la tradición de la picaresca castellana, de la tosquedad o la circunspección de autores españoles de la posguerra, de escenarios distópicos o postapocalípticos más recientes.

El mundo de Intemperie es uno de buenos y malos, esa simplista dicotomía tan profundamente errada, pero que tan fácil resulta de equiparar con una moral situada dentro de un marco de proselitismo religioso. Es ahí donde yo le veo flaquezas al libro. ¿De verdad hay cabreros que leen la Biblia y que insistan en dar cristiana sepultura a auténticas alimañas uniformadas?

22 feb 2017

Reseña: Chet Baker piensa en su arte, de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas, Chet Baker piensa en su arte (Barcelona, Debolsillo, 2011). 350 páginas.
Leo con religiosa fidelidad las columnas que escribe Enrique Vila-Matas para El País, pero no porque sean especialmente reveladoras. Más bien porque siempre entreteje una sutil ironía entre las líneas de dichas columnas, y porque logran dejarme un buen gusto de boca frente a lo que suele ser un cartel de acompañamiento tedioso, cuando no totalmente estéril. Y es ahora cuando leo por vez primera estos relatos selectos del autor barcelonés, quien, por cierto, se ha labrado una buena reputación fuera de España, algo que dice mucho en favor de sus traductores.

El éxito, sea allende los Pirineos o más allá del charco, suele por regla general despertar más envidias que ser causante de reconocimientos entre el establishment literario hispano. Fenómeno que, por otra parte, se extiende a otros campos. Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda, así que mejor volvamos al libro de Vila-Matas.

Chet Baker piensa en su arte lo componen relatos en su mayoría cortos, ingeniosos y divertidos la mayoría de ellos. Solamente dos, el que da título al libro y ‘El hijo del columpio’ superan las 40 páginas. Las obsesiones temáticas del autor están presentes en muchos de ellos. La brutal demolición de los límites que separan realidad y ficción es el tema central de relatos como ‘Una casa para siempre’ o ‘El arte de desaparecer’, por mencionar dos estupendos ejemplos. ‘El efecto de un cuento’, el segundo del volumen, indaga en la cuestión de si el poder que ejerce la ficción sobre el lector no será, al fin y al cabo, una ficción misma.

Otro de los relatos que destacan es ‘Me dicen que diga quién soy’, un juego de falsos espejos entre un narrador que interpela a un pintor que viaja a bordo de un barco que se dirige a un ficticio país llamado Babákua. El pintor es conocido por sus retratos de los habitantes de ese país, el cual no ha visitado nunca.

Si me apuran, diría que el borrado de los límites entre lo que se supone ficción y lo que creemos realidad es un tema presente de manera explícita o implícita en todos los relatos de este volumen. ‘Porque ella no me lo pidió’ es un magistral juego entre ficción y realidad, al que Vila-Matas le añade jugosísimos elementos metaliterarios.

Pero son dos los relatos que, a mi entender, sobresalen por encima de todos. El primero es ‘El hijo del columpio’, un relato narrado en primera persona por un tipo mezquino y sin escrúpulos, hijo de empresario y heredero en espera de una gran fortuna. Cuando un día recibe la invitación de un empleado de muy bajo rango que está a punto de jubilarse, se lo toma a mofa. Pero su padre le insiste que debe acudir junto con su esposa (que parece ser una especie de alcohólica dominatrix). El empleado es conocido en las oficinas y almacenes de la empresa como Hong Kong, a fuerza de haber contado repetidísimas veces la misma historia de cuando estaba en Melilla haciendo el servicio militar, y cómo se hizo pasar por loco (para librarse de la mili) repitiendo una y otra vez la frase “Todos conocemos Hong Kong”.
¡Todos conocemos Hong Kong! Pero, ¿sabemos lo que allí nos espera?

Finalmente, el heredero y su esposa acuden al humilde hogar de Hong Kong y su esposa, bien pertrechados de alcohol, pese a que resulta que sus anfitriones no beben. La velada deriva en una sorprendente revelación que deja completamente trastabillado y confuso al hijo del empresario, a quien, después de haber contado algunos chistes malos en el trabajo, sus compañeros han comenzado a llamarle también Hong Kong. Es un relato que aborda de manera magistral el tema de los secretos vitales y lo importante que puede ser su revelación.

El otro relato a destacar es el que da nombre al libro. Vila-Matas lo llama “ficción crítica”, y en verdad que es en buena medida un hibrido entre ensayo literario y relato, de cuya versión más convencional tiene apenas unos pocos elementos. En un hotel de la ciudad italiana de Turín un escritor-crítico-traductor quiere poner por escrito sus obsesivas ideas en torno a la pregunta del millón de dólares: la cuestión de si sería posible hacer confluir lo que él llama las dos vertientes disociadas de la novela. Por un lado, la vertiente Finnegans (la literatura opaca, difícil que representa Joyce con su última obra) y la vertiente Hire, que viene a designar lo convencionalmente narrativo, con su planteamiento, nudo y desenlace, en homenaje al personaje Monsieur Hire, de la novela Les Fiançailles de M. Hire, de Georges Simenon.

La cosa tiene pinta de irse por la vertiente Finnegans, más que nada, porque sospecho que habrá Guinness... Fotografía de Kippelboy
Un relato plagado de referencias intertextuales, de saludos y reverencias a autores muertos y vivos, un ficticio ensayo crítico en el que ante todo destaca el autor-narrador, quien tras hacer acto de presencia decide evadirse, desaparecer y dejarnos la gran interrogante, sin una respuesta claramente dilucidada. O quizás pudiéramos hallar una posible respuesta contraponiendo lo que nos propone como lectores esta ficción crítica a la innovadora y sugerente invitación que constituye otro de los relatos, el ya mencionado ‘Porque ella no me lo pidió’. Sea como fuere, para mí leer a Vila-Matas es un verdadero disfrute, pues acepto por lo general tanto la vertiente difícil y vanguardista como la más convencional y tradicionalista. La cuestión es, en definitiva, leer.

14 dic 2016

Reseña: Vive como puedas, de Joaquín Berges

Joaquín Berges, Vive como puedas (Barcelona: Tusquets, 2011). 296 páginas.
Luis es ingeniero, tiene 43 años y vive en una pequeña ciudad indeterminada de España. Su hobby secreto es la escritura de guiones para comedias situacionales. Un tiempo después de divorciarse de Carmen, la mujer que atrapó su corazón por primera vez, se casó con Sandra. Ahora tiene en total cuatro hijos: dos con Carmen (Cris y Álex) y dos con Sandra (Valle del Indo y Everest del Himalaya – la primera es la hija de Sandra con un hippie ya difunto, el segundo es de Luis y Sandra).

Berges comienza su divertida novela de enredos con el diario de Luis. ¿Por qué ha decidido éste iniciar un diario de pronto? Posiblemente porque es el tipo de artificio que necesita el autor para hilvanar la enrevesada trama. Este diario cuenta sin embargo con una segunda voz que ejerce de sarcástica comentarista, entre paréntesis, la cual, bien pronto queda claro, es su mujer Sandra. El diario nos sirve para desentrañar los pensamientos de Luis, quien en cuestión de meses parece abocado a arruinar su vida, y todo porque, en realidad, no se siente feliz.

Vive como puedas está escrita con dos voces narrativas. Por un lado, está el diario; por el otro, un narrador omnisciente que sigue a Luis y reproduce acertados diálogos, muy dinámicos y realistas. Sospecho que Berges ha escrito una historia que quedaría muy bien plasmada en un largometraje, en la típica comedia enrevesada que tanto éxito suele tener en España.

Que Luis es un personaje excéntrico quizás no haga falta decirlo. Si en la segunda página de la novela nos confiesa que odia los espejos, no es nada difícil darse cuenta con el transcurrir de sus peripecias que lo que le pasa, al fin y al cabo, es que sufre una fuerte falta de autoestima.

Además de los diálogos, que ciertamente destacan por la chispa que ofrecen, lo mejor son los hilarantes episodios que cuenta Vive como puedas. Hay de todo: cuando Luis se bebe una taza de caldo para cenar y descubre por la mañana que era el mejunje tóxico que su hija Cris había preparado para ablandar una calavera para un trabajo académico en la Facultad de Medicina; cuando su madre se toma una pastilla de éxtasis creyendo que era una aspirina, que estaba en el bolsillo de la cazadora de Luis; los repetidos encuentros con un policía local a las puertas del colegio de Valle y Everest; un paseo por una playa nudista tras el que tanto él como sus dos hijos varones terminan con sus partes nobles torradas por el sol.

Para colmo (hay una corriente subterránea propensa a la hipérbole y la exageración en toda la novela), Luis se lía con la maestra de su hijo Everest, y tras una noche de pasión ella queda embarazada. Berges riza el rizo del enredo, y para cuando es necesario alcanzar un desenlace, éste resulta ser dramático. Nada había preparado al lector para una resolución que roza lo trágico.

El problema, al menos para mí, es que Berges persiste en darle un cariz histriónico a la historia incluso cuando ésta ha dado un brutal giro de 180 grados. La vida, como bien sabemos todos, es una tragicomedia, pero darle una dirección burlona al que era un desenlace infausto (al episodio de la persecución a los traficantes de éxtasis con la efectista aparición de las cenizas de la madre de Luis me refiero) desvirtúa el buen hacer anterior del autor.

Entretenida, divertida y muy exagerada en todos los aspectos. Pero dudo mucho que me apeteciera ver una versión llevada al celuloide.

7 feb 2016

Reseña: Media vuelta de vida, de Carlos Peramo

Carlos Peramo, Media vuelta de vida (Barcelona: Ediciones B, 2009). 527 páginas.

Una de las debilidades recurrentes en el panorama narrativo español actual es la absurda tendencia a despreciar el formato de la narración breve (o si se prefiere, el cuento, tal como se le ha llamado toda la vida) en favor de la fórmula de la carrera de fondo, la novela. Esta resulta ser mucho más exigente en todos los aspectos narratológicos, por lo que ese empecinamiento en escribir novelas termina por producir algunas mediocridades, cuando no engendros verdaderamente indigeribles. En el caso de Media vuelta de vida, una trama óptima con temas de interés, que podría muy certeramente haberse resuelto en menos de 50 páginas, se extiende hasta más allá de las 500, con poco disfrute añadido para el lector.

En una de las ciudades del cinturón industrial que rodea la Barcelona de mediados de los 80, Ángel Daldo, el típico chaval discotequero y una pizca fantasmón, parece haber encontrado un puesto de trabajo fijo en la misma empresa en la que trabaja su padre. En el ladrillar, Ángel maneja el toro (la simbología del vehículo no me pasó desapercibida) en un universo totalmente masculino si no machista. Es un escenario bastante duro para un chico de veintiún años, condenado a ser el eterno novato para sus compañeros, esos legendarios currantes de la copa diaria de brandy con el desayuno, haga frío o calor.

A diferencia de sus amigos Félix y Sadurní, Ángel ni siquiera llegó a completar el graduado escolar: el sueldo le permite pagarles las copas a sus amigos estudiantes en Casino, el garito local en el que a veces consiguen chicas. Una de ellas es Belén, a la que Ángel persigue un día hasta lograr que salga con él.

Los amigos de Ángel lo han bautizado como “Angelito de la muerte”. Algo de obsesión por la parca sí parece haber en el muchacho. En el primer capítulo, Ángel nos cuenta cómo uno de los compañeros del ladrillar, Linares, le pide que le acompañe a echar al fuego de los hornos de la fábrica a los cachorros que acaba de parir su perra Rafaela. Cuando solamente queda uno, Linares le sugiere que sea él, Ángel, el que lo arroje al fuego. Y lo hace, pese a los posteriores remordimientos. Es la primera indicación de que lo de Daldo tiene que resolverse de mala manera.

El ballestrinque, el nudo favorito de los verdugos: "...y fue tenerlo en la silla que mi padre le pasó la cuerda asín por el pecho y le dio dos vueltas por detrás del palo, p'amarrarlo bien. ¿no me comprendes?, y luego le ató los pies a la silla con un ballestrinque, que mi padre pues ataba con un ballestrinque, que ahí cada uno lo hacía a su manera, o sea que había otros que sujetaban con correas, pero mi padre decía que con un ballestrinque pues no había ya forma de moverse de allí..." (p. 268). Fotografía de Patricio Lorente. 
Unos días después Linares le pide a Ángel que repare el techo de la casa donde vive en el ladrillar. Linares es una especie de vigilante y encargado de mantenimiento de la fábrica, un viejo huraño y alcoholizado al que nadie hace caso. A lo largo de los días, entre el joven Daldo y el viejo Linares comienza a surgir una extraña relación: Ángel se siente al mismo tiempo atraído y repelido por el viejo, y su curiosidad irá en aumento conforme Linares le vaya revelando detalles de su vida: cómo emigró desde Almería, quiénes eran sus padres. El enigma es descubierto cuando Linares le explica que su padre era “ejecutor de sentencias” durante la época franquista adscrito a la Audiencia de Sevilla. Un verdugo especializado en el funcionamiento del garrote vil.

Exécution d`un assassin a Barcelone, un grabado de Gustave Doré.
Tras romper con Belén y terminar la reparación del techo de la casa de Tanco Linares, las cosas se complican para Ángel Daldo. Belén y su nuevo novio están preparando un trabajo de recuperación de verano en una asignatura suspendida, Historia, y gracias a un chivatazo de Ángel, se presentan en la casa de Linares exigiéndole una entrevista. El enfrentamiento inevitable derivará en un brutal desenlace.

Media vuelta de vida tiene por lo tanto un trasfondo histórico – la época tenebrosa de esa España negra y truculenta que persiste en la sociedad española contemporánea, a través de las mal llamadas “fiestas populares” tradicionales en las que inocentes animales son tratados salvajemente cuando no finiquitados en medio del repugnante regocijo de individuos ebrios o sedientos de sangre.

En parte Bildungsroman, en parte novela realista en la más amplia tradición narrativa peninsular, la novela es excesivamente minuciosa en detalles (¿a quién narices le importa el nombre de la marca de papas que piden los chicos en el bar mientras ven un partido de fútbol? ¿De verdad cree el autor que ese frívolo detalle añade algo a la novela?) y demasiado extensa en páginas. Algunos párrafos debieran ser causa de sonrojo: “Llegué a casa a las nueve y media pasadas y me senté a cenar sin ducharme porque mis padres ya habían empezado; el vapor del aceite caliente flotaba sobre los fogones, se había apoderado de las paredes y de cada soplo de aire, difuminaba a mis padres, y el anís vomitado de Linares seguía estancado en el fondo de mi nariz, y arruinaba el olor a tortilla de patata que impregnaba mi casa los jueves por la noche.” (p. 272-3) LOL. En fin, dios nos pille bien cenados esta noche.

Narrada en primera persona, Peramo abusa hasta lo insoportable de la interpelación del narrador al lector a través de las incontables preguntas sin respuesta que Ángel se hace. El libro habría merecido una edición mucho más estricta – o simplemente estricta, mucho me temo que no hubiera ni siquiera un mínimo intento de edición –  además de la consabida corrección de galeradas que, cada vez más, parece ser un aspecto que los editores españoles consideran superfluo. Un botón de muestra, en la página 297: “Escudé se encogió de hombros no me pareció un gesto de duda [sic, sin coma ni punto ni nada que se le parezca], sino de fatalidad. — Pues al desgüace [sic] — respondió.”

Desguacen ustedes a quien hizo este pésimo trabajo de edición. Bruguera, los lectores – que son sus clientes, no lo olviden – se merecen algo mejor. Debieran preocuparse de que al menos haya unos mínimos de cuidado en el tratamiento del texto.

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